El siguiente es el segundo de una serie de tres partes de un discurso sobre perspectivas mundiales, pronunciado el martes 28 de enero en una reunión del Comité Ejecutivo Internacional de la Internacional Comunista Revolucionaria. La primera parte, que puede leerse aquí, analiza la convulsión en las relaciones mundiales, provocada por la presidencia de Trump.
Incluso antes de asumir el cargo, Trump había logrado un acuerdo de alto el fuego en Gaza. Biden no logró hacer eso. Esto tiene muchas implicaciones importantes.
La primera es que esto no tiene precedentes, porque la persona que presionó a Netanyahu para que firmara el acuerdo, el enviado de Trump a Oriente Medio, Steve Witkoff, es un hombre de negocios. También procede del sector inmobiliario, como el propio Trump, y en el momento en que estaba dando vueltas por Oriente Medio, era un ciudadano particular. No tenía ningún cargo oficial. Trump aún no estaba en el cargo. Sin embargo, fue él quien presionó a Netanyahu y lo obligó a firmar el acuerdo de alto el fuego.
Este mismo acuerdo de alto el fuego había estado sobre la mesa desde, como mínimo, en mayo del año pasado. Hamás ya lo había aceptado en julio de 2024. Biden lo estaba impulsando, pero Netanyahu empezó a inventar todo tipo de excusas y pretextos para sabotear el acuerdo.
Una de sus principales excusas fue que Israel tenía que mantener el control del corredor de Filadelfia, que es una estrecha franja de tierra que separa Gaza de Egipto. Netanyahu insistió, en julio del año pasado, y luego en septiembre del año pasado, en que se trataba de una cuestión crucial para la seguridad nacional israelí. Las Fuerzas de Defensa Israelí no podían retirarse de él bajo ninguna circunstancia, ya que de lo contrario Hamás podría cruzar a Egipto, de un lado a otro, y utilizarlo como línea de suministro.
El acuerdo dice precisamente lo contrario. Las Fuerzas de Defensa Israelí se están retirando del corredor de Filadelfia, y también del corredor de Netzarim, creado por las Fuerzas de Defensa Israelí para dividir la franja de Gaza por la mitad. Eso le da una indicación de que todas las protestas y sabotajes de Netanyahu no tenían nada que ver con los rehenes, ni con cuestiones serias de seguridad nacional, sino más bien con mantener la guerra para poder mantenerse en el poder.
Las negociaciones sobre el alto el fuego se reanudaron en diciembre, pero a medida que se acercaba la fecha de la toma de posesión de Trump, estaba claro que estaban a punto de fracasar. Trump había dicho: «Quiero un acuerdo antes de mi toma de posesión». ¿Qué pasó en ese momento? El periódico sionista liberal israelí Haaretz lo describió de la siguiente manera:
Witkoff estaba en Doha, donde se estaban llevando a cabo estas negociaciones, y en cierto momento se dio cuenta de que los negociadores israelíes estaban perdiendo el tiempo, que no tenían ni la intención ni la autoridad para firmar o acordar nada.
Así que Witkoff llamó a la oficina de Netanyahu y dijo: «Quiero reunirme con usted mañana, sábado». La oficina de Netanyahu intentó retrasar todo el proceso, argumentando que no era posible reunirse el sábado porque era el sabbat, que la reunión tendría que posponerse, etc.
Según Haaretz, Steve Witkoff dio una respuesta «fría», dejando claro que no le importaba si era el Sabbath, el día de descanso judío, y que la reunión iba a tener lugar de todos modos. No sabemos qué pasó en esa reunión, pero Witkoff debió de dar un golpe en la mesa y conseguir que Netanyahu firmara este acuerdo.
La firma del alto el fuego dejó a Biden completamente expuesto. Ha quedado claro que Estados Unidos tenía sin duda el poder de presionar a Netanyahu para que cambiara su política. La política de Biden de pleno apoyo a la campaña genocida de Israel en Gaza no dio a Washington ninguna influencia sobre Netanyahu, sino más bien al contrario.
El acuerdo de alto el fuego ha provocado una gran crisis en Israel, o más bien, la aceleración de la crisis política en Israel. Uno de los dos partidos de extrema derecha que forman parte de la coalición de Netanyahu ha abandonado el gobierno, y el otro ha amenazado con hacerlo.
Hace unos meses, Netanyahu incorporó a otro partido a la coalición, el de Gideon Sa’ar, para no depender tanto del apoyo de Smotrich y Ben Gvir, los líderes de los dos partidos de extrema derecha.
El alto el fuego también ha puesto aún más de manifiesto que uno de los principales intereses de Netanyahu a lo largo de la guerra era mantener el conflicto e incluso intensificarla, para poder mantenerse en el poder. Su propia supervivencia política personal jugó un papel importante. Esta es una de las razones por las que ahora está intentando provocar una guerra abierta en Cisjordania.
Un acuerdo de alto el fuego no le interesa y, por lo tanto, no es seguro que este acuerdo de alto el fuego se mantenga. Netanyahu también ha dicho públicamente que ha recibido garantías de Biden y Trump de que, tras la primera fase de este alto el fuego, podrá reanudar la guerra en Gaza.
En los últimos días, el alto el fuego en el Líbano estuvo a punto de romperse. La administración de Trump intervino de nuevo para asegurarse de que no se rompiera por completo.
En cualquier caso, está claro que el acuerdo de alto el fuego no puede describirse como una victoria para Israel. No ha logrado ninguno de sus objetivos de guerra, que eran liberar a los rehenes por la fuerza militar y destruir Hamás.
El ejército israelí es uno de los más poderosos, si no el más poderoso, de Oriente Medio, con acceso a tecnología muy avanzada, fuentes de inteligencia, armas de alta tecnología, armas de baja tecnología, amplios suministros de artillería, etc. Sin embargo, las Fuerzas de Defensa Israelí no han podido rescatar a los rehenes y, lo que es más importante, no han podido aplastar a Hamás, que era el verdadero objetivo de la guerra.
Según algunos informes de inteligencia estadounidenses de los últimos días, Hamás ha reclutado a 15 000 nuevos miembros desde el inicio de la guerra, que es más o menos la misma cantidad de personas que los israelíes dicen haber matado. Obviamente, sin embargo, estas personas no serán entrenadas o integradas en las estructuras militares en el mismo grado que los muertos por Israel. Hamás ha sido claramente debilitado por esto, pero ciertamente no ha sido destruido todavía.
¿Qué hemos visto en los últimos días? ¿Qué sucedió tan pronto como se retiraron las Fuerzas de Defensa de Israel? Las estructuras de Hamás han tomado el control. Ayer, en la plaza principal de la ciudad de Gaza, había agentes de policía de Hamás por todas partes, con uniformes limpios y bonitos, preparando un escenario para los rehenes que iban a ser liberados, con un gran número de hombres armados que mostraban de forma muy demostrativa que todavía tienen el control. Esto ocurrió en la plaza principal de la ciudad de Gaza, el lugar que las Fuerzas de Defensa de Israel habían peinado minuciosamente para asegurarse de que Hamás no estuviera en ningún sitio.
Esto es bastante extraordinario. Los combatientes de Hamás han pasado meses escondidos en túneles. Cortaron todas sus comunicaciones entre ellos por miedo a ser interceptados. Y ahora salen, habiendo reclutado a miles de nuevos miembros, y controlan la Franja de Gaza de nuevo.
Toda esta serie de acontecimientos: el ataque de Hamás del 7 de octubre; el fracaso de la campaña de Israel en Gaza; la actitud cínica de Netanyahu hacia los rehenes: tarde o temprano todas estas cosas deben tener un impacto en la conciencia de la clase trabajadora israelí.
Durante décadas, la clase dirigente sionista ha movilizado a la población israelí en torno a sus políticas con el argumento de que la única forma de garantizar la seguridad y el sustento de los judíos en Israel es mediante un Estado fuerte que venza a todos sus enemigos. El mito de su invencibilidad se ha roto. Con el tiempo, debe imponerse la idea de que no puede haber paz mientras no se resuelvan las aspiraciones nacionales del pueblo palestino.
Vale la pena preguntarse: ¿cuál es la política de Trump para Oriente Medio?
[Nota: este discurso se pronunció dos semanas antes de la visita de Netanyahu a la Casa Blanca y del anuncio de Trump de su planpara que Estados Unidos se haga cargo de Gaza]
Me parece que lo que quiere es un acuerdo de alto el fuego que conduzca a la reanudación de los Acuerdos de Abraham, es decir, a la normalización de las relaciones entre Arabia Saudí e Israel. En su publicación en las redes sociales en la que reivindicaba la responsabilidad del acuerdo, mencionó los Acuerdos de Abraham y el hecho de que Gaza ya no debería ser un «refugio para terroristas».
Por lo que sé, probablemente piensa que si consiguen crear crecimiento económico en la región, todos los problemas se resolverán y todo el mundo será feliz.
Esto no es todo lo que dijo. Ahora pregunta: «¿Por qué no trasladamos a toda la gente de Gaza a Jordania y Egipto? Podemos construirles casas en un lugar donde puedan vivir en paz».
En su mente, esto tiene sentido. Gaza ha sido completamente destruida. Llevará años reconstruirla, limpiar los escombros, construir nuevas viviendas e infraestructuras. Estamos hablando de décadas de reconstrucción que costarán mucho dinero. Básicamente, está pensando: «¿por qué no paga alguien más por esto?».
Y al mismo tiempo, probablemente esté pensando: «De esta manera puedo mantener contenta a la extrema derecha sionista. Quieren expulsar a los palestinos de Gaza. Así que vamos a darles eso también». Puede que quiera que los saudíes y los Estados del Golfo pongan el dinero. Ya se pueden ver los contornos de un plan así.
Sin embargo, es poco probable que el enfoque práctico y empresarial de Trump hacia la política funcione en Oriente Medio, o en cualquier otro lugar, para el caso.
No creo que Arabia Saudí pueda aceptar un acuerdo de normalización con Israel mientras no exista algún tipo de Estado palestino, aunque sea un pequeño Estado sin poder. No porque los gobernantes saudíes se preocupen por las aspiraciones nacionales de los palestinos, sino porque les preocupa ser derrocados si se considera que han traicionado a los palestinos de una manera aún más clara.
Además, si quieren tener un Estado palestino, ¿cómo van a lograrlo en las circunstancias actuales sin que Hamás controle Gaza? Los israelíes acaban de intentar durante 15 meses deshacerse de Hamás con una campaña brutal, y no han podido conseguirlo. Este es realmente un problema insoluble dentro de los límites de las soluciones capitalistas. Esa es la única conclusión que se puede sacar de ello. Y la situación se complicará más para Trump a medida que pase el tiempo.
El colapso del régimen de Assad
Quiero hablar brevemente sobre Siria, porque este es otro acontecimiento importante que ha ocurrido en las últimas semanas de una manera muy sorprendente y repentina.
Ya hemos analizado la caída del régimen de Assad en varios artículos. Esto fue parte de la situación mundial general que describimos anteriormente. Rusia estaba ocupada en Ucrania; Irán se había debilitado en el Líbano por la campaña de Israel.
Turquía tenía una especie de asociación con Rusia que se forjó en el transcurso de los reveses sufridos por Turquía, en la primera fase de la guerra civil siria. Pero Turquía y Rusia no son realmente aliadas. Así que, viendo el relativo debilitamiento de otras potencias que apoyaban a Assad, Turquía decidió que iba a hacer un movimiento.
Comenzaron presionando a Assad para llegar a algún tipo de acuerdo, que implicaría un mayor control por parte de los representantes turcos en Siria, permitiendo el regreso de un gran número de refugiados sirios que se encuentran actualmente en Turquía.
Assad, por alguna razón, decidió no llegar a un acuerdo. También estaba en conversaciones con otros países, incluidos los cataríes, y estaba bajo la presión de los israelíes. No quería llegar a un acuerdo con Erdogan.
Como resultado, Turquía lo presionó, y tan pronto como empezaron a presionar, todo el edificio se derrumbó. El régimen de Assad estaba tan podrido que no quedaba nada.
A veces tienes un armario de madera que ha sido devorado por las termitas. No se puede ver el daño desde fuera, pero un día vas y abres la puerta y todo se derrumba.
La situación que ha surgido tras el colapso del régimen de Assad es una en la que Turquía es mucho más predominante, pero aún no controla todo el país. Lo que vemos es el reparto de Siria entre diferentes potencias regionales.
Israel se ha aprovechado de esto para aumentar el territorio que controla en el sur, junto a los Altos del Golán, con vistas al sur del Líbano. Turquía controla el norte, el noroeste y la capital, Damasco. Los drusos controlan la esquina sur. Los kurdos controlan el noreste, pero su posición es muy frágil.
Aquí hay una lección. Los kurdos de Siria se unieron al imperialismo estadounidense y ahora dependen totalmente del apoyo de este para sobrevivir. Por eso el líder de las Unidades de Defensa del Pueblo Kurdo (YPG) acaba de enviar una carta servil a Trump, diciendo en efecto: «Podemos ser amigos. Somos los mejores defensores de sus intereses en esta región».
De manera camaraderil, deberíamos discutir esta lección con aquellos anarquistas e izquierdistas de Occidente, que tuvieron una actitud completamente acrítica hacia Rojava. Al fin y al cabo, los derechos de las naciones pequeñas son solo monedas sueltas en las maquinaciones de las grandes potencias.
La guerra en Ucrania
Luego llegamos a la guerra en Ucrania. Creo que Occidente y la OTAN han perdido la guerra en Ucrania. Creo que no hay forma de que puedan cambiar el rumbo de esta guerra. Rusia avanza a lo largo de la línea del frente, y el ritmo de avance se acelera.
En cada una de las coyunturas de esta guerra, el intento de Estados Unidos de proporcionar «armas maravillosas» que cambiaran el curso de la guerra ha fracasado por completo. Primero, tuvimos los tanques Leopard, luego los HIMARS, luego los F16, luego los misiles ATACMS. Más recientemente, se concedió permiso para utilizar misiles ATACMS para atacar objetivos dentro del territorio ruso. Cada vez ha fracasado en revertir el curso de la guerra.
El factor decisivo actualmente es la superioridad de Rusia en mano de obra y la incapacidad de Ucrania para reclutar más hombres para el frente.
Hay otros factores involucrados, por supuesto, como el agotamiento de las existencias de armamento en Occidente y los límites de la industria militar occidental para seguir abasteciendo a Ucrania, en comparación con la capacidad de la industria militar rusa para abastecer a sus propias tropas.
Por cierto, hay un punto interesante que se debe mencionar en relación con esta pregunta. Hace unos meses, cuando Occidente mantenía conversaciones con contratistas militares, los jefes de las industrias de armamento decían: «Sí, podemos producir más. Podemos invertir en nuevas plantas para producir más proyectiles y equipo militar, pero solo si nos dan un contrato a largo plazo. Si se trata solo de aumentar la producción durante los próximos seis meses, no vamos a invertir masivamente en capital fijo que no estamos seguros de poder utilizar más adelante». Así es como funciona la inversión capitalista.
