En 1846, el comunista utópico alemán Wilhelm Weitling se quejaba de que los “intelectuales” Marx y Engels sólo escribían sobre temas oscuros que no tenían ningún interés para los trabajadores. Marx respondió furioso con las siguientes palabras: “la ignorancia nunca ayudó a nadie”. La respuesta de Marx es tan válida hoy como lo fue entonces.
La publicación de la serie La lucha de clases en la República romana [en inglés, esperamos tener preparada muy pronto su traducción al castellano. Nota de EM] ha suscitado un gran interés entre los lectores de Marxist.com. De acuerdo con la información que me ha sido pasada por el comité de redacción, hubo un número récord de visitas individuales a estos artículos, unos 2.200, que es considerablemente más alta que el promedio de visitas por cada artículo.
Este hecho confirma la corrección de la política de Marxist.com, que ha establecido una sólida reputación por la calidad de sus artículos teóricos. En un momento en que las ideas del marxismo se encuentran bajo ataque desde todas partes, nuestro sitio Web se destaca por su defensa firme y coherente de la teoría marxista en toda su múltiple riqueza. Esto demuestra que muchas personas en todo el mundo están interesadas en la teoría y se muestran entusiastas con profundizar sus conocimientos sobre marxismo.
Marxist.com tiene sus críticos, sin embargo. Algunos de nuestros críticos se quejan de que estamos escribiendo artículos sobre la antigua Roma en medio de la mayor crisis del capitalismo desde la década de 1930. Para hacernos justicia a nosotros mismos, debemos decir que Marxist.com ha publicado mucho sobre la crisis y continuará haciéndolo. Pero también tenemos el deber de escribir sobre otras cuestiones, para elevar el nivel de comprensión teórica de nuestros lectores, para proporcionar un análisis marxista, no sólo de la economía, sino también de la historia, la ciencia, el arte, la música y las demás esferas de la actividad humana.
¿Cómo respondemos a aquéllos que nos exigen restringir el alcance del marxismo para que encaje en su esquema mental limitado? No tenemos nada que responder, porque ya fueron contestados hace mucho tiempo por Lenin, quien escribió: sin teoría revolucionaria no puede haber ningún movimiento revolucionario. Esa es una verdad fundamental sobre la que todos los grandes marxistas siempre insistieron. Recordemos este hecho elemental con algunos ejemplos significativos.
No hay revolución sin teoría
Incluso antes de escribir “El Manifiesto Comunista”, Marx y Engels (que, debemos recordar, comenzaron su vida revolucionaria como estudiantes de filosofía hegeliana) llevaron a cabo una lucha contra esos dirigentes “proletarios” que veneraban el atraso y los métodos primitivos de lucha, y que se resistían obstinadamente a la introducción de la teoría científica.
El crítico ruso, Annenkov, que se encontraba en Bruselas durante la primavera de 1846, nos dejó un informe muy curioso de una reunión en la que se produjo una querella furiosa entre Marx y Weitling, el comunista utópico alemán. En un momento dado, Weitling, que era un trabajador, se quejó de que los “intelectuales” Marx y Engels escribían sobre temas oscuros que no interesaban a los trabajadores. Acusó a Marx de escribir “análisis y doctrinas de sillón lejos del mundo de las personas que sufren y padecen”. En ese momento, Marx, que era generalmente muy paciente, se revolvió indignado. Annenkov escribe:
“En sus últimas palabras Marx, finalmente, perdió el control de sí mismo y golpeó tan fuerte con su puño sobre la mesa que la lámpara que estaba encima de ella cayó con estrépito. Y saltó diciendo: ‘la ignorancia nunca ayudó a nadie‘ “. (Recuerdos de Marx y Engels, p.272, Ed. Inglesa. Énfasis mío, AW)
Weitling se oponía a la teoría y al trabajo propagandístico paciente. Como Bakunin, sostenía que los pobres siempre estaban dispuestos para la revuelta. Este defensor de la “acción revolucionaria” en oposición a la teoría creía que, siempre y cuando haya dirigentes resueltos, se podría impulsar una revolución en cualquier momento. Incluso hoy en día encontramos ecos de estas ideas premarxistas primitivas en las filas de los marxistas.
Marx comprendió que el movimiento comunista sólo podía avanzar con una ruptura radical con estas nociones primitivas y con una limpieza exhaustiva en sus filas. La ruptura con Weitling era inevitable y llegó en mayo de 1846. Después, Weitling se instaló en Estados Unidos y dejó de jugar cualquier papel digno de mención. Sólo con la ruptura con la noción de “trabajador-activista” de Weitling fue posible establecer la Liga Comunista sobre una base sólida. Sin embargo la tendencia primitiva representada por Weitling se ha reproducido constantemente en el movimiento, en primer lugar en las ideas de Bakunin y más adelante en las variadas formas de ultraizquierdismo que aún plaga el movimiento marxista hasta el día de hoy.
En las Obras Escogidas de Marx y Engels encontramos una verdadera mina de oro de ideas. Aquí encontramos los escritos de Engels sobre la guerra campesina en Alemania, sobre la historia temprana de los alemanes, eslavos e irlandeses, su historia del cristianismo primitivo, etc. En su artículo sobre la muerte de Engels, Lenin escribió:
“Marx trabajó en el análisis de los fenómenos complejos de la economía capitalista. Engels, en sus trabajos, escritos en un lenguaje muy ameno, a menudo de carácter polémico, enfocó los problemas científicos más generales y los diversos fenómenos del pasado y del presente en el espíritu de la concepción materialista de la historia y de la doctrina económica de Marx.”
Una breve lista de las obras de Engels revela inmediatamente la amplitud de visión de su persona. Contamos con su magnífico trabajo polémico contra Dühring, que trata de la filosofía, y las ciencias naturales y sociales con gran profundidad. El origen de la familia, la propiedad a privada y el Estado se ocupa de los orígenes primitivos de la sociedad humana. Qué tiene que ver todo esto con la clase trabajadora y la lucha de clases, preguntarán nuestros críticos “prácticos”. Sólo esto: que esa fue la labor que estableció la base de la teoría marxista del Estado, que Lenin desarrolló más tarde en ElEstado y la Revolución, el libro que sentó las bases teóricas para la revolución bolchevique.
Y ¿qué vamos a decir sobre Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana? En este libro, Engels no sólo aborda las ideas “abstractas y abstrusas” de Hegel, sino también las ideas oscuras de filósofos alemanes menores del movimiento de la izquierda hegeliana. Especialmente, en la Correspondencia de Marx y Engels se encuentra un tesoro oculto de ideas de una envergadura sorprendente. Los dos amigos intercambiaron opiniones sobre todo tipo de temas, no sólo de economía y política sino de filosofía, historia, ciencia, arte, literatura y cultura.
Aquí tenemos una respuesta aplastante a todos los críticos burgueses de Marx que presentan una caricatura de marxismo como una doctrina seca y estrecha, que reduce todo el pensamiento humano a Economía y al desarrollo de las fuerzas productivas. Sin embargo, todavía hoy hay personas que gustan de llamarse a sí mismas marxistas y que defienden, no las verdaderas ideas de Marx y Engels en toda su riqueza, amplitud y profundidad, sino la misma caricatura “economicista” de los críticos burgueses del marxismo. Esto no marxismo en absoluto, sino, para utilizar la expresión de Hegel, “die leblosen Knochen eines Skeletts” (los huesos sin vida de un esqueleto), y sobre lo que Lenin comentó: “lo que se necesita no es leblose Knochen, sino la vida viviente”. (Lenin, Notas Filosóficas, Obras Escogidas, vol. 38. Edición inglesa)
Lenin y la teoría
Lenin siempre destacó la importancia de la teoría. Incluso en la fase inicial y embrionaria del partido, llevó a cabo una lucha implacable contra los “economicistas”, que tenían la mentalidad estrecha “práctico-proletaria” y que despreciaban la teoría como asunto de intelectuales, y no de los trabajadores. Respondiendo a este absurdo, Lenin escribió:
“La declaración de Marx: ‘Un paso adelante real del movimiento es más importante que una docena de programas’. Repetir estas palabras en un período de trastorno teórico es exactamente lo mismo que gritar al paso de un entierro: “¡Ojalá tengan siempre algo que llevar!”. Además, estas palabras de Marx se toman de su carta sobre el Programa de Gotha, en la que él condena duramente el eclecticismo en la formulación de los principios. Si deben unirse, escribió Marx a los dirigentes del partido, entonces lleguen a acuerdos para satisfacer los objetivos prácticos del movimiento, pero no permitan ninguna negociación sobre principios, no hagan ‘concesiones’ teóricas. Esta fue la idea de Marx, ¡y todavía hay personas entre nosotros que buscan en su nombre menospreciar la importancia de la teoría!
“Sin teoría revolucionaria no puede haber ningún movimiento revolucionario. Nunca se insistirá lo bastante sobre esta idea en un momento en que la predicación de moda del oportunismo va de la mano con un encaprichamiento por las formas más restringidas de actividad práctica. Sin embargo, para los socialdemócratas rusos la importancia de la teoría se ve reforzada por otras tres circunstancias, que son a menudo olvidadas: primero, por el hecho de que nuestro partido sólo está en el proceso de formación, apenas ha comenzado a definir sus características, y dista mucho aún de haber ajustado cuentas con las otras tendencias del pensamiento revolucionario que amenazan con desviar el movimiento de la ruta correcta”. (¿Qué Hacer? Dogmatismo y “Libertad de crítica”)
La tendencia “economicista”, como las de Weitling y Bakunin, se presentaba como una tendencia “proletaria genuina” que combatía contra la influencia perniciosa de los “teóricos intelectuales”. Una fuerte ruptura con esta tendencia, que combinaba la demagogia “proletaria” con el reformismo sindicalista en la práctica, fue la condición previa para la formación del bolchevismo. Pero la lucha por la teoría, contra los “prácticos” fue una característica constante durante mucho tiempo después.
Lenin escribió en 1908:
“La lucha ideológica librada por el marxismo revolucionario contra el revisionismo al final del siglo XIX no es sino el preludio de las grandes batallas revolucionarias del proletariado, que está marchando hacia adelante para la victoria completa de su causa a pesar de todos las oscilaciones y debilidades de la pequeña burguesía”. (Marxismo y revisionismo)
En su libro Stalin, Trotsky describe detalladamente la psicología de los “hombres de comité” bolcheviques, que también tenían la mentalidad “práctica”. Cometieron toda una serie de errores por su incapacidad para comprender el movimiento real de los trabajadores en 1905-6. La razón de sus errores (generalmente de carácter ultraizquierdista) fue su falta de comprensión de la dialéctica. Tenían una idea completamente abstracta y formalista de la construcción del partido, que no estaba relacionada con el movimiento real de los trabajadores. Por eso en 1905, para horror de Lenin, los bolcheviques de San Petersburgo abandonaron la primera reunión del Soviet, porque éste se negó a aceptar el programa del partido.
En 1908, cuando Lenin se encontró en minoría de uno en la dirección de la facción bolchevique, que estaba dirigida por los ultraizquierdistas Bogdanov y Lunacharsky, él estuvo dispuesto a escindirse sobre la base de una diferencia sobre filosofía marxista. No fue casual que en ese momento difícil, cuando la existencia misma de la tendencia revolucionaria estaba en peligro, pasara mucho tiempo escribiendo un libro sobre filosofía: Materialismo y Empiriocriticismo.
Uno podría preguntar qué estaba haciendo Vladimir Ilich escribiendo libros sobre tales asuntos ¿Qué posible relevancia podía tener el estudio de los escritos del Obispo Berkeley para los trabajadores rusos? También se puede preguntar por qué Lenin consideró necesario romper con la mayoría de los líderes bolcheviques sobre la cuestión de la filosofía. Pero Lenin comprendió muy bien el nexo causal entre el rechazo de Bogdanov al materialismo dialéctico y las políticas ultraizquierdistas adoptadas por la mayoría.
Durante la primera guerra mundial, Lenin regresó a la filosofía, e hizo un estudio profundo sobre Hegel que fue publicado muchos años más tarde bajo el título de Notas filosóficas. Una de sus últimas obras fue El significado del materialismo militante, en el que una vez más subraya la necesidad de estudiar a Hegel:
“Por supuesto, este estudio, esta interpretación, esta propaganda de la dialéctica hegeliana es extremadamente difícil, y las primeras experiencias en este sentido, sin duda, irá acompañadas de errores. Pero sólo quien nunca hace nada nunca se equivoca. Tomando como base el método de Marx de aplicar de manera materialista la forma de concebir la dialéctica hegeliana, podemos y deberíamos elaborar esta dialéctica desde todos los aspectos, imprimir en los diarios extractos de las principales obras de Hegel, interpretarlos de manera materialista y comentarlos con la ayuda de ejemplos de la forma en que Marx aplica la dialéctica, así como de ejemplos de dialéctica de la esfera de las relaciones económicas y políticas, que la historia reciente, especialmente la guerra imperialista moderna y la revolución, proporciona con abundancia inusual”
Trotsky y la teoría
Trotsky, como Lenin, dedicó toda su vida a una defensa intransigente de la teoría marxista. En un excelente artículo sobre Engels, subraya la actitud escrupulosa de éste hacia la teoría:
“Al mismo tiempo, la magnanimidad intelectual del maestro hacia su pupilo era verdaderamente inagotable. Solía leer los artículos más importantes del prolífico Kautsky en su forma de manuscrito, y cada una de sus cartas de crítica contiene sugerencias preciosas, el fruto de una reflexión seria y, a veces, de investigación. La obra bien conocida de Kautsky, Antagonismos de clase en la revolución francesa, que ha sido traducida a casi todos los idiomas de la humanidad civilizada, también parece que pasó a través del laboratorio intelectual de Engels. Su larga carta sobre las agrupaciones sociales en la época de la gran revolución del siglo XVIII – así como sobre la aplicación del método materialista de los acontecimientos históricos – es uno de los documentos más impresionantes de la mente humana. Por su gran concisión, cada una de sus fórmulas presupone una acumulación demasiado grande de conocimientos para que pueda entrar en la circulación de la lectura general; pero este documento, pese a que ha permanecido largo tiempo oculto, permanecerá para siempre no sólo como una fuente de instrucción teórica, sino también como una pieza de disfrute estético para toda persona que ha reflexionado seriamente sobre la dinámica de las relaciones de clase en una época de revolucionaria, así como sobre los problemas generales involucrados en la interpretación materialista de los acontecimientos históricos”. (Trotsky, Cartasde Engels a Kautsky, 1935)
En todas las obras de Trotsky vemos una amplitud de visión y un amplio interés, no sólo sobre historia, sino también en el arte y literatura y la cultura en general. Antes de la primera guerra mundial, escribió artículos sobre arte y sobre escritores como Tolstoi y Gogol. Después de la revolución de octubre, escribió extensamente sobre arte y literatura. Su libro Literatura y revolución es producto de ese período.
En 1923, escribió: “La literatura, cuyos métodos y procesos tienen sus raíces lejos en el pasado más lejano y representa la experiencia acumulada de artesanía verbal, expresa los pensamientos, sentimientos, estados de ánimo, puntos de vista y las esperanzas de cada nueva época y de su nueva clase”. (Trotsky, Las raíces sociales y la función social de la literatura) En el centro del tormentoso período de la revolución y contrarrevolución en la década de 1930 encontró tiempo para escribir sobre literatura y arte. En 1934, poco después de la catástrofe alemana, escribió un comentario sobre la novela de Ignazio Silone, Fontamara. En 1938, escribió el Manifiesto para un arte revolucionario independiente, junto con el escritor surrealista André Breton.
Sólo podemos imaginar la indignación de los filisteos pseudomarxistas: “¿Qué es esto? ¿El camarada Trotsky está perdiendo su tiempo en este momento revolucionario de la historia, escribiendo sobre arte? ¿Qué tiene que ver el arte con el proletariado y la lucha de clases? “. El filisteo sacude la cabeza amargamente y concluye que el camarada Trotsky no es el hombre que era. “¡Este no es el Trotsky de El Programa de Transición! ¡El Viejo debe estar perdiendo sus facultades mentales!”. ¡Sí, podemos imaginarlo!
En un momento en que Europa estaba sacudida por la revolución y contrarrevolución, cuando sus partidarios estaban siendo asesinados y la Cuarta Internacional luchaba por su supervivencia, ¿por qué Trotsky encontraba tiempo para dedicarse a cuestiones tales como el arte y la literatura? Cuando hayamos contestado a esta pregunta seremos capaces de ver la diferencia entre el marxismo genuino, lo revolucionario proletario genuino, y la caricatura superficial que pasa por marxismo en algunos círculos.
“Meros teóricos”
Durante la lucha fraccional que condujo a la escisión de la Tendencia Militant, la facción de la mayoría dijo que Ted Grant y Alan Woods eran “meros teóricos”. Esta simple frase dice lo suficiente para caracterizar a esa tendencia. Durante décadas dedicamos nuestras vidas a la construcción de la tendencia que resultó ser la más exitosa del movimiento trotskista desde la época de la oposición de izquierda rusa a fines de los años 20. Partiendo de un puñado de compañeros a principios de los años sesenta, conseguimos construir una gran organización con raíces sólidas en el movimiento laborista en Gran Bretaña.
Todos estos éxitos fueron el resultado de años de trabajo paciente. En última instancia, fueron el resultado de la ideas, los métodos y las perspectivas correctas elaboradas por Ted Grant, ese gran pensador marxista. Ted sobresalía cabeza y hombros por encima de cualquiera de sus contemporáneos. Estaba bien fundamentado en la teoría marxista y conocía las obras de Marx, Engels, Lenin y Trotsky como la palma de su mano.
Cuando Ted Grant y yo fuimos expulsados de Militant, nos encontramos en una situación difícil. La mayoría tenía un enorme aparato, mucho dinero y un equipo de rentados de unas 200 personas. Nosotros no teníamos ni siquiera una máquina de escribir. Sin embargo, ni Ted ni yo estábamos preocupados en lo más mínimo. Teníamos las ideas del marxismo, y eso era lo importante. Toda mi experiencia me ha convencido de que si se tienen las ideas correctas, siempre se podrá construir un aparato. Pero lo contrario no es verdad. Se puede tener el aparato más grande del mundo, pero si se trabaja sobre la base de teorías y métodos incorrectos, se fracasará.
Nosotros consideramos la situación y llegamos a la conclusión de que en la [entonces] presente situación, especialmente tras el colapso de la Unión Soviética, nuestra tarea más apremiante era defender las ideas básicas y las teorías del marxismo. El primer resultado fue el libro Razón y Revolución: filosofía marxista y ciencia moderna. Nuestros ex compañeros lanzaron grandes carcajadas sobre este libro. Su comentario sarcástico fue: “¡Vean! ¡Ted y Alan han abandonado la política para escribir libros sobre filosofía!” Esa fue su actitud hacia la teoría marxista – una actitud en la verdadera tradición de Weitling y de los “hombres de comité” bolcheviques, pero en absoluto de la de Marx, Engels, Lenin y Trotsky.
Tarde o temprano, los errores en teoría se traducen en un desastre en la práctica. La ex mayoría ha pagado el precio por sus errores. Lo que antes era una tendencia potente con raíces serias en el movimiento laborista ha sido reducida a una sombra de lo que fue. Por otra parte, Razón y Revolución jugó un papel clave en el establecimiento de la Corriente Marxista Internacional. Ha sido traducido a muchos idiomas y ha sido elogiado por muchos trabajadores, socialistas, comunistas, sindicalistas y bolivarianos (incluyendo a Hugo Chávez).
¿Cómo puede explicarse esto? Los trabajadores y jóvenes avanzados tienen sed por las ideas y la teoría. Quieren comprender lo que está sucediendo en la sociedad. No se sienten atraídos por las tendencias que simplemente les dicen lo que ya saben: que el capitalismo está en crisis, que hay desempleo, que viven en malas viviendas, que ganan salarios bajos, y así sucesivamente. La gente seria quiere saber por qué las cosas son como son, qué sucedió en Rusia, qué es el marxismo y otras cuestiones de carácter teórico. Por eso, la teoría no es una opción extra, como imaginan los “prácticos”, sino una herramienta esencial de la lucha revolucionaria.
Los trabajadores y la cultura
Es una calumnia contra el proletariado decir que los trabajadores no están interesados en los grandes asuntos de la cultura, la historia, la filosofía, etc. En mi experiencia de muchos años he encontrado que entre los trabajadores hay un interés mucho más auténtico por las ideas que en mucha gente procedente de las llamadas clases medias cultivadas. Recuerdo hace mucho tiempo, cuando estaba dando conferencias a trabajadores en el sur de Gales, de donde soy originario, que una vez encontré a un trabajador metalúrgico que había aprendido por sí solo el portugués para leer las obras de un poeta brasileño del que yo nunca había oído antes.
La idea de que los trabajadores no están interesados en la cultura proviene casi invariablemente de los pequeños burgueses intelectuales que no tienen ningún conocimiento de la clase trabajadora y que confunde a los trabajadores con el lumpemproletariado. Por lo tanto, muestran su desprecio por la clase trabajadora y su propio snobismo de clase media hacia los trabajadores. Esta es el tipo de persona que intenta congraciarse con los trabajadores vistiéndose de manera descuidada y tratando de imitar un acento “obrero”. Emplean un lenguaje mal hablado, pensando que eso mejora sus credenciales proletarias.
He visto demasiados casos de supuestos marxistas educados que piensan que es inteligente imitar el lenguaje y los hábitos del lumpemproletariado, imaginando que esto les dará más credibilidad como “verdaderos trabajadores”. En realidad, los trabajadores no utilizan normalmente ese tipo de lenguaje en sus casas o en su círculo más cercano. Imitar la conducta de los estratos más bajos y degradados de los trabajadores y la juventud no es digno de un marxista y mucho menos de alguien que aspira a ser un dirigente. En su artículo maravilloso La lucha por un lenguaje cultivado, Trotsky describió ese lenguaje como la marca de una mentalidad de esclavos, que los revolucionarios no deben imitar sino que deberían esforzarse por eliminar.
En este artículo, escrito en 1923, Trotsky elogia a los trabajadores de la fábrica de calzado La Comuna de París que aprobaron una resolución en la que se abstenían de emplear un lenguaje blasfemo (malas palabras) e imponían multas por emplear un lenguaje soez. El dirigente de la Revolución de Octubre no consideró esto como un detalle insignificante sino como una manifestación muy importante del esfuerzo de la clase obrera por liberarse de la mentalidad esclava y aspirar a un nivel superior de cultura. “El lenguaje blasfemo y las malas palabras son un legado de la esclavitud, de la humillación y del desprecio por la dignidad humana: de la propia y de los demás”. Eso fue lo que escribió el dirigente de la Revolución de Octubre.
Hay muchos niveles diferentes en la clase trabajadora, que reflejan diferentes condiciones y experiencias. Las capas más avanzadas del proletariado están activas en los sindicatos y en los partidos obreros. Ellos aspiran a una vida mejor. Toman un vivo interés por las ideas y la teoría, y se esfuerzan por educarse a sí mismos. Estos esfuerzos son una garantía del futuro Socialista, cuando los hombres y mujeres hayan roto, no sólo las cadenas físicas que los atan, sino las cadenas psicológicas que los mantienen esclavizados a un pasado bárbaro.
Trotsky subrayó la importancia de la lucha por el lenguaje cultivado: “La lucha por la educación y la cultura proporcionará a los elementos avanzados de la clase obrera todos los recursos del idioma ruso en su riqueza extrema, sutileza y refinamiento”.
Y explica que la revolución es “en primer lugar un despertar de la personalidad humana en las masas, que se supone que no poseen personalidad”. Es, “antes y sobre todo, el despertar de la humanidad, su marcha ascendente, y se caracteriza por un respeto creciente a la dignidad personal de cada individuo y por un interés cada vez mayor por los débiles”. (ibid.)
La transformación Socialista significa no sólo la conquista del poder: que es sólo el primer paso. La verdadera revolución – el salto de la humanidad desde el reino de la necesidad al reino de la libertad – aún tiene que llevarse a cabo. Engels señaló que en cualquier sociedad donde el arte, la ciencia y el Gobierno son el monopolio de una minoría, esa minoría utilizará y abusará de su posición para mantener la sociedad en condiciones de servidumbre.
Hacer concesiones al bajo nivel de conciencia de las capas más atrasadas y menos instruidas de la clase trabajadora, no ayuda a elevar su conciencia al nivel de las tareas que plantea la historia. Por el contrario, ayuda a reducirla, y esto siempre tendrá consecuencias retrógradas y reaccionarias. Podemos resumir la discusión de la siguiente manera: es progresivo y revolucionario lo que sirve para elevar el nivel de conciencia del proletariado. Es reaccionario todo lo que tiende a reducirlo.
Los marxistas deben estar en la primera línea de batalla de la clase trabajadora que está luchando para cambiar la sociedad. Nuestro deber es educar y formar a los cuadros de la futura revolución socialista. Para poder realizar esta tarea, debemos defender lo que es positivo, progresivo y revolucionario, y rechazar decisivamente todo lo que es atrasado, ignorante y primitivo. Tenemos nuestro objetivo fijado en un horizonte muy noble. Debemos elevar la visión de la clase trabajadora, comenzando con los elementos más avanzados, para el horizonte del que hablaba Trotsky en Literatura y Revolución:
“Es difícil predecir el grado de dominio sobre sí mismo que alcanzará el hombre del futuro o las alturas a las que llevará su técnica. La edificación social y la autoeducación psico-física serán dos aspectos del mismo proceso. Todas las artes: la literatura, el teatro, la pintura, la música y la arquitectura prestarán a este proceso una forma hermosa. Más correctamente, el proceso de la edificación de la cultura y la autoeducación del hombre comunista desarrollará hasta el punto más elevado todos los elementos vitales del arte contemporáneo. El hombre será incomparablemente más fuerte, más prudente e inteligente, y más refinado. Su cuerpo se hará más armónico, sus movimientos más rítmicos y su voz más musical; las formas de su modo de ser adquirirán una representatividad dinámica. El término promedio del intelecto humano ascenderá a la altura de un Aristóteles, de un Goethe o de un Marx. Y por encima de estas cumbres se elevarán otras nuevas”.
La conjetura de Collatz es un interesante enigma matemático que ha desafiado cualquier solución durante décadas y que esconde asombrosos patrones fractales con implicaciones dialécticas entre comportamientos azarosos y deterministas. El comportamiento de estos números tiene vinculación con la teoría del caos -que estudia la vinculación entre el orden y fenómenos aparentemente aleatorios- y otra teoría de la física, la teoría ergódica, que estudia el comportamiento promedio de fenómenos dinámicos que inicialmente parecen tener un comportamiento aleatorio pero terminan, a largo plazo, en un comportamiento previamente experimentado y determinado.
El problema consiste en elegir cualquier número natural y aplicar de forma reiterada la siguiente operación: “si se toma un número par, este es dividido entre dos; si el número es impar, este es multiplicado por tres y se le agrega 1 al resultado. Este proceso se realiza, de forma iterada, con los números obtenidos tras cada paso” [1].La conjetura establece que sin importar el número natural por el que se comience el resultado final será siempre 1. “De hecho, tras llegar a 1 este al iterarlo se convierte en 4, luego a 2 y nuevamente llegará a 1, estableciéndose un bucle”[2]. 4,2,1 se repite en un circuito infinito.
Por ejemplo, empezando por 9, encontramos como resultado de las iteraciones la siguiente serie: 28, 14, 7, 22, 11, 34, 17, 52, 26, 13, 40, 20, 10, 5, 16, 8, 4, 2, 1. “La conjetura de Collatz presenta un comportamiento caótico, no es posible determinar si la cantidad de pasos necesarios para que el número llegue a 1 obedece a si el número es grande o pequeño” [3]. Vimos que para el número 9 se requieren 19 iteraciones para llegar al 1 y comenzar el bucle infinito; para el 27 se requieren 111 pasos, mientras que para el 8192 se requieren apenas 13 iteraciones. O sea que la conjetura de Collatz combina los siguientes elementos: la aleatoriedad en el comportamiento de los primeros números que aparecen en las iteraciones, la determinación absoluta que implica que todos terminan en 1, y la existencia de un círculo infinito de 4,2,1 si seguimos la iteración a partir del final; aleatoriedad, determinación y un ciclo cerrado.
La Conjetura de Collatz es un problema que cualquier persona con conocimientos elementales de aritmética puede entender, pero que, en contraste con su prístina sencillez, no es claro si existe demostración posible o no. Fue compuesto por el matemático alemán Lothar Collatz en 1932 y circuló por primera vez entre sus colegas en 1950. Asombroso que a más de cinco décadas de ser enunciada, no pueda demostrarse la conjetura de una simple operación aritmética.
Se trata de “una conjetura, una de esas pesadillas que atormenta el entendimiento de los matemáticos, que perturba la conciencia y no permite dormir” [4]. “¿Por qué se trata de un problema tan difícil a pesar de que es muy fácil de enunciar? […] Por un lado, los iterados tienen un comportamiento «pseudoaleatorio», es decir, aunque estén perfectamente definidos, parecen comportarse aleatoriamente”[5]. En el 2020 las supercomputadoras demostraron que la conjetura es válida para todas las secuencias de números menores a 2 elevado a la 68 -hablamos de más de 295 trillones-. Un número increíblemente grande pero que está lejos de ser una demostración para la cantidad infinita de números naturales.
