Desde el comienzo del movimiento de los chalecos amarillos, muchas mujeres están en primera línea en los cortes de carretera y las manifestaciones. Su presencia masiva dice mucho de la naturaleza de este movimiento.
Durante años, más bien décadas, se han acumulado la rabia y las frustraciones frente a un sistema profundamente desigual e injusto. Este sentimiento se ha visto reforzado por el desmantelamiento de los servicios públicos, de las estructuras de cohesión social y de los restos del “Estado social”, el último dique de contención de la pobreza extrema. Así, las mujeres se han visto especialmente afectadas.
Doble opresión
Bajo el capitalismo, la mujer trabajadora sufre una doble opresión. En primer lugar, ellas asumen la mayor parte del trabajo “doméstico”, ese trabajo invisible, desvalorizado, no remunerado, pero que sin embargo es uno de los pilares del sistema capitalista. Entre las familias más pobres de Francia, el 25% son familias monoparentales, y el 85% de estas están formadas por madres solas con uno o más hijos.
En segundo lugar, las mujeres trabajadoras están más expuestas que los hombres al trabajo precario, a tiempo parcial (el 78% de los contratos a tiempo parcial en Francia corresponden a mujeres) y al acoso en el puesto de trabajo. Las mujeres son mayoría en los sectores de cuidados, limpieza, trabajo social, sanidad, educación, que en su conjunto forman otro pilar del sistema capitalista. El 70% de los contratos temporales y de los interinos están ocupados por las mujeres.
Son precisamente las trabajadoras de estos sectores las que se movilizan por millares en las calles y en las barricadas. Además, estos últimos años han estallado movimientos huelguísticos en estos sectores, especialmente en las EHPAD (residencias de mayores) o en las empresas de limpieza. Sin embargo, el movimiento de los chalecos amarillos agrega también a trabajadoras aisladas, como las de ayuda a domicilio, que normalmente están menos movilizadas (por el hecho de su aislamiento), así como a trabajadoras pobres de diferentes sectores.
Su entrada en la arena de la lucha de clases es una ilustración clara de la profundidad de la crisis actual. Sectores de los trabajadores, y de las capas medias, que hasta ahora no expresaban su rabia en las calles, han pasado a la ofensiva.
La politización de estos sectores, hasta ahora abandonados o defraudados por las centrales sindicales y los partidos de izquierdas, es sintomática del periodo político que se abre. La toma de conciencia del lugar que ocupa la clase trabajadora en la producción y de la fuerza que representa terminará por desarrollarse. Con su entrada masiva en el mercado de trabajo y su concentración en sectores clave de la economía, las trabajadoras están llamadas a ocupar un lugar decisivo en las grandes luchas que vienen. Los sectores de trabajadores que han soportado más privaciones, sufrimientos, vejaciones, y que hasta hace poco no se contaban entre los más combativos, de un día para otro se vuelven los más determinados y los más combativos, arrastrando tras de sí al resto del movimiento obrero.
La igualdad hombre-mujer
La presencia masiva de mujeres en las manifestaciones de los chalecos amarillos vale más que todos los discursos sobre la igualdad de la secretaria de igualdad del gobierno francés. En este aspecto, el único logro del gobierno no hay que buscarlo en los salarios (a igual trabajo a tiempo completo, las mujeres siempre ganan un 18,6% menos que los hombres), sino sobre todo en la violencia policial y la represión, que golpean “equitativamente” a los manifestantes, sin distinción de sexo.
Contrariamente a lo que afirman los grandes medios de comunicación, la presencia de elementos reaccionarios, sexistas y racistas, es muy marginal en el movimiento de los chalecos amarillos. Pese a ello, hay militantes de izquierdas que siguen poniéndose exquisitos: las reivindicaciones no serían muy claras, tampoco muy feministas ni muy antirracistas, etc. Si los chalecos amarillos no plantean de forma explícita reivindicaciones de las mujeres, estas están implícitas en las reivindicaciones de fondo que reflejan una aspiración a “cambiarlo todo”. En un movimiento tan profundo, todos los aspectos de la vida social son puestos en cuestión, o acabarán por estarlo. Las preocupaciones que conciernen particularmente a las mujeres no serán una excepción. Las manifestaciones de mujeres chalecos amarillos muestran el comienzo de una movilización específica de estas, y subrayan que es en la lucha práctica donde se forja la conciencia de los oprimidos.
En todas las grandes revoluciones de la historia, las mujeres han jugado un papel decisivo. Éste fue el caso de la gran Revolución francesa. El 5 de octubre de 1789, por ejemplo, fueron las mujeres del pueblo las que tomaron la iniciativa de marchar sobre Versalles para obligar a Luís XVI a permanecer en París. Fueron las obreras de Petrogrado las que, en febrero de 1917, comenzaron la Revolución rusa. Las mujeres estuvieron en primera línea en las revoluciones árabes de 2011. Padeciendo aún más sufrimientos que los hombres, ellas están a menudo más dispuestas que ellos a llegar hasta el final. ¡Y hará falta determinación para hacer caer a Macron y su mundo!
El movimiento de los chalecos amarillos es de una potencia y una profundidad que no dejan de sorprender (y de asustar) a sus adversarios. Por supuesto, la burguesía y sus lacayos políticos y mediáticos saben bien que existe la pobreza. Han oído hablar de ella. Pero por lo demás, están totalmente desconectados de las condiciones reales de vida del pueblo, de sus sufrimientos y sus problemas. Así, desde lo alto de sus privilegios, de su poder y de sus fortunas, se dijeron a sí mismos: “¿Qué puede a cambiar un poco más o un poco menos de austeridad?”. Han recibido la respuesta en toda la cara.
La profundidad del movimiento
Révolution lo ha dicho repetidas veces estos últimos años: ningún régimen político puede imponer una regresión social permanente sin que ello provoque una explosión de la lucha de clases al llegar a un determinado nivel. Es una ley de la historia que no admite ninguna excepción. Otra ley: cuanta más paciencia han tenido las masas, más han encajado y soportado, más poderosa es su revuelta, llegado el momento. Luego éste es un hecho que, desde hace décadas, millones de explotados y oprimidos han soportado sin decir palabra. Se han dejado los cuernos para llegar a pagar el abogado, las facturas, los impuestos, la comida… En definitiva, todo lo que forma parte de la simple supervivencia. Y al cabo de los años, les ha ido costando más llegar a fin de mes.
El movimiento sindical apenas llegaba a estas capas de trabajadores que, por su parte, observaban como poco con escepticismo las “luchas” rituales organizadas por las direcciones confederales, sin el menor resultado. Por ejemplo, para una madre divorciada cuya supervivencia depende de un empleo precario en el que es brutalmente explotada, las “jornadas de acción” sindical sin continuidad y sin efectos no tienen el menor interés. Es un lujo que no se puede permitir. Y esto es así para millones de trabajadores.
Son precisamente estos trabajadores pobres, junto a los jubilados, parados, pequeños comerciantes, etc., los que forman la columna vertebral del movimiento de los chalecos amarillos. Su combatividad está a la altura de la cólera y la frustración que han acumulado. La represión policial y judicial, de una brutalidad inaudita, no les hace flaquear. Al contrario, refuerza su determinación de deshacerse de un gobierno que no descansa más que en la virtud “democrática” de las porras, los gases lacrimógenos, las flashballs y los juicios rápidos.
Se ha llegado a un punto de no retorno en el odio a este poder que sin cesar miente, desprecia, mutila y encarcela. ¿Quién apoya aún a Macron y su camarilla? La gran burguesía y sus medios de comunicación (no sin más aprensión cada día), así como los pocos millares de “pañuelos rojos” que hicieron el ridículo en las calles de París el 27 de enero. Eso es todo. Desde mayo del 68, jamás un gobierno francés se ha visto tan débil y desacreditado.
¡La represión policial no puede quedar sin respuesta!
Del lado de los chalecos amarillos, el número de heridos, mutilados y de personas que han perdido un ojo no deja de aumentar. David Dufresne, escritor y periodista independiente, hace un recuento de los heridos desde el 17 de noviembre. A 27 de enero, al menos diecisiete personas han perdido la visión de un ojo y cuatro han perdido una mano. Entre ochenta y cien personas han recibido una pelota de goma en plena cabeza. Balance: mandíbulas rotas, bocas desdentadas y parálisis facial. Y esta lista no es exhaustiva. En el espacio de dos meses, la represión policial ha causado más heridos graves que en los últimos veinte años.
La estrategia de “mantenimiento del orden” a menudo busca provocar una escalada de la violencia. El Ministerio del Interior y las autoridades locales usan técnicas que buscan “radicalizar” a los manifestantes, con el objetivo de exacerbar la represión. Al mismo tiempo, buscan reducir la amplitud de las movilizaciones amenazando la integridad física de todos los que se quieran manifestar.
Esta estrategia ha sido denunciada por Alexandre Langlois, secretario general del sindicato de policías de la CGT. Por ejemplo, explica cómo el Prefecto de policía de París organiza el encapsulamiento de los manifestantes desde su sala de mando, con el conocimiento de los pelotones de los antidisturbios presentes sobre el terreno, a los que da la orden de bloquear las salidas.
