La guerra genocida de Israel contra Gaza está llegando a una etapa crucial. Las horribles imágenes de civiles masacrados han provocado una ola de repulsión en todo el mundo. Miles de personas han salido a las calles en las capitales de todo Oriente Medio, exigiendo acciones en apoyo de Gaza, mientras que cientos de miles de personas en Occidente han protestado por la complicidad de sus gobiernos en los crímenes de Israel.
La CMI apoya incondicionalmente este movimiento y se solidariza completamente con la lucha del pueblo palestino por la liberación nacional y su liberación de la opresión imperialista. Pero inmediatamente surge la pregunta, ¿cómo se logrará la libertad de Palestina? Y esta pregunta requiere una respuesta clara.
Sin resolución
Muchos partidos de izquierda y organizaciones obreras han pedido un alto el fuego inmediato y un plan de paz, ofreciendo la posibilidad de poner fin a la ocupación israelí de Palestina.
La Federación Sindical Mundial, por ejemplo, ha exigido “poner fin inmediatamente a la ocupación y los asentamientos israelíes en los territorios árabes ocupados, tal como establecen las resoluciones de la ONU, y establecer un Estado palestino independiente en las fronteras de 1967 con Jerusalén Este como capital y garantizar el derecho al retorno de los refugiados palestinos”.
Los partidos comunistas de todo el mundo han emitido declaraciones similares. El Partido Comunista Británico (PCB) ha pedido “la implementación de una solución de dos Estados basada en las fronteras anteriores a 1967 que establezca un Estado palestino independiente”.
Pero aparte del sentimiento de apoyo, ¿qué ofrece realmente esto a las masas palestinas?
El primer deber de cualquier comunista es decir la verdad, y la verdad más elemental en toda la situación es que nada podría ser de menos ayuda para el pueblo de Palestina que las resoluciones impotentes de la ONU y las intrigas de la “comunidad internacional”.
Para empezar, las fronteras anteriores a 1967 fueron establecidas por la limpieza étnica de 700.000 palestinos entre 1947 y 1949, conocida como la Nakba (“catástrofe” en árabe), que fue llevada a cabo por las milicias sionistas con el respaldo del imperialismo estadounidense.
A finales de 1949, Israel se había apoderado del 78 por ciento de Palestina. ¿Cuál fue la respuesta de la “comunidad internacional”? Reconoció este sangriento hecho consumado como la “Línea Verde”, la misma frontera a la que el PCB y otros ahora quieren regresar.
Israel violó la Línea Verde en 1967 cuando invadió toda Palestina durante la Guerra de los Seis Días. La respuesta de la ONU fue aprobar la Resolución 242, que sigue sin aplicarse hasta el día de hoy. Por lo tanto, debemos preguntarnos, si la ONU ha sido completamente incapaz o, incluso, reacia a hacer cumplir sus endebles resoluciones desde 1947, ¿quién lo hará?
Una paz podrida
Lo que siempre falta en los llamados a una solución de “dos Estados” es cualquier propuesta sobre cómo se debe lograr esto. Cuando las organizaciones piden un acuerdo de paz, es necesario preguntar ¿qué acuerdo, negociado por quién y aplicado por quién?
Palestina tiene cierta experiencia en acuerdos de paz. De hecho, la crisis actual es el producto del fracaso total de la solución de “dos Estados”, como se establece en los Acuerdos de Oslo de 1993 y 1995.
Bajo los términos de este acuerdo, negociado a espaldas del pueblo palestino, Israel acordó retirarse parcialmente de los territorios ocupados y se estableció un semiestado palestino, llamado Autoridad Palestina (AP). El problema, sin embargo, era que el 60 por ciento de Cisjordania iba a permanecer completamente bajo control israelí.
A cambio, Yasser Arafat y la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) acordaron reconocer al Estado de Israel y abandonar su reivindicación del derecho de los palestinos desplazados durante la Nakba a regresar a sus hogares. En cambio, la dirección palestina acordó trabajar para restaurar las fronteras anteriores a 1967, como se reconoce en la Resolución 242 de la ONU, precisamente los términos exigidos hoy por los partidos comunistas oficiales.
Además, las partes implicadas acordaron “sentar las bases para fortalecer la economía palestina”. Pero esto se tenía que lograr incorporando a Palestina en una unión aduanera con Israel en la que también iba a tener que usar la moneda israelí, el séquel.
Finalmente, se estableció una fuerza policial palestina, pero el Estado israelí retuvo “todos los poderes” para salvaguardar “la seguridad y el orden internos”. Israel también retuvo el control exclusivo de las fronteras y el espacio aéreo de Palestina.
¿Cuál ha sido el resultado de esta “paz”? Treinta años después, las condiciones de vida en Palestina han empeorado. El desempleo en Gaza y Cisjordania era del 7 por ciento en 1993; hoy es del 24 por ciento. El desempleo juvenil casi llega al 37 por ciento. La actual cifra de desempleo en Gaza es aún peor, con un 45 por ciento, y es más alta para los jóvenes. Eso fue antes del bombardeo de Israel. Toda la economía palestina se encuentra en un estado de dependencia colonial de Israel, que proporciona el 58 por ciento de sus importaciones y recibe alrededor del 86 por ciento de sus exportaciones.
La AP y el partido gobernante Fatah se han convertido en nada más que una camarilla corrupta, que permanece en el poder únicamente porque es un régimen títere útil para el Estado israelí. Y así es precisamente cómo son vistos por la mayoría de los palestinos. El tiroteo de manifestantes palestinos en Nablus por parte de las fuerzas de seguridad de la Autoridad Palestina la semana pasada es una ilustración gráfica de este hecho.
Cuando la hostilidad masiva hacia Fatah le dio la victoria a Hamás en las elecciones legislativas de 2006, Israel, la UE y los EE. UU. se negaron a reconocer el resultado y presionaron a Fatah para que no entregara el poder. Como resultado, Palestina se vio dividida por una guerra civil que dejó a Gaza bajo el control de Hamas y a Cisjordania bajo el control de Fatah. No se han celebrado elecciones desde entonces.
La llamada solución de “dos Estados” ha logrado crear dos Palestinas o, más bien, dos reservas miserables en las que los palestinos son retenidos como prisioneros en su propio país. Mientras tanto, la expansión de los asentamientos ilegales en Cisjordania ha continuado bajo cada gobierno israelí desde que se firmaron los Acuerdos.
Palestina nunca ha estado más lejos de la independencia que ahora. Su economía ha sido estrangulada sistemáticamente y la llamada Autoridad Palestina no tiene ninguna autoridad. Las resoluciones piadosas que simplemente piden un retorno a las fronteras anteriores a 1967 y “un Estado palestino independiente” en abstracto ignoran completamente este inconveniente.
Imperialismo israelí
Los defensores de una solución de “dos Estados” podrían protestar diciendo que el problema es que los gobiernos israelíes de derecha, y Benjamín Netanyahu en particular, han actuado de mala fe y han socavado deliberadamente el camino hacia la paz. Todo esto es cierto, por supuesto, pero luego debemos preguntarnos: ¿qué gobierno israelí estaría dispuesto o sería capaz de abandonar toda Cisjordania? Además, ¿qué gobierno israelí estaría dispuesto a pagar por el desarrollo de una economía palestina viable e independiente en su frontera?