En los pasillos de las universidades se decía que dicho problema no era más que un complot urdido por los soviéticos para entretener a los matemáticos americanos en tareas inútiles. el matemático Alex Kontorovich afirmó que “entre los matemáticos profesionales, la conjetura de Collatz no es famosa, sino infame. Si alguien admite en público que está trabajando en ella, eso significa que algo malo pasa con ese matemático”[6]. Por su parte, el matemático Paul Erdös afirmó al respecto: “las matemáticas, a día de hoy, no están lo suficientemente maduras para tales preguntas”[7]. El desafío es tal que existe un premio de 1.085.000 dólares- el monto más alto por un problema matemático no resuelto- a quien logre alguna demostración.
Pero grandes revoluciones en el pensamiento científico han partido de “excentricidades” que contradecían el “sentido común” dominante, de aparentes “monstruosidades” que desafiaban los dogmas establecidos. Los números irracionales -por ejemplo- trastornaron la mente cerrada de los viejos pitagóricos quienes intentaron ocultar su existencia, las estructuras fractales parecían meras curiosidades hasta mostrarse como una forma fundamental de la naturaleza -mucho más presentes que las rígidas figuras geométricas euclideanas- y hasta el descubrimiento de que el espacio se dobla de partió del estudio de la órbita excéntrica de mercurio.
No necesariamente la conjetura de Collatz contiene el germen de descubrimientos revolucionarios como esos. Por el momento los “números granizo” -que resultan de la conjetura, como veremos más adelante- se utilizan en programas para generar música y en el desarrollo de software que profundizan en patrones estadísticos, mismos programas que tienen el potencial de utilizarse en otros campos. Collatz mismo era un defensor de que las matemáticas deben aplicarse al mundo real. Pero por más que para muchos este problema sea sinónimo de una tarea inútil y sin objetivo alguno, esconde patrones muy interesantes que demuestran orden debajo del caos y la aleatoriedad. Al menos desde un punto de vista filosófico muestran la vinculación entre el azar y la necesidad, de patrones que se ocultan debajo de la superficie, incluso de patrones fractales de una infinita complejidad. Si bien hasta el momento no se ha podido encontrar ningún patrón que resuelva si es verdadera o no.
Bucles de diferente tipo y el infinito
La conjetura implica, de cierta manera, la unidad entre lo aleatorio y la determinación más cerrada y absoluta. Pero podría objetarse que a pesar de su aleatoriedad, finalmente el proceso termina en un bucle cerrado. Un bucle es lo contrario a un movimiento dialéctico que implica un proceso abierto y progresivo, una espiral. Más bien estaríamos ante un ejemplo del “eterno retorno de lo mismo”, una imagen estoica que impresionó poéticamente a Nietzsche. Pero la dialéctica es siempre concreta y se manifiesta de manera determinada en cada nivel de la realidad y través de un proceso contradictorio en sí mismo. El pensamiento dialéctico no impone nada a los procesos, sino que, al contrario, éstos tienden a reforzar la idea de movimiento y desarrollo contradictorio, de forma en sí misma contradictoria. Para aterrizar esto veremos que nuevos patrones pueden emerger si cambiamos cuantitativamente la fórmula.
La conjetura sería parte integrante de una serie de fórmulas del mismo tipo que contienen comportamientos diferentes. Así, los bucles serían parte integrante de una serie de patrones más variados y complejos que los contienen, tanto como a series que se disparan al infinito. El comportamiento dialéctico es mucho más claro considerando al fenómeno desde una escala precisa. Por ejemplo: la conjetura 3n+1 termina siempre, o eso parece, en el ciclo 4,2,1. Pero si como “n” tomamos enteros negativos y aplicamos las mismas reglas (si es par lo dividimos entre 2 y si es impar aplicamos 3n+1), entonces se producen ciclos diferentes que termina y comienza siempre con el número con el que se inicia la operación. Ya no tenemos un movimiento aleatorio que termina en un bucle, sino directamente un bucle que comienza y termina por el mismo punto. Heráclito había señalado que “el principio y el fin de la circunferencia es el mismo”. Esto significa que un cambio cuantitativo puede generar un ciclo cualitativamente diferente. Por ejemplo con -17:
¿Pero ante este tipo de iteraciones con encontramos siempre ante bucles?. Parece que no siempre. Una fórmula del mismo tipo que la de Collatz pero ahora 5n+1 resulta, por ejemplo, para el número 1 en un ciclo de 5 números que comienza y termina por el 1 -o sea un círculo cerrado-, pero con el 7 los números se disparan aparentemente de forma indefinida, hasta el infinito. O por lo menos eso parece. Parece ser que estamos ante una trayectoria no acotada, que se dispara sin fin para ciertos números. Aunque tampoco existe manera de probar, hasta ahora, que para esos números que divergen y se disparan al infinito, no existe -a su vez- algún punto -por grande que sea- donde decaigan.
Con estos elementos se podría especular que la fórmula de Collatz forma parte de una serie formulas del mismo tipo, algunas de las cuales resultan en ciclos acotados: ya sea que comiencen por series aleatorias que terminan por decaer hasta un pequeño bucle, otras fórmulas que impliquen círculos desde un comienzo, o en fórmulas que incluyan números que se disparan sin fin. La diferencia entre esas fórmulas de una misma clase es simplemente cuantitativa, es decir, que esos pequeños cambios resultan en procesos cualitativamente distintos: bucles diferentes, unidos o no a series inicialmente aleatorias, y en procesos sin fin. Pero por ahora no hay manera de probar que en cada una de esas iteraciones no existan o no trayectorias divergentes.
Patrones y leyes subyacentes
Y parece ser que cada fórmula contiene, a su vez, patrones subyacentes. Por lo menos es así con la fórmula clásica 3n+1. Nos encontramos con nuevos patrones implícitos si consideramos a una gran cantidad de números y lo sometemos a la misma operación. Incluso dentro de un proceso que termina en un bucle cerrado, si observamos desde una perspectiva adecuada, los procesos dialécticos emergen.
Encontramos patrones en la forma en que los números rebotan en la gráfica antes de llegar al uno. Vimos, por ejemplo, que el número 27 rebota 111 veces antes de llegar al ciclo 4,2,1; el resultado más alto que alcanza en esas 111 veces es el 9232. Si fuera en metros hablaríamos de que el 27 parte de 27 metros para llegar más alto que el monte Everest. Al 26, en contraste, apenas le toma 10 pasos llegar al 1 y su altura máxima es de apenas 40. Por la forma en que los números rebotan rebotan antes de caer al suelo -como el granizo que rebota en una nube antes de caer de forma definitiva- son conocidos como “números granizo”. Resulta sorprendente que a partir de un comportamiento desordenado y caótico surja, en un momento dado, un comportamiento perfectamente predeterminado. Debido a este comportamiento se ha relacionado a la conjetura de Collatz con la teoría del caos, pues ésta estudia fenómenos en donde los cambios cuantitativos en un comportamiento caótico -como una tormenta tropical- generan estructuras organizadas -como un huracán- en un punto determinado. Vemos aquí una serie de puntos críticos en los cuales el comportamiento caótico de los números encuentra un pico (una cota), luego los números comienzan a decaer, hasta que -al parecer- indefectiblemente terminan en uno, o mejor dicho, en un pequeño bucle.
El comportamiento aleatorio de estos números es similar a la gráfica del mercado de valores, pues ambos movimientos son ejemplo del movimiento geométrico browniano, patrón que dibuja un fractal infinitamente quebrado, aunque en el primer caso lleve una tendencia descendente. Marx, por su parte, descubrió que debajo del comportamiento aleatorio y anárquico del mercado existen leyes deterministas que explican su comportamiento y crisis.
De hecho, a medida que obtenemos un mayor número de secuencias aparecen más patrones deterministas. Por ejemplo, aparecen regularidades estadísticas en la frecuencia en que aparecen, en el primer dígito de las secuencias de números en cada iteración, los números del 1 al 9. Resulta que si se representa la frecuencia de estos números en un histograma, para el primer millón de millones de secuencias aparece un patrón estable: el 30% de la secuencias comienzan con 1, el 17.5% comienzan por 2, el 13% con 3,etcétera; de acuerdo a la siguiente tabla:
Este patrón de distribución obedece a la ley de Benford, y se utiliza para descubrir fraudes, pues si un comportamiento aparentemente aleatorio -por ejemplo el comportamiento de los votos de una elección- no obedece a esta ley, es muy probable que exista manipulación. Este patrón estadístico lo encontramos en gran cantidad de fenómenos: en la dinámica de las poblaciones, las cotizaciones de la bolsa, en las constantes físicas y en la sucesión de Fibonacci[11].La leyes de probabilidad se imponen de una forma particular a través de la aleatoriedad y el accidente. Ya decía Hegel que la necesidad hace uso del accidente, las leyes que rigen la realidad se manifiestan por una serie de casualidades.
Si graficamos para cada número natural -por ejemplo del 1 hasta el 9999- el número de iteraciones que requiere para decaer hasta el 1 obtenemos una imagen que tiende a mostrar un peculiar patrón entretejido:
Mismo patrón que aumenta en densidad a medida en que se incrementan los números graficados, por ejemplo del 1 al 10 millones:
Fractales ocultos
Otro patrón interesante resulta si graficamos la forma en que diversos números naturales confluyen todos hacia el bucle 4,2,1; resulta esto en una gráfica de árbol direccionada. Hasta ahora no se ha encontrado ningún número que esté desconectado de ese gran árbol, es decir, ningún número natural que al aplicarle la operación de Collatz no termine en 1. Como vimos, las supercomputadoras han comprobado que la conjetura de Collatz es válida al menos para una cifra de más de 295 trillones.
La direccionalidad que parecen tener los números naturales hacia el bucle 4,2,1 recuerda la atracción gravitacional que ejerce un agujero negro supermasivo a cuya fuerza ni siquiera la luz puede escapar “pues cualquiera sea el número del cual se parta, conduce siempre al mismo resultado, es decir, ningún número puede escapar del vórtice final de la sucesión de Collatz”[12]. La gráfica direccionada de la que hemos hablado puede representarse en forma de vórtice (en la imagen vemos la representación de los números del 1 al 10 0009). ¿Existirá algún número superior al 2 elevado a la 68 que no confluya, ya sea porque -por alguna razón- se dispara al infinito o porque termina en un bucle diferente a 4,2,1? Hasta la fecha no se ha encontrado algún contraejemplo que refute la conjetura.
El matemático Terence Tao, de la universidad de California, es quien probablemente se ha acercado a la confirmación de la conjetura. Con estudios de probabilidad, publicados en el 2019, demostró que la conjetura es válida para “casi todo número”, aunque tampoco nadie ha encontrado nunca alguna excepción. O sea que la conjetura parece ser “casi cierta”. Tao escribe: “estamos ante una situación en donde parece haber una gran brecha entre «casi todos» y «todos» los resultados»”[14]. Aparentemente toda ley tiene sus excepciones pero no sabemos si la conjetura de Collatz es una excepción a la excepción, si existe algún número extraordinario que no confluya, alguna trayectoria excepcional, algún ciclo excéntrico que no termine en 4,2,1. ¿Qué implicaciones matemáticas tendrían la existencia de esos números? Recordemos que la función 5n+1 sí muestra números que divergen hasta el infinito; por otra parte, la conjetura de Poyla parecía ser válida desde que fue enunciada en 1919 y no fue sino hasta 1958 que se encontró un contraejemplo que mostró su falsedad. Pero la conjetura de Collatz parece ser mucho más escurridiza.
Podemos encontrar más patrones si a este árbol le asignamos un cierto grado de inclinación diferente a los números pares o impares, el resultado es un asombroso patrón fractal que crece a medida que añadimos más números, y que asemeja al crecimiento orgánico de algas y corales. ¡Infinitos filamentos y ramas ocultos en una simple operación!
Desde un punto de vista matemático los fractales se generan por un proceso de iteración, es decir, por la repetición continua de la misma operación a los resultados, una y otra vez; justo el tipo de operaciones implícitas en la conjetura de Collatz. Uno de los fractales más asombrosos y conocidos es el fractal de Mandelbrot. Es una imagen autosimilar (como todo fractal) cuya peculiaridad está en que no es un fractal lineal -que repita simplemente la misma estructura- sino que además de repetir la estructura principal, incluye infinitos patrones en diferentes niveles. Hemos explicado en otros artículos que este tipo de fractales constituyen una expresión gráfica de la ley dialéctica de la “negación de la negación”[16]-además de la unidad de contrarios que implica lo finito e infinito- que, en pocas palabras, establece que en todo proceso las etapas que la componen niegan a las anteriores, las superan, pero conservándolas al mismo tiempo. Un fractal parecido al de Mandelbrot aparece en la conjetura de Collatz si, bajo ciertas condiciones, la graficamos en el plano complejo -es decir, incluyendo números complejos-: “Es decir, calculamos la órbita de cada número complejo bajo la función y representamos de negro los puntos cuya órbita sea convergente. Nos queda la siguiente representación, denominada fractal de Collatz:”[17] Asignando colores y observando a escala, nos encontramos con un universo infinito:
“Pero, ¿es un fractal en el sentido del conjunto de Mandelbrot? Pues eso parece. Analizando la imagen anterior vemos que tiene ciertas similitudes al fractal de Mandelbrot, pero además si hacemos zoom en varias partes (principalmente en las cercanas al borde del conjunto) encontraremos autosimilitud como se encuentra en el conjunto. Por ejemplo, aquí tenemos una imagen después de hacer zoom cerca del borde del conjunto central”[19]“este fractal de Collatz, como la mayoría de los fractales de su tipo, es un mundo donde a cada paso nos encontramos con algo nuevo a la vez que conocido”[20].
Una metáfora dialéctica del universo
Los fractales no lineales son una expresión gráfica de la infinita complejidad del universo mismo. Hablamos de un conjunto que contiene infinitos patrones a diferentes niveles, cada uno de los cuales es nuevo pero contiene y repite, de cierta forma, patrones de niveles aparentemente dejados atrás; en lo micro aparecen patrones que existen en la totalidad y a la inversa. El universo parece ser así: super cúmulos de galaxias, galaxias, sistemas planetarios, planetas, continentes, cuerpos diversos, moléculas, átomos, partículas subatómicas… cada nivel tiene sus propios patrones y leyes pero, de cierta forma, los elementos -por poner un ejemplo- parecen repetir la estructura de un sistema planetario y ser inagotables en sí mismos, pues hasta la fecha cada partícula supuestamente elemental ha demostrado descomponerse en otras partículas más evanescentes, en un proceso sin fin a la vista. El universo en sí mismo se ha mostrado, sucesivamente, como un conjunto infinito, inagotable y profundamente dialéctico.
En conclusión, la conjetura de Collatz esconde asombrosos patrones dialécticos. Su comportamiento es un ejemplo más de la forma concreta y determinada en que se manifiestan las leyes más generales del materialismo dialéctico en diversos campos, en este caso, las matemáticas. Así mismo, como sostuvo Hegel, la primera ley de la dialéctica es que la verdad es siempre concreta o una síntesis de múltiples determinaciones: el movimiento dialéctico se manifiesta de forma concreta en diferentes niveles en que existe la realidad: la naturaleza, la sociedad y el pensamiento. No basta con enunciar las tres leyes de la dialéctica a la manera de los viejos manuales soviéticos -que convirtieron al materialismo dialéctico en una serie de ideas abstractas sin vida- sino mostrar esas leyes en sus manifestaciones concretas y a partir del avance de la ciencia misma, de tal forma que el pensamiento dialéctico se demuestre como un instrumento necesario para interpretar la realidad e intervenir en ella [21].
[1]: “Sobre la conjetura de collatz monografía de trabajo de grado para optar por el título de matemático proyecto curricular de matemáticas” Ana María Guauque Pardo, Bogotá, Octubre de 2021.
El carismático intelectual de izquierda, norteamericano, Noam Chomsky es conocido en el mundo académico por su peculiar teoría sobre el lenguaje, e internacionalmente entre los activistas y el movimiento en general, por sus posturas de izquierda. En este breve artículo pretendemos discutir someramente su teoría del lenguaje y su postura política anarquista, que contrapone a lo que él llama el leninismo y bolchevismo autoritario.
Chomsky y la metafísica del lenguaje
En lo que respecta al primer tema, Chomsky plantea una teoría llamada “gramática generativa”, que pretende explicar el desarrollo y origen del lenguaje humano. Chomsky sostiene que: “El lenguaje humano es el producto de descifrar un programa determinado por nuestros genes”. O sea que, la capacidad de comunicarnos verbalmente se sustenta en una estructura gramatical innata, o a priori, que subyace a todas las lenguas o idiomas del mundo.
Chomsky retoma la vieja idea kantiana de que existe un conocimiento a priori, independiente de la experiencia. Ese programa impreso en nuestros genes se realiza culturalmente en una lengua determinada que se aprende de acuerdo al lugar donde se nace. Pero, independientemente del idioma que nos haya tocado en suerte hablar, según Chomsky, en todo lenguaje humano subyace una estructura gramatical común. Se aduce como evidencia la capacidad de cualquier niño pequeño de responder a estímulos lingüísticos, no obstante no haber aprendido aun a hablar un idioma concreto. Otra evidencia sería la posibilidad de traducir cualquier idioma a otro, traducción que sin ser perfecta, es posible porque supuestamente existe una estructura subyacente compartida. Esto explicaría, según Chomsky, que mientras más idiomas hable un sujeto más fácil es aprender otros, pues los políglotas son más capaces de detectar esa estructura común a los idiomas.
Es indiscutible que la lengua es una manifestación cultural que se aprende socialmente desde la más tierna infancia, esto resulta una obviedad desde un punto de vista marxista e incluso para cualquier lingüista que se precie. Pero el planteamiento apriorista de Chomsky y la existencia de una gramática impresa en los genes carece de sustento. La inclinación de todo niño pequeño normal de establecer comunicación y de aprender rápidamente no revela alguna gramática innata sino la naturaleza social de nuestra especie y la plasticidad del cerebro (especialmente del cerebro infantil que debe adquirir el conocimiento y habilidades de su entorno social). La capacidad de traducir un idioma a otro no revela una gramática innata sino la función social de cualquier lengua tanto de describir acciones (verbos y adverbios), cosas y sus relaciones (nombres, adjetivos, pronombres, artículos, etcétera), como de expresar un mundo material más o menos compartido. Lo a priori a la experiencia humana es un mundo material objetivo, que incluye relaciones sociales concretas, que se expresan en el lenguaje.
¿Esto quiere decir que no existe una base biológica que posibilite el lenguaje? Obvio es que se requiere un mundo social de sujetos capaces de pensar y hablar para que exista el lenguaje. La evolución biológica y cultural también se expresa en el surgimiento de un cerebro humano y un aparato vocal capaz de comunicarse. La necesidad creó al órgano, pero el órgano se creó y recreó en su ejercicio. El cerebro creció, impulsado por la producción de herramientas, como un órgano muy flexible, adaptable y especializado en buscar y reconocer patrones. De este reconocimiento dependía la vida o la muerte de las primeras hordas de homínidos carroñeros y sus sucesores cazadores.
Muchas veces el debate entre lo innato y aprendido peca de unilateralidad y expresa un pensamiento mecánico bastante miope. De una parte la evolución biológica —condicionada por relaciones sociales cada vez más estrechas y la producción de herramientas de nuestros ancestros homínidos— se reflejó en el progresivo crecimiento del cerebro y modos de comunicación cada vez más sofisticados en las especies homínidas que nos antecedieron. A su vez, cerebros más capaces y la evolución de la laringe a una forma cada vez más humana imprimieron un impulso al desarrollo del lenguaje. Evidentemente toda función —en este caso el lenguaje— requiere un órgano, por lo que pareciera que estamos en la clásica paradoja del huevo y la gallina. Sin embargo, la producción de herramientas fue el factor decisivo, puesto que el crecimiento del cerebro fue su consecuencia; el cerebro del tamaño de un chimpancé del Australopithecus contaba con la “masa crítica” para su subsecuente desarrollo, en el contexto cambiante que demandaba la generación de herramientas de forma regular.
De tal forma que la base biológica y el contexto social se alimentaron mutuamente. Esto explica que distintos padecimientos cerebrales o genéticos impidan a ciertos individuos un pleno desarrollo del lenguaje. Pero no existe evidencia alguna de una gramática innata impresa en el cerebro, en los genes o alguna otra parte de la biología; por el contrario hay evidencia de que el lenguaje y su gramática evolucionaron de forma histórica y cultural. Engels escribió:
“El dominio de la naturaleza comenzó con el desarrollo de la mano, con el trabajo, y amplió el horizonte del hombre con cada nuevo paso hacia adelante. A cada instante descubría propiedades nuevas, hasta entonces desconocidas, en los objetos naturales. Por otro lado, el desarrollo del trabajo ayudó por fuerza unir a los miembros de la sociedad entre sí, al incrementar los casos de ayuda mutua y actividad conjunta, y poner en claro la ventaja de esta actividad conjunta para cada individuo. En una palabra, los hombres en formación llegaron al punto en que tenían algo qué decirse”[1].
También hay bastante evidencia de que el cerebro se conecta y genera nuevas conexiones a partir de la experiencia. Al surgir como órgano propio de nuestra especie, tras una larga historia de producción de herramientas y transformación del entorno, ese órgano tiene la capacidad de reconectarse y activarse a través de la vida y desarrollo del sujeto, sobre todo a edades tempranas.
El lenguaje no es un producto de un individuo aislado y su biología, sino un producto social e histórico que ha evolucionado y ha sido transmitido a través de miles de generaciones. Los lingüistas e historiadores pueden seguir esa evolución a través de los registros históricos, dotando de una base empírica a sus investigaciones. E incluso antes del surgimiento de la escritura, es posible inferir la complejidad creciente del lenguaje a partir de los procesos mentales y sociales necesarios para producir herramientas y otras formas de producción social que el antropólogo e historiador puede analizar, en otros artículos hemos tratado de estudiar ese proceso: La producción de herramientas y el origen del lenguaje.
En contraste, la gramática universal impresa en los genes, que plantea Chomsky, se presenta como una entidad metafísica que se presupone pero cuya existencia no se puede demostrar. En contraste, creemos que la teoría marxista del lenguaje de Lev Semiónovich Vygotski es mucho más coherente y consistente tanto con la ciencia, la historia y la cultura humanas, como con corrientes pedagógicas progresistas. Véase: La educación y la revolución rusa: Makárenko y Vygotski y una crítica marxista más pormenorizada y exhaustiva de la teoría del lenguaje de Chomsky la podemos leer aquí: Determinismo biológico y epistemología en lingüística: algunas consideraciones sobre la “revolución chomskyana”.
El anarquismo de Chomsky
A primera vista parece no existir una relación entre el idealismo evidente de la “gramática generativa” y las posiciones políticas de Noam Chomsky. El propio Chomsky ha señalado que “uno no puede inferir nada sobre política a partir de lo que sabe sobre la gramática universal, o viceversa”[2]. Pero ambas comparten una base idealista. Para el lenguaje una gramática universal impresa en la biología, para la sociedad y la política una naturaleza humana permanente que se va revelando conforme progresa la historia. Chomsky plantea que una posición política debe tener como base una interpretación de una supuesta naturaleza humana:
“cualquier actitud que se adopte hacia los problemas sociales o hacia las relaciones humanas… debe basarse en alguna concepción de la naturaleza humana, alguna concepción de cómo deben llevarse a cabo los arreglos sociales o las relaciones interpersonales de tal manera de ser conducente a las necesidades humanas”[3].
En contraste con la posición empirista que plantea al ser humano como una tabla raza marcada por la experiencia, considera que si los seres humanos fuéramos naturalmente maleables por la historia y la cultura seríamos objetos de la manipulación del poder. Pero, en la superación histórica de relaciones sociales como la esclavitud, Chomsky ve el descubrimiento gradual de una supuesta naturaleza humana eterna o “un avance hacia la comprensión de nuestra propia naturaleza y los principios morales y éticos que se derivan de ella”[4]. Pero tal como señala Peter Jones en su brillante crítica marxista a Chomsky:
“uno todavía puede sentir que el vocabulario ‘racionalista’ de la libertad y la creatividad se sienta bastante incómodo con una visión determinista biológica de la naturaleza humana. De hecho, este último dogma no suele asociarse con puntos de vista liberales, y mucho menos socialistas”[5].
Chomsky se define a sí mismo como “socialista libertario”, pues este modelo estaría mas acorde con la supuesta naturaleza humana que la historia va delineando. Como referentes plantea una amplia gama bastante variopinta: Humboldt, Jefferson, Bakunin y Rosa Luxemburgo, pero desmarcándose de Lenin y los bolcheviques a los que acusa de autoritarios, situándolos en el mismo costal que al fascismo:
“Estamos en un período de corporativización del poder, consolidación del poder, centralización. Se supone que eso es bueno si eres un progresista, como un marxista-leninista. Del mismo trasfondo surgieron tres cosas principales, el fascismo, el bolchevismo y la tiranía corporativa. Todos surgieron de las mismas raíces más o menos hegelianas”[6].
Si bien no existe ningún texto específico donde Chomsky critique directamente a Marx —Chomsky mismo admite que no es un erudito de Marx—, sí plantea la idea de que la vertiente leninista del marxismo es autoritaria. Pero las críticas vagas y laxas que hace del marxismo demuestran que no lo comprende en absoluto.
La centralización de la vida política y social tiene su origen, según Chomsky, en la forma en que los legisladores otorgaron el poder a pequeños grupos privilegiados a finales del siglo XIX:
“las cortes y los abogados aparecieron y crearon un nuevo cuerpo de doctrina, que les dio a las corporaciones autoridad y poder que nunca antes habían tenido. Si miras el trasfondo, es el mismo trasfondo que condujo al fascismo y al bolchevismo”[7].
Pero la centralización del poder no fue producto de los legisladores, como insinúa Chomsky, sino de la centralización económica del capitalismo. Tal como se señala en el artículo “Noam Chomsky y el marxismo: sobre las raíces del ‘autoritarismo’ moderno”:
“Uno de los resultados de la centralización de la economía capitalista es la urbanización. ¿Debemos suponer que esto también es producto de las ideas hegelianas? ¿Es el dominio mundial de las ciudades sobre el campo producto del diseño hegeliano? De hecho, Chomsky, como Hegel, hace de ‘la idea’ la fuerza motriz de la economía y la sociedad”[8].
La legislación puede acelerar, retrasar e incluso moldear ese proceso en el plano formal, legal y político; pero, en última instancia, no lo determina.
Chomsky afirma cosas muy bellas sobre el anarquismo y especialmente sobre Bakunin, pero no las prueba en absoluto sino que retoma algunas citas de Bakunin que le han sido especialmente agradables. El anarquismo es lo que Chomsky cree y desea que sea. Pareciera ignorar que Bakunin solía imponer un régimen de dictadura personal en las organizaciones secretas que fundó y en la Alianza con la cual lanzó una campaña deshonesta, de intrigas y calumnias para atacar a Marx y apoderarse de la dirección de la Primera Internacional. La actividad política de Bakunin involucra aspectos bastante oscuros y siniestros, como es el caso Nachayev y los ataques antisemitas que Bakunin no dudaba en utilizar como armas en la lucha política. Alan Woods ha escrito un pormenorizado estudio de las actividades de Bakunin contra Marx. Basta tomar cualquier libro de Bakunin para percatarse de inmediato que sus textos no son más que panfletos de agitación, repletos de frases altisonantes, pero con un contenido teórico prácticamente nulo. Chomsky ve en alguna cita de Bakunin un anuncio perspicaz contra el estalinismo, pero la verdad es que para Bakunin la única dictadura buena era la suya propia.
Las opiniones de Chomsky contra el marxismo han sido tomadas de los prejuicios más comunes contra el marxismo, Lenin y el bolchevismo que abundan en los medios académicos y liberales, y que se retoman sin ningún análisis serio. En realidad el Partido Bolchevique se caracterizó por un constante y profundo debate sobre todo tipo de complicados problemas teóricos, estratégicos y tácticos; incluso en las condiciones más difíciles, de revolución, guerra civil e invasiones extranjeras. Basta revisar los testimonios directos de personajes como John Reed o Víctor Serge. Pero Chomsky se salta olímpicamente estos detalles y hace aseveraciones vagas y generales en forma de opiniones laxas.
Chomsky afirma:
“El anarquista consecuente debe ser socialista, pero socialista de una clase particular. No sólo se opondrá al trabajo alienado y especializado y aspirará a la apropiación del capital por parte del conjunto de los trabajadores, sino que insistirá, además, en que dicha apropiación sea directa y no ejercida por una élite que actúe en nombre del proletariado”[9].