A fuerza de gas, de porra y de violencia policial deliberada, los chalecos amarillos son exasperados y pierden la calma. El caso de Christophe Dettinger, “el boxeador”, es emblemático. Padre de familia luchando, según sus palabras, por “los jubilados, el futuro de mis hijos, las mujeres solteras”, no pudo contender su rabia al ver a un antidisturbios golpear a una mujer caída en el suelo. Le dio por lo tanto a éste una pequeña lección de galantería.
Los siguientes días, un sólo grito resonaba en los platós de televisión de la mañana a la noche: “¡Abajo la violencia!” (salvo, por supuesto, la de los CRS). “El boxeador” se convirtió en la encarnación del Mal, de una violencia irracional. Y, puesto que es irracional, no exige ninguna explicación. Explicar es justificar, es igual que alentar. Sólo una posición política se admite: condenar. Condenar firme y absolutamente. Desgraciado el que diga “condeno, pero…”. ¡No hay “peros”! Condena y cállate. Los dirigentes de la izquierda y de los sindicatos deben rechazar en bloque esta retórica y estos requerimientos hipócritas.
El 7 de enero, el Primer Ministro Edouard Philippe anunciaba medidas destinadas a restringir el derecho de manifestación, bajo la cobertura del “mantenimiento del orden”. Éste simplemente ha recogido las medidas previstas en una proposición de ley de los Republicanos, adoptada por el Senado el pasado 25 de octubre: prohibir administrativamente las manifestaciones, abrir un fichero específico de manifestantes, aumentar las penas complementarias.
La “loi Travail” de 2016 ya había marcado una etapa en el aumento de la represión policial y judicial contra todos los que luchan. Los militantes de CGT fueron objeto de una violenta campaña de estigmatización. Los “casseurs”* han servido de excusa para filtrar y regular las manifestaciones de forma masiva. Con el movimiento de los chalecos amarillos, esta represión ha aumentado considerablemente.
Ante esta situación, las direcciones sindicales no deben conformarse con protestas vagas. La debilidad invita a la agresión. En mayo del 68, las direcciones sindicales llamaron a una huelga general de 24 horas para protestar contra la represión policial a los estudiantes. ¿A qué esperan los dirigentes sindicales de hoy para hacer lo mismo? Frente a la violencia del aparato del Estado, el movimiento obrero debe apoyarse en la indignación que esta provoca en las masas para intensificar la lucha y poner a la clase dirigente a la defensiva.
La huelga general
Todo el mundo ha entendido que el “gran debate” organizado por el gobierno tiene como único objetivo debilitar la movilización en las calles y las rotondas. ¡De momento, ha perdido! Mejor todavía: la experiencia de las últimas diez semanas ha convencido a la gran mayoría de los chalecos amarillos que ahora hace falta llevar la lucha al interior de las mismas empresas, bajo la forma de huelgas masivas e indefinidas. El movimiento ha aprovechado la jornada de acción convocada por la CGT para este 5 de febrero para llamar a que esta sea el punto de partida de una “huelga general indefinida”.
Esta es la clave de la victoria. El gobierno está determinado a “hacer frente” a las manifestaciones de los sábados. Cuenta con la laxitud y el agotamiento del movimiento. Y está claro que si el movimiento no supera las formas que ha tenido desde noviembre será inevitable un reflujo en un momento dado. Por contra, el comienzo de un amplio movimiento de huelgas indefinidas daría un golpe fatal al gobierno. Macron se vería obligado, como mínimo, a disolver la Asamblea Nacional, en la esperanza de desactivar el desarrollo de una crisis revolucionaria.
Sin lugar a dudas, muchos trabajadores apoyan la idea de una huelga general dirigida contra el gobierno Macron. No esperan nada bueno de éste. Pero saben que no será suficiente con que un sector empiece la huelga para que los demás le sigan. Los estibadores, los trabajadores de las refinerías y los ferroviarios, entre otros, tuvieron la amarga experiencia de 2010, 2016 y 2017. Los dirigentes confederales de los sindicatos no movieron un dedo para extender la huelga a otros sectores. Aisladas, estas huelgas fracasaron. Armados con esta experiencia, muchos trabajadores miran a las cúpulas sindicales y se dicen: “esta gente no parece preparada todavía, tampoco esta vez, para extender un movimiento huelguístico. Si nos lanzamos, nos arriesgamos a quedarnos solos”. Éste es un obstáculo serio. Pero es un obstáculo relativo a la presión de la base. Por eso, tarde o temprano, cederá.
¡Contra el capitalismo!
La disolución de la Asamblea Nacional sería una primera victoria. ¿Y luego? ¿Qué tipo de gobierno necesitamos? Los chalecos amarillos dicen: “¡El poder al pueblo!” ¡Estamos de acuerdo! ¿Pero qué supone esto en lo concreto? Para que el “poder para el pueblo” sea real, efectivo, esto supone la transferencia del poder económico y político a las manos de los trabajadores, es decir, de los que producen todas las riquezas. Esto significa la expropiación de los parásitos gigantes del CAC 40, de los que Macron es el apoderado, y que poseen las principales palancas de la economía: bancos, industria, distribución, energía, transportes, sector farmacéutico, medios de comunicación, etc.
Todas estas grandes empresas deben ser nacionalizadas y puestas bajo el control democrático de los trabajadores. Así, en el marco de una planificación democrática de la producción, será posible satisfacer las necesidades de la mayoría, en lugar de satisfacer la sed de beneficios de una pequeña minoría, como ahora es el caso (cada año, las empresas del CAC 40 reparten decenas de millones de euros en dividendos) Al mismo tiempo, se podrán garantizar unas mejores condiciones para las actividades de los pequeños comerciantes, artesanos y agricultores, a los que aplasta el gran capital.
En esta fase, el movimiento de los chalecos amarillos no ha puesto en cuestión la gran propiedad capitalista. No tiene nada de sorprendente, ya que la izquierda y los sindicatos han eliminado esta cuestión de sus discursos y sus programas desde hace décadas. Es hora de que eso cambie. La Francia Insumisa y la CGT, en particular, deberían explicar para qué clase trabaja Macron, lo que esta posee y lo que esta hace. Deberían esforzarse en vincular la lucha de los chalecos amarillos al objetivo de un auténtico gobierno de los trabajadores, es decir de una transformación revolucionaria, socialista, de la sociedad. No hay duda de que esto hallaría un poderoso eco entre millones de jóvenes y trabajadores.
* Palabra francesa que se puede traducir como “saqueadores”, por la que son conocidos los elementos violentos, infiltrados o lúmpenes, que provocan disturbios en las manifestaciones [NdT]
El movimiento de los chalecos amarillos es un seísmo social de una potencia excepcional. Es un punto de inflexión en el curso de la lucha de clases en Francia, y una fuente de inspiración para los trabajadores del mundo entero. Tendrá un impacto profundo y duradero en la vida política del país.
Los cientos de miles de explotados y oprimidos que se movilizaron el 17 de noviembre lo hicieron en muchos casos por primera vez en su vida. No fue una movilización de la capa más organizada de los trabajadores. Tampoco fue una movilización sólo de asalariados, ya que participaron también artesanos, pequeños campesinos, jubilados, etc. En consecuencia, este movimiento fue y sigue siendo políticamente heterogéneo. Aquellos que se lamentan soñando con una “revolución pura”, en palabras de Lenin “no entienden lo que es una verdadera revolución”, que por definición moviliza a las capas más profundas del país. La muy numerosa presencia de mujeres en los bloqueos y manifestaciones es un ejemplo evidente de esto.
El RIC y el “poder para el pueblo”
El Referéndum de iniciativa ciudadana (RIC) ha emergido como la demanda democrática central de los chalecos amarillos. Su principio es simple: si un número suficiente de ciudadanos lo pide, debe poder celebrarse un referéndum sobre cualquier tema de interés público (leyes, la constitución, el despido de un representante electo, etc).
La popularidad de esta demanda indica la profunda desconfianza hacia las instituciones de la democracia burguesa. Esto no es sorprendente: durante décadas, la derecha y la “izquierda se han ido pasando el poder la una a la otra para llevar a cabo básicamente las mismas políticas reaccionarias. En el parlamento, la mayoría de los representantes del pueblo han organizado el saqueo de éste en beneficio de unos cientos de grandes familias capitalistas.
La crisis del capitalismo socava las bases materiales de la democracia burguesa. Las instituciones de la Quinta República se muestran cada vez más como una gran maquinaria con la función de crear la ilusión de que “la mayoría decide”, cuando en realidad una pequeña minoría lo controla y lo decide todo.
En este contexto, se percibe el RIC como un medio de intervención directa de la gente en los asuntos del país: una manera de imponer su voluntad pasando por encima de las instituciones oficiales y “democráticas”. En este sentido, la demanda del RIC tiene un subtexto potencialmente revolucionario. Los chalecos amarillos acompañan esta demanda con otra consigna: “¡Poder para el pueblo!”. Esto, a su vez, está conectado con una serie de demandas sociales (salarios, pensiones, etc).
