Pronto llegará el día de mi suerte, sé que antes de mi muerte, seguro que mi suerte cambiará, pronto llegará, se escucha la canción escrita por Lavoe y Colón1 a lo lejos. Llegan las 7 de la noche y es hora de empezar a levantar el puesto, quitar lonas, de empezar a barrer, de recoger y llevarse la mercancía que no se vendió. Ya casi no hay nadie quien compre a esa hora, pues ya saben que es hora en que levantan los comerciantes. Y sí se quedó algo que se pueda echar a perder hay que rematarlo “aunque sea de a diez pesos”2. Dejar la basura amontonada para que en un rato pase el camión y se lleve los montones de basura a un lugar que “ni sabemos a dónde la van a tirar, pero se la llevan”.
Por las mañanas, mínimo tres días a la semana, hay que levantarse desde las cuatro de la mañana para apartar un lugar en el tianguis, lidiar con la inseguridad de caminar por las calles a altas horas de la noche hacía el lugar de las ventas, si se es que vive cerca, ¡claro!, se tiene esa ventaja. Si se viene de otro lugar, se levantará más tempano, mucho más temprano, porque tienen que traer cosas, porque en el mercado, en este mercado, no se viene con las manos vacías. Una actividad que se hace sólo o con trabajadores y hasta con la propia familia; compartir labores, compartir el proceso de trabajo. Jornadas extenuantes de hasta 15 horas diarias trabajando y 5 horas en los días que no se vende para preparar todo un día antes y no “nos agarren las carreras y poder dormir 5 minutitos más” y así haber llevado tu vida 50 o más años trabajando. 15 horas diarias, 50 años de tu vida.
Pensar el tianguis etimológicamente nos remonta a tiempo prehispánicos desde las raíces de la palabra náhuatl, tianquiztli, del que es la variante. Se conoce ahora como mercado. Un lugar de intercambio, en donde predominaba el trueque, y si había discrepancias en los productos, podía ser compensado con granos de cacao. Al igual que hoy en día, se colocaba en días específicos de la semana.
A los comerciantes del tianguis no les queda ni el nombre de trabajadores. ¿Por qué?, ¿por qué a pesar de las largas jornadas diarias, a los que les gusta contar y hacer censos les denominan «informales» si se trabaja 15 horas diarias? Se ve amanecer y se ve anochecer en un mismo lugar ¿Cómo se puede ser alguien informal? ¿Sólo porque no se les cobra en su ingreso un 30% como a los trabajadores de oficina se les cree que no aportan nada a las cuentas del país? ¿Sólo porque no van 8 horas a una oficina? ¿Por qué si ambos salen a la par a sus lugares de trabajo, toman el mismo metro para moverse se ha de odiar al comerciante por ser «improductivo» y estorbar para que no pase el coche del que va a la oficina que le queda a tres horas de su residencia? ¿Por qué no queda el comercio en los tianguis a la par que otros trabajos? Es que acaso ¿La oficina te otorga dones? ¿Estar en un cuarto de 3×3 te da dones? ¿Cuáles?
Llega la tarde, hay que atender y prepararse, porque se llega la hora pico de 12 a 3 de la tarde, es el momento donde más llega la gente a comprar y hay que estar al tanto porque “hay gente buena como gente fea”. Dan las 3 de la tarde, el sol y el entorno se siente caluroso provocado por las lonas, aún se sigue atendiendo, sólo que la afluencia de gente empieza a bajar, “ya da tiempo de echar taco”. Pasan las horas hasta que dan las 7, misma rutina, empezar a levantar todo porque es hora en que pasa la basura.
Se les pregunta de forma rápida que ¿con cuánto dinero se imaginarían que pudiesen vivir? En donde se reconoce que en el imaginario de los comerciantes el pensar un pago digno ni siquiera es posible. “Uno nunca ha pensado eso, no sabemos” se repiten, unos “4 mil mensuales” o comentarios como “mi familia y yo somos muy gastalones, con 5 mil yo creo”, ni siquiera es posible pensar en un ingreso el cual no sólo tenga que llegar al día de mañana, porque actualmente el salario mínimo es de 7 mil 500 pesos.
Vivir en la constante angustia de ir al día, de apenas y salir al día, lidiar con la degradación que eso provoca, tener que lidiar con las ideas de éxito económico, lidiar con peleas en su trabajo con sus propios compañeros, lidiar con los que recaban datos al no considerarles como trabajadores formales, el que no se les reconozca que colaboran a la economía, lidiar críticas de las demás personas, lidias largas jornada, lidiar regateos de la gente, lidiar todos los días con lo mismo y aun así no se les reconozca a pesar de que los tianguis tengan milenios de ser actividad constante. 15 horas, 50 años, 4 mil pesos. 13 pesos vale la hora de ellos, 13 pesos el valor de cambio a costa de una vida. “Te juro que no puedo fracasar estoy cansado de tanto esperar, y estoy seguro que mi suerte cambiara, pero ¿Cuándo será?” Termina la canción.
16/12/2024
1La canción que esta al inicio y al final del escrito es Héctor Lavoe & Willie Colón (1973). El día de mi suerte [Canción]. En Lo Mato. Fania
2Las palabras entre comidillas son palabras de trabajadores de diversos tianguis en la Ciudad de México
1848 fue un año de revolución en Europa, con el levantamiento de los obreros franceses que se rebelaron contra el viejo orden. Hoy, como Marx escribió entonces, un fantasma aterroriza a las clases dominantes: el fantasma del comunismo.
En febrero de 1848, los obreros de París derrocaron al rey de Francia y proclamaron la Segunda República. Unos meses más tarde, volverían a alzarse en las llamadas “jornadas de junio”, que Marx describió en aquel momento como “la mayor revolución de la historia, […] la revolución del proletariado contra la burguesía.”
Los obreros acabaron siendo derrotados en junio de 1848. Pero el legado de su lucha heroica sigue siendo un símbolo y una lección de gran valor para la clase obrera hoy en día.
La monarquía de julio
Francia en los años 1830 y 40 vivía bajo la llamada “monarquía de julio” del rey Luis Felipe, caracterizada por su corrupción.
Acumulando deudas y ofreciendo contratos para obras públicas a diestro y siniestro, los ministros “echaban las cargas principales sobre las espaldas del Estado y aseguraban los frutos de oro a la aristocracia financiera especuladora”, en palabras de Marx. Este estado de las cosas recuerda mucho al que presenciamos actualmente en Gran Bretaña.
La joven clase obrera era explotada despiadadamente bajo esta “monarquía burguesa”, a menudo trabajando 14 o incluso 18 horas al día, apenas ganando suficiente para sobrevivir. La falta de viviendas suponía que los obreros y sus familias se amontonaban en pequeños cuartuchos, viviendo en condiciones infrahumanas.
Pero también en esta época se empezaron a formar las primeras organizaciones y asociaciones pedagógicas de la clase obrera, donde se debatían acaloradamente las ideas del socialismo. El socialista más conocido de los años 40 era Luis Blanc, que publicó su principal obra, La organización del trabajo, en 1839.
Tomando como punto de partida “el derecho al trabajo” –una idea planteada por primera vez por el socialista utópico Charles Fourier– Blanc exigió la creación de “talleres sociales” por parte del Estado, que ofrecerían trabajo a todo el mundo.
La revolución de febrero
Francia se vio sacudida por una profunda crisis económica en 1846 y 1847, y, en el subsiguiente clima de inestabilidad, la oposición liberal arreció su campaña a favor de la reforma electoral, dirigiéndose directamente al pueblo, o por lo menos a las clases medias respetables, que eran las que más se beneficiarían de una moderada ampliación del sufragio.
Las leyes draconianas de la monarquía contra el derecho de reunión, sin embargo, imposibilitaron la convocatoria de mítines o asambleas políticas. En su lugar, emprendieron una campaña de “banquetes”, en los que los asistentes pagarían una entrada para comer y beber, y, mientras tanto, escucharían discursos de oradores conocidos.
El primer banquete de esta campaña tuvo lugar en julio de 1847 en París. Rápidamente, la campaña cayó en manos de “demócratas” más radicales que abogaban por el sufragio universal.
Los avances de la campaña arrastraron a los obreros que, además del voto, también empezaron a plantear sus exigencias sociales, como estaban haciendo los cartistas británicos. Un banquete en Chartres, por ejemplo, añadió “la organización del trabajo” a su reivindicación del sufragio universal.
En el parlamento, la campaña de los banquetes no hizo nada para quebrar la resistencia del gobierno. En un clima de creciente tensión, el diputado liberal Alexis de Tocqueville dio el siguiente aviso: “caballeros, estoy convencido de que estamos durmiendo sobre un volcán.”
Cuando las autoridades prohibieron la última ronda de banquetes, en París el 22 de febrero de 1848, este volcán entró en erupción.
En los barrios obreros de la ciudad, se asaltaron armerías y se construyeron barricadas. A la mañana siguiente, la Guardia Nacional fue desplegada para imponer el orden, pero en vez de eso acabaron coreando “¡viva la reforma!”
El rey disolvió el gobierno, esperando de esta manera apaciguar la revuelta, pero eso sólo soliviantó a las masas. Cuando un grupo de manifestantes que llevaban una bandera roja avanzaron hacia una línea de soldados, las tropas abrieron fuego sobre la multitud, matando a 52 de ellos.
Los obreros estaban enfurecidos por la masacre y exigían venganza. La monarquía ya estaba condenada.
Al día siguiente, toda la ciudad estaba en manos de la clase obrera armada. En cuanto se anunció la abdicación del rey a favor de su nieto de nueve años, el parlamento fue asaltado por trabajadores revolucionarios que obligaron a que se declarase la República.
Los obreros traicionados
En todas las fases de la revolución de 1848, la iniciativa estuvo en manos de la clase obrera. Fueron ellos quienes montaron las barricadas y murieron defendiéndolas, y fueron ellos quienes impusieron la República. Pero esta revolución obrera aupó al poder a otra clase social distinta. Ni siquiera consiguieron los representantes de los trabajadores una mayoría.
El gobierno provisional que tomó el poder el 24 de febrero estaba formado por republicanos “puros” o “moderados”, con la presencia de un par de socialistas como Louis Blanc que fueron invitados bajo la presión de los trabajadores.
La insurrección de los obreros había llevado al poder a sus enemigos. León Trotski se refirió a esto como la “paradoja de la revolución de febrero” en 1917, y eso se puede aplicar también a febrero de 1848.
En las calles de París, mientras tanto, los obreros armados representaban una autoridad casi incuestionada. Y habiendo conquistado la República, esperaban, como no es de extrañar, que esta les trajera la emancipación de la pobreza y de la opresión.
Al mediodía del 25 de febrero, el primer día de la nueva república, un destacamento de obreros armados se desplazó al Hôtel de Ville (el ayuntamiento). Uno de ellos dio un golpe en el suelo con la culata de su fusil y exigió “droit au travail” (derecho al trabajo).
Blanc, viendo que le planteaban su propia consigna de una manera tan amenazante, de inmediato redactó uno de los primeros decretos del gobierno provisional:
“El gobierno provisional de la República francesa se compromete a garantizar los medios de subsistencia del obrero mediante el trabajo. Se compromete a garantizar el trabajo a todos los ciudadanos.”
El mismo decreto prometió el establecimiento de “talleres nacionales” que dieran trabajo a todo el mundo.
De la noche a la mañana, los obreros de París habían, en efecto, impuesto el programa de Louis Blanc a todo el país, para sorpresa de su autor. Pero el propio Blanc fue alejado en la medida de lo posible de los medios necesarios para implementar esta reforma. En vez de eso, se le puso al frente de una “comisión” que estudiaría la organización del trabajo, sin ningún poder o presupuesto que pudiera ofrecer una solución práctica.
Al mismo tiempo, 100.000 obreros fueron integrados en los “talleres nacionales”. Pero la tarea de organizar a este ejército de parados no le cupo a Blanc, sino a Alexandre Marie, que era un adversario del socialismo.
No es de extrañar que este arreglo no satisficiera a nadie. Los miembros “respetables” de la sociedad estaban escandalizados ante la imagen de miles de obreros puestos a sueldo público sólo por haber estado desempleados, mientras que los trabajadores estaban profundamente desilusionados.
Para ellos, el “derecho al trabajo” no era la caridad, sino la organización de la producción para garantizar a todos un empleo útil de acuerdo con su formación. Lo que querían, en esencia, era el socialismo. Lo que se les dio, como dijo Marx, fueron “los talleres ingleses pero al aire libre.”
Los clubs revolucionarios
Uno de los aspectos más inspiradores de la revolución de febrero fue el movimiento de los clubs. Estos clubs tomaban su nombre de sus antecesores de la gran Revolución francesa, pero ahora tenían un carácter de clase muy diferente.
Incluso los clubs más radicales de la primera revolución eran controlados principalmente por la burguesía. Los de 1848, por otro lado, entremezclaban elementos de asambleas obreras y partidos políticos. Se reunían a menudo para discutir los asuntos candentes del día, así como cuestiones de teoría política y económica.
Para mediados de abril, había 203 tan sólo en París, de los que 149 estaban unificados en una sola federación. Eran en esencia órganos de democracia obrera que crecían rápidamente, asumiendo las tareas diarias de la revolución.
Marx describió los clubs como los “centros del proletariado revolucionario” e incluso como “la formación de un Estado obrero ante el Estado burgués.”
Una cuestión clave para el movimiento de los clubs era su postura ante el gobierno provisional: ¿debía apoyarlo, aun críticamente, o avanzar hacia su derrocamiento? La mayoría de clubs de París adoptaron una actitud conciliadora, viéndose como un punto de apoyo o, en el mejor de los casos, un correctivo al gobierno.
La actitud del gobierno provisional ante los clubs, por otro lado, era más bien de miedo y asco que de supervisión y apoyo.
Mientras que los obreros armados fuesen la principal fuerza en las calles, el gobierno provisional tendría que contemporizar y ofrecer concesiones. Pero nadie en el gobierno albergaba la ilusión de que este estado de las cosas pudiese mantenerse indefinidamente.