Evidentemente aquí Chomsky está criticando el proceso de burocratización de la revolución rusa que generó a una élite que se subió a las espaldas de los trabajadores. Pero el proceso de estalinización no derivó del leninismo, sino que fue su negación burocrática. El estalinismo no surgió de ningún planteamiento teórico de Lenin o de alguna falla en el marxismo, sino de las condiciones de atraso, aislamiento, invasión y guerra civil que sufrió el naciente poder soviético. Stalin representó a una casta de burócratas cuya consolidación en el poder tuvo que pasar por la eliminación física del Partido Bolchevique. Culpar a los bolcheviques del ascenso del estalinismo es casi como culpar a Cristo de los crímenes de la Inquisición. Del ascenso del estalinismo la conclusión que debemos extraer no es el rechazo del leninismo, sino su afirmación en el sentido de que la revolución socialista debe ser internacional, pues sólo a nivel global existen las condiciones objetivas para instaurar el verdadero socialismo y evitar que una casta burocrática usurpe a los trabajadores y destruya la democracia obrera.
Chomsky dice defender la apropiación directa del capital por parte de los trabajadores. Estamos de acuerdo. Pero ¿cómo los trabajadores pueden apropiarse del capital que está en manos de la burguesía y es defendida por todo el aparato estatal? Evidentemente la burguesía no va a renunciar a su monopolio, su estado y sus beneficios sin una lucha sin cuartel. Los trabajadores, a la cabeza del pueblo explotado, sólo podrían apropiarse del capital por la fuerza, mediante una revolución social, y se verán obligados a imponer ese poder popular a la resistencia de las clases dominantes. A esto el marxismo le llamó “dictadura del proletariado”, es decir, un periodo transitorio donde la mayoría popular se impone a una minoría, apoyándose en la más amplia democracia obrera. Pero el anarquismo está en contra de todo poder político, de toda imposición, con lo cual se reduce a sí mismo a la impotencia. Chomsky sostiene que los trabajadores pueden y deben realizar esa revolución de forma espontanea, por un largo proceso de educación. Pero la educación implica la acción, la lucha y la lucha requiere organización, o sea un Partido. Pero Chomsky sólo admite como organización de los trabajadores a consejos de obreros, o sea asambleas que tomen el control de ciertos aspectos de la sociedad. En esto, por supuesto, no estamos en desacuerdo pero este tipo de experiencias sólo se pueden generalizar y organizar si los trabajadores se agrupan como clase, es decir, como Partido dispuesto a ejercer el poder.
¿Cuál es el programa político que platea Chomsky? Podemos encontrar respuestas contradictorias a esta pregunta, a veces Chomsky parece plantear la refundación de la sociedad a partir de las pequeñas comunidades —al estilo de los caracoles neozapatistas— o, a veces, desde la base industrial moderna. Él señala:
“Desde estas posiciones podríamos concebir el anarquismo como una especie de socialismo voluntario, es decir: como un socialismo libertario, o como un anarcosindicalismo, o como un comunismo libertario o anarquismo comunista, según la tradición de Bakunin, Kropotkin y otros. Estos dos grandes pensadores proponían una forma de sociedad altamente organizada, aunque organizada sobre la base de unidades orgánicas o de comunidades orgánicas. Generalmente, por estas dos expresiones entendían el taller y el barrio, y a partir de este par de unidades orgánicas derivar mediante convenios federales una organización social sumamente integrada que podría tener alcances nacionales e internacionales. Toda decisión, a todo nivel, habría de ser tomada por mayoría sobre el terreno y todos los delegados representantes de cada comunidad orgánica han de formar parte de ésta y han de provenir de la misma, a la cual han de volver y en la cual, de hecho, viven”.[10]
Pero la economía moderna no funciona —al contrario de lo que supone la pequeña burguesía— a partir del “taller y el barrio”, o de alguna otra “comunidad orgánica” de ese estilo. La concepción económica de Proudhon —de la cual las confusas ideas de Bakunin no eran más que refritos— era la del pequeño taller artesanal que intercambia sus productos libremente, o sea, la simple idealización del pequeño comercio. Sin embargo la economía moderna funciona a partir de gigantes monopolios, grandes empresas, gigantescos bancos; que concentran a miles y millones de trabajadores. La revolución socialista tiene como tarea poner esas gigantes palancas económicas en manos de los propios trabajadores, para planificar la economía mediante la democracia obrera, con el fin de satisfacer las necesidades colectivas y liberar a la humanidad del lucro privado y a la anarquía del capitalismo. Pero el anarquismo está en contra de toda imposición —y un plan común significa coordinación y subordinación de cada parte a un plan armónico—, y plantea la creación de una federación de pequeñas comunas locales. Un planteamiento así tendería a disgregar la economía, convirtiendo a los trabajadores de cada taller en competidores por el mercado. Ya Preobrazhenski, viejo bolchevique, escribió un libro excelente demoliendo los planteamientos e inconsistencias de la “economía” anarquista[11].
En otras ocasiones Chomsky plantea la fábrica moderna como base del socialismo. Chomsky cita largamente a Anton Pannekoek, un revolucionario neerlandés que se opuso al modelo organizativo de Lenin, y presenta a los consejos obreros como si fueran lo opuesto a la propiedad colectiva de un Estado obrero:
“El socialista revolucionario rechaza que la propiedad del Estado pueda terminar en algo distinto del despotismo burocrático. Hemos visto por qué el Estado no puede controlar democráticamente la industria. La industria sólo puede ser democráticamente poseída y controlada por los trabajadores cuando éstos eligen directamente los comités administrativos industriales entre sus propias filas. El socialismo será, fundamentalmente, un sistema industrial; su estructuración tendrá un carácter industrial. Así, aquellos que se hagan cargo de las actividades sociales e industriales de la sociedad tendrán representación directa en los consejos locales y centrales de la administración. De este modo, el poder de dichos delegados emanará de quienes llevan a cabo el trabajo y permanecerá atento a las necesidades de la comunidad. Cuando el comité administrativo industrial central se reúna, representará a cada sector de la actividad social. Por tanto, el Estado —político o geográfico— capitalista será sustituído por el comité administrativo industrial del socialismo. La transición de uno a otro sistema social será la revolución social. A lo largo de la historia el Estado político ha significado el gobierno de los hombres por las clases dirigentes; la República del Socialismo será el gobierno de la industria administrada por toda la comunidad. El 18 primero representaba el sometimiento económico y político de la mayoría; esta última significará la libertad económica de todos y será, por tanto, una verdadera democracia”[12].
¿Pero qué es un consejo de obreros que se reune para planificar la economía sino un estado obrero —así sea en embrión—, o sea, una clase que se reune para imponer su volutad en forma de un plan económico coherente? Pero para defender a la industria en manos de los trabajadores de la burguesía recién expropiada también los trabajadores y sus aliados populares estarían obligados a reunirse para defender con las armas esas conquistas ¿Y qué es esto sino un estado obrero? O ¿Chomsky pretende prohibir a los trabajadores que se defiendan so pena de ser autoritarios? ¿Pensará Chomsky que la burguesía dejará funcionar esos consejos sin intervenir? ¿deberían los trabajadores permitir que el estado burgués siga existiendo al mismo tiempo que forman esos consejos y toman las fábricas? ¿Qué debe hacer una revolución con el estado burgués, lo debería dejar existir o hacer como que no existe —como pretenden los neozapatistas—? La historia de las revoluciones del siglo XX —e incluso antes con la comuna de París— nos demuestra que esos embriones de poder obrero, que esas regiones liberadas —mejor dicho, una situación de doble poder entre el proletariado y la burguesía— no pueden subsistir indefinidamente. O se impone el poder obrero o la burguesía retoma el control. No hay término medio. Pero Chosmky parece creer que de forma espontánea esos gérmenes de control obrero van a sobrevivir sin que la clase obrera y el pueblo se organicen como clase, es decir, como Estado. Estos vacíos en las ideas de Chomsky revelan —más allá de sus buenas intenciones— su alejamiento del movimiento real y concreto de los trabajadores.
A fin de cuentas, los planteamientos políticos de Chomsky llevan consigo todos los defectos y limitaciones de los planteamientos anarquistas —cuyos postulados y representantes Chomsky idealiza con suma ingenuidad—. Sus críticas al leninismo y bolchevismo expresan los prejuicios más corrientes y comunes del liberalismo burgués.
[1] Engels, “El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre”, en: Dialéctica de la naturaleza, México, Grijalbo, 1983, p. 140.
[2] Edgley, R et al (1989) ‘Interview with Chomsky’, Radical Philosophy, p.31.
Para mis tíos Eugenio y Víctor, que me enseñaron a jugar.
El materialismo dialéctico es una filosofía revolucionaria que afirma que toda la realidad, en sus infinitos niveles, se encuentra en constante cambio, desarrollo y movimiento. Es una filosofía general del movimiento de la realidad en su conjunto: la naturaleza, la sociedad y el pensamiento. Cada nivel de la realidad contiene sus propias leyes de movimiento específicas, pero que en condiciones determinadas pueden transformarse, en otro tipo de fenómeno. Sostiene que el movimiento se da a través de la tensión de fuerzas opuestas y a través de etapas sucesivas y progresivas. La realidad es siempre concreta o es una síntesis específica de múltiples determinaciones.
En el ajedrez la dialéctica se expresa a su manera, sólo hay que saber mirar. “El cambio es el alma del ajedrez”[1], decía el ajedrecista alemán Kieninger. Interesantes procesos dialécticos los podemos encontrar en las 64 casillas de un tablero de ajedrez y por esto en “el juego ciencia” se pueden encontrar de forma peculiar ejemplos de comportamiento dialéctico. De hecho, el ajedrez está cruzado por todas las leyes de la dialéctica, incluso la unidad entre lo finito e infinito. Trataremos de demostrar esto.
¿Qué puede aportar el pensamiento dialéctico al ajedrez? Por supuesto que se puede ser un gran maestro de ajedrez sin conocer nada del materialismo dialéctico, de la misma forma que se puede ser un gran médico sin ser marxista. Pero nos parece que, en la filosofía dialéctica, mejor que en cualquier otra filosofía, se pueden integrar de forma armónica y coherente la teoría y los conocimientos del “juego ciencia”. Aunque no se sepa nada de dialéctica, un buen jugador sabrá reconocer que en el juego hay lucha de opuestos, tensiones, saltos bruscos y otros fenómenos interesantes que son propios de la dialéctica. Es posible que al jugador le resulte más significativos al considerarlos filosóficamente y llamen su atención sobre la vigencia del pensamiento marxista. Y para quien no ha aprendido a jugar ajedrez, tal vez este artículo sirva tanto para interesarle en el juego como en la filosofía revolucionaria.
El ajedrez como espejo de la historia y producto social
“Si para Boris Spassky el ajedrez es como la vida y para Victor Korchnoi el ajedrez es mi vida, para Bobby Fischer el ajedrez es la vida”[2]. Nosotros, como Spassky, creemos que el ajedrez es como la vida, en el sentido de que es un espejo de la historia. Es una ventana a la guerra en el mundo antiguo. En este sentido, es la plasmación idealizada de los choques más violentos de la humanidad. ¿Es necesario explicar su relación con la lucha de contrarios?
El origen más remoto del juego del que se puede estar seguro está en el “Chaturanga” de la antigua India, un juego de mesa cuyas primeras referencias datan del siglo III antes de nuestra era. En sánscrito –una de las lenguas más antiguas de la rama indoeuropea– significa “cuatro fuerzas”, de hecho “chatur” está emparentada con nuestra palabra “cuatro”. Tal vez el nombre estaba relacionado con el hecho de que era un juego que podía jugarse por cuatro personas a la vez (también podía jugarse entre dos). Es más probable que hacía referencia a los componentes básicos de los ejércitos en el lejano oriente: la infantería (los peones), los caballos, los carros de guerra (lo que ahora son las torres) y los elefantes (los alfiles). De hecho, el Mahabharata del siglo III a.C. llama Chaturanga a una formación de batalla, lo que refuerza esta segunda interpretación.
El Chaturanga podía jugarse con dados. Posiblemente estaba en el punto de transición de dejar de ser en parte un juego de azar para convertirse puramente en un juego de estrategia, donde lo único que cuenta es la inteligencia de los oponentes, característica esencial del ajedrez y de los juegos pertenecientes a esta familia. Los peones –de la palabra latina que significa pie y guarda relación con peatón– nunca retroceden, son la pieza de menor valor, pero son, al mismo tiempo, el alma del juego, como los buenos soldados lo son de un ejército. Son la representación del pueblo raso e históricamente son las piezas del juego que se han representado de forma más genérica y menos estilizada, de hecho ni siquiera son consideradas “piezas”. En el ajedrez las “piezas mayores” son la dama y la torre y las “piezas menores” el alfil y el caballo. Los prejuicios clasistas se expresan incluso en este juego. Los caballos son las únicas piezas capaces de saltar sobre el enemigo y son excelentes para maniobrar y frenar el avance de los peones, su movimiento excéntrico representa la caballería antigua. Los carros de guerra de la antigüedad no tenían ángulo de giro, era difícil desviarlos de la línea recta y por ello nuestras torres actuales avanzan en vertical y horizontal. Los elefantes cruzaban las líneas enemigas causando estragos y quizá como expresión de la destrucción en las líneas enemigas los alfiles podían originalmente saltar; de este cruce de las líneas enemigas sólo queda en los alfiles modernos el hecho de que corren en diagonal. “Fil”, en árabe, como “pil” en persa, significan elefante, con el artículo árabe “al” tenemos “alfil”, que literalmente significa “el elefante”. Originalmente la dama era el visir o consejero del rey y movía por pocas casillas, pues era una especie de guardaespaldas del rey. Evidentemente no existía una figura femenina en el chaturanga –no es de sorprender, debido a la marginación de las mujeres sobre todo en la guerra– y se cree que la dama fue introducida durante la Edad Media, en Europa, como un homenaje a “nuestra señora” o Virgen María pero alcanzó su movimiento a larga distancia en el Renacimiento, como representación de las poderosas reinas del despotismo ilustrado, como Isabel la Católica. Durante la Edad Media, los elefantes fueron sustituidos por obispos debido al peso de la iglesia católica (en inglés, alfil se dice “bishop”) y los carros de guerra fueron sustituidos por la representación de las torres medievales que determinaban los límites de los castillos, como también lo hacen en el juego. De la antigua India, el Chaturanga viajó a Persia, donde al juego se le llamo “shatrang”, palabra relacionada con el “sha” o emperador persa. De hecho, nuestra palabra “jaque mate” significa “el rey ha muerto” y está relacionada con la palabra “jeque” (anciano). No olvidemos que los reyes y jefaturas surgieron a partir de la democracia tribal, donde los ancianos tenían un peso muy importante.
De la India, el juego pasa al Imperio bizantino y a Persia, donde lo toman los árabes después de la caída del impero sasánida. Desde el siglo VII, los sabios musulmanes del ajedrez comenzaron a publicar interesantísimos problemas de ajedrez llamados “mansubat”; composiciones, sobre todo de mate forzoso, que aún sorprenden por su ingenio. Al publicar estos estudios y discutirlos, los árabes dieron un impulso de gigante al juego que se adelanta al impulso que se dará en occidente a través del Renacimiento y la imprenta. Como se sabe, los persas musulmanes llevaron el juego al norte de África y a España, especialmente Córdoba, durante el siglo X y de aquí al resto del mundo occidental. Los árabes solían agregar artículos a las palabras, llamando “ash-shatrang” al juego, palabra que fue transformada en castellano antiguo como “acedrex”. Debido a la peculiaridad de la evolución fonética del idioma la “x” final, que sonaba como “sh”, evolucionó en “j”, dando lugar a la palabra ajedrez.
El origen indio del ajedrez es el que ha generado más consenso entre los historiadores, pues el Chaturanga es el juego del que se puede rastrear de forma más documentada su evolución y relación con el ajedrez moderno. Parece ser que para la casta guerrera en la antigua india – los chatrias– el Chaturanga formaba parte de la estrategia de la guerra y representaba la lucha entre titanes y dioses, asuras y devas. El ajedrez habría tenido un profundo sentido dialéctico desde su surgimiento y en relación con la filosofía explícitamente dialéctica de las antiguas civilizaciones. Y, sin embargo, hay candidatos de su origen prácticamente en los extremos y los puntos intermedios más importantes de la ruta de la seda: desde Egipto hasta China – en Grecia, Roma, Mesopotamia y Persia– y con una antigüedad mucho mayor que el Chaturanga. La ruta de la seda, o las especias, fue fundamental, como vemos, para la formación y difusión del juego. Como sabemos, esta ruta no sólo fue importante en el desarrollo del ajedrez; también lo fue para el comercio y el intercambio cultural, en la formación de las lenguas indoeuropeas, la difusión del caballo y el propio desarrollo e historia del viejo mundo.
Hay pinturas en el antiguo Egipto, de más de tres mil años de antigüedad, donde se ve al faraón Ramsés o a otros personajes reales jugando un juego de mesa parecido al ajedrez. El propio Platón escribió en el Fedro: “Me contaron que cerca de Naucratís, en Egipto, hubo un Dios, uno de los más antiguos del país, el mismo al que está consagrado el pájaro que los egipcios llaman Ibis. Este Dios se llamaba Teut (Thot). Se dice que inventó los números, el cálculo, la geometría, la astronomía, así como los juegos del ajedrez y de los dados, y, en fin, la escritura”. En el original Platón no dice “ajedrez” pues la palabra no existía, dice “petteia” –que se puede traducir como guijarro, juego que también aparece en las obras de Polibio y Sófocles– y parece que era un juego más paracido a las damas chinas que al ajedrez, pero no se puede descartar a priori alguna relación “genética”. También se han encontrado juegos de mesa con tableros cuadriculados en la antigua Mesopotamia, con más de 3 mil años de antigüedad. También existe una leyenda según la cual fue el gran inventor griego Palamedes quien, para entretener a los soldados durante el sitio de Troya, habría creado algo parecido al ajedrez.
Por si fuera poco, también existe la versión de que el ajedrez fue inventado en China. El primer gran maestro chino, Liu Wenche, en su libro “La escuela china de ajedrez”, sostuvo: “En el siglo XX a.C. se creó un juego de astrología y fisonomía, con una función adivinatoria (fábulas de los cuerpos celestes de Shen Nongshi). Esto reflejaba el desarrollo de conocimientos religiosos y científicos, y la combinación de técnicas y brujería. […] La Historia de la dinastía occidental Jin, recopilada en la época de los Estados Guerreros, registra la fábula en la que ‘Yao enseña el danzhu‘, e informa de que el primitivo go fue inventado en torno al siglo XXV a.C. El tablero tenía 8×8 casillas. […] El Liu Bo y el Sai Xi son los antecedentes más antiguos del ajedrez documentados en los anales históricos chinos. En el transcurso de su desarrollo, las piezas negras y blancas fueron reemplazadas por los diseños del tigre y el dragón. Esto es un reflejo de la adoración totémica por el dragón y el tigre en la sociedad antigua. El uso de estos diseños introduce el fundamento para el modelo tridimensional de las piezas de ajedrez en tiempos posteriores. El desarrollo del Liu Bo se bifurcó más tarde en dos direcciones. Una línea de desarrollo dio origen a un juego de azar. La otra dio lugar al Xiang Qi, que absorbió la quintaesencia del juego de astrología y fisonomía, así como el ajedrez primitivo y otros juegos populares.”
Este punto de vista era apoyado por algunos historiadores soviéticos del ajedrez: “En enero de 1984, la revista Shajmaty URSS publicó un artículo titulado El origen del ajedrez, por el Dr. Chelevcour, un investigador del Instituto del Lejano Oriente, de la Academia Soviética de las Ciencias. En dicho artículo el autor afirmaba: No es coincidencia que las piezas del ajedrez se dividan en negras y blancas y que se sitúen en un tablero de 64 casillas. Parece que las formas del ajedrez provienen de antiguos símbolos chinos del Libro de los cambios, en el siglo IV a.C. Como vemos, a diferencia de la teoría principal, esta hipótesis considera inverso el recorrido expansivo del ajedrez, es decir, que desde la China se habría expandido a la India y luego a Persia. Liu Wenche concluye su exposición afirmando que el go, el Xiang Qi y el ajedrez proceden del juego-en-blanco-y-negro que existía hace 5.000 años, y que todos ellos son otras tantas manifestaciones del pensamiento filosófico reflejado en el Libro de los Cambios. Por último, que el proceso de transformaciones en el go y el ajedrez duró, en consecuencia, miles de años y que esos cambios siguieron distintas direcciones en dichos juegos”[3].
Pero quizás más interesante es la simbología dialéctica con la que explícitamente habría sido desarrollado el juego: “Blancas y negras representan dos tipos de fuerzas universales: la luz, factores activos y hermosos, por un lado; y la oscuridad, factores negativos y malvados, por otro (yin y yang). Según el Libro de los Cambios, el número 64 sintetiza todas las situaciones objetivas. En los 64 hexagramas todo tiene su símbolo: un diagrama que está compuesto por seis líneas compactas o rotas (yao), muchas de las cuales incluyen la idea de interconexión y apoyo mutuo”[4].
Sea como fuere, no cabe duda de que la interconexión económica y cultural que corría por las venas de la “ruta de la seda y las especias” fue un factor clave en el surgimiento de una familia de juegos, ya fuera que éstos surgieran inicialmente de forma independiente sin ninguna relación entre sí, o que esten realmente emparentados, pero sin que sepamos plenamente en qué dirección geográfica se dio esa influencia. Por ello, tal vez sea incorrecto pensar que alguien inventó el ajedrez en un momento puntual en el tiempo. Éste surgió como parte de un largo proceso de fusión intercultural, como un producto social. No hace falta mucha imagnación para visualizar a los comerciantes llevando y trayendo entre sus cargamentos extraños y misteriosos juegos de mesa, que se modificaban y se influían mutuamente según el tiempo y lugar. Así, por ejemplo, las piezas más antiguas que se conservan pertenecen a un ajedrez vikingo de los años 1150-1200, hecho de colmillos de morsa –los vikingos no sólo eran temibles guerreros sino al mismo tiempo comerciantes–. Una fiel representación de este ajedrez vikingo aparece en la película “Harry Potter y la piedra filosofal”.
Hasta el siglo X, la evolución del ajedrez aún era muy confusa, se jugaba de unas seis maneras distintas y en tableros de 4 a 12 casillas por fila y entre dos o cuatro personas. Pero por estas fechas se introdujo el patrón de cuadros en claro/oscuro que conocemos en la actualidad. Recordemos que el Chaturanga se jugaba sobre cuadros monocromáticos (aunque si es verdad la teoría de Liu Wenche habrían existido tableros en blanco y negro muchos siglos antes en China). Vemos que la evolución del juego no fue un asunto lineal, ni de una sola rama.
El ajedrez es un juego de mesa con reglas convencionales. Pero una vez que surgió –hace más de mil años– el juego, sus reglas y sus leyes adquirieron una dinámica propia que escapa a lo que llamamos convencional, si por esto entendemos el establecimiento arbitrario y acordado de reglas superficiales. Una vez que surgió el ajedrez, evolucionó y adquirió su propia lógica interna. Lo mismo sucedió –aunque obviamente con mayor complejidad– con el lenguaje humano y las matemáticas, que evolucionaron con leyes propias que escapan al control consciente de los seres humanos que las abstraemos y utilizamos. Es verdad que los seres humanos hemos puesto las reglas del juego, pero estas reglas y leyes son producto de la evolución del ajedrez. Así, por ejemplo, fue durante el Renacimiento y la Ilustración que las piezas adquirieron los movimientos definitivos que conocemos en la actualidad, pero esto se dio como una necesidad interna que pedía mayor dinámica. En esa época el ajedrez comenzó a jugarse entre sectores más amplios de la sociedad.
Durante miles de años había sido un juego de reyes –todavía se le llama “el juego de los reyes y el rey de los juegos”–, los cuales podían darse el lujo de jugar por horas un juego de mesa lento, en el cual los alfiles y lo que será la dama se movían pocas casillas. La relativa masificación del ajedrez exigía un dinamismo mayor. Así, durante el siglo XV, surgieron movimientos como las dos casillas iniciales del peón, el consiguiente “peón al paso” y el enroque –palabra que viene del persa “rukh” que significa “carro de guerra”, en referencia al movimiento de la torre que implica el enroque, pieza que originalmente representaba al carro de guerra–.“La razón de haber introducido el enroque era alejar al rey del centro, a fin de acelerar el juego, puesto que mientras el rey siguiese en el centro su seguridad requería mucha atención. En consecuencia, la apertura de líneas centrales tenía que postergarse hasta que el rey fuese conducido a un área más tranquila”[5]. Pero las reglas del enroque y la forma en que lo conocemos no surgieron sino hasta en plena ilustración. También surgieron los movimientos a larga distancia de reina y alfiles que adquirieron tanto poder que al juego se le conocía como “el ajedrez de la dama” para diferenciarlo de otras versiones. El Chaturanga y el ajedrez -más o menos como lo conocemos- se jugaban al mismo tiempo.
Si la versión más difundida del ajedrez es la versión europea, se debe no sólo al dinamismo del ajedrez moderno frente al relativamente lento Chaturanga sino a que serán los europeos los que impongan el dominio del capitalismo a nivel global y con éste la versión occidental del juego. El ajedrez y sus “parientes” (como el shogi japonés, el Xiang Qi chino o el makruk tailandés) son producto de una historia milenaria con una dinámica propia que se eleva, por así decirlo, al control directo de los jugadores individuales; es un producto social. El ajedrez es un simple juego de mesa, pero es mucho más que eso. Al ser un juego tan complicado e inagotable, en él surgen patrones y líneas que no se agotan u otras que se van descubriendo. El ser humano creó el ajedrez, pero éste escapó a su creador. No es un asunto místico, sino el salto cualitativo de un fenómeno que surge y adquiere su propia dinámica.
Dialéctica de lo finito y lo infinito
Vimos que no es posible establecer quién inventó realmente el ajedrez y que lo más seguro es que no fuera invención de un personaje en particular sino el resultado de la confluencia y evolución histórica de una serie de juegos similares. Aun así, conocida es la leyenda del Brahmán llamado Sissa -historia contenida en el libro de Al-Masudi del año 934-, que ya sea para entretener a un poderoso rey indio o para consolarlo por la muerte de su querido hijo, inventó el ajedrez. En recompensa el rey ofreció a Sissa que le concedería cualquier cosa que le pidiera. Se dice que el Brahmán hizo una petición aparentemente muy modesta: “Quiero un grano de trigo en la primera casilla del juego, y 2 en la segunda, y 4 en la tercera y así sucesivamente hasta la casilla 64…”. El rey se quedó sorprendido y después de un tiempo preguntó a sus consejeros si habían entregado el modesto regalo a Sissa, pero le respondieron: “Su majestad, no hay en el reino cantidad suficiente de trigo para pagar la deuda con el sabio Sissa”. La cantidad equivale a 18 446 744 073 709 551 615 (18,4 trillones) de granos de trigo. Era el quivalente a acumular todas las cosechas de trigo de todo el mundo por un lapso de 2 mil años. Para darnos una idea de lo que significa esta cantidad, Leontxo García, en su libro Ajedrez y ciencia, pasiones mezcladas, señala: “¿Cuántos barcos de 100.000 toneladas falta para transportar todo ese trigo? Pues nada menos que 3.689.348 barcos. ¿Y cuánto espacio ocuparían esos cargueros en el mar si los pusiéramos en fila, uno detrás de otro? Darían 17 vueltas al planeta. Aunque nos dedicaramos sin parar a contar grano por grano, a razón de uno por segundo, esa inmensa cantidad de trigo sólo contaríamos un metro cúbico a los seis meses, unos veinte metros cúbicos a los diez años y una parte insignificante durante lo que le quedase de vida. Algunos autores dicen que esa cantidad habría bastado para cubrir Gran Bretaña con una capa de 11,67 metros”[6].
Los 18 trillones son una cantidad asombrosa pero finita. El ajedrez contiene al infinito –al menos en términos de la vida del ser humano– y por ello es un juego inagotable. “Justo después de que los dos jugadores de ajedrez ejecuten su primer movimiento, se abren muchas posibilidades de juego. Concretamente, existen 400 posiciones posibles en el tablero. Después del segundo turno, hay 197.742 partidas posibles. Y después de tres movimientos, hay 121 millones. Para ponerlo en perspectiva, solo hay 1015 cabellos en total en todas las cabezas del mundo, 1023 granos de arena en el planeta Tierra y unos 1081 átomos en el universo”.[7] ¿Cuántas partidas diferentes se pueden jugar? El conocido matemático Claude Shannon hizo un cálculo del número total de partidas posibles, que formarían el árbol completo del juego del Ajedrez. Obtuvo la cifra de 10120, es decir, 1.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000. Un 1 seguido de 120 ceros, partidas de ajedrez distintas. Actualmente se estima que este número es “algo” mayor: 10 a la 123.
No omitimos señalar que como marxistas consideramos que el universo es realmente infinito y no existe un número limitado –por más grande que sea– de átomos en el universo. Pero aún siendo realmente finitas el número de partidas que se pueden jugar en un tablero de ajedrez, un 1 seguido de 120 ceros es para fines prácticos y humanos una cantidad infinita. Kasparov afirmó: “Se han jugado millones de partidas, escrito miles de obras y analizado diferentes aspectos del juego, pero hasta ahora no existe fórmula universal del ajedrez ni método que garantice el triunfo, no hay criterios matemáticos rigurosos de valoración, ni siquiera de una jugada, ya sin hablar de posiciones”[8]. Así, en las finitas 64 casillas de un tablero caben virtualmente infinitas posibilidades y por ello esas potencialidades se seguirán desarrollando y profundizando mientras exista humanidad para jugar.