Los políticos burgueses han comprendido esto y, consecuentemente, muestran sus reservas en lo que respecta al RIC. Por ejemplo, es obvio que un referéndum revocatorio del Presidente de la República, a mitad de mandato, sería fatal para Macron. Conscientes de esto, los que se oponen a este referéndum promueven el lamentable argumento de la “estabilidad de las instituciones”. En nombre de esta “estabilidad” se pide a las masas dejarse robar por Macron hasta el fin oficial de su mandato en mayo de 2022.
No obstante, hay que comprender que no todos los políticos burgueses rechazan el RIC categóricamente, ya que algunos de ellos creen que pueden neutralizar este mecanismo y desarmarlo para que resulte inofensivo para los intereses y el poder de la clase dirigente. Éste ya es el caso de determinadas democracias capitalistas como Italia y Suiza, donde la posibilidad de convocar referéndums no reduce la dominación económica y política de la burguesía. Por tanto, en Francia no se puede descartar que, con la esperanza de debilitar a los chalecos amarillos, el gobierno tome la iniciativa y abra la posibilidad de organizar referéndums, estrictamente delimitados para garantizar la “estabilidad” del sistema.
Por una democracia obrera
El movimiento obrero debe explicar el peligro de cooptación del RIC por parte de nuestros adversarios de clase. Si debe ser tan solo un simple correctivo de la maquinaria “democrática” de la Quinta República, el RIC acabará siendo “neutralizado” inevitablemente. Por este motivo, es necesario romper la maquinaria entera del Estado burgués y sustituírla por los órganos democráticos de la clase obrera, conectados entre sí a nivel local y nacional por medio de un sistema de delegados electos y revocables. No se puede compartir el poder con los capitalistas (“para ellos las instituciones burguesas, para nosotros el RIC”), sino que hay que quitárselo de manera total. E incluso si la demanda del RIC, defendida por los chalecos amarillos, progresa, el “poder para el pueblo” sólo será efectivo en forma de gobierno obrero, confiando en los cuerpos democráticos arraigados en lugares de trabajo, barrios, servicios públicos, etc. Estos órganos, además, no caen del cielo, sino que deben emerger de la propia lucha. La ausencia de estos cuerpos democráticos es precisamente una de las debilidades de los chalecos amarillos.
Finalmente, una democracia obrera auténtica presupone el control del aparato productivo por parte de los propios productores: la clase trabajadora. Mientras un puñado de parásitos gigantes sean los propietarios de los bancos y de los principales medios de producción, no habrá democracia real. Bajo el capitalismo, la democracia se detiene en las puertas de las empresas, donde reina la dictadura de la dirección y de los accionistas. Por contra, el socialismo presupone el control democrático de la producción por parte de los propios trabajadores a nivel local y nacional en el contexto de una economía planificada, que pretenda satisfacer las necesidades del mayor número posible de gente.
Las demandas democráticas y sociales de los chalecos amarillos no se pueden satisfacer plenamente sin una revolución socialista. En el escenario actual, esta idea no es en absoluto evidente para todo el mundo, pero la experiencia es una gran maestra.
Desplazamientos hacia la izquierda
A lo largo de las semanas la orientación política dominante de este movimiento se ha ido afirmando cada vez más: contra los impuestos a los pobres, por los impuestos a los ricos, por mejores salarios, mejores pensiones, mejores servicios públicos… Y, en definitiva, contra el “gobierno de los ricos”, por “el poder del pueblo”. La reivindicación del RIC es la expresión inmediata, transitoria, de esta aspiración de las masas a tomar su destino en sus manos. Al calor de la lucha colectiva su conciencia política da pasos de gigante. Y esto es sólo el principio.
Esta orientación del movimiento hacia la izquierda ha suscitado la hostilidad creciente de todas las fuerzas reaccionarias, incluyendo a esos políticos de derechas y de extrema derecha que, al principio, le dieron un “apoyo” envenenado e interesado. Laurent Wauquiez se ha quitado rápidamente su chaleco amarillo, después incluso ha negado haberlo llevado. Marine Le Pen se ha ocultado en la sombra, como siempre que el pueblo lucha. Por contra, los mejores militantes de la izquierda y del movimiento sindical han aportado a los chalecos amarillos un apoyo cada vez más entusiasta. Y es la Francia Insumisa, pese a todas sus carencias, la que ha aparecido como la organización política más acorde con el movimiento. Todo esto tendrá implicaciones políticas en un momento dado.
La perspectiva de la burguesía
No se puede prever la evolución del movimiento en las próximas semanas. Es posible que se desarrolle de nuevo desde el mes de enero. Sea como sea, un movimiento de esta naturaleza y de esta envergadura no puede ser un simple paréntesis entre dos fases de relativa estabilidad social. Es, por el contrario, el comienzo de una fase de aceleración de la lucha de clases.
La burguesía es consciente de esto. Le Figaro del 2 de enero se preguntaba: ¿Podrá Macron llevar a cabo sus reformas en 2019? Buena pregunta, a la que el politólogo Jérôme Sainte-Marie contesta: “Toda reforma liberal que aparezca como una exigencia de sacrificios inmediatos puede reactivar la movilización. Estos próximos meses Macron deberá dirigir el país bajo esta amenaza permanente de bloqueo”. Precisamente, en 2019 el gobierno ha previsto atacar las pensiones, las prestaciones por desempleo y la función pública, entre otros. Cada una de estas ofensivas es susceptible de reavivar el brasero social, como cada intento de imponer nuevos sacrificios a la masa de la población con el solo objetivo de defender los beneficios de la gran patronal.
Ciertos observadores sugieren a Macron que haga “una pausa” en las reformas, con vistas a iniciar un “giro social”. Pero para la burguesía francesa esto no está en discusión. Esta no puede tolerar la menor pausa en la destrucción sistemática de nuestras conquistas sociales: se trata de la competitividad del capitalismo francés, en declive desde hace tres decenios en todos los mercados (mundial, europeo y nacional). Dicho de otro modo, incluso si la burguesía teme nuevas explosiones sociales, no tiene más opción que correr ese riesgo. Y para liderar esa lucha no tienen una alternativa inmediata al gobierno de Macron. No tienen ninguna garantía de que unas elecciones legislativas anticipadas lleven a un gobierno sólido de la derecha. Por tanto, en los meses que vienen, se agarrarán a Macron, a falta de algo mejor, a pesar de su arrogancia visceral, de su comunicación arriesgada, del odio que despierta entre las masas y de las nuevas noticias sobre Alexandre Benalla, el Rasputín del Eliseo.
El movimiento sindical
La burguesía cuenta también con la moderación de los dirigentes sindicales. ¡Ah, cómo lamenta que los chalecos amarillos no tengan también dirigentes “razonables”, abiertos al “diálogo”, al “acuerdo”, y que se conformen con organizar inofensivas “jornadas de acción” de vez en cuando! El 12 de diciembre, Le Figaro hacía esta confesión: la CGT “ha canalizado el descontento popular a lo largo de un siglo. La crisis de los chalecos amarillos ha demostrado hasta qué punto ese saber hacer era precioso. Y hasta qué punto la crisis general del sindicalismo es un problema”.
De hecho, las direcciones sindicales no han ejercido el menor control sobre el movimiento de los chalecos amarillos. Laurent Berger (CFDT) realmente lo ha insultado. Sacudida por una crisis interna, la dirección de FO ha estado ausente. En cuanto a la dirección de la CGT, esta ha faltado totalmente a su deber, que era apoyarse en la dinámica de los chalecos amarillos para poner en el orden del día una movilización general de la clase obrera, bajo la forma de un movimiento de huelgas prorrogables. En vez de esto, Martínez ha tomado cada vez más distancia respecto de los chalecos amarillos, ha programado algunas jornadas de acción sin continuidad… Y finalmente ha ofrecido sus servicios al Eliseo para iniciar “negociaciones” entre gente razonable y “no violenta”.
La actitud de Martínez ha suscitado duras críticas en la base de la CGT, en la que muchos militantes han entendido la necesidad de apoyar al movimiento de los chalecos amarillos, pero también de apoyarse en su formidable energía para tocar a rebato contra el conjunto de la política gubernamental. La oposición interna a la dirección de la CGT se va a intensificar probablemente en los próximos meses, especialmente a la vista del congreso de mayo próximo.
Pero en lo inmediato la izquierda y el movimiento sindical deben tomarle la medida a la situación política y sacar conclusiones prácticas. El gobierno Macron está al borde del abismo. Podemos y debemos empujarlo. ¿Cómo? Si el movimiento de los chalecos amarillos recupera y aun supera el vigor que tenía a principios de diciembre, no se puede descartar que Macron se vea obligado a disolver la Asamblea Nacional. Pero el movimiento obrero no debe esperar pasivamente esa eventualidad. Debemos pasar a la ofensiva. ¡Que no se diga esta vez que “los trabajadores no quieren batirse”! Los chalecos amarillos han pulverizado este argumento. El problema no es la combatividad de las masas, es el conservadurismo de las direcciones sindicales. En unas semanas los chalecos amarillos han arrancado al gobierno más concesiones que las decenas de “jornadas de acción” de los últimos veinte años.