El gobierno avanza
El gobierno se fortaleció en las elecciones del 23 y 24 de abril de 1848. Todos los franceses de más de 21 años de edad tenían derecho a votar para escoger los 900 diputados que formarían la Asamblea Nacional. Eso cumplía casi todas las reivindicaciones políticas de los cartistas británicos, que se habían manifestado masivamente en Londres unas semanas antes.
La consecuencia fue una victoria aplastante para el gobierno provisional y la república burguesa. Casi todos los diputados elegidos se presentaron como republicanos, ¡incluyendo muchos monárquicos! Esto reflejaba el estado de ánimo del país. Pero los diputados socialistas y radicales tan sólo obtuvieron unos 55 escaños de los 900 de la asamblea.
Debe recordarse que la clase obrera representaba una pequeña minoría de la población francesa en esa época, siendo la gran mayoría de los electores campesinos que vivían en las provincias.
Una capa significativa del campesinado más tarde se escoraría violentamente hacia la izquierda, pero eso requeriría un tiempo, así que era inevitable que los socialistas se vieran aislados en esta primera etapa.
Los obreros revolucionarios en los clubs estaban asqueados por el resultado de las elecciones y empezaron a exigir el derrocamiento inmediato de la asamblea. Mientras tanto, el gobierno echó a sus ministros socialistas, Blanc y Albert, y se preparó para plantar cara a los trabajadores.
El 24 de mayo, se anunció que los obreros registrados en los talleres nacionales serían o reclutados al ejército o expulsados de París.
Los obreros se enfrentaban a la disolución de sus organizaciones, la deportación y la pobreza. El 22 de junio, Louis Pujol, un encargado de un taller, dirigió una manifestación hasta el Ministerio de obras públicas, donde se encaró con el ministro Marie, que le dijo: “si los obreros no quieren irse a las provincias, les llevaremos allí a la fuerza.”
Esa tarde, Pujol se dirigió a un mitin masivo en el Panthéon. “El pueblo ha sido engañado,” dijo. “Tan sólo habéis cambiado de tiranos, y los tiranos de hoy son más odiosos que los de antes… ¡Tenéis que vengaros!”
Las jornadas de junio
El 23 de junio, las barricadas volvieron a París. A mediodía, casi toda la mitad oriental de la ciudad estaba en manos de unos 50.000 insurgentes, aunque los combatientes armados sin duda eran apoyados por un sector amplio de la población obrera.
Al mismo tiempo, la Guardia Nacional fue llamada a la calle. Pero la respuesta fue ambigua, puesto que en la parte oriental de la capital los guardias se dejaron desarmar por los obreros o se unieron directamente a la insurrección. En la parte occidental, más rica, mantuvieron la disciplina con firmeza.
Para las once de la noche, había ya 1.000 muertos y los combates se prolongaban. Todos los dirigentes de renombre de la clase obrera fueron asesinados, detenidos o exiliados, y muchos también traicionaron al movimiento. Ni un solo diputado socialista en la Asamblea Nacional apoyó la insurrección. El periódico “socialista-democrático” La Réforme explicó: “éramos revolucionarios intransigentes” bajo la monarquía, “pero somos demócratas progresistas bajo la República y nuestra única arma es el sufragio universal.”
Louis Blanc firmó una declaración donde pedía a los obreros que dejasen las armas “fratricidas,” alegando que “eran víctimas de un fatal malentendido.” En teoría, Blanc veía la república democrática como una herramienta para emancipar a la clase trabajadora. Pero en la práctica, su fe en el Estado burgués le llevó a anteponer su defensa a cualquier otra cosa, incluso por encima de los obreros a los que debía servir. Este fracaso ineludible del reformismo atormentará a la clase obrera una y otra vez en todo el mundo.
El estado de sitio fue declarado en París y al General Eugène Cavaignac le fueron otorgados poderes dictatoriales para aplastar el levantamiento.
Engels escribió: “Hoy… la artillería se apunta no sólo contra las barricadas, sino también contra las casas.” Muchos insurgentes capturados fueron ejecutados sumariamente y arrojados al Sena.
Por otro lado, en las zonas bajo su control, los obreros mantuvieron un orden absoluto. Sólo las armerías fueron asaltadas, y los enemigos que caían prisioneros a menudo era liberados.
La derrota
Fue decisivo que los obreros se lanzaran solos a la batalla. Este hecho determinó el desenlace.
La revolución de febrero fue dirigida por los obreros, pero había sido apoyada por un sector decisivo de los pequeños propietarios y artesanos de París, que constituían la mayor parte de la población de la ciudad en aquella época. En junio de 1848, esta “pequeña burguesía” se puso del lado de los defensores de la propiedad privada contra los trabajadores.
Mientras tanto, unos 100.000 voluntarios de las provincias rurales se dirigieron en tropel a la ciudad, viajando hasta 1000 kilómetros para enfrentarse a la insurrección. Machacados por la artillería y rodeados por todos los lados, el levantamiento empezó a retroceder.
El tercer día, las tornas se giraron contra los obreros, y el lunes 26 de junio la última barricada fue tomada por las tropas de Cavaignac. Los obreros de París, aislados, sin una dirección centralizada o artillería propia, habían resistido durante cuatro días contra todo el poderío militar de la “civilización” burguesa.
El gobierno cifró las bajas en 708, y, mientras el número de insurgentes muertos no fue registrado en detalle, es probable que ascendiese a varios miles. Varios miles más fueron deportados a colonias penales en Argelia.
París nunca había presenciado una batalla así de sangrienta, que sólo sería superada por el aplastamiento de la Comuna de París en la semana sangrienta del 21-28 de mayo de 1871.
Lo que distinguió los acontecimientos de junio de 1848 de todas las insurrecciones previas no fue sólo su escala, sino que la Revolución de junio supuso la primera ocasión en que el proletariado desafió el dominio de clase de la burguesía, en su propio nombre.
Es innegable que los obreros y sus dirigentes cometieron errores mientras buscaban el camino justo a tientas, pero eso le sucede a todos los pioneros. Esta era todavía una etapa inicial en el desarrollo de la clase obrera. No sólo no existía un verdadero partido de la clase obrera en este momento, sino que incluso el movimiento sindical estaba todavía subdesarrollado y concentrado en un puñado de profesiones.
Pero es mucho más importante recalcar lo cerca que estuvieron de obtener la victoria, en un momento en el que constituían una minoría incluso en París, por no hablar del resto de Francia.
Los obreros aprendieron y consiguieron más en tres meses que en las tres décadas anteriores.
Habiendo conquistado la república democrática, los obreros inmediatamente intentaron usarla para sus propios fines. Frenados por las mismas instituciones que ellos habían creado, formaron sus propios órganos democráticos para la conquista del poder y para la transformación socialista de la sociedad.
Y a pesar de su derrota los obreros de París ofrecieron a las generaciones siguientes un gran legado revolucionario.
El poder obrero
Los grandes acontecimientos de junio de 1848 también tuvieron un impacto tremendo en el desarrollo del marxismo. Extrayendo las lecciones de la lucha en París, Marx envió una circular a su organización en 1850 en la que insistía que en las revoluciones futuras: “Fuera del gobierno oficial constituirán un gobierno revolucionario de los trabajadores en forma de Consejos ejecutivos locales o comunales, Clubs obreros o Comités de trabajadores.”
Además, explicó que el objetivo de estos comités o clubs no debería ser el de apoyar al gobierno oficial sino desenmascararlo y preparar su derrocamiento, estableciendo lo que él definió como la “dictadura del proletariado” –el dominio de clase de los obreros.
“Su grito de guerra”, dijo “debe ser la Revolución permanente.”
Finalmente, lo que en 1848 fue proclamado sobre el papel se materializó en la práctica en la Comuna de París de 1871: el primer Estado obrero de la historia.
Estas lecciones fueron estudiadas también por Lenin y Trotski, que las aplicaron magistralmente en 1917. Por lo tanto, no es ninguna exageración decir que la derrota de los trabajadores en 1848 está directamente ligada a su victoria en 1917.
Hoy
Estos acontecimientos nos enseñan muchas cosas a día de hoy. El capitalismo global se enfrenta a la mayor crisis de su historia. A lo largo y ancho del mundo, las masas han derrocado numerosos gobiernos en la búsqueda de una vida mejor, y esto es sólo el comienzo.
En Europa, el grado de corrupción y de malestar es comparable a los últimos días de la “monarquía de julio” en Francia e impregna a todas las clases sociales.
Como Tocqueville en enero de 1848, los representantes más perspicaces del orden actual pueden ver el peligro que les acecha: temen una nueva erupción del volcán de la revolución.
Pero la clase obrera moderna es incomparablemente más fuerte que en 1848, y el potencial para la transformación socialista de la sociedad nunca ha sido mayor. Con una dirección revolucionaria, guiados por las lecciones de la historia, la victoria está asegurada.
En las últimas semanas y como resultado de las PASO, por el desplome del voto del Frente de Todos, el gobierno lleva adelante una serie de medidas para “incentivar” la economía. La lógica del gobierno de Fernández & Fernández es ingresar dinero en los bolsillos de los sectores populares sobre la base de la emisión monetaria, que conlleva un endeudamiento y un incremento sin precedentes de la inflación que pulveriza cualquier ingreso. Esto se da en un contexto mundial donde inflación e inestabilidad aumentan las contradicciones del capitalismo, ya que luego de un nivel sin precedentes de intervención en la economía por parte de los gobiernos se ha producido una explosión de demanda que choca frontalmente con restricciones en la oferta produciendo aumentos generalizados en los precios.
Esto sucede con una economía nacional que, según datos oficiales, apenas roza los niveles pre pandémicos y con una región en similar sintonía, el empobrecimiento y la desocupación ya alcanza a la mitad de la población.
La esperanza de un crecimiento o recuperación por parte del empresariado, solo puede darse con el aplastamiento de las conquistas históricas de la clase obrera, eliminando las indemnizaciones, imponiendo una mayor carga laboral y eliminando los convenios colectivos.
Argentina actualmente se encuentra con un estancamiento en la economía. Las cifras son escandalosas, más del 50% de pobreza, (47% en el primer semestre del 2020, según el INDEC); inflación del 50% anual; salario mínimo que apenas roza los $38.000- con un desempleo real muy elevado, con sólo el 40 % de trabajadores en blanco; una deuda total con los acreedores internacionales y el Fondo Monetario Internacional, según el Ministerio de Economía de la Nación, a marzo último ascendía a US$ 335.560 millones. De ese total, el 65% son títulos públicos y un 21%, compromisos con organismos internacionales.
El gobierno intenta negociar hace tiempo con el FMI la gigantesca e impagable deuda externa. La ilusión de lograr un acuerdo con 15 años más de gracia, y con una suerte de “amenaza” que no van a pagar, es lo que recorre las últimas negociaciones en Roma. La negociación de los u$s44.500 millones se encuentra literalmente en un impasse, siendo verdad que el gobierno logró una suerte de acuerdo del G20 de poner en agenda el debate sobre la política de sobrecargos con los países que tomaron deuda con el organismo y la creación de un Fondo de Resiliencia y Sostenibilidad para brindar financiación «asequible a largo plazo» a los países de ingresos medios y bajos, que representa uno u$s1.000 millones por año.
La deuda externa condiciona la vida de millones de personas, una deuda que benefició a un puñado de capitalistas y que se descarga en las mesas obreras embargando el futuro de generaciones enteras.
La única salida viable para las mayorías de trabajadores y trabajadoras es el desconocimiento de la misma. Por cierto, es una medida en defensa de nuestra clase, de su integridad como tal, y no resulta una utopía infantil como gustan señalar los voceros mediáticos apologéticos de las políticas del FdT, sino una necesidad imperiosa para que la vida siga de manera digna. Por lo tanto, los millones de dólares que se destinaron a honrar la deuda y los que a futuro están dispuestos a destinar, posibilitarían trabajo, educación y salud.
Queda en manos de la clase obrera y su vanguardia la resolución de tal tarea.
Control de precios, los monopolios
En Argentina, la interminable carrera entre salarios y precios no encuentra precedentes en los países de la región. La falta de controles es una constante en nuestra realidad, dejando las manos libres a los monopolios de la alimentación, que hacen lo que quieren con los precios. Los niveles de concentración en la producción alimenticia son atroces, apenas unas veinte empresas controlan el 74% de la facturación de productos de la góndola, siendo los rubros más concentrados, el aceite, azúcar, caldos, yogures y fideos.
Roberto Feletti desde la Secretaría de Comercio, impulsó un congelamiento de precios por 90 días de unos 1600 alimentos y bebidas, en general de tercera línea.
La respuesta no se hizo esperar, ya que ante esta tibia medida las declaraciones de rechazo explícito de las principales cámaras empresarias alimenticias marca el comienzo de medidas de desabastecimiento en varios lugares del país.
Un informe del CEPA (Centro de Economía Política Argentina), señala que son seis las grandes cadenas de supermercados que acaparan el 80% de las ventas: Carrefour, Cencosud (Disco, Jumbo y Vea), Coto, WallMart (Chango Más), La Anónima y Día.
Los niveles de concentración en muchos rubros resultan por demás de claros: en yogures, una sola empresa controla el 77% de la producción; en embutidos este porcentaje asciende al 79%; en jugos en polvo al 77%, en gaseosas al 75% y en cervezas el 71%. Según la consultora CCR, tres empresas concentran el 90,5% de la facturación de aceite (AGD, Molinos Cañuelas y Molinos Rio de la Plata), otras tres empresas el 85% de la facturación de azúcar (Ingenio El Tabacal, Ledesma y Valpafe) y UNILEVER monopoliza el 90,6% de los caldos que se comercializan en el país. En el rubro de los fideos, Molinos Río de la Plata cuenta con el 79,4% del mercado a través de 5 marcas: Manera, Matarazzo, Lucchetti, Don Vicente y Favorita.
La otra pata que el gobierno del Frente de Todos intenta controlar es la gran concentración de los laboratorios y farmacéuticas, un informe de la revista Mercado de mediados de 2017 indicaba que el laboratorio que más factura es el alemán Bayer, junto a dos nacionales: Roemmers y Gador, siendo éstas las empresas que lideran el mercado de los fármacos.