Ajedrez e intelecto
“Los problemas de ajedrez recuerdan los ejercicios de matemáticas y el juego en sí mismo es como una sinfonía de melodías matemáticas” (G. Hardy, matemático y filósofo)
Decía Goethe que “el ajedrez es la piedra de toque del intelecto”[9]. El ajedrez involucra toda una serie de facultades intelectuales que muchas veces aparecen como contradictorias u opuestas. En un momento determinado implica el análisis y cálculo de la posición, pero es también la síntesis de teoría y de experiencia coagulada en forma de patrones. Es abstracción de lo fundamental en la posición, pero sin dejar de tomar en cuenta lo concreto o específico de la misma. El frío cálculo de variantes aprendidas, pero a la vez la imaginación que implica aplicar los patrones de forma creativa, es decir, la chispa de encontrar otros patrones o continuaciones desconocidas –algo que sólo los grandes jugadores pueden lograr–. Se requiere la lógica formal para elaborar juicios sobre la posición, del tipo: si mi caballo va a E5, entonces ocupará una casilla central, por ejemplo. Pero la lógica formal no es suficiente, porque existen modificaciones fundamentales en la posición que implican la necesidad de “cambiar de chip”, cambiar de planes o de tipo de dinámica de forma radical. Si cambia la naturaleza de la posición deben cambiar los planes y los juicios previos. Entonces la lógica formal queda subsumida en un pensamiento más complejo, el pensamiento dialéctico.
En la apertura domina la memorización de jugadas en función de la que hayamos elegido. En el medio juego comienza una mayor creatividad y la memorización suele jugar un papel menor. En el final domina la técnica sobre la memorización o la imaginación. Pareciera que en cada fase del juego suele imperar un aspecto del intelecto. Aunque, por supuesto, no de forma exclusiva. El ajedrez, como se ha dicho, es “deporte, arte y ciencia”. Ciencia porque implica el conocimiento de leyes y su relatividad, el reconocimiento de patrones, estructuras y teorías que yacen debajo de la superficie, la formulación de hipótesis y expresión del pensamiento racional. Arte porque entran en juego la imaginación y creatividad; sin duda existe belleza en un sacrificio brillante, o en uno de los cientos de problemas de ajedrez compuestos, por ejemplo, por Richard Reti. Puede que sea una forma menor de arte, pero muy bella para quien sabe apreciarla. Un gran maestro comentó sobre el gran juego de Alekhine: “Yo también puedo jugar las mismas combinaciones, pero sólo Alekhine puede conseguir las posiciones en que tales combinaciones son posibles”[10]. Esto implica creatividad. Uno de las mas bellas composiciones de Reti es la demostración de que en el tablero el camino más corto no es la línea recta, en palabras de Karpov “para el rey, la suma de los lados del triángulo rectángulo recorrido… ¡es igual a su hipotenusa! Este teorema matemático sólo se aplica a un tablero…”[11]. Es una de las paradojas más famosas del ajedrez y también la demostración de que el pensamiento lineal y formal no siempre es el correcto para encontrar las respuestas. En este video vemos el famoso problema de Reti:
Trotsky –quien era un ocasional jugador de ajedrez– hizo una interesante reflexión sobre el genio y el juego. “El verdadero genio en un campo presupone el fundamento de un cierto equilibrio de poderes espirituales. De no ser así, estaríamos en presencia de una persona dotada de talento, pero no de genio. Pero los poderes espirituales se distinguen por su plasticidad, persistencia y agilidad. La “genialidad” mostrada por los maestros de ajedrez es muy estrecha en su alcance y va de la mano con la estrechez o limitaciones en otros campos. Un genio de la matemática, como un genio de la música, ya no puede ser una persona de dimensiones estrechas en otras esferas. Parece lógico que eso se refiera en no menor medida a poetas de genio. Es necesario recordar que Goethe tenía poderes suficientes para convertirse en un gran experimentalista en el campo de las ciencias naturales. Una fuerza puede transformarse en otra, al igual que todas las fuerzas de la naturaleza”[12]. Estas palabras sobre la estrechez de miras nos recuerdan al genio de Bobby Fischer, quien lo era en ajedrez, pero también un impedido en casi todo lo demás.
Unidad y lucha de contrarios
Para el pensamiento dialéctico el desarrollo se da a través de la tensión de fuerzas opuestas. El ajedrez es una lucha de opuestos. El choque de dos planes que se enfrentan y modifican entre sí. El campo de batalla, las características, las debilidades y los puntos fuertes se crean y recrean durante el choque. Cada avance de peones puede ganar espacio, pero, al mismo tiempo, genera debilidades. Las blancas tienen el privilegio de la iniciativa, pero esto puede cambiar en cualquier momento. Y los buenos jugadores no sólo crean planes conforme se desarrolla la partida, también juegan, por así decirlo, dos veces al mismo tiempo: no sólo consideran sus propios planes sino también los del contrincante, hacen lo que los ajedrecistas conocen como “profilaxis” que consiste en considerar las amenazas y planes del enemigo. El gran jugador soviético Tigrán Petrosián era experto en frustrar los planes del enemigo incluso antes de que se materializaran, parecía que su único plan era evitar el plan del contrincante. Entonces, cuando dos maestros o grandes maestros se enfrentan en el tablero sucede que cada jugador juega dos planes en su mente. En resumidas cuentas, un buen plan debe concebirse como una unidad dinámica de opuestos.
El choque genera tensiones en el tablero, como cuando dos peones se atacan mutuamente, alguna pieza queda clavada o hay jaques a la descubierta latentes. Los maestros suelen mantener esas tensiones sin resolverlas prematuramente para que cuando “revienten” la posición sea favorable; muchas veces “la amenaza es mucho más poderosa que su ejecución”[13] –decía Tartakower– porque la amenaza suele paralizar al enemigo, o porque antes de ejecutar la amenaza hace falta “exprimir” la posición para sacar toda la ventaja que sea posible. Un jugador que prefiera la táctica o la dinámica procurará generar desequilibrios en el tablero, pues mientras más simétrica sea la posición es más probable que se trate de un juego “tranquilo”, más posicional. Los desequilibrios generan mayores tensiones y una partida más aguda. Pero una posición favorable puede convertirse en su contrario en cualquier momento, una amenaza táctica puede revertirse, por ejemplo, con una “jugada intermedia” del enemigo y el atacante se convierte de repente en víctima. David Bronstein afirmó: “Eso sí que es, probablemente, un misterio: discernir desde la distancia algo en la posición que pueda usarse para transformarla radicalmente mediante una sola jugada”[14]. El ajedrez está lleno de saltos de cualidad y cambios bruscos y repentinos, las pequeñas ventajas se acumulan hasta que explotan en combinaciones sorprendentes.
La pareja de alfiles –cuando uno de los jugadores pierde al menos un alfil y el otro bando conserva ambos– constituye una ventaja a largo plazo porque cada alfil por sí solo es “tuerto”: sólo controla las casillas de su color, pero juntas son como las Grayas mitológicas, que comparten su ojo para ser más poderosas, sobre todo conforme el juego avanza y se abren las diagonales. El jugador que tiene la pareja de alfiles tratará de potenciar el alfil que no tiene contrincante y se fortalecerá en las casillas del color que no puede controlar el alfil que ya no tiene el contrincante. Los alfiles son una poderosa unidad de contrarios, jamás se tocan, pues corren por colores opuestos, pero en conjunto tienen el potencial de controlar todas las casillas del tablero.
Las casillas por sí mismas son un factor estático –el campo de batalla siempre estará limitado a 64 casillas– pero cuyo valor cambia conforme transcurre la partida. Los peones –por su lenta movilidad y por el hecho de que nunca retroceden– son un factor relativamente estático que entra en contrapunto y tensión con las piezas pesadas y ligeras que son el factor dinámico. “Esta oposición entre peones y piezas –incluso la de un mismo bando– dimana esencialmente del hecho de que las primeras interceptan las líneas (columnas, diagonales, filas) que las segundas necesitan para activarse”[15].
Debido a la tensión que se genera –sobre todo en los formatos rápidos del ajedrez como blitz– y la concentración que implica el ajedrez de alto nivel, el juego ya es considerado un deporte por el Comité Olímpico Internacional desde el año 1999. “En estudios se ha demostrado que, por el esfuerzo mental, el trabajo del sistema cardiovascular y demás factores, un ajedrecista luego de un torneo importante o de larga duración puede disminuir entre 4 y 8 kilos en su peso”[16]. Las pulsaciones y la tensión arterial aumentan debido al choque de opuestos.
Saltos de cantidad y cualidad
Para la dialéctica, los rompimientos cualitativos se dan como resultado de los cambios cuantitativos, la cantidad se transforma en cualidad en un punto determinado. El ajedrez se desarrolla en fases, cada fase del juego tiene, por así decirlo, sus leyes generales que muchas veces son opuestas entre sí. A no ser que estemos frente a una miniatura –una partida que se decide en pocas jugadas– o que debido a un desastre en la apertura pasemos directamente a un final perdido, el juego suele desarrollarse a través de etapas: la apertura, el medio juego y el final. Mientras que, por ejemplo, suele ser muy mala idea que, en la apertura, saquemos al rey al campo de batalla, es lo que debe hacerse en un final; si sacar la dama en la apertura no es aconsejable, buscar su desarrollo en el medio juego puede ser oportuno. Y cada fase del juego está determinada principalmente por el número de piezas y su desarrollo, es decir que la cantidad determina la cualidad.
Hay principios generales para cada fase de la partida. En la apertura está el principio de priorización del desarrollo rápido de las piezas menores y el enroque rápido. En el medio juego está el principio estratégico de mejorar la peor pieza. Jonathan Rowson, en su libro “Los 7 pecados capitales del ajedrez” nos sugiere “hablar con nuestras piezas” para mejorar la posición de las mismas; ocupar las columnas abiertas o encontrar una buena casilla para nuestros caballos. En el final debemos activar nuestro rey, avanzar los peones pasados, ganar la oposición o buscar que el contrincante quede en zugzwang -situación donde las únicas jugadas posibles empeoran la posición-. Cada apertura y familias de apertura tienen sus planes típicos, su carácter y patrones frecuentes. Pero como en toda buena regla, existen innumerables excepciones. Por cosas como ésta el juego de ajedrez es tan complicado e interesante. Kasparov dijo que “hay que saber las reglas para saber cuándo romperlas”.
En ajedrez es importante la cantidad o el valor absoluto de las piezas que cada contrincante conserva. Se dice que el jugador que ha perdido una torre “perdió la calidad” porque la torre vale más que los alfiles o caballos. Este tipo de ventaja numérica es una ventaja estática, a largo plazo. Aunque ésta es importante y muchas veces se gana con calidad de más –o cantidad si tomamos como referencia el valor teórico de las piezas–, más importante puede ser la ventaja dinámica o “cualitativa”. Es decir, la coordinación de piezas es un factor más importante que el número y valor absoluto de piezas en el tablero. De poco sirve tener la calidad si las piezas que conservamos están “fuera de juego”: lejos del rey que hay que defender, sin poder desarrollarse o descoordinadas. En general, en el ajedrez, cuanta más la “cualidad” –entendida como coordinación de las piezas y su capacidad de actuar juntas– que la cantidad o el valor absoluto de las piezas existentes. El ajedrez es un juego de equipo entre las piezas. La cualidad supera la cantidad.
Un concepto muy interesante en ajedrez –que ha mencionado el maestro Fide Andrés Guerrero– es el de “evolución-revolución”. Las pequeñas ventajas se acumulan hasta que llega el momento de un salto decisivo de cualidad, un cambio dramático en la situación. Un ejemplo muy simple pero ilustrativo de este concepto se da en el “mate de Legal”: la ventaja de desarrollo frente al poco desarrollo del enemigo y su alfil indefenso se convierten de repente en una ventaja táctica decisiva, que implica el sacrificio de la dama y lleva directamente al mate:
Negación de la negación
Esta ley de la dialéctica nos dice que las sucesivas etapas de un proceso tienen un carácter progresivo, de complejidad creciente, pero que las nuevas etapas contienen a su manera a las etapas anteriores, aunque superadas. Algo así sucede en las distintas etapas del juego: En la apertura los principios generales nos dicen que debemos enrocar lo más pronto posible. Como sabemos, el enroque es una jugada especial de torre y rey que tiene un carácter defensivo. En el final es fundamental mover al rey nuevamente, pero para fines ofensivos. La pieza que inicialmente era la más vulnerable ahora es nuestra principal herramienta de ataque.
No es posible terminar una apertura sin movimientos de peones que permitan el desarrollo de alfiles o la dama, en el final los peones valen mucho más y el objetivo es promoverlos. En la apertura no conviene hacer demasiados movimientos de peones porque esto crea debilidades y permite un mejor desarrollo del oponente. En el final los peones pasados deben avanzarse.
En ajedrez no es posible “pasar” como en dominó o el juego de cartas, aunque sucede muchas veces que nos gustaría pasar el turno pues cualquier movimiento disponible empeoraría nuestra posición –se dice que estamos en zugzwang–. Pero en el final existe un sorprendente movimiento de rey que permite pasar el turno, conocido como triangulación. Consiste en mover el rey en forma de triángulo regresando exactamente a la posición original, pero con los turnos cambiados. Es la misma posición superada, negada gracias a la técnica.
Si en la apertura se trata, sobre todo, de desarrollar las piezas, en el medio juego se trata, sobre todo, de combinarlas, de procurar oportunidades tácticas, o si esto no es posible, de mejorar lentamente nuestra posición.
A pesar de que en los finales suele haber pocas piezas, se trata de una de las fases más complejas y técnicas que existen. Como hay pocas piezas, existe menos margen para el error. Paradójicamente, muchas veces sucede en ajedrez que al disminuir la cantidad aumenta la necesidad de técnica. Claro que esto no es absoluto, pues tanto existen finales muy simples de ganar como medios juegos terriblemente complicados.
Dialéctica del espacio y el contenido
Así como en la física el movimiento de un cuerpo se determina por sus coordenadas en el espacio y, al mismo tiempo (según la relatividad general de Einstein), las propiedades geométricas del espacio se determinan por la materia que la ocupa, en ajedrez el valor de las piezas y del espacio en el tablero se determinan recíprocamente. Las piezas de ajedrez tienen un valor absoluto (el peón vale 1, la dama vale 9), pero parte del valor relativo de cada pieza se determina por la casilla que ocupa. Así, por ejemplo, un caballo centralizado vale mucho más que un caballo situado en el borde del tablero, porque las casillas controladas en el primer caso por el caballo son 8, mientras que en una esquina sólo son 2. Esto quiere decir que parte del valor de una pieza está determinada por el espacio, pero dialécticamente también sucede lo contrario: el valor de una casilla está determinada por los peones; una casilla que no puede ser defendida por un peón es por definición una casilla débil y sucede que la casilla frente a un peón débil (un peón que no puede ser defendido por otro peón) también es una casilla débil. Un jugador experimentado debe tomar en cuenta esas debilidades.
Así como el espacio y el contenido se determinan recíprocamente, también sucede lo mismo con el tiempo y el espacio si entendemos al primero como desarrollo. “El centro es el lugar donde se inicia la acción. En ajedrez el centro es la cumbre de la apertura y el medio juego. A medida que las piezas se van cambiando, la importancia del centro disminuye. Cuando se alcanza el final y quedan pocas piezas, el centro pierde su importancia fundamental y pasa a ser un sector más del tablero”[17].
Dialéctica de estrategia y táctica
En ajedrez existe una relación dialéctica similar entre estrategia y táctica que la que existe entre lo abstracto y lo concreto. Con base en la práctica, la humanidad ha abstraído leyes generales en muchos niveles de la realidad, el conocimiento de estas leyes –por ejemplo, el conocimiento de las leyes del movimiento mecánico descubiertas por Newton– es fundamental para un físico, pero un ingeniero tendrá que tomar en cuenta todos los detalles concretos para que su obra tenga éxito; en este caso el conocimiento abstracto no es suficiente.
Entre estrategia y táctica sucede algo similar. Por lo general, si se observan los principios generales del ajedrez para cada fase de la partida se favorece la creación de oportunidades tácticas, es decir, combinaciones concretas donde es posible sacar algún tipo de ventaja. Karpov afirmó: “Hábiles acciones estratégicas permiten crear las premisas de una combinación. Por otra parte, es una idea táctica determinada la que remata una buena estrategia de combate, lo cual subraya una vez más la acción recíproca de estos dos elementos del juego”[18]. La estrategia es general y abstracta mientas que la táctica es más concreta. Se dice que la estrategia es un plan general a largo plazo mientras que la táctica es un microplan que lleva a una ventaja inmediata. Hay jugadores que se inclinan más por uno de estos dos polos, es decir, son más posicionales –buscan mejorar las piezas lentamente y ventajas a largo plazo– o aquellos que son más tácticos, buscando las combinaciones espectaculares y decisivas. Mijaíl Boltvinik fue principalmente un jugador posicional, mientras que Mijaíl Tahl fue un espectacular jugador táctico y de ataque. Pero estos grandes jugadores, por más que hayan tenido sus preferencias y estilos de juego, sabían jugar de ambas maneras –tanto estratégica como táctica– de acuerdo con la posición concreta que se les presentara en el tablero. El campeón del mundo Magnus Carlsen dijo: “tener preferencias es tener debilidades”, porque se debe jugar lo que pida la posición y no exclusivamente de acuerdo con nuestras inclinaciones personales.
De hecho, la estrategia y la táctica –aunque opuestas por su nivel de concreción– están dialécticamente unidas. Normalmente, una buena estrategia nos lleva a posiciones tácticas. Paul Morphy decía: “ayuda a tus piezas, que ellas te ayudarán”. Y al mismo tiempo, una buena táctica, cuando no lleva directamente al jaque mate, deriva en posiciones estratégicamente ganadas. La estrategia deviene en táctica y la táctica en estrategia.
“El juego combinatorio y el posicional no tienen que oponerse, sino más bien complementarse”[19]. Pero, aunque se compenetran y se convierten la una en la otra, táctica y estrategia son opuestas. Una oportunidad táctica, por ejemplo, puede violar principios estratégicos generales. Hay posiciones concretas que exigen el sacrificio de la dama, lo que viola el principio estratégico de cuidar la calidad. Pero la verdad es siempre concreta –primera ley de la dialéctica– y lo que importa y decide en última instancia es la posición concreta en el tablero, lo que importa es dar jaque mate. Normalmente, por ejemplo, tener un peón de más en el final suele decidir la partida. Pero hay situaciones especiales donde tener un peón de más en el final es horriblemente desafortunado. Es sabido que es imposible forzar un mate en un final de dos caballos contra un rey, pero si ese rey tiene un peón, y nuestro rey y caballos están cerca de un rey arrinconado, la cantidad se convierte en calidad, todo se convierte en su contrario: ahora sí que se puede dar mate incluso con un solo caballo. Ese peón de más del enemigo se convierte en un “peón traidor” que hace posible lo que en principio es imposible. Veamos los siguientes dos videos que lo ejemplifican:
En ajedrez, las jugadas aisladas no tienen sentido. Éstas forman parte de un plan estratégico o de una combinación. Una buena partida no es una suma mecánica de jugadas aisladas sino algo como una melodía a contrapunto. David Bronstein dijo: “¡Una sola jugada no transmite nada en absoluto! Una serie de jugadas, sí. Significa un plan. Es por lo que yo apoyo el ajedrez rápido. Cuando una persona juega de prisa, puedo ver de inmediato lo que piensa. Puedo ver cómo los oponentes intercambian con rapidez una serie de jugadas, a la manera de boxeadores que no asestan golpes aislados, sino que conectas series de golpes. En general, me parece extraño meditar cada jugada: las personas piensan por esquemas, no por jugadas individuales”[20].
La estrategia implica una serie de variantes que se mantienen como abanico abierto mientras se desarrolla el juego posicional, pero de repente aparecen las combinaciones tácticas y ese ancho mar de posibilidades se estrecha hasta quedar en pocas opciones e incluso jugadas forzadas que nos conducen a lo inevitable. La posibilidad estratégica se convierte en inevitabilidad táctica: “Esta es una de las paradojas asombrosas del ajedrez”[21], nos dice Kasparov.
Patrones debajo de la superficie
La táctica, aunque más concreta, es resultado de una serie de abstracciones que se plasman en patrones conocidos como “motivos tácticos”: ataque doble, clavada, enfilada, rayos X, jaque a la descubierta, jaque doble. La táctica en su máxima expresión resulta en patrones de mate que también son generalizaciones de la práctica: mate del pasillo, de la escalera, de Lucena, de la Cos, de Boden, etcétera. Decía Heráclito que a la verdad le gusta ocultarse. Si las leyes y patrones que yacen bajo la superficie de la realidad material fueran inmediatamente evidentes, la ciencia sería innecesaria. Lo mismo sucede, muchas veces, con los patrones y motivos tácticos. Estos con frecuencia se ocultan en la posición, no aparecen en su estado puro. Los motivos tácticos son depuraciones de gran cantidad de posiciones diferentes que comparten características comunes. Debido a estos patrones ocultos y planes latentes, el ajedrez es considerada una ciencia con sus leyes y dinámica propias. Así, por ejemplo, en el siguiente video de una trampa contra la apertura italiana se muestran multitud de figuras de mate que se ocultan en la posición:
Mucha gente piensa que el mejor jugador es el que calcula un gran número de jugadas por adelantado, pero en realidad los jugadores de élite sólo calculan cuando es necesario, en posiciones concretas y momentos decisivos. Aun aquí, los maestros no calculan todas las variantes posibles, sino que comienzan con las jugadas forzadas o poderosas (como jaques, capturas y amenazas) que obligan al enemigo a responder de cierta manera. Esto es así porque las variantes en cada posición son virtualmente infinitas y es imposible calcular sobre el infinito en ajedrez. Normalmente, los buenos ajedrecistas juegan a partir de patrones, de planes estratégicos, temas típicos, de motivos tácticos, de la teoría de las aperturas, etcétera. Pueden jugar rápidamente no porque piensen cada jugada, sino porque han introyectado, incluso en su intuición, gran cantidad de patrones y consideraciones posicionales que saben aplicar de forma concreta y casi automática. Mientras más teoría, patrones y técnica se tenga, y este conocimiento se aplique con ingenio e imaginación, tendremos un mejor jugador. Por esto el ajedrez es ciencia y arte, es decir, conocimiento e imaginación. Esos patrones y teoría son productos de la historia, de un aprendizaje acumulado, que constituyen en contenido del “juego ciencia”. El ex campeón mundial José Raúl Capablanca –el único campeón mundial de habla hispana que ha existido– decía: “El ajedrez es algo más que un juego; es una diversión intelectual que tiene algo de arte y mucho de ciencia”. El cálculo de variantes es sólo una de las cualidades de un buen jugador, quizá más importante es el reconocimiento de patrones que muchas veces están ocultos en la posición.
Dialéctica de ventaja estática y ventaja dinámica
Una relación similar a estrategia y táctica existe entre ventaja estática y ventaja dinámica. La ventaja estática es a largo plazo: estructura de peones, ventaja de calidad, pareja de alfiles, ventaja de espacio, principalmente. La ventaja dinámica es una ventaja a corto plazo: coordinación de piezas, desarrollo y vulnerabilidad del rey enemigo. Si esta última no se aprovecha de inmediato se esfuma y el enemigo suele quedarse con la ventaja estática o a largo plazo. Si, por ejemplo, no se aprovecha la vulnerabilidad de un rey no enrocado cuando tenemos una ventaja de desarrollo es casi seguro que ese rey se enrocará desapareciendo esa ventaja. La ventaja dinámica hay que aprovecharla de forma inmediata a través del ataque y la creación de amenazas. Si se aprovecha, la ventaja puede ser decisiva, si no lleva al mate se convierte en una ventaja a largo plazo (ganancia de calidad o un final favorable, por ejemplo). Cuando se tiene ventaja dinámica no funcionan los principios generales, la ventaja dinámica se debe aprovechar sin considerar el número absoluto de piezas en el tablero, sino sólo el número de piezas en el ataque y en la defensa. De nada sirve tener más piezas en el tablero si éstas no pueden entrar en acción o no pueden acudir a la defensa del rey, si no pueden evitar el mate.
La ventaja dinámica es un punto de transición entre la ventaja estratégica y la oportunidad táctica. La dinámica se convierte en táctica o una posición donde existe una combinación latente que suele emerger con un sacrificio brillante. El espíritu de los gambitos –el sacrificio de un peón o una pieza– es lograr una ventaja dinámica o de desarrollo que compensa muchas veces la pérdida de material. Mijaíl Tahl decía que frecuentemente sacrificaba los peones sólo porque estorbaban su camino.
Las ventajas en el ajedrez ya sean de espacio, de desarrollo o tiempo, de calidad, de pareja de alfiles, etcétera, suelen transformarse mutuamente. Si, por ejemplo, tenemos una pieza de más, puede ser buena idea, si lo amerita la posición, regresar esa ventaja para transformarla en un final favorable o en una ventaja dinámica. Pero los buenos jugadores saben transformar ésta y cualquier otra ventaja de acuerdo con la posición.
La pieza más insignificante es la más importante
En el tablero de ajedrez, la pieza con menor valor es el peón, pues en términos absolutos vale 1 (los caballos y alfiles valen 3 –los alfiles un poco más que los caballos–, las torres valen 5, la dama vale 9 y se dice que el valor del rey es infinito). Sin embargo, como decía, Philidor –el mejor jugador del mundo en el siglo XVIII– “los peones son el alma del ajedrez”[22]. Con esta concepción del juego se comenzó el estudio del ajedrez de una forma más científica. Esto es así porque la estructura de peones establece la “topología” del campo de batalla, determina en gran medida las debilidades y fortalezas en la posición; determina las diagonales, columnas y filas abiertas; en muchos casos el control estratégico del centro del tablero se realiza con los peones, el principal refugio del rey es su enroque con los tres peones que lo protegen; la salud de una posición se determina en gran medida por las cadenas de peones de los contrincantes; mientras más islas de peones más débil es la posición; los peones doblados, retrasados o aislados son –en la mayoría de los casos– debilidades. “Cuando una estructura de peones se modifica, los jugadores se ven obligados a reconsiderar su línea de pensamiento previo. O, al menos, eso deberían hacer”[23]. Lo anterior quiere decir que en gran medida las consideraciones estratégicas y los posibles planes se establecen en función de los peones. Por lo que la pieza más insignificante en el tablero es al mismo tiempo la más importante.
Además –en tanto tiene la posibilidad de promocionarse cuando llega a la octava fila– todo peón es una dama en potencia. Es en realidad un alfil, caballo, torre y dama en potencia. Aunque es la pieza más débil, potencialmente es la más fuerte. Y conforme avanza la partida y las piezas van desapareciendo del tablero, los peones van cobrando mayor valor. Decía Aaron Nimzowitsch –uno de los mejores jugadores del mundo durante los años 20s– que “El peón pasado es como un criminal, que debe mantenerse encerrado bajo llave. Medidas más leves como la vigilancia policial no son suficientes”. En la mayoría de los casos, los finales se ganan con el peón o los peones pasados. En tanto no pueden ser detenidos por ningún otro peón valen mucho más que un punto.
De hecho, en un momento determinado, pueden valer más que cualquier otra pieza. Un modesto peón que controla las casillas a donde un caballo restringido le gustaría desarrollarse vale al menos tanto como ese caballo, aquí la unidad del peón ya no nos sirve para determinar su valor sino su posición concreta y función estratégica. Una torre puede detener fácilmente a un peón pasado si éste no está apoyado, pero la cantidad se convierte en calidad si dos peones están ligados en la séptima fila. Dos peones en séptima ciertamente valen más que una torre (que teoricamente vale 5), porque la torre por si sola no puede evitar la promoción de uno de los dos peones, tal como se muestra en el siguiente video:
Incluso en posiciones determinadas, donde hay varios peones ligados, avanzados y apoyados, los peones –sólo con la amenza de promover– pueden neutralizar a las torres y la dama enemigas, o sea valer más que las piezas más importantes del tablero juntas. Como ejemplo tenemos esta espectacular partida:
Un solo peón puede ser decisivo en la partida. Muchos juegos y campeonatos se han ganado o perdido por un peón. Si, por ejemplo, no puede ser alcanzado por el rey enemigo –la regla del cuadrado del peón nos puede ayudar a saber cuando estamos en este caso– el peón gana la partida. En los finales de partida dos peones, si están ligados o separados por una columna (al defenderse entre sí) pueden superar al rey que teoricamente vale infinito. Por supuesto que hay muchos ejemplos teóricos y casos concretos en donde los peones superan a cualquier pieza o son decisivos para forzar un empate en situaciones aparentemente perdidas. No es posible agotar todos estos ejemplos, pero esperamos haber dejado claro que, así como David fue capaz de derrotar a Goliat, en el ajedrez, el aparentemente insignificante peón es el alma del juego y en muchos casos es decisivo.
