Tras masivos ataques aéreos contra el distrito Dahiyeh de Beirut, el ejército israelí consiguió asesinar al líder de Hezbolá, Hassan Nasrallah, junto con otros altos mandos de la organización. Al parecer, el jefe del frente sur de Hezbolá, Ali Karaki, también murió en el ataque. Netanyahu ordenó el ataque personalmente y es evidente que está provocando tanto a Hezbolá como a su principal patrocinador, Irán, para que entren en guerra total con Israel. Este peligro está ahora más cerca que nunca.
La Administración estadounidense se apresuró a anunciar que no tenía nada que ver con el ataque, aunque los israelíes declararon que les habían informado con antelación. El hecho es que en el ataque de ayer, los misiles utilizados para matar a Nasrallah fueron proporcionados por Estados Unidos. Pueden intentar distanciarse, pero todo el mundo puede ver el papel del imperialismo estadounidense en este asunto.
De palabra hablan de alto el fuego, pero cada vez que Israel lleva a cabo uno de sus sangrientos ataques sabe que puede contar con el apoyo continuado de Estados Unidos. Biden y su administración -junto con todos los gobiernos occidentales que apoyan el supuesto «derecho a defenderse» de Israel- están cubiertos de pies a cabeza de la sangre de decenas de miles de palestinos. Ahora están añadiendo la sangre de los libaneses.
Lo máximo que están dispuestas a hacer las potencias imperialistas occidentales, con Estados Unidos a la cabeza, es hablar de paz, sugerir un alto el fuego temporal, mientras derraman lágrimas de cocodrilo por la muerte y la destrucción que están desatando Netanyahu y su gobierno.
Pero no dejarán de suministrar armas y ayuda militar a Israel, que sería la única forma concreta de debilitar la maquinaria bélica sionista. Seguirán apoyando a Israel aunque esto signifique ver a todo Oriente Próximo sumido en una guerra regional. Seguirán defendiendo a Israel aunque sus acciones puedan tener consecuencias desastrosas para los pueblos que viven en la región, y también para el mundo en su conjunto.
A menudo, manifestantes de todo el mundo se refieren a Israel como un «Estado terrorista». Los sionistas se sienten profundamente ofendidos por ello y acusan a Hezbolá en Líbano y al pueblo palestino de terrorismo. Seamos claros: los oprimidos son los palestinos; son ellos quienes han sufrido expulsiones masivas de su patria; son ellos quienes se han visto obligados a vivir en campos de refugiados; son ellos quienes han sufrido asesinatos masivos en numerosas ocasiones. Y el Estado opresor se llama Israel. Es un Estado que se siente con derecho a bombardear y destruir, a matar y mutilar, para mantener a los oprimidos en su sitio.
Les gusta presentarse como «civilizados» y no les gusta que se refieran a ellos como terroristas. Pero, ¿de qué otra forma se puede describir lo que ocurrió ayer? Los ataques aéreos afectaron a zonas densamente pobladas del sur de Beirut, la capital de Líbano. Más de 800 personas han muerto en la última semana -la mayoría civiles inocentes- y al menos 250.000 se han visto obligadas a huir de sus hogares.
El valle de la Bekaa también ha sufrido intensos bombardeos, y miles de personas han huido de la zona. Según un artículo del New York Times: «Donde antes había fábricas, tiendas y casas, hay escombros, trozos retorcidos de metal y fragmentos de cristal. Los arbustos verde esmeralda están cubiertos de polvo gris opaco, y los cables eléctricos – arrancados de sus postes metálicos en las explosiones – cuelgan sobre la carretera, meciéndose con la brisa».
En nuestro artículo de ayer destacábamos cómo Irán ha mostrado una extrema moderación frente a las constantes provocaciones de Israel. Los medios de comunicación occidentales siempre presentan a Irán como el agresor y a Israel como la víctima. Pero el agresor aquí es Israel. Es el gobierno israelí, dirigido por Netanyahu, el que quiere una guerra regional total. Eso quedó muy claro en el discurso de Netanyahu ante la ONU el viernes.
Escuchando a Netanyahu, nadie podía tener dudas sobre sus intenciones. Prometió continuar la guerra contra Hezbolá.
«Mientras Hezbolá elija el camino de la guerra, Israel no tiene elección e Israel tiene todo el derecho a eliminar esta amenaza», dijo. «Seguiremos degradando a Hezbolá hasta que se cumplan todos nuestros objetivos».
También amenazó directamente a Irán, y a todo Oriente Próximo, cuando dijo: «No hay lugar -no hay lugar en Irán- que el largo brazo de Israel no pueda alcanzar. Y eso es cierto para todo Oriente Medio».
Herzi Halevi, jefe de Estado Mayor de las FDI, dejó claro hoy que el ataque de ayer no marca el final de la campaña de bombardeos de Israel cuando dijo: «Esto agota nuestra caja de herramientas. El mensaje es simple: cualquiera que amenace a los ciudadanos de Israel, sabremos cómo llegar hasta él». Este no es el lenguaje de quienes buscan la paz; es el lenguaje de la guerra total.
El hecho de que las FDI hayan enviado mensajes a los residentes de Dahiyeh, en Beirut, para que evacúen la zona y se trasladen a otras partes de la ciudad es un indicio de sus planes para los próximos días. Nadav Shoshani, portavoz de los militares israelíes, ha hablado muy claro: «¿Estamos preparados para una escalada más amplia? Sí», ha dicho, añadiendo que “nuestras fuerzas están en alerta máxima”.
El régimen iraní no quiere una guerra regional. Las comedidas respuestas de Hezbolá a la agresión israelí demuestran que ellos tampoco querían aumentar el nivel de la confrontación militar. Querían mantener el conflicto en el nivel en el que ha estado durante el último año, de escaramuzas y bombardeos de ojo por ojo a través de la frontera.
Los imperialistas -en particular los europeos- no quieren una guerra regional, ya que pueden ver las desastrosas consecuencias que tendría para ellos. Y, sin embargo, la situación avanza inexorablemente hacia lo que todos temen.
Los comunistas revolucionarios siempre identificamos quiénes son los oprimidos y quiénes los opresores, y nos situamos del lado de los primeros. Los belicistas aquí se llaman Netanyahu, Biden, Starmer, Macron y todos los demás líderes de Occidente. Para detener su belicismo no basta con hacerles apelaciones. Es como apelar al diablo para acabar con el pecado. No escuchan. ¡Hay que echarlos!
«¿La guerra es algo terrible? Sí, pero es terriblemente rentable », dijo Lenin en una ocasión. El continuo agravamiento de los conflictos interimperialistas y de las guerras por delegación está demostrando una vez más que Lenin tenía toda la razón. Mientras miles de personas son masacradas en Gaza, Ucrania, Congo, Sudán y otros lugares, y mientras el gasto en defensa se dispara en todo el mundo, un puñado de capitalistas se llenan los bolsillos. La clase obrera está teniendo que pagar la factura de este derroche mortal.
Las crecientes tensiones entre las principales potencias imperialistas y las nuevas guerras por poderes han llevado a los gobiernos capitalistas a aumentar el gasto militar hasta cifras sin precedentes.
En 2022, el gasto militar mundial total aumentó un 3,7% en términos reales hasta alcanzar un nuevo máximo de 2,24 billones de dólares. Se está presionando a los aliados de la OTAN para que aumenten el gasto en defensa hasta un mínimo del 2 por ciento del PIB, y todos los miembros que todavía lo han hecho se apresuran a cumplir este objetivo. Pero, ¿quién recibe todo este dinero de los contribuyentes?
Según elFinancial Times, se prevé que los 15 principales fabricantes de armamento (eufemísticamente denominados «contratistas de defensa») registren un flujo de caja libre de 52.000 millones de dólares en 2026, de los que cinco empresas estadounidenses (Lockheed Martin, RTX, Northrop Grumman, Boeing y General Dynamics) representarán más de la mitad.
Los inversores se están subiendo al carro, y los valores de defensa del Stoxx europeo suben más del 50% en 2023. Las acciones de empresas como Aselsan, Hindustan Aeronautics y Rheinmetall han subido hasta un 340% desde 2022.
Los capitalistas están dejando de lado las supuestas consideraciones éticas para meter sus hocicos en el abrevadero de este derroche. En palabras de un fabricante citado por el Financial Times en 2022:
«[Hace] unos meses la gente quería prohibirnos, decían que esta industria es una industria muy mala. Ahora es un mundo totalmente distinto».
Estas empresas están cerrando fructuosos acuerdos con gobiernos occidentales para armar a Ucrania, Israel y Taiwán, pero también para reponer arsenales y reforzar sus propios ejércitos. Así, estos nuevos tanques, misiles y proyectiles se utilizan para destruir casas y asesinar a pobres en Gaza, Líbano, Donbás o Kivu, o, en el mejor de los casos, se destinan a oxidarse lentamente en los almacenes del ejército en Estados Unidos o Europa Occidental.
Sin embargo, estas asombrosas cifras no se corresponden con el aumento real de la producción industrial. Las empresas se enfrentan a graves cuellos de botella. Los mayores fabricantes de armas de Europa tienen una cartera de pedidos combinadade más de 300.000 millones de dólares. Y no tienen ninguna prisa por resolver este problema.
¿A qué se debe? Los capitalistas se han mostrado reacios a invertir en capacidad industrial. Dan diferentes excusas para ello, señalando «las persistentes interrupciones de la cadena de suministro y la escasez de mano de obra» o la preocupación de que esta demanda acabe por estancarse. En palabras de un consultor de defensa citado por el Financial Times, «la política puede cambiar y las evaluaciones de seguridad también, al igual que la demanda de defensa». ¿Dónde está ahora todo ese discurso sobre la «asunción de riesgos empresariales»?
De hecho, el almacenamiento masivo de armas y las nuevas guerras bárbaras son y serán cada vez más la norma a medida que se intensifique la pugna de los ladrones imperialistas por mercados y esferas de influencia. No cabe duda de que el aumento de la producción de nuevos medios de destrucción puede reportar pingües beneficios. Pero hay otras formas más fáciles de obtener beneficios.
Si sólo una pequeña parte de este dinero se invierte actualmente en la producción, ¿a dónde va a parar el resto? Un cínico consultor nos da la respuesta: «A las empresas no les suele gustar tener grandes cantidades de efectivo en sus balances… así que, ¿qué hacen con todo ese dinero? La recompra de acciones y los dividendos son una manera de usarlo».
Hablando claro, esto significa que los miles de millones que se sustraen de las arcas del Estado van a parar directamente a los bolsillos de un puñado de capitalistas. ¿Por qué invertir cuando puedes embolsarte el dinero?
Los gobiernos burgueses occidentales han sido muy indulgentes con las extravagancias de los fabricantes de armas. Pero en febrero, el Secretario de la Marina estadounidense, Del Toro, lanzó una rara advertencia pública a la industria (de la que no informaron los principales medios de comunicación) que revela las ansiedades políticas de la clase dominante en medio de este estado de cosas:
«Los contratistas de defensa están demasiado centrados en la recompra de acciones y otros trucos que les llenan los bolsillos y no lo suficiente en invertir en astilleros o apuntalar la base industrial de defensa.
«No pueden estar pidiendo al contribuyente estadounidense que haga mayores inversiones públicas mientras ustedes siguen revalorizando sus acciones mediante recompras de acciones, aplazando las inversiones de capital prometidas».
A continuación, Del Toro lamenta que en los años 80 «alguien decidió que es una idea maravillosa dejar la construcción naval en manos del mercado», con el resultado de que China llegó a concentrar en sus manos gran parte de la construcción naval mundial.
«El mercado tomó el relevo y China empezó a invertir en la construcción naval, en la construcción naval comercial, y tenían todas las ventajas. Mano de obra barata, ninguna regulación». Por supuesto, Del Toro critica a los fabricantes de armas desde la perspectiva reaccionaria del imperialismo estadounidense, que necesita un ejército poderoso para saquear el resto del mundo. Pero involuntariamente sus comentarios revelan la ineficacia, el despilfarro y la corrupción del mercado capitalista. Estos defensores del sistema de mercado se han colgado de su propio petardo.
¿Quién paga la factura?
Los capitalistas se están enriqueciendo. Pero, ¿quién paga todo esto? La clase obrera. Lo hace directamente, a través de sus impuestos, como admite el Secretario de Marina de EEUU, Del Toro. Pero también paga la factura indirectamente.
Lo hace, en primer lugar, porque mientras el gasto militar aumenta, los servicios sociales se recortan hasta los tuétanos. Los gobiernos capitalistas nunca tienen dinero para sanidad o educación, pero misteriosamente siempre encuentran miles de millones para tanques y misiles.
Portugal, por ejemplo, un país imperialista menor que juega un papel secundario en los asuntos mundiales, aumentó su presupuesto militar en un 14 por ciento en 2023, mientras que el gasto sanitario aumentó sólo un 10 por ciento, en un momento en que su servicio nacional de salud se tambalea al borde del colapso y necesita desesperadamente nuevas inversiones. El actual gobierno portugués ha fijado objetivos de gasto militar para finales de esta década, ¡por los que se gastará tres veces más dinero en el ejército que en educación superior! El gasto en armamento está contribuyendo a acumular deuda, lo que hará necesarias nuevas medidas de austeridad en el futuro.
Pero en segundo lugar, la guerra, las tensiones geopolíticas y las sanciones han agravado la inflación, recortando los salarios reales de los trabajadores. En resumen, la clase obrera está siendo robada por todos lados para financiar los planes de los belicistas. Y no hace falta decir que siempre que estallan las guerras, son los trabajadores y los pobres los que mueren y sufren: en Oriente Medio, en el Sahel, en Ucrania, en Rusia y en todas partes.
Una salida revolucionaria
Los comunistas nos oponemos a estos aumentos del gasto militar, que están siendo pagados por la clase obrera, al tiempo que generan enormes beneficios para un puñado de capitalistas. Queremos libros, no bombas. Queremos hospitales y escuelas, ¡no misiles y tanques!
Sin embargo, también advertimos que este derroche no es sólo una «opción ideológica» de tal o cual gobierno, sino que refleja la podredumbre del sistema capitalista. La crisis del capitalismo conduce a la intensificación de los conflictos interimperialistas, porque el pastel del mercado mundial se está reduciendo y, por lo tanto, inevitablemente, la lucha por repartirlo se intensifica. Esto convierte el rearme en una necesidad acuciante para todos los gobiernos capitalistas. En consecuencia, nuestra lucha contra el militarismo y las guerras imperialistas es también una lucha contra el capitalismo, por la revolución socialista mundial.
Si algún crédito se le puede dar a Alberto Fujimori, fue el de inventar un nuevo tipo de dictadura: una dictadura del siglo XXI. Lejos quedaron esas épocas donde, para instaurar una dictadura, se tenía que entrar a la fuerza. Él entró democráticamente y poco a poco acaparó todas las instituciones del Estado y medios de comunicación para que trabajaran a su favor. Y esto ya lo están copiando gobernantes actuales como Milei o Bukele. Entonces, podríamos analizar su gobierno desde distintos puntos.
Lucha de clases y neoliberalismo
Para fines de los años 80, el Perú llegó a tener una inflación del 2000%, escasez de productos y alta burocracia, fruto del desastroso gobierno socialdemócrata de Alan García. En las elecciones de 1990, un desconocido Fujimori llegó al poder, previa contienda en segunda vuelta con Mario Vargas Llosa. Este último, un conocido literato y candidato de la derecha, propuso un shock económico para poder levantar el país, algo con lo que estaban de acuerdo los economistas de la época. Fujimori en campaña prometió no hacerlo, pero una vez llegado al poder implementó un paquete de reformas neoliberales conocido como el “Fujishock” y disparó una ráfaga de decretos que incluyó: la liberalización de la economía, privatizaciones masivas (remate de empresas estatales a un precio menor que el del mercado), eliminación de derechos laborales como facilitar el despido y recortes al gasto público. Esto fortaleció el poder de la burguesía (empresarios y élites económicas) a expensas de la clase trabajadora y campesina. Al privatizar empresas estatales, Fujimori permitió que los recursos estratégicos del país quedaran en manos privadas.
El Estado como instrumento de represión
Durante el gobierno de Fujimori, se fortalecieron los aparatos represivos del Estado, especialmente en el contexto de la lucha contra Sendero Luminoso y el MRTA. Si bien se logró reducir la violencia de esos grupos maoístas, esto se hizo a través de la concentración del poder en el Ejecutivo; violaciones a los derechos humanos de guerrilleros y campesinos y trabajadores que no tenían ningún lazo con estas guerrillas, además de un fuerte control autoritario. Esto fue el fiel reflejo de cómo el poder político puede utilizarse para proteger y mantener las estructuras económicas capitalistas, suprimiendo cualquier amenaza revolucionaria que busque desafiar ese orden. Fujimori implantó un terrorismo de Estado, lo que provocó que los proletarios dejaran de hacer política por temor a ser tildados de terroristas. Y hasta ahora se sigue acusando de terrorista a cualquier grupo o colectivo que busca defender sus derechos y osa a alzar su voz de protesta.
Consolidación del capitalismo global
Fujimori promovió la apertura del mercado peruano al capital extranjero siguiendo las órdenes del Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial. Esta subordinación a intereses globales podría interpretarse como una forma de neocolonialismo, porque los recursos y la fuerza laboral del país se explotaron para el beneficio de empresas multinacionales, beneficiando la economía extractiva con un nulo desarrollo interno que permitiera mejorar la situación de la clase obrera y campesina. Los dueños eran extranjeros en su mayoría y la burguesía parasitaria, como los llamaba Mariátegui, se dedicó al comercio y la intermediación, sin interés en establecer una industria nacional.
Desigualdad económica
Sus defensores indican que Fujimori estabilizó la economía y redujo la hiperinflación, y lo hizo, pero a un alto costo social. La pobreza extrema y la desigualdad persistieron (incluso se puede decir que aumentaron), y las condiciones de vida para los sectores menos favorecidos de la sociedad se mantuvieron igual.
Alienación y desesperanza
El campesino escucha, espera, y ya no espera nada. Lo que antes era frustración ha dado paso a indiferencia. El Congreso fujimorista fue una maquinaria que solo sirvió para que unos pocos sigan en el poder, beneficiándose de leyes a medida, de tratos opacos y de lobbies que ni siquiera se molestan en disimular. Para el campesino, fue un teatro del absurdo: mientras ellos discutían si sus sueldos les alcanzaban para pagar sus lujos, el campesino siguió sobreviviendo día tras día, con lo justo, y a veces con menos que eso. Porque la alienación no sólo es económica, como todos piensan, también es política y social.
Paternalismo populista
Lo más trágico no es el descaro, sino la resignación. ¿Cómo llegamos a un punto donde la corrupción, las matanzas y las injusticias son parte de la cotidianidad? Pese a los crímenes que cometió el régimen fujimorista, aún hay quienes en el campo lo defienden. Se aferran a los recuerdos de las ollas comunes, de los regalos populistas, de esa imagen paternalista de un “Chino” que, con una sonrisa, les daba la mano mientras con la otra robaba el futuro de una nación. Se quedaron en esa ilusión, en esa añoranza, y no ven, o no quieren ver, lo que se esconde detrás de esos gestos calculados.
Si algo nos ha enseñado esta tierra es que, por más dura que sea la realidad, siempre hay espacio para la resistencia. Nos toca organizarnos, prepararnos y reclamar lo que nos pertenece. Porque si seguimos callados, si seguimos esperando que algo cambie desde el Congreso o el Gobierno, solo estaremos alimentando un ciclo que parece no tener fin. Porque, como dijo Marx en el Manifiesto Comunista “El gobierno del Estado moderno no es más que una junta que administra los negocios comunes de toda la clase burguesa”.
Doce personas murieron -entre ellas una niña de 9 años- y más de 2.800 resultaron heridas, muchas de ellas en estado crítico, cuando detonaron los localizadores que portaban, en un ataque coordinado sin precedentes contra Hezbolá en Líbano.
Funcionarios estadounidenses afirmaron que Israel estaba detrás del ataque, que se había preparado durante meses y tiene lugar cuando el gabinete de Netanyahu acaba de votar la ampliación de los objetivos de guerra para incluir el regreso a sus hogares de los desplazados del norte del país, lo que equivale a lanzar una invasión del Líbano.
Llamemos a las cosas por su nombre. Se trata de un ataque terrorista cometido por Israel, en violación de la soberanía nacional de Líbano, contra un partido que forma parte de la coalición gubernamental de ese país, que ha afectado a cientos de civiles (tanto miembros de Hezbolá que forman parte de la infraestructura civil como sus familiares, amigos, colegas, transeúntes) y que tiene como objetivo provocar una escalada que desemboque en una guerra regional total.
Lo primero que hay que decir es que si, hipotéticamente, Irán, Hezbolá o los hutíes hubieran llevado a cabo un ataque masivo de ese tipo, toda la llamada comunidad internacional estaría en pie de guerra emitiendo condenas enérgicas. Describirían -correctamente- a los autores como terroristas y los incluirían en una lista negra. A continuación, procederían a armar hasta los dientes a las víctimas del ataque con el armamento más moderno, en nombre del derecho a la autodefensa.
Sin embargo, puesto que es Israel quien ha llevado a cabo el ataque, y este país es uno de los pocos aliados dignos de confianza del imperialismo estadounidense en esta región de importancia crucial, nada de esto sucederá.
El sardónico portavoz del Departamento de Estado de EEUU, Matthew Miller, se limitó a decir que EEUU ‘no tuvo nada que ver’ con el ataque y que no habían sido avisado con antelación, una afirmación que se puede tomar con una gran pizca de sal. No ocurren muchas cosas en Oriente Próximo sin el conocimiento de los servicios de inteligencia estadounidenses.
Si no sabían que se iba a llevar a cabo este ataque, eso no da una buena imagen de Washington. Significaría que su aliado más fiable decidió no avisarles y que ellos mismos no se enteraron.
Por supuesto, en lugar de condenar el ataque terrorista -y según cualquier interpretación del derecho internacional, fue un atentado terrorista- Miller añadió a sus afirmaciones de ignorancia un nuevo llamamiento a Irán para que «no se aproveche de ningún incidente para añadir más inestabilidad».
Este es el insensible doble rasero del llamado «orden internacional basado en normas». Israel lleva a cabo una sangrienta campaña asesina contra Gaza, que dura casi un año entero, matando a 40.000 personas, la mayoría civiles, incluidos mujeres y niños. Estados Unidos sigue apoyándolo sin fisuras, con miles de millones de dólares en ayuda militar y financiación, y promete apoyarlo pase lo que pase. Entonces Israel mata al líder de Hamás en territorio iraní y Estados Unidos pide a Irán que actúe con moderación. Israel lleva a cabo un atentado terrorista masivo en Líbano contra uno de los partidos de la coalición gobernante y, de nuevo, Estados Unidos pide a Irán (¡no a Israel!) que actúe con moderación.
¿Cómo se llevó a cabo el ataque?
Según varias fuentes de inteligencia citadas por medios de comunicación occidentales y árabes, el ataque contra Hezbolá se preparó cuidadosamente con meses de antelación. Tras el atentado del 7 de octubre contra Hamás, Israel llevó a cabo una serie de asesinatos selectivos de altos cargos de Hezbolá. Para evitar que Israel pudiera localizarlos, en febrero Hezbolá pasó de utilizar teléfonos móviles a utilizar localizadores, que se comunicaban por ondas de radio y están pensados para ser mucho más difíciles de localizar.
Hasta ahora no se conocen muchos detalles sobre la forma precisa en que se llevó a cabo el atentado. Según las mismas informaciones publicadas en medios occidentales y árabes, parece que los localizadores que explotaron formaban parte de un nuevo lote distribuido recientemente por Hezbolá en los últimos meses.
Según The New York Times
«Israel llevó a cabo su operación contra Hezbolá el martes ocultando material explosivo dentro de un nuevo lote de localizadores de fabricación taiwanesa importados a Líbano, según funcionarios estadounidenses y de otros países informados sobre la operación.»
Los localizadores utilizados para el ataque eran casi todos modelos AP924 del fabricante taiwanés Gold Apollo. La explosión de los localizadores no fue provocada simplemente por el recalentamiento de la batería. Cerca de la batería se incrustó una pequeña cantidad de material de uso militar, tal vez unos tres gramos. Los localizadores también estaban equipados con un interruptor que podía activarse a distancia mediante un mensaje codificado para provocar la explosión.