Este no es el caso de Rusia, donde el Estado tiene ahora una política intervencionista en la economía, para asegurarse de ganar la guerra. El Estado dice que estas fábricas van a trabajar las 24 horas del día, los 7 días de la semana, y que van a suministrar el material necesario para el ejército. Ya sean fábricas estatales o privadas, ahora están bajo el control del Estado.
Este es un ejemplo que demuestra que la planificación estatal, de una forma u otra, es muy superior a la anarquía de la economía de libre mercado, incluso cuando se trata de suministrar armas para la guerra.
Este es un punto que Ted Grant planteó durante la Segunda Guerra Mundial. En aquel momento, Gran Bretaña estableció consejos industriales a través de los cuales se decía a las fábricas y a los propietarios privados de capital: «Debéis producir esto en tal fecha y en tal cantidad». Esto era efectivamente una forma de planificación estatal. Cuando se trata de cosas importantes, los propios capitalistas no lo dejan en manos del libre mercado.
La idea de que las sanciones occidentales iban a dañar la economía rusa hasta el punto de impedir o dificultar el esfuerzo bélico ha demostrado ser completamente falsa. La economía rusa está creciendo y está produciendo lo suficiente para sostener esta guerra.
Cuando se tienen en cuenta todos estos otros factores, el factor crucial es la incapacidad de Ucrania para reclutar suficientes hombres para luchar. Este ha sido el caso durante meses. Alguna información se ha filtrado en artículos de los medios de comunicación occidentales, pero la situación real es completamente desastrosa.
Muchas personas se ofrecieron como voluntarias para luchar al comienzo de la guerra. En ese momento, se veía como una guerra de defensa nacional y hubo una ola de patriotismo. Estas personas han estado en el frente durante años sin ninguna rotación. Están completamente agotadas. Pero al menos son tropas entrenadas y aguerridas que saben un poco sobre cómo luchar.
Pero lo que tenemos ahora son formas cada vez más autoritarias y violentas en las que el Estado está intentando reclutar a un gran número de personas en el ejército por la fuerza a través del servicio de reclutamiento y movilización, TCC. Recientemente hubo un escándalo en el parlamento ucraniano en el que un miembro del parlamento del partido gobernante de Zelensky dijo: «Esto no puede seguir así, los oficiales de reclutamiento en Járkov actúan como un ejército de ocupación, incluso estableciendo puntos de control de filtración». Buscan a hombres en edad militar, los meten en furgonetas y los envían directamente al frente. Los están secuestrando, en contra de su voluntad.
Esto ha generado resistencia y reacciones violentas. Desde hace meses, los oficiales de reclutamiento han estado utilizando furgonetas sin distintivos, porque la única forma de atrapar a la gente es por sorpresa.
Hubo una entrevista en el Daily Telegraph en Gran Bretaña sobre un día en la vida de un oficial de reclutamiento ucraniano. Al final del artículo le preguntaron: «¿Por qué haces esto?». Él dijo: «Creo que es mejor trabajar para TCC que esconderse de ella». ¡Su única motivación es que es mejor perseguir a la gente que ser perseguido! Ser oficial de reclutamiento al menos significa que no está en el frente, donde casi con toda seguridad moriría. Este es el verdadero estado de ánimo que existe ahora en Ucrania.
Otro ejemplo: Zelensky, con su estilo inimitable en el que todo lo que hace está subordinado a las necesidades de las relaciones públicas para mantener a Occidente de su lado, decidió que se iban a formar ocho nuevas brigadas. Serían entrenadas por Occidente según los mejores estándares de la OTAN.
Una de ellas fue la 155.ª Brigada Mecanizada. Hay 3500 hombres en una brigada. Fueron enviados a Francia para recibir un entrenamiento de alta calidad. Esto también fue una maniobra propagandística de Macron, quien, como sabemos, se enfrenta a muchas dificultades en casa y quería mostrarse como un hombre fuerte.
La 155.ª Brigada fue entrenada y luego regresó a Ucrania, donde fue enviada al frente en Pokrovsk, una de las zonas más calientes de la línea del frente, que los rusos han estado rodeando progresivamente durante meses. ¿Qué pasó? La brigada se deshizo antes de disparar su primer tiro. Unos 1700 hombres desertaron, ausentándose sin permiso. Unos 50 de ellos ya habían desertado en Francia.
Zelensky no quiere oír la verdad, por lo que los generales que le rodean no le dicen la verdad sobre la situación real. Cuando los comandantes sobre el terreno, que se supone que deben informar de cualquier cambio o problema en su sector, no lo hacen, resulta imposible planificar nada.
Digamos que una unidad es empujada hacia atrás desde la posición que ocupa. Esto no se informa a la cadena de mando por miedo a que sean sancionados. Así que no hay información veraz. La unidad que está al lado de esta piensa entonces que la posición sigue siendo ucraniana. Entonces, de repente, están completamente rodeados por las fuerzas rusas.
¡El número total de soldados ucranianos que se han ausentado sin permiso podría llegar a los 200 000! Más de 90 000 han sido acusados oficialmente de deserción desde 2022, la gran mayoría de ellos en 2024, lo que significa que la tasa se está acelerando. Se trata de personas que un día deciden que ya no quieren estar en primera línea y se van, o se les da licencia médica y nunca vuelven a sus unidades.
El último escándalo en Ucrania es que ahora están enviando especialistas de la Fuerza Aérea al frente como soldados de infantería. Se trata de personas que han sido entrenadas en el uso de drones, en la detección de misiles entrantes y demás, para la defensa aérea. Son personal altamente capacitado y especializado que ahora está siendo sacado de la Fuerza Aérea y enviado al frente. Desde un punto de vista militar, esto es un completo desperdicio de habilidades.
Me parece que esta situación no puede prolongarse mucho más. Somos dialécticos. Llegará un punto en el que estas pequeñas pérdidas incrementales podrían convertirse en un colapso total del frente.
La desmoralización en el ejército, que es un reflejo de la desmoralización en la sociedad, se ha acelerado con la llegada de Trump al poder. Ha dicho que pondrá fin a la guerra en veinticuatro horas y que llegará a un acuerdo con Putin. ¿Cuál cree que será el impacto de esto en Ucrania para los líderes políticos, los líderes militares y los hombres en el frente?
Algunos informes en los medios de comunicación occidentales sobre la opinión de las tropas dicen que los soldados ucranianos apoyan a Trump, ya que quieren poner fin a la guerra. Un exministro ucraniano fue citado por el diario Politico hablando del impacto de Trump en la guerra: «Puede que no sea bueno, pero será mucho mejor que con Biden… [él] gestionó la guerra como una crisis: pensó que si aguantaba lo suficiente, la tormenta pasaría. Pero no está pasando. Trump adopta la perspectiva de que tenemos que detener la tormenta. No le preocupa cómo se detendrá».
Esta parece ser la táctica de Trump: poner fin a la guerra. No está claro cómo pretende lograrlo, ni siquiera si será posible para él lograrlo. Lo que está claro es que si Trump dijera que Estados Unidos se retira de esta guerra, que es lo que está tratando de lograr, entonces la guerra terminaría.
La situación actual es una en la que la guerra ya se ha perdido, pero no ha concluido. Si EE. UU. se retira y detiene el suministro de ayuda militar, armas, suministros, etc., entonces habrá terminado.
Una derrota de la OTAN en Ucrania tendrá un gran impacto en la situación mundial. No será como cuando EE. UU. se vio obligado a abandonar Afganistán, incapaz de derrotar a lo que en efecto es un país muy atrasado. Estamos hablando de una gran guerra indirecta entre la OTAN y Rusia.
Rusia saldrá de esta guerra como la única potencia imperialista con un ejército que ha participado y probado los métodos de la guerra moderna. La guerra de Ucrania ha servido, como todas las guerras, de campo de pruebas para los métodos más modernos de guerra, el uso de drones, el uso de la guerra electrónica para contrarrestarlos, nuevos tipos de misiles, etc.
¿Cómo terminará la guerra de Ucrania?
¿Se puede llegar a un acuerdo para poner fin a la guerra? Diré que la única forma de llegar a un acuerdo es en los términos de Putin. Está ganando la guerra en el campo de batalla y cuanto más dure, más territorio ganará.
¿Cuáles son sus condiciones? En primer lugar, se quedará con todo el territorio que ha tomado. También quiere un compromiso escrito en piedra de que Ucrania nunca se unirá a la OTAN y seguirá siendo un país neutral. Eso también implica una reducción del tamaño del ejército ucraniano.
Lo que Putin estaba diciendo en el período previo a la guerra en diciembre de 2021 era: «Queremos una nueva arquitectura de seguridad en Europa». Lo que esto significa es: «Queremos que Europa y Estados Unidos reconozcan que Rusia es una potencia, y que dejen de entrometerse en nuestro patio trasero y de hacer movimientos agresivos contra Rusia».
En los debates que mantuvimos sobre la guerra en Ucrania cuando comenzó, algunos camaradas argumentaron que Occidente no podía permitir que se perdiera esta guerra. Argumentaron que, para Occidente, esta guerra es una importante cuestión de prestigio y que, por lo tanto, continuarían suministrando armas durante el tiempo que fuera necesario.
En aquel momento pensé que la guerra en Ucrania terminaría mucho antes con un acuerdo. Pensé que Occidente estaría dispuesto a reconocer la situación real mucho antes. Creo que argumenté que habría un acuerdo alrededor del otoño de 2022. Si recuerdan, se estaba discutiendo un acuerdo en Turquía, pero luego Boris Johnson se apresuró a ir a Kiev y les dijo que no firmaran y que Occidente los apoyaría «el tiempo que fuera necesario», hasta que se lograra la victoria sobre Rusia.
Me equivoqué y esos camaradas tenían razón.
En contra de su mejor juicio, Occidente ha seguido acumulando armas en una guerra que, como estaba claro desde hacía mucho tiempo, no podía ganarse. En gran medida, fue por razones de prestigio. Habiéndose embarcado en esta guerra, Occidente no puede ser visto perdiéndola. El error que cometí fue sobreestimar la capacidad del imperialismo occidental para actuar de forma lógica y racional.
Sin embargo, existen límites definidos (financieros, físicos y políticos) a la capacidad de Occidente para continuar suministrando armas. Estos límites se han alcanzado en gran medida.
En cuanto a esta cuestión de prestigio y al impacto que tendrá la pérdida de prestigio de EE. UU. en las relaciones mundiales, tal vez Trump piense que puede salirse con la suya porque puede echarle la culpa a Biden.
«Esta no es mi guerra, esta no es mi humillación, esto es un error o incluso un crimen cometido por Biden. Y nos estamos alejando de esto. Ya han muerto demasiadas personas». Esto es lo que está diciendo.
Trump también es un narcisista. ¡Algunos han dicho que quiere el Premio Nobel de la Paz! Esto no sería inusual para el comité del Nobel; ya han otorgado el premio a muchos personajes desagradables.
Así que, desde el punto de vista de Trump, probablemente piensa que si pudiera sentarse con Putin, a través de su encanto personal y sus relaciones personales, podría llegar a un acuerdo beneficioso para todos.
Este fue el contenido de la publicación de Trump en las redes sociales: «Me gustan los rusos. Los rusos nos ayudaron mucho en la Segunda Guerra Mundial. La economía rusa está en mal estado y le haré un favor a Putin si llegamos a un acuerdo».
Pero, obviamente, Putin no es idiota. Es muchas cosas, pero no un idiota. Y sabe cuál es la situación real, tanto de la economía rusa (que está en auge) como de la situación militar.
Trump cree que la guerra en Ucrania es un error, una pérdida de dinero y una pérdida de tiempo, y quiere ponerle fin. Pero la vida real es más complicada que las intenciones de Trump por sí solas.
Sin duda, tiene mucha influencia sobre Ucrania. Trump considera a Zelensky una molestia. Querrá embarcarse en negociaciones directamente con Putin y luego darse la vuelta hacia Zelensky y decirle: «Debes aceptar esto».
Se informó de que el jefe del servicio de seguridad de Ucrania, Budanov, dijo en una reunión a puerta cerrada con líderes de facciones parlamentarias y líderes militares que, a menos que entablen negociaciones serias, en seis meses Ucrania se enfrentaría a «una amenaza existencial». Zelensky también ha dicho que la prohibición de cualquier negociación con Putin, que él mismo promovió hace meses, no se aplica a él y que está dispuesto a sentarse a la mesa. Está claro que el gobierno ucraniano se ve obligado a reconocer la realidad. Intentarán sacar todo lo que puedan de estas negociaciones, pero no tienen mucha influencia.
¿Qué pasa si los europeos se oponen a las negociaciones o a los términos de un posible acuerdo? Trump dirá: «De acuerdo, esta es vuestra guerra. Adelante. Nosotros nos retiramos». Europa no está en condiciones de continuar la guerra indirecta contra Rusia sin Estados Unidos, ni desde un punto de vista económico, político o militar. Estos son los rasgos generales de la situación.
Trump rompe el manual de reglas imperialistas
¿Qué significa todo esto? Ha habido un cambio importante en las relaciones mundiales. También es un cambio en la forma de actuar de Estados Unidos.
The Economist publicó un editorial en el que afirmaba que Estados Unidos tiene ahora, «por primera vez en más de un siglo… ¡un presidente imperialista!». Estoy seguro de que mucha gente en Vietnam, Irak, Chile, Venezuela y Cuba se va a sorprender. Obviamente, todos los presidentes estadounidenses han sido imperialistas durante mucho tiempo. Más de un siglo, sin duda.
Pero The Economist podría estar en lo cierto, y es lo siguiente. En todo el período desde el final de la Segunda Guerra Mundial, o tal vez incluso antes, el imperialismo estadounidense mantuvo la pretensión de actuar en nombre de los derechos humanos, difundir la democracia y el «orden basado en normas», defender el «principio sagrado de la inviolabilidad de las fronteras nacionales», etc.
Actuaban a través de instituciones internacionales «multilaterales», aparentemente neutrales, en las que todos los países tenían voz y voto: las Naciones Unidas, la OMC, el FMI, etc.
En realidad, esto era solo una hoja de parra. Siempre fue una farsa. O bien los intereses del imperialismo estadounidense se expresaban a través de estas instituciones, o bien las ignoraban por completo.
La diferencia ahora es que a Trump no le importan en absoluto estas pretensiones. Parece decidido a romper todas las reglas y expresar las cosas más abiertamente, tal como son en realidad. Cuando dice que el Canal de Panamá y Groenlandia forman parte de los intereses de seguridad nacional de Estados Unidos, está expresando el punto de vista de la clase dirigente estadounidense, sin ninguna escapatoria.
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Publicaremos la tercera y última parte de esta transcripción la semana que viene.
La siguiente es la primera parte de una introducción sobre perspectivas mundiales, pronunciado el martes 28 de enero en la reunión del Comité Ejecutivo Internacional de la Internacional Comunista Revolucionaria.