Israel es un Estado capitalista que ha desarrollado intereses imperialistas en toda la región. Y la dominación de toda Palestina es una necesidad absoluta en la consecución de esos intereses. Este hecho fue reconocido por los fundadores de Israel y ha determinado la política de cada gobierno israelí desde 1948.
La proliferación de asentamientos ilegales en Cisjordania ha continuado desde 1967 y se ha acelerado desde 1993. Ahora hay más de 700.000 colonos judíos que viven ilegalmente en la Cisjordania ocupada y Jerusalén Este, explotando el trabajo de los palestinos que trabajan en condiciones de esclavitud. Y los asentamientos se han convertido en una poderosa fuerza política que ningún gobierno en Israel puede ignorar.
No fue el Likud ni Netanyahu, sino el Partido Laborista israelí de Isaac “Quebrantahuesos” Rabin el que negoció los Acuerdos de Oslo, con su insistencia en la “integración” económica de las economías israelí y palestina. Y cuando la alianza laborista “Un Israel” llegó al poder en 1999, no revirtió, ni detuvo siquiera, la expansión de los asentamientos israelíes en Cisjordania.
Bajo el imperialismo, la paz es simplemente la continuación de la guerra por otros medios. La única diferencia entre el sionismo liberal y el de derecha es que el primero prefiere colocar silenciosamente su bota en el cuello de los palestinos y asfixiarlos, mientras que el segundo los patea repetidamente en la cara.
Lo que el ala liberal de la clase dominante israelí objeta no es la monstruosa opresión de los palestinos, sino la posibilidad de que las provocaciones de la derecha puedan resultar en otra revuelta de las masas palestinas. Y sus temores están siendo confirmados por los acontecimientos.
En realidad, no existe un Estado palestino viable y nunca lo habrá mientras el capitalismo israelí siga existiendo. La solidaridad con Palestina debe partir de este hecho inevitable, que ya es comprendido por la mayoría en Palestina.
En una encuesta de septiembre, realizada por el Centro Palestino para la Investigación de Políticas y Encuestas (IPE), el 64 por ciento dijo que la situación era peor hoy que antes de Oslo, el 71 por ciento dijo que estaba mal que la OLP firmara el acuerdo en primer lugar, y el 53 por ciento dijo que la lucha armada era la mejor manera de avanzar en la lucha por la liberación palestina.
La demanda de un nuevo plan de paz en la misma línea que Oslo en las condiciones actuales es, en el mejor de los casos, una distracción y, en el peor, un engaño. Esta es precisamente la razón por la que Estados Unidos intervino y negoció los Acuerdos de Oslo en 1993, y por la que una serie de presidentes estadounidenses han respaldado la llamada solución de “dos Estados” desde entonces. Este es también el motivo por el que gran parte de la juventud palestina lo ha rechazado con razón.
Un rechazo honesto de la guerra y la destrucción es completamente comprensible, pero en el conflicto entre opresores y oprimidos, lo mejor que puede lograr el pacifismo es predicar la pasividad a las masas y desviar la lucha hacia un callejón sin salida.
Por una solución revolucionaria
No hay un camino reformista hacia la libertad palestina. La presión internacional y los acuerdos de “paz” solo pueden preservar el statu quo ya intolerable. Las masas palestinas solo pueden confiar en su propia fuerza, apoyadas por la solidaridad de la clase trabajadora mundial.
Un nuevo levantamiento en toda Palestina, basado ante todo en la juventud revolucionaria, podría sacudir no solo al régimen israelí sino a toda la región.
Movilizado en torno a un programa socialista, el movimiento podría ir más allá de las fronteras artificiales de Palestina. Podría extenderse a los trabajadores árabes que viven en el lado israelí de la Línea Verde; a los trabajadores y pobres de los Estados árabes vecinos que arden de indignación por la complicidad de su propia clase dominante en los crímenes del sionismo; y podría comenzar a avivar la lucha de clases y romper la unidad nacional entre los trabajadores y los patrones israelíes, que es vital para el gobierno de este último.
Pero si un movimiento tan todopoderoso se limita al establecimiento de una Palestina capitalista débil junto con alguna versión “democrática” del actual Estado capitalista israelí, el resultado será totalmente contraproducente. De hecho, tal resultado sería imposible. La clase dominante israelí, si su dominio fuera simplemente sacudido en lugar de aplastado, volvería en busca de venganza. Revertiría a algo aún más horripilante que la situación actual. El establishment sionista reaccionario necesita ser completamente desmantelado, la clase dominante expropiada, y la tierra y los monopolios deben ser puestos bajo el control de la clase trabajadora.
Solo un régimen de democracia obrera puede reemplazar al actual Estado de Israel, poner fin a la ocupación, resolver la cuestión esencial de la tierra y respetar los derechos democráticos tanto de judíos como de árabes. En resumen, no estamos a favor de una paz falsa; estamos a favor de la revolución.
Pero lo que se requiere es una revolución que no respete la “democracia” capitalista ni las fronteras nacionales; que no se detenga hasta que el imperialismo israelí y sus títeres en Palestina hayan sido completamente aplastados; y que satisfaga las necesidades acuciantes de tierra, trabajo, vivienda y una existencia digna para del pueblo palestino. Eso significa que la revolución debe ser socialista, que es la única forma de eliminar la base material sobre la que descansa la élite gobernante sionista.
La guerra de Israel contra Gaza tiene todo el potencial para convertirse en un conflicto mucho más grande, con frentes abriéndose en la frontera con el Líbano y en Cisjordania, y agitación extendiéndose por toda la región. Tal escalada tendría un gran impacto, no solo en todo el Medio Oriente sino en toda la situación mundial. El actual bombardeo masivo en Gaza ya está sacudiendo al mundo, política, económica y socialmente.
Todos los planes del imperialismo estadounidense en la región ahora están hechos jirones, y están tratando desesperadamente de volver a unir las piezas. Pero no hay manera de que puedan volver a la situación precaria que existía antes de los acontecimientos del 7 de octubre.
Es una situación sin precedentes que se refleja en el hecho de que el presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, sintió que era necesario usar toda la autoridad de su posición como líder del país imperialista más poderoso del mundo para tratar de recuperar algo de control, apresurándose a visitar directamente a Netanyahu y su gabinete de guerra.
El dilema que enfrenta el imperialismo estadounidense en la región es: ¿cómo respaldar completamente a Israel en su sangrienta embestida contra Gaza y, al mismo tiempo, proteger los intereses estadounidenses en todo el Medio Oriente, que ahora están en riesgo? Para comprender este dilema, es necesario describir brevemente el cambio en el equilibrio de fuerzas entre las principales potencias tanto a nivel mundial como dentro del propio Medio Oriente.
El primer factor es el declive relativo del imperialismo estadounidense, y enfatizamos la palabra “relativo”, ya que sigue siendo, con mucho, la fuerza imperialista más poderosa del planeta, con la maquinaria de guerra más poderosa que la historia haya visto. Estados Unidos gasta más en defensa que los siguientes 10 países combinados. Por lo tanto, desde un punto de vista militar, nadie puede igualar la potencia de fuego de los EE. UU. El siguiente país con mayor gasto armamentista es China, pero está muy por detrás de Estados Unidos.
Sin embargo, la potencia de fuego por sí sola no es suficiente. También hay que considerar la capacidad de usar esa potencia de fuego y la capacidad de los Estados Unidos para mantener económicamente un esfuerzo de guerra durante un período prolongado de tiempo. Ahí es donde su debilitamiento relativo parece más evidente. En comparación con otros países, el músculo económico de EE. UU. ha disminuido significativamente en términos relativos. Hubo un tiempo en que Estados Unidos producía la mitad del PIB mundial. Ahora se ha reducido a una cuarta parte.