Los mensáfonos recibían una llamada, se calentaban y explotaban. La Guardia Revolucionaria iraní ha informado de que los localizadores estaban programados para emitir un pitido durante 10 segundos antes de la explosión para que el usuario los pusiera a la altura de la vista y causar así el máximo daño. El embajador iraní en Líbano también fue víctima del atentado.
Al parecer, se encargaron unos 5.000 localizadores que se distribuyeron entre los miembros de Hezbolá en Líbano, y algunos fueron a parar también a Siria, y los afectados fueron los que estaban encendidos y recibiendo mensajes en el momento del atentado.
De esta información podemos extraer algunas conclusiones. Una es sobre la sofisticación y la planificación previa de la inteligencia israelí, y el grado en que son capaces de penetrar en sus enemigos, especialmente en Hezbolá.
En este caso, habrían tenido que saber cuándo y a qué empresa se encargaban los teléfonos para poder manipularlos antes de que llegaran a Líbano y fueran distribuidos. Si la manipulación de los localizadores tuvo lugar en Taiwán, ello plantearía interrogantes sobre el nivel de conocimiento y cooperación entre la inteligencia israelí y tanto el gobierno de la isla como el fabricante.
El fabricante, Gold Apollo, afirma que los localizadores fueron fabricados por otra empresa, BAC Consulting, con sede en Budapest, con la que tiene un acuerdo que le permite utilizar su marca. Aún no está claro en qué momento los localizadores fueron modificados por la inteligencia israelí. ¿Fue en el punto de producción, antes o después de que llegaran al Líbano?
Preparando la invasión del Líbano
Pero la pregunta más importante es ¿por qué ahora? El servicio de seguridad israelí Shin Bet afirma que acaba de frustrar un atentado de Hezbolá contra un antiguo alto cargo de seguridad, cuyo nombre no se ha revelado. Esto es sólo para consumo de la opinión pública. La verdadera razón hay que buscarla en otra parte.
El mismo día del ataque contra Hezbolá, el gabinete israelí votó a favor de ampliar sus objetivos de guerra para incluir el regreso seguro de los ciudadanos israelíes que han sido evacuados del norte del país y el mantenimiento de su seguridad del intercambio de disparos sobre la frontera entre Israel y Líbano. Esto significa que Israel está preparando oficialmente una invasión del Líbano, con el objetivo declarado de establecer una «zona de exclusión» para «garantizar la seguridad en el norte de Israel».
En este contexto hay que situar el atentado terrorista del martes. Con él, Israel espera matar dos pájaros de un tiro. En primer lugar, el ataque eliminaría a varios oficiales de Hezbolá, provocaría confusión y desorganización, además de sembrar dudas dentro de la organización sobre el nivel y el grado de infiltración de la seguridad israelí.
En segundo lugar, Israel probablemente espera que el ataque provoque una reacción furiosa y violenta por parte de Hezbolá que sirva entonces de justificación para la invasión israelí de Líbano.
Un informe de Al-Monitor afirma que la inteligencia israelí planeó originalmente utilizar el complot para coincidir con una invasión terrestre del Líbano, pero que pensaron que Hezbolá estaba empezando a sospechar de los localizadores y que, por lo tanto, tenían que hacer explotar los dispositivos, o perder por completo la oportunidad de utilizarlos. Esto puede ser cierto, o sólo una historia filtrada a los medios de comunicación para desviar la atención de la verdadera razón. Sea como fuere, el atentado se produjo muy oportunamente en un momento en que se ultiman los preparativos para una invasión terrestre israelí.
¿Cuál es el objetivo de Israel al planear otra invasión del Líbano? En realidad, existe una división muy profunda dentro de Israel sobre esta cuestión, una división que alcanza a los más altos escalones del poder, el Estado y el ejército.
En los últimos días, tanto Kan, la radiotelevisión pública israelí, como Canal 13, han informado abiertamente sobre estas divisiones. Según estos informes, el alto oficial del ejército Maj. Gen. Ori Gordin, a cargo del Mando Norte de las Fuerzas de Defensa de Israel, está agitando a favor de lanzar una invasión de Líbano, pero el Ministro de Defensa Gallant y el Jefe del Estado Mayor de las Fuerzas de Defensa Israelí Herzi Halevi están en contra.
La guerra en Gaza no logra sus objetivos
Quienes se oponen a una invasión del Líbano no son palomas amantes de la paz. Pueden ver, sin embargo, que desde un punto de vista militar no tiene sentido enfrentarse ahora a un enemigo formidable como Hezbolá. Hezbolá posee un arsenal de decenas de miles de cohetes y ya obligó a Israel a retirarse del Líbano en la invasión de 2006. Mientras tanto, una guerra de este tipo llegaría en un momento en el que las Fuerzas de Defensa Israelí no han sido capaces de alcanzar sus objetivos bélicos declarados en Gaza y han sido incapaces de sofocar la resistencia armada palestina en Cisjordania.
Tras casi un año de sangrienta campaña, lo cierto es que Israel no ha podido rescatar a los rehenes y está también muy lejos de haber destruido a Hamás, sus dos objetivos declarados.
No se fíen de mi palabra. El New York Times citó la valoración de un antiguo comandante de la división de Gaza de las Fuerzas de Defensa Israelí:
«Hamás está ganando esta guerra», declaró el general de división Gadi Shamni. “Nuestros soldados están ganando todos los enfrentamientos tácticos con Hamás, pero estamos perdiendo la guerra, y a lo grande”. Los funcionarios civiles y los operativos militares de Hamás siguen controlando amplias zonas de Gaza y cuando las Fuerzas de Defensa Israelí llevan a cabo una «operación de limpieza», la organización vuelve y recupera el control «15 minutos después». «No hay nadie que pueda desafiar a Hamás allí después de que se marchen las fuerzas israelíes», afirmó Shammi.
Exactamente lo mismo dijo en junio el máximo portavoz de las Fuerzas de Defensa Israelí, el contralmirante Daniel Hagari: «La idea de que es posible destruir a Hamás, hacer que Hamás desaparezca, eso es arrojar arena a los ojos del público», en un enfrentamiento público con Netanyahu.
Por otra parte, los propios intereses de Netanyahu son completamente diferentes e incluso opuestos a los de importantes sectores de la clase dirigente israelí y del aparato del Estado. Pueden resumirse así: necesita permanecer en el poder a toda costa, de lo contrario se enfrenta a una derrota electoral y a ser procesado por múltiples delitos que pueden incluso llevarle a la cárcel.
Para mantenerse en el poder necesita que continúe la guerra. Y como la guerra en Gaza no está produciendo los resultados deseados, está muy dispuesto a lanzar una aventura militar en Líbano, que podría precipitar a la región a un conflicto total. De hecho, un conflicto total en la región le beneficiaría, por descabellado que parezca, ya que arrastraría a Estados Unidos del lado de Israel, asegurando su posición en el poder, o al menos eso calcula.
Divisiones en la cúpula
Tras la disputa con su propio ministro de Defensa, Gallant, de la que se ha informado públicamente, en una reunión del gabinete sobre el constante y flagrante sabotaje de Netanhyahu a un acuerdo de rehenes con Hamás, el primer ministro israelí está maniobrando para sacarlo del gabinete.
En los últimos días ha habido frenéticas negociaciones y tira y afloja. La propuesta de Netanyahu es incorporar a su antiguo rival Gideon Sa’ar, que se separó del Likud para formar su propio partido Nueva Esperanza, para sustituir a Gallant. Habría que hacerle concesiones a Sa’ar en cuanto a la controvertida reforma judicial, pero a Bibi eso no le importa ahora. La cuestión principal es deshacerse de cualquier voz en el gabinete que se oponga a su aventura en el Líbano.
Gallant también es un obstáculo para Netanyahu en otro asunto relacionado. Los partidos ultraortodoxos han amenazado con hacer caer su coalición si no exime a los estudiantes de la Yeshiva del servicio militar. Movido por su fuerte instinto de conservación, el primer ministro está dispuesto a hacer una concesión. Gallant está en contra.
El Foro Empresarial Israelí, que representa a una gran parte de los capitalistas del país, advirtió a Netanyahu contra el despido de Gallant, afirmando que la decisión «debilitaría a Israel a los ojos de sus enemigos y provocaría divisiones sociales más profundas entre su pueblo», además de tener un impacto negativo en la economía: «El Primer Ministro sabe mejor que nadie que todos los indicadores económicos muestran que Israel se está deteriorando hacia un abismo económico y se hunde en una profunda recesión».
Pero, por desgracia para ellos, los intereses de Netanyahu -su propia supervivencia- no coinciden necesariamente con los de los capitalistas en este momento concreto.
No sólo los capitalistas israelíes están preocupados. Un informe de ABC News cita a oficiales anónimos de las Fuerzas de Defensa de Israel que advierten de que Netanyahu «está empujando a Israel a una guerra potencialmente desastrosa con Hezbolá en Líbano». Una guerra con Hezbolá «es fácil de empezar, pero muy difícil de terminar», dijo uno de esos oficiales, bajo condición de anonimato. «Estamos perdiendo la guerra, estamos perdiendo la disuasión, estamos perdiendo a los rehenes». El artículo de ABC afirma que existe «preocupación general sobre si Israel posee suficiente munición e interceptores de misiles y cohetes/misiles para defenderse en cualquier enfrentamiento con Hezbolá».
En un intento frenético por evitar una guerra regional que arrastraría a Estados Unidos, un alto asesor de Biden, Amos Hochstein, fue enviado a Israel para intentar convencer a Bibi de que no invadiera Líbano. Según fuentes citadas por Axios, Hochstein insistió en que «Estados Unidos no cree que un conflicto más amplio en Líbano vaya a lograr el objetivo de devolver a los israelíes desplazados a sus hogares en el norte», y que «una guerra total con Hezbolá entraña el riesgo de un conflicto regional mucho más amplio y prolongado».
Por supuesto, como en ocasiones anteriores, Netanhayu ignoró por completo esta suave sugerencia de Estados Unidos y procedió a hacer exactamente lo contrario de lo que se le aconsejó. Es muy consciente de que Estados Unidos puede estar en desacuerdo con él en cuanto a táctica o estrategia, pero al final del día, le apoyará.
Inmediatamente después del 7 de octubre, Biden se apresuró a ir a Israel para abrazar al lunático ocupante del despacho del primer ministro y le dijo en términos inequívocos que Estados Unidos estaba de su lado pasara lo que pasara. En efecto, al declarar que el apoyo estadounidense era «férreo», Biden dio a Netanyahu un cheque en blanco, que este procedió a cobrar, no una sino varias veces.
En ocasiones, el imperialismo estadounidense ha discrepado públicamente con Netanhayu e incluso ha amenazado con retener (no suspender) los envíos de armas a Israel. Esto es en parte para el consumo público del electorado estadounidense -donde no ha tenido ningún impacto- y en parte por un temor genuino a las implicaciones revolucionarias de las acciones de Netanyahu para otros regímenes de la región, que también son aliados de Estados Unidos y que a Washington no le gustaría ver derrocados.
El punto crucial es que el primer ministro israelí sabe muy bien que, a fin de cuentas, cuando todo esté dicho y hecho, Estados Unidos siempre apoyará a Israel. Esto será aún más cierto en el caso de una guerra regional.
Así que Netanyahu escucha lo que Biden y sus enviados tienen que decir, y luego procede a hacer lo que cree que es mejor para él, sin tener en cuenta el hecho de que a menudo es lo contrario de lo que EE.UU. le acaba de decir.
El mismo informe de Axios señalaba la respuesta de Netanyahu a Hochstein: «Israel aprecia y respeta el apoyo de la administración Biden, pero al final hará lo que sea necesario para mantener su seguridad y devolver a los residentes del norte a sus hogares sanos y salvos». Traducido de la jerga diplomática al español llano, le dijo «¡vete a la mierda!».
La verdad es que a Netanhayu le importa un bledo la seguridad de los residentes israelíes del norte, del mismo modo que no le importa lo más mínimo la suerte de los rehenes en manos de Hamás y otros. Esto lo han entendido incluso los familiares de los rehenes y amplios sectores de la opinión pública israelí. Para él, no son más que moneda de cambio a utilizar para sus cínicas maquinaciones.
Si examinamos los ataques transfronterizos entre Líbano e Israel de los últimos meses, surge la imagen real. Israel ha llevado a cabo más del 80 por ciento de estos ataques, matando a más del 80 por ciento de las víctimas. Muchos más civiles han sido evacuados del lado libanés de la frontera que del lado israelí. Si aceptáramos la lógica de Netanyahu, estaría justificado que Líbano invadiera Israel, y no al revés.
Dado que Hezbolá ha dicho en repetidas ocasiones que sus ataques contra Israel son en apoyo de la población de Gaza y que cesarán si se firma un acuerdo de alto el fuego entre Israel y Hamás, la forma más sencilla de garantizar la seguridad de los ciudadanos del norte de Israel sería, obviamente, que Israel alcanzara dicho acuerdo. Eso es precisamente lo que Netanyahu ha estado saboteando deliberadamente.
Un informe más reciente de Axios afirma que el asesor de Biden, Hochstein, estaba en Israel cuando Netanyahu, Gallant y los altos mandos militares tomaron la decisión de llevar a cabo el ataque terrorista, pero decidieron no decirle ni una palabra. Fue poco antes de que empezaran a explotar los localizadores cuando Gallant llamó al Secretario de Defensa estadounidense, Lloyd Austin, para comunicarle que el ataque contra Líbano era inminente.
Una vez más, hay que tomar estos informes con cautela. La única fuente citada por Axios es un «funcionario estadounidense» anónimo y, por supuesto, a Estados Unidos le interesaría distanciarse públicamente del ataque. Sin embargo, hay un detalle en la historia que sí parece cierto: que Gallant, de quien se sabe que se opone a una operación en el Líbano en este momento, llamó a Lloyd Austin. El ministro de Defensa es el agente estadounidense más directo dentro del Gabinete, y Lloyd Austin es conocido por estar en el ala ligeramente menos belicista de la administración Biden. Pero incluso si aceptáramos que partes de este informe son ciertas, indicaría que Washington sí tenía conocimiento previo del ataque, que es lo contrario de lo que el portavoz estadounidense Miller afirmó categóricamente.
Material combustible que puede desencadenar una guerra regional
El ataque de Israel contra Líbano es otra medida imprudente de Netanyahu que amenaza con intensificar el conflicto en la región. Ya se ha acumulado mucho material combustible. Queda por resolver la cuestión de las represalias iraníes por el ataque israelí que mató al líder de Hamás, Hanniyeh, en Teherán. Está claro que Irán no está interesado en provocar una guerra regional. Al mismo tiempo, no puede permitirse quedar mal ante una provocación flagrante de Israel.
En los últimos días los hutíes lanzaron un ataque contra Israel, con lo que afirman era un misil hipersónico. Hay cierto debate sobre la naturaleza exacta del arma utilizada, pero lo que está claro es que viajó a una velocidad muy alta, no fue interceptado ni por la marina estadounidense ni por la francesa en la región, y también evitó parcialmente las defensas aéreas israelíes. Se trata de un hecho preocupante para Israel. Se desconoce cómo consiguieron los hutíes fabricar o adquirir un arma tan sofisticada. Se especula con la posibilidad de que proceda de Irán.
Hemos visto las temerarias provocaciones del imperialismo occidental contra Rusia en relación con la guerra de Ucrania, y más concretamente el debate sobre permitirle utilizar misiles de largo alcance de fabricación británica o estadounidense para golpear con ataques en profundidad el territorio ruso. Tendría su lógica que Rusia, en respuesta, estuviera interesada en suministrar armas y tecnología a los enemigos de Estados Unidos en Oriente Medio. En los medios de comunicación se ha especulado con la posibilidad de que en agosto se hubiera detenido en el último minuto una de esas entregas como consecuencia de las presiones saudíes sobre Rusia.
Las milicias iraquíes pro iraníes han prometido ayudar a Líbano en caso de invasión israelí. Estados Unidos está muy expuesto en la región, ya que tiene bases militares en varios países, que pueden convertirse en blanco de ataques.
El curso exacto de los acontecimientos no puede predecirse de antemano, pero lo que está claro es que Netanyahu está interesado, por sus propias cínicas razones, en una escalada del conflicto y el ataque terrorista de Israel contra Hezbolá ha acercado esa posibilidad.
Las acciones irresponsables y temerarias de un solo hombre amenazan con desencadenar un conflicto sangriento que causaría muerte y destrucción masivas. Funcionarios israelíes han hablado abiertamente de «bombardear Líbano hasta la edad de piedra» y de convertir Beirut en una nueva Gaza.
Pero Netanyahu no es el único responsable. Israel no podría llevar a cabo su campaña asesina en Gaza, ni amenazar con una guerra regional, si no fuera por el apoyo «férreo» ofrecido por el imperialismo estadounidense y Biden personalmente. Si Washington cortara por completo su ayuda militar y financiera a Israel, las Fuerzas de Defensa Israelí se verían incapaces de continuar su guerra unilateral.
Esta es la naturaleza del imperialismo capitalista en el siglo XXI: horror sin fin. Por eso decimos: ¡abajo los belicistas! Si queremos lograr la paz, debemos derrocar el sistema podrido que está en la raíz del imperialismo y de la guerra.
Mientras escribo estas líneas, los titulares de los periódicos están dominados por el sorprendente anuncio de que Rusia estaría «en guerra» con Estados Unidos y sus aliados si levantan las restricciones a Ucrania para el uso de misiles occidentales de largo alcance con el fin de realizar ataques en profundidad en territorio ruso.
De repente, sin previo aviso, la opinión pública es consciente de un hecho estremecedor: que la continuación y la escalada del conflicto ucraniano les enfrenta a la amenaza de la aniquilación nuclear.
Para la inmensa mayoría de personas en occidente, la noticia ha llegado como un rayo caído del cielo. ¿Seguro que las cosas no pueden ir tan mal? ¿Por qué no nos lo habían dicho antes?
Pero para cualquiera que haya seguido seriamente el desarrollo de los acontecimientos, no es ninguna sorpresa.
La mayoría de la gente tiene una memoria bastante corta, y los políticos parecen no recordar en absoluto los hechos, cuando éstos no les convienen. ¿Hemos olvidado el hecho de que Rusia no es sólo un Estado muy poderoso con un enorme ejército, sino también la mayor potencia nuclear del mundo, equipada con misiles de largo alcance capaces de alcanzar cualquier objetivo en el planeta?
O bien los dirigentes del mundo occidental han olvidado estos hechos, en cuyo caso son tontos e incapaces de ocupar altos cargos, o bien los conocen perfectamente, en cuyo caso son culpables de una imprudencia criminal que pone en peligro la vida de millones de personas, y deberían ser encarcelados o internados en el hospital psiquiátrico más cercano.
Pero, ¿cuál es la explicación de este último acontecimiento alarmante?
¿Quiere Putin la guerra con Occidente?
La primera explicación que se da con frecuencia en los medios de comunicación es muy simple. Vladimir Putin es un dictador desquiciado que quiere conquistar el mundo. Si no es derrotado en Ucrania, atacará Europa y nos reducirá a todos a la servidumbre. Dado que está mentalmente trastornado y es incapaz de tomar decisiones racionales, es inútil pensar siquiera en negociar con él.
Oímos argumentos como éste con tediosa regularidad por parte de los llamados «expertos en Rusia».
Pero se trata de una explicación que no explica nada. Por supuesto, la psicología de los líderes individuales puede desempeñar, y de hecho desempeña, un papel importante en el desarrollo de los acontecimientos, incluidas las guerras. Lo vemos muy claramente en los casos de Ucrania e Israel.
Sin embargo, estos factores nunca pueden explicar por completo las acciones más graves de las naciones, y menos en la cuestión de la guerra. Para entender esto, es necesario descubrir los resortes secretos que impulsan a las naciones a la guerra, es decir, sus intereses materiales.
Pero incluso si intentamos encontrar explicaciones a la situación actual a través del sombrío reino del psicoanálisis individual (una propuesta siempre arriesgada) veremos inmediatamente que la supuesta psicología del hombre del Kremlin no se corresponde en absoluto con los hechos conocidos.
Dejemos claro de antemano que no nos hacemos absolutamente ninguna ilusión con Vladimir Putin. No le apoyamos -ni le hemos apoyado nunca- en modo alguno. Es, de hecho, un enemigo contrarrevolucionario de la clase obrera, tanto en Rusia como a escala internacional.
Putin defiende los intereses de la oligarquía rusa, esa corrupta banda de empresarios que se ha enriquecido robando la propiedad colectiva de la Unión Soviética. Por lo tanto, no hay ni un átomo de contenido progresista en su política, ni en la paz ni en la guerra, ni dentro ni fuera de las fronteras de Rusia.
Por lo tanto, sea cual sea la política que aplica en Ucrania, nunca podrá servir a los intereses del pueblo trabajador ni de Ucrania ni de Rusia. Sin embargo, no es menos cierto que la camarilla reaccionaria de Kiev no defiende los intereses del pueblo ucraniano, que está siendo cruelmente sacrificado como peón de la cínica política de Estados Unidos y la OTAN.
¿Es Putin irracional?
El hecho de que Putin sea reaccionario no significa necesariamente que esté loco o sea irracional. Al contrario, todo lo que sabemos de este individuo apunta en la dirección de un hombre muy astuto que sabe exactamente lo que hace y que siempre se basa en conclusiones que pueden ser cínicas, pero que siempre son el resultado de un cálculo frío.
Por el contrario, los hombres y mujeres ignorantes e increíblemente estúpidos que se hacen pasar por políticos y diplomáticos en Estados Unidos y Europa presentan una imagen de completa ineptitud e incompetencia.
Estas damas y caballeros son tan cínicos y manipuladores como el hombre del Kremlin; pero a diferencia de él, no sólo son irracionales, sino incapaces de enfrentarse a los hechos. Sus constantes meteduras de pata en los asuntos mundiales demuestran que son incapaces de elaborar nada que se parezca a un plan de acción o estrategia coherente.
En lugar de ello, se limitan a reaccionar ante los acontecimientos de forma empírica, evidentemente incapaces siquiera de poner un pie delante de otro sin tropezar y caer en una zanja. Como resultado, sus políticas en Ucrania han acabado en un completo desastre, y su incapacidad para poner freno a las temerarias provocaciones de Netanyahu amenaza con arrastrarlos a un desastre aún mayor en Oriente Próximo.
Uno observa con absoluto asombro cómo las políticas de Washington están siendo determinadas por las payasadas de dos hombres desesperados, uno en Kiev y el otro en Jerusalén. Estos hombres, que en realidad dependen por completo del financiamiento y las armas suministradas por Washington, se sienten evidentemente libres de seguir políticas que están en contradicción directa con los intereses estratégicos del imperialismo estadounidense.
En este punto, de hecho, aunque desafíe los poderes de la imaginación, las marionetas parecen haber roto las cuerdas y bailan libremente según su propio capricho. Increíblemente, ¡la cola es la que agita al perro!
A primera vista, puede parecer que este hecho contradice nuestra afirmación anterior de que es imposible entender las guerras como el resultado de la psicología individual. Sin embargo, hay ocasiones en que la psicología individual no es más que la expresión de los intereses materiales muy definidos de ciertos individuos. Ambas cosas se vuelven completamente inseparables.
Examinemos más de cerca este extraño fenómeno. Volveremos a nuestro punto de partida más adelante, es decir: al ultimátum de Putin a Occidente, que para entonces, esperamos, estará al menos un poco más claro.
Los tres hombres más peligrosos del planeta
En el centro mismo de la aterradora vorágine de los acontecimientos mundiales, hay dos hombres. Viven a miles de kilómetros de distancia. Hablan idiomas diferentes. Se parecen muy poco entre sí, tanto física como intelectualmente. Se podría decir que son completamente diferentes.
Sin embargo, en un aspecto son idénticos. Comparten una obsesión común que tiene consecuencias muy graves para el mundo. La mayoría de los hombres y mujeres, si se les preguntara cuál es su mayor deseo para el mundo, responderían sin duda con una palabra: «paz». Pero la paz es algo que está muy lejos de la mente de estos dos individuos. Al contrario, la guerra se ha convertido en el objetivo central de su existencia. La desean fervientemente. Porque con ella lo son todo y sin ella no son nada.