El grado de concentración monopólica es parte del desarrollo tortuoso del capitalismo, Lenin en su obra El imperialismo, fase superior del capitalismo ya lo defina, “la competencia se transforma en monopolio”, “Además, el monopolio genera pobreza crónica en las masas obreras y campesinas, lo que restringe los mercados y empuja al estancamiento crónico en los países adelantados.” “Por lo tanto, existe excedente crónico de capital”.
Entonces el famoso “control de precios” resulta inviable e inocuo ante los monopolios de la alimentación y fármacos que siguen la carrera de remarcación de precios o provocan desabasteciendo. El control en manos del Estado capitalista resulta inviable, no se puede controlar lo que no se posee. Tan solo debemos recordar los últimos 15 años para sacar las conclusiones de este tipo de medidas, precios cuidados, control de precios, resultan una radiografía de la impotencia ante las empresas.
Solo con la expropiación de los principales resortes de la economía bajo control obrero, y en esto la expropiación de los monopolios de la alimentación y de los grandes laboratorios, se podrá de manera definitiva, resolver el flagelo de la carrera inflacionaria y el aumento de la de la canasta de alimentos y remedios.
Solo la clase obrera y su vanguardia, derrocando políticamente a burguesía y estableciendo un gobierno propio, pueden garantizar alimentos baratos y de buena calidad que satisfaga la necesidad de millones de personas con una buena y adecuada alimentación, que posibilite un cambio radical no solo en los adultos, sino fundamentalmente una nutrición apropiada desde la infancia temprana. Dentro de los márgenes de la democracia formal y el capitalismo solo queda la barbarie de un país donde solo ¡uno! de cada cuatro chicos come todos los días.
¡Necesitamos defender el trabajo y el salario!
La crisis sin precedentes del capitalismo vive una nueva fase en su desarrollo, como señalamos más arriba los economistas de los países centrales se encuentran preocupados por el incremento de la inflación, producida por la expansión monetaria en momentos de la pandemia dura, los más lúcidos del establishment ya vaticinaban de tiempo atrás que esto generaría inflación, pero ante el agravamiento de la crisis, potenciado por los quince meses de pandemia que jugó como un catalizador del parate en 2019, la salida más a mano para “resolver” la crisis tomada por los gobiernos fue la inyección sin precedentes de dinero en los bolsillos de la gente y fundamentalmente el rescate de las empresas, algo que Joe Biden junto a la Reserva Federal comenzaron a rever.
El capitalismo argentino es horror sin fin, esta definición resulta moneda constante y sonante en la realidad de las barriadas populares. La ayuda social por parte del gobierno no es más que un paliativo insuficiente en todo nivel. La crisis social, conlleva una crisis del régimen político sustentado en una crisis severa en la economía tan lesionada del país.
Por su parte la oposición agrupada en Juntos por el Cambio y sus satélites de la ultraderecha fascistoide se fortalecen ante el derrumbe del gobierno. Al igual que en 2015 son los dirigentes del Frente de Todos, y su política de conciliación de clases, quienes pavimentan el camino a lo más rabiosamente reaccionario de la clase dominante con el objetivo primordial de salvaguardar la gobernabilidad y las instituciones de la democracia burguesa. Pero también es verdad que se fortalece, en términos relativos, la izquierda. Configurando un escenario que tiende a polarizarse.
Como señalamos la crisis es del conjunto del régimen político, cualquier programa que implique más ajuste puede quebrar la gobernabilidad. Ese es el laberinto sin salida en el que se encuentran los partidos patronales de todo el espectro ideológico.
Se habla mucho de la necesidad de la reducción de la jornada laboral, pero esta consigna sin estar ligada a otras consignas fundamentales, que ayuden a la clase y su vanguardia a dar pasos firmes hacia la independencia política con relación al Estado y los partidos del régimen resulta un cuchillo sin filo.
El derecho al trabajo es el único derecho que tiene la clase obrera en una sociedad organizada sobre la explotación y es un derecho que se le quita a cada momento. Contra la desocupación que se incrementa en cada gobierno, es imperioso plantear la consigna de la escala móvil de las horas de trabajo. Los cuerpos de delegados, las juntas internas y el activismo combativo dentro de los sindicatos y otras organizaciones de masas deben ligar a aquellos que tienen trabajo con los que se encuentran desocupados, por medio de los compromisos mutuos de la solidaridad. Se debe repartir el trabajo existente entre todas las manos obreras existentes y es así como se determina la duración de la semana de trabajo. El salario, con un mínimo estrictamente asegurado sigue el movimiento de los precios. Debemos rechazar cualquier otro programa para el actual período de transición.
Estas consignas deben ser acompañadas por la nacionalización de los depósitos, en la perspectiva de una Banca Única Estatal, junto al monopolio del Comercio Exterior y la expropiación de los medios de producción de los grandes capitalistas del campo y la ciudad.
¡Ante las elecciones generales el 14 de noviembre votemos la lucha por el Socialismo y por un Gobierno de Trabajadores!
Dentro de 10 días estamos convocados a convalidar un programa de ajuste en mano de Juntos por el Cambio o un programa de lo posible que nos ofrece el Frente de Todos.
Ambos espacios políticos con pleno y explícito acuerdo en honrar la deuda externa, o con bravuconadas “que no vamos a pagar la deuda con el hambre del pueblo”, terminan aceptando las reglas de los países centrales y sus instituciones financieras internacionales, impuestos a través del mercado mundial o con la sangría del pago de la deuda, subsumiendo la salud, la educación y el empleo de millones de mujeres y hombres a la lógica del capitalismo en descomposición, dejándolos en la degradación y en manos del narcotráfico. Después del 14 nada va a cambiar para mejor en nuestras realidades y todo va empeorar.
Pero es más cierto que el capitalismo no cae solo, y para que suceda debemos organizarnos en nuestro propio partido de la clase trabajadora. Con la independencia política se trata de forjar a la vanguardia en las tareas y en el programa de la revolución Socialista. Por esto debemos entender que, aunque la situación económica, social y política empeore, un desarrollo independiente de nuestra clase, innegablemente debe superar el escollo de las mediaciones políticas y sindicales. No entender esto significa caer en la pirotecnia y la verborragia “revolucionaria” que poco ayuda a los sectores de base, que, ante la ausencia de una alternativa de izquierda con autoridad de masas, siguen confiando en que es posible una salida Nacional & Popular.
Entonces cobra importancia la formulación de la resolución del factor subjetivo, la construcción de partido revolucionario. Siendo necesario el planteo que tenemos las trabajadoras y trabajadores de contar con un partido propio que defienda nuestros intereses de clase. La tarea principal es ganar a la mayoría de la clase obrera, empezando por su capa más activa.
Hacemos nuestra la convocatoria de un Congreso Obrero y de Trabajadores que convoca Política Obrera Tendencia.
Y ante las elecciones llamamos a votar a las candidatas y candidatos de Política Obrera Tendencia en los lugares que pudieron pasar el piso proscriptivo de las PASO porque como señalamos en nuestra declaración “De cara a las PASO 2021: Construir una alternativa revolucionaria” creemos que existe en este espacio un punto de apoyo para impulsar un debate necesario entre la militancia de izquierda. Allí donde no esté presente Política Obrera creemos necesario alentar el voto a la izquierda del FIT-U, con la plena conciencia que debemos seguir por el camino de señalar la desviación hacia el cretinismo parlamentario de su dirigencia y en la necesidad de un debate leal con sus bases para forjar la dirección revolucionaria que necesitamos para llegar al poder.
Sin atajos, sin ambigüedad, sin Asamblea Constituyente alguna, aunque sea soberana o revolucionaria, ya que si tenemos las fuerzas suficientes -sobre la base de la movilización de las masas- para convocar a una Asamblea Constitúyete quiere decir que hay fuerzas para la autoorganización obrera y construir nuestro poder. Por una izquierda que llame a potenciar en las fábricas, los lugares de trabajo, los barrios, las universidades, las escuelas y en todas las luchas, organismos de autoorganización que concentren todo el poder en sus manos, para aplastar la resistencia de los banqueros y los capitalistas y avanzar hacia un régimen de democracia obrera. Esa es nuestra propuesta al Congreso Obrero.
Construyamos bajo la sólida roca de la teoría marxista.
Para mis tíos Eugenio y Víctor, que me enseñaron a jugar.
El materialismo dialéctico es una filosofía revolucionaria que afirma que toda la realidad, en sus infinitos niveles, se encuentra en constante cambio, desarrollo y movimiento. Es una filosofía general del movimiento de la realidad en su conjunto: la naturaleza, la sociedad y el pensamiento. Cada nivel de la realidad contiene sus propias leyes de movimiento específicas, pero que en condiciones determinadas pueden transformarse, en otro tipo de fenómeno. Sostiene que el movimiento se da a través de la tensión de fuerzas opuestas y a través de etapas sucesivas y progresivas. La realidad es siempre concreta o es una síntesis específica de múltiples determinaciones.
En el ajedrez la dialéctica se expresa a su manera, sólo hay que saber mirar. “El cambio es el alma del ajedrez”[1], decía el ajedrecista alemán Kieninger. Interesantes procesos dialécticos los podemos encontrar en las 64 casillas de un tablero de ajedrez y por esto en “el juego ciencia” se pueden encontrar de forma peculiar ejemplos de comportamiento dialéctico. De hecho, el ajedrez está cruzado por todas las leyes de la dialéctica, incluso la unidad entre lo finito e infinito. Trataremos de demostrar esto.
¿Qué puede aportar el pensamiento dialéctico al ajedrez? Por supuesto que se puede ser un gran maestro de ajedrez sin conocer nada del materialismo dialéctico, de la misma forma que se puede ser un gran médico sin ser marxista. Pero nos parece que, en la filosofía dialéctica, mejor que en cualquier otra filosofía, se pueden integrar de forma armónica y coherente la teoría y los conocimientos del “juego ciencia”. Aunque no se sepa nada de dialéctica, un buen jugador sabrá reconocer que en el juego hay lucha de opuestos, tensiones, saltos bruscos y otros fenómenos interesantes que son propios de la dialéctica. Es posible que al jugador le resulte más significativos al considerarlos filosóficamente y llamen su atención sobre la vigencia del pensamiento marxista. Y para quien no ha aprendido a jugar ajedrez, tal vez este artículo sirva tanto para interesarle en el juego como en la filosofía revolucionaria.
El ajedrez como espejo de la historia y producto social
“Si para Boris Spassky el ajedrez es como la vida y para Victor Korchnoi el ajedrez es mi vida, para Bobby Fischer el ajedrez es la vida”[2]. Nosotros, como Spassky, creemos que el ajedrez es como la vida, en el sentido de que es un espejo de la historia. Es una ventana a la guerra en el mundo antiguo. En este sentido, es la plasmación idealizada de los choques más violentos de la humanidad. ¿Es necesario explicar su relación con la lucha de contrarios?
El origen más remoto del juego del que se puede estar seguro está en el “Chaturanga” de la antigua India, un juego de mesa cuyas primeras referencias datan del siglo III antes de nuestra era. En sánscrito –una de las lenguas más antiguas de la rama indoeuropea– significa “cuatro fuerzas”, de hecho “chatur” está emparentada con nuestra palabra “cuatro”. Tal vez el nombre estaba relacionado con el hecho de que era un juego que podía jugarse por cuatro personas a la vez (también podía jugarse entre dos). Es más probable que hacía referencia a los componentes básicos de los ejércitos en el lejano oriente: la infantería (los peones), los caballos, los carros de guerra (lo que ahora son las torres) y los elefantes (los alfiles). De hecho, el Mahabharata del siglo III a.C. llama Chaturanga a una formación de batalla, lo que refuerza esta segunda interpretación.
El Chaturanga podía jugarse con dados. Posiblemente estaba en el punto de transición de dejar de ser en parte un juego de azar para convertirse puramente en un juego de estrategia, donde lo único que cuenta es la inteligencia de los oponentes, característica esencial del ajedrez y de los juegos pertenecientes a esta familia. Los peones –de la palabra latina que significa pie y guarda relación con peatón– nunca retroceden, son la pieza de menor valor, pero son, al mismo tiempo, el alma del juego, como los buenos soldados lo son de un ejército. Son la representación del pueblo raso e históricamente son las piezas del juego que se han representado de forma más genérica y menos estilizada, de hecho ni siquiera son consideradas “piezas”. En el ajedrez las “piezas mayores” son la dama y la torre y las “piezas menores” el alfil y el caballo. Los prejuicios clasistas se expresan incluso en este juego. Los caballos son las únicas piezas capaces de saltar sobre el enemigo y son excelentes para maniobrar y frenar el avance de los peones, su movimiento excéntrico representa la caballería antigua. Los carros de guerra de la antigüedad no tenían ángulo de giro, era difícil desviarlos de la línea recta y por ello nuestras torres actuales avanzan en vertical y horizontal. Los elefantes cruzaban las líneas enemigas causando estragos y quizá como expresión de la destrucción en las líneas enemigas los alfiles podían originalmente saltar; de este cruce de las líneas enemigas sólo queda en los alfiles modernos el hecho de que corren en diagonal. “Fil”, en árabe, como “pil” en persa, significan elefante, con el artículo árabe “al” tenemos “alfil”, que literalmente significa “el elefante”. Originalmente la dama era el visir o consejero del rey y movía por pocas casillas, pues era una especie de guardaespaldas del rey. Evidentemente no existía una figura femenina en el chaturanga –no es de sorprender, debido a la marginación de las mujeres sobre todo en la guerra– y se cree que la dama fue introducida durante la Edad Media, en Europa, como un homenaje a “nuestra señora” o Virgen María pero alcanzó su movimiento a larga distancia en el Renacimiento, como representación de las poderosas reinas del despotismo ilustrado, como Isabel la Católica. Durante la Edad Media, los elefantes fueron sustituidos por obispos debido al peso de la iglesia católica (en inglés, alfil se dice “bishop”) y los carros de guerra fueron sustituidos por la representación de las torres medievales que determinaban los límites de los castillos, como también lo hacen en el juego. De la antigua India, el Chaturanga viajó a Persia, donde al juego se le llamo “shatrang”, palabra relacionada con el “sha” o emperador persa. De hecho, nuestra palabra “jaque mate” significa “el rey ha muerto” y está relacionada con la palabra “jeque” (anciano). No olvidemos que los reyes y jefaturas surgieron a partir de la democracia tribal, donde los ancianos tenían un peso muy importante.