El debilitamiento relativo del imperialismo estadounidense significa que no puede desempeñar el papel de policía mundial indiscutible como solía hacerlo en el pasado. Su humillante salida de Afganistán en 2021, después de 20 años de intentar reforzar a sus títeres locales en el país, fue un claro ejemplo de esto. Su limitado margen de maniobra en la crisis siria, donde Rusia jugó un papel mucho más importante, fue otro ejemplo.
Este debilitamiento relativo del imperialismo estadounidense ha ido acompañado de la creciente fuerza e influencia de otras potencias: en primer lugar, la de China, que ha aumentado masivamente su gasto militar, y la de Rusia, que ha reafirmado su posición en Oriente Medio, como vimos en Siria, y más recientemente en Ucrania.
En este escenario, varias potencias más pequeñas han estado flexionando cada vez más sus músculos, desde Irán hasta Turquía, desde India hasta Arabia Saudita. Israel, aunque sigue siendo el único aliado confiable de los Estados Unidos en el Medio Oriente, también se ha librado parcialmente del control de los Estados Unidos y está procediendo con su propia política.
La ‘normalización’ hecha jirones
Incluso más importante desde el punto de vista de los intereses estadounidenses en la región han sido las maniobras de Irán para bloquear el llamado proceso de “normalización”, mediante el cual Israel ha establecido relaciones diplomáticas con varios países árabes. Israel ha tenido durante mucho tiempo acuerdos de paz tanto con Egipto (desde 1979) como con Jordania (desde 1994). Y durante la presidencia de Trump, como consecuencia de los Acuerdos de Abraham de 2020, Baréin y los Emiratos Unidos reconocieron a Israel, y más tarde se les unieron Sudán y Marruecos.
Arabia Saudita, sin embargo, nunca tuvo relaciones diplomáticas con Israel, pero antes del reciente giro dramático de la situación, se habían celebrado reuniones de alto nivel, con ministros israelíes visitando a sus homólogos saudíes. El objetivo era añadir a Arabia Saudí a la lista de países con “relaciones normalizadas”. La crisis actual ha puesto fin a eso.
La administración estadounidense tiene un interés activo en establecer relaciones normales entre Israel y Arabia Saudita, quienes han sido considerados como aliados en la región por Washington. Estados Unidos está tratando de establecer relaciones entre varios países de la región que serían beneficiosas para sus intereses, haciendo retroceder la creciente influencia tanto de Irán como de Rusia, pero también de China.
Este proceso se desarrolla a expensas de los palestinos, que han sido prácticamente cancelados de la ecuación. Mientras Netanyahu procedía con las negociaciones con los saudíes, indicó muy claramente que no se haría ni una sola concesión a los palestinos.
De hecho, Netanyahu, al frente de una coalición gubernamental que incluye a fanáticos de extrema derecha, ha estado promoviendo sistemáticamente cada vez más anexiones de tierras palestinas en Cisjordania. Ha promovido asentamientos de algunos de los más fanáticos colonos sionistas ultra-fundamentalistas, están armados y respaldados por el ejército israelí, y que han estado aterrorizando sistemáticamente a las comunidades palestinas en Cisjordania.
Los funcionarios saudíes, al tiempo que se disponen a llegar a un acuerdo con Israel, han seguido, por supuesto, refiriéndose en público a los derechos nacionales de los palestinos, pero sin mover un dedo para ayudarlos a lograrlos. Este acercamiento inminente entre Israel y Arabia Saudita fue descrito como un potencial “cambio tectónico” que serviría para hacer retroceder la creciente influencia de Irán en la región. El problema es que Irán había “normalizado” sus relaciones con Arabia Saudí en marzo de este año, en un acuerdo negociado por China.
Aquí vemos una clara expresión del cambiante equilibrio de poder e influencia. China ha estado promoviendo sus intereses económicos en la región, ya que intenta mantener su propia estabilidad. Rusia tiene interés en abrir un corredor directamente al Golfo Pérsico a través de Azerbaiyán e Irán, y está presionando por un alto el fuego con el objetivo de estabilizar la región.
En un intento por eludir las sanciones estadounidenses (reforzadas bajo Trump), Irán ha estado tratando de extender su influencia por toda la región. El restablecimiento de las relaciones diplomáticas con los saudíes fue parte de este proceso.
Los propios gobernantes saudíes reaccionarios se han estado moviendo hacia una posición más independiente de los EE. UU. Durante la Primavera Árabe de 2011, Arabia Saudita observó con horror cómo Washington abandonaba a Mubarak, su fiel aliado durante más de tres décadas. Estados Unidos no tenía otra opción, ya que la alternativa era una revolución en Egipto que podría haber barrido no solo al odiado Mubarak, sino que habría amenazado la propia existencia del capitalismo en el país.
La camarilla gobernante saudí llegó a una conclusión clara: Estados Unidos no es un aliado confiable y no nos defenderá hasta el final. Decidieron tratar de equilibrarse entre Estados Unidos, Rusia y China para adquirir una posición un poco más independiente. Esto se ha expresado en el período reciente en la política de Arabia Saudita de recortar el suministro de petróleo de la OPEP, manteniendo así los precios del petróleo, en beneficio de Rusia, una política que enfureció a Washington.
Es en este contexto que tenemos que entender la alianza del imperialismo estadounidense con Israel. Este último sigue siendo su único aliado estable, el único con el que puede contar en última instancia. Estados Unidos ha seguido respaldando a Israel no solo con palabras, sino también con la melodía demiles de millones de dólares de ayuda militar. Y cuando lo considera necesario, como en la crisis actual, puede aumentar masivamente ese nivel de ayuda, con el envío de más armas.
Los EE. UU. también han enviado dos portaaviones a las proximidades de Israel, el USS Gerald R. Ford y el USS Dwight D. Eisenhower, junto con otros ocho buques de guerra estadounidenses, lo que hace un total de 10 buques de guerra con aproximadamente 12.000 efectivos a bordo, y más de 130 aviones de combate, en caso de que sean necesarios. No tienen la intención de involucrar directamente al personal militar estadounidense en ningún combate, sino que están tratando de disuadir a cualquier otra potencia, en particular a Irán, de intervenir contra Israel.
La guerra podría ampliarse
Lo que el gobierno de Estados Unidos teme en este momento es que el conflicto actual pueda extenderse más allá de Gaza. Ya hay señales de que eso es posible. Las fuerzas de Hezbolá han lanzado cohetes contra Israel, alcanzando puestos del ejército israelí y otros objetivos. Israel a su vez ha respondido disparando contra el Líbano.
Durante la última semana hubo una serie de incidentes de este tipo, lo que confirma que podría surgir un conflicto más amplio, especialmente en el caso de una invasión terrestre de Gaza. Miles de personas que viven en la región fronteriza del Líbano han huido hacia el norte por temor a tal conflagración, mientras que Israel ha comenzado a evacuar a habitantes de la frontera con el Líbano.
En 2006, 1.000 libaneses murieron en los combates entre las fuerzas israelíes que invadieron el sur del Líbano y los combatientes de Hezbolá. Desde entonces, Hezbolá ha aumentado significativamente su poderío de fuego, con la ayuda de Irán. Cabe señalar que la aventura de 2006 terminó en una derrota táctica para Israel, que se vio obligado a retirarse sin haber logrado sus objetivos.