Los nombres de estos dos caballeros son Volodymyr Oleksandrovych Zelensky y Binyamin («Bibi») Netanyahu.
Por razones totalmente distintas, de las que nos hemos ocupado en otros artículos, las guerras en las que se han enredado no van bien.
A pesar de su colosal superioridad militar, en casi un año Israel no ha conseguido la liberación de los rehenes ni eliminar a Hamás como fuerza de combate.
La actual ola de furia popular dentro de Israel amenaza el futuro de Netanyahu y su gobierno. Pero Netanyahu no tiene intención de rendirse, porque sabe que eso significaría el colapso de su gobierno. Además, se enfrenta a un juicio por corrupción. Por tanto, desea luchar hasta el amargo final, sin importar las consecuencias.
Estas consecuencias serán extremadamente graves para el mundo entero. La guerra con Irán que tanto desea y está decidido a provocar no será lo mismo que el baño de sangre unilateral contra un enemigo mucho más débil en Gaza.
Irán es un poderoso Estado militar con un ejército aguerrido y muy motivado, y un gran arsenal de misiles y otras armas sofisticadas. Y si no posee ya armas nucleares, estará muy cerca de obtenerlas.
Irán tiene muchos aliados en la zona. Entre ellos, Hezbolá en Líbano y los hutíes en Yemen; así como muchos otros grupos más pequeños, pero aún más beligerantes, en otros países, todos ellos deseosos de atacar a Israel por todos los medios a su alcance.
El alcance del poderío de los misiles de Irán quedó demostrado hace sólo unos meses, cuando lanzó una lluvia de misiles contra objetivos en Israel en represalia por otra provocación más.
Bajo la presión de Estados Unidos y otros países, en aquella ocasión los iraníes avisaron previamente del ataque y limitaron sus objetivos para no provocar una guerra abierta con Israel. Pero la próxima vez -e inevitablemente habrá una próxima vez- no mostrarán tal moderación.
Pero esto tiene otra dimensión. Irán ha forjado recientemente vínculos muy estrechos con Rusia y China. Por lo tanto, en caso de una ampliación del conflicto, que inevitablemente implicará (como mínimo) a Líbano y Yemen, la inevitable intervención estadounidense será contrarrestada sin duda por los rusos, y posiblemente los chinos, que proporcionarán ayuda a Irán.
Las implicaciones de este escenario deberían ser evidentes para cualquiera. Imaginemos, por ejemplo, que un portaaviones estadounidense fuera hundido por un misil fabricado en Rusia. El peligro de una colisión abierta entre las dos grandes potencias está implícito en una situación de este tipo.
Sin embargo, un peligro mucho más inmediato es el que representa el segundo de nuestra galería de bribones belicistas. El presidente Volodymyr Zelensky.
El belicista en jefe número dos
Recientemente, la televisión británica ha emitido una serie de tres capítulos sobre la vida de Volodymyr Zelensky. El momento de esta pieza de televisión halagadora no es, naturalmente, casual. Al contrario, forma parte de una ofensiva propagandística cuidadosamente planeada, diseñada para encubrir la verdadera ofensiva que planean en secreto los políticos de Londres y Washington.
La primera parte de la serie presenta al joven Volodymyr como un hombre de paz que empezó como cómico de éxito, interpretando el papel de un presidente ficticio en televisión. Parece que como cómico tuvo un gran éxito. Dada su evolución posterior, uno desearía que hubiera seguido en ese papel.
El antes pacífico y divertido cómico hace tiempo que dejó de ser gracioso. Junto con sus jefes en Washington y Londres, está prolongando un conflicto sangriento y sin sentido en el que Ucrania está perdiendo, según algunos informes, hasta 2.000 hombres cada día, muertos o heridos.
Y ahora es posiblemente el mayor peligro para la paz en todo el mundo.
El caso de Zelensky es diferente al de Netanyahu, pero también es el mismo. Después de casi tres años de guerra, ahora se enfrenta a la derrota. La tonta propaganda anterior que presentaba una victoria ucraniana sobre Rusia como algo prácticamente inevitable ha terminado, como predijimos, en un montón de cenizas.
Tras el fracaso de su estúpida apuesta en Kursk, Zelensky es ahora un hombre desesperado. Y los hombres desesperados hacen cosas desesperadas. Grita y chilla a sus generales, acusándolos de mentirle. De hecho, presenta todos los síntomas de un hombre que ha perdido todo contacto con la realidad.
Siempre es difícil interpretar las acciones de una mente desequilibrada, pero una cosa es evidente: a Zelensky sólo le queda una opción para ganar la guerra. Provocar una guerra más amplia que arrastre a Estados Unidos. Los estadounidenses podrían entonces combatir en nombre de Ucrania.
Durante mucho tiempo, Zelensky ha estado librando una ruidosa campaña, exigiendo que los estadounidenses le dieran permiso para utilizar misiles estadounidenses de largo alcance para ataques profundos dentro de Rusia. Naturalmente, los imbéciles belicistas de Londres están a favor de esa propuesta lunática. Pero hasta ahora ha sido rechazada por los estadounidenses, que están justificadamente aterrorizados por la respuesta rusa.
Es exactamente la misma opción que tiene Netanyahu: está provocando deliberadamente a Irán con la esperanza de desencadenar una guerra general en Oriente Próximo, que obligue a los estadounidenses a intervenir para «salvar a Israel».
Es otra forma de decir: están intentando iniciar la Tercera Guerra Mundial.
El belicista en jefe número tres
El tercero de nuestra pandilla de peligrosos belicistas es un caso totalmente diferente.
Ahora desempeña el papel del hombre invisible. Pero eso no quiere decir que su papel en los acontecimientos mundiales esté totalmente agotado.
Un anciano amargado que se vio forzado a lo que él considera un retiro prematuro e injustificado por personas a las que consideraba sus viejos amigos, que acabaron dándole el mismo suave empujón que anteriormente ayudó a Julio César a finalmente tomar una decisión.
Sin embargo, Joe Biden no se fue tan tranquilo como su predecesor romano. Luchó con uñas y dientes contra su expulsión, y sólo se rindió a regañadientes cuando sus financiadores amenazaron con retirarle su apoyo. Esto resultó ser un arma mucho mejor que cualquier puñal, y mucho menos ofensiva para la sensibilidad de la opinión pública.
Incluso entonces, aunque consintió y se retiró como candidato demócrata en las elecciones de noviembre, se negó obstinadamente a renunciar al cargo de Presidente de Estados Unidos. Esto significa que, durante varios meses, hasta enero de 2025, el cargo más poderoso del mundo seguirá ocupado por un político fracasado, lleno de resentimiento y de un ardiente deseo de venganza, y obsesionado con la cuestión de Ucrania.
La idea de que el dedo de un anciano amargado e iracundo está sobre un botón que puede enviar al mundo entero al otro mundo no es del todo consoladora. No es ningún secreto que Biden está completamente obsesionado con su odio a Rusia. Está claro que desempeñó un papel destacado en empujar a Ucrania a una guerra imposible de ganar contra un poderoso vecino al insistir en su ingreso en la OTAN. Y no hay absolutamente ningún indicio de que haya cambiado su posición al respecto, o sobre cualquier otra cosa.
Desde que fue marginado por sus antiguos colegas, parece dedicar gran parte de su tiempo a jugar al golf o a tumbarse al sol en la playa. Sin embargo, su mente debe estar hirviendo todo el tiempo. ¿Cómo puede dar a todos sus enemigos una lección que nunca olvidarán?
Al fin y al cabo, sigue siendo el Presidente, con todos los poderes del Presidente de Estados Unidos.
Conscientes de este hecho, algunas personas siguen intentando conseguir el apoyo de Joe Biden para cosas que otros políticos son reacios a secundar. Uno de ellos es Volodymyr Zelensky, que lleva mucho tiempo confiando en el apoyo incondicional del hombre de la Casa Blanca.
Busca conversaciones con su viejo amigo Joe Biden. ¿Y de qué te imaginas que están hablando?
Conceder o no conceder: ¡esa es la cuestión!
El Primer Ministro británico, Sir Keir Starmer, tampoco perdió tiempo en subirse a un avión y cruzar el Atlántico para mantener conversaciones con el hombre que todavía se hace llamar Presidente de Estados Unidos. El contenido de estas conversaciones aún no está claro, pero no cabe duda de que en ellas se discutirá la controvertida cuestión de permitir que Ucrania utilice misiles occidentales de largo alcance para atacar en el interior de Rusia.
Sin embargo, Ucrania lleva tiempo atacando objetivos dentro de Rusia. Está utilizando sus propias armas para atacar objetivos en el interior de Rusia, lanzando el martes uno de los mayores ataques con drones en suelo ruso de la guerra, dirigido contra múltiples regiones, incluida Moscú. En realidad, estos ataques tenían principalmente fines propagandísticos. Su impacto real en la producción bélica rusa fue insignificante, y el efecto en la propia guerra fue precisamente nulo.
Estos ataques no fueron más que pinchazos, sobre todo en comparación con los devastadores ataques infligidos por los rusos a Ucrania. Pero no hay forma de que los ucranianos puedan esperar lanzar ataques de la misma escala.
El Pentágono no ha ocultado que se opone a que los ucranianos puedan disparar misiles estadounidenses en el interior de Rusia. Los servicios de inteligencia estadounidenses han adoptado exactamente la misma postura. Esto indica claramente la existencia de una grave división en la administración y el Estado.
Pero todo esto no parece hacer mella en el cerebro de madera del Presidente. Y todavía puede anular a sus generales y jefes de inteligencia. Cuenta con el respaldo de un pequeño grupo de elementos belicistas extremistas dentro de la Administración, para quienes todo lo que sea hablar de acuerdos de paz y negociaciones con Rusia es un completo anatema.
De hecho, Ucrania lleva tiempo utilizando misiles occidentales para atacar objetivos dentro de Rusia. Ciudades como Belgorod han sido bombardeadas y atacadas con drones. Pero el acuerdo para utilizar misiles de larga distancia, como los Storm Shadow británicos y los ATACM estadounidenses, para atacar en el interior de Rusia es una cuestión totalmente distinta.
Lo que en general no se sabe es que estas armas tan sofisticadas no pueden utilizarse sin la participación activa de personal occidental, tanto de inteligencia como operativo y de mantenimiento. En otras palabras, esto implica la participación directa de personal militar occidental en una guerra contra Rusia. Los medios de comunicación occidentales han ignorado deliberadamente este hecho, aunque Putin lo señaló muy claramente hace meses.
Ayer mismo lo reiteró:
«No estamos hablando de permitir o no que el régimen ucraniano ataque a Rusia con estas armas», dijo. «Estamos hablando de decidir si los países de la OTAN participan directamente en el conflicto militar o no».
Se trataría, sin lugar a dudas, de un acto de guerra por parte de los Estados miembros de la OTAN, hecho que conduciría necesariamente a una declaración de guerra por parte de Rusia.
Este temerario acto de escalada por parte de Occidente no tiene ningún sentido desde el punto de vista militar. Los objetivos mencionados por los ucranianos hace tiempo que se han desplazado tierra adentro, lo que los sitúa fuera del alcance tanto de los Storm Shadows como de los ATACM. Por tanto, los únicos objetivos serían civiles. Esto causaría graves problemas políticos a Occidente, sin aportar ventaja militar alguna.
Tampoco está nada claro que los misiles prometidos lleguen nunca a Ucrania. Las existencias tanto de Storm Shadows como de ATACM son actualmente muy escasas, reflejo de que los arsenales de Occidente se han visto seriamente mermados por las constantes demandas del gobierno de Kiev.
Esto significa que el suministro de misiles será tan escaso que a los ucranianos les resultará imposible lanzar un ataque serio con misiles contra objetivos en Rusia. Además, para alcanzar objetivos en el interior del territorio ruso, los citados misiles y sus lanzadores tendrían que estar estacionados tan cerca de la frontera que serían blancos fáciles para que los rusos los destruyeran con ataques de misiles y aviones no tripulados e incluso con artillería.
Estados Unidos y sus aliados han estado intentando culpar a Rusia de la «escalada» del conflicto por haber obtenido misiles balísticos de Irán. Las noticias sobre las supuestas transferencias desde Irán empezaron a surgir durante el fin de semana. Lammy las calificó de parte de «un patrón preocupante que estamos viendo. Es sin duda una escalada significativa».
Los iraníes lo han negado, y no tiene mucho sentido, teniendo en cuenta que Rusia ya posee enormes reservas de misiles y otras armas y supera con creces a Occidente en la producción de armas y municiones en general.
La verdadera escalada, como de costumbre, proviene de la OTAN y de los estadounidenses.
Una imagen del Armagedón
El problema al que se enfrenta la OTAN es fácil de enunciar. La guerra ha llegado a tal punto que el avance ruso es imparable. Este hecho está siendo cada vez más reconocido incluso por los medios de comunicación occidentales. Un reciente artículo de la CNN decía: «Superados en armamento y número, los militares ucranianos se enfrentan a dificultades de baja moral y deserción».
Las defensas ucranianas se están desmoronando claramente e incluso pueden estar llegando al punto del colapso. Cuánto tiempo llevará esto es una cuestión de especulación. Pero el resultado final no está en duda, y Occidente no puede hacer absolutamente nada para evitarlo.
Estas damas y caballeros están ansiosos por combatir hasta la última gota de sangre ucraniana. Están decididos a continuar la guerra, independientemente del terrible precio que pague el pueblo ucraniano, cuyos intereses dicen falsamente representar.
A medida que esta perspectiva se cierne cada vez más en el horizonte, un estado de pánico, rayano en la histeria, se apodera de los gobiernos occidentales.
De repente, una oleada de declaraciones alarmistas brota de los círculos políticos y militares europeos, todas ellas insistiendo en la inminente llegada del Armagedón.
En ningún lugar han logrado los belicistas una visión más pintoresca y original del Armagedón que se avecina que en Gran Bretaña. Las estúpidas bravatas y fanfarronadas, que hace tiempo sustituyeron al arte de la diplomacia, aumentan aquí de volumen cuanto más se acercan a cero la influencia y el poder reales de Gran Bretaña en el mundo.
No hace mucho, el tabloide británico de derechas Daily Mail ofreció a sus lectores una predicción futurista de lo más imaginativa sobre un ataque abrumador de Rusia contra Occidente.
La predicción incluía referencias a «tanques rusos controlados por inteligencia artificial» que iniciarían la invasión. El mapa que lo acompañaba contenía detalles escabrosos de ataques rusos a todos los países europeos imaginables (y a varios inconcebibles).
Esta aterradora obra de ciencia ficción estaba evidentemente diseñada para hacer que los lectores conservadores de clase media del DailyMail se atragantaran con sus cereales mientras leían el periódico de la mañana.
Los informes sensacionalistas de este tipo ignoran por completo el hecho de que no hay absolutamente ninguna prueba de que Rusia tenga planes de atacar a ningún país de la OTAN, ni tiene ningún interés en hacerlo. Los únicos países de Europa en los que Rusia está interesada son Bielorrusia y Ucrania, a los que nunca les permitirá entrar en la OTAN.
Todo esto no es más que el producto de una imaginación morbosa, alimentada por el pánico y el sentimiento de impotencia ante una Rusia que, lejos de estar derrotada (como habían pronosticado confiadamente el Daily Mail y todos los demás periódicos occidentales), ha salido del conflicto de Ucrania enormemente fortalecida, tanto militar como económicamente.
El objetivo de estos artículos es que, asustados ante la perspectiva de una invasión rusa inmediata, sus lectores estén dispuestos a pagar la factura de una gran cantidad de dinero que se entregará a los generales para que puedan tener nuevos y más mortíferos juguetes con los que jugar.
¿Es este el comienzo de la Tercera Guerra Mundial?
Durante varias décadas tras la Segunda Guerra Mundial, se mantuvo un estado de equilibrio incómodo entre las dos grandes potencias mundiales: EEUU y la URSS. Esto era consecuencia de una equivalencia aproximada en poder nuclear entre los dos principales antagonistas.
Por estúpidos y miopes que fueran los dirigentes de esos países, no estaban tan ciegos como para no darse cuenta de que una guerra nuclear significaría la destrucción total de ambas partes y, posiblemente, de toda la raza humana. Esta doctrina se conocía por las siglas en inglés MAD (Destrucción mutua asegurada) que significa literalmente loco.
Sin embargo, con la caída de la Unión Soviética, el mundo entró de repente en un periodo nuevo y altamente inestable. Las relaciones entre las potencias se volvieron cada vez más imprevisibles.
En un principio, todo parecía tranquilo. Se suponía que el final de la Guerra Fría marcaría el comienzo de un nuevo periodo de paz y prosperidad en el mundo. Una vez terminada la carrera armamentística, se nos aseguró que habría un llamado «dividendo de la paz», en el que el derrochador gasto en armamento sería sustituido por inversiones productivas útiles.
Un enfrentamiento directo entre grandes potencias se consideraba una probabilidad negligible. Esto liberó vastos recursos: los ejércitos de todo el mundo (no sólo en Europa) se redujeron y centraron su atención en cosas como la contrainsurgencia, que no exigía un gasto público significativo.
Pero la euforia no duró mucho.
La OTAN emprendió una marcha implacable hacia el Este, violando las promesas que se habían hecho repetidamente a los rusos de que no se extendería más allá del territorio de Alemania Oriental. Fue la amenaza de incluir a Ucrania en la OTAN la gota que colmó el vaso y provocó el sangriento conflicto actual en ese trágico país.
Ahora la rueda ha dado una vuelta completa. Una vez más, la amenaza de una guerra nuclear se sitúa en el orden del día. Pero esto no significa necesariamente que la guerra sea inevitable, ni siquiera probable.
Parece que, a pesar de todo, aún no se ha llegado a una decisión definitiva. Se están celebrando frenéticas negociaciones en Washington, donde, como hemos visto, existen serias dudas sobre todo este asunto. Los belicistas tienen prisa porque temen que, si Trump gana las elecciones en noviembre, podría decidir abandonar Ucrania por completo, e incluso, posiblemente, salirse de la OTAN.
Parece más que probable que los estadounidenses intenten todo tipo de artimañas diplomáticas para salir de este dilema. Tengo entendido que ahora han presentado a los ucranianos una larga lista de preguntas, solicitando aclaraciones sobre cuáles son sus intenciones precisas para el uso de estos misiles, en caso de que se conceda el permiso.
A la pregunta de si Estados Unidos permitiría que las armas que suministra se utilizaran para atacar objetivos en el interior de Rusia, Blinken respondió que todo uso de armas debía ir unido a una estrategia.
Dijo que uno de los objetivos de la visita de esta semana: «es escuchar directamente de los dirigentes ucranianos, incluido… el Presidente Zelenskyy, cómo ven exactamente los ucranianos sus necesidades en este momento, hacia qué objetivos, y qué podemos hacer para apoyar esas necesidades».
La dificultad estriba en que Zelensky y sus compinches no tienen absolutamente ninguna respuesta a estas preguntas. Están cada vez más impacientes y frustrados por lo que consideran titubeos en Washington. Por eso Zelensky estaba tan interesado en reunirse con Joe Biden, con la esperanza de que las cosas volvieran a ponerse en marcha.
Si lo consigue o no, es una cuestión de especulación. La enmarañada red de intrigas y contra intrigas que se hace pasar por diplomacia en Washington nunca es fácil de entender. Pero en el pasado, los estadounidenses han tendido a decir inicialmente que no a las demandas ucranianas, para luego cambiar de opinión y finalmente capitular ante ellas.
La cola sigue moviendo al perro.
Decidan lo que decidan, no supondrá ninguna diferencia fundamental ni en el curso de la guerra en Ucrania ni en su resultado final.
Sin embargo, como pueden ver, los belicistas nunca están satisfechos. Continuarán su peligroso y temerario curso hasta el amargo final, y el pueblo llano pagará la factura en su totalidad.
Es deber fundamental de los comunistas y de todos los trabajadores y jóvenes avanzados luchar contra la guerra y el imperialismo. Está en juego el destino del mundo entero y de la propia humanidad.
La Internacional Comunista Revolucionaria ha llamado a una amplia campaña internacional para luchar contra el militarismo y el imperialismo. A cualquiera que se tome en serio acabar con la guerra, el militarismo y el imperialismo, ya sea un individuo o una organización, le decimos: trabajemos juntos, ¡es el momento!
El capitalismo debe morir para que la humanidad pueda vivir.
¡Abajo los belicistas!
¡Dejen de apoyar a Israel y Ucrania! ¡Cese inmediato de toda ayuda y armas a los belicistas reaccionarios Netanyahu y Zelensky!
¡Abajo la OTAN y el imperialismo norteamericano, principal causa de guerras e inestabilidad en el mundo actual!
No al despilfarro en armamento. ¡Por un programa de obras públicas útiles!
Más viviendas, escuelas y hospitales; ¡no bombas, misiles y otros medios de destrucción!
Luchemos por la expropiación de los banqueros y capitalistas cuya ambiciosa codicia por los beneficios es causa constante de guerras y crisis.
Por un plan de producción socialista armonioso, basado en la satisfacción de las necesidades humanas, no en los beneficios de unos pocos y sus guerras reaccionarias.
Lucha por un mundo socialista libre de la lacra de la pobreza, la explotación, las guerras y la opresión.
El 24 de agosto, Pavel Durov, multimillonario ruso propietario de la aplicación de mensajería encriptada Telegram, fue detenido por la policía francesa. Interrogado durante cuatro días, ayer fue trasladado a un tribunal y acusado de todos los cargos. Ahora, a la espera de juicio, ha quedado en libertad bajo fianza de 5 millones de euros, debe visitar a la policía francesa dos veces por semana y se le ha impedido salir de Francia. También hay una orden de detención contra su hermano, cofundador de Telegram.
[Nota: desde que se escribió este artículo el 2 de septiembre, Telegram ha anunciado una serie de cambios a su servicio que parecerían indicar que Durov, bajo enorme presión judicial, llegó a algún tipo de acuerdo con las autoridades francesas]
Esta medida increíblemente audaz de las autoridades francesas se ha presentado como una operación rutinaria de ciberdelincuencia contra la proliferación de pornografía infantil y otras actividades nefastas. El propio Macron ha asegurado que la detención «no es política».
Pero la idea de que una pequeña oficina del Ministerio de Justicia persiga unilateralmente al «Mark Zuckerberg» de Rusia, que resulta ser el guardián de las comunicaciones privadas de casi mil millones de personas, es irrisoria.
Al contrario: se trata de un ataque político sin precedentes y escandaloso contra la libertad de expresión y la privacidad de las comunicaciones. El objetivo del Estado francés y sus aliados es acceder a la ingente cantidad de información de los usuarios de Telegram, sentar un precedente legal y enviar el mensaje de que cualquier servicio de mensajería que no permita a la policía secreta husmear en sus contenidos será castigado con todo el peso de la ley.
¿Complicidad?
A Durov se le ha imputado una letanía de cargos escandalosos, que incluyen venta de drogas, fraude y posesión de pornografía infantil. Sin embargo, ninguno de estos delitos ha sido cometido por el propio Durov. Más bien se le acusa de ser cómplice de todas las fechorías que han tenido lugar en su plataforma.
Esto es claramente ridículo, igual que sería ridículo acusar a Johannes Gutenberg de toda la basura que se imprime en papel. En realidad, los delitos de complicidad son un asunto secundario para la policía francesa. Muchos criminales ricos, y facilitadores del crimen, han disfrutado de estancias en Francia sin problemas.
El gobierno de Macron ha agasajado a tiranos de todo el mundo, incluidos carniceros saudíes y criminales de guerra israelíes. La policía francesa ciertamente no tuvo problemas con la «complicidad» de Durov cuando, en 2018, fue invitado personalmente a una cena privada con Macron, quien le pidió que trasladara la sede de Telegram a París.
La verdadera importancia de la detención está señalada por los siguientes cargos, que se mezclan entre la cortina de humo de acusaciones escandalosas:
«Negativa a comunicar, a petición de las autoridades competentes, información o documentos necesarios para la realización y el funcionamiento de las interceptaciones permitidas por la ley» y «Prestación de servicios de criptología destinados a garantizar la confidencialidad sin Declaración certificada» [el subrayado es mío].