Como dicen en los aviones, «damas y caballeros, permanezcan sentados con los cinturones de seguridad abrochados, porque hemos entrado en una zona de turbulencias».
Solo ha pasado una semana desde que Trump llegó al poder. Han pasado unas semanas más desde que fue elegido en noviembre, y toda la situación mundial se ha transformado.
Hemos visto, solo desde el punto de vista de las acciones de Trump, el alto el fuego en Gaza, la amenaza de acción militar contra Dinamarca, miembro de la OTAN y aliado de EE. UU., y Panamá. La idea de que Canadá debería convertirse en el estado número 51 de EE. UU., es decir, la anexión de un país de la OTAN al norte de la frontera.
Y esto es solo por mencionar algunas cosas. Lo que realmente podemos ver es una enorme aceleración del ritmo de los acontecimientos en las relaciones mundiales, la economía y la política. Y, obviamente, esto también tiene un impacto en la conciencia.
Por supuesto, Trump no es la causa de todo esto. Sin duda, es un síntoma de procesos más profundos que están teniendo lugar, pero al mismo tiempo, es un factor que acelera enormemente los acontecimientos. De eso no hay duda.
Además de una serie de acontecimientos desencadenados por las acciones de Trump, en las últimas semanas también hemos visto otros cambios importantes: la caída del gobierno en Francia, la caída del gobierno en Alemania, la caída del gobierno en Canadá. También hemos visto la cancelación de las elecciones en Rumanía, lo que en cualquier otra circunstancia sería algo muy importante, pero ahora queda eclipsado por todos estos otros acontecimientos más decisivos.
Ayer [27 de enero] vimos el colapso de las acciones tecnológicas en el mercado de valores estadounidense. Nvidia, la empresa tecnológica, perdió más de 600.000 millones de dólares de su valoración bursátil. En solo un día. Esta es la mayor caída en un día de cualquier empresa, en términos de cantidad de dinero perdido, en toda la historia.
Muchas de estas cosas son bastante sorprendentes en sí mismas.
Vimos, por ejemplo, una llamada telefónica entre Trump y Frederiksen, el primer ministro danés, sobre la ambición de Trump de anexionar Groenlandia, que aparentemente no fue muy bien. Según el Financial Times, que citó algunas fuentes danesas, Frederiksen dijo que estaban en shock y que ahora sí entendían que se trataba de un asunto serio.
Esta es la cuestión. Debido al estilo de Trump, se puede pensar que es todo palabrería. O que es solo la salva inicial en las negociaciones. Pero no estamos hablando de un influencer en las redes sociales. Se trata del presidente de los Estados Unidos de América, la potencia imperialista más importante y poderosa de la tierra. Y cuando dice algo, puede que sea un poco extravagante en la forma en que lo dice, pero hay que prestarle atención.
Un comentarista burgués citado en el New York Times dijo que «no hay que tomar a Trump literalmente, pero hay que tomarlo en serio».
Por si todo esto fuera poco, ayer tuvimos el enfrentamiento de Trump con Colombia. Fue un enfrentamiento de corta duración, pero creo que es muy revelador. Por alguna razón que solo él conoce, a las cuatro de la mañana, el presidente colombiano Petro decidió publicar un trino en el que protestaba por el trato que reciben los migrantes colombianos deportados por Estados Unidos. No le faltaba razón. Desde el punto de vista de Trump, esto es una cuestión de demostración. Trump está tratando de mostrar que está deportando a migrantes, tratándolos como criminales que deben ser deportados, esposados y encadenados.
El presidente de Colombia, Petro, protestó y declaró que no permitiría que dos aviones militares estadounidenses que transportaban migrantes colombianos aterrizaran en el país. Al parecer, uno de los aviones ya estaba en el aire. ¿Qué pasó después? Trump publicó un mensaje en las redes sociales diciendo que «el presidente socialista de Colombia, que ya es muy impopular entre su propio pueblo», había decidido rechazar estos aviones y que, por lo tanto, iba a introducir aranceles del 25 % sobre todos los productos colombianos, con efecto inmediato.
Y añadió que estaba retirando los visados y permisos de entrada a EE. UU. del presidente Petro, de su gobierno y de sus familias. ¡Y de todos sus partidarios! ¡Estamos hablando de millones de personas!
Hizo otras amenazas. Pero en realidad no eran solo amenazas. Empezó a cumplirlas inmediatamente. Al día siguiente, unas 1500 personas tenían citas para solicitar visados en la embajada de Estados Unidos en Bogotá. Se les envió un mensaje diciendo que todas las citas habían sido canceladas.
Petro respondió entonces que eso era inaceptable y que Colombia estaba imponiendo aranceles recíprocos a todas las importaciones estadounidenses. Además, decidió publicar un post muy largo en las redes sociales. No sé si lo habéis visto. Dijo todo tipo de cosas. Hizo referencia a la tradición de Sacco y Vanzetti [anarquistas italianos ejecutados infamemente en EE. UU.], llamó a Trump «esclavista blancos» y dijo que no le estrecharía la mano.
Sin embargo, al final del día, Petro se vio obligado a dar marcha atrás en todo y Trump publicó otro mensaje en las redes sociales diciendo que le había dado una lección y que «Estados Unidos vuelve a ser respetado».
Hay un artículo hoy en el New York Times que describe este enfrentamiento. El titular es «Detrás de la explosión de Colombia: trazando las tácticas de rápida escalada de Trump», y el párrafo inicial dice:
«No hubo reuniones en la Sala de Situación ni llamadas discretas para calmar una disputa con un aliado. Solo amenazas, contraamenazas, rendición y una indicación del enfoque del presidente hacia Groenlandia y Panamá».
Chas Freeman, ex embajador de Estados Unidos, hizo un comentario interesante sobre Trump. Dijo que es un hombre de negocios. No conoce ni le importan las normas de la diplomacia y las relaciones internacionales entre países, las formalidades y el protocolo, todo eso. Y añadió que no es un hombre de negocios cualquiera. Su experiencia es en el sector inmobiliario de Nueva York. Ese es un sector en el que no hay reglas éticas de ningún tipo. Todo se basa en la intimidación y las traiciones, señaló.
Definitivamente ese parece ser el estilo de Trump. Y ahora es el presidente de los Estados Unidos. Por supuesto que esto tiene un impacto. Obviamente, hay un fuerte elemento de esto en sus acciones que a veces pueden parecer impredecibles. Pero, por supuesto, aunque parezca una locura, hay un método en la misma. Y es por eso que necesitamos discutir lo que hay detrás de todo esto.
La guerra de Trump contra el aparato estatal
Trump siente que, cuando ocupó el cargo de presidente por primera vez, intentó acomodar a las diferentes alas del partido republicano y trabajar dentro de las reglas del Estado. Como resultado de ello, fue frenado, acorralado y lo que él describe como el «Estado profundo» le impidió llevar a cabo su verdadera agenda. Hay algo de verdad en esa descripción.
Pero ahora es más fuerte que la primera vez. Tiene un control total, o digamos un control abrumador, sobre el Partido Republicano, mucho más que en 2016.
Sin duda, tiene mucho más poder político y está mucho menos dispuesto a hacer concesiones o a permitir que otras personas dicten sus políticas. Solo hay que ver algunas de las otras medidas que ha tomado esta última semana.
El miércoles, los funcionarios del Consejo de Seguridad Nacional fueron enviados a casa, algunos con permiso, otros suspendidos. Se trata de personas que asesoran al gobierno en cuestiones como Irán, Corea del Norte, Ucrania, Oriente Medio en general y muchas otras cosas. La decisión fue tan rápida que, según el New York Times, algunos de ellos no pudieron salir físicamente del edificio porque sus pases habían sido desactivados incluso antes de que se les informara de su cese.
Y luego, el lunes, el presidente Trump firmó una orden ejecutiva, suspendiendo toda la ayuda exterior durante 90 días, a la espera de una revisión completa. Se ha suspendido toda la ayuda exterior y se ha dicho a las personas que trabajan en ONGs de todo el mundo: «no gasten ni un solo centavo a partir de ahora hasta nuevo aviso». En Ucrania cundió el pánico sobre si esto afectaba o no a la ayuda militar. Hubo idas y venidas toda la semana al respecto.
En todos estos casos, Trump dijo que estas medidas eran para asegurarse de que todos están en línea con sus políticas. También ha suspendido todos los programas de diversidad, igualdad e inclusión (DEI) y, no contento con eso, también ha ordenado a los funcionarios públicos que informen sobre sus colegas si de alguna manera intentan mantener políticas como esa, contraviniendo las órdenes de Trump. Se ha creado una dirección de correo electrónico confidencial donde los funcionarios pueden denunciar a sus colegas.
Está en guerra con el sistema y con lo que él percibe como «el estado profundo». Esto no significa necesariamente que vaya a ganar en todas las ocasiones, porque el estado capitalista es muy poderoso. Independientemente del resultado, está claro que está en guerra con él y que ha decidido impulsar su agenda, por todos los medios necesarios.
A lo que nos enfrentamos es a un cambio decisivo en la situación mundial, que tiene varias implicaciones importantes.
La propia elección de Trump, que fue hace solo dos meses, ¡parece ahora que fue hace mucho tiempo!, fue un cambio importante en sí misma. La clase dirigente estadounidense y el establishment de EE. UU. utilizaron todos los trucos de su arsenal para evitar que ganara esas elecciones. Sin embargo, ganó. Y ganó de forma muy convincente.
¿Qué significa eso? Hemos visto a los liberales, a los medios de comunicación y a la llamada izquierda levantar un clamor diciendo que la elección de Trump representa «un giro a la derecha» en Estados Unidos, y que es parte de un giro general a la derecha en la política mundial.
Pero esto no explica nada. Porque si aceptas este argumento, ¿qué estás diciendo? ¿Que Biden era de izquierdas? Esa es la implicación. Veamos la política exterior. Trump era el «candidato de la paz», mientras que Biden era el candidato belicista. Esa cuestión influyó en el resultado de las elecciones, sobre todo en varios distritos con un alto porcentaje de votantes musulmanes y árabes.
Por supuesto, hay elementos reaccionarios que empujaron el voto de Trump. Pero, en sí mismos, no explican su victoria. Por ejemplo, hubo un gran número de estados en los que Trump ganó o aumentó significativamente su voto y que al mismo tiempo también votaron a favor de iniciativas legislativas para consagrar los derechos al aborto en la legislación estatal. Entre ellos se encontraba Florida, donde el voto a favor del aborto obtuvo un resultado superior al de Harris, aunque no alcanzó el umbral requerido.
Lo que hemos explicado, y creo que es completamente correcto, es que la razón principal de la victoria de Trump, la conclusión principal que debemos sacar, es que fue capaz de captar, conectar y canalizar ese sentimiento antisistema tan arraigado y generalizado que existe en Estados Unidos.
El mismo estado de ánimo existe también en muchos otros países capitalistas avanzados. Se expresa de muchas maneras diferentes. Otro indicio de esto, que fue muy llamativo, fue la reacción al asesinato del director ejecutivo de United Healthcare por parte de Luigi Mangione. El asesinato en sí fue significativo, pero aún más lo fue la reacción del público ante el asesinato, que fue de comprensión y simpatía; no por el director general, sino por Mangione.
Mangione se ha convertido en una especie de héroe popular. Esa reacción no solo se dio entre personas que se consideran de izquierdas, sino también entre muchas personas que se consideran conservadoras y republicanas, incluidos muchos partidarios de Trump. Esa es la cuestión significativa.
Este es un fenómeno muy peculiar, ¿no? Trump está aprovechando la ola de descontento contra el sistema. Hay una crisis de legitimidad de todas las instituciones burguesas. Hay un enfado contra las grandes empresas, contra políticos de todo tipo, contra el Estado, etc. Pero él mismo es multimillonario, y todo el mundo sabe que lo es. Y se rodea de multimillonarios.
Este es un reflejo profundamente confuso de ese estado de ánimo. Pero ciertamente es un reflejo de ello. Y la razón también está clara, tanto en Estados Unidos como en Europa hemos visto la completa bancarrota y el fracaso de la izquierda, que ha sido totalmente incapaz de capitalizar tal estado de ánimo.
Venimos de un período en el que las figuras y los partidos antisistema de izquierdas estaban en auge en toda Europa y América tras la crisis de 2008 y los movimientos masivos contra la austeridad de 2011. Podemos, Syriza, Mélenchon, Corbyn, Sanders: todos fracasaron por completo. De una u otra forma se demostró en la práctica las limitaciones y el fracaso de sus ideas reformistas.
El ejemplo más extremo fue el gobierno de Syriza en 2015, pero también el respaldo de Bernie Sanders a Clinton en 2016. Capitularon despejando el camino para gente como Trump.
Relaciones mundiales
¿Qué va a hacer Trump? Ni siquiera creo que lo sepa él mismo.
En su discurso de investidura dijo: «Vamos a hacer cosas que sorprenderán a la gente». Y la gente está ciertamente conmocionada. Al menos yo lo estoy.
El presidente del Atlantic Council, un think tank de derechas, Fred Kempe, dijo que Trump «es tanto el producto como el proveedor» de una nueva era que se caracterizará por «más intervención gubernamental, menos causa común, más mercantilismo, menos libre comercio y más fanfarronería de gran potencia».
En la forma en que Trump se comporta hay un fuerte elemento de esta fanfarronería de gran potencia. La gran potencia está mostrando a los chiquillos quién manda. Esto se puede ver claramente en la forma en que trató a Petro.
Obviamente, las personalidades juegan un papel importante en la historia. El materialismo histórico no está en contradicción con eso, al contrario.
Al mismo tiempo, Trump es también el reflejo, la personificación, de tendencias más profundas en las relaciones mundiales, la política mundial y la crisis del capitalismo que debemos explicar.
Hemos explicado estas tendencias subyacentes en el último documento de perspectivas mundiales en 2023, en el manifiesto de la ICR y en los artículos y debates que hemos mantenido sobre las perspectivas mundiales y las relaciones mundiales. Hemos reconocido que la situación mundial está dominada por:
a) el declive relativo del imperialismo estadounidense.
b) el auge de nuevas potencias imperialistas jóvenes y dinámicas, como China, que también están llegando a sus límites hasta cierto punto. También se incluye en esta categoría Rusia, de una manera diferente y relativa.
c) el hecho de que este enfrentamiento permite a una serie de potencias de rango medio actuar de manera más independiente, equilibrando un bloque contra el otro, lo que se puede ver en muchos ejemplos diferentes, como Turquía, Arabia Saudí, India y otros.
Hemos hablado del declive relativo del imperialismo estadounidense y del ascenso de China, que desafía al primero por la hegemonía mundial. Pero hay otra tendencia adicional a la que no hemos prestado tanta atención, una que ahora se coloca en el centro de la ecuación, que es la crisis prolongada del capitalismo europeo.
Creo que este marco general nos permite explicar el significado de la política exterior de Trump.