De la India, el juego pasa al Imperio bizantino y a Persia, donde lo toman los árabes después de la caída del impero sasánida. Desde el siglo VII, los sabios musulmanes del ajedrez comenzaron a publicar interesantísimos problemas de ajedrez llamados “mansubat”; composiciones, sobre todo de mate forzoso, que aún sorprenden por su ingenio. Al publicar estos estudios y discutirlos, los árabes dieron un impulso de gigante al juego que se adelanta al impulso que se dará en occidente a través del Renacimiento y la imprenta. Como se sabe, los persas musulmanes llevaron el juego al norte de África y a España, especialmente Córdoba, durante el siglo X y de aquí al resto del mundo occidental. Los árabes solían agregar artículos a las palabras, llamando “ash-shatrang” al juego, palabra que fue transformada en castellano antiguo como “acedrex”. Debido a la peculiaridad de la evolución fonética del idioma la “x” final, que sonaba como “sh”, evolucionó en “j”, dando lugar a la palabra ajedrez.
El origen indio del ajedrez es el que ha generado más consenso entre los historiadores, pues el Chaturanga es el juego del que se puede rastrear de forma más documentada su evolución y relación con el ajedrez moderno. Parece ser que para la casta guerrera en la antigua india – los chatrias– el Chaturanga formaba parte de la estrategia de la guerra y representaba la lucha entre titanes y dioses, asuras y devas. El ajedrez habría tenido un profundo sentido dialéctico desde su surgimiento y en relación con la filosofía explícitamente dialéctica de las antiguas civilizaciones. Y, sin embargo, hay candidatos de su origen prácticamente en los extremos y los puntos intermedios más importantes de la ruta de la seda: desde Egipto hasta China – en Grecia, Roma, Mesopotamia y Persia– y con una antigüedad mucho mayor que el Chaturanga. La ruta de la seda, o las especias, fue fundamental, como vemos, para la formación y difusión del juego. Como sabemos, esta ruta no sólo fue importante en el desarrollo del ajedrez; también lo fue para el comercio y el intercambio cultural, en la formación de las lenguas indoeuropeas, la difusión del caballo y el propio desarrollo e historia del viejo mundo.
Hay pinturas en el antiguo Egipto, de más de tres mil años de antigüedad, donde se ve al faraón Ramsés o a otros personajes reales jugando un juego de mesa parecido al ajedrez. El propio Platón escribió en el Fedro: “Me contaron que cerca de Naucratís, en Egipto, hubo un Dios, uno de los más antiguos del país, el mismo al que está consagrado el pájaro que los egipcios llaman Ibis. Este Dios se llamaba Teut (Thot). Se dice que inventó los números, el cálculo, la geometría, la astronomía, así como los juegos del ajedrez y de los dados, y, en fin, la escritura”. En el original Platón no dice “ajedrez” pues la palabra no existía, dice “petteia” –que se puede traducir como guijarro, juego que también aparece en las obras de Polibio y Sófocles– y parece que era un juego más paracido a las damas chinas que al ajedrez, pero no se puede descartar a priori alguna relación “genética”. También se han encontrado juegos de mesa con tableros cuadriculados en la antigua Mesopotamia, con más de 3 mil años de antigüedad. También existe una leyenda según la cual fue el gran inventor griego Palamedes quien, para entretener a los soldados durante el sitio de Troya, habría creado algo parecido al ajedrez.
Por si fuera poco, también existe la versión de que el ajedrez fue inventado en China. El primer gran maestro chino, Liu Wenche, en su libro “La escuela china de ajedrez”, sostuvo: “En el siglo XX a.C. se creó un juego de astrología y fisonomía, con una función adivinatoria (fábulas de los cuerpos celestes de Shen Nongshi). Esto reflejaba el desarrollo de conocimientos religiosos y científicos, y la combinación de técnicas y brujería. […] La Historia de la dinastía occidental Jin, recopilada en la época de los Estados Guerreros, registra la fábula en la que ‘Yao enseña el danzhu‘, e informa de que el primitivo go fue inventado en torno al siglo XXV a.C. El tablero tenía 8×8 casillas. […] El Liu Bo y el Sai Xi son los antecedentes más antiguos del ajedrez documentados en los anales históricos chinos. En el transcurso de su desarrollo, las piezas negras y blancas fueron reemplazadas por los diseños del tigre y el dragón. Esto es un reflejo de la adoración totémica por el dragón y el tigre en la sociedad antigua. El uso de estos diseños introduce el fundamento para el modelo tridimensional de las piezas de ajedrez en tiempos posteriores. El desarrollo del Liu Bo se bifurcó más tarde en dos direcciones. Una línea de desarrollo dio origen a un juego de azar. La otra dio lugar al Xiang Qi, que absorbió la quintaesencia del juego de astrología y fisonomía, así como el ajedrez primitivo y otros juegos populares.”
Este punto de vista era apoyado por algunos historiadores soviéticos del ajedrez: “En enero de 1984, la revista Shajmaty URSS publicó un artículo titulado El origen del ajedrez, por el Dr. Chelevcour, un investigador del Instituto del Lejano Oriente, de la Academia Soviética de las Ciencias. En dicho artículo el autor afirmaba: No es coincidencia que las piezas del ajedrez se dividan en negras y blancas y que se sitúen en un tablero de 64 casillas. Parece que las formas del ajedrez provienen de antiguos símbolos chinos del Libro de los cambios, en el siglo IV a.C. Como vemos, a diferencia de la teoría principal, esta hipótesis considera inverso el recorrido expansivo del ajedrez, es decir, que desde la China se habría expandido a la India y luego a Persia. Liu Wenche concluye su exposición afirmando que el go, el Xiang Qi y el ajedrez proceden del juego-en-blanco-y-negro que existía hace 5.000 años, y que todos ellos son otras tantas manifestaciones del pensamiento filosófico reflejado en el Libro de los Cambios. Por último, que el proceso de transformaciones en el go y el ajedrez duró, en consecuencia, miles de años y que esos cambios siguieron distintas direcciones en dichos juegos”[3].
Pero quizás más interesante es la simbología dialéctica con la que explícitamente habría sido desarrollado el juego: “Blancas y negras representan dos tipos de fuerzas universales: la luz, factores activos y hermosos, por un lado; y la oscuridad, factores negativos y malvados, por otro (yin y yang). Según el Libro de los Cambios, el número 64 sintetiza todas las situaciones objetivas. En los 64 hexagramas todo tiene su símbolo: un diagrama que está compuesto por seis líneas compactas o rotas (yao), muchas de las cuales incluyen la idea de interconexión y apoyo mutuo”[4].
Sea como fuere, no cabe duda de que la interconexión económica y cultural que corría por las venas de la “ruta de la seda y las especias” fue un factor clave en el surgimiento de una familia de juegos, ya fuera que éstos surgieran inicialmente de forma independiente sin ninguna relación entre sí, o que esten realmente emparentados, pero sin que sepamos plenamente en qué dirección geográfica se dio esa influencia. Por ello, tal vez sea incorrecto pensar que alguien inventó el ajedrez en un momento puntual en el tiempo. Éste surgió como parte de un largo proceso de fusión intercultural, como un producto social. No hace falta mucha imagnación para visualizar a los comerciantes llevando y trayendo entre sus cargamentos extraños y misteriosos juegos de mesa, que se modificaban y se influían mutuamente según el tiempo y lugar. Así, por ejemplo, las piezas más antiguas que se conservan pertenecen a un ajedrez vikingo de los años 1150-1200, hecho de colmillos de morsa –los vikingos no sólo eran temibles guerreros sino al mismo tiempo comerciantes–. Una fiel representación de este ajedrez vikingo aparece en la película “Harry Potter y la piedra filosofal”.
Hasta el siglo X, la evolución del ajedrez aún era muy confusa, se jugaba de unas seis maneras distintas y en tableros de 4 a 12 casillas por fila y entre dos o cuatro personas. Pero por estas fechas se introdujo el patrón de cuadros en claro/oscuro que conocemos en la actualidad. Recordemos que el Chaturanga se jugaba sobre cuadros monocromáticos (aunque si es verdad la teoría de Liu Wenche habrían existido tableros en blanco y negro muchos siglos antes en China). Vemos que la evolución del juego no fue un asunto lineal, ni de una sola rama.
El ajedrez es un juego de mesa con reglas convencionales. Pero una vez que surgió –hace más de mil años– el juego, sus reglas y sus leyes adquirieron una dinámica propia que escapa a lo que llamamos convencional, si por esto entendemos el establecimiento arbitrario y acordado de reglas superficiales. Una vez que surgió el ajedrez, evolucionó y adquirió su propia lógica interna. Lo mismo sucedió –aunque obviamente con mayor complejidad– con el lenguaje humano y las matemáticas, que evolucionaron con leyes propias que escapan al control consciente de los seres humanos que las abstraemos y utilizamos. Es verdad que los seres humanos hemos puesto las reglas del juego, pero estas reglas y leyes son producto de la evolución del ajedrez. Así, por ejemplo, fue durante el Renacimiento y la Ilustración que las piezas adquirieron los movimientos definitivos que conocemos en la actualidad, pero esto se dio como una necesidad interna que pedía mayor dinámica. En esa época el ajedrez comenzó a jugarse entre sectores más amplios de la sociedad.
Durante miles de años había sido un juego de reyes –todavía se le llama “el juego de los reyes y el rey de los juegos”–, los cuales podían darse el lujo de jugar por horas un juego de mesa lento, en el cual los alfiles y lo que será la dama se movían pocas casillas. La relativa masificación del ajedrez exigía un dinamismo mayor. Así, durante el siglo XV, surgieron movimientos como las dos casillas iniciales del peón, el consiguiente “peón al paso” y el enroque –palabra que viene del persa “rukh” que significa “carro de guerra”, en referencia al movimiento de la torre que implica el enroque, pieza que originalmente representaba al carro de guerra–.“La razón de haber introducido el enroque era alejar al rey del centro, a fin de acelerar el juego, puesto que mientras el rey siguiese en el centro su seguridad requería mucha atención. En consecuencia, la apertura de líneas centrales tenía que postergarse hasta que el rey fuese conducido a un área más tranquila”[5]. Pero las reglas del enroque y la forma en que lo conocemos no surgieron sino hasta en plena ilustración. También surgieron los movimientos a larga distancia de reina y alfiles que adquirieron tanto poder que al juego se le conocía como “el ajedrez de la dama” para diferenciarlo de otras versiones. El Chaturanga y el ajedrez -más o menos como lo conocemos- se jugaban al mismo tiempo.
Si la versión más difundida del ajedrez es la versión europea, se debe no sólo al dinamismo del ajedrez moderno frente al relativamente lento Chaturanga sino a que serán los europeos los que impongan el dominio del capitalismo a nivel global y con éste la versión occidental del juego. El ajedrez y sus “parientes” (como el shogi japonés, el Xiang Qi chino o el makruk tailandés) son producto de una historia milenaria con una dinámica propia que se eleva, por así decirlo, al control directo de los jugadores individuales; es un producto social. El ajedrez es un simple juego de mesa, pero es mucho más que eso. Al ser un juego tan complicado e inagotable, en él surgen patrones y líneas que no se agotan u otras que se van descubriendo. El ser humano creó el ajedrez, pero éste escapó a su creador. No es un asunto místico, sino el salto cualitativo de un fenómeno que surge y adquiere su propia dinámica.
Dialéctica de lo finito y lo infinito
Vimos que no es posible establecer quién inventó realmente el ajedrez y que lo más seguro es que no fuera invención de un personaje en particular sino el resultado de la confluencia y evolución histórica de una serie de juegos similares. Aun así, conocida es la leyenda del Brahmán llamado Sissa -historia contenida en el libro de Al-Masudi del año 934-, que ya sea para entretener a un poderoso rey indio o para consolarlo por la muerte de su querido hijo, inventó el ajedrez. En recompensa el rey ofreció a Sissa que le concedería cualquier cosa que le pidiera. Se dice que el Brahmán hizo una petición aparentemente muy modesta: “Quiero un grano de trigo en la primera casilla del juego, y 2 en la segunda, y 4 en la tercera y así sucesivamente hasta la casilla 64…”. El rey se quedó sorprendido y después de un tiempo preguntó a sus consejeros si habían entregado el modesto regalo a Sissa, pero le respondieron: “Su majestad, no hay en el reino cantidad suficiente de trigo para pagar la deuda con el sabio Sissa”. La cantidad equivale a 18 446 744 073 709 551 615 (18,4 trillones) de granos de trigo. Era el quivalente a acumular todas las cosechas de trigo de todo el mundo por un lapso de 2 mil años. Para darnos una idea de lo que significa esta cantidad, Leontxo García, en su libro Ajedrez y ciencia, pasiones mezcladas, señala: “¿Cuántos barcos de 100.000 toneladas falta para transportar todo ese trigo? Pues nada menos que 3.689.348 barcos. ¿Y cuánto espacio ocuparían esos cargueros en el mar si los pusiéramos en fila, uno detrás de otro? Darían 17 vueltas al planeta. Aunque nos dedicaramos sin parar a contar grano por grano, a razón de uno por segundo, esa inmensa cantidad de trigo sólo contaríamos un metro cúbico a los seis meses, unos veinte metros cúbicos a los diez años y una parte insignificante durante lo que le quedase de vida. Algunos autores dicen que esa cantidad habría bastado para cubrir Gran Bretaña con una capa de 11,67 metros”[6].
Los 18 trillones son una cantidad asombrosa pero finita. El ajedrez contiene al infinito –al menos en términos de la vida del ser humano– y por ello es un juego inagotable. “Justo después de que los dos jugadores de ajedrez ejecuten su primer movimiento, se abren muchas posibilidades de juego. Concretamente, existen 400 posiciones posibles en el tablero. Después del segundo turno, hay 197.742 partidas posibles. Y después de tres movimientos, hay 121 millones. Para ponerlo en perspectiva, solo hay 1015 cabellos en total en todas las cabezas del mundo, 1023 granos de arena en el planeta Tierra y unos 1081 átomos en el universo”.[7] ¿Cuántas partidas diferentes se pueden jugar? El conocido matemático Claude Shannon hizo un cálculo del número total de partidas posibles, que formarían el árbol completo del juego del Ajedrez. Obtuvo la cifra de 10120, es decir, 1.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000. Un 1 seguido de 120 ceros, partidas de ajedrez distintas. Actualmente se estima que este número es “algo” mayor: 10 a la 123.