A principios de este año, Europol, la agencia policial de la UE, planteó el caso de forma más contundente y emitió una declaración en la que exigía que se prohibiera el cifrado de extremo a extremo y que los monopolios tecnológicos incorporaran puertas traseras en sus sistemas para que las empresas y la policía pudieran controlar sus datos. Esto es realmente de lo que se trata esta detención.
Telegram
Este ataque es sólo el más reciente y audaz de los intentos de varios gobiernos, por las buenas o por las malas, de hacerse con los datos en poder de Durov.
Durov y su hermano fundaron inicialmente VKontakte, un equivalente ruso de Facebook, en 2006. A partir de 2011, en medio de las protestas contra el régimen ruso, recibieron presiones para revelar la identidad de los manifestantes al FSB y vender la plataforma a un oligarca leal a Putin. Lo mismo ocurrió durante el movimiento Maidan de 2013-2014, en el que, al negarse, Durov vio allanada su casa y fue obligado de hecho a vender VKontakte al régimen. Fue despedido como director general de la empresa y huyó de Rusia.
En 2013, tras la filtración de Edward Snowden de que Microsoft, Google, Apple y otros monopolios tecnológicos habían concedido acceso por la puerta trasera a los servicios de inteligencia estadounidenses, Durov fundó Telegram, una plataforma de mensajería segura.
Telegram creció rápidamente hasta convertirse en una de las aplicaciones de mensajería más populares del planeta y atrajo la ira de gobiernos de todo el mundo. En 2017, Durov sufrió el hackeo de su teléfono en una operación conjunta de Francia y Emiratos Árabes Unidos (es ciudadano de ambos países), e informa de que es recibido constantemente por agentes del FBI en el aeropuerto, intentando obtener su cooperación. Debido a su constante negativa a entregar información, Telegram ha sido prohibido (temporal o permanentemente) en 31 países desde 2015.
Pero Telegram es popular precisamente porque hasta ahora ha resistido estas presiones. En la actualidad, Telegram cuenta con 950 millones de usuarios activos mensuales, frente a los 500 millones de 2021. Es un punto ciego en el vasto aparato de vigilancia de las clases dominantes del mundo y, como resultado, la plataforma se ha convertido en un refugio para aquellos que quieren comunicarse de forma segura.
Junto a narcotraficantes, pornógrafos, Zelensky, Hamás e, irónicamente, el gabinete francés, Telegram ha sido un medio clave de organización de protestas y movimientos revolucionarios en Hong Kong, Irán, Tailandia y Bielorrusia, entre otros.
En Ucrania, Telegram se ha convertido en una fuente de noticias para al menos el 70% de la población. La plataforma es la principal fuente de información actualizada sobre el campo de batalla, información que no coincide necesariamente con el coro de la propaganda occidental. Incapaz de controlar el flujo de información, el gobierno ucraniano ha atacado públicamente a Telegram , y el año pasado incluso amenazó con prohibirlo por completo.
Telegram es, por tanto, uno de los tesoros de información más jugosos del mundo, información que todas las potencias imperialistas tienen interés en asegurarse, tanto por motivos ofensivos como defensivos. Si algún gobierno consiguiera acceder a las claves de cifrado y descifrara esta hucha -lo que requeriría la cooperación de Durov-, sería un arma enorme en manos de sus servicios de inteligencia, que podrían utilizar para espiar, comprometer o decapitar a cualquier organización opositora que utilizara la plataforma.
Es una perspectiva tan tentadora que ha llevado a la «democrática» Francia a cometer una violación tan descarada de la democracia.
Este acto no es un hecho aislado. Tras la detención de Durov, la UE y la India han revelado que están iniciando sus propias investigaciones sobre la plataforma.
Sería extremadamente sorprendente que la inteligencia estadounidense no tuviera algo que ver con esto. La Agencia Nacional de Seguridad [NSA], las orejas del imperialismo estadounidense, controla un vasto aparato mundial de vigilancia que, a partir de 2021, se reveló que apuntaba directamente a más de 230.000 individuos y organizaciones, y recopilaba cientos de millones de comunicaciones, extranjeras y nacionales.
Como es sabido, las filtraciones de Snowden de 2013 revelaron que la NSA había llegado a acuerdos secretos con monopolios tecnológicos para espiar el tráfico que pasa por sus plataformas, dando a la inteligencia estadounidense acceso ilimitado a la mensajería «privada» en Whatsapp, Instagram, IMessage y Facebook. Pero los usuarios de Telegram han quedado fuera de su alcance. Un documento filtrado del FBI de 2021 que desglosa a qué puede acceder legalmente la agencia de cada plataforma de mensajería muestra que Telegram es la más opaca. Por lo tanto, y especialmente por su valor para el imperialismo ruso, comprometer Telegram es de especial interés para Washington.
Represión de la libertad de expresión
Hoy en día, Internet, y en particular las redes sociales, desempeñan un papel importante en la facilitación de la lucha de clases, como bien entiende la clase dominante. Es un medio sin precedentes de comunicación instantánea y global que puede utilizarse como herramienta para informar, reunir y coordinar a grandes masas de personas, como se ha visto desde la Primavera Árabe hasta Kenia y Bangladesh más recientemente, donde esos gobiernos cerraron Internet precisamente para bloquear esta vía de comunicación. En consecuencia, se ha convertido en un importante objetivo de la represión gubernamental. En los últimos cinco años, 30 países diferentes han desconectado Internet 191 veces durante protestas.
Sin embargo, el actual asalto a la libertad de expresión no se limita al mundo digital. Activistas propalestinos de toda Europa y América han sido objeto de un aluvión de ataques escandalosos por parte del Estado.
Recientemente, Richard Medhurst, periodista propalestino con muchos seguidores en X/Twitter, fue sacado a rastras de un avión, detenido por la policía británica y retenido en condiciones humillantes durante 24 horas. Grabado todo el tiempo, se le negó el derecho a una llamada o a conocer el motivo de su detención. Para aumentar el carácter orwelliano del atentado, Medhurst había reservado su billete de avión el mismo día, lo que implica que estaba siendo vigilado y directamente perseguido. Es el primer periodista acusado en virtud del artículo 12 de la Ley de Terrorismo del Reino Unido.
Asimismo, en 2023, el editor francés de izquierdas Ernest Moret fue detenido cuando se dirigía a la Feria del Libro de Londres. En un ataque que revela la escandalosa cooperación de las policías británica y francesa para acosar a los disidentes políticos, Moret fue detenido en virtud de la legislación antiterrorista por su participación en las protestas francesas contra la reforma de las pensiones (que eran perfectamente legales). Se le interrogó sobre si apoyaba a Macron, se incautaron su teléfono y su ordenador portátil durante más de 10 semanas y se descargó su tarjeta sim. En este caso, la policía británica se vio obligada a disculparse y a pagar 500.000 libras de indemnización.
Pero esta disculpa es una excepción a la regla. Innumerables manifestantes, periodistas y estudiantes han sido acosados, intimidados o encarcelados en los últimos meses, incluidos comunistas de la ICR.
Al igual que la victimización de Snowden, Assange y Manning, todo ello forma parte de una campaña de persecución política. Bajo el pretexto de la lucha contra el terrorismo y la delincuencia, los policías de las potencias imperialistas «democráticas» están golpeando y amenazando a todos aquellos lo suficientemente audaces como para oponerse a sus atrocidades en el país y en el extranjero.
Los comunistas y la libertad de comunicación
No sentimos especial simpatía por Pavel Durov, un multimillonario excéntrico. Sin embargo, su mérito es que, sea cual sea su motivación, haya mantenido su integridad frente a la intrusión de las agencias de inteligencia de todo el mundo.
El carácter personal de Pavel Durov es totalmente secundario. Su verdadero delito es negarse a ayudar al Estado francés y a sus amigos a espiar a los usuarios de Telegram. En realidad, el caso se reduce a si el Estado debe tener derecho a espiar las comunicaciones de particulares en un foro privado.
Nosotros, como comunistas, nos oponemos inequívocamente a la detención de Durov, que se burla completamente de la libertad de comunicación. Una auténtica democracia garantizaría el derecho de organización, expresión y publicación sin la vigilancia de la policía secreta.
Pero, ¿cómo puede garantizar esto la «democracia», es decir, la democracia capitalista, cuando la vida privada de casi mil millones de personas está ahora a merced de la integridad de un solo hombre? Cuando los medios de comunicación están en manos de capitalistas individuales, la auténtica libertad de expresión siempre estará limitada por sus intereses privados, que, en general, se solapan con los del Estado, como demuestra la capitulación de la mayoría de los multimillonarios tecnológicos ante la NSA.
Los «demócratas» burgueses presentan el comunismo como la antítesis de la libertad de expresión. Pero bajo el capitalismo la libertad de expresión siempre está amenazada. No es una garantía, sino una herramienta que nos pueden arrebatar cuando sea necesario. En el contexto de la crisis mundial del capitalismo y de una marea creciente de lucha de clases, los defensores de la clase capitalista prescinden cada vez más de sus herramientas democráticas en favor de la mordaza y la porra.
En última instancia, ninguna aplicación, por muy segura que pretenda ser, puede garantizar una auténtica libertad de expresión. La única garantía real sería un mundo sin NSA, GCHQ, gigantes tecnológicos multimillonarios y Estados con interés en acabar con la disidencia para mantener la libertad de una minúscula minoría adinerada para explotar al resto de la humanidad. Es decir, el comunismo.
El lanzamiento de la Internacional Comunista Revolucionaria (ICR) el pasado mes de junio, fue un gran acontecimiento que ha provocado importantes expectativas en miles de revolucionarios de todo el mundo. Las diferentes secciones nacionales de la ICR están creciendo a buen ritmo, y lo harán más a lo largo de los meses venideros. La reacción histérica de algunos medios de comunicación burgueses al relanzamiento de nuestras secciones como organizaciones comunistas revolucionarias, en países como EEUU, Gran Bretaña, Suiza, Dinamarca, y otros, nos reafirma en que vamos por buen camino.
Desafortunadamente, algunos de la llamada “izquierda revolucionaria” no están felices con estos avances de la ICR. Con la mentalidad de pequeños tenderos enfadados por el miedo a la competencia, se dedican a lanzar todo tipo de fango, falsedades y tergiversaciones sobre nuestra Internacional con la esperanza de que eso melle de alguna manera nuestro desarrollo. Les auguramos un rotundo fracaso en sus intentos.
Recientemente, tuvimos conocimiento de un artículo de este espécimen escrito por Nathaniel Flakin, dirigente de un minúsculo grupo de EEUU llamado “Left Voice”. Este grupo forma parte de una corriente internacional llamada Fracción Trotskista-Cuarta Internacional (FT-CI), que Flakin proclama, ni más ni menos, como “el proyecto trotskista más grande y exitoso del mundo”. Su principal referente es el Partido de los Trabajadores Socialistas (PTS), de Argentina.
El artículo es un ataque vitriólico contra la Corriente Marxista Internacional (CMI) –que fue refundada como ICR en su conferencia constitutiva de junio– en la mejor versión de la amalgama estalinista: miente, inventa, tergiversa y calumnia sobre nuestra historia y nuestras posiciones políticas, en casi cada una de sus frases ¡un logro realmente notable! Por supuesto, en el 90% de sus afirmaciones mentirosas y de medias verdades, nuestro amigo Nathaniel Flakin no se molesta siquiera en adjuntar un enlace a nuestras páginas web para que el lector pueda comprobar por sí mismo la veracidad de sus aseveraciones. ¿Para qué dejar que los hechos estropeen una buena historia? Y en los casos, escasísimos, donde se molesta en hacerlo se trata de artículos sueltos escritos hace 15 o 20 años, fuera de todo contexto y de la realidad actual.
El camarada Flakin, “revisando” nuestra historia, nos acusa en su artículo de socialdemócratas, centristas, oportunistas, proimperialistas, “jaleadores” de Chávez, de apoyar a gobiernos burgueses en Venezuela, México y Bolivia y, lo más sorprendente, de “antipalestinos” (!!). Por alguna razón, dedica una parte sustancial de su artículo a acusarnos de tener como una actividad principal ¡la defensa de los “sindicatos policiales”! Vamos, que la Corriente Marxista Internacional (CMI) antes, y la ICR ahora, son lo peor de lo peor y ninguna persona sensata debería acercarse a nosotros. La única acusación contra la CMI que le ha faltado a nuestro chistoso amigo Flakin es que hayamos organizado el asesinato de Rosa Luxemburgo, del “Che” Guevara, y quién sabe si hasta de Jesucristo.
Para hacerle justicia a Nathaniel, debemos decir que no hay nada nuevo en la mayoría de estas “acusaciones” que no nos hayan lanzado montones de grupos ultraizquierdistas y pseudotrotskistas, con monótona regularidad durante décadas. Gran parte de ellas ya fueron respondidas extensamente por Alan Woods hace 20 años en un ataque similar protagonizado por el Partido Obrero de Argentina, que los lectores pueden leer para comparar.
La verdad es que a Flakin y a la FT-CI no les mueve ninguna pretensión de polemizar honestamente con la ICR sobre diferencias programáticas y políticas, ni elevar el nivel político de su militancia y de la discusión. Por el contrario, solo les mueve el rencor y tratar de desacreditar a la ICR con todo tipo de afirmaciones escandalosas por la simple razón de que ven en ella, y por muy buenas razones, a un adversario político formidable. Es seguro que muchos de los buenos y dedicados militantes de su organización están formulando dudas y preguntas a sus dirigentes sobre la ICR y su desarrollo en muchos países. Y la dirección solo puede proporcionarles una catarata de insultos hacia la ICR. Estas no son muy buenas credenciales para una organización que se reclama marxista revolucionaria y dice luchar por la revolución socialista mundial.
Para responder adecuadamente a la cantidad de desatinos y tergiversaciones lanzados por Flakin, necesitaríamos escribir todo un libro, pero no podemos desperdiciar nuestro tiempo ni aburrir al lector. Aun así, lamentablemente, nuestra respuesta debe ser necesariamente algo más extensa que las 3100 palabras que nos ha dedicado el compañero Nathaniel. Mentir en una frase solo ocupa 6 o 7 palabras, pero responder a cada mentira y falsificación ocupa unas cuantas palabras más. De cualquier modo, y este es el principal motivo que nos ha animado a responder a Flakin, queremos aprovechar esta polémica para pasar revista al “proyecto trotskista más grande y exitoso del mundo” que dicen representar la FT-CI y el PTS argentino, con la diferencia metodológica respecto a la empleada por Nathaniel y la FT-CI, de citar honestamente y adjuntar los enlaces a su web de las posiciones que someteremos a crítica.
Y es por aquí por donde vamos a comenzar.
“El proyecto trotskista más exitoso del mundo”
Nuestro amigo Flakin, que acusa en su artículo a Ted Grant (dirigente histórico de la CMI) y a Alan Woods (dirigente de la ICR) de “maestros de lo autoproclamatorio”, no tiene ningún empacho en afirmar que: “En Argentina, el PTS y el FIT–U[1] representan el proyecto trotskista más grande y exitoso del mundo”. Si esto no es el pináculo de la autoproclamación, no sabemos qué puede ser tal cosa. En su entusiasmo, el compañero Flakin declara orgulloso que el FIT-U consiguió 700.000 votos en las últimas elecciones presidenciales del pasado mes de noviembre de 2023. Para medir lo “grande y exitoso” de este proyecto es necesario apuntar su porcentaje de voto, que fue exactamente ¡el 2,7%!, un dato que olvidó mencionar nuestro amigo Nathaniel. Este bajísimo porcentaje de voto destaca todavía más porque en Argentina el FIT-U era la única lista de izquierda (reformista o revolucionaria) que se presentaba a estas elecciones, y por lo tanto no tenía competencia en ese campo.
Tampoco este caudal de votos es una novedad. Ya en 2005 –¡hace prácticamente 20 años!– la suma de votos que consiguieron por separado los actuales partidos que conforman el FIT-U fue de 670.000, casi los mismos que ahora, pese al importante incremento experimentado por el padrón electoral desde entonces. Con altibajos, este porcentaje de votos (un 2%-4%) es el que ha venido consiguiendo el FIT desde su formación en 2011. Una excepción, que podía haber marcado una ruptura clara con este estancamiento de décadas, fue el resultado del FIT-U en las elecciones legislativas argentinas de 2021, cuando consiguió 1,28 millones de votos y el 5,41%. Pero el compañero Flakin, extrañamente, se cuida de aportar esta información en su artículo laudatorio hacia el PTS y el FIT-U. Sí, es muy extraño, ya que parece un resultado muy destacable que habría que gritar a los cuatro vientos ¿Por qué lo calla, entonces, nuestro querido Nathaniel? Por una razón muy conveniente: porque tendría que explicar cómo es posible que sólo dos años más tarde, en medio del completo descrédito del kirchnerismo y de la derecha tradicional argentina, y en medio de la mayor crisis social desde el Argentinazo, el FIT-U perdiera 500.000 votos en las últimas elecciones legislativas de 2023, una reducción del 40% de los votos conseguidos dos años antes. Claro, para explicar esto habría que ser honesto con los hechos y los datos, y decir la verdad a la cara, algo que está muy lejos de las pretensiones del compañero Flakin, tanto en esto como en todo lo demás.
Por supuesto, los dirigentes del PTS y del FIT-U no hicieron ninguna autocrítica por estos malos resultados, y lo atribuyeron todo a la “polarización”, “el miedo a Milei” y demás lugares comunes para salvar el prestigio de sus dirigentes.
Flakin ensalza los 5 diputados nacionales conseguidos por el FIT-U en el parlamento argentino, pero olvida mencionar que en Argentina la cámara de diputados renueva la mitad de sus bancas cada dos años y el FIT-U tuvo la suerte de que ninguno de sus 4 diputados conseguidos en 2021 tuviera que renovar su banca en las elecciones de 2023. Simplemente, añadió un diputado más en las elecciones de octubre pasado. Pero si hubiera tenido que renovar los otros 4 diputados, dado que su voto se desplomó, con seguridad habría perdido la mitad de su representación.
A nosotros no nos extraña el mal resultado del FIT-U en las últimas elecciones. A espaldas de la ardiente realidad social, su dirección diseñó una campaña electoralista con consignas políticas y economicistas insulsas y rutinarias, tales como: “Levanta la izquierda” (sic), “Contra el ajuste de los candidatos del FMI”, por más salario mínimo y jubilaciones, etc., cuando se requerían consignas de clara ruptura con el régimen para conectar con el ambiente de rabia que había en amplias capas de la clase obrera y de la juventud. En contraste, el equipo de campaña del ultraderechista Milei entendió mucho mejor la situación, lanzando mensajes simples y demagógicos, pero contundentes, que conectaban con este ambiente: “Vota contra la casta” (que copió de Podemos en España) o “Por un país donde los honestos, los que se rompen el lomo trabajando salgan ganando”, o “que nadie viva de tu trabajo”, etc., apelando ambiguamente por igual a la pequeña burguesía y a los trabajadores.
La izquierda argentina, por sus errores sectarios, no ha sido capaz de ser visualizada como una alternativa relevante a tener en cuenta. Fuente: La Izquierda Diario
La verdad debe ser dicha. La campaña del FIT-U careció de conexión con el gran drama social existente en el país. No querían mostrar un cariz excesivamente radical que supuestamente redujera sus expectativas de voto, cuando lo contrario era la verdad. Ante capas amplias de trabajadores y jóvenes lo que se demandaba era una posición radical de rechazo claro al régimen existente. El FIT-U fracasó en mostrar esta alternativa. Su mojigatería electoralista les pasó factura.
Flakin se molesta porque “la CMI plantea vagas críticas al FIT–U, acusándolo de ‘deriva parlamentarista’”. Pero nuestra crítica no es vaga, sino muy precisa, y está totalmente justificada. El colofón de esta deriva parlamentarista es la consigna que corona desde hace años el programa del FIT-U:
“Contra los pactos a espaldas del pueblo para ajustar y entregar el país, luchamos por imponer la institución más democrática concebible dentro de este régimen político: una Asamblea Constituyente. No como la de 1994 ni la de Jujuy, sino una Libre y Soberana, que exprese verdaderamente la voluntad popular y donde se debatan los grandes problemas nacionales, desde las leyes e instituciones que nos gobiernan hasta los derechos sociales y económicos” (negritas en el original).
Pero, vamos a ver, una Asamblea Constituyente no es más que un parlamento burgués que, como el mismo PTS reconoce, se ubica “dentro de este régimen político” capitalista, y cuyo cometido es elaborar una Constitución para el país. Los adjetivos “Libre” y “Soberana”, añadidos para impresionar, no cambian su naturaleza. Así, para llevar adelante el supuesto programa socialista del FIT-U no haría falta el poder obrero, la toma del poder por la clase obrera, sino –fíjese el lector– el parlamento burgués “más democrático concebible”, como si pudiese existir un capitalismo más amable y democrático que el actual régimen capitalista argentino. Claro –dicen– sería una Asamblea Constituyente diferente de las anteriores –“no como la de 1994” que fue convocada por el entonces presidente Carlos Menem– sino otra más bonita y democrática que solo existe en la imaginación de los dirigentes del PTS y del FIT-U. Si esto no es una “deriva parlamentarista”, puro cretinismo parlamentario, ¿qué puede ser? Y el paladín del “trotskismo más exitoso del mundo”, nuestro amigo Flakin, tiene el desparpajo de acusar a la ICR de “posiciones oportunistas”.
Por cierto, los dirigentes del PTS dicen que luchan por “imponer” esa Asamblea Constituyente ideal ¿Cómo piensan hacerlo? No lo dicen ¿Acaso con una insurrección popular, una suerte de nuevo Argentinazo? Pero si ese fuera el caso, si la clase trabajadora argentina y demás sectores populares oprimidos, acumularan tal fuerza y energía para desmantelar el actual sistema parlamentario burgués corrupto y desprestigiado ¿Por qué fijarse como objetivo “imponer” un nuevo parlamento burgués? ¿Por qué no elevar el horizonte de las masas oprimidas que se lanzan a la lucha revolucionaria hacia el “poder obrero y popular”?
Hablemos claro, este confusionismo programático no es casual ni un malentendido, es la posición de una organización que elude plantear ante la clase obrera la tarea central revolucionaria, porque – fíjense ustedes – hablar de poder obrero no da votos entre las capas más conservadoras de la clase. En lugar de utilizar la lucha parlamentaria para agitar ante capas amplias sobre la necesidad de expropiar a los ricos y de que los trabajadores tomen el control de la sociedad, se sacrifica esto último con el fin de conseguir unas pocas bancas en el parlamento rebajando el programa socialista y el horizonte revolucionario de lucha de la clase trabajadora.
Para decir toda la verdad, el fracaso electoral del FIT-U va más allá de aspectos programáticos, consignas y campañas. En realidad, sus resultados electorales son solo un reflejo de sus débiles raíces en la clase trabajadora argentina por el fracaso de sus métodos sectarios en relación a los movimientos de masas en Argentina, que se encolumnan mayoritariamente, guste o no, alrededor del heterogéneo movimiento peronista.
Lo que deben reflexionar los dirigentes del FIT-U y los abnegados militantes de los partidos que lo componen es por qué, pese a las décadas de rica experiencia de la clase obrera argentina, que incluye explosiones revolucionarias, huelgas colosales, levantamientos populares, períodos de reflujo y desmoralización, boom económico, catástrofes económicas, destrucción de partidos tradicionales y centenarios, surgimiento explosivo de otros nuevos, etc., la izquierda revolucionaria argentina no ha sido capaz de ser visualizada como una alternativa relevante a tener en cuenta, aunque sólo sea por el hecho de que en Argentina no existe nada comparable a los partidos de izquierda reformista de masas que vemos en otros países de América Latina y Europa y, por tanto, no tienen competencia en ese campo. La razón de este fracaso es el sectarismo y la incapacidad orgánica de sus dirigentes de comprender la táctica del frente único con las masas de carne y hueso que componen la clase trabajadora de este país; es decir, su incapacidad para tender la mano a los millones que siguen o se organizan alrededor de las organizaciones de masas (sean peronistas, reformistas, u otras) para golpear juntos por los intereses comunes de la clase obrera y contra el enemigo de clase; al mismo tiempo que mantienen su independencia política y programa revolucionario, y su libertad de critica a las direcciones de esas organizaciones.