Hay algunas diferencias importantes entre su política exterior y la de Biden. La política exterior de Biden se basaba en la negativa a aceptar las limitaciones del poder estadounidense y, como resultado de ello, en continuar de manera absurda y peligrosa con el intento de mantener la dominación estadounidense sobre todo el mundo.
Esa dominación existió durante casi 30 años después del colapso de la Unión Soviética, pero ya no existe.
Puede verse una manifestación de esto en la guerra de Ucrania. La idea era que EE. UU. iba a derrotar a Rusia y debilitarla hasta el punto de que nunca más sería capaz de invadir otro país, desafiando la voluntad de Washington. Biden hizo un famoso viaje a Polonia al principio de la guerra cuando dijo que el objetivo de la guerra en Ucrania era un cambio de régimen en Moscú.
Tenemos una posición similar en Oriente Medio, donde Biden efectivamente dio un cheque en blanco a Netanyahu con todas las consecuencias que eso conllevaba. Aunque algunas de esas consecuencias no eran necesariamente las mejores para los intereses de Estados Unidos en la región.
Por el contrario, la política de Trump parece ser que Estados Unidos necesita defender solamente sus intereses de seguridad nacional. Estados Unidos tiene su propia esfera de influencia, que se encuentra principalmente en su vecindad, en América del Norte. Estados Unidos debería fortalecer su posición allí, en lugar de gastar mucho dinero y hombres en guerras en lugares lejanos que no le interesan.
Así, en la rueda de prensa previa a su investidura, habló de Groenlandia, el Canal de Panamá, Canadá y México.
Como parte de este plan para fortalecer a EE. UU. y concentrarse en sus intereses inmediatos de seguridad nacional, quiere poner fin a la guerra en Oriente Medio y a la guerra en Ucrania. Eso también podría, tal vez, atraer a Rusia y separarla de China.
Tal política, piensa Trump, permitiría entonces a EE. UU. concentrarse en la principal amenaza a su dominación mundial, que es China. Hay que admitir que, desde el punto de vista de los intereses generales de la clase dirigente estadounidense, esto tiene mucho más sentido que la política descabellada de Biden.
Algunos quizás escuchais el podcast Against the Stream y tuvimos un episodio en el que hablamos mucho sobre un podcast que habíamos escuchado, en el que Gideon Rachman, del Financial Times, un liberal, entrevistaba a Dan Caldwell, un asesor del equipo de transición del Pentágono de Trump.
Lo que decía Caldwell me pareció muy interesante. Lo primero que dijo es que era un veterano del ejército, que había participado en la guerra de Irak. Hay muchos de este tipo, ¿verdad? Muchos veteranos del ejército que se han politizado por su experiencia en las aventuras militares imperialistas de Estados Unidos. Hay muchos de ellos entre los partidarios y asesores de Trump.
Dan Caldwell explica que Estados Unidos mató «hasta un millón de árabes, iraquíes y sirios» y «más de 4000 estadounidenses que llevaban uniforme. Varios miles más que eran contratistas fueron asesinados». Además, «los costes monetarios fueron significativos. Más de 2 billones de dólares y contando porque la guerra de Irak sigue en curso». Y llega a la conclusión de que se trata de «una política exterior que creo que nadie puede decir con la cara seria que ha hecho que Estados Unidos sea más seguro y que podría decirse que no ha hecho que el mundo sea más seguro o más estable».
Y por eso sostiene que Estados Unidos no debería seguir esa política. Estados Unidos debería concentrarse en sus intereses naturales de seguridad nacional. Gideon Rachman, que es un liberal, le pregunta asustado: «¿pero qué pasa con Ucrania?».
Trump ha dicho que la guerra de Ucrania nunca debería haber comenzado. También ha dicho que Zelensky nunca debería haber ido a la guerra, ya que los rusos tienen muchos más tanques que Ucrania. Se puede deducir el pensamiento de Trump: «no se busca pelea con un enemigo mucho más grande». Su enfoque consiste en reconocer la fuerza relativa de cada potencia.
Volvamos a Dan Caldwell. Cuando se le preguntó sobre Ucrania, dijo: «Para responder a su pregunta, no para esquivarla, la guerra es una tragedia. Pero para Estados Unidos, el que Rusia controle o no el Donbas o Crimea no es un interés vital para nosotros».
Trump también ha hecho declaraciones en la misma línea: que la guerra en Ucrania nunca debería haber comenzado, que es el resultado de las provocaciones de la OTAN contra Rusia, y que puede entender que Rusia tenga intereses de seguridad nacional en Ucrania.
Dan Caldwell lo expresa en términos de la necesidad de que Estados Unidos reconozca que hay cosas que puede hacer y cosas que no.
«Creo que Estados Unidos debería esforzarse por seguir siendo el país más poderoso del mundo. Pero, en mi opinión, eso es diferente de intentar alcanzar la primacía. En mi opinión, intentar ser la potencia dominante es diferente de intentar ser el país más poderoso… No estoy defendiendo, aceptando ni apoyando el declive estadounidense. Estoy defendiendo lo contrario, que tenemos que hacer cosas para revertir el declive estadounidense. Y creo que nuestra búsqueda de la primacía nos ha debilitado en última instancia como país».
Es un punto de vista bastante interesante y nos da una idea del enfoque de Trump en materia de política exterior. Esto tiene ciertas implicaciones. Es un reconocimiento de que Estados Unidos tiene sus propios intereses de seguridad nacional y esferas de influencia. Pero de ello se deduce que otras potencias también tienen las suyas y que es necesario llegar a algún tipo de negociación y acuerdo entre ellas.
Esto se expresa en el dicho de Trump de «paz a través de la fuerza». Eso nos acercaría a la situación mundial que existía antes de la Primera Guerra Mundial, con diferentes potencias luchando por repartirse el mundo. Eso tiene implicaciones muy importantes, no solo para Ucrania, de la que Trump quiere desenredarse, sino también, diría yo, para la posición de Taiwán.
La pregunta obvia que surge es: ¿es de interés nacional de EE. UU. defender a Taiwán de China? Ya en julio del año pasado, Trump dijo que «Taiwán está a 9.500 millas. Está a 68 millas de China… y nos está costando mucho dinero» a cambio de nada.
En el podcast que mencioné, Dan Caldwell dijo que él no era partidario de asumir ningún compromiso de seguridad con Taiwán y que, en lugar de suministrarles armas de prestigio, Estados Unidos debería proporcionarles drones y defensas aéreas más baratos para que puedan disuadir a China de apoderarse de ella.
Desde el punto de vista de Trump, sí, China es el principal rival de EE. UU. en el mundo. De eso no hay duda. Pero eso no significa que EE. UU. deba comprometerse a ir a la guerra con China por Taiwán.
¿Qué conclusión va a sacar Xi Jinping de la derrota de la OTAN en la guerra de Ucrania? Va a sacar la conclusión obvia de que el poder de EE. UU. tiene límites definidos.
Por supuesto, hay diferentes opiniones, incluso dentro del bando de Trump, sobre China. Algunos la ven principalmente como un rival económico, otros consideran que ya se ha convertido en un adversario militar.
Estos son algunos de los aspectos que determinan la política exterior de Trump, así como el hecho de que es ante todo un hombre de negocios y, por lo tanto, está mucho más interesado en utilizar medios económicos que militares. Esto es lo que vimos en el enfrentamiento con Colombia. No amenazó con enviar a los marines ni con organizar un golpe militar, sino que amenazó con aplicar sanciones económicas a través de aranceles. Utilizó el poder económico de Estados Unidos frente a Colombia para lograr sus objetivos.
Fue un caso similar con Dinamarca acerca de Groenlandia. Sí, dijo, no descartaba la acción militar, pero toda la cuestión se planteaba en términos de una compra de Groenlandia y amenazó a Dinamarca con aranceles de represalia.
Trump está al frente de la potencia imperialista más fuerte del mundo y su política sigue siendo imperialista, pero es una política que, a diferencia de la de Biden, se basa en cierto grado de reconocimiento de que Estados Unidos no es la única potencia mundial y que su poder tiene ciertos límites.
Antes incluso de que Trump hubiera sido confirmado como el 47º presidente de los Estados Unidos de América, un grupo de expertos europeo había declarado que se está produciendo “la mayor crisis en las relaciones transatlánticas desde Suez”. Un burócrata de la UE se hizo eco del mismo sentimiento: “¿Queda relación alguna entre la UE y EEUU?”. El pánico recorre los pasillos del poder en Europa.
No es difícil ver por qué. Trump ha amenazado con imponer aranceles del 20% a todas las importaciones europeas; ha prometido un acuerdo con Putin para poner fin a la guerra de Ucrania; ha amenazado con anexionar Groenlandia de Dinamarca, país miembro de la OTAN; y ha exigido a los miembros europeos de la OTAN que eleven su gasto en defensa al 5% del PIB o, de lo contrario, verán cómo Estados Unidos abandona la alianza militar. También cabe destacar que la única representante europea que recibió una invitación a su ceremonia de investidura fue la italiana Georgia Meloni, aunque muchos líderes de los llamados partidos de “extrema derecha” y euroescépticos asistieron por invitación especial.
Todo esto se deriva de la estrategia de Trump, que representa una ruptura con la política del imperialismo estadounidense desde la posguerra. El problema es que la clase capitalista europea ha construido toda su fortuna sobre esta política, a saber: la del imperialismo estadounidense manteniendo, a cualquier precio, su estatus de superpotencia económica y militar mundial que todo lo domina, el árbitro supremo de lo que hoy se llama “el orden mundial basado en reglas”.
Todos los presidentes estadounidenses desde la caída de la Unión Soviética han intentado, hasta ahora, mantener el pleno dominio de EEUU en el mundo. Pero eso choca cada vez más con hechos materiales obstinados. Trump insiste en que no pueden seguir ignorando estos sin poner en peligro los intereses imperialistas estadounidenses.
Dado que la industria manufacturera estadounidense se enfrenta a una competencia cada vez más dura por parte de rivales emergentes, Trump pretende cerrar la puerta en las narices a todos los que se acerquen al mercado estadounidense. Y cuando dice “América primero”, no quiere decir “América y sus aliados primero”. Quiere decir exactamente lo que dice. Eso significa aranceles no solo sobre los productos chinos, sino también sobre los productos europeos.
El capitalismo europeo ya está en un callejón sin salida. Una guerra arancelaria agravará aún más sus males, no solo porque dificultará la entrada de la UE en su mercado de exportación más grande, sino porque obligará a China a buscar otros mercados, incluido el europeo, para volcar sus propios excedentes.
Pero ese es solo el principio del problema para Europa. La política de Trump no es simplemente de proteccionismo económico, sino de repliegue geopolítico.
Atrincheramiento
En la campaña electoral de noviembre, los liberales pregonaron que Trump está “loco”. Nos quieren hacer creer que ellos, en cambio, son “los adultos en la sala”. El descaro de la retórica de Trump, y la aparente extravagancia de sus declaraciones sobre la anexión de partes de los vecinos y aliados de EEUU, puede prestarse a la idea de que, en efecto, está desquiciado.
Pero en muchos sentidos, son los liberales los que han perdido el contacto con la realidad, y Trump cuya política representa la evaluación más sobria de las duras realidades a las que se enfrenta el imperialismo estadounidense en el momento actual. La política de los liberales, de ignorar la realidad y tratar de imponer la hegemonía estadounidense en todas partes de una vez, ha llevado a una costosa catástrofe tras otra: en Afganistán, en Siria, en Ucrania. ¿Y para qué? No han detenido ni siquiera ralentizado el declive de EEUU.
Trump pretende corregir este desequilibrio y reconocer en los hechos que EEUU, aunque sigue siendo la potencia militar preeminente del mundo, ya no lo domina todo y no pretende seguir imaginándose como tal. Tiene que elegir sus batallas. Eso significa reforzar su poder en aquellas partes del mundo donde tiene intereses realmente vitales y esferas de influencia que defender. Pero también significa reconocer que sus rivales también tienen sus esferas de influencia, por las que sería inútil luchar.
Esto tiene una lógica innegable. Pero esto significa varias cosas. Significa que el imperialismo estadounidense debe abandonar la hipócrita pretensión de defender el llamado “orden basado en normas”. No, Trump está admitiendo clara y honestamente que “el poder es lo correcto” (o, para usar su propia frase, “la paz a través de la fuerza”).
También significa reafirmar el control estadounidense sobre su “extranjero cercano”: Canadá, México, Panamá y, por supuesto, Groenlandia. El gobierno danés se mostró horrorizado ante los designios de Trump sobre su posesión colonial. Pero dado que tienen apenas 50 soldados destinados allí, poco pueden hacer salvo protestar públicamente… y negociar en privado.
Lo que tenemos aquí es un miembro de la OTAN amenazando con invadir a otro miembro de la OTAN. ¿Qué revela esto sobre el futuro de esta supuesta alianza? Trump desea reforzar la presencia estadounidense en zonas que considera de vital importancia estratégica y económica. Groenlandia y el Ártico son algunas de ellas. También la región del Pacífico es otra zona de vital importancia geoestratégica para el capital estadounidense. Pero el pequeño remanso de Europa ya no entra en ese ámbito. El centro de gravedad de la economía mundial se desplazó hace tiempo del Atlántico al Pacífico.
La función militar principal de la OTAN, sin embargo, siempre ha estado precisamente en Europa, con un ojo en Rusia (anteriormente la Unión Soviética y el Pacto de Varsovia) y para asegurar la dominación occidental en Europa. Trump ha sido, de nuevo, bastante sincero al afirmar que la guerra de Ucrania fue provocada por Occidente por la expansión de la OTAN hacia el este. También ha sido claro en que, desde el punto de vista estadounidense, esta guerra es una costosa distracción lejos del centro de los intereses de EEUU. En ambas apreciaciones tiene razón, y ha prometido negociar el fin de la guerra en cuanto entre en el Despacho Oval.
Esto ha metido al zorro en el gallinero de las capitales europeas. Los europeos fueron arrastrados a esta guerra por la administración Biden. El fracaso de la guerra y las sanciones que la acompañan han supuesto un golpe para las economías y el prestigio de los europeos sin precedentes recientes. Ahora se les dice que si la guerra ha de continuar, los europeos pueden hacerlo en sus propios términos y a sus expensas, sin la ayuda de EEUU. Se trata de una guerra de la OTAN y, sin embargo, el principal contribuyente militar a la OTAN ha declarado que está fuera.
Todo esto plantea un interrogante sobre la futura existencia de la OTAN. Y Trump ha dejado bien claro que no le quitará el sueño. Dado que EEUU aporta el 65% del peso militar a una alianza centrada lejos de su verdadero centro de intereses, le parece, no sin razón, una subvención innecesaria al gasto europeo en defensa. Ha dejado claro que los europeos son unos aprovechados y que, a menos que los miembros de la OTAN aumenten el gasto militar hasta el 5% del PIB, está dispuesto a abandonar la alianza.