No omitimos señalar que como marxistas consideramos que el universo es realmente infinito y no existe un número limitado –por más grande que sea– de átomos en el universo. Pero aún siendo realmente finitas el número de partidas que se pueden jugar en un tablero de ajedrez, un 1 seguido de 120 ceros es para fines prácticos y humanos una cantidad infinita. Kasparov afirmó: “Se han jugado millones de partidas, escrito miles de obras y analizado diferentes aspectos del juego, pero hasta ahora no existe fórmula universal del ajedrez ni método que garantice el triunfo, no hay criterios matemáticos rigurosos de valoración, ni siquiera de una jugada, ya sin hablar de posiciones”[8]. Así, en las finitas 64 casillas de un tablero caben virtualmente infinitas posibilidades y por ello esas potencialidades se seguirán desarrollando y profundizando mientras exista humanidad para jugar.
Ajedrez e intelecto
“Los problemas de ajedrez recuerdan los ejercicios de matemáticas y el juego en sí mismo es como una sinfonía de melodías matemáticas” (G. Hardy, matemático y filósofo)
Decía Goethe que “el ajedrez es la piedra de toque del intelecto”[9]. El ajedrez involucra toda una serie de facultades intelectuales que muchas veces aparecen como contradictorias u opuestas. En un momento determinado implica el análisis y cálculo de la posición, pero es también la síntesis de teoría y de experiencia coagulada en forma de patrones. Es abstracción de lo fundamental en la posición, pero sin dejar de tomar en cuenta lo concreto o específico de la misma. El frío cálculo de variantes aprendidas, pero a la vez la imaginación que implica aplicar los patrones de forma creativa, es decir, la chispa de encontrar otros patrones o continuaciones desconocidas –algo que sólo los grandes jugadores pueden lograr–. Se requiere la lógica formal para elaborar juicios sobre la posición, del tipo: si mi caballo va a E5, entonces ocupará una casilla central, por ejemplo. Pero la lógica formal no es suficiente, porque existen modificaciones fundamentales en la posición que implican la necesidad de “cambiar de chip”, cambiar de planes o de tipo de dinámica de forma radical. Si cambia la naturaleza de la posición deben cambiar los planes y los juicios previos. Entonces la lógica formal queda subsumida en un pensamiento más complejo, el pensamiento dialéctico.
En la apertura domina la memorización de jugadas en función de la que hayamos elegido. En el medio juego comienza una mayor creatividad y la memorización suele jugar un papel menor. En el final domina la técnica sobre la memorización o la imaginación. Pareciera que en cada fase del juego suele imperar un aspecto del intelecto. Aunque, por supuesto, no de forma exclusiva. El ajedrez, como se ha dicho, es “deporte, arte y ciencia”. Ciencia porque implica el conocimiento de leyes y su relatividad, el reconocimiento de patrones, estructuras y teorías que yacen debajo de la superficie, la formulación de hipótesis y expresión del pensamiento racional. Arte porque entran en juego la imaginación y creatividad; sin duda existe belleza en un sacrificio brillante, o en uno de los cientos de problemas de ajedrez compuestos, por ejemplo, por Richard Reti. Puede que sea una forma menor de arte, pero muy bella para quien sabe apreciarla. Un gran maestro comentó sobre el gran juego de Alekhine: “Yo también puedo jugar las mismas combinaciones, pero sólo Alekhine puede conseguir las posiciones en que tales combinaciones son posibles”[10]. Esto implica creatividad. Uno de las mas bellas composiciones de Reti es la demostración de que en el tablero el camino más corto no es la línea recta, en palabras de Karpov “para el rey, la suma de los lados del triángulo rectángulo recorrido… ¡es igual a su hipotenusa! Este teorema matemático sólo se aplica a un tablero…”[11]. Es una de las paradojas más famosas del ajedrez y también la demostración de que el pensamiento lineal y formal no siempre es el correcto para encontrar las respuestas. En este video vemos el famoso problema de Reti:
Trotsky –quien era un ocasional jugador de ajedrez– hizo una interesante reflexión sobre el genio y el juego. “El verdadero genio en un campo presupone el fundamento de un cierto equilibrio de poderes espirituales. De no ser así, estaríamos en presencia de una persona dotada de talento, pero no de genio. Pero los poderes espirituales se distinguen por su plasticidad, persistencia y agilidad. La “genialidad” mostrada por los maestros de ajedrez es muy estrecha en su alcance y va de la mano con la estrechez o limitaciones en otros campos. Un genio de la matemática, como un genio de la música, ya no puede ser una persona de dimensiones estrechas en otras esferas. Parece lógico que eso se refiera en no menor medida a poetas de genio. Es necesario recordar que Goethe tenía poderes suficientes para convertirse en un gran experimentalista en el campo de las ciencias naturales. Una fuerza puede transformarse en otra, al igual que todas las fuerzas de la naturaleza”[12]. Estas palabras sobre la estrechez de miras nos recuerdan al genio de Bobby Fischer, quien lo era en ajedrez, pero también un impedido en casi todo lo demás.
Unidad y lucha de contrarios
Para el pensamiento dialéctico el desarrollo se da a través de la tensión de fuerzas opuestas. El ajedrez es una lucha de opuestos. El choque de dos planes que se enfrentan y modifican entre sí. El campo de batalla, las características, las debilidades y los puntos fuertes se crean y recrean durante el choque. Cada avance de peones puede ganar espacio, pero, al mismo tiempo, genera debilidades. Las blancas tienen el privilegio de la iniciativa, pero esto puede cambiar en cualquier momento. Y los buenos jugadores no sólo crean planes conforme se desarrolla la partida, también juegan, por así decirlo, dos veces al mismo tiempo: no sólo consideran sus propios planes sino también los del contrincante, hacen lo que los ajedrecistas conocen como “profilaxis” que consiste en considerar las amenazas y planes del enemigo. El gran jugador soviético Tigrán Petrosián era experto en frustrar los planes del enemigo incluso antes de que se materializaran, parecía que su único plan era evitar el plan del contrincante. Entonces, cuando dos maestros o grandes maestros se enfrentan en el tablero sucede que cada jugador juega dos planes en su mente. En resumidas cuentas, un buen plan debe concebirse como una unidad dinámica de opuestos.
El choque genera tensiones en el tablero, como cuando dos peones se atacan mutuamente, alguna pieza queda clavada o hay jaques a la descubierta latentes. Los maestros suelen mantener esas tensiones sin resolverlas prematuramente para que cuando “revienten” la posición sea favorable; muchas veces “la amenaza es mucho más poderosa que su ejecución”[13] –decía Tartakower– porque la amenaza suele paralizar al enemigo, o porque antes de ejecutar la amenaza hace falta “exprimir” la posición para sacar toda la ventaja que sea posible. Un jugador que prefiera la táctica o la dinámica procurará generar desequilibrios en el tablero, pues mientras más simétrica sea la posición es más probable que se trate de un juego “tranquilo”, más posicional. Los desequilibrios generan mayores tensiones y una partida más aguda. Pero una posición favorable puede convertirse en su contrario en cualquier momento, una amenaza táctica puede revertirse, por ejemplo, con una “jugada intermedia” del enemigo y el atacante se convierte de repente en víctima. David Bronstein afirmó: “Eso sí que es, probablemente, un misterio: discernir desde la distancia algo en la posición que pueda usarse para transformarla radicalmente mediante una sola jugada”[14]. El ajedrez está lleno de saltos de cualidad y cambios bruscos y repentinos, las pequeñas ventajas se acumulan hasta que explotan en combinaciones sorprendentes.
La pareja de alfiles –cuando uno de los jugadores pierde al menos un alfil y el otro bando conserva ambos– constituye una ventaja a largo plazo porque cada alfil por sí solo es “tuerto”: sólo controla las casillas de su color, pero juntas son como las Grayas mitológicas, que comparten su ojo para ser más poderosas, sobre todo conforme el juego avanza y se abren las diagonales. El jugador que tiene la pareja de alfiles tratará de potenciar el alfil que no tiene contrincante y se fortalecerá en las casillas del color que no puede controlar el alfil que ya no tiene el contrincante. Los alfiles son una poderosa unidad de contrarios, jamás se tocan, pues corren por colores opuestos, pero en conjunto tienen el potencial de controlar todas las casillas del tablero.
Las casillas por sí mismas son un factor estático –el campo de batalla siempre estará limitado a 64 casillas– pero cuyo valor cambia conforme transcurre la partida. Los peones –por su lenta movilidad y por el hecho de que nunca retroceden– son un factor relativamente estático que entra en contrapunto y tensión con las piezas pesadas y ligeras que son el factor dinámico. “Esta oposición entre peones y piezas –incluso la de un mismo bando– dimana esencialmente del hecho de que las primeras interceptan las líneas (columnas, diagonales, filas) que las segundas necesitan para activarse”[15].
Debido a la tensión que se genera –sobre todo en los formatos rápidos del ajedrez como blitz– y la concentración que implica el ajedrez de alto nivel, el juego ya es considerado un deporte por el Comité Olímpico Internacional desde el año 1999. “En estudios se ha demostrado que, por el esfuerzo mental, el trabajo del sistema cardiovascular y demás factores, un ajedrecista luego de un torneo importante o de larga duración puede disminuir entre 4 y 8 kilos en su peso”[16]. Las pulsaciones y la tensión arterial aumentan debido al choque de opuestos.
Saltos de cantidad y cualidad
Para la dialéctica, los rompimientos cualitativos se dan como resultado de los cambios cuantitativos, la cantidad se transforma en cualidad en un punto determinado. El ajedrez se desarrolla en fases, cada fase del juego tiene, por así decirlo, sus leyes generales que muchas veces son opuestas entre sí. A no ser que estemos frente a una miniatura –una partida que se decide en pocas jugadas– o que debido a un desastre en la apertura pasemos directamente a un final perdido, el juego suele desarrollarse a través de etapas: la apertura, el medio juego y el final. Mientras que, por ejemplo, suele ser muy mala idea que, en la apertura, saquemos al rey al campo de batalla, es lo que debe hacerse en un final; si sacar la dama en la apertura no es aconsejable, buscar su desarrollo en el medio juego puede ser oportuno. Y cada fase del juego está determinada principalmente por el número de piezas y su desarrollo, es decir que la cantidad determina la cualidad.
Hay principios generales para cada fase de la partida. En la apertura está el principio de priorización del desarrollo rápido de las piezas menores y el enroque rápido. En el medio juego está el principio estratégico de mejorar la peor pieza. Jonathan Rowson, en su libro “Los 7 pecados capitales del ajedrez” nos sugiere “hablar con nuestras piezas” para mejorar la posición de las mismas; ocupar las columnas abiertas o encontrar una buena casilla para nuestros caballos. En el final debemos activar nuestro rey, avanzar los peones pasados, ganar la oposición o buscar que el contrincante quede en zugzwang -situación donde las únicas jugadas posibles empeoran la posición-. Cada apertura y familias de apertura tienen sus planes típicos, su carácter y patrones frecuentes. Pero como en toda buena regla, existen innumerables excepciones. Por cosas como ésta el juego de ajedrez es tan complicado e interesante. Kasparov dijo que “hay que saber las reglas para saber cuándo romperlas”.
En ajedrez es importante la cantidad o el valor absoluto de las piezas que cada contrincante conserva. Se dice que el jugador que ha perdido una torre “perdió la calidad” porque la torre vale más que los alfiles o caballos. Este tipo de ventaja numérica es una ventaja estática, a largo plazo. Aunque ésta es importante y muchas veces se gana con calidad de más –o cantidad si tomamos como referencia el valor teórico de las piezas–, más importante puede ser la ventaja dinámica o “cualitativa”. Es decir, la coordinación de piezas es un factor más importante que el número y valor absoluto de piezas en el tablero. De poco sirve tener la calidad si las piezas que conservamos están “fuera de juego”: lejos del rey que hay que defender, sin poder desarrollarse o descoordinadas. En general, en el ajedrez, cuanta más la “cualidad” –entendida como coordinación de las piezas y su capacidad de actuar juntas– que la cantidad o el valor absoluto de las piezas existentes. El ajedrez es un juego de equipo entre las piezas. La cualidad supera la cantidad.
Un concepto muy interesante en ajedrez –que ha mencionado el maestro Fide Andrés Guerrero– es el de “evolución-revolución”. Las pequeñas ventajas se acumulan hasta que llega el momento de un salto decisivo de cualidad, un cambio dramático en la situación. Un ejemplo muy simple pero ilustrativo de este concepto se da en el “mate de Legal”: la ventaja de desarrollo frente al poco desarrollo del enemigo y su alfil indefenso se convierten de repente en una ventaja táctica decisiva, que implica el sacrificio de la dama y lleva directamente al mate:
Negación de la negación
Esta ley de la dialéctica nos dice que las sucesivas etapas de un proceso tienen un carácter progresivo, de complejidad creciente, pero que las nuevas etapas contienen a su manera a las etapas anteriores, aunque superadas. Algo así sucede en las distintas etapas del juego: En la apertura los principios generales nos dicen que debemos enrocar lo más pronto posible. Como sabemos, el enroque es una jugada especial de torre y rey que tiene un carácter defensivo. En el final es fundamental mover al rey nuevamente, pero para fines ofensivos. La pieza que inicialmente era la más vulnerable ahora es nuestra principal herramienta de ataque.
No es posible terminar una apertura sin movimientos de peones que permitan el desarrollo de alfiles o la dama, en el final los peones valen mucho más y el objetivo es promoverlos. En la apertura no conviene hacer demasiados movimientos de peones porque esto crea debilidades y permite un mejor desarrollo del oponente. En el final los peones pasados deben avanzarse.