El FIT-U y el kirchnerismo
Flakin se cree muy gracioso cuando afirma sin sonrojarse que: “Tan solo hace una década, Woods llamaba a los marxistas argentinos a unirse a la coalición progresista burguesa de Néstor y Cristina Kirchner”. Estaríamos encantados de que Flakin o sus amigos en Argentina nos hicieran saber cuándo, dónde, en qué escrito o discurso, hizo Alan Woods esa recomendación. Nos quedaríamos esperando eternamente, porque es una pura invención de la mente febril de Flakin, como todo lo demás. Lo que Alan Woods y la CMI recomendaron a la izquierda argentina era que debía desarrollar políticas de frente único para conectar con la clase obrera cuya mayoría aplastante apoyaba al kirchnerismo. Lamentablemente, nuestro consejo cayó en oídos sordos.
La realidad fue que, en el período de los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández, la izquierda representada por los partidos que componen el FIT-U apareció ante los ojos de amplias capas de la población, de la mano de la derecha. Y no han podido desembarazarse todavía de ese estigma ante los ojos de muchos trabajadores. Sí, el kirchnerismo[2] tenía en ese momento una dirección burguesa, pero de un carácter peculiar. Surgido tras la resaca del Argentinazo –el estallido revolucionario popular de 2001-2002– el kirchnerismo (Néstor Kirchner fue elegido presidente del país en 2003) se presentaba con un perfil socialdemócrata e interclasista que, aunque salvaguardaba los intereses de conjunto de la burguesía, se apoyaba en las masas de la clase obrera para intentar disciplinar los apetitos más depredadores del capitalismo argentino a fin de conjurar nuevas explosiones sociales. Esto lo obligó a hacer importantes concesiones en materia económica (reestatizando el sistema de jubilación y empresas como la petrolera YPF, etc.), en derechos sociales (subsidios por hijo a familias pobres, subsidios a la energía y el transporte, etc.) y en el terreno democrático (juzgando a los genocidas del proceso militar de 1976-1983, ley de medios de comunicación antimonopolista, etc.). Al tratar de equilibrarse entre la clase trabajadora y la clase dominante –ora girando hacia la una, ora girando hacia la otra– nunca fue un gobierno cómodo para la burguesía argentina, que tenía sus propios partidos en quien confiar (la radicales, la derecha peronista, el PRO de Macri, etc.).
La izquierda le entregó al kirchnerismo el monopolio de la resistencia contra la derecha. Fuente: BBC
Lo llamativo es que la izquierda que hoy se encuadra en el FIT-U, se negó a dar un apoyo crítico a ninguna de aquellas medidas que suponían un avance social o democrático, apareciendo en el mismo coro de la derecha en contra de las mismas. En su razonamiento obtuso, pensaban que si daban algún tipo de apoyo crítico a estas reformas progresistas, eso incrementaría la autoridad del gobierno kirchnerista. En realidad, eso les habría ayudado a deslindar de la derecha y les habría conferido autoridad para ganar el oído de un sector de la clase obrera afín al kirchnerismo para mostrar las insuficiencias de éste y la necesidad de una alternativa de clase al nacionalismo pequeñoburgués argentino que aquél representaba.
En ese periodo, el gobierno de Cristina Fernández (esposa de Kirchner y su sucesora como presidenta del país entre 2007 y 2015) sufrió un acoso brutal por parte de la derecha y sus medios de comunicación que buscaban activamente su derrocamiento, con la movilización reaccionaria de la pequeña burguesía en su contra. Lamentablemente, en dicho lapso, la izquierda apareció a los ojos de amplias masas posicionándose con el enemigo de clase. Tal fue la vergonzosa conducta de dos de los partidos que integran hoy el FIT-U, Izquierda Socialista (IS) y el Movimiento Socialista de los Trabajadores (MST) que, como reconoce el mismo PTS, formaron un bloque con la derecha y los terratenientes de la Sociedad Rural, participando notoriamente en sus movilizaciones reaccionarias durante 2008 en contra de los impuestos de exportación a los productos agrícolas. Los otros dos partidos del FIT-U, PTS y Partido Obrero, mantuvieron una cómoda equidistancia, en lugar de denunciar en primer lugar a los terratenientes de la Sociedad Rural y las maniobras reaccionarias de la derecha. Pero el comportamiento más desafortunado se dio en los años 2012-2014, cuando la izquierda argentina se unió de manera entusiasta a los paros y huelgas generales de los sectores de la burocracia sindical desafectos con el gobierno que, o bien perseguían sus propios intereses de casta (CGT de Moyano y CTA de Micheli) o estaban ligados abiertamente a la derecha (CGT de Barrionuevo), con el único fin de debilitar al gobierno de Cristina Fernández y provocar su caída. En ninguno de estos paros, en absolutamente ninguno, se plantearon reivindicaciones dirigidas a los empresarios privados. Todos estos paros fueron apoyados abiertamente por la derecha y la patronal terrateniente, la Sociedad Rural.
De esta manera, la izquierda le entregó al kirchnerismo el monopolio de la resistencia contra la derecha y éste pudo construir así su épica “antioligárquica”, mientras la izquierda se desprestigiaba.
El gran drama en Argentina es que la izquierda revolucionaria, con sus errores sectarios, fue incapaz de construir por anticipado un puente hacia los trabajadores kirchneristas. Eso le habría permitido ganar para las ideas del marxismo a miles de trabajadores y jóvenes de entre sus capas más avanzadas tras el descrédito y el inevitable fracaso del kirchnerismo. En cambio, hoy, permanece aislada y sigue siendo vista con escepticismo por la mayoría de la clase trabajadora de este país.
El FIT-U: una bolsa de gatos
En realidad, el FIT-U es un ejemplo poco inspirador de lo que debe ser un frente único genuino de organizaciones revolucionarias. Si algo ha caracterizado a la izquierda “trotskista” argentina han sido sus peleas y ataques mutuos despiadados durante décadas que han llevado el fastidio y el escepticismo a amplias capas de trabajadores que se acercaban a ella. La propia formación del FIT-U no tuvo nada que ver con una genuina política de frente único que tuviera en cuenta los intereses de la clase obrera argentina. Durante años, las campañas electorales eran una manera que tenían los diferentes partidos y grupos “trotskistas” de “hacer caja”, para financiar sus aparatos y actividades, ya que el Estado argentino abona dinero a los partidos y coaliciones electorales por cada voto recibido y diputado conseguido. Fue la reforma electoral de 2011 del entonces gobierno de Cristina Fernández, con la instauración de las elecciones primarias simultáneas y obligatorias (PASO) que imponía a cada partido o coalición conseguir al menos el 1,5% de los votos para poder presentarse a las elecciones, lo que obligó al PTS y demás partidos que ahora conforman el FIT-U a coaligarse para alcanzar conjuntamente ese 1,5%, si querían tener la posibilidad de presentarse a las elecciones. No les movieron los intereses de la clase obrera para unirse, como proclaman pomposamente, sino sus intereses de aparato.
La campaña del FIT-U careció de conexión con el gran drama social existente en Argentina. Fuente: FIT-U
Lo realmente cómico es que la ferocidad de los ataques mutuos entre los partidos que conforman el FIT-U no cesó ni un minuto tras su formación, y continúan. Así, en la campaña de las PASO en agosto de 2023, para elegir los cabezas de lista del FIT-U para las elecciones de octubre de ese año, se presentaron dos listas enfrentadas. Aquí Gabriel Solano, dirigente del Partido Obrero, acusó a la candidata del PTS, Myriam Bregman, de “blanquear al kirchnerismo” y de girar en torno a “la clase media progresista” en lugar de hacerlo alrededor de “los sectores populares”. Por su parte, el PTS acusó antes al PO de “adaptarse al régimen y al Estado [capitalista]”, y al MST (otro de los integrantes del FIT-U) de “estrategia oportunista”. ¿Puede alguien dudar del efecto deprimente que este tipo de acusaciones y de actitudes provoca en cualquier obrero y joven argentino corriente que sigue al FIT-U o simpatiza con él? Aparte de eso, los integrantes del FIT-U carecen de una política de frente único entre ellos mismos en ningún campo de la lucha de clases: ni a nivel sindical, vecinal, piquetero ni estudiantil. Cada uno tiene su propia plataforma, separada y enfrentada a las demás, en cada uno de estos campos de lucha.
Si este es el tipo de “proyecto exitoso” que el amigo Nathaniel nos recomienda a los comunistas revolucionarios de la ICR, cortésmente declinamos el ofrecimiento. Al final, el FIT-U es un mero proyecto electoralista, donde sus integrantes se odian y atacan despiadadamente. Sólo les une el espanto, la mera supervivencia política electoral y, de paso, sostener su dependencia de la financiación del Estado burgués que aquélla conlleva.
Un programa confuso y calculadamente ambiguo
En una parte de su artículo contra la CMI, el compañero Nathaniel Flakin se asigna el papel de agorero, cuando afirma: “Sin una base programática seria, el deslizamiento de la CMI hacia la izquierda no será duradero y volverá a donde estaba con el próximo cambio de tendencia.”
Respondemos cortésmente al amigo Flankin que la CMI (actual ICR) no necesita volver a donde estaba anteriormente porque nunca se ha movido de un programa comunista revolucionario serio y consistente. Los lectores pueden juzgar por si mismos yendo directamente a nuestro sitio web marxist.com, mejor que a través de los anteojos de Flakin. Pero ¿podemos decir lo mismo del PTS y del FIT-U? Tenemos dudas al respecto.
Ya hemos visto en un recorrido por las “bases programáticas” del PTS argentino y de sus seguidores en los demás países, como en el Estado español, que siempre que pueden eluden consignas a favor del poder obrero, de la toma del poder por la clase obrera, o lo disfrazan con posiciones democratizantes haciendo referencia a una fantástica “Asamblea Constituyente Libre y Soberana”, dentro de los marcos del capitalismo, que además está completamente fuera de lugar en países como Argentina o España que son democracias burguesas y no regímenes dictatoriales. En general, el enfoque del PTS en muchos de los puntos de su programa es confuso. Mientras defienden algunas posiciones correctas, en otras hay una ambigüedad que parece calculada. Así, por ejemplo en su artículo programático titulado: 10 puntos para unir al pueblo trabajador, la juventud y las mujeres contra Milei y el poder económico saqueador, podemos leer:
“Nacionalización integral de los recursos estratégicos del país bajo control y gestión de los trabajadores y comunidades involucradas”. (Punto 4). Pero, ¿Cuáles son esos recursos estratégicos? Eso es decir todo y decir nada. Y, por tanto, no compromete a nada.
Igualmente, en el Punto 8, se lee:
“hay que nacionalizar el sistema bancario creando una banca estatal única que permita centralizar los ahorros, impedir la fuga, otorgar créditos baratos a los pequeños productores, cuentapropistas y trabajadores (para vivienda, comprar un auto o vacacionar). Tiene que ser bajo gestión de las y los trabajadores, empezando por los bancarios y de entidades financieras, que conocen perfectamente cómo funciona el sistema.”
Esto, aparentemente, suena bien, pero no se plantea que dicha nacionalización debe hacerse sin indemnizar a los banqueros. Al no plantear esto, la nacionalización que propone el PTS significa comprarles a estos parásitos su negocio y descapitalizar a un futuro Estado obrero que acometa esa nacionalización. Estaríamos de acuerdo en indemnizar a pequeños ahorristas e inversores que carezcan de otros recursos, que sería una parte muy pequeña del capital social de los bancos, pero no a los grandes tiburones financieros que se han hecho de oro saqueando al pueblo. En definitiva, lo que nos propone el PTS es una nacionalización burguesa, y no socialista.
Por otro lado, sorprende en estas bases programáticas que, en un país como Argentina, donde el sector agroexportador representa una parte muy importante del capitalismo y es la principal fuente de entrada de divisas, el PTS no defienda la consigna de nacionalización sin indemnización de los terratenientes y agroexportadores. Esto, no es solo una necesidad para planificar de manera adecuada los recursos del país en beneficio de la mayoría de la sociedad, sino que dejar la tierra en manos de los terratenientes y fondos de inversión internacionales sería un arma formidable en sus manos para poner al país de rodillas y desestabilizarlo con la escasez de alimentos, cortes de ruta, etc. como ya vimos en los paros agrarios patronales de 2008, que tan alegremente celebraron algunos de los aliados políticos del PTS en el FIT-U.
Vemos aquí en qué se concreta la base programática “seria” que el amigo Nathaniel Flakin quiere oponer al programa rigurosamente revolucionario que defiende la ICR.
Nuevamente, volvemos a colocar la pregunta: ¿Está relacionado este programa ambiguo, que escamotea medidas revolucionarias claras contra la clase dominante y su Estado, con la política electoral del PTS y del FIT-U para no “espantar” posibles votantes, o es simplemente un reflejo de la inconsistencia y debilidad teórica de su dirección?
El imperialismo y la guerra de Ucrania
Alguien podría argumentar que, pese a todas sus insuficiencias, el FIT-U es un frente único electoral, lo cual ya representa un paso adelante comparado con el anterior fraccionamiento político de la izquierda argentina, y que además se ha formado sobre una base principista, asentada en los sólidos principios del marxismo revolucionario. Lamentamos advertir a esta alma bienintencionada de su grave error.
La prueba definitiva para una tendencia revolucionaria es su actitud hacia la revolución y hacia la guerra. Sobre la revolución, la prueba sigue pendiente evidentemente, aunque ya hemos señalado las ambigüedades y tendencias oportunistas programáticas del FIT-U; y sobre la guerra nos bastaría echar un ojo sobre la posición de los diversos grupos del FIT-U sobre la actual guerra en Ucrania. Y lo cierto es que, dentro del FIT-U vemos igualmente divergencias abismales sobre este punto. Tan es así que dos de sus cuatro integrantes, Izquierda Socialista y el MST apoyan el envío de armas de la OTAN a Ucrania, posicionándose en la práctica, y para su vergüenza, con el campo del imperialismo occidental. Por su parte, el PTS y su corriente internacional (Fracción Trotskista) mantienen una posición de equidistancia, culpando por igual a la OTAN y a Rusia. Para ellos, el énfasis no debe ser puesto en luchar en primer lugar contra “nuestro” campo imperialista que, en el caso de Argentina, es el imperialismo occidental:
“Desde los grupos que integramos la Fracción Trotskista hemos sostenido una posición de independencia de clase ante esta guerra reaccionaria, en la cual tanto Putin como Zelensky, subordinado a la OTAN, buscan someter Ucrania en función de sus intereses geoestratégicos. Planteamos la necesidad de un movimiento internacional contra la guerra, por la retirada inmediata de las tropas rusas de Ucrania y contra el intervencionismo militar de la OTAN en Europa del este y el rearme imperialista. Con esta posición independiente para enfrentar la ocupación rusa y la dominación imperialista hemos participado en las movilizaciones y acciones contra la guerra, especialmente en Europa y EE. UU.”
Dicho esto, debemos hacer justicia al Partido Obrero que, al menos en este caso, ha adoptado una posición más correcta (y valiente), culpando en primer lugar al imperialismo occidental del estallido de la guerra de Ucrania.
Lo cierto es que el principal responsable de la guerra fue EEUU, que empujó a Zelensky a una guerra que era perfectamente evitable, si hubiera renunciado a la pretensión de Ucrania de entrar en la OTAN. Esto hay que decirlo alto y claro, y no esconderlo como hacen los dirigentes del PTS, que no ha sido capaz de resistir la presión ambiental de la opinión pública imperialista occidental, actualmente dominante.
Volvemos a plantear la misma cuestión al compañero Nathaniel Flankin que hicimos en el apartado anterior: ¿Cómo puede afirmarse que el FIT-U representa el proyecto trotskista más exitoso del mundo, y un modelo para el resto, cuando en su interior coexisten posiciones antagónicas en todos los aspectos fundamentales; más aún, cuando se defienden abiertamente posiciones que lo colocan en el campo proimperialista occidental y que ensucian la bandera del marxismo y del trotskismo genuinos?
La prueba definitiva para una tendencia revolucionaria es su actitud hacia la revolución y la guerra. Fuente: IDOM
Por último, queremos mencionar al pasar, en la misma declaración sobre su posición sobre Ucrania, la alternativa que la FT-CI propone para América Latina, cuando se habla de la militarización del subcontinente:
“Ante esta situación, una salida a favor de las clases trabajadoras y los sectores populares pasa por la ruptura de la subordinación de América Latina a los designios del imperialismo estadounidense y los organismos internacionales. Es necesario poner un alto a la militarización y que los presupuestos asignados a las fuerzas represivas se destinen a salud y educación. Solo la clase trabajadora y los sectores populares pueden garantizar la seguridad de comunidades y ciudades, porque no tienen intereses en común con el crimen organizado ni con los ejércitos ni las policías.”
La salida, como se ve, no es la revolución socialista; la toma del poder por los obreros y campesinos, sino la simple ruptura con el imperialismo y sus organismos internacionales, sin modificar las estructuras económicas ni estatales. Un programa así podría bastar para cualquier movimiento nacionalista antiimperialista (como el chavismo en sus orígenes, o el APRA de Haya de la Torre en su momento) pero no para una organización comunista revolucionaria. Y es una prueba más, por si hiciera falta otra, del carácter confuso, vacilante, miedoso y centrista del programa de esta corriente internacional.
Eclecticismo teórico
Al final, los errores en el programa, la táctica y la organización siempre encuentran un reflejo, o son consecuencia, de errores en la teoría.
Partimos de reconocer que, a diferencia de los demás integrantes del FIT-U, que desprecian la teoría marxista y se abocan a una política estrictamente economicista, la dirección del PTS presta cierta atención a la teoría: le dedica espacio en sus materiales, edita regularmente publicaciones teóricas propias y de los clásicos del marxismo, e interviene en debates teóricos relevantes. También nos halaga, y tenemos constancia de ello, que hayan tomado en serio algunas publicaciones teóricas de la CMI, como el libro “Bolchevismo, el camino a la revolución”, de Alan Woods, entre otras.
Sin embargo, no podemos dejar de advertir una tendencia al eclecticismo teórico en el PTS y su corriente internacional, a amalgamar el marxismo con todo tipo de teorías ajenas y “modas” del mundo académico. Por ejemplo, la dirección del PTS –como la inmensa mayoría de las corrientes revolucionarias actuales– ha claudicado ante el feminismo, que siempre ha representado una concepción interclasista de la lucha de la emancipación de la mujer. Se definen a sí mismos como “feministas marxistas” que sería lo mismo que reclamarse “nacionalistas marxistas” o “ecologistas marxistas”. Tanto el feminismo, como el nacionalismo de una nación oprimida, o el ecologismo, son movimientos heterogéneos que engloban a individuos de diferentes clases. No existe un feminismo “de clase” como tampoco existe un nacionalismo “de clase”. El marxismo no necesita del feminismo ni del nacionalismo para explicar la causa de la opresión de la mujer ni de las pequeñas naciones, ni necesita pedirles permiso para proponerse liderar cualquier movimiento contra la opresión. Lo que el marxismo debe hacer es revelar la conexión de todas estas opresiones con la opresión general del capitalismo y del imperialismo, y situar a la clase obrera como la única clase social oprimida consistentemente revolucionaria capaz de dirigir estas luchas, vinculándolas a la transformación socialista de la sociedad. Debemos enfatizar que sólo el marxismo, y ninguna otra corriente de pensamiento más, ha dado una explicación científica al origen de la opresión de la mujer, así como de la dominación imperialista del mundo colonial y demás naciones oprimidas, y es la única doctrina que ha formulado las condiciones para terminar con ambas opresiones. La ICR ha abordado en profundidad estos aspectos en Marxismo frente a políticas de identidad.
Consecuentemente con lo anterior, el PTS – como el FIT-U – ha caído preso de aspectos de la política de identidad, tales como el (mal) llamado “lenguaje inclusivo”, sometiendo a su público a todo tipo de giros extraños en el lenguaje para eludir el neutro gramatical en castellano y otras lenguas, retorciendo la fonética con la utilización de la “x” para este fin (en trabajadorxs, luchadorxs, y otras palabras). Nosotros hemos abordado nuestra crítica a esto en El “lenguaje inclusivo” y la opresión de la mujer: una posición de clase.
El PTS – como el FIT-U – ha caído preso de aspectos de la política de identidad. Fuente: PTS
En ninguna otra parte se puede apreciar mejor el eclecticismo teórico y academicista del PTS como en el de la filosofía marxista, el materialismo dialéctico, donde mezcla a partes iguales confusión y desdén, en particular hacia la dialéctica y sus leyes, sintetizadas por Hegel y asentadas sobre bases materialistas por Marx y Engels. Juan Dal Maso, uno de los teóricos más relevantes del PTS, en un texto coescrito con Ariel Petrucelli, escribe lo siguiente sobre la dialéctica:
“En el marxismo coexisten distintas interpretaciones del problema de la dialéctica, de sus alcances en tanto “método” y de su relación con otras disciplinas, sin que ninguna de ellas haya establecido resultados concluyentes que permitan desechar las otras. Desde nuestra óptica, las definiciones de la dialéctica como una ciencia o como una lógica son las más problemáticas y las que tienen menos asidero, aunque puedan parecer útiles en aras de la popularización” (Juan Dal Maso y Ariel Petrucelli en https://www.laizquierdadiario.com/Althusser-y-Sacristan-problemas-y-debates énfasis nuesto).
Ahí, lo tenemos. En el más puro eclecticismo, se nos dice: hay muchas interpretaciones de lo que es la dialéctica y todas son igualmente marxistas. Pero, vamos a ver, la validez de la dialéctica no es un asunto de “interpretaciones” sino de su “aplicación a la realidad”. ¿Cómo interpretaciones diferentes y, por lo tanto, aplicaciones diferentes de un mismo “método” pueden ser igualmente válidas? A diferencia de Dal Maso, para la ICR hay solo una interpretación válida de la concepción y de la aplicación de la dialéctica en el marxismo, y es la formulada y aplicada por los fundadores de nuestra doctrina, Marx y Engels, y sus más fieles continuadores: Lenin, Trotski y Rosa Luxemburgo. Lo que Dal Maso debe responder concretamente es si le satisface la concepción de la dialéctica explicada y aplicada por los maestros del marxismo o no. Y parece que no, porque según él no han “establecido resultados concluyentes” ¿En qué o sobre qué no lo han hecho? El compañero calla. Esto nos lleva a la cuestión central, y es que parece que ni el PTS ni la FT-CI tienen una posición definida (oficial, diríamos) sobre el materialismo dialéctico, sobre este pilar central de la teoría marxista formulado por Marx y Engels. Pero más relevante aún es lo que sí desecha abiertamente Dal Maso: la concepción dialéctica de Marx, Engels, Lenin, Rosa Luxemburgo y Trotsky, considerada como una ciencia, “la ciencia de las leyes generales del movimiento y la evolución de la naturaleza, la sociedad humana y el pensamiento” (Engels, Anti-Dühring), el método de análisis y columna vertebral del marxismo. Lo que esto quiere decir que, para Dal Maso, la dialéctica es en el mejor de los casos una especie de método de razonamiento elaborado por el pensamiento humano, pero no una manifestación objetiva de la materia, de la naturaleza.
La dialéctica marxista, que extrae sus postulados de la observación y del estudio de la materia, la naturaleza y la sociedad humana, concibe todas ellas en constante movimiento y transformación, por medio de sus contradicciones y tensiones internas. Para comprender cabalmente un fenómeno, el método dialéctico analiza todos los elementos presentes en el mismo, no aisladamente, sino en sus relaciones recíprocas. La evolución de las cosas no se da gradualmente, sino a saltos, tras una acumulación de cambios cuantitativos. A largo plazo, dicha evolución parece repetir estadios anteriores, pero a un nivel de complejidad y desarrollo superiores. Esta forma de concebir y analizar la realidad es un arma colosal para avanzar en el conocimiento de la realidad y prever los acontecimientos, no sólo para el científico experimental sino también para el científico social y los revolucionarios.
El rechazo a la dialéctica marxista, tal como fue formulada por los fundadores del socialismo científico, es simplemente una actitud revisionista y, consecuentemente, un camino que abona al impresionismo y al empirismo y, consecuentemente, a posiciones oportunistas y ultraizquierdistas. Una síntesis de nuestra defensa de la dialéctica marxista puedes encontrarla en Introducción al materialismo dialéctico.