Para empezar, la cuestión de la huelga debe ser planteada y discutida con seriedad en los sindicatos, pero también en las organizaciones políticas de la izquierda. Debe llevarse a cabo una amplia campaña de agitación en las empresas, los barrios, las universidades, los institutos y, por supuesto, las asambleas de chalecos amarillos. La huelga debe ser preparada seriamente y en breve. Los chalecos amarillos han probado que Macron es mucho menos fuerte de lo que pretendía. El desarrollo de una huelga prorrogable le daría el golpe de gracia.
La situación social y política en Francia evoluciona a una velocidad vertiginosa. En menos de un mes, el desarrollo del movimiento de los chalecos amarillos ha puesto al país en el umbral de una crisis revolucionaria. En los próximos días, dicho umbral puede ser traspasado.
En La bancarrota de la II Internacional, Lenin enumeraba así las premisas “objetivas” de una revolución:
“1) La imposibilidad para las clase dominante de mantener inmutable su dominación; tal o cual crisis de las “alturas”, una crisis en la política de la clase dominante, que abre una grieta por la que irrumpen el descontento y la indignación de las clases oprimidas. Para que estalle la revolución no suele bastar con que “los de abajo no quieran”, sino que hace falta, además que “los de arriba no puedan” seguir viviendo como hasta entonces
2) Una agravación, fuera de lo común, de la miseria y de los sufrimientos de las clases oprimidas.
3) Una intensificación considerable, por estas causas, de la actividad de las masas, que en tiempos de “paz” se dejan expoliar tranquilamente, pero que en épocas turbulentas son empujadas, tanto por toda la situación de crisis, como por los mismos “de arriba”, a una acción histórica independiente.”
Es exactamente esto lo que está pasando en Francia. “La miseria y los sufrimientos” de las masas no han parado de agravarse estos últimos años. Pero es el “impuesto carbono” el que ha encendido el barril de pólvora. Este miércoles, en una cadena de televisión, una mujer con chaleco amarillo resumía la situación: “Hasta ahora, estábamos en el filo de la navaja económicamente. Ahora hemos caído”.
En consecuencia las masas se han lanzado a una “acción histórica independiente”, bajo la forma del movimiento de los chalecos amarillos, que ha creado las condiciones para una fuerte movilización de la juventud en los institutos y las universidades.
Por último, la “crisis en las alturas” no es una novedad. La victoria electoral de Macron, en detrimento de los dos grandes partidos “de gobierno” (PS y Republicanos), fue en sí misma una expresión de la crisis de régimen del capitalismo francés. Desde abril de 2017 esta crisis de régimen se ha manifestado de muchas maneras: abstención masiva en las elecciones legislativas, el asunto Benalla, la dimisión de Hulot, la dimisión de Collomb, etc. La arrogancia de Macron, sus pretensiones jupiterianas, sus múltiples insultos al pueblo han completado el cuadro, alimentando la furia y el odio de las masas hacia el poder. Todo esto ha ampliado la “grieta” en la cúspide del Estado, “por la que irrumpen el descontento y la indignación de las clases oprimidas”, como escribía Lenin.
Un grupo de Gilets Jaunes negocia con los CRS y les dejan pasar al Arco del Triunfo. pic.twitter.com/4xDB5QalXp
En las tres últimas semanas la crisis gubernamental se ha agravado. En cuestión de pocas horas, la “moratoria” anunciada por el Primer Ministro se convirtió, por orden de Macron, en una anulación pura y simple de las subidas de impuestos previstas en enero de 2019. Asimismo Macron corrigió a la ministra Marlène Schiappa, que había sugerido públicamente restablecer el ISF. Los medios hablan de “cacofonía”, pero no es más que esto: el gobierno se divide porque ya no sabe cómo gestionar la crisis social. Están en pánico, y este pánico se lee también en los rostros pálidos de los periodistas que, desde hace año y medio, hacen el servicio posventa de la política gubernamental en los platós de televisión.
De este modo, las premisas objetivas de una crisis revolucionaria están dadas. También se puede añadir una a la lista de Lenin: el grueso de las clases medias apoyan al movimiento de los chalecos amarillos, como señalan todas las encuestas. Dicho esto, en el mismo texto Lenin explica que estas premisas objetivas por sí mismas no bastan para desencadenar una revolución: “la revolución no surge de cualquier situación revolucionaria, sino sólo en el caso en que, a todas las transformaciones objetivas enumeradas, se añade un cambio subjetivo, a saber: la capacidad, en lo que respecta a la clase revolucionaria, de llevar a cabo acciones revolucionarias lo bastante vigorosas como para quebrar completamente (o parcialmente) al viejo gobierno, que no “caerá” nunca, ni siquiera en época de crisis, si no se le “hace caer”.
La “clase revolucionaria” es la clase obrera (los asalariados). Es revolucionaria porque es la clase sin propiedad y porque su posición en el aparato productivo la destina a tomar las riendas del país, a derrocar el capitalismo y a reconstruir la sociedad sobre nuevas bases, bases socialistas. Hoy, como en época de Lenin, la movilización de los trabajadores es el factor decisivo de toda revolución. Para que la situación actual se transforme en revolución, hace falta pues “una movilización lo bastante vigorosa”, como escribió Lenin, de la clase obrera. ¿Bajo qué forma? Bajo la forma vigorosa por excelencia, para que esta paralice la producción: un amplio movimiento de huelgas indefinidas.
Los militantes de Révolution han conseguido que se apruebe la siguiente resolución en las asambleas generales de estudiantes en la Universidad Toulouse Jean Jaurès y en la Facultad Paul Valéry de Montpellier:
“La Asamblea General da su apoyo al movimiento de los Chalecos Amarillos, así como a todos los trabajadores, estudiantes de secundaria y universitarios movilizados contra la política antisocial del gobierno Macron.
Ya no se trata hoy por hoy de luchar contra tal o cual ataque del gobierno, sino contra el conjunto de su política. Este gobierno ya no es legítimo. Hay que derrocarlo.
En esta perspectiva, el movimiento sindical debe poner en el orden del día una huelga general de 24 horas como punto de partida de un amplio movimiento de huelgas indefinidas.”
Desde el 17 de noviembre, visto el éxito de la movilización de los chalecos amarillos, las direcciones sindicales (si fueran dignas de su función) debieron haber lanzado todas sus fuerzas en la preparación de un gran movimiento de huelgas indefinidas. No han hecho nada de esto. Tres semanas más tarde, siguen sin hacerlo. Peor aún: las direcciones de los sindicatos (salvo la del SUD) han firmado un comunicado conjunto que es prácticamente un llamamiento a cesar el movimiento, a no manifestarse y a dejarlos a ellos, los dirigentes sindicales, “negociar” con el gobierno. ¿Negociar qué, en el momento en que el movimiento y la presión sobre el gobierno hayan cesado? Este comunicado es una vergüenza que provoca la indignación de las bases sindicales, con razón. Muchos militantes de los sindicatos se movilizan junto a los chalecos amarillos y ahora también con la juventud, que está sufriendo una represión brutal.
[HILO] #GiletsJaunes los principales sindicatos franceses (a excepción de SUD) han firmado un comunicado conjunto del 6 de diciembre que es una vergüenza: “nuestras organizaciones rechazan toda forma de violencia en la expresión de las reivindicaciones”
Dicho esto, incluso sin la participación de las direcciones confederales de los sindicatos, se puede desarrollar un poderoso movimiento huelguístico en los próximos días, por el impulso de la base, como en junio del 36 y mayo del 68. Esto lo entienden decenas de miles de trabajadores y de militantes sindicales en las empresas, y están empujando en esta dirección. Si consiguen su objetivo, Macron estará de rodillas. Se verá obligado a, como mínimo, disolver la Asamblea Nacional. Aun así, la cuestión del poder seguirá sobre la mesa, ya que una revolución plantea siempre esta cuestión. Incluso si Macron disuelve la Asamblea Nacional, no es seguro que la burguesía pueda retomar el control de la situación rápida y fácilmente. Para entenderlo, basta con escuchar el fervor con el que muchos chalecos amarillos (despreciados ayer como “nada”) exigen el “poder para el pueblo”.
El movimiento debe dotarse de órganos democráticos desde ya. Asambleas generales abiertas a todos los sectores en lucha deben elegir delegados a nivel local y nacional para organizar la huelga y su extensión al máximo de empresas. El objetivo inmediato es la paralización de la economía y el derrocamiento del gobierno. Al mismo tiempo, estos órganos democráticos del pueblo en lucha sentarán las bases de un gobierno de los trabajadores, dado que si el gobierno Macron es derrocado esta cuestión se planteará inmediatamente.
Las protestas de los Gilet Jaunes (chalecos amarillos) en Francia están en un punto de inflexión. Enfrentado a la creciente radicalización de la protesta, que ahora amenaza la supervivencia de su gobierno, Macron cambió su tono desafiante y prometió “suspender” el aumento de los impuestos sobre los combustibles que provocó el movimiento. Este paso atrás se produjo después de las batallas callejeras del fin de semana entre miles de manifestantes y la policía que dejaron más de 200 heridos solo en París y resultó en al menos una muerte.