En ajedrez no es posible “pasar” como en dominó o el juego de cartas, aunque sucede muchas veces que nos gustaría pasar el turno pues cualquier movimiento disponible empeoraría nuestra posición –se dice que estamos en zugzwang–. Pero en el final existe un sorprendente movimiento de rey que permite pasar el turno, conocido como triangulación. Consiste en mover el rey en forma de triángulo regresando exactamente a la posición original, pero con los turnos cambiados. Es la misma posición superada, negada gracias a la técnica.
Si en la apertura se trata, sobre todo, de desarrollar las piezas, en el medio juego se trata, sobre todo, de combinarlas, de procurar oportunidades tácticas, o si esto no es posible, de mejorar lentamente nuestra posición.
A pesar de que en los finales suele haber pocas piezas, se trata de una de las fases más complejas y técnicas que existen. Como hay pocas piezas, existe menos margen para el error. Paradójicamente, muchas veces sucede en ajedrez que al disminuir la cantidad aumenta la necesidad de técnica. Claro que esto no es absoluto, pues tanto existen finales muy simples de ganar como medios juegos terriblemente complicados.
Dialéctica del espacio y el contenido
Así como en la física el movimiento de un cuerpo se determina por sus coordenadas en el espacio y, al mismo tiempo (según la relatividad general de Einstein), las propiedades geométricas del espacio se determinan por la materia que la ocupa, en ajedrez el valor de las piezas y del espacio en el tablero se determinan recíprocamente. Las piezas de ajedrez tienen un valor absoluto (el peón vale 1, la dama vale 9), pero parte del valor relativo de cada pieza se determina por la casilla que ocupa. Así, por ejemplo, un caballo centralizado vale mucho más que un caballo situado en el borde del tablero, porque las casillas controladas en el primer caso por el caballo son 8, mientras que en una esquina sólo son 2. Esto quiere decir que parte del valor de una pieza está determinada por el espacio, pero dialécticamente también sucede lo contrario: el valor de una casilla está determinada por los peones; una casilla que no puede ser defendida por un peón es por definición una casilla débil y sucede que la casilla frente a un peón débil (un peón que no puede ser defendido por otro peón) también es una casilla débil. Un jugador experimentado debe tomar en cuenta esas debilidades.
Así como el espacio y el contenido se determinan recíprocamente, también sucede lo mismo con el tiempo y el espacio si entendemos al primero como desarrollo. “El centro es el lugar donde se inicia la acción. En ajedrez el centro es la cumbre de la apertura y el medio juego. A medida que las piezas se van cambiando, la importancia del centro disminuye. Cuando se alcanza el final y quedan pocas piezas, el centro pierde su importancia fundamental y pasa a ser un sector más del tablero”[17].
Dialéctica de estrategia y táctica
En ajedrez existe una relación dialéctica similar entre estrategia y táctica que la que existe entre lo abstracto y lo concreto. Con base en la práctica, la humanidad ha abstraído leyes generales en muchos niveles de la realidad, el conocimiento de estas leyes –por ejemplo, el conocimiento de las leyes del movimiento mecánico descubiertas por Newton– es fundamental para un físico, pero un ingeniero tendrá que tomar en cuenta todos los detalles concretos para que su obra tenga éxito; en este caso el conocimiento abstracto no es suficiente.
Entre estrategia y táctica sucede algo similar. Por lo general, si se observan los principios generales del ajedrez para cada fase de la partida se favorece la creación de oportunidades tácticas, es decir, combinaciones concretas donde es posible sacar algún tipo de ventaja. Karpov afirmó: “Hábiles acciones estratégicas permiten crear las premisas de una combinación. Por otra parte, es una idea táctica determinada la que remata una buena estrategia de combate, lo cual subraya una vez más la acción recíproca de estos dos elementos del juego”[18]. La estrategia es general y abstracta mientas que la táctica es más concreta. Se dice que la estrategia es un plan general a largo plazo mientras que la táctica es un microplan que lleva a una ventaja inmediata. Hay jugadores que se inclinan más por uno de estos dos polos, es decir, son más posicionales –buscan mejorar las piezas lentamente y ventajas a largo plazo– o aquellos que son más tácticos, buscando las combinaciones espectaculares y decisivas. Mijaíl Boltvinik fue principalmente un jugador posicional, mientras que Mijaíl Tahl fue un espectacular jugador táctico y de ataque. Pero estos grandes jugadores, por más que hayan tenido sus preferencias y estilos de juego, sabían jugar de ambas maneras –tanto estratégica como táctica– de acuerdo con la posición concreta que se les presentara en el tablero. El campeón del mundo Magnus Carlsen dijo: “tener preferencias es tener debilidades”, porque se debe jugar lo que pida la posición y no exclusivamente de acuerdo con nuestras inclinaciones personales.
De hecho, la estrategia y la táctica –aunque opuestas por su nivel de concreción– están dialécticamente unidas. Normalmente, una buena estrategia nos lleva a posiciones tácticas. Paul Morphy decía: “ayuda a tus piezas, que ellas te ayudarán”. Y al mismo tiempo, una buena táctica, cuando no lleva directamente al jaque mate, deriva en posiciones estratégicamente ganadas. La estrategia deviene en táctica y la táctica en estrategia.
“El juego combinatorio y el posicional no tienen que oponerse, sino más bien complementarse”[19]. Pero, aunque se compenetran y se convierten la una en la otra, táctica y estrategia son opuestas. Una oportunidad táctica, por ejemplo, puede violar principios estratégicos generales. Hay posiciones concretas que exigen el sacrificio de la dama, lo que viola el principio estratégico de cuidar la calidad. Pero la verdad es siempre concreta –primera ley de la dialéctica– y lo que importa y decide en última instancia es la posición concreta en el tablero, lo que importa es dar jaque mate. Normalmente, por ejemplo, tener un peón de más en el final suele decidir la partida. Pero hay situaciones especiales donde tener un peón de más en el final es horriblemente desafortunado. Es sabido que es imposible forzar un mate en un final de dos caballos contra un rey, pero si ese rey tiene un peón, y nuestro rey y caballos están cerca de un rey arrinconado, la cantidad se convierte en calidad, todo se convierte en su contrario: ahora sí que se puede dar mate incluso con un solo caballo. Ese peón de más del enemigo se convierte en un “peón traidor” que hace posible lo que en principio es imposible. Veamos los siguientes dos videos que lo ejemplifican:
En ajedrez, las jugadas aisladas no tienen sentido. Éstas forman parte de un plan estratégico o de una combinación. Una buena partida no es una suma mecánica de jugadas aisladas sino algo como una melodía a contrapunto. David Bronstein dijo: “¡Una sola jugada no transmite nada en absoluto! Una serie de jugadas, sí. Significa un plan. Es por lo que yo apoyo el ajedrez rápido. Cuando una persona juega de prisa, puedo ver de inmediato lo que piensa. Puedo ver cómo los oponentes intercambian con rapidez una serie de jugadas, a la manera de boxeadores que no asestan golpes aislados, sino que conectas series de golpes. En general, me parece extraño meditar cada jugada: las personas piensan por esquemas, no por jugadas individuales”[20].
La estrategia implica una serie de variantes que se mantienen como abanico abierto mientras se desarrolla el juego posicional, pero de repente aparecen las combinaciones tácticas y ese ancho mar de posibilidades se estrecha hasta quedar en pocas opciones e incluso jugadas forzadas que nos conducen a lo inevitable. La posibilidad estratégica se convierte en inevitabilidad táctica: “Esta es una de las paradojas asombrosas del ajedrez”[21], nos dice Kasparov.
Patrones debajo de la superficie
La táctica, aunque más concreta, es resultado de una serie de abstracciones que se plasman en patrones conocidos como “motivos tácticos”: ataque doble, clavada, enfilada, rayos X, jaque a la descubierta, jaque doble. La táctica en su máxima expresión resulta en patrones de mate que también son generalizaciones de la práctica: mate del pasillo, de la escalera, de Lucena, de la Cos, de Boden, etcétera. Decía Heráclito que a la verdad le gusta ocultarse. Si las leyes y patrones que yacen bajo la superficie de la realidad material fueran inmediatamente evidentes, la ciencia sería innecesaria. Lo mismo sucede, muchas veces, con los patrones y motivos tácticos. Estos con frecuencia se ocultan en la posición, no aparecen en su estado puro. Los motivos tácticos son depuraciones de gran cantidad de posiciones diferentes que comparten características comunes. Debido a estos patrones ocultos y planes latentes, el ajedrez es considerada una ciencia con sus leyes y dinámica propias. Así, por ejemplo, en el siguiente video de una trampa contra la apertura italiana se muestran multitud de figuras de mate que se ocultan en la posición:
Mucha gente piensa que el mejor jugador es el que calcula un gran número de jugadas por adelantado, pero en realidad los jugadores de élite sólo calculan cuando es necesario, en posiciones concretas y momentos decisivos. Aun aquí, los maestros no calculan todas las variantes posibles, sino que comienzan con las jugadas forzadas o poderosas (como jaques, capturas y amenazas) que obligan al enemigo a responder de cierta manera. Esto es así porque las variantes en cada posición son virtualmente infinitas y es imposible calcular sobre el infinito en ajedrez. Normalmente, los buenos ajedrecistas juegan a partir de patrones, de planes estratégicos, temas típicos, de motivos tácticos, de la teoría de las aperturas, etcétera. Pueden jugar rápidamente no porque piensen cada jugada, sino porque han introyectado, incluso en su intuición, gran cantidad de patrones y consideraciones posicionales que saben aplicar de forma concreta y casi automática. Mientras más teoría, patrones y técnica se tenga, y este conocimiento se aplique con ingenio e imaginación, tendremos un mejor jugador. Por esto el ajedrez es ciencia y arte, es decir, conocimiento e imaginación. Esos patrones y teoría son productos de la historia, de un aprendizaje acumulado, que constituyen en contenido del “juego ciencia”. El ex campeón mundial José Raúl Capablanca –el único campeón mundial de habla hispana que ha existido– decía: “El ajedrez es algo más que un juego; es una diversión intelectual que tiene algo de arte y mucho de ciencia”. El cálculo de variantes es sólo una de las cualidades de un buen jugador, quizá más importante es el reconocimiento de patrones que muchas veces están ocultos en la posición.
Dialéctica de ventaja estática y ventaja dinámica
Una relación similar a estrategia y táctica existe entre ventaja estática y ventaja dinámica. La ventaja estática es a largo plazo: estructura de peones, ventaja de calidad, pareja de alfiles, ventaja de espacio, principalmente. La ventaja dinámica es una ventaja a corto plazo: coordinación de piezas, desarrollo y vulnerabilidad del rey enemigo. Si esta última no se aprovecha de inmediato se esfuma y el enemigo suele quedarse con la ventaja estática o a largo plazo. Si, por ejemplo, no se aprovecha la vulnerabilidad de un rey no enrocado cuando tenemos una ventaja de desarrollo es casi seguro que ese rey se enrocará desapareciendo esa ventaja. La ventaja dinámica hay que aprovecharla de forma inmediata a través del ataque y la creación de amenazas. Si se aprovecha, la ventaja puede ser decisiva, si no lleva al mate se convierte en una ventaja a largo plazo (ganancia de calidad o un final favorable, por ejemplo). Cuando se tiene ventaja dinámica no funcionan los principios generales, la ventaja dinámica se debe aprovechar sin considerar el número absoluto de piezas en el tablero, sino sólo el número de piezas en el ataque y en la defensa. De nada sirve tener más piezas en el tablero si éstas no pueden entrar en acción o no pueden acudir a la defensa del rey, si no pueden evitar el mate.
La ventaja dinámica es un punto de transición entre la ventaja estratégica y la oportunidad táctica. La dinámica se convierte en táctica o una posición donde existe una combinación latente que suele emerger con un sacrificio brillante. El espíritu de los gambitos –el sacrificio de un peón o una pieza– es lograr una ventaja dinámica o de desarrollo que compensa muchas veces la pérdida de material. Mijaíl Tahl decía que frecuentemente sacrificaba los peones sólo porque estorbaban su camino.
Las ventajas en el ajedrez ya sean de espacio, de desarrollo o tiempo, de calidad, de pareja de alfiles, etcétera, suelen transformarse mutuamente. Si, por ejemplo, tenemos una pieza de más, puede ser buena idea, si lo amerita la posición, regresar esa ventaja para transformarla en un final favorable o en una ventaja dinámica. Pero los buenos jugadores saben transformar ésta y cualquier otra ventaja de acuerdo con la posición.
La pieza más insignificante es la más importante
En el tablero de ajedrez, la pieza con menor valor es el peón, pues en términos absolutos vale 1 (los caballos y alfiles valen 3 –los alfiles un poco más que los caballos–, las torres valen 5, la dama vale 9 y se dice que el valor del rey es infinito). Sin embargo, como decía, Philidor –el mejor jugador del mundo en el siglo XVIII– “los peones son el alma del ajedrez”[22]. Con esta concepción del juego se comenzó el estudio del ajedrez de una forma más científica. Esto es así porque la estructura de peones establece la “topología” del campo de batalla, determina en gran medida las debilidades y fortalezas en la posición; determina las diagonales, columnas y filas abiertas; en muchos casos el control estratégico del centro del tablero se realiza con los peones, el principal refugio del rey es su enroque con los tres peones que lo protegen; la salud de una posición se determina en gran medida por las cadenas de peones de los contrincantes; mientras más islas de peones más débil es la posición; los peones doblados, retrasados o aislados son –en la mayoría de los casos– debilidades. “Cuando una estructura de peones se modifica, los jugadores se ven obligados a reconsiderar su línea de pensamiento previo. O, al menos, eso deberían hacer”[23]. Lo anterior quiere decir que en gran medida las consideraciones estratégicas y los posibles planes se establecen en función de los peones. Por lo que la pieza más insignificante en el tablero es al mismo tiempo la más importante.
Además –en tanto tiene la posibilidad de promocionarse cuando llega a la octava fila– todo peón es una dama en potencia. Es en realidad un alfil, caballo, torre y dama en potencia. Aunque es la pieza más débil, potencialmente es la más fuerte. Y conforme avanza la partida y las piezas van desapareciendo del tablero, los peones van cobrando mayor valor. Decía Aaron Nimzowitsch –uno de los mejores jugadores del mundo durante los años 20s– que “El peón pasado es como un criminal, que debe mantenerse encerrado bajo llave. Medidas más leves como la vigilancia policial no son suficientes”. En la mayoría de los casos, los finales se ganan con el peón o los peones pasados. En tanto no pueden ser detenidos por ningún otro peón valen mucho más que un punto.