El líder de Hezbolá, Hassan Nasrallah, afirma que ahora tiene 100.000 combatientes a su disposición. Estados Unidos estima que también tiene alrededor de 150.000 cohetes almacenados. El ministro de Defensa de Israel, Yoav Gallant, ha respondido a la posible amenaza de guerra de Hezbolá amenazando con “…devolver el Líbano a la Edad de Piedra”. Sin embargo, un tono tan beligerante apenas enmascara la preocupación subyacente de que la apertura de un segundo frente representaría una grave amenaza para Israel.
Según un artículo del 16 de octubre del New York Times: “Los funcionarios israelíes y estadounidenses actualmente evalúan que el líder de Hezbolá, Hassan Nasrallah, no quiere una guerra total con Israel, por temor al daño que haría a su grupo y al Líbano”. Pero luego añade de inmediato que “los funcionarios estadounidenses dijeron que la evaluación podría cambiar a medida que se recopile más información de inteligencia y se desarrollen los acontecimientos”.
Sin embargo, los acontecimientos se están desarrollando, entre ellos: la invasión terrestre que Israel está preparando en Gaza. El asesinato de 500 civiles en el Hospital Al-Ahli Arab y sus alrededoreses otro evento que ha causado conmoción en todo el Medio Oriente y más allá, y es algo para lo que los estadounidenses no se habían preparado.
Los gobiernos de Estados Unidos e Israel temen una escalada del conflicto, que significaría que el ejército israelí tendría que luchar en al menos dos frentes, si no más, al mismo tiempo, y podría conducir a la intervención directa de las fuerzas estadounidenses, al menos en términos de ataques aéreos desde los buques de guerra estacionados en el área.
Los recientes intercambios de disparos entre las fuerzas de Hezbolá y el ejército israelí han sido los más graves desde 2006, y la evacuación de Israel de la frontera norte, junto con el envío de unidades militares adicionales a la zona, indican que, a pesar de sus evaluaciones, su temor de que se abra un conflicto en la frontera norte de Israel es real. Tal escenario obligaría a Israel a mover las fuerzas que necesita en Gaza y dificultaría cada vez más la vigilancia de la situación cada vez más inestable en Cisjordania.
Mientras tanto, Al-Sisi, el presidente de Egipto, ha advertido a Israel que no obligue a los palestinos a salir de Gaza y entrar en la península del Sinaí, ya que esto inevitablemente convertiría el área en una base palestina desde la cual golpear a Israel, de manera similar a la situación en el sur del Líbano. Esto abriría el escenario de que las fuerzas israelíes bombardearan el territorio egipcio en el futuro, llevando así a Egipto a la guerra con Israel.
La ira de los pueblos árabes
La invasión terrestre de Gaza por parte de Israel conduciría inevitablemente a la muerte de un número aún mayor de palestinos, y esto calentaría masivamente toda la región. Los pueblos árabes, a diferencia de sus líderes políticos, sienten genuinamente la difícil situación de los palestinos, al que ven como hermanos y hermanas. Si el derramamiento de sangre a gran escala en Gaza, mucho más allá de lo que hemos visto hasta ahora, continúa dominando las pantallas de televisión, esto inevitablemente radicalizará a la población árabe en todo el Medio Oriente, comenzando por los jóvenes.
El domingo 15 de octubre tuvo lugar una enorme manifestación en Rabat, Marruecos, en solidaridad con los palestinos.
Esto es muy significativo, dado que el régimen marroquí fue uno de los últimos en firmar un acuerdo de normalización con Israel en 2020. Las opiniones de las masas marroquíes son claramente muy diferentes a las de la élite gobernante. En Jordania, hemos visto a manifestantes marchando hacia la frontera con Cisjordania en apoyo de los palestinos.
También estallaron protestas masivas en Ammán, la capital de Jordania. Protestas similares se han visto en Irak, así como en Egipto. Algunos han estimado que las protestas que han estallado en Túnez son las más grandes desde la Primavera Árabe en 2011.
Cualquier gobierno de la región que parezca apoyar de alguna manera a Israel, o incluso aparecer como cercano a los Estados Unidos, corre el riesgo de ser derrocado por su propio pueblo. Esta es precisamente la razón por la que Abbas, el presidente de la Autoridad Palestina, junto con el rey de Jordania y el presidente egipcio, se vieron obligados a cancelar su cumbre con Biden después de la carnicería del bombardeo del hospital de Gaza.
Inestabilidad económica y revolución
Más allá de la ira masiva y la radicalización que el conflicto ya está provocando, también existe el temor real de los efectos económicos de una guerra prolongada en Gaza. El Financial Times publicó un artículo, “La Guerra entre Israel y Hamás genera nerviosismo en los mercados de deuda de sus vecinos”, que explica que los costos de los préstamos para Jordania y Egipto están aumentando en la medida que los inversores se vuelven más cautelosos a la hora de mantener su dinero en estos países. Esto sin mencionar la situación en el Líbano, que se declaró insolvente de su deuda hace solo tres años.
Todo esto se produce después de la guerra de Ucrania, que ha provocado una grave crisis alimentaria debido a las interrupciones del suministro y al aumento de los precios de los productos agrícolas básicos. Algunos países de Oriente Medio se han visto directamente afectados debido a su alta dependencia de las importaciones procedentes tanto de Rusia como de Ucrania. El Líbano es extremadamente vulnerable económicamente, y Egipto se enfrentaba al riesgo de un creciente malestar masivo incluso antes de que estallara el conflicto actual en Gaza. Este país depende en gran medida de las importaciones de alimentos, en particular del trigo.
Lo que estamos viendo aquí es el riesgo real de agitación social y revolución en Egipto. Ya tuvimos un anticipo de lo que las masas egipcias son capaces de hacer en 2011, y tal movimiento está destinado a repetirse a medida que las condiciones de los trabajadores de Egipto continúen deteriorándose.
Esto sin mencionar el impacto en los mercados energéticos, que ya se habían enfrentado a una inflación vertiginosa debido a la guerra de Ucrania. Como escribe el Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales:
“Los ataques de Hamás contra Israel tendrán repercusiones en el mercado petrolero si el conflicto se amplía para incluir a Hezbolá o Irán. Es probable que haya llamados para aumentar la aplicación de sanciones a las exportaciones de petróleo iraní, que han aumentado en los últimos seis meses. Las conversaciones de normalización entre Arabia Saudita e Israel podrían suspenderse en medio de la profundización del conflicto israelo-palestino, cerrando una importante vía de cooperación entre Estados Unidos y Arabia Saudita”.
Los aumentos de los precios de la energía y los alimentos han sido un factor importante para provocar una lucha revolucionaria en el pasado, particularmente en Oriente Medio, África del Norte y Asia.
La situación de inestabilidad en el Líbano y Egipto se replica en toda la región. Túnez se enfrenta a problemas similares; sin mencionar a Yemen, que está sacudido por un desastre humanitario; junto con Sudán, que está envuelto en una guerra civil entre las alas de la contrarrevolución militar, y varios otros países.