La clase obrera organizada ha comenzado a entrar en la lucha (aunque los líderes sindicales han sido arrastrados a ella), al igual que los estudiantes, que están ocupando sus instituciones en solidaridad y planteando sus propias demandas. Pero a pesar del intento de Macron de desactivar la situación, la explosión de rabia y frustración por los años de austeridad y desigualdad ha adquirido una lógica propia, y no será fácil hacer volver el genio a la botella.
Los acontecimientos del sábado y domingo marcaron el tercer fin de semana consecutivo de disturbios en la capital francesa. Miles de manifestantes tomaron las calles de París, aunque las cifras exactas no están claras, es cierto que más de 100.000 personas participaron en manifestaciones en todo el país. Esto es menos de lo que salió el fin de semana pasado (200.000 según las cifras oficiales, ampliamente subestimadas), pero el estado de ánimo era mucho más radical, y estaba claro que las demandas del movimiento se han movido mucho más allá de la cuestión del impuesto a los combustibles. Entre ciertas capas del movimiento hay un ambiente insurreccional y revolucionario. Los 5.000 que marcharon por los Campos Elíseos al mediodía del sábado gritaban y portaban las consignas “¡Poder para el Pueblo!” y “¡Macron dimite!” Muchos llevaban esta última consigna en sus chalecos.
Odio de clase
El movimiento de los chalecos amarillos comenzó inicialmente en ciudades periféricas, ciudades y áreas rurales de toda Francia (que dependen de vehículos personales para moverse, y por lo tanto se verán gravemente afectados por un mayor impuesto al combustible) e incluye a muchas mujeres y madres solteras. La mayoría son trabajadores de bajos ingresos, incluidas secretarias, trabajadores informáticos, trabajadores de fábricas, trabajadores de reparto y trabajadores de atención y cuidados: en resumen, las personas más afectadas por el aumento de los costes y el estancamiento de los salarios. Estas capas de clase trabajadora y clase media pobre están resentidas por los años de estar exprimidos por la austeridad y el aumento de los costes de vida, y ahora están expresando un profundo odio hacia los ricos y el gobierno de Macron que los representa.
Como Idir Ghanes, un técnico de computación desempleado de París de 42 años, dijo: “Tenemos salarios bajos y pagamos demasiados impuestos y la combinación está creando más y más pobreza… Por otro lado, están los ministros del gobierno y el Presidente con sus fabulosos salarios”. Otros manifestantes, como Marie Lemoine, de 62 años (una maestra de escuela de Provins) señalaron la naturaleza procapitalista e hipócrita de la política de Macron: “Somos el objetivo en lugar de las aerolíneas, las compañías navieras, aquellas compañías que contaminan más pero no pagan impuestos … Macron es nuestro Luis XVI, y sabemos lo que le sucedió”.
El carácter de clase de los chalecos amarillos, y su aversión por los ricos, se hizo evidente durante la manifestación en París el sábado. Actos de vandalismo golpearon el rico oeste y centro de la ciudad, con fachadas de tiendas destrozadas y saqueadas, decenas de caros automóviles quemados y el Arco de Triunfo cubierto de graffitis antigubernamentales, junto con la consigna: “Los chalecos amarillos triunfarán”. Los manifestantes rompieron las ventanas de una tienda de Apple recién inaugurada y las lujosas boutiques de Chanel y Dior, garabateando “Feliz Caos” en una tabla de madera y fijándola a la fachada. Por supuesto, también hubo algunos elementos lumpen y criminales que aprovecharon esta situación, pero ese no es el personaje principal del movimiento.
Imágenes de destrucción fueron difundidas en toda la prensa francesa e internacional en un intento de debilitar y desacreditar a los chalecos amarillos. Sin embargo, una encuesta de Harris Interactive mostró un 72 por ciento de apoyo al movimiento hoy mismo, sin cambios desde hace quince días. En París, hubo una gran simpatía por los manifestantes, y las expresiones de ira se consideraron legítimas. “Estoy totalmente detrás de los ‘Gilets Jaunes'”, dijo George Dupont, residente en el distrito 16 de París, a La Province. “El estado ha robado dinero a los franceses. Es hora de que lo devuelvan”. La maestra asistente Sandrine Lemoussu, de 45 años, quien viajó desde Borgoña para protestar, estuvo de acuerdo y dijo que la gente estaba harta de Macron. “La gente está revuelta. La ira aumenta cada vez más, y el presidente desprecia a los franceses. No estamos aquí para destruir cosas, pero la gente ya está harta”.
Enfrentamientos policiales
Las autoridades no estaban preparadas para la magnitud de los disturbios. Hubo batallas campales en la parte superior del bulevar de los Campos Elíseos y en varios sitios de la ciudad, incluyendo la Ópera y la Plaza de la Bastilla. A pesar de lanzar cañones de agua, estiércol, gas lacrimógeno y porras contra la multitud, la policía se vio abrumada en más de una ocasión cuando la multitud arrojó proyectiles a sus filas y los hizo retroceder. Frederic Lagache, del sindicato de policías Alliance, pidió un estado de emergencia y dijo que se deberían traer “refuerzos del ejército” para proteger los monumentos públicos, para aliviar la presión de la policía.
En algunos casos, la policía simplemente se negó a reprimir a los manifestantes, como se puede ver en un video viral grabado en la ciudad de Pau, en el suroeste de Francia. El video muestra una fila de policías antidisturbios que se enfrentan a un gran grupo de chalecos amarillos y se quitan los cascos para indicar que no atacarán, para saludar y aplaudir a la multitud. Al parecer, esto no fue una muestra genuina de simpatía, sino el resultado de un acuerdo entre el jefe de policía local y los chalecos amarillos (“detendremos nuestra manifestación y retirará su equipo antidisturbios”). Sin embargo, las imágenes ciertamente confirman la confianza del movimiento y la debilidad de la policía.
Como era de esperar, la clase capitalista está horrorizada ante las protestas. No solo porque es malo para los negocios durante el período navideño o debido a la creciente escasez de combustible debido a los bloqueos espontáneos en los depósitos, sino por el temor a que este movimiento se convierta en una amenaza para el régimen en su conjunto. Jeanne d’Hauteserre, la alcaldesa del distrito 8 de la ciudad de París, cerca del Arco del Triunfo, le dijo a BFM TV: “Estamos en un estado de insurrección, nunca he visto algo así”. Varios representantes regionales del gobierno central hablaron anónimamente a Le Monde de una situación “explosiva y casi insurreccional” o “pre-revolucionaria”. También señalaron que fue un sector de la población que se alzó contra los impuestos lo que provocó la revolución de 1968. Un representante concluyó: “Lo que más se expresa es el odio al Presidente de la República”.
Hipocresia de Macron
Macron (quien estaba a miles de kilómetros de distancia en la reunión del G20 en Argentina), respondió a los acontecimientos del fin de semana amenazando con declarar un estado de emergencia y condenando la destrucción, diciendo que “nunca aceptará la violencia”. En general, el gobierno ha intentado crear divisiones en los chalecos amarillos distinguiendo entre los “reclamos legítimos” de los manifestantes “pacíficos” y los “grupos radicales violentos” que se han infiltrado en el movimiento. “Lo que sucedió en París no tiene nada que ver con la expresión pacífica de ira legítima”, dijo Macron el sábado al final de la cumbre del G20. “Ninguna causa justifica que la policía sea atacada, los negocios saqueados, los transeúntes o los periodistas sean amenazados, o que el Arco de Triunfo sea profanado”. Mientras tanto, el ministro del Interior, Christophe Castaner, argumentó que los elementos “ultra-derecha” y “ultra-izquierda” habían incitado a “las personas que acababan de llegar a París a causar estragos”.
Si bien es cierto que hubo elementos lumpen y de extrema derecha en las manifestaciones durante el fin de semana, estos fueron marginales. Desde el principio, el movimiento de los chalecos amarillos ha penetrado en capas muy profundas de la sociedad, con votantes del Frente Nacional y elementos de la clase media que participan junto a la clase trabajadora y sindicalistas. Pero a medida que el movimiento comienza a radicalizarse y la huella de la clase trabajadora aumenta, gran parte de la basura de la derecha se está desechando y las contradicciones de clase se han vuelto más claras. Por ejemplo, otro video viral muestra a Yvan Benedetti, ex presidente del grupo ultranacionalista L’Œuvre française (él mismo vestido con una chaqueta de alta visibilidad), siendo atacado y expulsado por antifascistas de los chalecos amarillos.
Sin embargo, es cierto que la falta de organización y de dirección en el movimiento lo abre a elementos oportunistas. Esto podría ser resuelto con la participación decidida del movimiento obrero francés. Pero la crítica de Macron a la “violencia” de los chalecos amarillos apesta a hipocresía dada la violenta represión que los manifestantes han soportado del Estado francés. Están circulando videos en línea de bandas de policías antidisturbios que persiguen y golpean brutalmente a manifestantes aislados y desarmados.
“Violence on the streets will.not be tolerated” says Emmanuel Macron. Does that apply to police brutality too?