Marx y el ajedrez
Por las memorias de Wilhelm Liebknecht –amigo y camarada de Marx–, sabemos que el fundador del socialismo científico era un gran aficionado al ajedrez. Tras el reflujo que llegó luego de la revolución europea de 1848, cuando Marx y su familia debieron exiliarse en Bruselas y luego en Londres, Marx solía jugar con camaradas refugiados. Reproducimos el testimonio de Liebknecht:
“Un día, Marx anunció triunfalmente que había descubierto un nuevo movimiento mediante el cual nos pondría a todos a cubierto. El desafío fue aceptado. Y realmente nos derrotó a todos uno tras otro. Poco a poco, sin embargo, aprendimos la victoria de la derrota y logré dar jaque mate a Marx. Se había vuelto muy tarde, y él exigió sombríamente venganza para la mañana siguiente, en su casa.
A las 11 en punto, muy temprano para Londres, estaba en el acto. No encontré a Marx en su habitación, pero estaría dentro de inmediato. La señora Marx era invisible, Lenchen no puso cara de amistoso. Antes de que pudiera preguntarle si había sucedido algo, entró Marx, se dio la mano y de inmediato fue a buscar el tablero de ajedrez. Y ahora comenzó la batalla. Marx había estudiado una mejora de su movimiento de la noche a la mañana, y no pasó mucho tiempo antes de que yo estuviera en un aprieto del que ya no podía escapar. Estaba en jaque mate y Marx estaba jubiloso: su buen humor había reaparecido de repente, pidió algo de beber y unos bocadillos. Y comenzó una nueva batalla, esta vez fui el ganador. Y así luchamos con suerte cambiante y humor cambiante sin tomarnos tiempo para comer, saciando nuestra hambre sacando apresuradamente de un plato que Lenchen nos había traído carne, queso y pan. La señora Marx permaneció invisible, ninguno de los niños se atrevió a entrar, y así la batalla se prolongó, subiendo y bajando, hasta que le di jaque mate a Marx dos veces seguidas, y llegó la medianoche. Insistió en jugar más, pero Lenchen, el dictador de la casa bajo la supremacía de la señora Marx, declaró categóricamente: “¡Ahora para!” Y me despedí.
A la mañana siguiente, cuando acababa de levantarme de la cama, alguien llamó a mi puerta y entró Lenchen.
“Biblioteca” –los niños me habían apodado así y Lenchen había aceptado este título, porque el título “Señor” no estaba en uso entre nosotros. “Biblioteca, la Sra. Marx ruega que no juegue más al ajedrez con Mohr por la noche. Si pierde el juego, es de lo más desagradable”. Y me contó cómo su mal humor se había desahogado con tanta severidad que la señora Marx perdió la paciencia. De ahora en adelante no acepté más invitaciones de Marx para jugar al ajedrez por la noche. Además, el ajedrez se vio obligado a pasar a un segundo plano en proporción a nuestra recuperación de ocupaciones habituales”[24].
A Marx se le atribuyen dos partidas. No es posible asegurar que son realmente de Karl Marx, pero de ser verídicas mostrarían a un jugador de primer nivel o, al menos, uno muy aplicado que se ha aprendido algunos trucos. Según el propio Liebknecht, “[…] le gustaba jugar al ajedrez, pero aquí su arte no valía mucho. Trató de compensar lo que le faltaba a la ciencia con celo, ímpetu de ataque y sorpresa”[25]. En la primera partida vemos a Marx jugando de la forma más dinámica y agresiva que es posible, el temible “gambito muzio”, del gambito de rey:
El gran revolucionario ruso, dirigente –junto a Trotsky– de la Revolución de Octubre fue, al igual que Marx, un gran aficionado al ajedrez y parece ser que lo jugaba a un nivel muy respetable. De su padre (Ilia Ulianov) y su hermano (Alejandro), Lenin adquirió el gusto por el “juego ciencia”. Con la ayuda de un viejo manual familiar los hijos superaron al progenitor. Alejandro llegó a sorprender a su padre cuando, vela en mano, “volvía del entresuelo llevando consigo el manual, con el evidente propósito de armarse un poco mejor para los futuros duelos”[26]. En el momento de la ejecución de Alejandro –quien fue condenado por sus actividades revolucionarias–, Vladimir –el futuro Lenin– tenía 16 años y hasta ese momento no había mostrado en absoluto algún interés por la política. La muerte del padre, según los testimonios, lo había convertido en ateo y dio rienda suelta a una rebeldía de adolescente –que molestaba, por su insolencia– a Alejandro. Sus intereses intelectuales estaban metidos de lleno en el ajedrez, la novela y la poesía. Alejandro era para Vladimir un ejemplo moral y su ejecución por el régimen zarista fue un factor decisivo para empujarlo a la trayectoria revolucionaria.
En sus años de juventud y de aprendizaje político, aun antes de que emprendiera el camino del marxismo, juega ajedrez en el club de Samara. Lenin es implacable como ajedrecista, lo mismo que lo será en política: “La observación de las reglas del juego era para él un elemento constitutivo del placer mismo del juego. La incomprensión y la negligencia deben castigarse, y no ser premiadas. El juego es una repetición de la lucha y en la lucha no se permite retractarse”. Entabla un duelo por correspondencia con Jardín, un abogado liberal que lo contratará como pasante de abogado tres años más tarde. “A Vladimir le pareció que con su última jugada había llevado a su adversario a una situación sin salida […]. Jardín replicó con una jugada tan inesperada que Vladimir cayó en una estupefacción que, después de cuidadoso análisis, se tradujo en una exclamación respetuosa: ‘¡Caramba, qué jugador, es una potencia del infierno!’” Siempre descubría la fuerza de otro, aun la del adversario, con satisfacción estética”[27]. Cuando más adelante se integra de lleno a la actividad revolucionaria y se percata que el ajedrez le consume mucho tiempo, lo abandonará sólo para practicarlo de forma esporádica. “El ajedrez absorbe todo el tiempo, es un obstáculo para el trabajo”[28]. Así hará con todo aquello que a su juicio lo distrae de su tarea principal; esa suerte correrá el patinaje, el latín y otros pasatiempos. Ya sólo jugará el ajedrez de forma esporádica y de mala gana.
Durante su destierro en Siberia (1897-1900), combatirá el tedio de esos tres años –junto con las tareas políticas que nunca abandona– con el patinaje (se organizan carreras), la caminata, cacería, el ajedrez por correspondencia, ¡y hasta con lucha libre![29] Todo solía llevarse a cabo mediante rutinas preestablecidas: tiempo para el paseo, para el juego, para la lectura, para la escritura, etc. Se obsesiona, otra vez, por el ajedrez y establece duelos por correspondencia. “Durante un cierto tiempo –recuerda Krúpskaia– el juego le absorbía hasta tal punto que llegaba a gritar en sueños: si pone el caballo aquí, yo pondré la torre allá”[30]. Lenin tiene un carácter obsesivo propio de alguien que está enfocado en un objetivo que no abandona y, evidentemente, el ajedrez no es lo único que lo absorbe: El libro de Bernstein “Problemas del socialismo” lo perturba. Bernstein –padre “teórico” del reformismo– disuelve la revolución socialista en pequeñas reformas que gradualmente –y sin que nadie se dé cuenta ni se sepa cómo– desembocarán, en un futuro indeterminado, en el socialismo (los reformistas actuales ya borraron ese objetivo, ya fantasmal en Bernstein).
Años depués, Gorki invitó a Lenin a su retiro en Capri, donde se encuentra Bogdanov, para intentar hacer las paces entre los dos. En el Partido Obrero Socialdemócrata Ruso se libra una guerra fraccional en el que Lenin lucha contra las políticas sectarias de Bogdanov y su deseo de “renovar” el marxismo con la filosofía subjetiva de Mach y Avenarius. Para enfrentar esta batalla por las ideas, Lenin escribe “Materialismo e empiriocriticismo”. Lenin se resiste, pero finalmente acude y permanece en la isla italiana del 10 al 17 de enero de 1908. Gorki recuerda que lo primero que Lenin le dice al encontrarlo en el muelle es: “Sé, Alexei Maximovich, que esperas lograr mi reconciliación con los machistas, aunque en mi carta te digo que es imposible. ¡Por favor no lo intentes! “. Gorki no entiende la importancia del debate filosófico pues, según él, la filosofía es “como una mujer: podía ser muy simple, incluso fea, pero tan astuta y convincentemente disfrazada que podía pasar por una belleza”[31]. La burda, aunque ingeniosa comparación hizo reír a Lenin, pero sólo le reafirma la ingenuidad de su amigo para quien abstractas diferencias filosóficas no debían separar a excelentes personas. Lenin expresó claramente sus objeciones: “Schopenhauer dijo: ‘El que piensa claramente expone las cosas con claridad’. Eso es lo mejor que dijo, creo. Pero usted, camarada Bogdanov, expone las cosas de manera poco clara. Dígame, en dos o tres oraciones, qué le ofrece la sustitución a la clase trabajadora y por qué el machismo es más revolucionario que el marxismo. Bogdanov intentó explicarlo, pero en realidad era demasiado verborrágico y confuso. […] Jaurés, una vez dijo: “prefiero decir la verdad que ser ministro”; Yo agregaría: ‘o un machista’ “. De esta reunión existe una famosa foto de Lenin y Bogdanov jugando ajedrez. Ganó Bogdanov, por cierto. Lenin se molestó consigo mismo por haber perdido, como si el juego fuera una continuación del debate filosófico. “Como su risa sorprendente –escribió Gorki–, su enfado infantil no afectaba su integridad monolítica”.[32]
Se conserva una partida de esta visita donde Lenin pierde contra Gorki, pero ambos muestran un nivel bastante alto, que probablemente ronde los 1800 de Elo actual.
El ajedrez y la Unión Soviética
Garry Kasparov escribió en twitter en enero de 2019: “Siempre vale la pena señalar cómo las personas que nunca vivieron bajo el socialismo lo adoran, mientras que todos los que vivieron en él lo odian”. No debería soprender esta posición de un millonario que abona en sus abultadas cuentas bancarias las aportaciones de organizaciones liberales burguesas –como la Renew Democracy Initiative y la Human Rights Foundation– y que se describe a sí mismo como un “orador y autor empresarial”. Pero no cabe duda de que el indudable genio ajedrecístico de Garry Kasparov fue construido –además de su propia inteligencia– con la enorme inversión de ese “socialismo” que ahora detesta y de una escuela ajedrecística que fue impulsada de forma masiva. Sin ese enorme entramado social y colectivo Kasparov no hubiera llegado a ser campeón mundial de ajedrez. De hecho, Kasparov fue parte de la burocracia estalinista –fue integrante del Comité Central del Komosomol– pero se pasó al liberalismo de derecha junto a Yeltsin. Como muchos burócratas estalinistas, se cambió al barco capitalista con una facilidad asomobrosa y de repente se convirtió en “autor empresarial”. Kasparov ya había demostrado sus “credenciales democráticas” cuando afirmó en 1989, en una entrevista, que las mujeres eran débiles en el ajedrez y su deber era apoyar a sus maridos. La gran ajedrecista Judith Polgar le cerró la boca al ganarle, en el torneo de ajedrez rápido de Moscú del 2002, en 42 movimientos. Es necesario recordar cómo se construyó el poderio ajedrecistico de la Unión Soviética.
La Unión Soviética tuvo la total hegemonía en ajedrez desde 1948 hasta 1991, cuando colapsó el estalinismo, de los ocho campeones mundiales de ese período, siete fueron soviéticos. La excepción fue el norteamericano Bobby Fischer, pero incluso luego, los rusos siguieron dominando el campeonato mundial hasta 2007. Este dominio fue una expresión particular de la enorme inversión estatal en educación, deporte y ciencia. Antes de la Revolución rusa ya existía una fuerte tradición ajedrecística con figuras como Alaxander Petrov o Mijhail Chigorin, pero fue gracias a la revolución que el ajedrez se convirtió en parte de una política de Estado y una cultura realmente de masas y ya no sólo un entretenimiento de unos pocos aficionados, los zares y la aristocracia. Para darnos una idea: “En Rusia se gastaba cuatro veces más en educación por habitante que en Gran Bretaña”[33]. Y no sólo era un asunto de inversión, también de difusión y promoción tanto a nivel escolar, de cultura de masas y organización deportiva: “La Unión Soviética construyó un sistema “end-to-end” que lo convertiría en una potencia en el ajedrez durante décadas. Era una pirámide gigante, con millones de jugadores activos en el fondo y los grandes maestros de clase mundial en la cima. Hay abundantes fondos estatales a todos los niveles, lo que asegura que haya clubes de ajedrez en todo el país, desde Moscú hasta pequeñas aldeas en Siberia, en divisiones del ejército y en fábricas. Además, había todo un sistema de secciones de ajedrez en las “Casas de Pioneros”, que ayudaban a identificar y nutrir a jóvenes talentos. Por último, en los decenios de 1920 y 1930 se reactivaron las publicaciones de ajedrez, primero en ruso y posteriormente también en otros idiomas nacionales (georgiano, uzbeko, tártaro, etc.)”[34]. Esta enorme inversión y organización en el deporte y la cultura tuvo sus frutos –y no sólo en el ajedrez sino que fue la potencia olímpica de su época estando en el podio más alto en 14 de sus 18 apariciones–: “Si el primer Torneo Internacional de Moscú en 1925 fue fuertemente dominado por los maestros extranjeros, el Segundo Torneo Internacional de Moscú, celebrado diez años después, vio a la “nueva esperanza” del ajedrez soviético, Mijaíl Boltvinik (1911-1995), de 23 años, en la cima de la mesa del torneo”[35].
Las masas soviéticas jugaban ajedrez en las fábricas, en la escuela y hasta en la playa. La excelente serie “Gambito de Dama” refleja bien la pasión con que se jugaba al ajedrez en los parques públicos. Y todos estos logros se dieron partiendo de un nivel muy bajo, de un país que fue arrancado del oscurantismo feudal más espantoso. El propio Karpov gana sus primeros torneos siendo un niño de 7 años en los clubes de ajedrez que proliferaban en todas partes, un amigo “le lleva en 1958 al club de ajedrez de una fábrica metalúrgica, y en los torneos que allí se celebran Karpov, con siete años, obtiene la norma de tercera categoría. A los ocho ya ostentaba la segunda, a los nueve de primera, y a los diez era el participante más joven del campeonato escolar de la URSS”[36].
El padre de la escuela soviética de ajedrez fue el maestro Alexander Ilyin-Genevsky, quien había ganado al gran Capablanca en el torneo de Moscú de 1925 y logró tener un Elo de 2577. También fue un bolchevique, historiador, escritor y organizador militar. Fue hermano de Fiodor Raskolnikov, que fue una figura importante de la dirección bolchevique. Impulsó la idea de incluir la enseñanza del ajedrez dentro del Ejército Rojo y también organizó los primeros campeonatos y las primeras revistas soviéticas de ajedrez. Parece ser que murió durante un ataque aéreo nazi en el sitio de Leningrado, aunque otros afirman que también fue víctima de las purgas de Stalin, junto a toda la vieja guardia bolchevique.
Existe la leyenda de que Trotsky jugó con el cuarto campeón del mundo de ajedrez, Alexander Alekhine, de origen ruso. Éste fue integrante de una familia de grandes empresarios textiles y dueños de grandes tierras de Moscú que fue expropiada por la Revolución rusa. El propio Alekhine terminó en la cárcel en medio de la Guerra Civil, acusado de ser espía de los ejércitos blancos. Se dice que Trotsky vistó la cárcel donde se econtraba Alekhine y jugó una partida con él, partida que naturalmente ganó Alekhine. Supuestamente esta partida le valió ser liberado por orden del propio Trotsky. Sin embargo, no existe evidencia fiable de esta historia. Lo que sí es cierto es que Alekhine fue liberado y se le concedió la visa para salir a Francia, firmada por Lev Karajan, visceministro de la Comisaría del Pueblo de Asuntos Exteriores y que había trabajado con Trotsky. Karaján será ejecutado por Stalin en las purgas de los años treinta.
Tras la muerte de Alexander Ilyin-Genevsky , Mijaíl Boltvinik se convirtió en el patriarca de la escuela soviética, una escuela entre la que figurarán campeones mundiales como Mijaíl Tahl, Petrosian, Spassky, Karpov y Kasparov. Todos ellos con sus propios estilos: el posicional de Boltvinik, el de ataque feroz como el de Tahl o el de prevención como el de Petrosian. “Inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial, aparece la máquina de ajedrez soviética hasta ese momento desconocida en la escena mundial, y gana todos los eventos internacionales de ajedrez, desde Olimpíadas por equipos a campeonatos mundiales individuales masculinos y femeninos”[37]. Incluso el excéntrico Bobby Fischer aprendió ruso para leer libros soviéticos sobre ajedrez, por lo que gran parte de su maestría estaba fundada en el estudio de los jugadores soviéticos.
Tampoco debemos olvidar que el primer campeonato mundial de computadoras fue ganado por el programa soviético Kaisa, en 1974. Después de la caída de la Unión Soviética el dominio ruso duró una década –con figuras como Vladimir Kramnik– pero su hegemonía terminó colapsando al igual que la economía planificada que sostenía el asombroso sistema público de salud, educación, deporte y cultura. Desde 2004, la Rusia capitalista no ha podido impulsar ningún oro en las competencias internacionales en el deporte en el que dominó casi de forma absoluta durante décadas.
Los comentaristas burgueses que tratan de sepultar los innegables logros de la economía planificada señalan como única explicación del dominio soviético en el ajedrez la disciplina férrea y militar que el régimen burocrático ejercía sobre los deportistas. ¡Con esta postura reaccionaria los enormes logros de los deportistas se convierten en un logro de los burócratas! Pero en realidad las conquistas en el deporte, ciencia y cultura se dieron a pesar de la burocracia y no gracias a ella. Las presiones burocráticas eran una constante traba para un mejor desarrollo del ajedrez, del arte, de la ciencia y el deporte en general. La burocracia decidía quiénes debían competir en el extranjero y quiénes no, y excelentes jugadores como David Bronstein fueron marginados incluso cuando no eran disidentes del sistema –al menos no inicialmente–. Pero si el terror burocrático hace milagros, cómo explicar que la presión burocrática que ciertamente ejercía el gobierno estadounidense sobre sus propias promesas en el ajedrez no pudiera derribar al dominio soviético más que por excepción. No es un secreto que Nixon y su Secretario de Estado, Henry Kissinger, vieron en Fischer a un simple peón para retar al dominio soviético. Esto es algo que normalmente omiten los detractores de la escuela soviética del ajedrez.
Bobby Fischer, de héroe a paria
La enorme presión que significó para Fischer el haber ganado el campeonato del mundo frente al ruso Boris Spassky, en 1972, fue algo que su frágil equilibrio mental no pudo resistir. Se rehusó a defender el título mundial contra Anatoli Karpov en el campeonato de 1975, tratando de imponer bochornosas condiciones que equivalían a que Karpov ganaría el campeonato si obtenía 10 victorias mientras Fischer lo retendría con sólo 9 victorias. No obstante, pese a que la delegación soviética aceptó todas las otras condiciones de Fischer, éste se negó a jugar y nunca más volvió a disputar el campeonato. La enorme presión pública y de su gobierno lo terminó derrumbando mentalmente, con lo que prácticamente desapareció del mundo del ajedrez. En 1981 fue detenido por la policía de Pasadena caminando como indigente y dando mala imagen a la “respetable sociedad”: “Recorría las calles con la mirada algo extraviada, con andar desgarbado y cansino, las manos en el bolsillo de un pantalón mugriento, despeinado el rubio cabello ya no demasiado abundante, larga y descuidada la barba. Se detenía cada tres o cuatro pasos y se quedaba un instante inmóvil, como meditando en el sentido último de la vida, o como preguntándose dónde iba a dormir esa noche, o cómo mataría el hambre de varios días”[38]. Cuando los policías lo interrogaron y le preguntaron quién era y cómo se ganaba la vida contestó: “soy Boby Fischer campeón mundial de ajadrez”; y el policía contestó: “Y yo soy Ronald Reagan, presidente de los Estados Unidos” y se lo llevaron a la comisaría.
Fischer era un genio en ajedrez, hablaba muchos idiomas y sabía de algunas otras disciplinas, pero parecía un retrasado mental en casi todo lo demás. Una vez el ajedrecista argentino Oscar Panno le dijo, sorprendido por su ignorancia en temas ajenos al ajadrez: “Tendrías que ilustrarte. No puede ser que un muchacho como vos no sepa quién fue Napoleón”. Fischer hizo una pausa y le respondió: “¿Napoleón? Nunca jugué con él. ¿Qué torneo ha ganado?”[39].
Quizás debido a esas limitaciones, sumadas a sus problemas de estabilidad mental, Fischer reaccionó contra el gobierno norteamericano desde la extrema derecha. Se hizo un antisemita –a pesar de ser de ascendencia judía–, un abierto racista, lector de Nietzsche, de “Mi Lucha” de Hitler y de “Los protocolos de los sabios de Sión”; un posmoderno que rechazaba la medicina moderna y cuestionaba los avances científicos. Se hizo muy paranóico y se rehusaba a ir al dentista por temor a que los rusos le implantaran un transmisor. Tras lo ataques del 11 de septiembre, Fischer afirmó: “Quiero ver a Estados Unidos aniquilado. Aplaudo el acto. A la mierda con mi país. Estados Unidos se basa en las mentiras y el robo”[40]. También afirmó: “Estas son noticias maravillosas; donde las dan, las tomas. Alguien debía darles una patada en el culo a los norteamericanos”[41].
“Dos décadas después de su triunfo en Islandia se saltó el embargo comercial americano a Yugoslavia para jugar nuevamente contra Spassky –ya no estaban ambos en su mejor nivel–. Incumplió todas las normas, escupió en un documento oficial del Departamento de Estado Americano y, tras ganar nuevamente al jugador comunista nacionalizado francés, por cuya hazaña se llevó algo más de 2,5 millones de dólares, George Bush Sr. ordenó su captura a nivel internacional. Pedía diez años de prisión y una multa de 250.000 dólares”[42]. Fue detenido en Japón en el 2004 por usar un pasaporte inválido y permaneció nueve meses en prisión esperando ser extraditado a Estados Unidos. Se salvó al recibir la nacionalidad islandesa donde pasó sus últimos años. El héroe norteamericano se convirtió en un odiado paria. Murió de una enfermedad renal, que se negó a tratar con la medicina moderna, en el 2008.
El futuro del ajedrez
El ajedrez se ha convertido de nuevo en una actividad de élite. Es cierto que existe un gran número de aficionados en todo el mundo, pero las grandes masas, en general, rara vez tienen oportunidad de aprender y disfrutar del “juego ciencia”, al estar agobiadas con largas jornadas y salarios miserables. Mucho menos posible es acudir a torneos, inscribirse a clubes de ajedrez y ya no digamos participar en competiciones. Pero ésta es la situación del arte y la cultura en general en el capitalismo. Las masas están expropiadas de las grandes conquistas culturales de la humanidad, y –al mismo tiempo– el arte y la cultura están imposibilitadas de desarrollarse plenamente al estar secuestrados en manos privadas. No cabe duda de que los aficionados al ajedrez admiramos, disfrutamos e intentamos aprender de las partidas de la elite del ajedrez compuesto por grandes como Magnus Carlsen, Hikaru Nakamura, Fabiano Caruana y muchos otros del pasado y del presente. Pero se trata de un grupúsculo millonario, de una especie de druidas separados del mundo y de los mortales comunes y corrientes. Hablando sobre la Fide, y otras organizaciones del ajedrez como la PCA, el gran maestro y subcampeón del mundo David Bronstein afirmó unos años antes de morir: “¡Hasta ahora sólo han montado una organización elitista! Por ejemplo, Kasparov y Short vendieron su match a The Times por 3 millones de dólares. Pero ¿qué ganaron el resto de grandes maestros con esto? […] siempre hay alguien dispuesto a apoyar a otro. Pero al proclamarse profesionales, ellos, por así decirlo, están declarando por adelantado que son superiores. Esto produce un grupo de élite y los ratings son de gran ayuda, pues les permite admitir a algunos en su grupo y rechazar a otros y, de esta forma, mantener fuera a una enorme cantidad de jóvenes talentos […] Abajo, las personas jugarán el mismo ajedrez, pero los millones irán a los de arriba […]; los ajedrecistas se han encerrado en su minúsculo mundillo y se niegan a ver lo que desde hace mucho tiempo ha dejado de ser una torre de marfil y se ha convertido en una lata de hojalata vacía”[43].
Para alcanzar nueva cimas y nuevo impulso, el ajedrez debe masificarse nuevamente. Hemos visto el impulso que cobró con su relativa difusión durante el Renacimiento y en la Unión Soviética de la posguerra. El ajedrez es experiencia acumulada, producto de una experiencia colectiva, y mientras unos pocos lo jueguen esa experiencia permanecerá relativamente estancada y sin desarrollarse. Pero esto es sólo un pequeño ejemplo de lo que sucede con el arte, la ciencia y la cultura en general. Para que el ajedrez regrese a las escuelas, los parques y la vida de las masas es necesario que el arte, la cultura y el deporte sean propiedad colectiva. Y para esto necesitamos poner la enorme riqueza creada por los trabajadores en manos de los trabajadores, arrebatarla a las manos de la burguesía que la centraliza y acumula. Con estos enormes recursos expropiados en beneficio colectivo se podrá financiar la educación, el deporte, el esparcimiento y muchas cosas más. Tampoco aspiramos a regresar a una tutela burocrática e ignorante que pisoteó y utilizó cínicamente al deporte en sus estrechos cálculos políticos. El estalinismo es una lacra, una aberración histórica que no volverá a repetirse. La idea de Lenin era que todo cocinero fuera burócrata por turnos para que nadie fuera burócrata. En una sociedad que haya superado el capitalismo y cuyos asuntos se manejen de forma colectiva y democrática por parte de los propios trabajadores, renacerán el arte, la cultura y el deporte. Y como correlato suyo el milenario y fascinante juego de mesa que conocemos como ajedrez.
[1] Antonio López Manzano, José Monedero González, Ajedrez esencial, Barcelona, Paidotribo, p. 346.
Presentamos a continuación un índice de lecturas sobre la filosofía del marxismo: el materialismo dialéctico. Desde textos introductorios hasta algunos con los que podrás profundizar en los conceptos fundamentales. De lo que se trata es de entender el mundo para transformarlo.
Forma un círculo marxista en tu escuela, centro de trabajo o colonia
Escrito en alemán por Karl Marx en la primavera de 1845. Fue publicado por primera vez por Friedrich Engels en 1888 como apéndice a la edición aparte de su Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana.
[I] El defecto fundamental de todo el materialismo anterior -incluido el de Feuerbach- es que sólo concibe las cosas, la realidad, la sensoriedad, bajo la forma de objeto o de contemplación, pero no como actividad sensorial humana, no como práctica, no de un modo subjetivo. De aquí que el lado activo fuese desarrollado por el idealismo, por oposición al materialismo, pero sólo de un modo abstracto, ya que el idealismo, naturalmente, no conoce la actividad real, sensorial, como tal. Feuerbach quiere objetos sensoriales, realmente distintos de los objetos conceptuales; pero tampoco él concibe la propia actividad humana como una actividad objetiva. Por eso, en La esencia del cristianismo sólo considera la actitud teórica como la auténticamente humana, mientras que concibe y fija la práctica sólo en su forma suciamente judaica de manifestarse. Por tanto, no comprende la importancia de la actuación “revolucionaria”, “práctico-crítica”.
[II] El problema de si al pensamiento humano se le puede atribuir una verdad objetiva, no es un problema teórico, sino un problema práctico. Es en la práctica donde el hombre tiene que demostrar la verdad, es decir, la realidad y el poderío, la terrenalidad de su pensamiento. El litigio sobre la realidad o irrealidad de un pensamiento que se aísla de la práctica, es un problema puramente escolástico.
[III] La teoría materialista de que los hombres son producto de las circunstancias y de la educación, y de que por tanto, los hombres modificados son producto de circunstancias distintas y de una educación modificada, olvida que son los hombres, precisamente, los que hacen que cambien las circunstancias y que el propio educador necesita ser educado. Conduce, pues, forzosamente, a la sociedad en dos partes, una de las cuales está por encima de la sociedad (así, por ej., en Robert Owen).
La coincidencia de la modificación de las circunstancias y de la actividad humana sólo puede concebirse y entenderse racionalmente como práctica revolucionaria.
[IV] Feuerbach arranca de la autoenajenación religiosa, del desdoblamiento del mundo en un mundo religioso, imaginario, y otro real. Su cometido consiste en disolver el mundo religioso, reduciéndolo a su base terrenal. No advierte que, después de realizada esta labor, queda por hacer lo principal. En efecto, el que la base terrenal se separe de sí misma y se plasme en las nubes como reino independiente, sólo puede explicarse por el propio desgarramiento y la contradicción de esta base terrenal consigo misma. Por tanto, lo primero que hay que hacer es comprender ésta en su contradicción y luego revolucionarla prácticamente eliminando la contradicción. Por consiguiente, después de descubrir, v. gr., en la familia terrenal el secreto de la sagrada familia, hay que criticar teóricamente y revolucionar prácticamente aquélla.
[V] Feuerbach, no contento con el pensamiento abstracto, apela a la contemplación sensorial; pero no concibe la sensoriedad como una actividad sensorial humana práctica.