La amenaza de Irán
Las declaraciones de los líderes del régimen iraní no han servido para calmar los nervios de los inversores en la región. El ministro de Relaciones Exteriores de Irán, Hossein Amirabdollahian, ha amenazado con una “expansión de los frentes de guerra” si la guerra en Gaza no se detiene. Añadió que “Irán no puede quedarse de brazos cruzados y ver cómo se desarrolla esta situación”. El gobierno iraní ha declarado que el envío de Estados Unidos de dos portaaviones a la región es en sí mismo una escalada del conflicto, y tiene razón.
Hezbolá es considerado un representante de Irán en la región y está fuertemente respaldado por el régimen iraní. Eso explica por qué los líderes de Hezbolá han amenazado con atacar las posiciones estadounidenses en el Medio Oriente si Estados Unidos se involucra directamente en el conflicto actual. The Times of Israelha citado a un portavoz de Hezbolá diciendo: “Si Estados Unidos interviene directamente, todas las posiciones estadounidenses en la región se convertirán en objetivos legítimos del eje de resistencia y enfrentarán nuestros ataques. Y ese día no habrá línea roja”.
Todo esto explica por qué el secretario de Estado de los Estados Unidos, Blinken, fue enviado corriendo por todo el Medio Oriente para reunirse con los líderes de Egipto, Baréin, Qatar, los Emiratos Árabes Unidos, Israel, Jordania y Arabia Saudita. El objetivo declarado de su visita era precisamente evitar que estallara una guerra más amplia en la región. Está claramente preocupado de que Irán y los grupos respaldados por Irán puedan involucrarse. El hecho de que, inmediatamente después de la visita de Blinken, la administración estadounidense pensara que era necesario enviar a Biden a tener conversaciones directas con Netanyahu, es una indicación de cuán grave consideran la situación.
Una guerra que se amplíe para incluir el frente norte y Cisjordania, donde hasta ahora 79 palestinos han sido asesinados por las fuerzas de seguridad israelíes, y varios por colonos, desde el ataque del 7 de octubre, tendría efectos enormemente desestabilizadores, no solo en la región en sí, sino mucho más allá. Llevaría a conflictos internos desde Jordania hasta Marruecos, con el riesgo de la caída de los regímenes.
La región sigue siendo extremadamente importante para la economía mundial. Casi el 30 por ciento de la producción mundial de petróleo se encuentra en la región, incluido el segundo mayor productor del mundo, Arabia Saudita. Aquí también se produce una gran cantidad de gas. Como se señaló: una guerra prolongada, especialmente si absorbe a otros países en el conflicto, podría afectar los precios globales, precisamente en un momento en que estos ya habían subido después del inicio de la guerra de Ucrania. En el periodo más reciente, parecía que la inflación de los precios había empezado a bajar un poco. Pero hoy, la incertidumbre reina una vez más.
Justo cuando se acerca el invierno en Europa y la demanda de combustible aumenta, podríamos ver nuevas subidas de precios y la presión sobre millones de hogares podría continuar, lo que se suma al estado de ánimo de descontento que existe en todo el continente.
Estados Unidos camina por la cuerda floja
Las preocupaciones del imperialismo estadounidense y sus socios europeos se pueden ver en el lenguaje que utilizan. Inicialmente se trataba de que “Israel tiene derecho a defenderse”. Esta cantinela continúa, por supuesto, pero ahora tenemos advertencias sobre “proteger a los civiles”.
Su repugnante hipocresía clama al cielo. No les preocupan los civiles palestinos. Más bien, les preocupa que las escenas de sangre y destrucción, la barbarie que las fuerzas armadas israelíes son capaces de desatar a la vista del público, puedan desestabilizar toda la región y amenazar catastróficamente sus intereses imperialistas en la región y potencialmente mucho más allá.
La visita de Biden a Oriente Medio nunca tuvo la intención de ayudar a los palestinos. Por el contrario, fue en primer lugar para expresar solidaridad con Israel, como se demostró cuando prometió “… asistencia militar adicional, incluidas municiones e interceptores para reponer la Cúpula de Hierro”. Mientras tanto, para las víctimas del bombardeo del Hospital Al-Ahli en Gaza, Biden ofreció sus “condolencias”, mientras usaba su posición para afirmar que Israel no era responsable del ataque.
El imperialismo estadounidense está caminando sobre una cuerda floja, y cualquier cosa podría inclinarle hacia el abismo. Por un lado, ven que sus intereses estratégicos fundamentales los obligan a respaldar a Israel. Pero también se dan cuenta de que no tienen un control total sobre la situación. Hagan lo que hagan, Estados Unidos ha recibido un golpe histórico en la región, algo que tendrá repercusiones globales.
Eso explica por qué tanto Blinken como Biden han comenzado a hacer gestos verbales de “preocupación” sobre los civiles palestinos, y afirmar que Israel debería llevar a cabo su “derecho legítimo a defenderse” dentro de los parámetros del llamado “derecho internacional”. Blinken realizó visitas diplomáticas a varios países para involucrar a los líderes locales en el trabajo para evitar que la guerra se extendiera, en las que discutió la creciente crisis humanitaria. Planteó la necesidad de asistencia humanitaria y una vía segura para aquellos que desean salir de Gaza, mientras que Biden presionó para que se permitiera la entrada de ayuda humanitaria a Gaza.
Todo esto, por supuesto, es mera palabrería. Están discutiendo sobre permitir la entrada de unos míseros 20 camiones de ayuda en el enclave asediado, al tiempo que prometen 10 mil millones de dólares en ayuda militar a Israel. Si se tomaran en serio su “asistencia humanitaria”, usarían su poder e influencia para detener la guerra. Pero eso es lo último que van a hacer. Por el contrario, Estados Unidos acaba de vetar una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU para permitir una “pausa humanitaria” en el ataque de Israel para permitir la ayuda a Gaza (con la abstención de Gran Bretaña y Rusia).
La potencia imperial más poderosa del planeta apoyará a Israel para aplastar a los palestinos. Pero al mismo tiempo, se preocupan por los efectos de todo esto. Y tienen muchas razones para preocuparse, porque el mundo está preñado de revolución, incluso en casa, donde a millones de jóvenes les repele la política imperialista estadounidense y simpatizan instintivamente con los palestinos. La vida de millones de personas se ha vuelto insoportable.
Guerra: continuación de la política por otros medios
Las mismas tensiones que preparan la guerra entre las naciones, producen la guerra entre las clases. Es el callejón sin salida del capitalismo a nivel mundial lo que ha preparado la barbarie actual a la que nos enfrentamos. Es la clase capitalista la que tiene interés en las guerras depredadoras. En este caso, tenemos a la clase capitalista de Israel, respaldada por las clases capitalistas de Estados Unidos y Europa, promoviendo sus intereses a través de la guerra.
En 1917, refiriéndose a la Primera Guerra Mundial, Lenin planteó la cuestiónde “…qué causó esa guerra, qué clases la están librando y qué condiciones históricas e histórico-económicas la provocaron”.
Y explicó que: “La guerra es una continuación de la política por otros medios. Todas las guerras son inseparables de los sistemas políticos que las engendran. La política que un estado dado, una clase dada dentro de ese estado, siguió durante mucho tiempo antes de la guerra es inevitablemente continuada por esa misma clase durante la guerra, cambiando solo la forma de acción”.
Durante décadas, desde la creación de Israel, la clase dominante sionista ha estado arrebatando cada vez más territorio al pueblo palestino. Esto es evidente para cualquiera que se tome el tiempo de estudiar un mapa de Cisjordania. Está claro que la política del gobierno israelí en “tiempos de paz” ha sido presionar sistemáticamente a los palestinos. Su política en tiempos de guerra es la misma.