Su cortejo de los llamados grupos nacionalistas de “extrema derecha” en Europa, por no mencionar los ataques de Elon Musk contra la naturaleza “antidemocrática” del Parlamento Europeo, apuntan a que no solo la OTAN, sino la propia UE, podrían irse al garete por lo que a Trump le importa. Esto estaría en consonancia con su estrategia “America Primero” de no solo impulsar la industria estadounidense, sino de debilitar a los competidores industriales, incluida Europa.
A medida que se resquebrajan las relaciones transatlánticas en materia de comercio y defensa, tanto la OTAN como la UE corren el peligro real de desintegrarse por completo en el futuro. Esta fragmentación del continente representaría una catástrofe para las clases dominantes de Europa.
Aferrándose a los faldones de EEUU
El capitalismo europeo se ha aferrado a los faldones del imperialismo estadounidense desde el final de la Segunda Guerra Mundial.
En la OTAN, el imperialismo estadounidense proporcionó el paraguas militar bajo el que se reunían las pequeñas naciones imperialistas de Europa. En lo que se convirtió en la UE, les obligó, a menudo en contra de sus propios intereses nacionales mezquinos, a integrarse como un bloque. Y proporcionó el estímulo económico para el renacimiento del capitalismo europeo y, en particular, el alemán, después de que el continente hubiera luchado hasta la extenuación durante la Segunda Guerra Mundial.
Cuando Berlín cayó en manos de los Aliados en 1945, el primer instinto de británicos y franceses fue el de naciones vencedoras mezquinas y arruinadas. Comenzaron a robar y saquear Alemania, con la esperanza de acabar definitivamente con el imperialismo alemán, poniendo fin de una vez por todas a Alemania incluso como nación industrial.
Las fábricas fueron desmontadas y embaladas para ser montadas de nuevo en Gran Bretaña y Francia. Se extrajeron toneladas de materias primas como reparación, y decenas de miles de prisioneros de guerra alemanes fueron convertidos en trabajadores forzados para ayudar a la reconstrucción británica y francesa.
Si se hubiera dejado en manos de Gran Bretaña y Francia, se habría impuesto a Alemania un “Super Versalles”. Pero Estados Unidos intervino para poner fin a sus tejemanejes, que reflejaban las ambiciones enanas de unas potencias ahora de segunda fila.
EEUU necesitaba reconstruir una Alemania Occidental poderosa e industrializada como contrapeso a la Unión Soviética en el continente europeo. Necesitaba reconstruir Europa para prevenir la revolución y detener el avance del comunismo. Así pues, financió una política de reconstrucción del capitalismo europeo y obligó a estos pequeños Estados a unirse bajo su propia dominación.
Así, a principios de la década de 1950, la política de Estados Unidos hacia Europa se había convertido en una de verter enormes cantidades de ayuda del “Plan Marshall” para la reconstrucción. Se concedieron préstamos baratos y se liquidaron viejas deudas. Fue la presión estadounidense la que obligó a las potencias europeas continentales a unirse en la Comunidad Europea del Carbón y del Acero, predecesora de la UE.
Para disgusto de EEUU, los británicos insistieron en mantenerse al margen, aferrándose a su estúpida idea de que eran una potencia de primer orden con una “relación especial” con Estados Unidos, con quien se engañaban a sí mismos pensando que podían tratar en igualdad de condiciones.
Los estadounidenses habrían preferido unir Europa en torno a Gran Bretaña como vector más seguro de sus propios intereses. En lugar de ello, se apoyaron en los franceses, que siguieron con entusiasmo el plan estadounidense, imaginando falsamente que eran ellos, y no los alemanes, quienes estaban destinados a llegar a dominar una nueva Europa integrada. Pero fueron los estadounidenses quienes llevaron la voz cantante e impulsaron el proceso de integración europea desde el principio.
Este plan, que pretendía unir a una Europa industrialmente reconstruida como contrapeso a la Unión Soviética, se sustentaba en la alianza militar, la OTAN, formada en 1949, y en la presencia de casi medio millón de tropas estadounidenses, por no hablar de su capacidad nuclear, en el continente. Una vez más, EEUU tuvo que enfrentarse a los empujones de las otrora grandes potencias de Europa para intentar mantener su antiguo estatus. La clase dirigente francesa, por ejemplo, insistió en tener su propio arsenal nuclear independiente, separado del de la OTAN. Les gustaba imaginar que esto les elevaba al nivel de iguales con las grandes superpotencias, lo que claramente no era así.
Por supuesto, la UE y sus organizaciones predecesoras no eran meros vehículos de los intereses estadounidenses. Las clases capitalistas europeas siempre tuvieron sus propios intereses y compitieron con el capitalismo estadounidense. El imperialismo estadounidense tenía mucho interés en no permitir que el imperialismo europeo surgiera como un poderoso competidor militar, y siempre hubo límites a su apoyo a la integración europea.
La OTAN iba de la mano de los límites al rearme alemán, y durante todo el periodo de posguerra EEUU siempre se mostró receloso ante una política de defensa europea común independiente de la OTAN. De hecho, una vez que los británicos, fieles perritos falderos del imperialismo estadounidense, se unieron a la CEE y luego a la UE, siempre se pudo contar con ellos para bloquear las repetidas iniciativas para formar algo parecido a un ejército europeo.
Sin embargo, durante todo un periodo, Europa se benefició de este acuerdo por el que Estados Unidos estrangulaba sus ambiciones militares. Con la ayuda de la OTAN, el gasto militar podía mantenerse relativamente bajo y el dinero ahorrado podía reinvertirse en inversiones.
El poderío económico de EEUU fue la base sobre la que este país pudo financiar y dominar económica y militarmente a Europa. Pero todos los factores que incentivaron y permitieron al imperialismo estadounidense apuntalar y cohesionar el capitalismo europeo se han convertido en su opuesto en las últimas décadas.
Desde la década de 1990, ha dejado de haber necesidad de “contener” a la Unión Soviética. La OTAN siguió siendo un paraguas útil para impulsar la influencia occidental (es decir, estadounidense) en la antigua esfera de influencia soviética. Pero el impulso para formar la UE en 1993 vino de los propios europeos.
Para competir eficazmente en el mercado mundial, tuvieron que agruparse. En un periodo de liberalización del comercio y globalización, la formación del mercado común no encontró objeciones estadounidenses, y la expansión de la UE hacia el este actuó como otra correa de transmisión de la influencia estadounidense en dirección a Rusia.
Militarmente, la reducción de la presencia militar estadounidense en Europa tras la Guerra Fría también envió un mensaje claro al capitalismo europeo. No podían confiar indefinidamente en el poderío militar estadounidense. Hicieron varios intentos de unirse militarmente por iniciativa propia… y cada vez se quedaron cortos debido al mosaico irreconciliable de intereses nacionales que componen la UE.
Basta con plantearse la pregunta “¿cuál sería el foco central del ejército de la UE?” para ver en qué aprieto coloca a la UE una política de defensa común. Los franceses tienen intereses imperialistas en África Occidental que defender. Los países bálticos y nórdicos se centrarían en la amenaza rusa. Para los irlandeses, está la cuestión de los cables transatlánticos submarinos. Etc.
La diminuta escala de la industria europea también supuso barreras económicas a lo que puede lograr militarmente. El proyecto de desarrollo del Eurofighter, por ejemplo, provocó una espiral de costes y retraso tras retraso debido al complicado batiburrillo transnacional de un consorcio implicado en su desarrollo. Compuesto por varias empresas aeroespaciales europeas, cada una manejaba una parte de la cadena de suministro, y todo el proceso se vio asediado por el caos.
Pero a pesar de todos estos tropiezos, Europa se ha mantenido unida. Esto se debe en gran parte al hecho de que la clase dominante estadounidense se ha aferrado a la idea de que puede mantener y mantendrá indefinidamente al mundo entero bajo la égida de su propia dominación singular. Cuando la Unión Soviética dejó de bloquear su camino, EEUU parecía ser una fuerza imperialista de alcance mundial aparentemente ilimitado. Se suponía que era el Nuevo Siglo Americano.
Pero ese objetivo pronto se tambaleó. El imperialismo estadounidense se vio desbordado. Mientras tanto, el crecimiento del capitalismo en Asia Oriental ha desplazado el centro de los intereses estadounidenses del Atlántico a la región del Pacífico. Europa tiene hoy poca importancia para el capitalismo estadounidense. E incluso si deseara mantener el control que una vez tuvo en todas partes, el imperialismo estadounidense está en relativo declive. Ya no dispone de los recursos de antaño para sufragar los gastos que conlleva su alianza económica y militar con Europa.
El cambio radical estaba claro incluso bajo Biden. Los aranceles y las subvenciones que se han aplicado bajo su administración a través de la Ley de Reducción de la Inflación, la Ley CHIPS y otras leyes han tenido precisamente como objetivo la fabricación europea. Trump se limita a reflejar con mayor nitidez estos hechos en sus políticas.
Un camino oscuro por delante
¿Qué significa ahora todo esto para Europa? Significa que se enfrenta a un futuro en el que se hundirá o nadará en función de sus propios esfuerzos, y las perspectivas no son buenas.
La formación de la Unión Europea reflejó la necesidad de agruparse para sobrevivir de pequeñas potencias en declive. Pero no se forjó como entidad política mediante una revolución que despejara las cubiertas de los antagonismos nacionales. La integración europea se ha mantenido unida con el apoyo del imperialismo estadounidense y con la suerte de un prolongado auge económico que perduró durante todo el periodo de posguerra y enmascaró temporalmente los intereses nacionales divergentes de un mosaico de pequeños Estados nación.
Esta es la raíz del declive a largo plazo del capitalismo europeo. Estos pequeños Estados nación no tienen los medios para producir monopolios del tamaño y la productividad necesarios para competir con los gigantes estadounidenses y chinos. Al cortar el gas ruso del mercado europeo con el inicio de la guerra de Ucrania, agravaron sus propios males, y una renovada guerra comercial los agravará aún más.
El deterioro económico puede provocar el resurgimiento de una nueva crisis de la deuda soberana, solo que esta vez no serán únicamente las naciones europeas más pequeñas y “periféricas” las más afectadas. Más bien, es probable que los Estados miembros centrales, como Francia e Italia, con sus déficits y, sobre todo, deudas crecientes, estén en el ojo del huracán.
Ahora que Estados Unidos ya no es el único polo gravitatorio que tira del continente, las naciones europeas van a verse arrastradas en todo tipo de direcciones divergentes.
Con el inminente final de la guerra de Ucrania, habrá algunas clases capitalistas nacionales interesadas en restablecer los flujos de petróleo y gas procedentes de Rusia, como Austria y Alemania, y otras muy hostiles, como Polonia, los países bálticos y los escandinavos.
Sin EEUU llevando la batuta, es probable que las tensiones estallen cada vez más abiertamente. Y Trump ha dejado claro que, aunque no tiene ningún interés en continuar la guerra de Ucrania, si Europa no quiere enfrentarse a la ira económica de EEUU, será mejor que empiece a comprar más petróleo y gas estadounidenses rápidamente.
Con el levantamiento de muros en torno al mercado estadounidense, las distintas naciones europeas también se verán arrastradas en distintas direcciones para encontrar nuevos mercados. Algunos preferirán capitular por completo ante todas y cada una de las exigencias estadounidenses. Para otros, Rusia está esperando, y también China.
Ya el año pasado estallaron las diferencias entre los Estados miembros sobre la conveniencia de imponer aranceles a los vehículos eléctricos chinos. Francia, Polonia y la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, lideraron la iniciativa. Pero Alemania, Hungría, España y Eslovaquia expresaron públicamente su disconformidad con los planes: Alemania por miedo a las represalias chinas, los demás porque están cortejando la inversión china.
Todo esto sin considerar las implicaciones políticas del creciente descontento en Europa, que amenaza con llevar al poder a una serie de partidos de derechas ajenos al establishment tradicional: Le Pen en Francia, AfD en Alemania, FPÖ en Austria, incluso Farage en Gran Bretaña. ¿Qué nuevas variables representarían estos gobiernos una vez que entren en la ecuación?
¿Es todo esto inevitable? Hay estrategas en Europa que, lejos de limitarse a lamentar el desprecio de Trump por el “orden basado en normas”, entienden los fríos y duros hechos.
Draghi, como hemos comentado en otro lugar, ha elaborado un estudio muy interesante que aboga por una inversión masiva dirigida por el Estado a escala continental. Solo así, explicó, podrá el continente producir una clase de paladines europeos, monopolios masivos, que puedan competir seriamente con sus rivales estadounidenses y chinos.
Sin embargo, hay algunos problemas. ¿Adónde iría a parar esta inversión? ¿Serán paladines alemanes o franceses? Cabe suponer que no serán paladines griegos, ni españoles, ni portugueses. Tal inversión plantea una vez más el obstinado problema de los intereses nacionales contrapuestos del capitalismo europeo. Además, tal aumento masivo de la inversión tendría un coste enorme de un 4,5 por ciento adicional del PIB europeo, según las propias cifras de Draghi.
También otros, con la vista puesta en la era Trump, han lanzado una advertencia a Europa. Mark Rutte, secretario general de la OTAN, ha dicho a los miembros europeos que deben aumentar el gasto militar al 4% del PIB, el doble del objetivo actual del 2%. Si Europa quiere valerse por sí misma a la hora de defender militarmente sus intereses imperialistas, no tiene otra opción. Esto sigue sin abordar el hecho de que la UE no tiene su propio ejército, ¡y sus ejércitos siguen integrados bajo el mando de EEUU a través de la OTAN!
Pero aquí está el problema de la propuesta de Rutte: la clase capitalista europea ya ha recortado el gasto hasta los huesos con una austeridad masiva y, sin embargo, 10 de los 27 Estados miembros siguen registrando déficits superiores al límite del 3% del PIB establecido en el Tratado de Maastricht. Francia tiene un déficit del 6,1%.
Para colmo, gente como Draghi y Rutte les dicen que deben aumentar enormemente el gasto público en inversión y gasto militar si quieren que el capitalismo europeo tenga futuro. Para lograrlo, los gobiernos europeos tendrían que aplicar medidas de austeridad con un salvajismo sin precedentes históricos en el continente. De hecho, Rutte explicó precisamente esto en su discurso de diciembre: “Sé que gastar más en defensa significa gastar menos en otras prioridades”, dijo a la prensa y a los políticos que le escuchaban. “Pero es solo un poco menos”.
Solo un poco menos de comida, solo un poco menos para el sistema sanitario, un poco menos de calefacción para los pensionistas. Un poco menos, y Europa podría producir una máquina militar de categoría mundial capaz de matar y mutilar para la clase multimillonaria europea.
Sin embargo, el gobierno de Francia se derrumbó tras un intento fallido en otoño de aprobar un paquete de austeridad que habría reducido el déficit simplemente del 6,1% al 5,4% del PIB.