Es de destacar que el texto citado de Dal Maso está dedicado a dos representantes del “marxismo académico” de los años 60 y 70 del siglo XX; en realidad, dos revisionistas, como fueron Althusser y Manuel Sacristán, y en el que abundan adulaciones hacia este último. A este respecto, otro destacado dirigente del PTS, su diputado nacional Cristian Castillo, caracteriza uno de las obras más importantes de Sacristán, “La tarea de Engels en el Anti-Dühring”, como “un texto por demás interesante”. Tan “interesante” es esta obra de Sacristán que se burla de Marx y Engels por su “hegelianismo” y carga contra dos de las leyes más fundamentales de la dialéctica como son la “ley de la transformación de la cantidad en calidad” y la “ley de la negación de la negación”, pilares centrales del análisis marxista. Sacristán, que nunca ocultó su apego a la lógica kantiana y al empirismo de Hume, negaba la validez de la dialéctica en la naturaleza, igual que Dal Maso, cuando es aquí donde encuentra su reivindicación más sobresaliente.
Esta no es una excepción. En general la FT-CI tiene una fuerte tendencia a la adaptación a todas las ideas y escritores “de moda” en el mal-llamado “marxismo” académico.
La guerra de las Malvinas
En una parte de su escrito, Flakin deja caer, como al pasar, una calumnia contra nuestra organización, diciendo: “Cuando el gobierno de Margaret Thatcher lanzó una ofensiva imperialista contra Argentina, Grant rechazó cualquier tipo de resistencia antimperialista porque eso «pondría a parir a los marxistas a ojos de los trabajadores”” (¡!). Esta frase inventada es tan estúpida, en el fondo y en la forma, que basta para caracterizar a su autor; es decir, a nuestro bufón Nathaniel Flakin.
El bueno de Nathaniel, temiendo pisar un terreno pantanoso, se cuida mucho de nombrar siquiera la guerra de las Malvinas de 1982 por su nombre. Se limita a hacer una referencia vaga a “una ofensiva imperialista contra Argentina” por parte de la Thatcher, sin fecha ni circunstancias, para no dar pistas del episodio histórico al que se refiere. Pero nosotros no estamos dispuestos a dejar pasar así como así este “episodio” y sí tenemos un interés en revelar la posición vergonzosa del PTS y de sus antecesores (el Partido Socialista de los Trabajadores, de Nahuel Moreno) sobre aquellos acontecimientos. Por el contrario, nosotros estamos muy orgullosos de nuestra posición aquí.
El PTS y su antecesor, el PST de Moreno, le dieron un apoyo entusiasta a la aventura de la Junta Militar. Fuente: UL
La guerra de las Malvinas de 1982, entre Argentina y Gran Bretaña, fue un conflicto completamente reaccionario por ambas partes. Las islas Malvinas son un grupo de islotes en el Atlántico sur, que Argentina reclama como propias, y que están en posesión de Gran Bretaña desde 1833. Nosotros nos opusimos a esta guerra que nada tenía que ver con una “lucha antiimperialista” por parte de Argentina, como defienden el PTS y los suyos. Argentina estaba entonces bajo la bota de una sangrienta dictadura militar que dejó 30.000 desaparecidos y que enviaba matones a Centroamérica para adiestrar los escuadrones de la muerte implicados en la lucha contra las guerrillas. La “Junta” era una agencia venal del imperialismo, incluido el británico, con quien mantenía excelentes relaciones.
En un momento en que las luchas obreras arreciaban en Argentina, como la huelga general del 30 de marzo de 1982, que tuvo un amplio seguimiento en Buenos Aires y demás grandes ciudades, con miles en las calles y choques con la policía, la Junta Militar decidió invadir las islas Malvinas el 2 de abril de ese año, que tenían una débil guarnición militar británica. Su objetivo era desviar el descontento creciente de la clase obrera para conducirlo al patriotismo y el chovinismo nacional, a fin de salvar el pellejo y prolongar la dictadura. Y tuvieron tanto éxito en esta tarea que la práctica totalidad de la izquierda argentina, incluidos los “trotskistas”, se rindió extasiada ante el aventurerismo de la Junta.
No había un solo átomo de contenido progresista en la invasión de las Malvinas. Sus objetivos eran claramente reaccionarios. La respuesta de Gran Bretaña fue igualmente reaccionaria, trataba de defender su alicaído prestigio imperialista, declarando la guerra a Argentina para recuperar las islas. No era la pretensión del imperialismo británico invadir Argentina ni imponer un gobierno afín en Buenos Aires para someter al país a sus intereses, lo que sin duda si habría conferido al conflicto un carácter antiimperialista del lado argentino, pero no fue ese el caso. Vergonzosamente, el PTS y su antecesor, el PST de Moreno, le dieron un apoyo entusiasta a la aventura de la Junta Militar, que al final fue derrotada por el ejército británico.
Nuestra posición era que los trabajadores argentinos y británicos debían unirse para luchar y derribar ambos gobiernos reaccionarios, en Buenos Aires y Londres. Al final, fueron Ted Grant y Militant los que mantuvieron una sólida posición de clase independiente, y el PTS y sus antecesores en aquel momento los que claudicaron ante el nacionalismo burgués de su burguesía y ante una dictadura asesina y sangrienta. Nuestra posición sobre la guerra de las Malvinas puede consultarse de manera más extensa en el excelente artículo de Alan Woods: Las Malvinas: el marxismo, la guerra y la cuestión nacional
Más mentiras y amalgamas
Hay afirmaciones tan escandalosas que no vamos a perder mucho tiempo con ellas, como que en Oriente Medio defendemos la alternativa de “dos Estados socialistas” en Palestina, uno para palestinos y otro separado para judíos. Esta mentira flagrante es muy fácil de desmontar simplemente acudiendo a nuestra web www.marxist.com y escribir la palabra “Palestina” en el buscador, o leyendo la larga lista de artículos de los últimos 25 años sobre Oriente Medio. De hecho hay un artículo destacado, que Flakin debe de haber leído, Palestina: el fracaso de la solución de dos Estados y la alternativa comunista, que argumenta justamente contra la idea de dos Estados. Siempre hemos defendido un único Estado en toda la Palestina histórica, incluida Jordania, común a palestinos, judíos y drusos, en el marco de una federación socialista de Oriente Medio.
El bromista de Flakin dedica una cantidad increíble de espacio en su artículo, empecinado en señalar que somos activos defensores de los sindicatos policiales. Es otra de sus amalgamas. Se permite incluso la infamia de poner en boca de Ted Grant, sin aportar ninguna prueba, la descripción de los policías como “trabajadores con uniforme”. En realidad, el término “trabajadores con uniforme” tiene una larga tradición en el marxismo y siempre fue utilizado para describir a soldados procedentes de la clase obrera, no a policías. Nuestra posición aquí es clara para todo el que quiera saber: la policía es un aparato de represión para defender los intereses de la clase dominante. Esta institución es enemiga de la clase trabajadora ¿queda claro, camarada Flakin?
Para fabricar su amalgama, Nathaniel ha tenido que rastrear duramente en todas las páginas nacionales de la ICR, hasta encontrar dos artículos sueltos de nuestras secciones canadiense y británica (¡este último de 2013!) para intentar gritar ¡victoria! Pero ¿qué dicen estos artículos? Afirman sin ambigüedades que la institución policial es irreformable y que debe ser desmantelada como parte del desmantelamiento de todo el aparato de Estado burgués en un proceso revolucionario. Lo que Flakin parece cuestionar es la idea planteada de que, en circunstancias concretas, la crisis del capitalismo, especialmente en momentos intensos de lucha de clases, puede crear fisuras en el aparato policial, entre individuos de las capas inferiores procedentes de familias obreras, que podrían afectar a la disciplina y la cadena de mando y, eventualmente, acercar a algunos de ellos a la clase obrera. Esto no es un deseo de la ICR, es simplemente una constatación que se ha dado en muchos procesos revolucionarios. Y si se menciona esto es para combatir el pesimismo inveterado de aquellos grupos ultraizquierdistas y anarquistas que exageran continuamente la fuerza del Estado, en lugar de resaltar la enorme fuerza de la clase obrera que en los momentos álgidos de la lucha de clases es capaz de romper la fuerza de resistencia de los aparatos de represión, debilitarlos y romperlos. Nosotros nos encogemos de hombros ante quienes pueden objetar estos posibles desarrollos por meros prejuicios doctrinarios, como es el caso de Flakin y la FT-CI, quienes simplemente adoptan un punto de vista moralista, pero no revolucionario.
Venezuela
Flakin también dedica gran espacio a criticar nuestra posición en Venezuela, nuevamente sin mencionar artículos ni enlaces, falseando y caricaturizando nuestras verdaderas posiciones. Así, le asigna a Alan Woods otra frase estúpida de su propia invención: “un análisis marxista ortodoxo del gobierno venezolano sería «sectario» y «les alejaría [a la CMI] inmediatamente de las masas»” (¡!). Y así todo.
Nuestra posición sobre la revolución venezolana, sin intermediarios, es muy clara y hemos escrito intensamente sobre ella en los últimos 20 años. Recomendamos en particular leer nuestra posición general, Los marxistas y la revolución venezolana, escrita en 2004, que refuta punto por punto las posiciones antimarxistas de la FT-CI y demás tendencias sectarias, y los análisis de nuestros camaradas de Venezuela en su página web.
Nos basta decir que la CMI saludó con toda la fuerza posible la revolución venezolana que, comenzando por objetivos democráticos y antiimperialistas puso sobre el tapete objetivos socialistas, un caso único en toda la historia latinoamericana después de la revolución cubana. Aunque a los sectarios pequeñoburgueses les molesta, nadie puede negar el papel individual que Chávez jugó en el proceso mismo y en galvanizar a las masas trabajadoras de este país, lo que le granjeó el odio mortal de los imperialistas y burgueses venezolanos. Mientras que los grupos sectarios, como la FT-CI, se limitaban a ladrar contra Chávez con la misma furia que los imperialistas, la CMI organizó durante 10 años la campaña de solidaridad internacional más importante que ha habido con la revolución venezolana: “Manos Fuera de Venezuela”. Al mismo tiempo, señalamos que la revolución debía completarse con la nacionalización de los bancos, grandes empresas y latifundios, bajo control obrero, que había que disolver el viejo aparato del estado y sustituirlo por otro nuevo, desde abajo, basado en las comunidades de los barrios de las ciudades y del campo. Advertimos del peligro del burocratismo y la corrupción de no avanzar hacia las tareas socialistas y que arruinarían la revolución, como así ha sido. Explicamos la necesidad de un partido marxista revolucionario de masas para llevar a cabo estas tareas, y que la condición para ello era entrar en un diálogo y colaboración con el único movimiento de masas real existente que agrupaba a los trabajadores más avanzados y conscientes, el movimiento bolivariano. Nos implicamos en el movimiento de ocupación de fábricas, en el movimiento sindical y de la juventud. Y por todo ello, no vamos a pedir disculpas ni solicitar la aprobación de patéticos grupúsculos, como el de la FT-CI en Venezuela, cuya única actividad es escribir artículos para su página web. Aunque las fuerzas de la ICR en Venezuela siguen siendo pequeñas nos hemos ganado un lugar y un respeto entre los trabajadores avanzados y hemos sembrado las semillas para un avance auspicioso en los acontecimientos por venir.
Nuestra posición sobre la revolución venezolana es muy clara y hemos escrito intensamente sobre ella en los últimos 20 años. Fuente: UL
Flakin hace una comparación entre el régimen venezolano bajo Chávez y el régimen de Lázaro Cárdenas en México (1934-1940), y menciona la caracterización que hizo Trotsky de su gobierno como un régimen bonapartista sui generis. Más concretamente, era un régimen basado en el caudillismo de un individuo que se apoyaba en la clase obrera y el campesinado para impulsar políticas antiimperialistas de independencia nacional. Para una comprensión más completa de la posición de Trotsky puede leerse su artículo, México y el imperialismo británico (5 junio 1938).
Lo que nos interesa resaltar es que Flakin asimila el régimen venezolano bajo Chávez al régimen de Cárdenas. Esta es la única afirmación correcta que encontramos en todo su artículo, nuevamente ¡un logro notable! Lo sorprendente (o, más bien, no) es que Flakin y la FT-CI sacan conclusiones diametralmente opuestas a Trotsky (y a la CMI) de la posición que los comunistas deben tener hacia este tipo de regímenes. Flakin y los dirigentes de la FT-CI desconocen que Trotsky libró una batalla contra los ultraizquierdistas del grupo trotskista mexicano, concretamente contra Luciano Galicia, que adoptó la misma posición hacia Cárdenas que la FT-CI tuvo hacia Chávez (Ver Problemas de la sección mexicana y Ruptura con la sección mexicana, León Trotsky). Galicia reprochaba a Trotsky “plantear una alianza con la burguesía y el gobierno”, de “oportunista” y de tener “una línea centrista” ¿No son estas las mismas acusaciones que Flakin y la FT-CI lanzan contra la ICR en Venezuela? Finalmente, Galicia y su grupo fueron excluidos de la IV Internacional, en su congreso fundacional.
Hay otras tonterías que merece la pena responder, como cuando Flakin dice que “la CMI hacía campaña para que los trabajadores se uniesen al partido de Chávez, el PSUV, es decir, a un ala progresista de la burguesía” (énfasis nuestro). ¿De verdad, amigo Flakin, que en Venezuela existía (o existe) un ala progresista de la burguesía? Podía esperarse una afirmación así de un estalinista pero no de un supuesto trotskista. ¿Podrías mencionar, por favor, qué burgueses venezolanos, con nombre y apellido, apoyaron o impulsaron el PSUV (Partido Socialista Unido de Venezuela) y la idea del socialismo? Si el compañero fuera coherente con esa afirmación debería reconocer entonces la admisibilidad de políticas de colaboración de clase para determinados fines. La CMI (y ahora la ICR) desde luego nunca ha defendido esa posición. La realidad es que no existía esa ala burguesa progresista en Venezuela, como tampoco en ningún lugar del mundo. La burguesía venezolana combatió a muerte al chavismo, sin fisuras, y se alineó con el imperialismo desde el minuto uno. Por eso los problemas de Venezuela, siguiendo en esto a la teoría de la revolución permanente de Trotsky, solo pueden resolverse con una revolución socialista.
El último comentario que queremos hacer en relación a Venezuela es cuando Flakin reprocha a nuestros camaradas venezolanos haber formado hace unos años una alianza con el Partido Comunista venezolano, junto a otros grupos, como oposición de izquierda al gobierno de Maduro, lo que incluyó una lista conjunta para las elecciones de 2020. Nos congratula que Flakin no ladre contra el programa que lo sustentaba: un programa que fijaba el socialismo como su meta, que denunciaba la política procapitalista de Maduro y que incluía demandas por salarios, salud pública, renacionalizaciones, por derechos democráticos y contra la corrupción del régimen. Esta alianza duró hasta 2022. Lo que no entendemos es por qué Flakin se enfada por esto y no le molesta en absoluto que el PTS de Argentina forme parte de una alianza política y electoral (el FIT-U) donde hay partidos (IS y MST) que están alineados con el imperialismo occidental en la guerra de Ucrania y que en el pasado eran denunciados por el mismo PTS por apoyar las movilizaciones reaccionarias de los terratenientes argentinos.
Entrismo y organizaciones de masas
Como es habitual, la “pieza central” en las denuncias estridentes de los grupos ultraizquierdistas y de Flakin en particular contra nosotros, es nuestra orientación a los movimientos de masas de la clase trabajadora y que, en determinadas circunstancias y coyunturas, hayamos desarrollado un trabajo revolucionario alrededor o al interior de movimientos y organizaciones políticas de masas para ganar trabajadores para las ideas del marxismo revolucionario. Por alguna razón, para esta gente esto es el pecado de los pecados.
Nuestra corriente alcanzó miles de miembros, editó un periódico semanal y tuvo 3 diputados en el parlamento británico. Fuente: IDOM
Hemos respondido a esta gente tantas veces sobre esto, que no vamos a dedicar demasiado espacio. Los lectores pueden encontrar una respuesta adecuada en el texto de Alan Woods que mencionamos al principio de este artículo: Marxismo frente a sectarismo: Respuesta a Luis Oviedo (PO).
Para estas damas y caballeros, una corriente sólo puede considerarse marxista revolucionaria, y aspirar a ser el partido revolucionario de la clase obrera, simplemente proclamándose como tal, no importa su tamaño, programa, método e ideas. Este infantilismo izquierdista es fácil de desmontar. Ya hemos visto que las secciones nacionales de la FT-CI, autoproclamadas como el partido de la revolución en sus respectivos países (al menos, en Argentina), tienen un programa político inconsistente, confuso, alternando medidas socialistas y revolucionarias con otras francamente oportunistas. Tampoco comprenden la táctica del frente único con el movimiento de masas. Más aún, hemos visto su posición revisionista (hacia el academicismo pequeñoburgués) en relación a la filosofía marxista y al método del materialismo dialéctico. Pero un partido así, aunque tuviera un millón de afiliados, fracasaría en el momento decisivo por la inconsistencia de su programa, método y tácticas. Un partido, independientemente de su tamaño e influencia, debe tener en primer lugar un programa, método e ideas correctas, y sólo después un aparato y la influencia y masa militante necesarios para llevar a cabo exitosamente la tarea de la revolución socialista. Así procedió el Partido bolchevique.
Pese a todos los ladridos de Flakin y cía, la ICR se enorgullece de tener un programa comunista consistente, una comprensión cabal del método marxista (el materialismo dialéctico) y una clara visión de cómo conectar con el movimiento real de la clase trabajadora y con su proceso de toma de conciencia. Esto es lo fundamental. Claro que aspiramos a formar partidos comunistas revolucionarios de masas en cada país, pero no existe un libro mágico de recetas de aplicación universal para conseguir esto, partiendo del hecho de que las fuerzas del comunismo genuino a nivel internacional, por toda una serie de consideraciones históricas que no podemos abordar aquí, han quedado reducidas a pequeños grupos en cada país. Sobre esto, León Trotsky escribió:
“Por supuesto, un partido marxista debe aspirar a su plena independencia y a la mayor homogeneidad, pero en su proceso de formación a menudo debe actuar como fracción de un partido centrista o incluso de un partido reformista. Así, durante muchos años los bolcheviques estuvieron en el mismo partido que los mencheviques. También la Tercera Internacional se formó gradualmente a partir de la Segunda”. (Consideraciones de principio sobre el entrismo, septiembre 1933).
Flakin bromea sobre nuestro trabajo pasado en el Partido Laborista británico en las décadas de los años 70 y 80 del siglo pasado, pero éste demostró ser altamente exitoso. Nuestra corriente consiguió la dirección de las Juventudes laboristas, alcanzó miles de miembros, y tuvo 3 diputados en el parlamento británico (un pequeño detalle que escapó a la atención del amigo Flakin). Nuestra corriente, conocida por el nombre de su periódico, Militant, llegó a ostentar la alcaldía de Liverpool en 1984-1986, que puso en práctica numerosas medidas sociales y de construcción de viviendas negándose a acatar los límites presupuestarios impuestos por el gobierno de Thatcher, razón por la cual nuestros concejales y alcalde fueron destituidos por la justicia burguesa. Y todo ello se hizo sin ocultar nuestras ideas, y actuando abiertamente con nuestro programa socialista y nuestra propia prensa, desarrollando en paralelo un trabajo independiente en los sindicatos, los barrios y el movimiento estudiantil. Por supuesto, este trabajo acarreó expulsiones y ataques de la derecha y la dirección laborista. Flakin se ufana de que el FIT-U puede reunir 25.000 personas en las calles de Buenos Aires. Militant, en 1990, organizó un movimiento civil de masas contra un impuesto reaccionario, el Poll Tax, que puso en las calles a 200.000 personas en Trafalgar Square en Londres (y otras 50.000 en Glasgow el mismo día). Al final, este trabajo fue arruinado por la deriva ultraizquierdista de un sector de la dirección.
Con más o menos éxito este es el tipo de trabajo que hemos desarrollado en otros países en el pasado, incluidos los que se mofa Flakin (México, Bolivia), que no puede demostrar un solo caso en que hayamos escondido nuestras ideas y programa: la expropiación de la clase dominante y la transformación socialista de la sociedad.
A mediados de la década pasada, como era la obligación de una organización revolucionaria, nos dirigimos a los movimientos de masas radicalizados, compuestos por cientos de miles de trabajadores y jóvenes, que surgieron en Europa y otras partes (Syriza, Podemos, Francia Insumisa, movimiento de Corbyn en Gran Bretaña, etc.) con la misma metodología. Allí explicamos que: o se adoptaba una política socialista o se destruiría el movimiento, que fue lo que ocurrió. Nos enorgullece que, en el proceso, hayamos ganado en dichos movimientos a cientos de revolucionarios para las ideas del comunismo. Pero esto solo era una parte de nuestro trabajo y ni siquiera la más importante. Incluso en esos momentos, nos hemos dirigido como organización independiente hacia la juventud, creando puntos fuertes en los institutos y universidades, así como entre jóvenes trabajadores. Y hemos dado una batalla que ninguna otra organización “marxista” ha intentado siquiera dar, como es la defensa intransigente de la teoría marxista sin falsificaciones, de Marx, Engels, Lenin y Trotsky, única garantía de nuestro desarrollo futuro.
La FT-CI trabajando en Podemos, o “donde dije digo, digo Diego”
El grupo español de la FT-CI, actualmente CRT, desarrolló entre 2014 y 2015 un trabajo en Podemos. Fuente: Izquierda Diario
Pero, un momento ¿Es cierto que la FT-CI nunca se ha “manchado las manos” trabajando en un movimiento reformista? Oh, no, no, no; no es cierto ¿Lo ha hecho? Oh, sí, sí, sí; lo ha hecho. Pero eso significa que Nathaniel Flakin debería borrar todo lo que ha escrito contra la CMI, o renunciar a la militancia en su organización internacional. Es probable que este sea un trabajo que ha sido ocultado, o que ha permanecido escondido, a muchos militantes comprometidos y honestos de esta corriente. Pero lo cierto y verdad es que el grupo español de la FT-CI, actualmente la Corriente Revolucionaria de los Trabajadores y Trabajadoras (CRT), desarrolló entre 2014 y 2015 un trabajo en Podemos (¡Santo horror, una organización reformista!), impulsando en Madrid un círculo llamado Podemos Trabajadores, el contenido de cuya página de Facebook han borrado para no dejar huellas. En el más estricto “trabajo entrista” lo hicieron ocultando su organización, a diferencia de la CMI. De hecho, participaron en el primer congreso de Podemos en Madrid, en octubre de 2014. Se comprometieron con Podemos hasta el punto que presentaron un documento político en este congreso, junto a activistas independientes. También desarrollaron otras actividades y escribieron análisis durante meses en nombre de dicho círculo aquí, aquí, aquí; o aquí, donde escenificaron su ruptura con Podemos. No tenemos nada que objetar a esto, ya que también participamos allí para difundir masivamente las ideas marxistas revolucionarias con documentos y propuestas. La diferencia es que nunca lo escondimos y que, a diferencia de la FT-CI, nuestro programa era consistentemente comunista.
Pero hay que ser verdaderos hipócritas y carecer del más mínimo sentido de vergüenza, para reprochar a otros lo que uno mismo ha hecho.
El lanzamiento de la ICR
Hoy, no existe ninguna referencia de izquierda “radical” que sea visible por miles de jóvenes y trabajadores avanzados en ninguna parte del mundo, mientras que al mismo tiempo crece un interés por el comunismo en miles de jóvenes y trabajadores, que intentan reanudar el hilo de la historia cortado por las traiciones de la socialdemocracia y del estalinismo. Mientras tanto, la crisis y barbarie del capitalismo avanzan sin cesar. Esta es la razón de que la CMI se haya relanzado como Internacional Comunista Revolucionaria, que es lo que siempre fuimos, y que estemos elevando el perfil de nuestras secciones nacionales. Queremos acercar y reclutar a esos miles de jóvenes y trabajadores de todo el mundo que se reclaman comunistas y buscan una organización seria y consistente para militar. Nunca ha sido tan urgente acelerar la construcción del factor subjetivo, el partido mundial de la revolución proletaria. Eso implica proclamar la ICR y nuevos partidos y organizaciones comunistas revolucionarias en cada país. Es lo que exige la situación y actuamos en consecuencia.