Ya no hay un territorio palestino contiguo digno de tal nombre. Cisjordania ha sido dividida por el creciente número de asentamientos judíos. En 1972, había poco más de 10.000 colonos dispersos por todo el territorio palestino. Desde entonces, esa cifra se ha disparado a alrededor de 750.000.
Volviendo a las palabras de Lenin: “Esto me lleva a la última pregunta, la de cómo poner fin a la guerra”. Y respondió muy claramente: “Solo una revolución obrera en varios países puede derrotar esta guerra [la Primera Guerra Mundial]. La guerra no es un juego, es algo espantoso que afecta a millones de vidas, y no se va a terminar fácilmente “.
El mismo principio se aplica hoy en día. Mientras la clase dominante capitalista sionista esté en su lugar en Israel, y mientras en los países circundantes el poder permanezca en manos de las élites burguesas, la guerra actual no será la última. Mientras el pueblo palestino permanezca sin hogar propio, no habrá paz duradera. Incluso si Netanyahu, a través de una brutal campaña militar con gran cantidad de bajas, reduce temporalmente la capacidad de Hamás para atacar a Israel, la barbarie actual está acumulando un gran resentimiento entre los palestinos, en particular entre los jóvenes, que encontrarán formas de defenderse y el conflicto continuará.
La única fuerza que puede ayudar a los palestinos a lograr su objetivo histórico de una patria que puedan llamar suya son las masas de la clase trabajadora y los pobres de todos los países de Oriente Medio. Eso significa una lucha revolucionaria internacional para derrocar a todos los regímenes capitalistas de la región, junto con las potencias imperialistas que los respaldan. Por lo tanto, si queremos detener la guerra, debemos eliminar del poder a esa clase que se beneficia de la guerra: los capitalistas de todos los países.
“Si permitimos que un país grande intimide a otro más pequeño, que simplemente lo invada y tome su territorio, entonces abriremos la temporada de caza, no sólo en Europa sino en todo el mundo”. En estos términos denunció el Secretario de Estado estadounidense Anthony Blinken la invasión rusa de Ucrania en agosto del año pasado. Sin embargo, el jueves 12 de octubre -mientras el imperialista Israel, dotado de armas nucleares, seguía reduciendo a escombros un minúsculo enclave empobrecido- Blinken estuvo al lado de Netanyahu en una conferencia de prensa conjunta y prometió solemnemente: “Puede que seáis lo bastante fuertes por vosotros mismos para defenderos, pero mientras exista Estados Unidos nunca, nunca tendréis que hacerlo”. Sí, es ‘temporada de caza” en Palestina.
En Ucrania, los imperialistas occidentales se hacen pasar por defensores de una pequeña nación. Hoy, en Palestina, las mismas damas y caballeros envían portaaviones para proteger a Israel mientras masacra a un pueblo en gran medida indefenso. En Ucrania, cada misil ruso que alcanza una infraestructura civil es denunciado como un “crimen de guerra”. Hoy, el arrasamiento de barrios enteros en Gaza y el bombardeo de escuelas y hospitales es legítima “autodefensa”.
“Todo debe hacerse dentro del derecho internacional”, explicó ese lacayo de la clase dirigente británica, Sir Keir Starmer, “pero no quiero alejarme de los principios básicos de que Israel tiene derecho a defenderse.”
Ah, sí, el “derecho internacional”, el “orden internacional basado en normas”. Éstas marcan la delgada línea que separa al Occidente civilizado de nuestros bárbaros enemigos, una línea que Rusia, según se nos dice, viola descaradamente y con frecuencia en Ucrania.
En esa guerra, los políticos occidentales contabilizaron todas las violaciones cometidas por los rusos -reales o imaginarias- y las recopilaron en un pliego de cargos para llevarlo al Tribunal Penal Internacional. Según el fiscal general ucraniano, el número de esos crímenes supera los 65.000.
Los tribunales burgueses de todo el mundo se basan en la llamada “doctrina del precedente”. Pues bien, seguramente ningún defensor de los “valores liberales” pondrá objeciones si utilizamos la doctrina del precedente y el pliego de cargos redactado contra Putin para ver cuál es la posición de Israel en relación con su “orden internacional basado en normas” y su “derecho internacional”.
O tal vez descubramos, como sospechamos, que todo lo que se dice de “normas”, “derecho internacional”, “valores liberales” y demás es una máscara hipócrita de las políticas más viles y depredadoras del imperialismo.
Crímenes de guerra
A medida que se desarrollaba la guerra de Ucrania, los políticos occidentales y la prensa no tardaron en tachar a Putin de criminal de guerra. Lo primero en la lista de acusaciones: que los rusos atacaron deliberadamente a civiles, una práctica prohibida por la Convención de Ginebra de 1949. El Secretario de Estado estadounidense enumeró los siguientes presuntos crímenes:
“Las fuerzas rusas han destruido edificios de apartamentos, escuelas, hospitales, infraestructuras críticas, vehículos civiles, centros comerciales y ambulancias, dejando miles de civiles inocentes muertos o heridos. Muchos de los lugares atacados por las fuerzas rusas eran claramente identificables como lugares utilizados por civiles.”
Eso fue un mes después del inicio de la guerra de Ucrania.
Sin embargo, a las pocas horas de la campaña israelí, el segundo edificio más alto de la ciudad de Gaza -un bloque de apartamentos residenciales- fue arrasado. Esto no fue más que el preludio de la destrucción de barrios enteros.
Según informó el New York Times el 10 de octubre -cuando sólo habían transcurrido dos días de bombardeos-, los ataques aéreos israelíes habían demolido mezquitas, alcanzado al menos dos hospitales, dos centros gestionados por la Media Luna Roja Palestina y dos escuelas donde se hacinaban los refugiados.
Tras sólo dos noches de bombardeos, 187.000 palestinos habían sido desplazados, casi uno de cada diez de los 2 millones de habitantes de Gaza. 130.000 de ellos están alojados en escuelas, el resto con amigos. No conocemos la cifra más reciente.
Sin duda, el número de desplazados habría sido muy, muy superior si los habitantes de Gaza tuvieran adónde ir. Netanyahu aconsejó enfermizamente a los gazatíes que huyeran, pero las Fuerzas de Defensa Israelí ya habían establecido un bloqueo total de la Franja de Gaza, sin que entrara ni saliera nada. Se había cortado el suministro de combustible, alimentos y agua.
Y mientras la gente intentaba huir por el paso fronterizo de Rafah hacia Egipto, las FDI respondieron bombardeando el paso.
“La depravación de todo esto es alucinante”, denunció el embajador estadounidense Michael Carpenter. “Primero aceptaron abrir un corredor humanitario […] pero luego bombardearon el camino de salida justo cuando los civiles estaban huyendo. Es pura maldad”.
Sí, arremetió contra el bombardeo de un corredor humanitario… para salir de Mariúpol el año pasado. Cuando Mariúpol estaba sitiada, cuando los puertos ucranianos del Mar Negro estaban sitiados, el imperialismo occidental formó un coro único de denuncia. El Secretario de Estado de EEUU, Anthony Blinken, el jefe de política exterior de la UE y muchos, muchos otros, denunciaron estos hechos como “crímenes de guerra”.
La Presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, explicó en un tuit que “los ataques de Rusia contra las infraestructuras civiles, especialmente la electricidad, son crímenes de guerra”. Pero un día después de que la única central eléctrica de Gaza se haya quedado sin combustible a causa del bloqueo, y de que se haya ido la luz y empezado a estropearse la comida… la Presidenta de la CE está en viaje de “solidaridad” con el pueblo israelí y aún no ha tuiteado ni una palabra sobre la difícil situación de los gazatíes. No es que no haya tenido tiempo de conectarse a Twitter, ya que el 10 de octubre tuvo tiempo de tuitear que “condenaba enérgicamente cualquier acto de destrucción de infraestructuras críticas”… ¡Refiriéndose a una fuga en un gasoducto entre Estonia y Finlandia!
En vano se buscaría en Twitter y en los periódicos la condena de los atroces crímenes contra los palestinos por parte de secretarios de Estado, embajadores y presidentes de la CE estadounidenses.
Y sin embargo, jurídicamente hablando, la tarea del fiscal debería ser mucho más sencilla en el caso de Israel.
Siempre es más difícil que las acusaciones prosperen cuando la parte acusada las niega. Los rusos siempre han negado haber atacado intencionalmente objetivos civiles o haber matado de hambre a civiles. El gobierno israelí, por el contrario, ha sido muy claro al respecto: están atacando a todos los habitantes de Gaza, ¡y no se disculpan por ello! Como explicó el ministro israelí de Energía:
“¿Ayuda humanitaria a Gaza? No se encenderá ningún interruptor eléctrico, no se abrirá ninguna boca de riego ni entrará ningún camión de combustible hasta que los secuestrados israelíes sean devueltos a sus hogares. Humanitario por humanitario. Y nadie nos predicará la moral”.
Esto está bastante claro, ¿no? Gaza está sitiada y sus 2 millones de habitantes son rehenes. Sus vidas están en peligro y la cuenta atrás irá avanzando hasta que mueran de hambre (si no los matan antes los misiles), hasta que los 200 israelíes secuestrados sean liberados.
El ex primer ministro Naftali Bennet planteó la cuestión en términos bastante descarados en su entrevista, bastante díscola, con un presentador de Sky News. Refiriéndose al corte de electricidad a Gaza, su entrevistador le preguntó: “¿Qué pasa con los bebés en incubadoras en Gaza a los que se les ha cortado el soporte vital porque los israelíes han cortado la electricidad?”.
Bennet replicó: “¿En serio preguntas por los civiles palestinos? ¿Qué te pasa?”.
Gritando por encima de su entrevistador, que se atrevió incluso a plantear la cuestión de si deberíamos considerar la posibilidad de perdonar vidas palestinas inocentes, Bennett comparó la campaña israelí con el famoso bombardeo de Dresde, cuando la Royal Air Force británica utilizó deliberadamente artefactos incendiarios para crear una tormenta de fuego que devoró la ciudad y se cobró 25.000 vidas de civiles.
Y hablando de armas incendiarias, en la semana transcurrida, Israel ha utilizado fósforo blanco en zonas densamente pobladas – y sí, eso también es un crimen de guerra.
Más tarde, el Presidente de Israel, Isaac Herzog, dejó muy clara su actitud hacia los palestinos de Gaza. Son colectivamente culpables y, por tanto, se enfrentarán a un castigo colectivo:
“No es cierta esa retórica de que los civiles no [están] al tanto, no participan. Es absolutamente falsa. Podrían haberse sublevado, podrían haber luchado contra ese régimen malvado que se apoderó de Gaza en un golpe de Estado”.
Mientras se escriben estas líneas, el castigo colectivo que se está imponiendo al pueblo palestino se intensifica exponencialmente. Hoy, el gobierno israelí ha dado a todo el millón de residentes en el norte de Gaza -el 50% de toda la población del enclave- un plazo: evacúen al sur en 24 horas o arriesguen su vida. Estados Unidos ha dado todo su apoyo a los israelíes que, como ven, están desplazando a todo un pueblo sólo para salvar vidas.
Es difícil encontrar siquiera un precedente de tales delitos.
El peor crimen de guerra de todos
En un ensayo de 2001, la historiadora belga Anne Morelli describió lo que denominó los “diez mandamientos” de la propaganda de guerra. El tercero de su lista reza así: “El líder de nuestro adversario es intrínsecamente malvado y se parece al diablo”.
Para conseguir apoyo público para su guerra a distancia en Ucrania, Occidente no consideró suficiente acusar a Putin y a Rusia de “crímenes de guerra”. No, de conformidad con este “mandamiento”, con el fin de hacer que Putin pareciera un verdadero demonio, lo acusaron de cometer el peor crimen de guerra, el que supera a todos los demás e invoca comparaciones hitlerianas: el genocidio.
Esa acusación en particular ha ocupado un lugar destacado en la propaganda de Occidente. Como dijo Biden en abril de 2022: “Lo llamé genocidio porque cada vez está más claro que Putin está intentando eliminar la idea de ser ucraniano”.
La afirmación de genocidio está respaldada por la referencia a las justificaciones de Putin para la guerra, en las que afirma que rusos y ucranianos son un solo pueblo, que no existe una nación “ucraniana” separada, que fue una invención bolchevique. Según Biden, esto constituye un genocidio.
Es más, se ha citado a funcionarios rusos refiriéndose a los funcionarios del gobierno ucraniano como “cucarachas”. Este lenguaje, se nos dice, es “deshumanizador”, y por tanto, aparentemente, “genocida”. Francamente, sería difícil argumentar en contra de la descripción rusa, que podría extenderse para describir a los funcionarios occidentales. Estos últimos, mientras tanto, no parecen tener ningún problema con que el ejército y el gobierno ucranianos describen a los soldados rusos como “orcos”.
Pero si quieren un lenguaje deshumanizador realmente colorido, remitimos a nuestros lectores al ministro de Defensa israelí Yoav Gallant, que el primer día del bombardeo israelí de Gaza declaró: “Estamos luchando contra animales humanos”. Y una vez más, por supuesto, no se ha formulado la más mínima objeción en Occidente, donde las clases dirigentes han reiterado a cada paso su pleno e imperecedero apoyo al desenfreno israelí.
Pero dejemos a un lado las palabras duras y fijémonos en la intención, que en los tribunales penales representa la línea divisoria entre homicidio involuntario y asesinato, y entre asesinato en masa y genocidio.
El régimen israelí ha dejado bien claro cuál es su objetivo. Se trata de venganza: venganza colectiva contra todo el pueblo palestino. Un portavoz oficial de las FDI explicó al Canal 13 de Israel cuál iba a ser el resultado: “Gaza se convertirá en una ciudad de tiendas de campaña”.
Mientras tanto, un miembro del Knéset (Parlamento) del partido Likud, Revital Gotliv, sugirió utilizar armas nucleares para arrasar Gaza. ¿Dónde está el alboroto entre nuestras damas y caballeros democráticos de Occidente? ¿Dónde está la preocupación por la humanidad que expresaron con tan aparente sentimiento en Ucrania, cuando los legisladores del partido gobernante israelí proponen eliminar a millones de personas con bombas nucleares?
Escuchemos los planes de genocidio, más fríos y cuidadosamente pensados, del actual Ministro de Finanzas israelí, Bezalel Smotrich.