También está el caso de una mujer de 80 años que murió en Marsella luego de recibir un golpe en la cara por un bote de gas lacrimógeno disparado por la policía mientras estaba en su balcón, y la de un hombre de 20 años que ha quedado en coma después de un enfrentamiento con la policía. Esto no incluye la violencia estatal previamente empleada por el gobierno de Macron para reprimir otras huelgas y manifestaciones (como durante las movilizaciones contra la austeridad en 2017, y las huelgas de trabajadores ferroviarios lideradas por la CGT a principios de este año), y el terrible sufrimiento ya inflingido a los franceses por años de austeridad. Los chalecos amarillos son la manifestación inevitable de toda la frustración y el dolor que las masas francesas han estado acumulando. Finalmente han alcanzado el punto de ruptura y han desatado su ira contra el gobierno.
Solidaridad de las bases
Como hemos informado anteriormente, los principales líderes del movimiento obrero han intentado distanciarse de los chalecos amarillos, alegando que “no marcharán con el FN”. Pero de esta manera, abandonaban el campo a la extrema derecha para que intente controlar el movimiento demagógicamente y descarrilarlo. Sin embargo, sindicalistas de la CGT de base, en oposición a su propia dirección, han ofrecido esporádicamente solidaridad al movimiento desde el principio y varias secciones (FNIC, UD13, UD31, etc.) pidieron huelgas y ocupaciones en solidaridad con el movimiento contra el impuesto al combustible. Esto ejerció presión sobre la dirección, quien finalmente accedió a convocar una acción conjunta el sábado. Como resultado, varios manifestantes, compuestos por chalecos amarillos y miembros de la CGT, marcharon juntos en la Plaza de la República en París. Sin embargo, debido a la falta de una planificación adecuada, la manifestación fue bastante pequeña. Aún así, los trabajadores de la CGT (algunos de ellos con chaquetas rojas, otros con amarillas) se destacaron durante todo el día.
La amplitud de las protestas contra el aumento de impuestos de Macron ha resultado en una convergencia de demandas y reclamos de toda la sociedad, y varias capas de la clase trabajadora han entrado espontáneamente en la lucha. Por ejemplo, el domingo, los paramédicos se enfrentaron con la policía antidisturbios el domingo cuando docenas de ambulancias se unieron a las protestas en la Plaza de la Concordia, bloqueando un puente cerca de la Asamblea Nacional. Además de apoyar la lucha de los chalecos amarillos contra el aumento del impuesto sobre el combustible, estos trabajadores se oponen a una serie de reformas de la seguridad social y de la salud que dicen podrían afectar sus servicios. Un manifestante dijo a la agencia Reuters: “[Las reformas] nos aplastarán financieramente y destruirán a nuestras compañías”.
Los estudiantes también han comenzado a vincularse con el movimiento. La semana pasada, las organizaciones estudiantiles de varias universidades importantes (entre ellas Montpellier, Nantes, Rennes) convocaron asambleas generales para discutir un nuevo proyecto gubernamental para aumentar las tasas estudiantiles y la campaña en curso para detener la introducción de criterios de selección para la admisión en la universidad y limitar el acceso a ciertas carrera de prestigio. Estas asambleas plantearon la cuestión de unirse a los chalecos amarillos, en parte para promover sus propias demandas, lo que plantea la posibilidad de un movimiento estudiantil a nivel nacional en solidaridad con los chalecos amarillos.
Posteriormente, durante la semana pasada, más de 300 escuelas secundarias han sido ocupadas y bloqueadas en todo el país, incluso en la ciudad sureña de Toulouse y en Créteil en el área de París. Varios estudiantes de secundaria fueron arrestados después de que la policía antidisturbios fuera llamada a la escuela secundaria Jean-Pierre Timbaud en Aubervilliers, en los suburbios del norte de París. Están circulando en línea videos de policías que disparan granadas de humo a los adolescentes, a quienes se les muestra siendo pateados conforme avanza la policía. Alrededor de 1.000 alumnos, muchos con chalecos amarillos, se manifestaron en Niza y corearon “¡Macron, dimite!” y fotografías de una protesta estudiantil en Burdeos muestran a la policía antidisturbios usando porras para golpear a los jóvenes manifestantes. En otra manifestación en Marsella, los estudiantes secundarios fueron protegidos de la policía antidisturbios por delegados sindicales de la CGT. Los estudiantes universitarios y de secundaria también participaron ampliamente en las manifestaciones durante el fin de semana.
Una retirada parcial
A medida que la presión ejercida sobre el gobierno de Macron se acumulaba, en una reunión con líderes de los partidos de la oposición el lunes, Edouard Philippe, primer ministro, se enfrentó a llamamientos de todas las partes para que sofocara los disturbios eliminando el aumento de impuestos. Marine Le Pen intentó reforzar su imagen demagógicamente pidiendo al gobierno que pusiera fin al aumento de combustible, mientras que Jean-Luc Mélenchon no solo pidió la eliminación “inmediata e incondicional” del aumento de impuestos, sino también que Macron renunciara.
El gobierno finalmente anunció hoy que “suspendería” el aumento del impuesto sobre el combustible, en un intento de aplacar a los manifestantes. Stanislas Guerini, quien el sábado fue elegido el nuevo líder de La République en Marche de Macron, dijo a la radio RTL: “Debemos apaciguar el país”.
Si bien esta retirada forzada es una validación de la acción radical de los chalecos amarillos, en realidad es una concesión muy pequeña que, de hecho, no resuelve nada, ya que se suma a décadas de aumento de impuestos y también se han programado más tarifas para 2019. Este movimiento simplemente tiene la intención de dividir y desmovilizar las protestas y darle al gobierno el tiempo para recobrar el aliento y reagruparse. Sin embargo, podría resultar demasiado poco y demasiado tarde, dadas las conclusiones extremadamente radicales que han sacado los chalecos amarillos, que desde hace mucho tiempo han ido más allá de la cuestión de los precios del combustible. Esto se ha convertido en un movimiento sobre las injusticias crónicas de la sociedad francesa. Si bien algunas capas moderadas podrían retirarse, la mayoría probablemente no estará satisfecha hasta que el gobierno de Macron sea derribado. Además, el movimiento incluso está empezando a extenderse internacionalmente. Manifestantes en Bélgica destruyeron el viernes varios vehículos policiales y arrojaron piedras a la oficina del primer ministro, Charles Michel, pidiendo su renuncia por los altos impuestos y los precios de los alimentos; y los bajos salarios y pensiones. Estos manifestantes “imitadores” llevaban chalecos amarillos de alta visibilidad y bloquearon calles en Bruselas con piezas de andamios que impedían el tráfico. Queda por verse si esto representa una tendencia genuina o un desarrollo a corto plazo, pero refleja el hecho de que existen contradicciones sociales similares en toda Europa.
El problema de la dirección
A lo largo de todo el movimiento de los chalecos amarillos, un problema importante ha sido la falta de coordinación y de dirección adecuados. Hay elementos dentro del movimiento que se resisten a la presencia de la “política”, en forma de partidos políticos o sindicatos, y que presentan a los chalecos amarillos como un fenómeno únicamente “antipolítico”. Los chalecos amarillos no tienen estructuras formales ni dirección electa, sólo un número de “portavoces” no elegidos, que reflejan el carácter político confuso y heterogéneo del movimiento en su conjunto. Algunos de éstos están muy a la derecha, incluido Christophe Chalençon, quien pidió a Macron que renuncie a favor del general Pierre de Villiers: un ex jefe reaccionario de las fuerzas armadas francesas, a quien Chalençon llamó un “verdadero comandante”. Sin embargo, a medida que el movimiento ha madurado y se ha vuelto más radical, ha comenzado a ir más allá de estas figuras accidentales. Los portavoces moderados, Jacline Mouraud y Benjamin Cauchy (el último de los cuales ha sido echado del movimiento de los chalecos amarillos en Toulouse), querían aceptar una invitación para “negociar” con el Primer Ministro, pero se vieron obligados a dar marcha atrás tras la indignación de miembros de base de los chalecos amarillos, que sospechaban que cederían en las demandas más radicales del movimiento, que incluyen la disolución de la Asamblea Nacional.
Debe hacerse un llamamiento a los chalecos amarillos para convocar asambleas generales (que algunos grupos de chalecos amarillos ya han comenzado a solicitar), y elegir una dirección democráticamente responsable que pueda traducir la energía en las calles en un programa de acción. Este es un llamamiento que los sindicatos están en una muy buena posición para hacer, pero hasta ahora, la oportunidad no ha sido explotada. De hecho, el campo está muy abierto al movimiento obrero para proporcionar liderazgo y un programa radical de clase a los chalecos amarillos. Los sindicatos y la Francia Insumisa, en particular, deben aprovechar el impulso que este movimiento ha creado para movilizar a favor de una ofensiva general contra Macron. La política actual de los líderes sindicales ha sido muy insuficiente. La CGT está convocando un “gran día de acción” para el 14 de diciembre, que, dado el rápido ritmo de los acontecimientos, es demasiado tiempo para esperar. Además, el movimiento ya ha visto muchos “grandes días de acción” y pocos resultados. Lo que se necesita es una huelga general de 24 horas, como punto de partida para una serie de huelgas renovables, con el objetivo de derribar al gobierno.