De hecho, en un momento determinado, pueden valer más que cualquier otra pieza. Un modesto peón que controla las casillas a donde un caballo restringido le gustaría desarrollarse vale al menos tanto como ese caballo, aquí la unidad del peón ya no nos sirve para determinar su valor sino su posición concreta y función estratégica. Una torre puede detener fácilmente a un peón pasado si éste no está apoyado, pero la cantidad se convierte en calidad si dos peones están ligados en la séptima fila. Dos peones en séptima ciertamente valen más que una torre (que teoricamente vale 5), porque la torre por si sola no puede evitar la promoción de uno de los dos peones, tal como se muestra en el siguiente video:
Incluso en posiciones determinadas, donde hay varios peones ligados, avanzados y apoyados, los peones –sólo con la amenza de promover– pueden neutralizar a las torres y la dama enemigas, o sea valer más que las piezas más importantes del tablero juntas. Como ejemplo tenemos esta espectacular partida:
Un solo peón puede ser decisivo en la partida. Muchos juegos y campeonatos se han ganado o perdido por un peón. Si, por ejemplo, no puede ser alcanzado por el rey enemigo –la regla del cuadrado del peón nos puede ayudar a saber cuando estamos en este caso– el peón gana la partida. En los finales de partida dos peones, si están ligados o separados por una columna (al defenderse entre sí) pueden superar al rey que teoricamente vale infinito. Por supuesto que hay muchos ejemplos teóricos y casos concretos en donde los peones superan a cualquier pieza o son decisivos para forzar un empate en situaciones aparentemente perdidas. No es posible agotar todos estos ejemplos, pero esperamos haber dejado claro que, así como David fue capaz de derrotar a Goliat, en el ajedrez, el aparentemente insignificante peón es el alma del juego y en muchos casos es decisivo.
Marx y el ajedrez
Por las memorias de Wilhelm Liebknecht –amigo y camarada de Marx–, sabemos que el fundador del socialismo científico era un gran aficionado al ajedrez. Tras el reflujo que llegó luego de la revolución europea de 1848, cuando Marx y su familia debieron exiliarse en Bruselas y luego en Londres, Marx solía jugar con camaradas refugiados. Reproducimos el testimonio de Liebknecht:
“Un día, Marx anunció triunfalmente que había descubierto un nuevo movimiento mediante el cual nos pondría a todos a cubierto. El desafío fue aceptado. Y realmente nos derrotó a todos uno tras otro. Poco a poco, sin embargo, aprendimos la victoria de la derrota y logré dar jaque mate a Marx. Se había vuelto muy tarde, y él exigió sombríamente venganza para la mañana siguiente, en su casa.
A las 11 en punto, muy temprano para Londres, estaba en el acto. No encontré a Marx en su habitación, pero estaría dentro de inmediato. La señora Marx era invisible, Lenchen no puso cara de amistoso. Antes de que pudiera preguntarle si había sucedido algo, entró Marx, se dio la mano y de inmediato fue a buscar el tablero de ajedrez. Y ahora comenzó la batalla. Marx había estudiado una mejora de su movimiento de la noche a la mañana, y no pasó mucho tiempo antes de que yo estuviera en un aprieto del que ya no podía escapar. Estaba en jaque mate y Marx estaba jubiloso: su buen humor había reaparecido de repente, pidió algo de beber y unos bocadillos. Y comenzó una nueva batalla, esta vez fui el ganador. Y así luchamos con suerte cambiante y humor cambiante sin tomarnos tiempo para comer, saciando nuestra hambre sacando apresuradamente de un plato que Lenchen nos había traído carne, queso y pan. La señora Marx permaneció invisible, ninguno de los niños se atrevió a entrar, y así la batalla se prolongó, subiendo y bajando, hasta que le di jaque mate a Marx dos veces seguidas, y llegó la medianoche. Insistió en jugar más, pero Lenchen, el dictador de la casa bajo la supremacía de la señora Marx, declaró categóricamente: “¡Ahora para!” Y me despedí.
A la mañana siguiente, cuando acababa de levantarme de la cama, alguien llamó a mi puerta y entró Lenchen.
“Biblioteca” –los niños me habían apodado así y Lenchen había aceptado este título, porque el título “Señor” no estaba en uso entre nosotros. “Biblioteca, la Sra. Marx ruega que no juegue más al ajedrez con Mohr por la noche. Si pierde el juego, es de lo más desagradable”. Y me contó cómo su mal humor se había desahogado con tanta severidad que la señora Marx perdió la paciencia. De ahora en adelante no acepté más invitaciones de Marx para jugar al ajedrez por la noche. Además, el ajedrez se vio obligado a pasar a un segundo plano en proporción a nuestra recuperación de ocupaciones habituales”[24].
A Marx se le atribuyen dos partidas. No es posible asegurar que son realmente de Karl Marx, pero de ser verídicas mostrarían a un jugador de primer nivel o, al menos, uno muy aplicado que se ha aprendido algunos trucos. Según el propio Liebknecht, “[…] le gustaba jugar al ajedrez, pero aquí su arte no valía mucho. Trató de compensar lo que le faltaba a la ciencia con celo, ímpetu de ataque y sorpresa”[25]. En la primera partida vemos a Marx jugando de la forma más dinámica y agresiva que es posible, el temible “gambito muzio”, del gambito de rey:
El gran revolucionario ruso, dirigente –junto a Trotsky– de la Revolución de Octubre fue, al igual que Marx, un gran aficionado al ajedrez y parece ser que lo jugaba a un nivel muy respetable. De su padre (Ilia Ulianov) y su hermano (Alejandro), Lenin adquirió el gusto por el “juego ciencia”. Con la ayuda de un viejo manual familiar los hijos superaron al progenitor. Alejandro llegó a sorprender a su padre cuando, vela en mano, “volvía del entresuelo llevando consigo el manual, con el evidente propósito de armarse un poco mejor para los futuros duelos”[26]. En el momento de la ejecución de Alejandro –quien fue condenado por sus actividades revolucionarias–, Vladimir –el futuro Lenin– tenía 16 años y hasta ese momento no había mostrado en absoluto algún interés por la política. La muerte del padre, según los testimonios, lo había convertido en ateo y dio rienda suelta a una rebeldía de adolescente –que molestaba, por su insolencia– a Alejandro. Sus intereses intelectuales estaban metidos de lleno en el ajedrez, la novela y la poesía. Alejandro era para Vladimir un ejemplo moral y su ejecución por el régimen zarista fue un factor decisivo para empujarlo a la trayectoria revolucionaria.
En sus años de juventud y de aprendizaje político, aun antes de que emprendiera el camino del marxismo, juega ajedrez en el club de Samara. Lenin es implacable como ajedrecista, lo mismo que lo será en política: “La observación de las reglas del juego era para él un elemento constitutivo del placer mismo del juego. La incomprensión y la negligencia deben castigarse, y no ser premiadas. El juego es una repetición de la lucha y en la lucha no se permite retractarse”. Entabla un duelo por correspondencia con Jardín, un abogado liberal que lo contratará como pasante de abogado tres años más tarde. “A Vladimir le pareció que con su última jugada había llevado a su adversario a una situación sin salida […]. Jardín replicó con una jugada tan inesperada que Vladimir cayó en una estupefacción que, después de cuidadoso análisis, se tradujo en una exclamación respetuosa: ‘¡Caramba, qué jugador, es una potencia del infierno!’” Siempre descubría la fuerza de otro, aun la del adversario, con satisfacción estética”[27]. Cuando más adelante se integra de lleno a la actividad revolucionaria y se percata que el ajedrez le consume mucho tiempo, lo abandonará sólo para practicarlo de forma esporádica. “El ajedrez absorbe todo el tiempo, es un obstáculo para el trabajo”[28]. Así hará con todo aquello que a su juicio lo distrae de su tarea principal; esa suerte correrá el patinaje, el latín y otros pasatiempos. Ya sólo jugará el ajedrez de forma esporádica y de mala gana.
Durante su destierro en Siberia (1897-1900), combatirá el tedio de esos tres años –junto con las tareas políticas que nunca abandona– con el patinaje (se organizan carreras), la caminata, cacería, el ajedrez por correspondencia, ¡y hasta con lucha libre![29] Todo solía llevarse a cabo mediante rutinas preestablecidas: tiempo para el paseo, para el juego, para la lectura, para la escritura, etc. Se obsesiona, otra vez, por el ajedrez y establece duelos por correspondencia. “Durante un cierto tiempo –recuerda Krúpskaia– el juego le absorbía hasta tal punto que llegaba a gritar en sueños: si pone el caballo aquí, yo pondré la torre allá”[30]. Lenin tiene un carácter obsesivo propio de alguien que está enfocado en un objetivo que no abandona y, evidentemente, el ajedrez no es lo único que lo absorbe: El libro de Bernstein “Problemas del socialismo” lo perturba. Bernstein –padre “teórico” del reformismo– disuelve la revolución socialista en pequeñas reformas que gradualmente –y sin que nadie se dé cuenta ni se sepa cómo– desembocarán, en un futuro indeterminado, en el socialismo (los reformistas actuales ya borraron ese objetivo, ya fantasmal en Bernstein).
Años depués, Gorki invitó a Lenin a su retiro en Capri, donde se encuentra Bogdanov, para intentar hacer las paces entre los dos. En el Partido Obrero Socialdemócrata Ruso se libra una guerra fraccional en el que Lenin lucha contra las políticas sectarias de Bogdanov y su deseo de “renovar” el marxismo con la filosofía subjetiva de Mach y Avenarius. Para enfrentar esta batalla por las ideas, Lenin escribe “Materialismo e empiriocriticismo”. Lenin se resiste, pero finalmente acude y permanece en la isla italiana del 10 al 17 de enero de 1908. Gorki recuerda que lo primero que Lenin le dice al encontrarlo en el muelle es: “Sé, Alexei Maximovich, que esperas lograr mi reconciliación con los machistas, aunque en mi carta te digo que es imposible. ¡Por favor no lo intentes! “. Gorki no entiende la importancia del debate filosófico pues, según él, la filosofía es “como una mujer: podía ser muy simple, incluso fea, pero tan astuta y convincentemente disfrazada que podía pasar por una belleza”[31]. La burda, aunque ingeniosa comparación hizo reír a Lenin, pero sólo le reafirma la ingenuidad de su amigo para quien abstractas diferencias filosóficas no debían separar a excelentes personas. Lenin expresó claramente sus objeciones: “Schopenhauer dijo: ‘El que piensa claramente expone las cosas con claridad’. Eso es lo mejor que dijo, creo. Pero usted, camarada Bogdanov, expone las cosas de manera poco clara. Dígame, en dos o tres oraciones, qué le ofrece la sustitución a la clase trabajadora y por qué el machismo es más revolucionario que el marxismo. Bogdanov intentó explicarlo, pero en realidad era demasiado verborrágico y confuso. […] Jaurés, una vez dijo: “prefiero decir la verdad que ser ministro”; Yo agregaría: ‘o un machista’ “. De esta reunión existe una famosa foto de Lenin y Bogdanov jugando ajedrez. Ganó Bogdanov, por cierto. Lenin se molestó consigo mismo por haber perdido, como si el juego fuera una continuación del debate filosófico. “Como su risa sorprendente –escribió Gorki–, su enfado infantil no afectaba su integridad monolítica”.[32]
Se conserva una partida de esta visita donde Lenin pierde contra Gorki, pero ambos muestran un nivel bastante alto, que probablemente ronde los 1800 de Elo actual.
El ajedrez y la Unión Soviética
Garry Kasparov escribió en twitter en enero de 2019: “Siempre vale la pena señalar cómo las personas que nunca vivieron bajo el socialismo lo adoran, mientras que todos los que vivieron en él lo odian”. No debería soprender esta posición de un millonario que abona en sus abultadas cuentas bancarias las aportaciones de organizaciones liberales burguesas –como la Renew Democracy Initiative y la Human Rights Foundation– y que se describe a sí mismo como un “orador y autor empresarial”. Pero no cabe duda de que el indudable genio ajedrecístico de Garry Kasparov fue construido –además de su propia inteligencia– con la enorme inversión de ese “socialismo” que ahora detesta y de una escuela ajedrecística que fue impulsada de forma masiva. Sin ese enorme entramado social y colectivo Kasparov no hubiera llegado a ser campeón mundial de ajedrez. De hecho, Kasparov fue parte de la burocracia estalinista –fue integrante del Comité Central del Komosomol– pero se pasó al liberalismo de derecha junto a Yeltsin. Como muchos burócratas estalinistas, se cambió al barco capitalista con una facilidad asomobrosa y de repente se convirtió en “autor empresarial”. Kasparov ya había demostrado sus “credenciales democráticas” cuando afirmó en 1989, en una entrevista, que las mujeres eran débiles en el ajedrez y su deber era apoyar a sus maridos. La gran ajedrecista Judith Polgar le cerró la boca al ganarle, en el torneo de ajedrez rápido de Moscú del 2002, en 42 movimientos. Es necesario recordar cómo se construyó el poderio ajedrecistico de la Unión Soviética.