En 2017, este encantador caballero propuso un “plan decisivo” para abordar el problema palestino, un plan que en todos los aspectos se parece a la política del actual gobierno del año pasado. En primer lugar, apoyar plenamente una agresiva política de asentamientos en Cisjordania. En segundo lugar, imponer violentamente esta política. Sobre esta base, Smotrich hizo una predicción: “Los esfuerzos terroristas árabes no harán sino aumentar”. Pero estos “esfuerzos” deben ser bienvenidos, porque Israel aplastará a los palestinos sin piedad, y la desesperación se apoderará de ellos.
“La afirmación de que el anhelo árabe de expresión nacional en la Tierra de Israel no puede ser ‘reprimido’ es incorrecta”. La solución de los dos Estados ha fracasado, explicó, porque “no hay espacio en la Tierra de Israel para dos movimientos nacionales en conflicto.”
Las aspiraciones nacionales del “pueblo” palestino (las comillas son de Smotrich) pueden, serán y deben ser aplastadas.
Se mire por donde se mire, se trata de un llamamiento al genocidio mucho más descarado que cualquier cosa que haya salido de los labios de Putin, y constituye la ideología central de los elementos de extrema derecha y fascistas que apuntalan el gobierno de Netanyahu.
¿Dónde está la denuncia de “genocidio” por parte del Occidente civilizado? Esperen sentados.
Una mirada a Nagorno-Karabaj, que en los últimos meses ha sido testigo de una completa limpieza étnica de su población armenia por parte de Azerbaiyán, nos dice todo lo que necesitamos saber sobre la actitud de los gobiernos occidentales ante tales crímenes contra la humanidad… cuando son llevados a cabo por nuestros “aliados”.
En una cosa, sin embargo, tenemos que estar de acuerdo con Smotrich: sobre la base del capitalismo, no puede haber una “solución” a la cuestión Israel-Palestina que no implique la limpieza étnica y la destrucción del pueblo de Palestina. Una parte significativa de la clase dominante sionista quiere claramente una nueva Nakba y está trabajando con ese fin.
Sólo una intifada que se extienda mucho más allá de Palestina -una revolución socialista para establecer una federación socialista de Oriente Medio, derrocando al Estado sionista y a sus aliados regionales y patrocinadores imperialistas internacionales- puede salvaguardar los derechos nacionales del pueblo palestino.
Una broma de mal gusto
Dejemos pues de hablar aquí del “orden internacional basado en normas”. Es una broma de mal gusto por parte de las potencias occidentales, y lo que está ocurriendo actualmente en Gaza no es ninguna broma.
Todo esto apesta a hipocresía. Los acontecimientos que se están desarrollando en Gaza deberían dejar claro a todos, excepto a los que deliberadamente cierran los ojos, que los imperialistas occidentales no se inmutan ante la violación de los derechos de las “naciones pequeñas” y la masacre de civiles inocentes. Todas sus afirmaciones de justicia no son más que hojas de parra para cubrir la vergüenza de sus intereses imperialistas.
Su justa furia contra Putin es relativamente reciente. Hubo un tiempo en que los imperialistas occidentales pensaban que podían manipular al hombre del Kremlin, como manipularon a su predecesor, Yeltsin. Pero el gran “crimen” de Putin ha sido hacer valer los intereses de la clase dominante rusa frente a los del imperialismo occidental: en Georgia, en Siria y en Ucrania.
En ese conflicto, el régimen ucraniano es una mera marioneta, y el pueblo ucraniano mera carne de cañón, como los propios imperialistas occidentales han declarado explícitamente. En palabras del ex candidato presidencial republicano Mitt Romney: “Apoyar a Ucrania debilita un adversario, aumenta nuestra ventaja en seguridad nacional y no requiere derramamiento de sangre estadounidense”.
También dejaremos de hablar de cualquier punto de comparación entre la guerra de Ucrania y lo que está ocurriendo en Gaza. No hay comparación, aunque Zelensky insertó una broma de mal gusto de las suyas en una reunión de la OTAN el lunes: que hay una equivalencia entre Ucrania e Israel y entre Rusia y Hamás: “la esencia es la misma”.
En este cuento de hadas, Ucrania e Israel se enzarzan en una lucha maniquea entre el Bien y el Mal. Lo único que tienen en común Ucrania e Israel es que ambos son puestos avanzados del imperialismo occidental: los dos están armados hasta los dientes por Estados Unidos y la OTAN, pero mientras que uno está librando una guerra regular contra un poderoso competidor del imperialismo occidental, el otro está librando una guerra unilateral de venganza contra un pueblo indefenso y empobrecido, sin ejército, marina ni fuerza aérea, sin una economía de la que hablar, con sólo los medios más primitivos de autodefensa a su disposición.
Israel es importante para Occidente como bastión seguro para los intereses del imperialismo estadounidense en una región de importancia estratégica histórica. Los imperialistas nunca han dejado de intervenir en la región, mientras Estados Unidos luchaba por establecer un firme dominio, creando un infierno para millones de seres humanos. Y sin embargo, a pesar de sus sangrientos esfuerzos, ha sufrido un revés tras otro en los últimos años. Cada revés le obliga a apoyarse cada vez más en su aliado, Israel.
Por ello, las masas de la región consideran la lucha del pueblo palestino por su liberación como una prolongación de su propia lucha contra el imperialismo. Por eso la causa palestina goza de una simpatía tan abrumadora entre los pueblos oprimidos de Oriente Medio y de todo el mundo. Una victoria para los palestinos sería una victoria para todos aquellos que, durante generaciones, han sufrido la opresión, la muerte y la destrucción a manos de la fuerza más reaccionaria del planeta: El imperialismo estadounidense y sus aliados regionales.
Pocas veces la historia de la humanidad ha conocido una barbarie tan asimétrica como la que estamos presenciando. Cuando el ejército ruso lanzó su ofensiva inicial en febrero de 2022, lo hizo con 200.000 soldados repartidos en un frente de 1.000 km de longitud. En Israel, se ha llamado a filas a 380.000 reservistas, además de los 200.000 soldados ya desplegados, para una guerra contra un enclave del tamaño de Filadelfia.
Este vasto ejército -uno de los más avanzados del mundo- se enfrenta a 40.000 hombres, armados con armas ligeras y primitivos artefactos improvisados. En sólo seis días, Israel ha lanzado 6.000 bombas sobre Gaza. Son tantas como las que Estados Unidos lanzó en todo un año durante la guerra de Afganistán.
La maquinaria propagandística occidental puede intentar todo lo que quiera convertir esto en una guerra de “autodefensa”, pero ni siquiera ella es capaz de hacer milagros. Millones de personas ya se han dado cuenta. Millones más lo verán a medida que aumente la barbarie de las FDI en Palestina.
Antes de esta invasión, una persona ingenua pero quizá bienintencionada podía hablar de la necesidad de “diplomacia” para resolver el conflicto entre Israel y Palestina, de que la “comunidad internacional” ejerciera “presión” sobre Israel para que respetara el “derecho internacional”.
Pero ahora, la hipocresía y la falsedad que rodean estas palabras dejan un sabor amargo en la boca. En cuanto a la “comunidad internacional” de gobiernos imperialistas occidentales: a estas alturas debería estar bastante claro que son tan culpables, si no más, del caos actual que el propio Estado de Israel.
Para los partidarios de la causa de la liberación palestina en Occidente, la lucha revolucionaria contra nuestra propia clase dominante representa el único medio que puede aportar alguna ayuda a la lucha del pueblo palestino. Corresponde a la clase obrera dictar sentencia contra nuestras propias clases dominantes criminales.