Foto: CGT
La Francia Insumisa, para mérito suyo, criticó las vacilaciones de la CGT y respaldó las demandas de los chalecos amarillos desde el principio. Sin embargo, también ha pedido a Macron que acepte una serie de demandas “progresivas” (cancelar los aumentos de impuestos sobre el combustible, reintroducir los impuestos progresivos sobre las personas con altos ingresos y asignar 40.000 millones de euros de créditos fiscales a las empresas para la “transición ecológica”), o dimitir. Esto es utópico: Macron no hará ninguna de las dos cosas, y continuará combinando pequeñas concesiones con la represión. En lugar de presionar a Macron para que encuentre “una salida a la crisis”, deberían explicar que no existe una solución bajo el régimen burgués actual. Por lo tanto, el objetivo solo puede ser derribar al gobierno de Macron, que solo representa los intereses de la clase capitalista. Pero Mélenchon no ha estado clarificando qué hay detrás del conflicto en líneas de clase. Él ha estado minimizando el carácter de clase de los chalecos amarillos, que describió como una “revolución de los ciudadanos” por una “nueva acción histórica: el pueblo”.
Pero ninguna de las demandas más amplias del movimiento se puede lograr sin la lucha de la clase trabajadora, que tiene la capacidad de paralizar al país y dejar al gobierno suspendido en el aire, como en mayo de 1968. Es por eso que la huelga coordinada y generalizada —unificar a los trabajadores de todos los sectores con la juventud radicalizada— es el único camino hacia la victoria. No importa qué suceda con este movimiento en particular, está claro que se ha abierto un nuevo capítulo en la lucha de clases en Francia, donde, como dijo Frederick Engels, la lucha de clases siempre se lleva hasta el final.
El discurso de Macron del martes por la mañana fue una larga e interminable provocación. Mientras que los chalecos amarillos exigen, como mínimo, medidas inmediatas contra la carestía de la vida, el Presidente habló sobre todo de la situación mundial en el horizonte 2050. No nos ahorró ninguna consideración de “método” ni de “pedagogía”. Pero no anunció ni una sola medida concreta. La modulación de los impuestos en función del precio del petróleo no es una medida concreta: es una vaga hipótesis, sin coste y sin plazos.
Las medidas a tomar son enviadas a las “consultas” a organizar en los próximos meses a nivel territorial. Por supuesto, de ahí no puede salir nada positivo. Ese no es el objetivo. En lo inmediato, lo que le importa al gobierno es anunciar las negociaciones con la esperanza de desmovilizar a los chalecos amarillos. El gobierno les dirá “¿para qué os movilizáis, si hemos abierto negociaciones?”[1].Sin embargo, la jugada es demasiado evidente, y la cantidad de cólera acumulada es demasiado grande, la exasperación demasiado viva, para que este movimiento se conforme con promesas vagas formuladas en un tono docto y arrogante. La lucha va a proseguir con una etapa importante este sábado: la movilización simultánea en las calles de los chalecos amarillos y la CGT (entre otros). En muchas ciudades se anuncian manifestaciones conjuntas. Lo ideal sería que esto se hiciera en todas partes bajo consignas comunes: contra la imposición a los pobre, contra las políticas de austeridad, etc.
El papel de los sindicatos
¿Por qué el gobierno no cede en nada? Porque teme, con razón, que una concesión anime la lucha de las masas y que el conjunto de los trabajadores se digan entonces: “para conseguir algo, ¡hay que hacer como los chalecos amarillos!”. Pero, por otro lado, al rechazar cualquier concesión, el gobierno corre el riesgo de estimular y radicalizar el movimiento.
La experiencia demuestra que un gobierno se enfrenta a este tipo de disyuntiva cuando la exasperación de las masas y su combatividad son tales que el país se encuentra en el umbral de una poderosa explosión social. Ciertamente, nadie puede decir si esta explosión (o más bien esta segunda explosión) tendrá lugar. Pero las condiciones están creadas. Y en este momento la pelota está en el tejado del movimiento obrero; de los sindicatos en primer lugar, pero también de los partidos de izquierdas. Estos tienen que intervenir en el movimiento, apoyarlo y, sobre todo, apoyarse en su impulso para construir una ofensiva general contra el gobierno Macron.
Dejado a su suerte, el movimiento de los chalecos amarillos corre el riesgo de agotarse y dispersarse a la larga. El gobierno probablemente no cederá a la estrategia de bloqueos de carreteras, comercios e instituciones. Éste las “desbloqueará” una a una y apostará por el cansancio del movimiento. Es por esto que el movimiento debe aumentar su potencia, traspasar un umbral decisivo. Hay que combinar la estrategia de bloqueos con el desarrollo de un amplio movimiento huelguístico. Esta es la precondición para la victoria. Pero, en lo inmediato, los chalecos amarillos no pueden organizar estas huelgas ellos mismos. Esa es la tarea, en primer lugar, de las organizaciones sindicales. Estas deben lanzar todas sus fuerzas a esta batalla, no dentro de tres meses, sino ahora.
En vez de hacer esto, los dirigentes sindicales se mantienen a distancia de los chalecos amarillos, cuando no les atacan (Laurent Berger, de la CFDT, es el más virulento). Felizmente la base de los sindicatos reacciona de otra manera, especialmente en la CGT, en la que la posición de la dirección confederal está siendo muy contestada. Y con razón: es escandalosa. En un primer momento, Martínez[2] rechazó apoyar las acciones del 17 de noviembre con la excusa de “no desfilar con el Frente Nacional” (aun cuando la presencia organizada de éste era marginal). Después, para no llamar a participar en las manifestaciones del 24 de noviembre, la dirección de la CGT ha llamado a manifestarse el 1 de diciembre. A fin de cuentas, la CGT no siempre apoya con claridad la anulación de la subida de impuestos a los carburantes. Prefiere pedir un aumento de los salarios (¡como si ambas reivindicaciones se contradijeran!).
Mientras que Martínez multiplica las excusas para mantenerse al margen de los chalecos amarillos, las estructuras de base de la CGT están interviniendo en el movimiento, o al menos se declaran favorables. Estos acercamientos tienen que multiplicarse. Allá donde sea posible, los militantes de la CGT deben proponer a los chalecos amarillos organizar asambleas generales, en las que pueda someterse la cuestión de la huelga. El movimiento de los chalecos amarillos puede jugar un papel importante en la organización de un amplio movimiento huelguístico. No será difícil conectar ambos, ya que muchos chalecos amarillos son trabajadores. Si se les gana para la estrategia de la huelga, se convertirán en excelentes defensores de esta causa en sus empresas. Hay que apoyarse en la extraordinaria combatividad que este movimiento ha hecho surgir.
Las asambleas permitirían también hacer más democrático y más eficaz al movimiento. La elección de ocho portavoces (¿Cómo? ¿Por quién?) ha puesto esta cuestión en el centro del debate. Es necesario un control democrático del movimiento de abajo arriba, con delegados elegibles y revocables a nivel local y después nacional. Por cierto, esto permitiría descartar a los militantes de extrema derecha que buscan prosperar en la confusión. Un discurso anticapitalista claro tendrá mucho más éxito entre los chalecos amarillos que las jeremiadas nacionalistas de la extrema derecha.
¿Apolítico?
Algunos nos dirán: “¡No! El movimiento de los chalecos amarillos es apolítico y debe seguir siéndolo”. Los mismos que normalmente rechazan toda implicación de los sindicatos. No hay que ceder a estas presiones, que siempre favorecen a los elementos más derechistas. Los chalecos amarillos rechazan el sistema político actual, con razón, y a la vez desconfían de los dirigentes políticos y sindicales, también con razón. Pero su movimiento no es en absoluto “apolítico”. Algunas de las reivindicaciones que surgen, como la disolución de la Asamblea Nacional, no sólo son muy políticas, sino también muy radicales. Y hace falta que encuentren una expresión clara en la izquierda y en el movimiento sindical.
La CGT y La Francia Insumisa en particular deben explicar que no se podrá derrocar al gobierno sin un fuerte movimiento de huelgas prorrogables, ya que los bloqueos y las manifestaciones no bastarán. Al mismo tiempo, deben defender un programa de ruptura con el sistema capitalista, ya que la crisis es la causa fundamental de la carestía de la vida y de todos los sufrimientos de las masas. No intervenir políticamente en este movimiento sería dejar el terreno a la derecha y la extrema derecha. No podemos permitirlo.
[1] Conocemos bien este método: se usa sistemáticamente contra el movimiento obrero con la complicidad de los dirigentes sindicales, que corren sin cesar hacia las “concertaciones”, “cumbres sociales” y otras “mesas redondas”
La movilización de los chalecos amarillos marca una etapa importante en el desarrollo de la lucha de clases en Francia. Sin partido, sin sindicato, sin organización preexistente, cientos de miles de personas han participado en las acciones de bloqueo, barriendo de un golpe las pseudo concesiones y las amenazas del gobierno. Una gran mayoría de la población les apoya.
Su determinación está a la altura de su cólera y sus sufrimientos. Arden de indignación contra un gobierno que no para de aumentar la presión fiscal sobre los trabajadores, los jubilados y las capas medias, mientras que los más ricos se benefician de todo tipo de desgravaciones, subvenciones y otras ventajas fiscales. Los chalecos amarillos han entendido perfectamente que el argumento de la “transición ecológica” no es más que un nuevo pretexto para saquear a la masa de la población en beneficio de un puñado de parásitos riquísimos.