[VI] Feuerbach diluye la esencia religiosa en la esencia humana. Pero la esencia humana no es algo abstracto inherente a cada individuo. Es, en su realidad, el conjunto de las relaciones sociales. Feuerbach, que no se ocupa de la crítica de esta esencia real, se ve, por tanto, obligado:
“A hacer abstracción de la trayectoria histórica, enfocando para sí el sentimiento religioso (Gemüt) y presuponiendo un individuo humano abstracto, aislado.
“En él, la esencia humana sólo puede concebirse como “género”, como una generalidad interna, muda, que se limita a unir naturalmente los muchos individuos”.
[VII] Feuerbach no ve, por tanto, que el “sentimiento religioso” es también un producto social y que el individuo abstracto que él analiza pertenece, en realidad, a una determinada forma de sociedad.
[VIII] La vida social es, en esencia, práctica. Todos los misterios que descarrían la teoría hacia el misticismo, encuentran su solución racional en la práctica humana y en la comprensión de esa práctica.
[IX] A lo que mas llega el materialismo contemplativo, es decir, el materialismo que no concibe la sensoriedad como actividad práctica, es a contemplar a los distintos individuos dentro de la “sociedad civil”.
[X] El punto de vista del antiguo materialismo es la sociedad “civil; el del nuevo materialismo, la sociedad humana o la humanidad socializada.
[XI] Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modo el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo.
Vuestro Congreso se reúne durante las fiestas de celebración del segundo centenario de la fundación de la Academia de Ciencias. Las relaticiones entre este Congreso y la Academia se refuerzan todavía más por el hecho de que la ciencia química rusa no es de las que menos fama ha conseguido para la Academia. Parece indicado plantear a estas alturas la siguiente pregunta: ¿Cuál es el sentido esencial de las fiestas académicas? Poseen un significado que va mucho más allá de las simples visitas a los museos y teatros y la asistencia a banquetes. ¿Cómo podemos percibir este significado? No sólo en el hecho de que sabios extranjeros -que han tenido la amabilidad de aceptar nuestra invitación- hayan podido comprobar que la revolución en vez de destruir las instituciones científicas las ha desarrollado. Esta evidencia comprobada por los sabios extranjeros tiene un sentido propio. Pero el significado de las fiestas académicas es mayor y más profundo. Lo diré como sigue: el nuevo Estado, una sociedad nueva basada en las leyes de la revolución de Octubre, toma posesión triunfalmente a los ojos del mundo entero de la herencia cultural del pasado.
Puesto que de pasada me he referido a la herencia, debo aclarar el sentido en que empleo este vocablo para evitar cualquier equívoco. Seríamos culpables de desacato al futuro, más querido para todos nosotros que el pasado, y seríamos culpables de desacato hacia el pasado, que en muchos aspectos lo merece profundo, si hablásemos tontamente de la herencia. No todo en el pasado es valor para el futuro. Por otro lado, el desarrollo de la cultura humana no viene determinado por la simple acumulación. Ha habido períodos de desarrollo orgánico, y también períodos de riguroso criticismo, de filtración y de selección. Sería difícil decir cuál de esos períodos ha terminado siendo más fructífero para el desarrollo general de la cultura. De cualquier modo, vivimos una época de filtración y selección.
La jurisprudencia romana estableció ya en la época de Justiniano la ley de la herencia inventariada. Respecto a la legislación prejustiniana, según la cual el heredero tenía derecho a aceptar la herencia siempre que asumiera la responsabilidad de las obligaciones y deudas, la herencia inventariada otorgó al heredero cierta posibilidad de elección. El Estado revolucionario, representante de una nueva clase, es una especie de heredero inventarial respecto a la cantidad de cultura acumulada. Permitidme que diga con franqueza que no todos los quince mil volúmenes publicados por la Academia durante sus dos siglos de existencia figurarán en el inventario del socialismo. Hay dos aspectos, de mérito igual a todas luces, en las contribuciones científicas del pasado que ahora son nuestras y que nos hacen sentir orgullo. La ciencia, en su totalidad, ha estado dirigida hacia la adquisición del conocimiento de la realidad, hacia la búsqueda de las leyes de la evolución y hacia el descubrimiento de las propiedades y cualidades de la materia a fin de dominarla. Pero el conocimiento no se desarrolla entre las cuatro paredes de un laboratorio o una sala de conferencias. De ningún modo. Ha sido una función de la sociedad humana que reflejaba su estructura. La sociedad necesita conocer la naturaleza para subvenir a sus necesidades, al tiempo que exige una afirmación de su derecho a ser lo que es, una justificación de sus instituciones particulares; antes que nada, de las instituciones de dominación de clase del mismo modo que en el pasado pedía la justificación de la servidumbre, de los privilegios de clase, de las prerrogativas monárquicas, de la exceptuación nacional, etc. La sociedad socialista acepta agradecida la herencia de las ciencias positivas dejando a un lado, como tiene derecho por la selección inventarial, todo cuanto es inútil para el conocimiento de la naturaleza; y no sólo eso, sino también todo cuanto justifique la desigualdad de clases y toda especie de falsedades históricas.
Todo nuevo orden social no se apropia de la herencia cultural del pasado en su totalidad, sino según su propia estructura. Así, la sociedad medieval, encorsetada por el cristianismo, recogió muchos elementos de la filosofía clásica, pero subordinándolos a las necesidades del régimen feudal y convirtiéndolos en escolástica, esa “criada de la teología”. De manera similar, la sociedad burguesa recibió el cristianismo como parte de la herencia de la Edad Media, pero lo sometió a la Reforma… o a la Contrarreforma. Durante la época burguesa el cristianismo fue barrido en la medida en que lo necesitaba la investigación científica, por lo menos dentro de los límites que requería el desarrollo de las fuerzas productivas.
La sociedad socialista, en su relación con la herencia científica y cultural, mantiene en general, en un grado muchísimo menor, una actitud de indiferencia o de aceptación pasiva. Se puede decir a este respecto: mientras mayor es la confianza que deposita el socialismo en las ciencias dedicadas al estudio directo de la naturaleza, mayor es su desconfianza crítica cuando se aproxima a aquellas ciencias y pseudociencias que están íntimamente ligadas a la estructura de la sociedad humana, a sus instituciones económicas, a su estado, leyes, ética, etc. Estas dos esferas no están separadas, por cierto, por una muralla impenetrable. Pero al mismo tiempo es un hecho incontrovertible que la herencia en aquellas ciencias que no atañen a la sociedad humana, sino que se ocupan de la “materia” -las ciencias naturales en el sentido amplio de la palabra, y la química por su puesto-, es de un peso incomparablemente mayor.
La necesidad de conocer la naturaleza viene impuesta a los hombres por la necesidad de subordinar la naturaleza a sí mismos. Cualquier desviación en este terreno de las relaciones objetivas, determinadas por las propiedades de la materia misma, las corrige la experimentación práctica. Sólo esto libra seriamente a las ciencias naturales, a la investigación química en particular, de las distorsiones intencionadas, no intencionadas y semideliberadas, y contra las falsas interpretaciones y falsificaciones. Sin embargo, la investigación social dedicó primeramente sus esfuerzos hacia la justificación de la sociedad surgida históricamente, a fin de preservarla contra los ataques de las “teorías destructoras”, etc. De aquí emana el papel apologético de las ciencias sociales oficiales de la sociedad burguesa y ésta es la razón por la que sus resultados son de escaso valor.
Mientras la ciencia en su conjunto se mantuvo como una “criada de la teología” sólo subrepticiamente podía producir resultados valiosos. Este fue el caso en la Edad Media. Como quedó señalado, fue durante el régimen burgués cuando las ciencias naturales disfrutaron de la posibilidad de un amplio desarrollo. Pero la ciencia social se mantuvo como criada del capitalismo. También esto es verdad, en gran proporción, por lo que arañe a la psicología, que une las ciencias sociales con las ciencias naturales; y a la filosofía, que sistematiza las conclusiones generalizadas de todas las ciencias.
He dicho que la ciencia oficial ha producido poco de valor. Esto se manifiesta muy bien por la incapacidad de la ciencia burguesa para predecir el mañana. Hemos observado esta situación en la primera guerra mundial imperialista y sus consecuencias Lo hemos visto también en la revolución de Octubre. Lo vemos actualmente en la completa impotencia de la ciencia social oficial para medir en su justo valor la situación europea, sus relaciones con los Estados Unidos de Norteamérica y con la Unión Soviética; en su incapacidad para sacar conclusiones respecto al porvenir. Sin embargo, el valor de la ciencia reside precisamente en esto: conocer a fin de prever.
La ciencia natural -y la química ocupa uno de los lugares más importantes en este terreno- constituye indiscutiblemente la más valiosa porción de nuestra herencia. Su Congreso se realiza bajo la bandera de Mendeleyev, que fue y sigue siendo el orgullo de la ciencia rusa.
Hay una diferencia en el grado de previsión y de precisión alcanzado por las diversas ciencias. Pero por la previsión -pasiva, en algunos casos, como en la astronomía, activa como en la química y en la ingeniería química-, la ciencia es capaz de cortejarse a sí misma y justificar su finalidad social. Un hombre de ciencia puede no estar preocupado en absoluto por la aplicación práctica de su investigación. Mientras mayor sea su alcance, mientras más audaz sea su vuelo, mientras mayor sea su libertad de las necesidades prácticas diarias en sus operaciones mentales, tanto mejor. Pero la ciencia no es una función de los hombres de ciencia individuales; es una función social. La valorización social de la ciencia, su valoración histórica, queda determinada por su capacidad para incrementar el poder del hombre y para armarlo con el poder de prever los acontecimientos y dominar la Naturaleza. La ciencia es un conocimiento que nos dota de poder. Cuando Leverrier, sobre la base de las “excentricidades” de la órbita de Urano, dedujo que debía existir un cuerpo celeste desconocido que “perturba” el movimiento de Urano; cuando, sobre la base de sus cálculos puramente matemáticos, pidió al astrónomo alemán Galle que localizara un cuerpo que vagaba sin pasaporte por los cielos en tal o cual dirección, y Galle enfocó su telescopio en esa dirección y descubrió al planeta llamado Neptuno, en ese momento la mecánica celeste de Newton celebró una gran victoria.
Esto ocurría en el otoño de 1846. En el año 1848 la revolución se esparció como un viento arremolinado a través de Europa, demostrando su influencia “perturbadora” en los movimientos de los pueblos y de los Estados. En el período intermedio, entre el descubrimiento de Neptuno y la revolución de 1848, dos jóvenes eruditos, Marx y Engels, escribían El Manifiesto comunista, en el cual no sólo predecían la inevitabilidad de acontecimientos revolucionarios en un futuro próximo, sino que analizaban por adelantado sus fuerzas componentes, la lógica de sus movimientos, hasta la victoria inevitable del proletariado y el establecimiento de la dictadura del proletariado. No sería superfluo en absoluto yuxtaponer este pronóstico con las profecías de la ciencia oficial de los Hohenzollern, los Romanov, Luis Felipe y otros, en 1848.
En 1869, Mendeleyev, sobre la base de sus investigaciones y reflexiones acerca del peso atómico, estableció su ley periódica de los elementos. Al peso atómico, como criterio más estable, Mendeleyev ligó una serie de otras propiedades y características, arregló los elementos en un orden definido y entonces, a través de este orden, reveló la existencia de cierto desorden, a saber, la ausencia de ciertos elementos. Estos elementos desconocidos o unidades químicas, como las denominó en cierta ocasión Mendeleyev, de acuerdo con la lógica de esta “ley” deberían ocupar lugares específicos vacíos en ese orden. A esta altura, con el gesto autoritario de un investigador que confía en sí mismo, golpeó a una de las puertas de la Naturaleza hasta ahora cerrada, y desde dentro una voz respondió: “¡Presente!” En realidad, tres voces respondieron simultáneamente, pues en los lugares indicados por Mendeleyev se descubrieron tres nuevos elementos denominados posteriormente galio, escandio y germanio.
¡Triunfo maravilloso del pensamiento, analítico v sintético! En sus Principios de Química, Mendeleyev caracteriza en forma vívida el esfuerzo científico creador, comparándolo con el establecimiento de un puente que cruza un barranco: no es necesario descender al barranco y fijar soportes en el fondo; sólo se requiere levantar una base en un lado y en seguida proyectar un arco exactamente delineado, que encontrará apoyo en el lado opuesto. Algo análogo ocurre con el pensamiento científico. Sólo puede reposar sobre la base granítica de la experimentación; pero sus generalizaciones, como el arco de un puente, pueden levantarse sobre el fundo de los hechos a fin de que luego, en otro punto calculado previamente, pueda encontrar a este último. En esta etapa del pensamiento científico, cuando una generalización se convierte en predicción -y cuando la predicción es verificada triunfalmente por la experiencia- en ese momento, el pensamiento humano disfruta invariablemente su más orgullosa y justificada satisfacción. Así ocurrió en química con el descubrimiento de nuevos elementos sobre la base de la ley periódica.
La predicción de Mendeleyev, que produjo más tarde una profunda impresión sobre Federico Engels, fue hecho en el año 1871, esto es, el año de la gran tragedia de la Comuna de París, en Francia. La actitud de nuestro gran químico hacia este acontecimiento puede caracterizarse por su hospitalidad general hacia la “latinidad”, con sus violencias y revoluciones. Como todos los pensadores oficiales de las clases dominantes no sólo de Rusia y de Europa, sino de todo el mundo, Mendeleyev no se preguntó a sí mismo: ¿cuál es la fuerza realmente directora que hay tras de la Comuna de París? No vio que la nueva clase que crecía en las entrañas de la vieja sociedad se manifestaba allí ejerciendo en su movimiento una influencia tan “perturbadora” sobre la órbita de la vieja sociedad como la que ejercía el planeta desconocido sobre la órbita de Urano. Pero un desterrado alemán, Carlos Marx, analizó en ese entonces las causas y la mecánica interna de la Comuna de París y los rayos de su antorcha científica penetraron en los acontecimientos de nuestro propio Octubre y los iluminaron.
Desde hace ya largo tiempo hemos considerado innecesario recurrir a una sustancia más misteriosa, llamada flogisto, para explicar las reacciones químicas. En realidad, el flogismo no servía sino como generalización para ocultar la ignorancia de los alquimistas. En el terreno de la fisiología ha pasado ya la época en que se sintió la necesidad de recurrir a una sustancia mística especial, llamada la fuerza vital y que era el flogisto de la materia viva. En principio tenemos bastantes conocimientos de química y de física para explicar los fenómenos fisiológicos. En la esfera de los fenómenos de la conciencia no necesitamos ya por más tiempo una sustancia denominada alma que en la filosofía reaccionaria desempeña el papel del flogisto de los fenómenos psicofísicos. Para nosotros la psicología es, en último análisis, reducible a la fisiología, y esta última, a la química, mecánica y física. En la esfera de la ciencia social (es decir, el alma) es mucho más viable que la teoría del flogisto. Este “flogisto” aparece con diversas vestiduras, era disfrazado de “misión histórica”, ora de “carácter nacional”, ora como la idea incorpórea de “progreso”; ora en forma de sedicente “pensamiento crítico”, y así sucesivamente, ad infinitum. En todos estos casos se ha tratado de encontrar una sustancia suprasocial que explique los fenómenos sociales. Casi es ocioso repetir que estas sustancias ideales no son sino ingeniosos disfraces para ocultar la ignorancia sociológica. El marxismo rechazó las esencias suprahistóricas, así como la fisiología ha renunciado a la fuerza vital, o la química al flogisto.
La esencia del marxismo consiste en esto, en que enfoca a la sociedad concretamente, como sujeto de investigación objetiva, y analiza la historia humana como se haría en un gigantesco registro de laboratorio. El marxismo considera la ideología como un elemento integral subordinado a la estructura material de la sociedad. El marxismo examina la estructura de clase de la sociedad como una forma históricamente condicionada del desarrollo de las fuerzas productivas. El marxismo deduce de las fuerzas productivas de la sociedad las relaciones mutuas entre la sociedad humana y la naturaleza circundante, y éstas, a su vez, quedan determinadas en cada etapa histórica por la tecnología del hombre, por sus instrumentos y armas, por sus capacidades y métodos de lucha con la Naturaleza. Precisamente esta aproximación objetiva confiere al marxismo un poder insuperable de previsión histórica.
Considérese la historia del marxismo aunque sólo sea en la escala nacional rusa. Seguida no desde el punto de vista de nuestras propias simpatías o antipatías políticas, sino desde el punto de vista de la definición de la ciencia de Mendeleyev: “Conocer para poder prever y actuar.” El período inicial de la historia del marxismo en suelo ruso es la historia de una lucha por establecer un pronóstico sociohistórico correcto contra los puntos de vista oficiales gubernamental y de oposición. En los primeros años del ochenta, la ideología oficial existía como una trinidad representada por el absolutismo, la ortodoxia y el nacionalismo; el liberalismo soñaba de día en una asamblea de zemstvos (es decir), en una monarquía semiconstitucional, mientras que los narodniki (populistas) combinaban débiles fantasías socializantes con ideas económicas reaccionarias. En esa época el pensamiento marxista predijo no solamente la obra inevitable y progresiva del capitalismo, sino también la aparición del proletariado, que desempeñaría un papel histórico independiente, tomando la hegemonía en la lucha de las masas populares; y que la dictadura del proletariado arrastraría tras de sí al campesinado.
La diferencia que hay entre el método marxista de análisis social y las teorías contra las cuales luchó no es menor que la diferencia que hay entre la ley periódica de Mendeleyev con todas sus modificaciones posteriores, por un lado, y las elucubraciones de los alquimistas por otro.
“La causa de la reacción química reside en las propiedades físicas y mecánicas de los componentes. “ Esta fórmula de Mendeleyev es de carácter completamente materialista. En lugar de recurrir a alguna fuerza supermecánica o suprafísica para explicar sus fenómenos, la química reduce los procesos químicos a las propiedades mecánicas y físicas de sus componentes.
La biología y la fisiología se hallan en una relación análoga respecto de la química. La fisiología científica, esto es, la fisiología materialista, no exige una fuerza vital supraquímica especial (a la que se refieren vitalistas neovitalistas) para explicar los fenómenos que se desarrollan en su campo. Los procesos fisiológicos son reducibles en último análisis a procesos químicos, así como estos últimos a procesos mecánicos y físicos.
La psicología se relaciona en forma análoga con la fisiología. No por nada la fisiología ha sido llamada la química aplicada de los organismos vivos. Así como no existe ninguna fuerza fisiológica especial, también es igualmente verdadero que la psicología científica, es decir, la psicología materialista, no tiene necesidad de una fuerza mística -el alma- para explicar los fenómenos de su incumbencia, sino que halla que son reducibles en último análisis a fenómenos fisiológicos. Esta es la escuela del académico Pavlov; éste considera lo que se denomina alma como un sistema complejo de reflejos condicionados, cuyas raíces residen totalmente en los reflejos fisiológicos elementales que, a su vez, radican, a través del potente stratum de la química, en el subsuelo de la mecánica y de la física.
Lo mismo puede decirse de la sociología. Para explicar los fenómenos sociales no es necesario aducir alguna especie de fuente eterna, o buscar su origen en otro mundo. La sociedad es el producto del desarrollo de la materia primaria, como la corteza terrestre o la ameba. De esta manera, el pensamiento científico con sus métodos corta, como un diamante, a través de los fenómenos complejos de la ideología social, en el lecho de roca de la materia, sus elementos componentes, sus átomos, con sus propiedades físicas v mecánicas.
Naturalmente esto no quiere decir que cada fenómeno de la química puede ser reducido directamente a la mecánica, y menos aún que cada fenómeno social sea directamente reducible a la fisiología y luego a las leyes de la química y de la mecánica. Puede decirse que éste es el supremo fin de la ciencia. Pero el método de aproximación continua y gradual hacia este objetivo es enteramente diferente. La química tiene su manera especial de enfocar a la materia; sus propios métodos de investigación, sus leyes propias. Lo mismo que sin el conocimiento de que las reacciones químicas son reducibles en último análisis a las propiedades mecánicas de las partículas elementales de la materia, no hay ni puede haber una filosofía acabada que una todos los fenómenos en un solo sistema; por otra parte, el mero conocimiento de que los fenómenos químicos se hallan radicados en la mecánica y en la física no proporciona en sí la clave de ninguna reacción química. La química tiene sus propias claves. Se puede elegir entre ellas sólo por la generalización y la experimentación, a través del laboratorio químico, de hipótesis y teorías químicas.
Esto es aplicable a todas las ciencias. La química es un poderoso pilar de la fisiología, con la cual está directamente relacionada a través de los canales de la química orgánica y fisiológica. Pero la química no es un sustituto de la fisiología. Cada ciencia descansa sobre las leyes de otras ciencias sólo en lo que se llama la instancia final. Pero al mismo tiempo, la separación de las ciencias unas de otras está determinada, precisamente, por el hecho de que cada ciencia abarca un campo particular de fenómenos, es decir, un campo de complejas combinaciones de fenómenos elementales tales que se requiere un enfoque especial, una técnica de investigación especial, hipótesis y métodos especiales.
Esta idea parece tan incontestable por lo que se refiere a las ciencias matemáticas y a la historia natural, que insistir en ello sería lo mismo que forzar una puerta abierta. Con la ciencia social ocurre algo diferente. Naturalistas extraordinariamente ejercitados que en el terreno, digamos, de la fisiología no avanzarían un paso sin tomar en cuenta experimentos rigurosamente comprobados, verificaciones, generalizaciones hipotéticas, últimas verificaciones y otras medidas más, se aproximan a los fenómenos sociales mucho más audazmente, con la audacia de la ignorancia, como si reconocieran tácitamente que en esta esfera extremadamente compleja de los fenómenos basta con tener sólo vagas tendencias, observaciones diarias, tradiciones familiares y aun un acervo de prejuicios sociales comunes.
La sociedad humana no se ha desarrollado de acuerdo con un plan o sistema dispuesto previamente, sino empíricamente, a través de un largo, complicado y contradictorio batallar de la especie humana por la existencia, y luego, por conseguir un dominio cada vez mayor sobre la Naturaleza. La ideología de la sociedad humana se formó como un reflejo de esto y como instrumento en este proceso, tardío, inconexo, fraccionario, en forma, por decirlo así, de reflejos sociales condicionados que en el último análisis son reducibles a las necesidades de la lucha del hombre colectivo contra la Naturaleza. Pero llegar a juzgar las leyes que gobiernan el desarrollo de la sociedad humana fundándose en sus reflejos ideológicos, o sobre la base de lo que se llama opinión pública, etc., equivale casi a formarse un juicio sobre la estructura anatómica y fisiológica de un lagarto en función de sus sensaciones cuando se halla calentándose al sol o cuando sale arrastrándose de una grieta húmeda. Es bastante cierto que hay un lazo muy directo entre las sensaciones de un lagarto y su estructura orgánica. Pero este lazo es objeto de investigación por medio de métodos objetivos. Hay una tendencia, sin embargo, a llegar a ser de lo más subjetivo en los juicios sobre la estructura y las leyes que gobiernan el desarrollo de la sociedad humana en términos de lo que se da en llamar conciencia de la sociedad, esto es, su ideología contradictoria, desarticulada, conservadora y no verificada. Desde luego que estas comparaciones pueden herirnos y suscitar la objeción de que la ideología social se halla, después de todo, en un plano más alto que la sensación de un lagarto. Todo ello depende de la manera en que se aborde la cuestión. En mi opinión, no hay nada paradójico en aseverar que de las sensaciones de un lagarto se podría, si fuera posible enfocarlas debidamente, sacar conclusiones mucho más directas por lo que concierne a la estructura y la función de sus órganos que en lo que concierne a la estructura de la sociedad y su dinámica a partir de tales reflexiones ideológicas como, por ejemplo, los credos religiosos, que ocuparon una vez y aún continúan ocupando un lugar tan destacado en la vida de la sociedad humana; o a partir de los códigos contradictorios e hipócritas de la moralidad oficial; o finalmente, por las concepciones filosóficas idealistas que a fin de explicar los procesos orgánicos complejos que ocurren en el hombre, tratan de colocar la responsabilidad en una esencia sutil, nebulosa, llamada alma y dotada de las cualidades de impenetrabilidad y eternidad.
La reacción de Mendeleyev a los problemas de la reorganización social fue hostil y aun despreciativo. Sostenía que desde tiempos inmemoriales nada había resultado de esta tentativa. En vez de eso, Mendeleyev esperaba un futuro más feliz que surgiría por medio de las ciencias positivas y sobre todo de la química, que revelaría todos los secretos de la Naturaleza.
Es interesante yuxtaponer este punto de vista al de nuestro notable fisiólogo Pavlov, que opina que las guerras y las revoluciones son algo accidental, resultado de la ignorancia del pueblo y que piensa que sólo un profundo conocimiento de la “naturaleza humana” eliminará tanto las guerras como las revoluciones.
Puede colocarse a Darwin en la misma categoría. Este biólogo altamente dotado demostró cómo una acumulación de pequeñas variaciones cuantitativas produce una “cualidad” (calidad) biológica enteramente nueva v con esta prueba explicó el origen de las especies. Sin tener conciencia de ello, aplicó de este modo el método del materialismo dialéctico a la esfera de la vida orgánica. Aunque Darwin no estaba informado en filosofía, aplicó brillantemente la ley hegeliana de la transición de la cantidad a la calidad. Al mismo tiempo descubrimos muy a menudo en este mismo Darwin, para no mencionar a los darwinistas, tentativas profundamente ingenuas y anticientíficas para aplicar las conclusiones de la biología a la sociedad. Interpretar los antagonismos sociales como una “variedad” de la lucha biológica por la existencia es como buscar sólo mecánica en la fisiología de la cópula.
En cada uno de estos casos observamos un único e idéntico error fundamental: los métodos y logros de la química o de la fisiología, violando todos los métodos científicos, son transplantados al estudio de la sociedad humana. Un naturalista apenas podría aplicar sin modificación las leyes que gobiernan el movimiento de los átomos al de las moléculas, regidas por otras leyes. Pero muchos naturalistas tienen una posición completamente diferente hacia la sociología. Muy a menudo desdeñan la estructura históricamente condicionada de la sociedad en beneficio de la estructura anatómica de las cosas, la estructura fisiológica de los reflejos, la lucha biológica por la existencia. Por supuesto, la vida de la sociedad humana, entretejida por las condiciones materiales, rodeada por todos lados de procesos químicos, representa, en sí misma y en última instancia, una combinación de procesos químicos. Por otra parte, la sociedad está constituida por seres humanos cuyo mecanismo fisiológico se puede reducir a un sistema de reflejos. Pero la vida social no es un proceso químico ni fisiológico, sino un proceso social conformado por leyes propias, sujetas a su vez a un análisis sociológico objetivo cuyo análisis debería ser: conseguir la capacidad de prever y de gobernar el destino de la sociedad.
En sus comentarios a los Principios de Química, Mendeleyev dice: “Hay dos fines básicos o positivos en el estudio científico de los objetos: el de la predicción y el de la utilidad… El triunfo de las previsiones científicas tendría poco significado si no condujeran en última instancia a una utilidad directa y general: la previsión científica basada en el conocimiento dota al poderío humano de conceptos mediante los cuales se puede dirigir la esencia de las cosas por el canal deseado.” Y más adelante añade con cautela: “Las ideas religiosas y filosóficas han prosperado y desarrollado durante millares de años; pero las ideas que rigen las ciencias exactas capaces de predecir se han producido sólo durante unos pocos siglos recientes, abarcando por ello esferas limitadas. No han transcurrido todavía dos siglos desde que la química forma parte de esas ciencias. Ante nosotros hay muchas cosas por deducir de ellas por lo que concierne a predicción y utilidad.”
Estas palabras llenas de cautelas, “sugeridoras”, son notables en labios de Mendeleyev. Su sentido velado se dirige claramente contra la religión y la filosofía especulativa, a las que compara con la ciencia. Según dice, las ideas religiosas han prevalecido durante miles de años y son escasos los beneficios que de ello ha sacado la Humanidad; con vuestros ojos, en cambio, podéis ver la contribución de la ciencia en un breve período de tiempo y juzgar sus beneficios. Tal es el indiscutible contenido del pasaje anterior incluido por Mendeleyev en uno de sus comentarios e impreso en caracteres más pequeños en la página 405 de sus Principios de Química. ¡Dimitri Ivanovich era un hombre cauteloso y rehuía cualquier querella con la opinión pública!
La química es una escuela de pensamiento revolucionario, y no precisamente por la existencia de una química de explosivos. Los explosivos no siempre son revolucionarios. Sobre todo, porque la química es la ciencia de la transmutación de los elementos; es enemiga de todo el pensamiento conservador o absoluto que esté encerrado en categorías inmóviles.
Resulta instructivo que Mendeleyev, al sentirse naturalmente bajo la presión de la opinión pública conservadora, defienda el principio de estabilidad e inmutabilidad en los grandes procesos de la transformación química. Este gran hombre de ciencia insistió, incluso con terquedad, en el tema de la inmutabilidad de los elementos químicos y en la imposibilidad de su transmutación en otros. Necesitaba encontrar antes sólidas bases de apoyo. Decía: “Yo soy Dimitri Ivanovich y usted Iván Petrovich. Cada uno de nosotros tiene su propia individualidad; lo mismo ocurre con los elementos.”