La Unión Soviética tuvo la total hegemonía en ajedrez desde 1948 hasta 1991, cuando colapsó el estalinismo, de los ocho campeones mundiales de ese período, siete fueron soviéticos. La excepción fue el norteamericano Bobby Fischer, pero incluso luego, los rusos siguieron dominando el campeonato mundial hasta 2007. Este dominio fue una expresión particular de la enorme inversión estatal en educación, deporte y ciencia. Antes de la Revolución rusa ya existía una fuerte tradición ajedrecística con figuras como Alaxander Petrov o Mijhail Chigorin, pero fue gracias a la revolución que el ajedrez se convirtió en parte de una política de Estado y una cultura realmente de masas y ya no sólo un entretenimiento de unos pocos aficionados, los zares y la aristocracia. Para darnos una idea: “En Rusia se gastaba cuatro veces más en educación por habitante que en Gran Bretaña”[33]. Y no sólo era un asunto de inversión, también de difusión y promoción tanto a nivel escolar, de cultura de masas y organización deportiva: “La Unión Soviética construyó un sistema “end-to-end” que lo convertiría en una potencia en el ajedrez durante décadas. Era una pirámide gigante, con millones de jugadores activos en el fondo y los grandes maestros de clase mundial en la cima. Hay abundantes fondos estatales a todos los niveles, lo que asegura que haya clubes de ajedrez en todo el país, desde Moscú hasta pequeñas aldeas en Siberia, en divisiones del ejército y en fábricas. Además, había todo un sistema de secciones de ajedrez en las “Casas de Pioneros”, que ayudaban a identificar y nutrir a jóvenes talentos. Por último, en los decenios de 1920 y 1930 se reactivaron las publicaciones de ajedrez, primero en ruso y posteriormente también en otros idiomas nacionales (georgiano, uzbeko, tártaro, etc.)”[34]. Esta enorme inversión y organización en el deporte y la cultura tuvo sus frutos –y no sólo en el ajedrez sino que fue la potencia olímpica de su época estando en el podio más alto en 14 de sus 18 apariciones–: “Si el primer Torneo Internacional de Moscú en 1925 fue fuertemente dominado por los maestros extranjeros, el Segundo Torneo Internacional de Moscú, celebrado diez años después, vio a la “nueva esperanza” del ajedrez soviético, Mijaíl Boltvinik (1911-1995), de 23 años, en la cima de la mesa del torneo”[35].
Las masas soviéticas jugaban ajedrez en las fábricas, en la escuela y hasta en la playa. La excelente serie “Gambito de Dama” refleja bien la pasión con que se jugaba al ajedrez en los parques públicos. Y todos estos logros se dieron partiendo de un nivel muy bajo, de un país que fue arrancado del oscurantismo feudal más espantoso. El propio Karpov gana sus primeros torneos siendo un niño de 7 años en los clubes de ajedrez que proliferaban en todas partes, un amigo “le lleva en 1958 al club de ajedrez de una fábrica metalúrgica, y en los torneos que allí se celebran Karpov, con siete años, obtiene la norma de tercera categoría. A los ocho ya ostentaba la segunda, a los nueve de primera, y a los diez era el participante más joven del campeonato escolar de la URSS”[36].
El padre de la escuela soviética de ajedrez fue el maestro Alexander Ilyin-Genevsky, quien había ganado al gran Capablanca en el torneo de Moscú de 1925 y logró tener un Elo de 2577. También fue un bolchevique, historiador, escritor y organizador militar. Fue hermano de Fiodor Raskolnikov, que fue una figura importante de la dirección bolchevique. Impulsó la idea de incluir la enseñanza del ajedrez dentro del Ejército Rojo y también organizó los primeros campeonatos y las primeras revistas soviéticas de ajedrez. Parece ser que murió durante un ataque aéreo nazi en el sitio de Leningrado, aunque otros afirman que también fue víctima de las purgas de Stalin, junto a toda la vieja guardia bolchevique.
Existe la leyenda de que Trotsky jugó con el cuarto campeón del mundo de ajedrez, Alexander Alekhine, de origen ruso. Éste fue integrante de una familia de grandes empresarios textiles y dueños de grandes tierras de Moscú que fue expropiada por la Revolución rusa. El propio Alekhine terminó en la cárcel en medio de la Guerra Civil, acusado de ser espía de los ejércitos blancos. Se dice que Trotsky vistó la cárcel donde se econtraba Alekhine y jugó una partida con él, partida que naturalmente ganó Alekhine. Supuestamente esta partida le valió ser liberado por orden del propio Trotsky. Sin embargo, no existe evidencia fiable de esta historia. Lo que sí es cierto es que Alekhine fue liberado y se le concedió la visa para salir a Francia, firmada por Lev Karajan, visceministro de la Comisaría del Pueblo de Asuntos Exteriores y que había trabajado con Trotsky. Karaján será ejecutado por Stalin en las purgas de los años treinta.
Tras la muerte de Alexander Ilyin-Genevsky , Mijaíl Boltvinik se convirtió en el patriarca de la escuela soviética, una escuela entre la que figurarán campeones mundiales como Mijaíl Tahl, Petrosian, Spassky, Karpov y Kasparov. Todos ellos con sus propios estilos: el posicional de Boltvinik, el de ataque feroz como el de Tahl o el de prevención como el de Petrosian. “Inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial, aparece la máquina de ajedrez soviética hasta ese momento desconocida en la escena mundial, y gana todos los eventos internacionales de ajedrez, desde Olimpíadas por equipos a campeonatos mundiales individuales masculinos y femeninos”[37]. Incluso el excéntrico Bobby Fischer aprendió ruso para leer libros soviéticos sobre ajedrez, por lo que gran parte de su maestría estaba fundada en el estudio de los jugadores soviéticos.
Tampoco debemos olvidar que el primer campeonato mundial de computadoras fue ganado por el programa soviético Kaisa, en 1974. Después de la caída de la Unión Soviética el dominio ruso duró una década –con figuras como Vladimir Kramnik– pero su hegemonía terminó colapsando al igual que la economía planificada que sostenía el asombroso sistema público de salud, educación, deporte y cultura. Desde 2004, la Rusia capitalista no ha podido impulsar ningún oro en las competencias internacionales en el deporte en el que dominó casi de forma absoluta durante décadas.
Los comentaristas burgueses que tratan de sepultar los innegables logros de la economía planificada señalan como única explicación del dominio soviético en el ajedrez la disciplina férrea y militar que el régimen burocrático ejercía sobre los deportistas. ¡Con esta postura reaccionaria los enormes logros de los deportistas se convierten en un logro de los burócratas! Pero en realidad las conquistas en el deporte, ciencia y cultura se dieron a pesar de la burocracia y no gracias a ella. Las presiones burocráticas eran una constante traba para un mejor desarrollo del ajedrez, del arte, de la ciencia y el deporte en general. La burocracia decidía quiénes debían competir en el extranjero y quiénes no, y excelentes jugadores como David Bronstein fueron marginados incluso cuando no eran disidentes del sistema –al menos no inicialmente–. Pero si el terror burocrático hace milagros, cómo explicar que la presión burocrática que ciertamente ejercía el gobierno estadounidense sobre sus propias promesas en el ajedrez no pudiera derribar al dominio soviético más que por excepción. No es un secreto que Nixon y su Secretario de Estado, Henry Kissinger, vieron en Fischer a un simple peón para retar al dominio soviético. Esto es algo que normalmente omiten los detractores de la escuela soviética del ajedrez.
Bobby Fischer, de héroe a paria
La enorme presión que significó para Fischer el haber ganado el campeonato del mundo frente al ruso Boris Spassky, en 1972, fue algo que su frágil equilibrio mental no pudo resistir. Se rehusó a defender el título mundial contra Anatoli Karpov en el campeonato de 1975, tratando de imponer bochornosas condiciones que equivalían a que Karpov ganaría el campeonato si obtenía 10 victorias mientras Fischer lo retendría con sólo 9 victorias. No obstante, pese a que la delegación soviética aceptó todas las otras condiciones de Fischer, éste se negó a jugar y nunca más volvió a disputar el campeonato. La enorme presión pública y de su gobierno lo terminó derrumbando mentalmente, con lo que prácticamente desapareció del mundo del ajedrez. En 1981 fue detenido por la policía de Pasadena caminando como indigente y dando mala imagen a la “respetable sociedad”: “Recorría las calles con la mirada algo extraviada, con andar desgarbado y cansino, las manos en el bolsillo de un pantalón mugriento, despeinado el rubio cabello ya no demasiado abundante, larga y descuidada la barba. Se detenía cada tres o cuatro pasos y se quedaba un instante inmóvil, como meditando en el sentido último de la vida, o como preguntándose dónde iba a dormir esa noche, o cómo mataría el hambre de varios días”[38]. Cuando los policías lo interrogaron y le preguntaron quién era y cómo se ganaba la vida contestó: “soy Boby Fischer campeón mundial de ajadrez”; y el policía contestó: “Y yo soy Ronald Reagan, presidente de los Estados Unidos” y se lo llevaron a la comisaría.
Fischer era un genio en ajedrez, hablaba muchos idiomas y sabía de algunas otras disciplinas, pero parecía un retrasado mental en casi todo lo demás. Una vez el ajedrecista argentino Oscar Panno le dijo, sorprendido por su ignorancia en temas ajenos al ajadrez: “Tendrías que ilustrarte. No puede ser que un muchacho como vos no sepa quién fue Napoleón”. Fischer hizo una pausa y le respondió: “¿Napoleón? Nunca jugué con él. ¿Qué torneo ha ganado?”[39].
Quizás debido a esas limitaciones, sumadas a sus problemas de estabilidad mental, Fischer reaccionó contra el gobierno norteamericano desde la extrema derecha. Se hizo un antisemita –a pesar de ser de ascendencia judía–, un abierto racista, lector de Nietzsche, de “Mi Lucha” de Hitler y de “Los protocolos de los sabios de Sión”; un posmoderno que rechazaba la medicina moderna y cuestionaba los avances científicos. Se hizo muy paranóico y se rehusaba a ir al dentista por temor a que los rusos le implantaran un transmisor. Tras lo ataques del 11 de septiembre, Fischer afirmó: “Quiero ver a Estados Unidos aniquilado. Aplaudo el acto. A la mierda con mi país. Estados Unidos se basa en las mentiras y el robo”[40]. También afirmó: “Estas son noticias maravillosas; donde las dan, las tomas. Alguien debía darles una patada en el culo a los norteamericanos”[41].
“Dos décadas después de su triunfo en Islandia se saltó el embargo comercial americano a Yugoslavia para jugar nuevamente contra Spassky –ya no estaban ambos en su mejor nivel–. Incumplió todas las normas, escupió en un documento oficial del Departamento de Estado Americano y, tras ganar nuevamente al jugador comunista nacionalizado francés, por cuya hazaña se llevó algo más de 2,5 millones de dólares, George Bush Sr. ordenó su captura a nivel internacional. Pedía diez años de prisión y una multa de 250.000 dólares”[42]. Fue detenido en Japón en el 2004 por usar un pasaporte inválido y permaneció nueve meses en prisión esperando ser extraditado a Estados Unidos. Se salvó al recibir la nacionalidad islandesa donde pasó sus últimos años. El héroe norteamericano se convirtió en un odiado paria. Murió de una enfermedad renal, que se negó a tratar con la medicina moderna, en el 2008.
El futuro del ajedrez
El ajedrez se ha convertido de nuevo en una actividad de élite. Es cierto que existe un gran número de aficionados en todo el mundo, pero las grandes masas, en general, rara vez tienen oportunidad de aprender y disfrutar del “juego ciencia”, al estar agobiadas con largas jornadas y salarios miserables. Mucho menos posible es acudir a torneos, inscribirse a clubes de ajedrez y ya no digamos participar en competiciones. Pero ésta es la situación del arte y la cultura en general en el capitalismo. Las masas están expropiadas de las grandes conquistas culturales de la humanidad, y –al mismo tiempo– el arte y la cultura están imposibilitadas de desarrollarse plenamente al estar secuestrados en manos privadas. No cabe duda de que los aficionados al ajedrez admiramos, disfrutamos e intentamos aprender de las partidas de la elite del ajedrez compuesto por grandes como Magnus Carlsen, Hikaru Nakamura, Fabiano Caruana y muchos otros del pasado y del presente. Pero se trata de un grupúsculo millonario, de una especie de druidas separados del mundo y de los mortales comunes y corrientes. Hablando sobre la Fide, y otras organizaciones del ajedrez como la PCA, el gran maestro y subcampeón del mundo David Bronstein afirmó unos años antes de morir: “¡Hasta ahora sólo han montado una organización elitista! Por ejemplo, Kasparov y Short vendieron su match a The Times por 3 millones de dólares. Pero ¿qué ganaron el resto de grandes maestros con esto? […] siempre hay alguien dispuesto a apoyar a otro. Pero al proclamarse profesionales, ellos, por así decirlo, están declarando por adelantado que son superiores. Esto produce un grupo de élite y los ratings son de gran ayuda, pues les permite admitir a algunos en su grupo y rechazar a otros y, de esta forma, mantener fuera a una enorme cantidad de jóvenes talentos […] Abajo, las personas jugarán el mismo ajedrez, pero los millones irán a los de arriba […]; los ajedrecistas se han encerrado en su minúsculo mundillo y se niegan a ver lo que desde hace mucho tiempo ha dejado de ser una torre de marfil y se ha convertido en una lata de hojalata vacía”[43].
Para alcanzar nueva cimas y nuevo impulso, el ajedrez debe masificarse nuevamente. Hemos visto el impulso que cobró con su relativa difusión durante el Renacimiento y en la Unión Soviética de la posguerra. El ajedrez es experiencia acumulada, producto de una experiencia colectiva, y mientras unos pocos lo jueguen esa experiencia permanecerá relativamente estancada y sin desarrollarse. Pero esto es sólo un pequeño ejemplo de lo que sucede con el arte, la ciencia y la cultura en general. Para que el ajedrez regrese a las escuelas, los parques y la vida de las masas es necesario que el arte, la cultura y el deporte sean propiedad colectiva. Y para esto necesitamos poner la enorme riqueza creada por los trabajadores en manos de los trabajadores, arrebatarla a las manos de la burguesía que la centraliza y acumula. Con estos enormes recursos expropiados en beneficio colectivo se podrá financiar la educación, el deporte, el esparcimiento y muchas cosas más. Tampoco aspiramos a regresar a una tutela burocrática e ignorante que pisoteó y utilizó cínicamente al deporte en sus estrechos cálculos políticos. El estalinismo es una lacra, una aberración histórica que no volverá a repetirse. La idea de Lenin era que todo cocinero fuera burócrata por turnos para que nadie fuera burócrata. En una sociedad que haya superado el capitalismo y cuyos asuntos se manejen de forma colectiva y democrática por parte de los propios trabajadores, renacerán el arte, la cultura y el deporte. Y como correlato suyo el milenario y fascinante juego de mesa que conocemos como ajedrez.
[1] Antonio López Manzano, José Monedero González, Ajedrez esencial, Barcelona, Paidotribo, p. 346.