Hasta ahora, las clases dominantes se han resistido a llevar a cabo nada que se acerque siquiera a las medidas que serían necesarias para dar al capitalismo europeo un futuro en el mundo salvaje que se avecina. Y eso es porque saben lo que significaría hacerlo: malestar social, agitación política, incluso revolución. Sin embargo, es posible que en el futuro se vean obligados a llevar a cabo tales políticas, con todo el riesgo que ello conlleva. Porque la alternativa es realmente sombría para el capitalismo europeo. Promete traer un declive acelerado. El fin de la OTAN es totalmente posible, y también lo es la completa fractura del continente y el colapso de la UE.
Al final, el continente acabará en el mismo sitio. Los acontecimientos están sentando las bases para la revolución europea.
Aun sin tomar formalmente el control de la presidencia, Trump está haciendo cimbrar al peso mexicano y esto solo es reflejo del nerviosismo que hay en toda la economía nacional. No es para menos, al más puro estilo de un gánster americano o un capo mexicano, el nuevo presidente de los EEUU lanza amenazas para atemorizar a sus contrincantes y que la negociación sea favorable para sus intereses. Recuerda a la famosa película de El Padrino y su frase favorita “Te voy a hacer una propuesta que no puedes rechazar”.
Trump ha lanzado una metralla de amenazas contra México, Panamá y Groenlandia (Dinamarca es quien asume el control político de está región, como una colonia). Cada palabra de este hombre ha causado temblores políticos y económicos. Inmediatamente después de que se manifestará a favor de la anexión de Groenlandia, Dinamarca hizo una inversión histórica en su gasto militar; cuando manifestó que recuperará el Canal de Panamá, las sirenas de alarma sonaron en ese país. No ha sido diferente en el caso de México.
La llegada de Trump y su política con respecto a los cárteles
Trump ha puesto sobre la mesa tres aspectos clave con respecto a lo que concierne al país. Por un lado, ha dicho que va a declarar terroristas a los cárteles de la droga, en su última declaración ha ido más lejos aún, diciendo que “México es un país peligroso en gran medida gobernado por cárteles”. Ha subido de tono en su discurso. El gobierno mexicano ha respondido de la misma forma que AMLO, responsabiliza al gobierno gringo porque es en su país donde se consume la droga que se trafica.
Sheinbaum ha prometido que no va a volver a lo que se le conoció como “la guerra contra el narco”, refiriéndose a la supuesta confrontación directa del Estado mexicano contra los cárteles y que arrojó miles de muertos y desaparecidos. Ha dicho que mantendrá la política obradorista de intención a las causas que originan la violencia, con políticas preventivas y de inteligencia.
Pero aquí hay un problema, si bien los índices de asesinatos bajaron de forma paulatina año tras año bajo el gobierno de AMLO, el sexenio es el más violento en la historia del país, es decir, su política no funcionó. Claudia ha tomado varias medidas para hacer más eficiente su proyecto, dentro de ellas robustecer la Secretaria de Seguridad Ciudadana, a partir de un decreto presidencial que refuerza las labores de inteligencia y coordinación.
Hay dos aspectos a destacar, por un lado, está el aumento de los enfrentamientos entre los diferentes grupos armados que está arrojando un incremento de asesinatos; especialmente escandalosa es la situación de Sinaloa y Chiapas, regiones azotadas por enfrentamientos abiertos entre diferentes cárteles por el control de territorio. En estas regiones y muchas otras del país, la política de no balazos no sirve, tampoco la de meter más ejército o guardia nacional. La única estrategia que puede tener una repercusión contra la violencia es la movilización masiva de los jóvenes y trabajadores contra la guerra, armando comités de seguridad y tomando el destino en sus manos, pero esto está muy lejos de lo que el gobierno quiere, su política se mueve justamente al lado contrario.
La otra cosa que vale la pena resaltar, y que quedó en claro con la detención de el “Mayo”, es que el gobierno de EEUU tiene un diálogo abierto con los dirigentes de los cárteles y su servicio de inteligencia se mueven a lo largo y ancho de México haciendo tratos a espaldas del gobierno. Si el gobierno imperialista de los Estados Unidos quisiera terminar con los cárteles podría hacerlo rápidamente sin utilizar las armas: cerraría el tráfico de armas desde EEUU, negociaría con los dirigentes de empresas asesinas y les garantizaría una nueva vida con identidad diferente, al tiempo que podría incautar las cuentas bancarias de narcotraficantes norteamericanos. Nada de esto está en los planes de Trump.
¿Esto quiere decir que sus amenazas contra los cárteles son fanfarronadas? No es exactamente esto, es un arma de negociación para meter presión al gobierno y negociar otros aspectos, los cuales sí considera un problema, por ejemplo, la migración y la lucha contra las mercancías chinas. Incluso es una forma en la cual Trump busca chivos expiatorios o distracción para fortalecer su posición frente a los problemas internos.
Podemos decir que el régimen capitalista en su conjunto no está interesado en terminar con el narcotráfico porque le es útil, en primera porque es un negocio vibrante el cual aceita el sistema financiero mundial, lo segundo porque los efectos de la drogadicción desactivan a una parte de la juventud y la clase obrera en las luchas por sus demandas concretas y los hunde en la dependencia y desesperación.
Trump y su política frente a la migración
Otra de las amenazas que utiliza Trump es la deportación masiva de inmigrantes, muchos de ellos mexicanos. Ha dicho que utilizará el ejército para las pesquisas y que seguirá construyendo el muro fronterizo para evitar que entren más migrantes.
Igual que en el terreno del narcotráfico, hay una doble moral y doble discurso en esto. Por un lado, se oponen a la entrada de migrantes sin papeles y, por otro, se ven beneficiados por la llegada de millones bajo condiciones desventajosas. Así, los capitalistas pagan salarios más bajos, se ahorran las prestaciones y, en cambio, los migrantes deben pagar impuestos.
Como lo hemos dicho en otras ocasiones, la migración de millones de seres humanos por el mundo no se da por gusto, hay razones económicas, políticas, sociales y hasta climáticas que orillan a que la gente emigre. Todo esto, claro está, impulsado por el dominio capitalista en todo el mundo. No queremos meternos a argumentar nuestra política con respecto a la migración, sólo diremos que el imperialismo estadounidense se ha beneficiado históricamente de muchas formas por esta migración.
La política de Trump no solo mantiene razones económicas para el control de los mercados mundiales, sino que también se beneficia de la ideología racista y el supremacismo blanco que utiliza la clase poseedora para dividir a los trabajadores. Azuzar la bandera antiinmigrante es muy útil para mantener cohesionados a sus seguidores de derecha, crear un ambiente de temor entre millones de personas que viven de forma “ilegal” en los EEUU y además, amenazar a los países de donde parten esos millones de hombres y mujeres, con su deportación masiva, presionando de forma fuerte las monedas y economías en general.
Es una fuerte arma para mantener bajo control el dominio imperialista, y es de esta forma en la cual Trump utiliza estas amenazas. No dudamos que se pueda pasar a los hechos concretos y que veamos como el ejército y la guardia nacional estadounidense deportan a miles de personas; será un arma para demostrar la supremacía imperialista en la región, así como una presión para negociar políticas económicas ventajosas para las empresas de los EEUU.
El gobierno mexicano ha preparado una estrategia para apoyar a los migrantes con asesoramiento legal e incluso ha habilitado albergues en caso de deportaciones masivas. Claudia ha defendido públicamente a los migrantes y ha dicho que no son delincuentes sino trabajadores. Mantiene un discurso agitativo, pero en la práctica no puede hacer nada para evitar las deportaciones. Muestra clara que el trato entre estos países no es de iguales, como han mencionado hasta el cansancio.
Grandes organizaciones de migrantes están en los EEUU, una respuesta verdaderamente contundente llevará a la movilización masiva de millones de trabajadores que entraron a aquel país de forma ilegal, y estas movilizaciones deberían ser acompañadas por una agitación y manifestaciones en las calles de los sindicatos y organizaciones obreras en los países de AL. Sin embargo esto no es ni será promovido por el gobierno, porque no le interesa promover la lucha y la organización de la clase obrera. Cualquier defensa verdadera de la clase obrera migrante recaerá en las manos de la clase obrera a nivel mundial, incluyendo la clase obrera norteamericana.
Impuestos contra mercancías mexicanas
Antes de analizar las propuestas que Trump ha hecho, nos gustaría revisar, brevemente, la política de la 4T en el terreno económico y así dejar claro que, lo que AMLO y Claudia pensaban que iba a ser la palanca de desarrollo, se puede convertir en su contrario y con ello demostrar que no hay salida en los márgenes del capitalismo para un país dependiente y subdesarrollado como México, menos reforzando su subordinación al imperialismo.
El gobierno de AMLO y ahora el de Claudia Sheinbaum han declarado que rompieron con la política económica neoliberal. Esto no es cierto, no solo mantuvieron el sistema de explotación capitalista en pie, sino que lo impulsaron a tal grado que la ganancia de los grandes empresarios nacionales y extranjeros incrementaron sus ganancias en un 45% desde el 2018.
De medidas anti-neoliberales no se tomaron muchas, se puede decir que se frenó las privatizaciones que se venían dando en el sector energético, sin embargo, no se hizo mucho por tratar de recuperar o renacionalizar todos los sectores que otrora pertenecían al Estado y que los gobiernos anteriores privatizaron. Aunque ya no privatizaron, el gobierno se ha retirado de la inversión pública, dejando las manos libres para que la inversión privada entre y haga lo que guste. En el 2016 la inversión pública representaba 3.8% del PIB, hoy es del 3%.
La política fiscal es igual. Mientras que un trabajador promedio aporta el 30% de sus ingresos al pago de impuestos, las grandes fortunas apenas aportan el 1% de la recaudación general y el 8% del ISR.
La 4T no ha roto el patrón de producir para exportar, se puede decir que ha seguido este proyecto, condenando a ser un país maquilador y dependiente de las exportaciones, principalmente a EEUU. El volumen de las exportaciones del 2018 a 2023 pasaron de 450 mdd a 593 mdd; el motor de este crecimiento es la manufactura, la cual crece anualmente en un promedio de 6.5%. Como lo dice Rubén Rivera, de cada 10 pesos 4 son producto de las exportaciones. Es el único sector que ha crecido en los últimos años, y con su desarrollo también ha crecido la dependencia del país a la economía de los Estados Unidos, a la cual se dirigen el 90% de las exportaciones.
Como vemos, la apuesta de los gobiernos “anti-neoliberales” ha sido el reforzar la dependencia de la economía mexicana a la norteamericana, como palanca de “desarrollo” económico. Está claro que esto no lo inició AMLO, pero lo que también está claro es que no hubo ningún intento por romper esta dependencia, por el contrario, toda su política se centró en profundizarla.
Así, en más de una ocasión vimos como AMLO defendía está vinculación económica y la ofrecía como alternativa para los demás países de América Latina. Se volvió promotor de un tratado comercial de los diferentes países latinos con EEUU. Vendió la idea de que México debería desplazar a China como socio fundamental de los EEUU —lo cual se ha logrado porque ahora México está por encima de China y Canadá en exportaciones a la economía más grande del mundo—.
En otras tantas ocasiones dijo que la relación de EEUU con México era de iguales. Esta misma línea la sigue la actual presidenta, Claudia Sheinbaum, la cual ha fijado su postura de forma clara ante los diferentes planteamientos económicos de Trump.
Una vez que el nuevo presidente de los Estados Unidos dijo que se fijarían tasas o aranceles a las mercancías chinas que entran por la frontera de México, el gobierno mexicano planteó que las mercancías chinas, principalmente las textiles, deben de pagar un impuesto extra del 35%; esto ya es un hecho desde el 1 de enero. El argumento del gobierno es el cuidar la industria textil nacional, pero claramente es una respuesta a la exigencia del gobierno norteamericano de evitar el comercio chino con México.
Pero, el verdadero problema no son los textiles sino la industria automotriz. China se convirtió en el principal proveedor de autos en México, vendiendo “237,018 unidades al cierre de noviembre de 2023” y es el 5to “lugar en inversión relacionada con la fabricación automotriz en México, con USD 121.6 millones para 2023”. La inversión extranjera directa proveniente de China a México es de 151 millones, es decir, casi su totalidad es en el sector automotriz.
Estas cifras del 2023 no son las únicas: “Durante el primer semestre de 2024, Alemania y China lideraron las inversiones en el sector automotriz en México. Alemania representó el 19.3% de la inversión total, mientras que China acaparó el 18.3%, lo que equivale a aproximadamente 2,265.57 millones de dólares con 20 proyectos de inversión. Este crecimiento significativo en inversiones chinas, que subieron un 52.7% en comparación con el mismo periodo de 2023, destaca una presencia cada vez más fuerte de las empresas chinas en la industria automotriz mexicana.”
Muchos de estos vehículos, en su mayoría eléctricos, de marcas chinas, hechos aquí o exportados, tienen su destino final en el mercado estadounidense. Esto es lo que Trump quiere frenar, porque al igual que el sector automotriz, hay otros sectores que siguen su ejemplo, aunque a un nivel menor.
La inversión extranjera directa el año pasado batió récord, se estima que llegó a 38 mdd, producto de la relocalización de capitales a nivel internacional, el llamado Nearshoring. Este fenómeno que aprovechó el gobierno de AMLO para atraer la inversión y que algunos le llamaron “el nuevo milagro mexicano”, y que sería la panacea para resolver los problemas económicos, rápidamente está mostrando sus contradicciones.
Cientos de millones de dólares invertidos en México para producir mercancías a bajo costo y sin pagar impuestos de exportación a EEUU por los tratados comerciales, ahora se ven presionados a pagar impuestos. Trump ha dicho que podrían ser del 25% y llegar al 100% las tasas impositivas.
Claudia ha dicho que esto sería un balazo en el pie para la economía estadounidense y efectivamente, los impuestos afectarían a miles de empresas americanas que parte de su producción están de este lado de la frontera, pero aun así no está descartada la posibilidad de que esto se pueda llevar a cabo, principalmente en ciertos sectores donde la inversión china es notoria.
Conclusiones
Es claro que la llegada de Trump al gobierno sí va a tener una repercusión económica y política sobre México y el mundo, no se puede saber con exactitud cuál será porque es totalmente impredecible el comportamiento del nuevo presidente norteamericano.
Lo que sí está claro es que la política reformista del gobierno de AMLO y ahora Claudia es ineficiente para sacar al país de los grandes problemas que lo aquejan. El problema fundamental es el funcionamiento del sistema capitalista en su totalidad, los problemas que causa no se pueden remediar con pequeñas reformas o con una “mejor distribución de la riqueza” por medio de los programas sociales, es como querer terminar un cáncer con aspirinas.
Estamos viviendo una época de grandes cambios, donde el imperialismo americano está mostrando síntomas de relativa debilidad frente a nuevas potencias que van surgiendo, especialmente China. Esto, y una crisis del sistema, está arrojando a la humanidad a un periodo de guerras, revoluciones y contrarrevoluciones. Lo que sucede en Medio Oriente, en Ucrania, el ascenso de gobiernos como el de Milei o Trump es fruto de esta inestabilidad y giros bruscos en la conciencia de las masas, de la bancarrota de los gobiernos y políticos reformistas.