Mendeleyev atacó más de una vez la dialéctica menospreciándola. Pero no entendía por dialéctica la de Hegel o Marx, sino el arte superficial de jugar con las ideas, que es a medias sofista y a medias escolasticismo. La dialéctica científica abarca los métodos generales de pensamiento que reflejan las leyes del desarrollo. Una de esas leyes es el cambio de la cantidad en calidad. La química arranca sus raíces más profundas y esenciales de esa ley. Toda la ley periódica de Mendeleyev se basa en ella, al deducir diferencias cualitativas en los elementos de las diferencias cuantitativas de los pesos atómicos. Engels vio la importancia del descubrimiento de los nuevos elementos de Mendeleyev desde este punto de vista precisamente. En el ensayo El carácter general de la dialéctica como ciencia, escribía:
“Mendeleyev demostró que en una serie de elementos relacionados, ordenados por sus pesos atómicos, hay algunas lagunas que indican la existencia de elementos no descubiertos hasta ahora. Describió con anterioridad las propiedades químicas generales de cada uno de estos elementos desconocidos y predijo, de modo aproximativo, sus pesos relativo y atómico y su lugar atómico. Mendeleyev, aplicando de forma inconsciente la ley hegeliana de la conversión de la cantidad en calidad, descubrió un hecho científico que por su audacia puede ponerse junto al descubrimiento del planeta desconocido Neptuno por Leverrier calculando su órbita.”
Aunque posteriormente modificada, la lógica de la ley periódica demostró ser más poderosa que los límites conservadores en que quiso encerrarla su creador. El parentesco de los elementos y su metamorfosis mutua pueden considerarse empíricamente comprobados desde el momento en que fue posible dividir el átomo de sus componentes con la ayuda de los elementos radiactivos. ¡En la ley periódica de Mendeleyev, en la química de los elementos radiactivos, la dialéctica celebra su propia victoria deslumbrante!
Mendeleyev no poseía un sistema filosófico acabado. Quizá ni siquiera tuvo deseos de tenerlo, pues le habría enfrentado inevitablemente con sus propias costumbres y simpatías conservadoras.
En Mendeleyev podemos ver un dualismo en cuestiones básicas del conocimiento. Podría parecer que se orientaba hacia el “agnosticismo”, cuando declaraba que la “esencia” de la materia permanecería siempre más allá del alcance de nuestro conocimiento, por ser ajena a nuestro espíritu y conocimiento (¡). Pero casi al mismo tiempo nos da una fórmula notable para descubrir que de un solo golpe acaba con el agnosticismo. En la nota citada, Mendeleyev dice: “Acumulando de forma gradual su conocimiento sobre la materia, el hombre adquiere poder sobre ella, y puede aventurar, también en función del grado en que lo hace, predicciones más o menos precisas, comprobables por los hechos, y no se divisa un límite al conocimiento del hombre y su dominio de la materia. “Resulta evidente que si en sí mismo no hay límites para el conocimiento y el poder del hombre sobre la materia, tampoco hay una “esencia” imposible de conocer. El conocimiento que nos dotan la capacidad de predecir todos los cambios posibles de la materia, y del poder necesario para producir estos cambios, agota de modo efectivo la esencia de la materia. La llamada “esencia” incognoscible de la materia no es entonces sino una generalización debida a nuestro conocimiento incompleto de la materia. Es un seudónimo de nuestra ignorancia. La definición dual de la materia desconocida, de sus propiedades conocidas, me recuerda la burlesca definición que dice que un anillo de oro es un agujero rodeado de metal precioso. Evidentemente, si llegamos a conocer el metal precioso de los fenómenos y conseguimos darle forma, podemos permanecer indiferente respecto al “agujero” de la sustancia; y hacemos de ello un divertido presente a los filósofos y teólogos arcaicos.
Pese a sus concesiones verbales al agnosticismo (“esencia incognoscible”), Mendeleyev es, aunque inconsciente, un dialéctico materialista en sus métodos y en sus realizaciones en el terreno de la ciencia natural, especialmente en la química. Pero su materialismo aparece ante nuestros ojos tras una coraza conservadora que protegía su pensamiento científico de conflictos demasiado agudos con la ideología oficial. Lo cual no significa que Mendeleyev creara artificialmente un caparazón conservador para sus métodos; el mismo estaba atado a la ideología, oficial y por eso sentía una aprensión íntima a tocar el filo de navaja del materialismo dialéctico. No ocurre lo mismo en la esfera de las relaciones sociológicas. La tiran de la filosofía social de Mendeleyev era de índole conservadora, pero de cuando en cuando entre sus hilos teje notables conjeturas materialistas por su esencia y revolucionarias por su tendencia. Pero al lado de estas conjeturas hay errores de bulto, y ¡qué errores!
Sólo señalaré dos. Mendeleyev, rechazando todos los planes o pretensiones de reorganización social por utópicos y “latinistas”, imaginaba un futuro sólo mejor en el desarrollo de la tecnología científica. Tenía una utopía propia. Según él, habría días mejores cuando los gobiernos de las grandes potencias del mundo pusieran en práctica la necesidad de ser fuertes y llegaran entre sí al acuerdo de eliminar las guerras, las revoluciones y los principios utópicos de anarquistas, comunistas y otros “puños belicosos”, incapaces de comprender evolución progresiva que se realiza en toda la Humanidad. En las Conferencias de La Haya, Portsmouth y Marruecos podía percibiese la aurora de esta concordia universal. Esos ejemplos son los errores más graves de este gran hombre. La historia sometió la utopía social de Mendeleyev a tina prueba rigurosa. De las Conferencias de La Haya y Portsmouth derivaron la guerra ruso-japonesa, la guerra de los Balcanes, la gran matanza imperialista de las naciones y una aguda decadencia de la economía europea; y de la Conferencia de Marruecos brotó la repugnante carnicería de Marruecos, que recientemente ha sido ultimada bajo la bandera de la defensa de la civilización europea. Mendeleyev no vio la lógica interna de los sucesos sociales, o mejor dicho, la dialéctica interna de los procesos sociales, y fue incapaz por ello de prever las secuelas de la Conferencia de La Haya. Como sabemos, en la previsión reside sobre todo el interés. Si releéis lo que escribieron los marxistas sobre la Conferencia de La Haya en aquellos días, os convenceréis fácilmente de que los marxistas previeron correctamente sus consecuencias. Por eso, en el momento más crítico de la historia demostraron tener puños belicosos. Y de hecho no hay por qué lamentar que la clase que se levanta en la historia, armada de una teoría correcta del conocimiento y de la previsión social, demuestre finalmente que estaba armada de un puño suficientemente belicoso para inaugurar tina nueva época de desarrollo humano.
Permitidme que cite ahora otro error. Poco antes de su muerte, Mendeleyev escribió: “Temo sobre todo por el destino de la ciencia y la cultura y por la ética general bajo el “socialismo de Estado”.” ¿Eran fundados sus temores? Hoy día, los estudiosos más avanzados de Mendeleyev han comenzado a ver con claridad las vastas posibilidades que para el desarrollo del pensamiento científico y técnico-científica ofrece el hecho de que este pensamiento esté, por decirlo de alguna manera, racionalizado, emancipado de las luchas internas de la propiedad privada, porque ya no tiene que someterse al soborno de los poseedores individuales, sino que trata de servir al desarrollo económico de las naciones como una unidad total. La red de institutos técnico-científicos que ahora establece el Estado es sólo un síntoma material a escala reducida de las posibilidades ilimitadas que se han derivado de ello.
No cito estos errores para estigmatizar el gran nombre de Dimitri Ivanovich. La historia ha dictaminado su fallo sobre los principales puntos de la controversia y no hay motivo para reiniciarla. Pero permítaseme añadir que los mayores errores de este gran hombre contienen una importante lección para los estudiosos. Desde el campo de la química sólo no hay salidas directas ni inmediatas para las perspectivas sociales. Es preciso el método objetivo de la ciencia social. Este es el método del marxismo.
Si un marxista intentase convertir la teoría de Marx en una llave maestra universal e ignorar las demás esferas del conocimiento, Vladimir Ilich le habría insultado con el expresivo vocablo de “komchvantsvo”, comunista fanfarrón. Lo cual, en este caso específico significaría: el comunismo no es un sustitutivo de la química. Pero el teorema inverso también es verdadero. El intento por descartar al marxismo, en base a que la química (o las ciencias naturales en general) pueden resolver todos los problemas, no es más que una “fanfarronería química” específica (komchvantsvo) que por lo que a la teoría se refiere no es menos errónea y por lo que a los hechos afecta no es menos pretencioso que la fanfarronada comunista.
Mendeleyev no aplicó método científico al estudio de la sociedad y su desarrollo. Como escrupuloso investigador que era, se verificaba una vez y otra a sí mismo antes de permitir que su imaginación creadora diera un salto en el plano de las generalizaciones. Mendeleyev siguió siendo un empirista en los problemas político-sociales, combinando las conjeturas con una visión heredada del pasado. Sólo debo añadir que la conjetura fue realmente de Mendeleyev cuando se relacionó directamente con los intereses científicos industriales del gran hombre de ciencia.
El espíritu de la filosofía de Mendeleyev pudo ser definido como un optimismo técnico-científico. Mendeleyev orientó ese optimismo, que coincidía con la línea de desarrollo del capitalismo, contra los narodnikis, liberales y radicales, contra los seguidores de Tolstoi y, en general, contra todo retroceso económico. Mendeleyev confiaba en la victoria del hombre sobre las fuerzas de la Naturaleza. De ahí su aversión al maltusianismo, rasgo notable de Mendeleyev. En todos sus escritos, bien los de ciencia pura, bien los de divulgación sociológica, bien los de química aplicada, lo resalta. Mendeleyev saludó con efusión el hecho de que el aumento anual de la población rusa (1,5 por 100) fuese mayor que la media mundial. Los cálculos según los cuales la población mundial alcanzaría los 10.000 millones en ciento cincuenta o doscientos años no le preocupó, escribiendo: “No sólo 10.000 millones, sino una población muchas veces mayor tendría alimento en este mundo no sólo mediante la aplicación del trabajo, sino también por el persistente incentivo que rige el conocimiento. El temor a que falte alimento es, en mi opinión, un puro disparate, siempre que se garantice la comunión activa y pacífica de las masas populares. “
Nuestro gran químico y optimista industrial habría escuchado con poca simpatía las recientes declaraciones del profesor inglés Keynes, que durante los festejos académicos nos dijo que deberíamos preocuparnos por limitar el aumento de la población. Dimitri Ivanovich la habría contestado con su vieja observación: “¿Quieren los nuevos Malthus detener este crecimiento? En mi opinión, cuantos más haya tanto mejor.”
La agudeza sentenciosa de Mendeleyev se expresaba frecuentemente con este tipo de fórmulas deliberadamente simplificadas.
Desde ese mismo punto de vista del optimismo industrial, Mendeleyev abordó el gran fetiche del idealismo conservador, el denominado carácter nacional. Escribió: “En cualquier parte donde la agricultura predomine en sus formas primitivas, una nación es incapaz de un trabajo continuado y permanentemente regular: sólo podrá trabajar de manera arbitraria y circunstancial. Queda patente esto con toda claridad en las costumbres, en el sentido de que existe una falta de ecuanimidad, de calma, de frugalidad; en todo hay inquietud y predomina una actitud de dejadez acompañada por extravagancia, hay tacañería o despilfarro. Cuando al lado de la agricultura se ha desarrollado la industria fabril en gran escala, puede verse que, además de la agricultura esporádica, hay una labor continua, ininterrumpida, de las fábricas: ahí se consigue entonces una apreciación justa del trabajo, y así sucesivamente.” En estas líneas es importante la consideración del carácter nacional no como elemento primordial fijo, creado de una vez por todas, sino como producto de condiciones históricas y, dicho con mayor precisión, de las formas sociales de producción. Este, aunque sea parcial sólo, es un acercamiento a la filosofía histórica del marxismo.
Mendeleyev considera el desarrollo de la industria como el instrumento de la reeducación nacional, la elaboración de un carácter nacional nuevo, más equilibrado, más disciplinado y más autorregulado. Si comparamos el carácter de los movimientos campesinos revolucionarios con el movimiento proletario y, sobre todo, con el papel del proletariado en Octubre y en la actualidad, la predicción de Mendeleyev queda iluminada con suficiente nitidez.
Nuestro industrioso optimista empleaba igual lucidez al hablar de la eliminación de las contradicciones entre la ciudad y el campo, y cualquier comunista suscribía sus opiniones al respecto. Mendeleyev escribió: “El pueblo ruso ha comenzado a emigrar a las ciudades en masa… En mi opinión es un disparate total luchar contra este desarrollo; el proceso se terminará sólo cuando la ciudad por una parte se extienda de tal modo que incluya más partes, jardines, etc.; es decir, cuando la finalidad de las ciudades no sea sólo hacer la vida lo más saludable que se pueda, sino cuando provea también de espacios abiertos suficientes no sólo para los juegos de los niños y el deporte, sino para toda clase de esparcimientos, y cuando, por otra parte, en las aldeas y granjas, etc., la población no urbana se extienda de tal forma que exija la construcción de casas de varios pisos, lo cual creará la necesidad de servicios de aguas, de alumbrado público y otras comodidades de la ciudad. En el transcurso del tiempo, todo esto conducirá a que toda área agrícola (poblada con suficiente densidad de habitantes) llegue a estar habitada, con las casas separadas por las huertas y los campos necesarios para la producción de alimentos y con plantas industriales para la manufactura y la modificación de estos productos.”
Mendeleyev ofrece aquí un testimonio convincente en favor de las viejas tesis socialistas: la eliminación de las contradicciones entre la ciudad y el campo. Pero no plantea en esas líneas la cuestión de los cambios en la forma social de la economía. Cree que el capitalismo conducirá automáticamente a la nivelación de las condiciones urbanas y rurales mediante la introducción de formas de habitación más elevadas, más higiénicas y culturales. Ahí radica el error de Mendeleyev. El caso de Inglaterra a la que Mendeleyev se refería con esa esperanza lo demuestra con nitidez. Mucho antes de que Inglaterra eliminase las contradicciones entre la ciudad y el campo, su desarrollo económico se había metido en un callejón sin salida. El paro corroía su economía. Los dirigentes de la industria inglesa proponen la emigración, la eliminación de la superpoblación para salvar la sociedad. Incluso el economista más “progresista”, el señor Keynes, nos decía el otro día que la salvación de la economía inglesa está en el maltusianismo… También para Inglaterra el camino para resolver las contradicciones entre la ciudad y el campo es el socialismo.
Hay otra conjetura o intuición formulada por nuestro industrioso optimista. En su último libro, Mendeleyev escribía: “Tras la época industrial vendrá probablemente una época más compleja, que de acuerdo con mi modo de pensar se caracterizará especialmente por una extremada simplificación de los métodos para la obtención de alimentos, vestido y habitación. La ciencia establecida perseguirá esta extremada simplificación hacia la que se ha dirigido en parte en las recientes décadas.”
Palabras notables. Aunque Dimitri Ivanovich hace algunas reservas -contra la realización de los socialistas y comunistas, Dios no lo quiera-, estas palabras esbozan las perspectivas técnico-científicas del comunismo. Un desarrollo de las fuerzas productivas que nos lleve a conseguir simplificaciones extremas en los métodos de la obtención de alimentos, vestido y habitación, nos proporcionaría claramente la oportunidad de reducir al mínimo los elementos de coerción en la estructura social. Con la eliminación de la voracidad completamente inútil en las relaciones sociales, las formas de trabajo y de distribución tendrán un carácter comunista. En la transición del socialismo al comunismo no será precisa una revolución, puesto que la transición depende por completo del progreso técnico de la sociedad.
El optimismo industrial de Mendeleyev orientó siempre su pensamiento hacia los temas y problemas prácticos de la industria. En sus obras de teoría pura encontramos su pensamiento encarrilado por los mismos carriles hacia los problemas económicos. En una de sus disertaciones, dedicada al problema de la disolución del alcohol con agua, de gran importancia económica hoy todavía, inventó una pólvora sin humo para las necesidades de la defensa nacional. Personalmente se ocupó de realizar un cuidadoso estudio del petróleo, y en dos direcciones, una puramente teórica, el origen del petróleo, y otra práctica, sobre los usos técnico-industriales. Hay que tener presente a esta altura que Mendeleyev protestó siempre contra el uso del petróleo sólo como simple combustible: “La calefacción se puede hacer con billetes de banco”, exclamaba nuestro gran químico. Proteccionista convencido, participó de forma destacada en la elaboración de políticas o sistemas de aranceles y escribió su Política sensible del arancel, de la cual no pocas sugerencias valiosas pueden ser hoy citadas incluso desde el punto de vista del proteccionismo socialista.
Los problemas de las vías marítimas por el norte despertaron su interés poco antes de su muerte. Recomendó a los jóvenes investigadores y marinos que resolvieran el problema de acceso al Polo Norte, afirmando que de ello se derivarían importantes rutas comerciales. “Cerca de ese hielo hay no poco oro y otros minerales, nuestra propia América. Sería feliz si muriera en el Polo, porque allí uno al menos no se pudre.” Estas palabras tienen un tono muy contemporáneo. Cuando el viejo químico reflexionaba sobre la muerte, pensaba sobre ella desde el punto de vista de la putrefacción y soñaba ocasionalmente con morir en una atmósfera de eterno frío.
Nunca se cansaba de repetir que la meta del conocimiento era la “utilidad”. En otras palabras, abordaba la ciencia desde la óptica del utilitarismo. Al tiempo, como sabemos, insistía en el papel creador de la búsqueda desinteresada del conocimiento. ¿Por qué se iba a interesar alguien en particular en abrir rutas comerciales por vías indirectas para llegar al Polo? Porque alcanzar el Polo es un problema de investigación desinteresada capaz de excitar pasiones deportivas de investigación científica. ¿No hay aquí una contradicción entre esto y la afirmación de que el objetivo de la ciencia es la “utilidad”? En modo alguno. La ciencia cumple una función social, no individual. Desde el punto de vista histórico social es utilitario. Lo cual no significa que cada científico aborde los problemas de investigación desde una óptica utilitario. ¡No! La mayoría de las veces los estudiosos están impulsados por su pasión de conocer, y cuanto más significativo sea el descubrimiento de un hombre, menos puede preverse con antelación, por regla general, sus aplicaciones prácticas posibles. La pasión desinteresada de un científico no está en contradicción con el significado utilitario de cada ciencia más de lo que pueda estar en contradicción el sacrificio personal de un luchador revolucionario con la finalidad utilitario de aquellas necesidades de clase a las que sirve.
Mendeleyev podía combinar perfectamente su pasión de conocimiento con la preocupación constante por elevar el poder técnico de la Humanidad. De ahí que las dos alas de este Congreso -los representantes de las ramas teórica y aplicada de la química- están con igual título bajo la bandera de Mendeleyev. Tenemos que educar a la nueva generación de hombres de ciencia en el espíritu de esta coordinación armónica de la investigación científica pura con las tareas industriales. La fe de Mendeleyev en las ilimitadas posibilidades del conocimiento, la predicción y el dominio de la materia debe convertirse en el credo científico de los químicos de la patria socialista. El fisiólogo alemán Du Bois Reymond consideraba el pensamiento filosófico como un cuerpo extraño en la escena de las luchas de clase y lo definía con el lema ¡Ignoramus et ignorabimus!
Es decir, ¡nunca conocemos ni conoceremos! El pensamiento científico, uniendo su suerte a la de la clase en ascenso, repite: ¡Mientes! Lo impenetrable no existe para el conocimiento consciente. ¡Alcanzaremos todo! ¡Dominaremos todo! ¡Reconstruiremos todo!
* Discurso pronunciado el 17 de septiembre de 1925, ante el Congreso de Mendeleyev, por Trotsky como presidente del Consejo técnico y científico de la Industria.
La dialéctica no es una ficción ni una mística, sino una ciencia de las formas de nuestro pensamiento en la medida en que éste no se limita a los problemas cotidianos de la vida y trata de llegar a una comprensión de procesos más profundos y complicados. La dialéctica y la lógica formal mantienen entre sí una relación similar a la que existe entre las matemáticas inferiores y las superiores.
Trataré aquí de esbozar lo esencial del problema en forma muy concisa. La lógica aristotélica del silogismo simple, parte de la premisa de que “A” es igual a “A”. Este postulado se acepta como axioma para una multitud de acciones humanas prácticas y de generalizaciones elementales. Pero en realidad “A” no es igual a “A”. Esto es fácil de demostrar si observamos estas dos letras bajo una lente: son completamente diferentes una de otra. Pero, se podrá objetar, no se trata del tamaño o de la forma de las letras, dado que ellas no son solamente símbolos de cantidades iguales; por ejemplo, de una libra de azúcar. La objeción no es válida en realidad; una libra de azúcar nunca es igual a una libra de azúcar: una balanza delicada descubriría siempre la diferencia. Nuevamente se podría objetar: sin embargo, una libra de azúcar es igual a sí misma. Tampoco es verdad: todos los cuerpos cambian constantemente de tamaño, peso, color, etc. Nunca son iguales a sí mismos. Un sofista contestará que una libra de azúcar es igual a sí misma “en un momento dado”. Fuera del valor práctico extremadamente dudoso de este “axioma”, tampoco soporta una crítica teórica. ¿Cómo debemos concebir realmente la palabra “momento”? Si se trata de un intervalo infinitesimal de tiempo, entonces una libra de azúcar está sometida durante el transcurso de ese “momento” a cambios inevitables. ¿O este “momento” es una abstracción puramente matemática, es decir, cero tiempo? Pero todo existe en el tiempo y la existencia misma es un proceso ininterrumpido de transformación; el tiempo es, en consecuencia, un elemento fundamental de la existencia. De este modo, el axioma “A” es igual a “A” significa que una cosa es igual a sí misma si no cambia, es decir, si no existe.
A primera vista podría parecer que estas “sutilezas” son inútiles. En realidad, tienen decisiva importancia. El axioma “A” es igual a “A” es a un mismo tiempo punto de partida de todos nuestros conocimientos y punto de partida de todos los errores de nuestro conocimiento. Sólo dentro de ciertos límites se le puede utilizar con impunidad. Si los cambios cuantitativos que se producen en “A” carecen de importancia para la cuestión que tenemos entre manos, entonces podemos suponer que “A” es igual a “A”. Tal es, por ejemplo, el modo en que el vendedor y el comprador consideran una libra de azúcar. De la misma manera consideramos la temperatura del Sol. Hasta hace poco considerábamos de la misma manera el valor adquisitivo del dólar. Pero cuando los cambios cuantitativos sobrepasan ciertos límites se convierten en cambios cualitativos. Una libra de azúcar sometida a la acción del agua o de la gasolina deja de ser una libra de azúcar. Un dólar en manos de una presidente deja de ser un dólar. Determinar en el momento preciso el punto crítico en que la cantidad se transforma en calidad es una de las tareas más difíciles o importantes en todas las esferas del conocimiento, incluso de la sociología.
Todo obrero sabe que es imposible elaborar dos objetos completamente iguales. En la transformación de bronce en conos, se permite cierta desviación para los conos, siempre que ésta no pase de ciertos límites (a esto se le llama “tolerancia”). Mientras se respeten las normas de la tolerancia, los conos son considerados iguales (“A” es igual a “A”). Cuando se sobrepasa la tolerancia, la cantidad se transforma en calidad; en otras palabras, los conos son de inferior calidad o completamente inútiles.
Nuestro pensamiento científico no es más que una parte de nuestra práctica general, incluso de la técnica. Para los conceptos rige también la “tolerancia”, que no surge de la lógica formal basada en el axioma “A” es igual a “A”, sino de la lógica dialéctica cuyo axioma es: todo cambia constantemente. El “sentido común” se caracteriza por el hecho de que sistemáticamente excede la “tolerancia” dialéctica.
El pensamiento vulgar opera con conceptos como capitalismo, moral, libertad, estado obrero, etc. El pensamiento dialéctico analiza todas las cosas y fenómenos en sus cambios continuos a la vez que determina en las condiciones materiales de aquellos cambios el momento crítico en que “A” deja de ser “A”, un estado obrero deja de ser un estado obrero.
El vicio fundamental del pensamiento vulgar radica en el hecho de que quiere contentarse con fotografías inertes de una realidad que consiste en eterno movimiento. El pensamiento dialéctico da a los conceptos -por medio de aproximaciones sucesivas- correcciones, concreciones, riqueza de contenido y flexibilidad; diría, incluso, hasta cierta suculencia que en cierta medida los aproxima a los fenómenos vivientes. No hay un capitalismo en general, sino un capitalismo dado, en una etapa dada de desarrollo. No hay estado obrero en general, sino un capitalismo dado, en una etapa dada de desarrollo. No hay estado obrero en general, sino un estado obrero dado, en un país atrasado, dentro de un cerco capitalista, etc.
Con respecto al pensamiento vulgar, el pensamiento dialéctico está en la misma relación que una película cinematográfica con una fotografía inmóvil. La película no invalida la fotografía inmóvil, sino que combina una serie de ellas de acuerdo a las leyes del movimiento. La dialéctica no niega el silogismo, sino que nos enseña a combinar los silogismos en forma tal que nos lleve a una comprensión más próxima a la realidad eternamente cambiante. Hegel, en su Lógica (1812-1816), estableció una serie de leyes: cambio de cantidad en calidad, desarrollo a través de las contradicciones, conflictos entre el contenido y la forma, interrupción de la continuidad, cambio de la posibilidad en inevitabilidad, etcétera, que son tan importantes para el pensamiento teórico como el silogismo simple para las tareas más elementales.
Hegel escribió antes que Darwin y antes que Marx. Gracias al poderoso impulso dado al pensamiento por la revolución francesa, Hegel anticipó el movimiento general de la ciencia. Pero porque era solamente una anticipación, aunque hecha por un genio, recibió de Hegel un carácter idealista. Hegel operaba con sombras ideológicas como realidad final. Marx demostró que el movimiento de estas sombras ideológicas no reflejaban otra cosa que el movimiento de cuerpos materiales.
Llamamos “materialista” a nuestra dialéctica porque sus raíces no están en el cielo ni en las profundidades del “libre albedrío”, sino en la realidad objetiva, en la naturaleza. Lo consciente surgió de lo inconsciente, la psicología de la fisiología, el mundo orgánico del inorgánico, el sistema solar de la nebulosa. En todos los jalones de esta escala de desarrollo, los cambios cuantitativos se transformaron en cualitativos. Nuestro pensamiento, incluso el pensamiento dialéctico, es solamente una de las formas de expresión de la materia cambiante. En ese sistema no hay lugar para Dios, ni para el Diablo, ni para el alma inmortal, ni para leyes y normas morales eternas. La dialéctica del pensamiento, por haber surgido de la dialéctica de la Naturaleza, posee en consecuencia un carácter profundamente materialista.
El darwinismo, que explicó la evolución de las especies a través del tránsito, de las transformaciones cuantitativas en cualitativas, constituyó el triunfo más alto de la dialéctica en todo el campo de la materia orgánica. Otro gran triunfo fue el descubrimiento de la tabla de pesos atómicos de elementos químicos, y posteriormente, la transformación de un elemento en otro.
A estas transformaciones (de especies, elementos, etcétera) está estrechamente ligada la cuestión de la clasificación, de pareja importancia en las ciencias naturales y las sociales. El sistema de Linneo (siglo XVIII), que utilizaba como punto de partida la inmutabilidad de las especies, se limitaba a la descripción y clasificación de las plantas de acuerdo a sus características exteriores. El período infantil de la botánica es análogo al período infantil de la lógica, ya que las formas de nuestro pensamiento se desarrollan como todo lo que vive. Únicamente el repudio definitivo de la idea de especies fijas, únicamente el estudio de la historia de la evolución de las plantas y de su anatomía, preparó las bases para una clasificación realmente científica.
Marx, que a diferencia de Darwin era un dialéctico consciente, descubrió una base para la clasificación científica de las sociedades humanas, en el desarrollo de sus fuerzas productivas y en la estructura de las formas de propiedad, que constituyen la anatomía social. El marxismo sustituye por una clasificación dialéctica materialista la clasificación vulgarmente descriptiva de sociedades y estados que aún sigue floreciendo en las universidades. Unicamente mediante el uso del método de Marx es posible determinar correctamente, tanto en el concepto de lo que es un estado obrero como el momento de su caída.