Ante nuestros éxitos y avances, ante la confianza que depositamos en nuestras ideas y perspectivas, nos encogemos de hombros ante quienes se muestran disgustados con nuestro desarrollo. Como dice el proverbio árabe: “Los perros ladran, pero la caravana avanza”.
[1] Frente de Izquierda y de los Trabajadores-Unidad. Es una coalición electoral argentina de izquierdas formada por el PTS, el Partido Obrero, Izquierda Socialista y el Movimiento Socialista de los Trabajadores
[2] Kirchnerismo. Fue una variante “de izquierda” del peronismo; en realidad, de tipo socialdemócrata.
[Cientos de miles de personas se movilizaron en Francia el sábado 7 de septiembre, convocadas por la Francia Insumisa, contra la decisión de Macron de nombrar al derechista Barnier como primer ministro. Los camaradas de la sección francesa de la Internacional Comunista Revolucionaria escribieron este artículo justo antes de la movilización]
Tras 7 semanas de espera y una sucesión de «consultas», el Elíseo anunció el jueves el nombramiento de Michel Barnier del partido tradicional de centro-derecha Les Republicains (LR) como Primer Ministro, quien quedó en cuarto lugar en las elecciones legislativas donde la izquierda, el Nuevo Frente Popular (NFP) obtuvo la mayoría de los escaños.
A este viejo político gaullista, reaccionario de viejo cuño y partidario declarado de una «moratoria de la inmigración», se le ha encomendado la tarea desesperada de formar un gobierno que pueda resistir hasta la convocatoria de nuevas elecciones legislativas.
Un gobierno sometido a la buena voluntad de la RN
La burguesía francesa necesita un gobierno que pueda hacer recaer el peso de la crisis sobre los hombros de la clase obrera. A falta de mayoría en la Asamblea Nacional, Michel Barnier tendrá que intentar gobernar negociando caso por caso el apoyo o la abstención de la ultraderechista Agrupación Nacional (RN) de Le Pen, como ya hicieron Borne y Darmanin durante la votación de la «ley de inmigración» el año pasado. De hecho, la suerte del gobierno Barnier está en manos de RN.
El llamado «frente republicano contra RN», proclamado por el NFP entre las dos vueltas de las elecciones legislativas, ha dado lugar a que Macron confíe Matignon a un miembro de los Republicanos, partido que se negó a participar en ese mismo «frente», y cuyo gobierno dependerá en última instancia de la buena voluntad de Marine Le Pen.
RN ha dado una de cal y una de arena acerca del nombramiento de Barnier. El jueves por la mañana, el vicepresidente del grupo parlamentario RN, Jean-Philippe Tanguy, calificó al nuevo Primer Ministro de «fósil» salido de «Parque Jurásico». Sin embargo, en la tarde del mismo día, Marine Le Pen anunció que su partido no censuraría automáticamente un gobierno de Barnier, sino que esperaría al discurso de política general antes de decidir su actitud. Mediante este chantaje de censura, RN pretende dictar su política al nuevo gobierno.
Pero no todo es tan sencillo. Si RN quiere llegar al poder algún día, debe continuar con su demagogia social. Hace sólo unos días, el diputado de RN Sébastien Chenu dijo, por ejemplo: «Propondremos la derogación de la reforma de las pensiones el 31 de octubre». Es difícil conciliar este plan con el apoyo a un gobierno dirigido por Michel Barnier, firme partidario de la última reforma de las pensiones. En general, la principal tarea del Gobierno será aplicar medidas de austeridad con las que RN no podrá asociarse demasiado abiertamente. Por tanto, es probable que RN acabe censurando al próximo gobierno, cuando considere que ha llegado el momento.
Crisis de régimen
Cualquiera que sea la esperanza de vida del gobierno Barnier, no hará sino marcar una nueva etapa en la crisis de régimen del capitalismo francés. A los ojos de las masas, la autoridad y la legitimidad de las instituciones democráticas de la clase dominante se han visto gravemente debilitadas por el culebrón parlamentario de este verano. Durante varias semanas, un Presidente casi universalmente odiado fingió ignorar el resultado de unas elecciones, antes de confiar el gobierno al representante de un partido que sólo recibió los votos de dos millones de los treinta millones de electores que participaron en la primera vuelta, es decir, apenas el 6,5% de los votos.
Para muchos trabajadores y jóvenes, este episodio es una lección de la realidad de la democracia burguesa, amañada a favor de la clase dominante. El pasado 30 de agosto, un lector anónimo entrevistado por el diario Le Monde lo resumía a su manera:
«La reforma de las pensiones ha demostrado que ni las manifestaciones, ni las peticiones, ni la movilización de los sindicatos y de una gran mayoría de asociaciones, ni la opinión de la mayoría de los ciudadanos e incluso de la mayoría de los diputados son importantes a los ojos de los gobernantes. Y esta secuencia demuestra que incluso el voto no significa nada si va en contra de lo que ellos han decidido. Parece que la única vez que Macron se echó realmente atrás fue cuando el movimiento de los gilets jaunes se volvió violento. Macron critica constantemente a “los extremos”, pero alimenta la idea de que si no somos violentos en esta sociedad, nuestra voz no cuenta.»
Movilización
Con dos tercios de la Asamblea Nacional dominados por partidos burgueses, la única manera de defender las condiciones de vida de los trabajadores y los jóvenes es movilizarse fuera del parlamento. El régimen está debilitado; el movimiento obrero tiene que aprovecharlo y pasar a la ofensiva.
El llamamiento de la Federación CGT de la Química (FNIC) a una huelga «radical» y planificada «prolongada» es un paso en la buena dirección, al igual que el llamamiento de Francia Insumisa a manifestarse mañana contra Macron. A estos primeros pasos deben seguir otros. La única manera de hacer retroceder a Barnier, Macron y Le Pen es movilizar a los trabajadores de tantos sectores de la economía como sea posible en una huelga masiva y coordinada, con el objetivo de poner fin a la austeridad y al capitalismo.
Mientras que la clase obrera produce toda la riqueza de la sociedad, la política del país está regulada por acuerdos entre políticos burgueses, que coinciden en la necesidad de aplastar una y otra vez a los trabajadores y a los jóvenes, para defender los beneficios de una pequeña minoría de explotadores. Para derrocar este sistema moribundo, necesitamos una dirección capaz de defender un programa y unas perspectivas revolucionarias y de enlazar con la vanguardia de la clase obrera; necesitamos un auténtico partido comunista revolucionario. Este es precisamente el partido que estamos construyendo. ¡Únete a nosotros!
La recuperación de los cadáveres de seis rehenes, retenidos por Hamás en Gaza, por parte de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) durante el fin de semana ha provocado una explosión de ira, dirigida contra el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu. Cientos de miles de personas salieron a las calles el domingo 1 de septiembre en manifestaciones masivas en todo Israel. El país quedó paralizado por una huelga general convocada por la Histadrut (Organización General de Trabajadores de Israel) la mañana del lunes 2 de septiembre. Los manifestantes culparon a Netanyahu por la muerte de los rehenes, dado su flagrante y constante sabotaje de las negociaciones con Hamás. Se trata de una crisis política muy grave, que podría desembocar en la destitución del primer ministro israelí.
El sábado 31 de agosto, las FDI encontraron los cadáveres de seis rehenes (Hersh Goldberg-Polin, Eden Yerushalmi, Ori Danino, Alex Lobanov, Carmel Gat y Almog Sarusi), que habían sido secuestrados durante el ataque sorpresa del 7 de octubre de 2023, y retenidos por Hamás, en un túnel de Rafah.
Se ha determinado que todos ellos estaban vivos entre 48 y 72 horas antes. Fuentes israelíes afirman que todos recibieron varios disparos a corta distancia, lo que indicaría que fueron ejecutados cuando las fuerzas de las FDI se acercaban a su ubicación. Se especula con la posibilidad de que el rescate de otro rehén, Farhan al-Qadi, por parte de las FDI la semana pasada haya conducido a las fuerzas de seguridad israelíes hasta la ubicación de estos otros seis rehenes.
El alto cargo de Hamás y principal negociador, Khalil al-Hayya, ha negado las afirmaciones israelíes de que los rehenes hubieran sido ejecutados, afirmando que «algunos de estos prisioneros fueron asesinados directamente por las fuerzas israelíes, ya fuera mediante ataques aéreos o fuego vivo».
En una declaración a Al Jazeera, refiriéndose al estancamiento de las negociaciones, el funcionario explicó que: «La respuesta de Netanyahu a nuestra aceptación del documento presentado por Biden fue evasiva, seguida de la imposición de varias condiciones nuevas. Netanyahu insistió en permanecer en los [corredores de] Philadelphi y Netzarim y se negó a liberar a nuestros presos ancianos condenados a cadena perpetua. No nos interesa negociar las nuevas condiciones de Netanyahu. El movimiento decide no transigir con la propuesta del 2 de julio».
Netanyahu tiene la culpa
Para las familias de los rehenes y gran parte de la opinión pública israelí, los detalles exactos de sus muertes no son lo que importa. Sus familiares estaban vivos hace sólo unos días y ahora están muertos. Consideran a Netanyahu responsable de estas muertes por sus constantes cambios de condiciones en las negociaciones con Hamás, que creen firmemente que se realizan con el único objetivo de que él pueda mantenerse en el poder. Esto es lo que ha provocado una oleada de ira sin precedentes contra el primer ministro.
De hecho, en Israel, todo el mundo sabía que las temerarias acciones de Netanyahu podían llevar a la ejecución de los rehenes. Los expertos militares y de seguridad se lo habían dicho en repetidas ocasiones, y en una reunión del gabinete de seguridad celebrada el pasado jueves 29 de agosto se le hizo una nueva advertencia. Netanyahu acudió a la reunión del gabinete con otra «propuesta» para modificar las condiciones de las negociaciones sobre los rehenes, como ha venido haciendo durante meses. Esta vez, se trataba de la exigencia de que las FDI mantuvieran el control del Corredor Filadelfia, la estrecha franja de tierra entre la Franja de Gaza y la frontera egipcia, durante el alto el fuego para el intercambio de rehenes.
Según los medios de comunicación, esto provocó una discusión a gritos con el ministro de Defensa, Yoav Gallant, del mismo partido de Netanyahu, Likud. Gallant refutó la afirmación de Netanyahu de que los mapas que mostraban el control de las FDI sobre el Corredor Filadelfia habían sido acordados por el ejército y EE.UU., y le acusó de presionar al ejército para que lo aceptara.
Axios informa de que, en ese momento: «Netanyahu se enfadó, golpeó la mesa con la mano, acusó a Gallant de mentir y anunció que iba a someter los mapas a votación del gabinete en el acto».
Merece la pena citar la respuesta de Gallant:
«Como primer ministro, usted está autorizado a someter a votación cualquier decisión que desee, incluida la ejecución de los rehenes» (el énfasis es nuestro).
Según el mismo informe de Axios, el ministro de Defensa dijo al gabinete que aprobar la resolución daría al líder de Hamás, Yahya Sinwar, más influencia en las negociaciones:
«Tenemos que elegir entre Filadelfia y los rehenes.No podemos tener las dos cosas. Si votamos, puede que nos encontremos con que o los rehenes mueren o tendremos que dar marcha atrás para liberarlos» (el énfasis es nuestro).
Es importante subrayar que el ministro de Defensa Gallant no es un defensor de los derechos palestinos ni amante de la paz. Todo lo contrario. La forma en que argumentó en la reunión del gabinete fue en términos de defensa de los intereses de la seguridad nacional israelí.
Según Axios, Gallant dijo que un acuerdo «disminuiría las tensiones regionales con Irán y Hezbolá», lo que permitiría a las FDI «reagruparse, rearmarse, replantear su estrategia y cambiar su enfoque de Gaza a otras amenazas regionales». Si no se firmara un acuerdo, eso dejaría «a las FDI empantanadas en Gaza al tiempo que exacerbaría las tensiones en todo Oriente Medio, lo que podría desembocar en una guerra regional mientras el foco de las FDI está en otra parte».
Es importante señalar que Gallant fue claro al atribuir toda la responsabilidad de llegar o no un acuerdo a la parte israelí. Esta es en efecto la situación real. Hamás ha insistido, y vuelve a repetir, que ya aceptó un acuerdo de intercambio de rehenes el 2 de julio. Ese acuerdo había sido propuesto por Estados Unidos y aceptado por Israel. Pero una vez que Hamás declaró su acuerdo, Netanyahu procedió a cambiar su posición y añadir una serie de otras demandas y condiciones destinadas a echar por tierra la firma del acuerdo.
Ira en las calles
No es de extrañar entonces que, nada más conocerse la noticia del hallazgo de seis rehenes muertos, los familiares de los rehenes estallaran de rabia contra Netanyahu y convocaran protestas masivas. El Foro de Familiares de Rehenes declaró:
«Si no fuera por los retrasos, el sabotaje y las excusas, aquellos cuyas muertes hemos conocido esta mañana probablemente seguirían vivos. Netanyahu abandonó a los rehenes. Esto ya es un hecho. A partir de mañana el país temblará. Pedimos al público que se prepare. Detendremos el país. El abandono ha terminado».
Las protestas contra Netanyahu el domingo fueron masivas, con cientos de miles de personas en las calles, quizá hasta 300.000 en Tel Aviv y otras 200.000 en el resto del país. Las fuerzas de seguridad utilizaron gases lacrimógenos y granadas de concusión para desalojar a los manifestantes de las principales autopistas.
La protesta en Tel Aviv comenzó con una marcha hacia el cuartel general de las FDI, en la que los participantes portaban seis ataúdes simbólicos, para los cuerpos de cada uno de los seis rehenes recuperados el sábado por la noche. Los manifestantes, que portaban banderas israelíes, gritaban: «¡Ya, ya!», exigiendo un acuerdo inmediato sobre los rehenes, y «¡Los queremos de vuelta vivos!».
Familiares de los rehenes se dirigieron a la multitud. «Si no hubieras saboteado el acuerdo una y otra vez, 26 rehenes que fueron asesinados en cautividad estarían hoy aquí con nosotros, vivos. Seis de ellos sobrevivieron hasta la semana pasada en un infierno al que la mayoría de vosotros, MK [diputados], no habríais sobrevivido ni un día», dijo uno de ellos, dirigiéndose directamente a Netanyahu.
Einav Zangauker, la madre de uno de los rehenes, acusó al primer ministro de jugar a la ruleta rusa con las vidas de los rehenes «hasta que estén todos muertos»; diciendo que los seis rehenes murieron «en el altar del giro de Filadelfia». Terminó su discurso con una llamada a la acción: «Este es el momento de actuar. De sacudir a la nación hasta que haya un acuerdo. Salid a la calle, pueblo de Israel. Salid a la calle». En Jerusalén, miles de personas protestaron ante la oficina del Primer Ministro en un intento de interrumpir una reunión de emergencia del gabinete de seguridad.
Fue en este ambiente tan cargado cuando el Secretario General de Histadrut, Bar-David, anunció que el sindicato israelí convocaba una huelga general para el lunes, jurando: «todo el país se paralizará mañana». El Sindicato Médico también declaró su apoyo a la huelga. A los llamamientos a la protesta y a la huelga general se sumaron también los políticos laboristas de la oposición y los líderes de la oposición burguesa Benny Ganz y Yair Lapid.
El ministro de extrema derecha del gobierno, Bezalel Smotrich, recurrió a los tribunales para pedir una orden judicial que detuviera la huelga, argumentando que no se había convocado por la negociación colectiva o las reivindicaciones económicas de los trabajadores, sino que se trataba de una «huelga política» destinada a influir en las decisiones del gobierno sobre «cuestiones cruciales de seguridad nacional». No se equivocaba.
Se trata de una huelga muy peculiar. Es un llamamiento a los trabajadores para que utilicen su fuerza industrial para lograr objetivos políticos, en este caso, conseguir un acuerdo sobre los rehenes. Estos objetivos también son apoyados, por sus propias razones, por una gran parte de la clase dominante. De hecho, tanto el Foro Empresarial como la Asociación de Fabricantes, que representan a los capitalistas, en particular a los del sector crucial de la alta tecnología, apoyaron públicamente la huelga.
Según Al Jazeera
«La Asociación de Fabricantes de Israel dijo que apoyaba la huelga y acusó al gobierno de incumplir su “deber moral” de devolver con vida a los cautivos. “Sin el regreso de los rehenes, no podremos poner fin a la guerra, no podremos rehabilitarnos como sociedad y no podremos empezar a rehabilitar la economía israelí”, dijo el jefe de la asociación, Ron Tomer».
Lo que tenemos aquí es la misma alianza entre clases que está detrás de las protestas contra Netanyahu por la reforma judicial a principios de 2023. Observamos la combinación de un movimiento de masas desde abajo, dirigido por los familiares de los rehenes, con una crisis masiva de la clase dirigente y el aparato estatal desde arriba. Las acciones de Netanyahu están motivadas principalmente por su deseo de aferrarse al poder y evitar una acción judicial contra sí mismo. En la consecución de este objetivo, está bastante dispuesto a hundir a toda la región en una guerra sangrienta, en la que quiere arrastrar a Estados Unidos.
Divisiones en la clase dirigente
En sus insensibles cálculos, las vidas de los rehenes no son más que calderilla que puede utilizarse para obtener ventajas políticas. Sus cínicas maniobras le han alienado de su propio electorado, de amplios sectores de la clase dirigente israelí e incluso de muchos miembros de su propio gabinete, como demostró el enfrentamiento con Gallant.
«Sabía que los rehenes vivían del tiempo prestado, que la arena de su reloj se estaba acabando. Sabía que había órdenes de matarlos si había intentos de rescate. Comprendió el significado de sus órdenes y actuó a sangre fría y con crueldad. Todos sabían que es un corrupto, un narcisista, un cobarde, pero su falta de humanidad se reveló plenamente en toda su fealdad en los últimos meses. La sangre está en sus manos, sin absolver a Hamás de ninguna responsabilidad». (Énfasis nuestro).
El liberal sionista Haaretz termina el artículo con un llamamiento a echar a Bibi del poder: «Si alguien tenía dudas hasta ahora, el asesinato de los rehenes no debe dejar lugar a dudas. El desastre debe ser un punto de inflexión en el esfuerzo a la magnitud de Sísifo para enviar a casa a la peligrosa y radical banda que se ha hecho con el control de Israel».
Una parte importante de la clase dirigente y del aparato del Estado quiere deshacerse de Netanyahu, no porque les importe el destino de los rehenes, y menos aún porque estén en desacuerdo con la masacre de los palestinos, que ya se ha cobrado más de 40.000 víctimas. No. Se oponen a Netanyahu porque lo consideran un peligro para los intereses de la clase capitalista y para la existencia misma del Estado sionista.
Al llamar a la huelga general, el secretario del Histadrut, Bar-David, lo expresó de esta manera: «ya no somos un solo pueblo; somos campo contra campo. Tenemos que recuperar el Estado de Israel». En esto, demostró ser un leal servidor de los intereses de la clase dominante sionista.
La idea de que los trabajadores y los capitalistas están todos unidos en defensa de Israel «contra el enemigo extranjero» es lo que ha permitido a la clase dominante de Israel disimular las verdaderas divisiones de clase del país y crear un sentimiento de cohesión nacional sionista para mantenerse en el poder.
En opinión de Bar-David y de importantes sectores del gran capital israelí, así como de representantes políticos burgueses, Netanyahu está destruyendo la legitimidad del Estado de Israel, y por eso es peligroso. Esto ha provocado una crisis política sin precedentes, que llega hasta la cúpula del Estado israelí. Queda por ver si están dispuestos a derrocarlo.
Si hay algo que los capitalistas israelíes temen más que a Netanyahu es la posibilidad de una acción independiente por parte de la clase obrera. En eso también están unidos a los dirigentes de la Histadrut. La huelga general del 2 de septiembre, que se había anunciado como una huelga de 24 horas que terminaría a las 6 de la mañana del martes 3 de septiembre, fue sido acortada por los dirigentes sindicales para terminar a las 6 de la tarde. Un tribunal laboral dictaminó que debía terminar a las 14.30 horas, y los dirigentes de la Histadrut aceptaron obedecer la orden judicial.
Según el Jerusalem Post, «el jefe de la Histadrut, Arnon Bar David, declaró tras la decisión: “respetamos la ley”». Un representante de la Histadrut declaró a Radio 103FM: «Somos gente de la ley. Si el tribunal ordena parar la huelga, lo haremos». Como vemos, estos supuestos dirigentes sindicales no están dispuestos a enfrentarse al Estado sionista.
En todo esto, por supuesto, la posición de Estados Unidos desempeña un papel fundamental. Las políticas de Netanyahu, su ataque brutal, indiscriminado y genocida contra Gaza, y sus constantes provocaciones en el Líbano e Irán destinadas a extender el conflicto y arrastrar al mismo al imperialismo estadounidense, no están necesariamente en sintonía con los objetivos del imperialismo estadounidense en la región porque amenazan con la desestabilización revolucionaria de otros regímenes en los que EEUU quiere apoyarse: las monarquías reaccionarias del Golfo y Jordania, Turquía y Egipto.
Sin embargo, como hemos visto desde el principio, el imperialismo estadounidense no está dispuesto a desafiar seriamente a Netanyahu. Si Biden y el imperialismo estadounidense hubieran querido realmente frenarlo, podrían haberlo hecho de manera muy sencilla: cortando la ayuda militar y financiera. Pero no lo hicieron. Hubo advertencias. Biden regañó a Bibi, en privado y en público. Pero nunca cumplió con sus leves y veladas amenazas. El imperialismo estadounidense es plenamente responsable y cómplice de la masacre de los palestinos de Gaza.
Al mismo tiempo, Biden y los demócratas están sometidos a una gran presión por parte de sectores de su propio electorado, que simpatizan con la difícil situación de los palestinos. Kamala Harris ya se ha posicionado claramente del lado de Israel. Ahí no hay cambios. Los demócratas son uno de los dos partidos de la clase dominante imperialista estadounidense y, como tales, están comprometidos a defender a Israel como uno de sus aliados clave en una región crucial para sus intereses. Dicho esto, asegurar algún tipo de acuerdo sobre los rehenes sería de gran interés electoral para ellos, a semanas de las elecciones presidenciales de noviembre.
¿Qué dice ahora Biden? Ante el constante sabotaje de Netanyahu a las negociaciones, ha declarado que Estados Unidos pondrá sobre la mesa una oferta de «lo tomas o lo dejas». Biden dice que entonces dependerá tanto de Israel como de Hamás aceptarla o Estados Unidos abandonará las negociaciones.
Esto no significa nada. Ya hubo un «acuerdo final» en julio, también negociado por Estados Unidos sobre la base de una propuesta que Israel había aceptado. Cuando Hamás anunció que lo aceptaba, Netanyahu añadió inmediatamente otras demandas para echar por tierra el acuerdo. ¡Luego decidió matar al líder y principal negociador de Hamás!
Los hechos son claros. Hamás estaba dispuesta a firmar un acuerdo. Es Netanyahu quien ha saboteado sistemáticamente todos los intentos de acuerdo.
Provocaciones en Cisjordania
Mientras tanto, mientras continúa la carnicería en Gaza, se intensifican las provocaciones de los colonos de extrema derecha en Cisjordania (bajo la protección del ejército, las fuerzas de seguridad y el gabinete israelíes), así como las incursiones israelíes.
La ciudad de Yenín lleva cinco días bajo ocupación militar israelí. Según el ayuntamiento de Yenín, el ejército israelí ha destruido el 70% de las calles de la ciudad y 20 km de sus redes de agua y alcantarillado desde que lanzó sus incursiones el miércoles 28 de agosto. Decenas de miles de personas se han quedado sin agua, luz ni alimentos, y las fuerzas de ocupación les han impedido acceder a la ayuda humanitaria.
Las potencias imperialistas occidentales, a las que les gusta hablar de un “orden basado en reglas”, miran cínicamente hacia otro lado. O, para ser más precisos, aplicando su repugnante doble rasero, respaldan plenamente la masacre de los palestinos. Israel, nos dicen, tiene derecho a defenderse, pero este derecho no se extiende a los palestinos, por supuesto. Se envían miles de millones en armas y ayuda a Israel, mientras se masacra a los palestinos. Y si, por casualidad, un tribunal internacional se atreve a cuestionar esto, se ejerce una enorme presión para obligarle a guardar silencio. Se demoniza a los manifestantes propalestinos, se dispersan brutalmente las acampadas de solidaridad y se acosa a los defensores de los palestinos utilizando la legislación antiterrorista.