El próximo periodo será de grandes turbulencias políticas y económicas donde las masas sacarán duras experiencias. Al mismo tiempo, la conciencia de miles o millones de personas se transformará y sacará conclusiones revolucionarias. La necesidad de un partido comunista revolucionario es una tarea urgente que resolver.
La cumbre de la COP de este año ha empezado de forma rocambolesca: el jefe de la conferencia ha sido descubierto negociando lucrativos acuerdos sobre combustibles fósiles, y muchos líderes mundiales ni siquiera se han molestado en presentarse. Los capitalistas son incapaces de resolver la crisis climática.
En los últimos meses, las noticias internacionales han estado dominadas por los fenómenos meteorológicos extremos causados por el cambio climático.
Desde los huracanes en Estados Unidos hasta las inundaciones en Valencia, la crisis climática está destruyendo más vidas y medios de subsistencia que nunca, y alimentando la rabia pública por la inacción de los gobiernos.
Dada la gravedad de este desastre, la gente debe estar saltando de alegría por el hecho de que los jefes de Estado de todo el mundo se hayan reunido en Azerbaiyán para la COP29.
Pues no.
Si hay alguien por ahí que siga prestando atención a las cumbres de la COP, la conferencia de este año está demostrando rápidamente hasta qué punto las «respuestas» de la clase dirigente son una farsa.
Para empezar, la cumbre se celebra en un auténtico «petroestado», en el que el petróleo representa el 90% de sus exportaciones. Esto es tan absurdo como celebrar una convención sobre veganismo en un matadero.
Es más, el director ejecutivo de la COP29, Elnur Soltanov, fue descubierto recientemente por mantener conversaciones secretas para promover lucrativos acuerdos de inversión en SOCAR, la mayor empresa de petróleo y gas de Azerbaiyán.
Durante estas reuniones, Soltanov afirmó que las «puertas de Azerbaiyán están abiertas» para todas y cada una de las soluciones climáticas -incluidas las de las empresas petroleras y de gas- mencionando casualmente que «tenemos muchos yacimientos de gas por explotar».
El hecho de que forme parte del consejo de SOCAR, además de ser viceministro de Energía de Azerbaiyán, es seguramente pura coincidencia.
Estas farsas se están convirtiendo en una tradición anual. El año pasado, la cumbre de la COP estuvo presidida por Sultan Al Jaber, director ejecutivo de la Abu Dhabi National Oil Company.
El punto clave de la agenda de este año son los nuevos objetivos de «financiación climática». La ONU calcula que se necesita la asombrosa cifra de un billón de dólares al año para «ayudar» a los países en desarrollo en su lucha contra el cambio climático.
Pero detrás del lenguaje ecologista de la «financiación climática» se esconden los intereses del imperialismo. El único propósito de la inversión capitalista es cosechar abundantes intereses, independientemente de si los préstamos son ecológicos o no. Y la ayuda exterior de los países ricos a los pobres siempre tiene condiciones.
Nadie sabe de dónde saldrá ese billón de dólares. Los países de todo el mundo ya están ahogados en deudas públicas y privadas. Tal vez aparezca detrás del respaldo del sofá de alguien.
Los líderes de las mayores economías del mundo -Joe Biden, Xi Jinping y la Comisaria de la UE Ursula von der Leyen- han renunciado a su habitual asistencia simbólica en favor de no molestarse simbólicamente en aparecer.
Pero quizá sea lo mejor. Con los conflictos armados, las guerras comerciales y la rivalidad imperialista en aumento en todas partes, su habitual parloteo sobre la «cooperación internacional» probablemente no caería muy bien.
Se han celebrado 29 cumbres de la COP y la crisis no hace más que empeorar.
El mes pasado, el informe de la ONU sobre la brecha de emisiones reveló que, incluso si se aplican las políticas actuales, la temperatura media mundial podría aumentar 3,1 °C de aquí a 2100. Esto supone más del doble del objetivo fijado en el Acuerdo de París de 2015.
Los capitalistas son incapaces de resolver la catástrofe climática. Debemos acabar con su sistema, ¡antes de que su sistema acabe con nosotros!
Esta semana, los mercados bursátiles cayeron mientras los especuladores se enfrentaban a los últimos datos de empleo procedentes de Estados Unidos. A primera vista, los datos no parecen tan alarmantes, y las bolsas se han recuperado, por ahora. Pero los mercados tienen razón para estar preocupados.
Los mercados entraron en pánico cuando los fondos empezaron a vender acciones y bonos riesgosos y a comprar otros seguros. El índice de volatilidad VIX, que se supone mide el estado de ánimo en ‘Wall Street’, está en su nivel más alto desde las primeras semanas de la pandemia, que en su momento fue el más alto desde 2008.
La bolsa japonesa se desplomó más que las demás, con una caída del 12%. Esto se debió a que el Banco de Japón acaba de decidir subir las tasas de interés por segunda vez este año, y anunció el principio del fin de la relajación cuantitativa.
Como consecuencia, la presión sobre el yen se está revirtiendo, lo que hará que las exportaciones japonesas sean cada vez más caras y menos competitivas en el mercado mundial. Y, por supuesto, el dinero occidental “caliente” que había estado fluyendo hacia Japón está volviendo a salir.
En el precipicio
Aunque los mercados bursátiles han recuperado parte de su terreno desde entonces, estos giros salvajes demuestran que los capitalistas saben que no todo va bien en la economía mundial.
La respuesta frenética parece exagerada si sólo se observa la superficie. El detonante fue la publicación de los datos de empleo en Estados Unidos. La tasa de desempleo ha subido 0,2 puntos porcentuales y la economía sólo ha generado 114.000 puestos de trabajo en julio, frente a los 179.000 de junio. La tasa de desempleo ahora incrementa al 4,3% en EE.UU., desde un mínimo del 3,4% a principios de 2023. Son signos de una ralentización de la economía, sin duda, pero no son noticias devastadoras.
Pero, aunque la exageración y la mentalidad de rebaño forman parte de la naturaleza del comercio de valores, hay una base material para la ansiedad que muestran los mercados.
Los comentaristas esperaban una recesión el año pasado, ya fuera un “aterrizaje duro” o un “aterrizaje suave”… en cualquier caso, un aterrizaje. Hace un año, señalamos algunos de los graves problemas que conducían a la economía mundial hacia un desplome:
La desaceleración de China
La crisis en Europa
La enorme montaña de deuda, y vinculada a ella, los déficits presupuestarios de los gobiernos
La inflación persistente
El proteccionismo y las guerras
El cambio climático
Sin embargo, la economía es un sistema caótico que, como el clima, no se presta a predicciones precisas. A pesar de estos obstáculos, incluidos los tipos de interés, que están en su nivel más alto en 23 años, la economía estadounidense siguió adelante con unos niveles de crecimiento excepcionales. Evitó que el resto de la economía mundial se hundiera en la recesión. Pero ahora esto parece estar llegando a su fin. Esto es lo que inquieta a los mercados. Los datos en sí no son alarmantes. Pero todo el mundo sabe que la economía es muy frágil, y esto es una señal de que podría estar a punto de romperse.
Echar la culpa a otros
Comienzan a pasar la culpa a los demás. Los operadores dicen que la Reserva Federal debió bajar las tasas de interés antes. Claro, eso podría haber ayudado a hacer frente a la recesión. Pero la cuestión era que necesitaban una recesión para reducir la inflación. Por eso la Reserva Federal ha persistido con las tasas de interés altas, ¡precisamente porque la inflación sigue en el tres por ciento después de 16 meses de tasas del banco central por encima del cinco por ciento!
La inflación persistente y las respectivas tasas de interés altas son un síntoma de la enfermedad, más que su causa o su cura. Ted Grant lo señaló hace años cuando explicó: «El desarrollo de la economía en la dirección de la inflación o la deflación obliga a subir o bajar el tipo de interés bancario». Ahora, esperando una recesión, los mercados predicen que la Reserva Federal bajará los tipos de interés en 1,25 puntos porcentuales este año.
No nos dedicamos a defender a Jerome Powell, presidente de la Reserva Federal. Su trabajo es hacer que los trabajadores paguen por la crisis del capitalismo. Pero la idea de que el banco central, o el gobierno, pueden resolver la crisis mediante políticas “inteligentes” es una completa ilusión. De ser posible, lo habrían hecho en algún momento durante los últimos 16 años de crisis.
Ninguna rebaja de los intereses va a resolver el enorme problema de la deuda. Más bien se limitaría a volver a inflar la burbuja. Los países pobres del mundo ya están incumpliendo el pago de sus montañas de deuda. Los países más ricos han acumulado niveles sin precedentes de deuda en tiempos de paz, y muchos siguen registrando déficits. Los hogares y las empresas también están muy endeudados. Los recortes de los tipos de interés pueden aliviar un poco la situación, pero no van a hacer desaparecer sus deudas.
Problemas tecnológicos
Las ventas masivas de acciones han estado lideradas por el sector tecnológico. Allí, los precios enormemente inflados de las acciones representan una burbuja especulativa masiva. Ahora la burbuja está estallando porque, aunque estas empresas están registrando enormes beneficios, el dinero que están ganando simplemente no justificaba el precio desorbitado de sus acciones, provocando el pánico de los inversores.
Samsung y TSMC declararon recientemente unos beneficios de 7.000 millones de dólares cada una y Nvidia (que fabrica chips esenciales para las tecnologías de Inteligencia Artificial) de 17.000 millones, y esto sólo durante tres meses. TSMC y Nvidia están obteniendo unos beneficios ridículos del 30-70 por ciento de sus ingresos. Estas empresas pueden utilizar su posición de monopolio en mercados clave para vender sus productos con un enorme margen de beneficio.
Intel es harina de otro costal. Sus ingresos han ido cayendo en el último periodo al fracasar en el desarrollo de una gama de GPU (los procesadores utilizados para la Inteligencia Artificial en los automóviles y en las granjas de servidores de Inteligencia Artificial). Su anuncio de 15.000 despidos es un intento de devolver la rentabilidad a la empresa. No hace falta decir que tiene que hacerlo a costa de sus empleados.
En general, el sector informático no está en crisis. Pero, ¿cuánto durará? En algún momento, los límites de la Inteligencia Artificial se harán evidentes y disminuirá la prisa por comprar las piezas necesarias. Hasta entonces, los beneficios seguirán llegando. La “corrección” informática, como la llaman, es, en este caso, un elemento accidental.
El verdadero proceso subyacente es otro. Las tasas de interés repercuten en el consumo, sobre todo de la clase media. Las marcas de lujo tienen dificultades, y las marcas de automóviles que invirtieron mucho en la producción de vehículos eléctricos tienen dificultades para vender sus nuevos vehículos, que son más caros que los coches tradicionales con motor de combustión.
El día del juicio final
Las contradicciones internas de las potencias imperialistas están provocando un aumento de los conflictos y las tensiones a escala internacional. El proteccionismo, el intento de exportar los problemas sociales, va en aumento, así como las guerras. Si el conflicto en Oriente Medio se convierte en una guerra regional, amenazará el suministro crucial de petróleo, en particular a Europa, donde la economía ya está estancada. Los precios en el resto del mundo alcanzarán niveles insostenibles.
En un momento en que la economía se ralentiza, los inevitables recortes del gasto público para reducir los enormes déficits tendrán un efecto depresivo sobre la economía mundial. Al mismo tiempo, el proteccionismo y el cambio climático corren el riesgo de empujar los precios al alza, obligando así a los bancos centrales a mantener los tipos de interés más altos.
El nerviosismo de los mercados refleja esta incómoda verdad. Durante los últimos 16 años, la clase dominante ha intentado posponer el día del mal, pero cada vez le resulta más difícil. ¿Cuánto tiempo podrán seguir así? La verdad es que la situación para la clase obrera es ya intolerable. El capitalismo está revelando sus límites, y si entra en depresión, quedará totalmente expuesto. La clase dominante es consciente de ello, y por eso ha intentado desesperadamente evitarlo.
El capitalismo está preparando otro trago amargo para todos nosotros. Nosotros, por el contrario, afirmamos lo que está quedando claro para millones de personas: sólo una economía planificada nacionalizada, bajo el control de la clase obrera, puede liberarnos de esta sociedad podrida.
Con la incertidumbre y la inestabilidad sacudiendo la economía real en todo el mundo, los inversores adictos a las apuestas vuelven a recurrir a la especulación en busca de dinero rápido. Pero capitalismo en su totalidad es un casino. Es hora de derrocar este sistema en quiebra.
Los capitalistas vuelven a apostar por Bitcoin y otras criptodivisas. Sí, Bitcoin ha vuelto.
La infame criptodivisa alcanzó un récord de 72.000 dólares el mes pasado, el 14 de marzo, habiendo triplicado su valor en el último año.
Otros tokens también se han beneficiado, como el preferido de Elon Musk “Dogecoin”, con un valor estimado de más de 2,7 billones de dólares por primera vez en dos años.
Se habla mucho de que el próximo token llegará “a la luna”. Sin embargo, al igual que el aire, estos llamados “activos digitales” carecen de valor intrínseco. Todo este comercio es simple especulación.
Es increíble pensar que algunas personas se están haciendo fenomenalmente ricas de esta manera. Recuerda a la “manía de los tulipanes” del siglo XVII y a la especulación con las tierras de Florida en la década de 1920, donde se ganaron y perdieron enormes sumas de dinero.
Hasta ahora, la moda de las criptomonedas no representa un peligro tan evidente. Sin embargo, está claro que estas estafas están integradas en el sistema capitalista. Y dada la fragilidad y la incertidumbre de la economía mundial, las consecuencias del estallido de estas burbujas podrían causar mayores daños en el mundo real.
Pura especulación
La Comisión del Mercado de Valores de EE.UU. ha aprobado este año 11 fondos cotizados basados en Bitcoin.
Los grandes inversores están entrando en el juego, como BlackRock, el mayor gestor de activos del mundo. Algunos de los mayores bancos del mundo –Morgan Stanley, Wells Fargo y Bank of America– están haciendo cola para participar. Quieren “diversificar” sus activos.
La experiencia del crack de 2007-2008 –y la solemne promesa de evitar los activos tóxicos de alto riesgo– parece haberse olvidado por completo. Los capitalistas son como el borracho que jura repetidamente “¡nunca más!” a la mañana siguiente.
Pero, ¿por qué aguar la fiesta? Cuando un “activo” es valioso simplemente porque la gente cree que lo es, ¡cuantos más creyentes mejor!
La división entre especulación pura y finanzas “sólidas” vuelve a romperse.
Como afirmó recientemente un comentarista del podcast The Wolf of All Streets, centrado en Bitcoin: “TradFi es tan degen como la comunidad cripto”.
Traducido al castellano: “El capital financiero tradicional es tan imprudente y degenerado como la ‘criptocomunidad’ de especuladores”, lo cual es cierto.