Todo esto, como vemos, no contiene nada “metafísico” o “escolástico”, como afirman los ignorantes pedantes. La lógica dialéctica expresa las leyes del movimiento dentro del pensamiento científico contemporáneo. Por el contrario, la lucha contra la dialéctica materialista expresa un pasado lejano, el conservadurismo de la pequeña burguesía, la autosuficiencia de los universitarios rutinarios y… un destello de esperanza en la vida del más allá…”
La ciencia no puede prescindir de la filosofía de la misma manera que un viajero difícilmente podrá orientarse sin llevar una brújula. La relación entre teoría, práctica y realidad es fundamental para la ciencia; pero se trata de un complejo problema filosófico que de no plantearse de forma correcta puede generar extravíos hacia el misticismo y arbitrariedad. Un ejemplo de esto último es la llamada Teoría de Cuerdas, Teoría de Supercuerdas o Teoría M -diferentes formulaciones de la misma idea básica-. Se trata de una teoría que habla de dimensiones teóricas y mundos paralelos infinitos, una teoría que lleva cuarenta años de existencia sin que haya podido demostrarse en absoluto y sin que haya hecho ninguna predicción exitosa. No obstante se convirtió en una especie de moda, sobre todo en las décadas de los ochenta y noventa del siglo XX, entre las burocracias académicas que dominan el estudio de la física teórica -absorbiendo millones de dólares en becas y presupuesto científico- y un éxito relativo de la cultura pop y la ciencia ficción–probablemente el único campo donde ha rendido frutos-. Con este artículo intentaremos mostrar la necesidad de vincular dialécticamente la ciencia a la filosofía, al tiempo que la filosofía se nutre con la ciencia, para mostrar dónde radica el problema de esta teoría. Debo agradecer a mi amigo y camarada Miguel Ramírez Barrios, Dr. en Ciencias, por su asesoramiento y comentarios para el presente artículo, aunque es justo decir, y también es costumbre, que cualquier error es de mi exclusiva responsabilidad.
¿Teoría del todo?
La Teoría de Cuerdas pretende ser el nuevo enfoque de la “Teoría del Todo”, es decir, una teoría que logra unificar en un sólo cuerpo teórico “las fuerzas fundamentales” -como pomposamente la comunidad científica ha llamado a las leyes que operan en los diferentes niveles de la realidad que hemos podido conocer hasta el momento-. Estas son: la fuerza nuclear débil y fuerte (que operan a nivel subatómico), el electromagnetismo (que opera a nivel atómico y molecular) y la gravedad. El proyecto de encontrar una teoría que unificara los tres campos conocidos en la física fue el sueño de Einstein, pero hablamos de un genio científico que cometió algunos errores filosóficos, por ejemplo, la forma subjetivista en que se divulgó la teoría de la relatividad especial, error que el propio Einstein reconoció, incluso oponiéndose activamente a interpretaciones idealistas de la física cuántica como las de Heisenberg, o bien la llamada constante universal, la cual catalogaría como su más grande error -. Sin embargo las corrientes más especulativas en la física teórica se han apoyado en los errores de Einstein -llevándolos al absurdo- y no es sus virtudes.
Un problema filosófico se presenta ya de inicio: la idea de que es posible una teoría científica que lo explique todo. Es verdad que la ciencia tiene el potencial de explicarlo todo, pero sólo a través de un proceso sin fin, como un potencial jamás actualizado totalmente. La experiencia científica de la humanidad demuestra que explicarlo todo -como un proceso terminado- es imposible: el ser humano sólo puede conocer la realidad en la forma de una progresión infinita y contradictoria. La historia de la ciencia puede describirse como el descubrimiento de leyes que operan, si bien de forma absoluta para un nivel específico, sólo en determinados niveles de la realidad -o sea de forma relativa-. Es verdad que la ciencia es la vía óptima para conocer objetivamente la realidad, pero este conocimiento es relativo y condicional, nunca absoluto. Toda ley que se creía absoluta en un periodo determinado de la historia de la humanidad -por ejemplo la leyes de la mecánica clásica- pasa a ser, con el desarrollo del conocimiento humano, un caso particular de una teoría más general y comprensiva -por ejemplo las leyes de la relatividad de Einstein- que está destinada, a su vez, a ser derribada de su pedestal de supuesta teoría última de la realidad. La realidad es infinita e inagotable y por tanto el conocimiento de ella sólo se puede desarrollar como un proceso infinito e inagotable. El lado absoluto de la ciencia radica en esto: en todos los infinitos lugares del universo donde existen las condiciones de operación de ciertas leyes (por ejemplo las leyes descubiertas por Newton), éstas leyes se cumplirán irremediablemente; pero sólo en esos límites, fuera de los cuales se manifiestan leyes diferentes que subsumen a las anteriores. Es probable que el intento de unificar en una teoría superior a los tres campos (o fuerzas) fundamentales de la naturaleza no sea una empresa estéril, pero la pretensión de arribar a una “teoría del todo” sólo puede llevarnos a un tobogán degenerativo de errores superpuestos. Vemos cómo la Teoría de Cuerdas desciende por el tobogán.
Pequeñas cuerdas que vibran
A inicios de los setenta algunos científicos -Yoichiro Nambu y Holger Nielsen- interpretaron el comportamiento de las partículas elementales como las vibraciones de pequeñas cuerdas. Pero aunque a inicios de los setenta se demostró, con experimentos con altas energías, que el modelo fallaba, en 1974 los científicos John Schwarz y Joël Scherk -de la escuela superior de París- revivieron la idea para intentar explicar el comportamiento de los bosones -las partículas elementales que explican la energía nuclear fuerte (la que mantiene unido el núcleo atómico)-. Posteriormente, en un intento de unificar arbitrariamente los tres campos de la física, afirmaron que todas las partículas elementales están compuestas por una serie de cuerdas pequeñísimas – de longitud de Planck (del orden de 10-35 m)- cuyas vibraciones explican la existencia y propiedades de todas las partículas subatómicas e incluso de todas las fuerzas del universo, incluida la gravedad. La realidad, según la Teoría de Cuerdas, puede explicarse por las resonancias de unas cuerdas que subyacen a la realidad como “átomos” o unidades irreductibles. Pero para que el modelo matemático de la teoría pudiera extenderse a todas las partículas subatómicas era necesaria la existencia de dimensiones adicionales a las tres que conocemos -cuatro si incluimos al tiempo-, dimensiones que van de 10 hasta 26 -dependiendo de los parámetros matemáticos de los que partamos- en donde se supone vibran esas fantásticas cuerdas. Además, el modelo exige la existencia de partículas simétricas a las 17 conocidas en el modelo estándar de la física de partículas (por ejemplo, el electrón tendría su partícula simétrica llamada “selectrón”). A esto último se le conoce -en la Teoría de Cuerdas o “Supercuerdas”- como supersimetría, aunque nunca nadie ha podido encortar ni trazos de esas partículas en ninguno de los experimentos con aceleradores de partículas más modernos.
Vemos una teoría patas arriba: no es la teoría la que debe adaptarse a la realidad, es la realidad la que debe adaptarse a los parámetros caprichosos de una teoría, y si la teoría necesita 10 dimensiones y partículas simétricas, 10 dimensiones y 17 nuevas partículas debe haber. No estamos ante abstracciones matemáticas que, como es el caso de los números complejos, son útiles para los cálculos y son aplicables a la realidad sin que sea posible su representación física (jamás veremos físicamente la raíz cuadrada de -2) sino que se pretende que esas dimensiones teóricas de la Teoría de Cuerdas existen realmente sin que haya ninguna evidencia más allá del modelo teórico. Y si no las vemos la razón es muy simple: ¡esas dimensiones adicionales son demasiado pequeñas para poderse observar y esas partículas “simétricas” son demasiado energéticas para poder ser detectadas por los experimentos! Esta arbitrariedad nos recordó un chiste: “¿viste el elefante rosa detrás de ese árbol? -No, -¿Qué bien se esconde, verdad?” Aquí tenemos una idea arbitraria: quiero explicar “todo” con una teoría, por lo tanto la realidad se debe ajustar a la teoría preconcebida. La suposición es, por supuesto, totalmente arbitraria -sólo sostenida por diferentes modelos matemáticos- y nos recuerda a los viejos pitagóricos que suponían que la realidad podía reducirse a abstracciones matemáticas que -como entes ideales- generaban una armonía universal. ¿Pero acaso es imposible que existan otras dimensiones desconocidas hasta el momento? Sin duda no es imposible, pero por el momento lo único que podemos decir de esas dimensiones es que no podemos decir absolutamente nada acerca de ellas. Sin embargo los diversos modelos matemáticos de la Teoría de Cuerdas dependen precisamente de cómo se modelen esas dimensiones que nadie ha visto y de las que nada se sabe y, además, hay millones de modelos para modelar esas dimensiones. Aquí es donde la teoría degenera en ciencia ficción.
Los teóricos de la Teoría de Cuerdas se defienden contra las acusaciones de que su teoría no es muy diferente a la pseudociencia afirmando que sus ideas se sostienen en complicados modelos matemáticos y que en todo caso los experimentos y predicciones que la pueden corroborar aún no están disponibles. Pero con la tecnología actual se necesitaría un acelerador de partículas del tamaño del sistema solar para realizar un experimento que intente medir/sentir/ver una “cuerda”. El problema comienza cuando de esos modelos matemáticos se extraen las más disparatadas afirmaciones que nada tienen que ver con la realidad conocida, ni con ninguna otra rama de la ciencia; es aquí cuando dicha teoría amenaza con convertirse en algo místico y cuasireligioso. Schwarz –uno de los fundadores de la teoría- afirmó, por ejemplo, que “la estructura matemática de la teoría de cuerdas era tan bella y tenía tantas propiedades milagrosas que tenía que apuntar hacia algo profundo.”1 Estamos ante el misticismo platónico/pitagórico más crudo que prioriza la “belleza” de las ideas por sí mismas a la realidad material.
Las matemáticas son un instrumento para investigar la realidad, pero no la pueden sustituir. Con los modelos matemáticos es posible proyectar cualquier realidad imaginable, pero esto no significa que lo imaginable sea real, de la misma manera que el que podamos imaginar elefantes rosas no hace que los podamos contemplar en el zoológico. Para funcionar correctamente es el instrumento el que debe adaptarse a la realidad y no la realidad al instrumento: el martillo debe ser adecuado a su función de martillar, pues de nada sirve un martillo de porcelana que se quebrará en cuanto entre en contacto con el mundo exterior. Es verdad -y esto sucede con las matemáticas que son un campo del conocimiento muy especializado y apasionante- que un experto artesano de herramientas puede quedar embelesado con la belleza de su instrumento y perder de vista su función y propósito, pero por ello es necesario un marco filosófico que impida que se pierda el piso. El gran filósofo materialista Francis Bacon escribió que “el sabio no debe parecerse a la araña que, alejándose der la vida, va tejiendo con su propia razón la complicada tela de su filosofía”. El famoso científico Nikola Telsla afirmó, de manera similar: “Los científicos de hoy en día han reemplazado los experimentos con matemáticas, y se dedican a vagar entre ecuaciones y ecuaciones, con el objetivo de terminar creando una estructura que no guarda ninguna relación con la realidad”. Engels había observado, burlándose de los idealistas o místicos en filosofía, que “si reúno los cepillos de los zapatos bajo la unidad ‘mamíferos’, no por ello conseguiré que tengan glándulas mamarias”. No porque mi teoría exija múltiples dimensiones, estas dimensiones deben existir en la realmente.
Es verdad que todas las aplicaciones actuales en la ciencia provienen de las teorías matemáticas que se desarrollaron entre los años 1800 y principios de 1900. La misma teoría de Einstein hubiera sido imposible sin todas las matemáticas desarrolladas anteriores a él, algunas de ellas jamás se pensó que tuvieran aplicación alguna. Pero es sólo en relación con la práctica que esas herramientas matemáticas demostraron su valor y verdadero significado. No está demás añadir que la teoría de la relatividad de Einstein y la mecánica cuántica, cambiaron a la ciencia por completo. De Newton a Einstein los experimentos y/o observaciones iban a la par de la teoría y viceversa. Después de Einstein y la mecánica cuántica esto ha cambiado radicalmente, hay teorías que están a la espera de ser demostradas (como ejemplo: las onda gravitacionales predichas por Einstein se comprobaron experimentalmente hasta hace uno años). En cualquier caso nunca hay que perder el sentido de la proporción entre las proyecciones teóricas y su necesaria confirmación en la práctica, si perdemos esta brújula se comienza a caminar sobre un hielo muy fino. A decir verdad el único campo donde los instrumentos matemáticos de la Teoría de Cuerdas han podido usarse con provecho es en la teoría de materia condensada y física nuclear, pero no porque la Teoría de Cuerdas sea correcta, sino simplemente porque su instrumental matemático sirve en otros campos sin relación. En un atisbo de sensatez algunos especialistas de la Teoría de Cuerdas han mudado sus actividades a otros campos donde sus conocimientos son de provecho. ¡Al menos los superespecializados matemáticos de esa desdichada teoría han encontrado algo útil que hacer!
Las branas al rescate
Se supone que esas dimensiones pequeñísimas están “compactadas” o existen –como una esponja retorcida sobre sí misma- a niveles tan pequeños que ningún instrumento conocido las puede detectar. A lo lejos un pelo parece tener una sola dimensión -como una línea-, pero un ácaro lo experimenta como un mundo en tres dimensiones. Lamentablemente aun no existe ningún ácaro que pueda informarnos sobre esas dimensiones compactadas que predice la Teoría de Cuerdas. Debido a la absoluta falta de criterios objetivos surgieron muchas “teorías de cuerdas” -dependiendo de las formas que adoptarán esas dimensiones compactadas- “Aparecieron cinco grandes teoría de cuerdas con nombres extraños: Tipo I, Tipo IIA, Tipo IIB, heterótica SO(32), heterótica E8xE8, y como grandes corrientes disidentes de un partido político o una religión comenzaron a enfrentarse unas a otras en pos del título de Teoría de Todo”.2 Así pues la desdichada “Teoría del todo” -que pretendía unificar a las fuerzas fundamentales del universo- explotó, a mediados de los ochenta, en una serie de versiones rivales cada una abrogándose el honor de ser la verdadera Teoría del Todo.
Tratando de salvar el caos de un naufragio irremediable, el físico norteamericano Edwars Witten propuso -a mediados de los noventa- que esas cinco teorías rivales podían integrarse en una sola teoría si se supone que en lugar de cuerdas lo que vibran en esas dimensiones son “membranas” o “branas”. Así nació un nuevo dios -las branas- que unificó a las diferentes iglesias en pugna, con Witten como nuevo gurú de la ahora llamada “Teoría de branas” o “Teoría M” -nadie sabe a ciencia cierta por qué la “M”-.
De esta forma, durante unos cuarenta años, los teóricos de la Teoría de Cuerdas han estado manipulando la teoría para acomodarla a una realidad que se resiste a ajustarse a ella. Como el Lecho de Proscusto modifican la realidad pero, a diferencia de la mutilación que Procusto hacía a sus víctimas, los físicos de las cuerdas le agregan a la realidad dimensiones y la multiplican en infinitos universos o “multiversos” ¡Todo para que sus fórmulas matemáticas no pierdan la lógica interna! En filosofía es conocido un procedimiento sofístico que consiste en acomodar la teoría a los hechos pero no para explicar la realidad, sino para salvar la teoría. Ha sido una práctica común, incluso en la ciencia, que surge del conservadurismo innato de ideas que se niegan a morir: “Hubo una época en la que el hombre puso la Tierra en el centro del Universo -escribe el profesor de física Arturo Quirantes-. Todos los cuerpos celestes, incluido el Sol, describían órbitas a nuestro alrededor. Hoy sabemos que en realidad no lo hacen, así que los movimientos de los planetas en la bóveda celeste no se correspondían a lo predicho por la teoría geocéntrica pura. Suele decirse que, en un caso así, hay que descartar la teoría, pero quizá ésta siga manteniéndose con algunas modificaciones. Comenzaron los ajustes. Quizá los planetas no giran en torno a la Tierra de forma directa sino que describen circunferencias (epiciclos) cuyo centro, a su vez, giraba en torno a la Tierra. Quizá los planetas no giran exactamente en torno a nosotros sino a otro punto cercano. Quizá esos puntos son diferentes para cada planeta. Quizá los epiciclos giran en torno a epiciclos que giran en torno a epiciclos […] El ocaso y caída de la teoría geocéntrica no es sino una expresión de un fenómeno habitual en la conducta humana: cuando un proyecto crece y se complica, existe la tendencia a mantenerlo pase lo que pase, arriesgándose a perder la perspectiva y olvidar el objetivo.”3
Una teoría imposible de demostrar
Se supone que la ciencia es un instrumento que sirve para entender la realidad y descubrir sus leyes subyacentes. Las teorías científicas deben confrontarse con la realidad a través de la práctica -o los experimentos a un nivel tradicional-, las teorías sobre el funcionamiento de la realidad deben -de uno u otro modo- someterse a prueba. Existe una interacción constante entre las teorías científicas, la interacción con la realidad, el desarrollo de la tecnología y la transformación social. Las ideas juegan en esa interacción un rol conservador pues normalmente los prejuicios se resisten a morir. Pero todo esto -que se exige de cualquier teoría científica- no funciona para le Teoría de Cuerdas. Esta teoría es imposible de ser comprobada: las características físicas del universo que se desprenden de los modelos matemáticos dependen de la geometría de las dimensiones en donde vibran las branas y, por tanto, existen en potencia infinitos universos. Ante la Teoría M el viejo Platón se queda muy corto, el viejo idealista sólo había desdoblado la realidad en dos: el mundo sensible y el mundo ininteligible. ¡Pero la teoría der branas tiene infinitos mundos paralelos -un número astronómico del orden del 10500- y muchas dimensiones para escoger! Por lo tanto no existe un modelo a ser comprobado en tanto hay infinitos de ellos sin que exista algún criterio para su selección; además cualquier experimento que pudiera realizarse -y hasta ahora no ha podido hacerse ninguno pues no existe la tecnología para operar con las energías que supone la teoría- no podría usarse para seleccionar algún modelo: ¡pues aunque alguno fuera desechado quedarían infinitos de ellos! Estamos ante una teoría que en cuarenta años de existencia no ha predicho nada y lo que predice no puede ser demostrado -siempre se puede decir que si no se han encontrado las partículas simétricas es porque son más energéticas o masivas que cualquier tecnología que se puede tener en cualquier futuro previsible-; estamos ante una teoría que tras cuarenta años de existir no tiene criterios para poder demostrarse de forma alguna, ni hay elementos para suponer que podrá serlo en algún futuro previsible -pues ante su fracaso ante la realidad siempre podrá decirse que hay infinitos modelos que quedan por eliminar-. Incluso si se encontraran las hipotéticas partículas simétricas esto no demostraría que la teoría es correcta pues aunque la teoría necesita la simetría, la simetría podría explicarse sin la Teoría de Cuerdas.
Los defensores de la teoría de cuerdas argumentan que probablemente en el futuro alguien pueda realizar los experimentos necesarios para comprobar su teoría, de manera similar a lo que sucedido con Einstein y su teoría de la relatividad general, que inicialmente carecía de demostración. La relatividad general de Einstein fue catalogada por diversos científicos del momento como un montón de ecuaciones sin sentido físico real, sin embargo, al probarse experimentalmente (hoy en día se prueba un una y otra vez con éxito) resultó en una teoría tan exacta como pocos hubieran podido imaginar. Pero la gran diferencia entre Einstein y la actual Teoría de Cuerdas es que Einstein, con la información disponible al momento, desarrolló la teoría basándose en las observaciones y mediciones de la órbita de Mercurio. Es verdad que pasarían varios años para comprobar experimentalmente la teoría. Pero Einstein jamás hubiera completado la teoría sin la ayuda de la realidad. En el caso de la Teoría de Cuerdas, por el contrario, el divorcio con la realidad es completo.
Gustavo Estaban Romero, astrofísico argentino, escribe: “Ante una situación como la de la teoría de cuerdas, con una degeneración de 10 a la 500, los nuevos paladines de la teoría en vez de decir ‘bueno, esto es un callejón sin salida, nunca voy a poder predecir nada’, lo que dicen es: ‘para cada una de estas representaciones topológicas de la teoría de cuerdas hay un universo donde la teoría es válida’. Eso los lleva a postular algo increíble: infinitos universos. En lugar de tratar de estudiar el universo observable lo que hacen, para ‘solucionar’ el problema de la degeneración, es postular infinitos universos. Es el paroxismo de la inflación ontológica. Un camino metodológico que es opuesto a lo que, tradicionalmente, ha llevado a los grandes descubrimientos de la ciencia. Cuando una teoría no es compatible con la realidad se cambia la teoría, no se modifica la realidad agregando infinitos universos”.4 Un comentario crítico en una página sobre Teoría de Cuerdas señala: “Actualmente no hay un sólo dato experimental que no sea compatible con la relatividad general o con el modelo estándar de física de partículas. Y si no hay datos que explicar, difícilmente puede haber un principio o motivación física sobre la que construir el modelo, y difícilmente puede haber ningún medio de confirmación y autocontrol, por lo que el desarrollo de todo el edificio sólo puede ser errático. Y de ahí la situación actual de la Teoría de Cuerdas: una estructura laberíntica de procedimientos matemáticos e intuiciones que se encuentra perdida en sus propios dilemas y ambigüedades. Nadie es capaz de decirnos de un modo coherente qué es la Teoría de Cuerdas. Como nos comenta Penrose, es como estar perdidos en una inmensa ciudad sin rumbo alguno pero deteniéndonos en todos aquellos rincones por los que pasamos y nos parecen sugerentes”.5
Las razones de la bancarrota: filosofía, ciencia y capitalismo
La bancarrota final de la Teoría de Cuerdas se expresa en el terreno filosófico: si la teoría no encaja con la ciencia y la objetividad, es la ciencia como la conocemos la que debe irse al diablo y la humanidad debe renunciar a la objetividad. Aquí la teoría “científica” se abraza con la posmodernidad para arrojarse al precipicio: Efectivamente “muchos físicos trabajando en el área de la teoría de cuerdas -escribe Esteban Romero- están abogando por un cambio de los criterios de evaluación de las teorías científicas. En particular, están sosteniendo que criterios como la capacidad de realizar predicciones sobre el mundo real o que una teoría deba ser confrontada con los experimentos, deben ser abandonados y reemplazados por otros más laxos, basados en consideraciones estéticas o de orden no empírico, como ser el consenso de una cierta comunidad. […] no sorprende que este clamor por la especulación sin control experimental sea visto como un retroceso y una amenaza. Más aún si consideramos que la ciencia, desde hace bastante tiempo, es objeto de permanentes ataques por parte de filósofos posmodernos, fundamentalistas religiosos y otros elementos radicalizados”.6 En otro atinado comentario en una página sobre Teoría de Cuerdas leemos: “En su texto ‘String Theory and the Scientific Method’ (2013) tira del arsenal de la filosofía de la ciencia en su vertiente metafísica/teológica (Koyre, Kuhn, Feyerabend, Bloor, Longino, …) y nos propone la siguiente tesis: el surgimiento de la TC representa un cambio de paradigma en la ciencia física que aporta nuevos métodos que son inconmensurables con los del antiguo paradigma representado por la ciencia tal y como se ha practicado en el siglo XX; la confirmación/refutación empírica de las teorías, cuando no sea posible, se debe sustituir por la evaluación de su plausibilidad, basándose en criterios como la fertilidad matemática y la coherencia. Éste es el nuevo criterio de aceptación de teorías científicas que se nos plantea para tratar los casos como la TC. Esta tesis está bendecida públicamente por David Gross y John Schwarz. Parece que después de 2000 años pretenden que volvamos a la teoría platónica de las Ideas como objeto propio del conocimiento al que se accede mediante la especulación con base matemática. Los pitagóricos deberían estar también de enhorabuena”.7 Así pues vemos que el posmodernismo -esa moda oscurantista- aplicado a la ciencia representa el suicidio de la ciencia misma.
¿Dónde está, a fin de cuentas, el error central de la Teoría de Cuerdas? Creemos que es un problema filosófico, lo que subraya la idea de que la ciencia no puede orientarse bien sin filosofía. El Dr. Estaban Romero da en el clavo cuando escribe: “Una solución de fondo a la crisis de la física actual requiere un cambio en la formación de los físicos. Ese cambio debe implicar, entre otras cosas, una cierta conciencia filosófica de los fundamentos e implicaciones de la investigación científica. Pienso que la filosofía necesita de la ciencia y la ciencia necesita de la filosofía. Creo que la filosofía que tiene chances de hacer aportes reales a la sociedad y a la cultura es lo que se llama filosofía científica. Esta es una filosofía informada por la ciencia, por la buena ciencia y, que a su vez, le puede proveer a la ciencia del marco más general en el cual se desarrollen las teorías científicas y ayudar a que esas teorías no se desbanden, poniendo criterios estrictos de evaluación, de peso de la evidencia, y de interpretación semántica”.8
Si los científicos tuvieran mayor noción o interés sobre la relatividad de conocimiento humano -relatividad que no niega la objetividad del conocimiento (como sostienen las modas posmodernas)- , no se extraviarían en la búsqueda de una teoría del todo. Si reflexionaran sobre la vinculación entre teoría, práctica y realidad habría menos tentaciones para atrincherarse en los modelos matemáticos, dejando de lado la vinculación de esos modelos con la realidad y la experimentación. Si los científicos estuvieran más entrenados en el pensamiento dialéctico, no caerían tan a menudo en el error de pretender extrapolar ciertas teorías científicas o modelos teóricos, más allá de sus márgenes de aplicación. Si, siguiendo a Marx, los científicos asumieran que “El problema de si al pensamiento humano se le puede atribuir una verdad objetiva, no es un problema teórico, sino un problema práctico. Es en la práctica donde el hombre tiene que demostrar la verdad, es decir, la realidad y el poderío, la terrenalidad de su pensamiento. El litigio sobre la realidad o irrealidad de un pensamiento que se aísla de la práctica, es un problema puramente escolástico”; los científicos no se perderían en la escolástica de las matemáticas, ni renunciarían a la “práctica” y a la predicción como criterio de comprobación. Como observó Engels, si los científicos desprecian con desdén a la filosofía, ésta se vengará con la adopción, por parte de científicos que no pueden operar (aunque no lo sepan) sin algún método general, de las expresiones más reaccionarias y decadentes de la filosofía.
Si asumimos lo anterior, se desprende que la ciencia requiere imbuirse de un método dialéctico para orientarse y ayudar en la interpretación de las teorías y los hechos. Creemos que es el materialismo dialéctico el método filosófico que mejor responde a la exigencia de hermanar a la ciencia con la filosofía: la ciencia en sí misma es una disciplina materialista -pues sostiene la existencia de la realidad objetiva, del universo al margen de la subjetividad-, la ciencia ha demostrado -a cado paso- el carácter evolutivo, “procesual” de la realidad, descubriendo sus infinitos niveles y mostrando los puntos críticos donde unas leyes dejan de operar para dar lugar a otras –los saltos cualitativos-. No es que el materialismo dialéctico sea esa “teoría del todo” que abrirá todas las puertas, simplemente es un método general -filosófico- para interpretar los fenómenos complejos, contradictorios y turbulentos que no puede sino estudiar la ciencia moderna. A fin de cuentas es un “modelo general” para integrar las piezas del conocimiento en un rompecabezas universal, infinito, contradictorio y progresivo, que siempre está “fluyendo” y evolucionando.
Pero más allá de los extravíos filosóficos idealistas y posmodernos con los que frecuentemente se tropieza la ciencia, ¿cuál es la razón de la enorme popularidad de la Teoría de Cuerdas? De manera superficial podríamos decir que estamos ante una teoría atractiva que habla de universos paralelos y dimensiones ocultas, ideas fascinantes que han sido divulgadas a través de series de televisión-como The big bang theory-, buenas películas de ciencia ficción (como “Interestelar”) y documentales sensacionalistas que fascinan a un gran público ignorante de las ciencias pero ávido de información y urgido de dar sentido a un mundo decadente que parece no tenerlo. Pero existe una razón más de fondo: el callejón sin salida de la ciencia en el capitalismo, que al mismo tiempo es el callejón de la humanidad. La investigación científica está cada vez más dominada por mafias académicas cuya razón de existir está en la caza sin escrúpulos de becas y presupuesto, cuya práctica diaria está determinada por la cantidad de artículos publicados (reciclados que rara vez son leídos y entendidos realmente). Este ambiente sofocante orienta a muchos nuevos físicos a la líneas trilladas donde están seguros de encontrar apoyo financiero y respaldo de colegas de más influencia y poder, y donde las becas y el prestigio obliga a muchos físicos a aferrase a una teoría sin futuro sólo porque es de ella de donde obtienen sus sustento, prestigio y forma de vida. De otra forma no se explica que una teoría fracasada haya estado vegetando y revolviéndose en sí misma por cuarenta años. Además, el panorama se complica por la extrema división del trabajo en donde los científicos y filósofos están encerrados en torres de marfil separadas y sin comunicación. En general los filósofos son ignorantes en temas científicos y la mayoría de científicos cree que puede vivir tranquilamente sin filosofía-y es verdad que en la decadente filosofía burguesa, que no puede sino repeler a cualquier persona sensata, no hay nada útil para la ciencia ni para cualquier otra cosa-.
La ciencia -como el arte- requiere de tiempo y libertad para madurar, pero en la competencia capitalista trasladada a la academia la libertad y el tiempo para experimentar y equivocarse es de las primeras cosas en ser sacrificadas en el altar del lucro privado. Un físico -criticando la Teoría de Cuerdas- explicó esto de forma excelente: “Dado ese contexto, pensar en crear teorías sólidas como alternativa a la teoría de cuerdas se ve difícil, muy difícil. Los científicos, y los gobiernos, deberían modificar ese modelo de trabajo, y volver al laboratorio, con fondos suficientes para años, incluso décadas, y dejar que los científicos trabajen sin presiones, sin prisas, y sin depender de una beca para sobrevivir. Así volverán a hacer ciencia, y podremos esperar tener una alternativa a la teoría de cuerdas”.9