La única manera de salir del punto muerto es mediante la acción revolucionaria. En primer lugar, la acción contra los gobiernos belicistas y criminales de guerra de Occidente, sin cuyo apoyo la masacre de Gaza no podría tener lugar; en segundo lugar, la acción revolucionaria en la región para derrocar a los regímenes reaccionarios de Arabia Saudí, los estados del Golfo, Jordania, Egipto, Turquía y otros que son plenamente cómplices de la opresión de los palestinos.
Por último, la liberación de los palestinos debe ir acompañada de una política que pueda dividir a la sociedad israelí en líneas de clase. Eso requeriría una política de independencia de clase, en la que los intereses de los trabajadores judíos y árabes de Israel se planteen en contraposición a los intereses de la clase capitalista israelí, y no la actual política de colaboración de clases de los dirigentes laboristas y sindicales. Lo que la clase obrera de Israel tiene que entender es que un pueblo que oprime a otro nunca podrá ser libre.
Lejos de ser un «refugio seguro» para los judíos, Israel se ha convertido en un país en guerra constante con sus vecinos. Esto se debe a que se creó expulsando violentamente a todo un pueblo, los palestinos, de su patria histórica.
Durante décadas, la clase dirigente sionista se mantuvo en el poder uniendo a toda la población judía de Israel tras de sí bajo el pretexto de que el Estado sionista garantizaba su seguridad. El ataque del 7 de octubre hizo estallar ese mito. La crisis actual abre una pequeña ventana de oportunidad para introducir una cuña en la sociedad israelí en líneas de clase, pero eso requeriría construir una fuerza revolucionaria que pueda desenmascarar tanto a Netanyahu como al ala de la clase capitalista que se le opone; una fuerza revolucionaria que se comprometa a poner fin a la opresión del pueblo palestino.
Sólo cuando se derroque a la clase dirigente sionista, se ponga fin a su proyecto y el pueblo palestino obtenga una patria propia, se resolverá este conflicto de generaciones. Para ello es necesaria una revolución en toda la región.
Después del 28 de julio, la historia se ha acelerado hasta un paso de vértigo en nuestro país, aunque siguiendo derroteros muy contradictorios. Parafraseando a Trotsky cuando escribió su memorable balance de la Revolución de 1905, ha terminado de desenredarse el nudo en torno al posible desenlace de la larga historia de la Revolución bolivariana, y aunque lo ha hecho de forma esperada, ha sido a la vez de manera trágicamente irónica.
Los niveles de represión estatal que hemos observado en nuestro país, después de las elecciones presidenciales, no tienen precedentes en este siglo: aproximadamente 25 personas fallecidas en protestas, la mitad en apenas 3 o 4 días y la mayoría por disparos en la parte superior del cuerpo; más de 2200 personas detenidas arbitrariamente en todo el país en apenas diez días, sin las órdenes correspondientes de Fiscalía; numerosas desapariciones forzadas; allanamientos ilegales de morada a discreción de los cuerpos represivos, para detener arbitrariamente a manifestantes, activistas o políticos; uso de cuerpos parapoliciales para disolver protestas a plomo o golpear y detener a manifestantes; torturas y violaciones flagrantes al debido proceso; promoción de las delaciones entre vecinos para favorecer la captura de manifestantes en sus comunidades; detención de menores de edad; y suspensión parcial de derechos constitucionales fundamentales como la libertad de expresión y la privacidad de las comunicaciones personales.
El gobierno justifica tales medidas argumentando la existencia, durante el día de las elecciones, de un golpe de Estado por parte de la derecha reaccionaria para, a través de un sabotaje electrónico de la transmisión de actas electorales, evitar la victoria electoral de Nicolás Maduro. Luego, ha acusado también a las masivas protestas populares que tuvieron lugar a partir del día siguiente a las elecciones (y en las que ciertamente hubo expresiones de violencia), de ser parte del mismo plan de golpe “fascista”. Y así, ha justificado el salto cualitativo en la política de represión estatal que ya venía fortaleciéndose progresivamente durante el último lustro, pero que supera con creces los niveles de represión observados en 2017.
Pero, lo primero que debemos preguntarnos quienes nos consideremos genuinos revolucionarias y revolucionarios (no oportunistas ni carreristas de esos que se han acomodado al capitalismo y al Estado burgués a través de sus lazos con el PSUV), es si todo esto ha sido realmente así. A pesar de que los intentos violentos de la burguesía de derrocar a Chávez, primero, y a Maduro después, han sido sistemáticos en un cuarto de siglo, ¿es verdad que la derecha intentó un golpe de Estado el 28 de julio? ¿Se trató realmente de pura y dura violencia pro fascista, al mejor estilo de las guarimbas de 2014 y 2017? Más aún, ¿cuál fue el carácter de clase de estas protestas? Y, en consecuencia, ¿puede la izquierda justificar de alguna forma la represión estatal en curso?
En las próximas líneas, intentaremos, desde una perspectiva marxista, dar respuesta a estas cuestiones.
Un resultado electoral inverosímil
A diferencia de lo que ocurrió en la gran mayoría de las 29 elecciones pasadas, el pasado 28 de julio el gobierno decidió interrumpir por la fuerza el proceso electoral en su última fase: la de escrutinio público y auditoría.
Empleando fuerzas parapoliciales, amedrentó a electores y testigos de mesa a lo largo y ancho del país. En algunos casos, según se evidencia en videos grabados en el momento de los hechos, efectivos de la Policía Nacional Bolivariana (PNB) y, en otros casos, de la Guardia Nacional Bolivariana (GNB), decidieron llevarse las cajas y/o las máquinas de votación sin que el proceso pudiera concluir según la norma.
Horas más tarde, cerca de la media noche, el Consejo Nacional Electoral (CNE) anunció que, con apenas el 80% de las actas escrutadas (que supuestamente mostraban una tendencia irreversible), Nicolás Maduro había ganado las elecciones, a contravía de lo que un gran número de actas de votación arrojaba en todo el país (y fue difundido por la gente de a pie públicamente a través de las redes sociales): que el vencedor era el candidato de la oposición derecha, Edmundo González, incluso en municipios y estados que habían sido bastiones históricos del chavismo.
El rector principal del CNE, Elvis Amoroso, así como otras figuras públicas del gobierno, argumentaron, para defender tanto los resultados anunciados como las patentes irregularidades en el proceso, que hubo un ciber ataque contra la red del CNE (llegándose a señalar cosas tan disparatadas como que la red de CANTV -la estatal telefónica- recibió 30 millones de ataques por minuto). Ello, a pesar de que, durante todo el día, tanto dirigentes del PSUV, como de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (FANB) y el propio Amoroso, habían señalado que el proceso transcurría con total normalidad. Ello, a pesar de que los técnicos de CANTV señalaron, días antes, como corresponde según el protocolo, que la red estaba completamente blindada y se habían realizado pruebas contra posibles hackeos para verificar los niveles de seguridad de la red, por lo que cualquier ataque cibernético resultaba altamente improbable.
A la mañana siguiente, también ocurrió un hecho sin precedentes en 25 años. Sin que el CNE hubiese ofrecido un segundo boletín y sobre la base de sólo el 80% de las actas, supuestamente escrutadas, se procedió a proclamar a Nicolás Maduro como presidente electo.
Una genuina pero contradictoria insurrección popular
De repente, el silencio funerario que envolvía a Caracas y las ciudades del interior fue interrumpido por una catarata de cacerolazos a lo largo y ancho del país, y, protestas, piquetes, barricadas y marchas espontáneas empezaron a surgir en los barrios pobres de la ciudad capital, así como en muchas ciudades del interior.
Una genuina insurrección popular, aunque con características profundamente contradictorias, fue puesta en marcha, tomando al gobierno completamente por sorpresa.
La situación, aunque debido a la ausencia de una dirección audaz y al papel de la represión estatal no llegó a desarrollarse hasta sus últimas consecuencias, fue potencialmente revolucionaria. En efecto, aunque fue cortada en seco mediante la bayoneta y el fusil a los dos o tres días de haberse iniciado, mostró algunos elementos de la definición clásica de situación revolucionaria elaborada por Lenin, sobre todo en lo que respecta a la masividad de las movilizaciones populares espontáneas, que desbordaron a la policía, y en el quiebre puntual de las fuerzas represivas en ciertos lugares del país: varios módulos móviles de la detestada PNB (que regularmente cobra vacunas a conductores, y cuyo cuerpo de acciones especiales es responsable de los planes de “lucha contra el crimen”, que en realidad implican criminalización y represión de la juventud de los barrios pobres) fueron quemados y destruidos, evocando, a pesar de la distancia histórica, las escenas que el país vivió durante el Caracazo, hace 35 años. Incluso, el que se ubicaba en la Plaza O’leary, a pocas cuadras del Palacio de Miraflores, fue empujado calle arriba por un grupo de manifestantes, quienes lo empleaban como barrera de defensa ante los piquetes policiales. En algunas ciudades, como Carirubana, en el estado Lara, el orden policial se quebró. Los oficiales, quitándose sus uniformes, se negaron, algunos en medio del llanto, a reprimir a la gente, arriesgándose así a ser dados de baja deshonrosa (de acuerdo a la ley burguesa) por sus superiores.
En otras ciudades, la PNB simplemente observó, pacíficamente, cómo los manifestantes se apoderaban de los cuarteles, sin poder hacer nada. En esos casos, según puede observarse en vídeos, no hubo violencia de los manifestantes contra los efectivos policiales, hecho que, de nuevo, nos recuerda inevitablemente, aunque en menor escala, cuando los barrios desbordaron a la Policía Metropolitana un 27 y 28 de febrero de 1989.
En Caracas, una gigantesca marcha espontánea barrió casi toda la ciudad capital desde Petare (donde se ubica uno de los dos barrios populares más grandes de América Latina) en el este, hasta el centro de la ciudad, lugar de asiento de las instituciones del poder estatal. En la movilización pudo escucharse a gente decir que, si los dirigentes de la oposición no participaban en la protesta, ellos mismos podrían hacerse cargo de la situación al llegar a Miraflores, constituyendo ellos mismos su propio consejo de ministros. Aunque esto haya sido un hecho puntual, nos permite tener una idea del estado psicológico de sectores de las masas que se movilizaron los días 29, 30 y 31 de julio. La gente quería un cambio radical de la situación, y había quienes estaban dispuestos a jugar un papel protagónico e intentar tomar en sus propias manos su destino, de ser necesario. Desde otras barriadas populares en el oeste, sur y suroeste, también se produjeron movilizaciones importantes hacia el centro de la ciudad.
En horas de la tarde, una de ellas, que se desplazaba por la avenida Urdaneta (que pasa frente al Palacio de Miraflores), compuesta de gente que iba a pie y jóvenes motorizados de las barriadas populares, fue contenida por un piquete policial en la esquina del Banco Central, a pocas cuadras del Palacio, y luego repelida a balazos por cuerpos parapoliciales del gobierno, mal llamados colectivos, tal y como fue también registrado audiovisualmente. Los cuerpos policiales permitieron actuar a los colectivos impunemente.
Mientras, la dirección de la oposición de derecha, se mantenía ajena a los acontecimientos. De haber existido una dirección y partido revolucionarios, con un ejército de miles o decenas de miles de cuadros, forjados sobre la base del estudio de la teoría y el programa marxista, así como de una intervención sistemática en la lucha de clases, éste habría podido ganar la simpatía de una capa importante de las masas que se lanzaron a las calles del país, a fin de orientar su ira y combatividad en líneas genuinamente revolucionarias. Pero tal factor subjetivo, sigue aún ausente en nuestro país.
En cambio, hemos asistido a lo que parece ser una ruptura definitiva de varias generaciones con las tradiciones del chavismo: En La Guaira, Coro, Mariara y otras ciudades, movilizaciones de jóvenes expresaron su ira contra el gobierno derribando estatuas de Chávez. Para millones de venezolanos jóvenes (muchos de los cuales provienen de hogares chavistas), Hugo Chávez no es ya el mejor presidente de la historia, aquel en cuyo gobierno las masas proletarias y oprimidas conquistaron mejoras sin precedentes desde el siglo pasado en sus condiciones de vida, así como un importante conjunto de derechos políticos y civiles.
Para las generaciones nacidas en el presente siglo, Chávez es el antecedente del gobierno Maduro, un gobierno profundamente corrupto y decadente, bajo el cual prácticamente se han pulverizado el salario y las prestaciones, el derecho a la educación, a la salud y a la alimentación, y se han cercenado progresivamente todos los derechos democráticos de la población. Por eso han dirigido su ira contra la propia idea e imagen de Chávez: Maduro, y toda la oligarquía termidoriana que dirige el PSUV, al liquidar las conquistas políticas y sociales logradas durante la Revolución Bolivariana, han destruido la bandera y el símbolo que Chávez representó en el período anterior para millones de hombres y mujeres de a pie, y, sobre todo, para la juventud trabajadora de entonces.
Las masas, hastiadas, agotadas y arrechas con la situación del país, votaron masivamente contra Maduro. En muchos casos, no votaron por Edmundo González o por la figura de María Corina Machado, sino contra Maduro, incluyendo cientos de miles y quizás hasta millones de votantes que aún se reivindican chavistas, pero que sienten un odio enorme contra el gobierno Maduro. Así, el resultado que el gobierno quiso imponer por la fuerza, pasando por encima de los hechos (porque la vasta mayoría de las actas dadas a conocer por los propios testigos y miembros de mesa, dieron como ganador a Edmundo González), fue el catalizador de la breve insurrección popular que tuvo lugar entre los días 29 y 31 de julio, aproximadamente.
Diez años de un espantoso retroceso en sus condiciones de vida, determinaron el voto masivo por la opción de la decapitación (es decir, de un agresivo programa de ajuste monetarista y privatizaciones, para terminar de desregular la economía venezolana hasta niveles sin precedentes históricos), como lo hemos expuesto en nuestro documento de perspectivas previo a las elecciones el 28J (https://luchadeclases.org.ve/?p=12399).
He allí la esencia contradictoria de la poderosa movilización que estalló el 29 de julio: las masas se levantaron contra un régimen que les oprime brutalmente para echarlo abajo, pero acaudillados bajo la figura de la dirigente del ala más reaccionaria de la burguesía venezolana. Un ala de la burguesía que de ponerse a la cabeza del Estado les oprimiría de formas incluso peores, y seguiría avanzando en el camino de la destrucción de las conquistas sociales del último período; camino sobre el cual Maduro ha andado ya muy largos trechos.
Ni con la boliburguesía ni con la reaccionaria derecha tradicional
No se trata aquí, aclaramos, de que defendamos en lo más mínimo a la derecha tradicional y su candidato, o el resultado electoral que, según todo indica, les es muy favorable. Con ellos no tenemos nada en común, y más bien los denunciamos como parte responsable de la catástrofe social y económica que ha sufrido el país durante la última década.
La destrucción de la base social histórica del chavismo, se debe no sólo a las políticas reformistas del primer gobierno Maduro en el contexto de los efectos de la crisis capitalista de 2009 y la caída de los precios de las commodities (entre ellas el petróleo). No fue sólo consecuencia de la descontrolada emisión de dinero que favoreció una brutal crisis de hiperinflación en 2017, y su posterior y complementario ajuste monetarista salvaje de 2018, mediante el cual terminó de destruir el salario, las contrataciones colectivas y las condiciones generales de vida y trabajo. No. La burguesía venezolana y el imperialismo yanqui tienen una gran responsabilidad en todo esto.
Desde los inicios de la Revolución Bolivariana intentaron derrocar a Chávez por medios violentos (golpes de estado, insurrecciones reaccionarias, incursiones paramilitares etc.). Cuando no pudieron, intentaron hacerlo por la vía de la democracia burguesa, por la vía de las elecciones. En paralelo, y en la medida en que este último método no les fue útil tampoco, el empresariado llevó adelante un masivo sabotaje de inversiones y de producción en miles de industrias a lo largo y ancho del país, así como una política de acaparamiento masivo y sistemático que duró más de una década. Una situación bastante similar a la vivida en Chile antes del golpe del 73, o en Nicaragua durante la década de la revolución sandinista. Por lo tanto, la burguesía tiene una enorme cuota de responsabilidad en el largo proceso de dislocación de la economía venezolana, que a principios de esta década alcanzó niveles de paroxismo.
Finalmente, el punto máximo de la guerra económica contra el proletariado venezolano fueron las sanciones de Washington contra la economía venezolana. Según el propio Francisco Rodríguez, un reconocido economista burgués, quien ha trabajado para firmas en Wall Street y es considerado en su medio todo un “Chicago Boy”, la crisis económica que despuntó en 2014 habría tenido, de no ser por las sanciones de la administración Trump, un desarrollo relativamente cíclico y normal, como otras que han ocurrido en la historia latinoamericana. En cambio, bajo el peso de las sanciones a PDVSA y al Estado venezolano y sus empresas, la crisis se convirtió en la peor depresión económica en toda la historia del capitalismo.
Aproximadamente, se estima que entre 2013 y 2020 el PIB de Venezuela se contrajo un 90%; millones de trabajadoras y trabajadores huyeron del país, estableciéndose a lo largo y ancho del continente americano y hasta en países de Europa, luego de ser despedidos o luego de que miles de empresas y ramas industriales enteras quebraron y/o cerraron; aunque no existen cifras oficiales, la ONU señala que la pobreza en el país podría, a inicios de 2024, estar superando el 80% y la pobreza extrema el 50%; el salario formal (aquel que suma para prestaciones y otros beneficios contractuales), sigue siendo de los más bajos del mundo, mientras que el ingreso mínimo (a través de bonificaciones) ronda los $130 mensuales.
Y hoy, estos mismos sectores intentan volver a comandar el Estado, pero no para salvar a la clase trabajadora de las dolorosas penurias a las que han sido sometidos durante toda una década. Su objetivo es volver a colocar a la burguesía tradicional a la cabeza del país para terminar de liquidar las contadas conquistas (casi ninguna, para ser sinceros) que aún quedan en pie de la extinta Revolución Bolivariana (como la gratuidad parcial de ciertos servicios de salud y educativos), y avanzar hacia un proceso de total liberalización y privatización (de hecho y de derecho) de la economía, como el que está llevando adelante el gobierno Milei en la Argentina.
No tenemos pues, ningún punto en común con estos enemigos históricos de la clase obrera y el pueblo pobre de Venezuela. Pero ello, tampoco nos coloca en el otro bando: el de la nueva oligarquía que, disfrazada de “socialista” y explotando en el legado de Hugo Chávez, se ha erigido a partir de la destrucción de las conquistas de la Revolución Bolivariana, y una política de pillaje y saqueo sistemático de los recursos naturales y financieros del Estado. Ambos bloques son, a su forma, enemigos de la clase obrera y el conjunto de los oprimidos. Y, por lo tanto, sin que ello implique conceder nada al bloque de la derecha tradicional, debemos condenar la represión salvaje que está teniendo lugar en los barrios pobres del país desde hace un mes.
Las expresiones de violencia como justificación de la represión
Muchos viejos amigos, compañeros de lucha, e incluso simpatizantes y compañeros que en algún punto tuvieron posiciones similares al conjunto de la izquierda socialista revolucionaria, hoy por hoy están defendiendo la represión estatal contra el pueblo pobre que se lanzó a las calles.
En realidad, se trata de una situación general entre la base remanente del chavismo que se ha mantenido apoyando a Maduro, a pesar de su profundo giro a la derecha. Sobre la base de los viejos, errados y falsos argumentos que ofrece el gobierno (como la amenaza del fascismo, la defensa de la patria, un supuesto intento de golpe de Estado por parte de MCM, o la necesidad de defender la revolución), apoyan la feroz represión que el gobierno, sin descanso, está llevando adelante contra las protestas populares.
Uno de los principales argumentos del gobierno para condenar las protestas, ha sido acusar su carácter violento. De esta forma, se vincula la reciente oleada de protestas con las guarimbas de 2014 y 2017, a fin de deslegitimarla ante los ojos de la base del chavismo que decidió cerrar filas en torno a Maduro de cara a los comicios presidenciales.
En primer lugar, ciertamente hubo expresiones importantes de violencia en las protestas. Así lo hemos relatado al principio de este artículo. Pero, al mismo tiempo, hubo enormes movilizaciones pacíficas de la gente de a pie, que igualmente han sido reprimidas brutalmente. Sobre la base de las manifestaciones violentas, el gobierno justifica la represión de cualquier protesta, sobre todo, las que tienen lugar en las barriadas populares del país. Esto es inaceptable, y lo rechazamos totalmente.
En segundo lugar, debemos preguntarnos, ¿qué significa que una manifestación sea violenta? ¿Cuándo es una manifestación violenta? En primera instancia y desde una perspectiva burguesa -la que hoy, por cierto, emplea el gobierno para justificar la represión-, podemos decir que una protesta es violenta cuando implica el daño o destrucción de propiedad pública o privada, la agresión a ciudadanos no involucrados en las protestas o el combate físico contra la fuerza pública. Pero, si analizamos la cuestión más a fondo y desde una perspectiva de clase, surgen entonces otras interrogantes ¿Acaso es falso que muchas protestas obreras y populares en nuestra historia implicaron expresiones de violencia? ¿No es eso parte de la lucha de clases? ¿Acaso no es algo que ocurre en la historia de todos los pueblos oprimidos del mundo?
Muchos revolucionarios, que luego formaron parte del PSUV, y hoy están defendiendo la represión casi con pasión y fervor policíaco -porque supuestamente todas las protestas opositoras son violentas-, han defendido históricamente la violencia que los oprimidos ejercieron contra la clase dominante, en casos como el del Caracazo, por ejemplo. El Caracazo fue precisamente una clara expresión de violencia, casi salvaje, de los oprimidos contra la clase dominante, sus políticos y el Estado.
Otro caso defendido por viejos revolucionarios, activistas y militantes, ha sido el de las protestas estudiantiles hacia finales de los 80 y en los 90. ¿O es que nos hemos olvidado de los famosos jueves culturales de la UCV? Los jueves culturales no eran sino una guarimba sistemática en una de las entradas de la universidad. Durante varios años, grupos armados de estudiantes se caían a plomo con la Policía Metropolitana en la entrada sureste de la universidad, jueves tras jueves, semana tras semana. Quemaban autobuses y los empleaban de barricadas. Incluso, el talentoso periodista y autor José Roberto Duque, escribió una breve pero hermosa novela sobre aquel episodio, en la que narra la acción de aquellos jóvenes como una suerte de epopeya contemporánea, urbana y tropical; Duque relata el viaje de aquellos jóvenes, armados más de gallardía y voluntarismo que de teoría, programa u organización, como una acción heroica. A pesar de que incluso da cuenta de los excesos que cometieron durante las batallas callejeras contra la policía, jamás habría sido capaz de tildarlos de terroristas o de drogadictos, como hoy hace el gobierno del PSUV contra los jóvenes que el 29 de julio emplearon métodos similares, para enfrentar a una policía que es tanto o más represiva que la de entonces.
Aunque nosotros no compartimos necesariamente los métodos ultraizquierdistas de aquellos compañeros, desconectados de las luchas concretas del movimiento obrero y del imprescindible trabajo de construcción de una organización proletaria, no podemos tampoco negar su valentía ni el importante papel que jugaron, enfrentando la represión estatal, durante los días del Caracazo. Jamás los llamaríamos terroristas, menos aún drogadictos. Aquellos son calificativos más propios del léxico de señores y señoras burguesas, y dice mucho de la actual condición de clase de Maduro y toda la boliburguesía.
Hoy, tristemente, Duque respalda a Maduro de forma casi absolutamente acrítica. De hecho, su último artículo publicado se refiere a las protestas post 28-J casi como mera violencia enfermiza y desquiciada, promovida por el odio que MCM, su corriente política y sus acólitos inyectan en un sector de la población. Preguntamos. ¿Qué diferencia hay entre los jóvenes que destrozaron módulos policiales de la PNB hace dos semanas, y aquellos héroes de la UCV en los 80 y 90? ¿Justificará el compañero José Roberto Duque la represión en curso contra el pueblo pobre?