Este movimiento es política y socialmente heterogéneo. ¡Naturalmente! La política reaccionaria del gobierno golpea no solamente a los trabajadores, sino también a los artesanos, los pequeños comerciantes, los pequeños campesinos, los profesionales liberales, los jubilados y otras capas sociales intermedias. La heterogeneidad social y política del movimiento de los chalecos amarillos demuestra precisamente su profundidad. No es una movilización sólo de la “vanguardia obrera”, de los trabajadores más conscientes y organizados. Es un movimiento de masas que, de repente, levanta a capas sociales normalmente inertes. Por supuesto, nadie puede decir hasta dónde va a llegar. Pero lo que sí está claro es que un movimiento de esta naturaleza es característico del inicio de una revolución. En la isla Reunión, el movimiento ha adquirido ya un carácter insurreccional.
Los militantes de la izquierda que se ponen exquisitos ante la “confusión” del movimiento, deberían reflexionar sobre esto que escribió Lenin en 1916:
“Quien espere la revolución social pura no la verá jamás. Será un revolucionario de palabra que no comprende la verdadera revolución. […] La revolución socialista en Europa no puede ser otra cosa que una explosión de la lucha de masas de todos y cada uno de los oprimidos y descontentos. En ella participarán inevitablemente parte de la pequeña burguesía y de los obreros atrasados (sin esa participación no es posible una lucha de masas, no es posible ninguna revolución) que aportarán al movimiento, también de modo inevitable, sus prejuicios, sus fantasías reaccionarias, sus debilidades y sus errores. Pero objetivamente atacarán al capital, y la vanguardia consciente de la revolución, el proletariado avanzado, expresando esta verdad objetiva de la lucha de masas de pelaje y voces distintas, abigarrada y aparentemente desmembrada, podrá unirla y dirigirla, tomar el poder, adueñarse de los bancos, expropiar a los trusts, odiados por todos (¡aunque por motivos distintos!) y aplicar otras medidas dictatoriales [1] que llevan en su conjunto al derrocamiento de la burguesía y a la victoria del socialismo” [2]
Estas líneas de Lenin caracterizan bien al movimiento de los chalecos amarillos. Al mismo tiempo, indican el papel que deberían jugar las organizaciones sindicales y políticas del movimiento obrero en estas circunstancias: deberían “unir y orientar” la lucha de masas hacia la conquista del poder y el derrocamiento del capitalismo. En este sentido, la diferencia entre lo que escribía Lenin hace un siglo y lo que hacen hoy la mayoría de los “dirigentes” del movimiento obrero es flagrante, abisal. En los hechos, no “dirigen” nada. Peor todavía, dan la espalda al movimiento de los chalecos amarillos, cuando no lo atacan.
Por ejemplo, el dirigente de la CFDT Laurent Berger ha calificado el movimiento como “totalitario”. En su calidad de agente de la burguesía en el seno del movimiento obrero, Laurent Berger no pierde nunca una buena ocasión de defender el orden establecido, es decir la dominación (“totalitaria” en cierto sentido) de los bancos y las multinacionales.
¿Y por parte de Philippe Martínez (CGT), que dirige la confederación sindical más poderosa y más militante? El “derrocamiento de la burguesía” y la “victoria del socialismo” están a años luz de sus intenciones (lo que es lamentable, ya que los problemas de las masas no se pueden solucionar en el marco del capitalismo). Dicho esto, ¿qué posición defiende Philippe Martínez? Dice comprender la “cólera legítima” de los chalecos amarillos, pero rechaza implicar a su organización en el movimiento ya que no quiere ver a la CGT “desfilar al lado del Frente Nacional”. Al mismo tiempo, sin embargo, reconoce que la extrema derecha es “minoritaria” (de hecho, es incluso marginal como fuerza organizada). Entonces, pese a que la reivindicación inicial y central de los chalecos amarillos es la anulación del aumento de impuestos a los carburantes, Philippe Martínez ni asume ni defiende esta reivindicación. Al contrario, aprovecha la ocasión para pedir al gobierno que suba ampliamente el salario mínimo, de manera que los trabajadores puedan, entre otras cosas, ¡comprar sus propios vehículos!
Esta posición es completamente errónea, está completamente desconectada de la situación real. Por supuesto, hay que luchar por un aumento del salario mínimo y de los salarios en general. Pero esta reivindicación no excluye ni se contradice en absoluto con la que está en el corazón del movimiento de los chalecos amarillos(que no moviliza sólo asalariados): la anulación del incremento de impuestos sobre los carburantes. En vez de oponerle la reivindicación de un aumento de salarios, la dirección de la CGT debería hacer suya la reivindicación central (y justa) del movimiento de los chalecos amarillos, defendiendo a la vez su programa general en defensa del poder adquisitivo, que por supuesto incluye el aumento de los salarios.
La CGT debería explicar: “La subida de impuestos a los carburantes no tiene nada que ver con la ecología. Es un saqueo en beneficio de las multinacionales, ya que el dinero de los impuestos acabará en los bolsillos de los grandes patronos bajo la forma de subvenciones y de regalos fiscales. Si el gobierno necesita algunos millones de euros para cuadrar el presupuesto, ¡que los coja de los cofres de las multinacionales y no de los bolsillos del pueblo!” En vez de lanzar este discurso sencillo y claro, Philippe Martínez cree distinguir el sombrero del patrón detrás de los cascos de los chalecos amarillos y grita “¡Desconfiad!”. Es lamentable.
Rechazando comprometerse con la lucha por la bajada de impuestos sobre el carburante, la dirección de la CGT deja ese terreno a la derecha y la extrema derecha, cuyos demagogos profesionales han descubierto en estos últimos días que están contra estos impuestos y lo hacen saber ruidosamente. Felizmente, militantes y estructuras de base de la CGT no han tenido en cuenta las consignas de Philippe Martínez. Se han movilizado con los chalecos amarillos. Se han creado vínculos, se han llevado a cabo acciones comunes. ¡Éste es el camino a seguir!
Por otro lado, ¿cómo piensa la dirección de la CGT arrancarle al gobierno, y a la patronal, el aumento en más de trescientos euros del salario mínimo que reclama? ¿Organizando una nueva “jornada de acción” sin continuidad, pese al fracaso patente de la estrategia de jornadas de acción en estos últimos diez años? Se supone, no se sabe. Por el momento, frente a un movimiento de masas en el que rechaza participar, Martínez exige aumentos de salarios. Punto. ¡Que lo entienda quien pueda!
Lo hemos subrayado a menudo: la estrategia de las “jornadas de acción” sindical es un impasse. Ha llevado a la derrota grandes movimientos sociales en 2010, 2016 y 2017, entre otros. La crisis del capitalismo francés es tan profunda que, en su carrera de contrarreformas, el gobierno Macron no retrocederá frente a jornadas de acción, por masivas que estas sean. Y por lo tanto, en este momento, para que nuestra clase obtenga una victoria seria, será necesario el desarrollo de un movimiento de huelgas prorrogables [3] en un número creciente de sectores económicos.
Esto es precisamente lo que la burguesía y su gobierno temen: que el movimiento de los chalecos amarillos juegue el papel de detonador de un movimiento de huelgas prorrogables. Este es el momento que ha elegido Philippe Martínez para declarar: “¡Sin mí! No me manifestaré al lado del FN”. Esto es absurdo. Lo que el movimiento de los chalecos amarillos demuestra muy claramente es la exasperación y la combatividad crecientes de ampliar capas de trabajadores. En consecuencia, en vez de disertar en el vacío sobre el FN y los trabajadores, la dirección de la CGT debería hacer todo por apoyar este movimiento y apoyarse en su impulso para poner en el orden del día una ofensiva general de la clase obrera contra toda la política reaccionaria del gobierno. Para empezar, la dirección de la CGT debería llamar a participar masivamente en la manifestación de los chalecos amarillos prevista en París el próximo 24 de noviembre. Entonces, los Wauquiez [4], Le Pen y otros demagogos burgueses no tardarían en desertar del movimiento, es decir, en dejar caer su máscara.
[1] En época de Lenin, antes de los horrores del nazismo y el estalinismo, el término “dictatorial” no tenía en absoluto la resonancia que tiene hoy en día. Lenin designa como “medidas dictatoriales” simplemente las medidas económicas y políticas mediante las cuales los trabajadores imponen su voluntad a la burguesía, exactamente como la burguesía bajo el capitalismo impone su voluntad a los trabajadores. En este sentido, la “dictadura del proletariado” no es otra cosa que la democracia obrera, el poder de los trabajadores, una vez que han derribado la “dictadura del capital”
[2] Lenin, Balance de la discusión sobre la autodeterminación, en Obras escogidas, Moscú, Editorial Progreso, 1973. Énfasis en el original.
[3] La huelga prorrogable es una huelga convocada por tiempo definido pero con la posibilidad de continuarla en caso de no llegar a un acuerdo. Es un método habitual del movimiento obrero francés. [Nota de LdC]
[4] Laurent Wauquiez, presidente de Les Républicains, nueva denominación de la derecha tradicional gaullista [Nota de LdC]