Trump hace caja
Otro valor que ha llamado la atención es Trump Media and Technology Group, que cotiza bajo el nombre de “DJT”.
Se trata de la propietaria de Truth Social, la plataforma de medios sociales de Donald Trump en dificultades. Se convirtió en una empresa pública tras fusionarse con una empresa de “cheques en blanco”, conocida como “SPAC”, que adquiere empresas mediante fusiones y adquisiciones.
Estas acciones atrajeron una valoración multimilmillonaria, de varios miles de millones de dólares en un solo día, y su valor se disparó un 56% al abrirse los mercados bursátiles. Pocos días después, las mismas acciones cayeron más de 1.000 millones de dólares. Pero Trump, como accionista mayoritario, ha ganado miles de millones con la operación.
Se trata de una estafa piramidal. La empresa no gana dinero. De hecho, pierde mucho. Y su principal producto, Truth Social, está sufriendo una hemorragia de usuarios.
En este momento, la empresa está valorada en unos 5.700 millones de dólares, lo que significa que cotiza a la ridícula cifra de ¡1.400 veces sus ingresos!
Una empresa que cotiza a 10 o 20 veces sus ingresos ya sería bastante malo. 1.400 veces es algo fuera de este mundo. No tiene ningún base.
Pero, ¿por qué dejar que los hechos arruinen una buena historia? La realidad no importa: lo que importa es la “sensación” o el “sentimiento”, un poco como el Bitcoin, que no tiene ningún valor intrínseco.
Capitalismo de casino
La especulación, el parasitismo y el juego siempre han sido una característica intrínseca del capitalismo, un indicio más de la podredumbre del sistema.
Sin embargo, no sólo los inversores tecnológicos saldrán perdiendo en este casino. Dada la inestabilidad de la economía mundial y del sistema financiero global, semejante temeridad podría derribar toda la casa.
El anuncio en la reciente cumbre de los BRICS de que este bloque de países se ampliaría para incluir a otros seis nuevos (Argentina, Egipto, Irán, Etiopía, Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos) generó una oleada de declaraciones optimistas, casi piadosas, de destacados dirigentes del Partido Comunista Portugués (PCP), ensalzando las virtudes de este grupo ampliado de países del llamado «Sur Global».
António Filipe, ex diputado y miembro del Comité Central del PCP, escribió en Expresso que la «creciente multipolaridad de los BRICS representa una posibilidad para cada país de obtener apoyo para el desarrollo sin estar sujeto a la tutela imperial […] Esta es una buena noticia para el mundo y no dejará de tener un impacto significativo en el desarrollo de las luchas sociales».
En las páginas de ¡Avante!, el periódico oficial del PCP, también encontramos elogios públicos al Partido Comunista Chino (PCCh) por parte de Luís Carapinha, miembro del Comité Central del PCP. Celebra que el PCCh sea la «fuerza impulsora de grandes proyectos internacionales de cooperación e inversión […] Iniciativas que, juntas, sientan las bases para la transición a una nueva era de desarrollo global más equitativo, embrión de un nuevo orden económico internacional».
Su panegírico al PCCh termina, sin embargo, con una importante advertencia: «Quedan luchas por delante para transformar los intereses económicos convergentes del Sur Global – y de sus pueblos – en métodos efectivos de cooperación. Esto debe hacerse, sin perder nunca de vista al enemigo principal en cada momento». Los comunistas, de hecho, nunca perdemos de vista al enemigo principal: la burguesía, en todos y cada uno de los «momentos dados».
BRICS
No se puede negar que en las últimas décadas se ha producido un importante desarrollo de las fuerzas productivas en los países conocidos como BRICS. Desde un punto de vista marxista, esto no es malo, sino todo lo contrario. Al desarrollar la industria, la clase capitalista fortalece a la clase obrera y, en última instancia, crea las condiciones para su propio derrocamiento. El desarrollo económico y la expansión de la industria ayudan a avanzar en las tareas de la revolución socialista en estos países.
Debe quedar claro que el BRICS no es una organización benéfica, sino un grupo de países -las llamadas «economías emergentes»- que se han unido con el fin de flexionar su creciente músculo económico para influir en la política mundial. Las clases dirigentes de los Estados miembros del BRICS no tienen ningún interés en un «desarrollo más equitativo». Más bien, al igual que las clases dominantes de todas las naciones capitalistas, quieren una mayor parte de este «desarrollo», es decir, del comercio mundial, para sí mismas.
La pertenencia a los BRICS no borra las diferencias de clase dentro de un país, ni disipa las contradicciones del capitalismo ni aporta solución alguna a la crisis actual. Entonces… ¿Qué tipo de «impacto significativo» pueden tener los BRICS en las luchas sociales o en las condiciones de vida de la clase trabajadora?
Para los comunistas, un «desarrollo mundial más equitativo» sólo puede lograrse mediante la lucha de clases y la toma del poder por el proletariado. No puede lograrlo un club formado por imanes iraníes, generales egipcios, capitalistas brasileños, príncipes saudíes, oligarcas rusos y burócratas chinos.
Imperialismo
Sería un error presentar el mundo como si sólo estuviera formado por dos tipos de naciones: por un lado, un grupo de potencias imperialistas (EEUU, Europa y Japón) y, por otro, todos los países pobres y subdesarrollados, totalmente dependientes del llamado «Occidente».
Según este punto de vista, estos últimos países no pueden desempeñar un papel independiente en la política mundial ni en la economía mundial; sus acciones están totalmente subordinadas y dependen de las grandes potencias imperialistas (principalmente EEUU) y, como tales, nunca pueden ser considerados imperialistas.
Esta forma de ver las cosas ignora la realidad. ¿Podemos, por ejemplo, situar a Etiopía, Bolivia o Bangladesh al mismo nivel que Rusia y China? Es evidente que estos países se encuentran en niveles muy diferentes de desarrollo económico. Y a un desarrollo económico distinto corresponde una capacidad distinta de hacer valer sus demás intereses: su deseo de obtener una mayor cuota de los mercados mundiales, un mayor acceso al petróleo y a otras materias primas, prestigio, poder militar, etc.
Es precisamente el desarrollo del capitalismo lo que conduce necesariamente al imperialismo, la fase superior del capitalismo. Hace más de cien años, Lenin explicó que el equilibrio de fuerzas entre las potencias imperialistas no era inmutable:
«Hace medio siglo, Alemania era un país que representaba una insignificancia comparando su fuerza capitalista con la de Gran Bretaña; lo mismo puede decirse al comparar Japón con Rusia. ¿Es «concebible» que en diez o veinte años la correlación de fuerzas entre las potencias imperialistas permanezca invariable? Es absolutamente inconcebible».
En El imperialismo, fase superior del capitalismo, Lenin definió los cinco rasgos fundamentales del imperialismo:
La monopolización de la economía.
La fusión del capital bancario e industrial para crear el «capital financiero».
La exportación de capital.
La asociación internacional de naciones capitalistas.
El reparto del mundo -entonces mediante la colonización directa y hoy mediante el neocolonialismo- en «esferas de influencia».
¿Puede alguien negar que el crecimiento de los monopolios, el dominio del capital financiero, la exportación de capital, la participación en asociaciones internacionales y la avidez por nuevos mercados son aplicables al capitalismo ruso o chino de hoy?
Comparemos con el ejemplo histórico de Portugal. Durante la dictadura del Estado Novo, el PCP dijo (correctamente) que Portugal era tanto un país colonizador como colonizado. Si en aquella época era posible caracterizar al país más pobre y atrasado de Europa Occidental como una nación dependiente y al mismo tiempo imperialista, ¿por qué no podemos caracterizar hoy a Rusia o China como países con ambiciones y políticas imperialistas, a pesar de que Estados Unidos sigue siendo la potencia imperialista más importante del mundo?
Y aquí tenemos que ser totalmente claros: reconocer el carácter imperialista de Rusia y China no disminuye el hecho de que el gobierno de Estados Unidos sea la fuerza más reaccionaria del planeta. Por esta razón, nos oponemos irreconciliablemente al imperialismo estadounidense. Sólo en los últimos 30 años, ha bombardeado o invadido Somalia, Sudán, Yugoslavia, Afganistán, Irak, Libia y Siria. Podemos añadir los innumerables casos de injerencia, chantaje, sanciones, golpes de Estado y «revoluciones de colores» patrocinados por el gobierno estadounidense en el mismo periodo.
Pero el capitalismo estadounidense no es el único villano Ha asumido su papel de principal potencia imperialista, debido a su posición como mayor potencia capitalista del mundo. En la actualidad, Estados Unidos -a su vez, una antigua colonia británica- está desempeñando el papel que Gran Bretaña desempeñó en el siglo XIX. Este papel podría ser desempeñado por otro país mañana, si Estados Unidos fuera suplantado como el país capitalista más avanzado y poderoso. Esto se debe a que, al fin y al cabo, lo que cuenta no son los intereses declarados de los capitalistas, sino las leyes históricas del desarrollo del capitalismo.
Por lo tanto, se plantea la pregunta: ¿ha cambiado el carácter del imperialismo desde la época de Lenin, desde los días en que Portugal era tanto un país colonizador como colonizado? ¿O es la posición del PCP sobre el imperialismo la que ha cambiado?
El papel de China
El hecho de que China esté gobernada por un partido que formalmente se autodenomina «comunista» no significa que su economía sea socialista. Al contrario, la camarilla burocrática que domina China ha dirigido la restauración del capitalismo en las últimas décadas. Ello se ha logrado mediante una política de privatizaciones generalizadas, la liberalización del mercado interno y del comercio exterior, y una apertura a la inversión extranjera a una escala sin precedentes: ahora es el país del mundo que más inversión extranjera atrae.
El desarrollo económico de China se basó en décadas de planificación económica bajo una economía nacionalizada. Pero esa época ya ha pasado. Hoy en día, el sector privado aporta el 60% del PIB chino, representa en torno al 60% de la inversión, genera más del 80% de los puestos de trabajo en las ciudades y constituye alrededor del 80% del total de empresas del país. ¿Son éstas las características de una economía socialista?
En Portugal, tras la Revolución de los Claveles, ya se había nacionalizado todo el sector bancario y financiero, así como las principales industrias. Sin embargo, a pesar del tamaño del sector público (e incluso de elementos de autogestión en algunas áreas), Portugal nunca dejó de ser un país capitalista. Las empresas nacionalizadas funcionaban según los estándares y normas de la economía de mercado, en contraposición a los de un plan económico decidido y aplicado democráticamente por los trabajadores.
Lo que tenemos hoy en China es un Estado altamente centralizado, que mantiene un firme control sobre aspectos de la economía capitalista, así como sobre el importante sector público del país. El carácter del papel del Estado en la economía privada es un vestigio de la revolución de 1949. Quién puede olvidar el famoso eslogan de Deng Xiao Ping, «¡enriqueceos!» – tomado de Bujarin- que coreaban los burócratas chinos en la década de 1990? Poco después, en 2001, fue el turno de Jiang Zemin de pedir abiertamente a los capitalistas que se afiliaran al Partido Comunista, en un momento en que más de 100.000 empresarios ya eran miembros.
Quienes sostienen que también Lenin, tras la Guerra Civil rusa, abogó por la aplicación de la Nueva Política Económica, que permitió una cierta liberalización de la economía soviética, no deben perder de vista que la NEP siguió dejando las principales palancas económicas en manos del Estado. Además, la NEP se aplicó en circunstancias muy especiales: el país había sido devastado por la guerra, estaba completamente rodeado por potencias imperialistas y la NEP se consideraba una política temporal para ganar algo de tiempo hasta el triunfo de la revolución comunista en Europa occidental.
Las políticas procapitalistas de China son cualquier cosa menos temporal. Han durado décadas. Se han privatizado sectores clave de la economía y los dirigentes del PCCh no llaman a la revolución mundial, sino a que los capitalistas chinos se unan a su Partido. ¿Puede alguien imaginarse a Lenin abogando por que la burguesía rusa se una al Partido Bolchevique? Y en la cuestión del régimen encontramos otra diferencia importante: a pesar de la amenaza de burocratización que se cernía sobre el Estado soviético en la década de 1920, el sistema de democracia obrera y libertad de discusión que existía en Rusia al principio no puede compararse con el régimen monolítico chino.
Por último, la política exterior de un país es la manifestación externa de los intereses de su clase dirigente. La llamada Iniciativa «Cinturón y Ruta» se presenta a menudo como un ejemplo de la diferente relación que China desea establecer con otros países, en comparación con Estados Unidos.
Que China quiera construir puertos, carreteras, ferrocarriles, aeropuertos e infraestructuras y otras inversiones «productivas» en otros países no es nada «innovador», ¡es la exportación de capital! China concede préstamos que supuestamente se destinarán a proyectos e inversiones de empresas chinas, igual que los británicos construyeron ferrocarriles en la India a costa de los indios. En ninguno de los dos casos se trata de unir a los pueblos y regiones del país, sino de saquear sus recursos y venderles productos fabricados en casa.
El hecho de que China pueda ofrecer ahora condiciones más favorables para conceder préstamos no se debe a la imaginaria beneficencia del Estado chino, sino a la necesidad de seguir siendo competitiva y conquistar nuevos mercados frente a Estados Unidos y sus aliados.
¿Un orden mundial más justo?
Dejando de lado, por un momento, la verdadera naturaleza de los países del BRICS, sus defensores se centran a menudo en el «desarrollo más justo» que esta asociación podría aportar.
Sin embargo, para simplificar, el capitalismo está en crisis. Esta crisis es el resultado de las contradicciones y los límites del sistema. En las últimas décadas, el crecimiento económico ha sido el resultado del crédito barato y del desarrollo del comercio mundial.
Pero lo que en el pasado aceleraba el crecimiento se ha convertido hoy en un enorme freno. La economía mundial se está polarizando cada vez más en dos bloques enfrentados como consecuencia de la rivalidad económica que se está desarrollando entre Estados Unidos y China. Esto ya está evolucionando rápidamente hacia una guerra comercial abierta, con la introducción de medidas como aranceles, sanciones y restricciones al acceso a tecnologías de punta. El comercio mundial se ve así amenazado por una creciente ola de proteccionismo, en la que cada país intentará exportar la crisis a sus vecinos. Y la factura de este proteccionismo, de los costes crecientes de las cadenas de suministro y de producción, se pasará en última instancia a los consumidores, es decir, ¡a la clase trabajadora!
En este contexto, ¿Cómo podemos hablar de un «orden mundial más justo»? ¿Y para quién sería «más justo» ese orden mundial? ¿Para los emires de Dubái? ¿O para los trabajadores inmigrantes del sudeste asiático que son explotados por los capitalistas emiratíes hasta un grado rayano en la esclavitud?
Entre 2009 y 2022, el PIB de Estados Unidos pasó de 14,47 billones de dólares a 25,46 billones. Sin embargo, el salario mínimo se mantuvo en 7,25 dólares la hora. ¿Qué beneficios ha obtenido la clase trabajadora estadounidense de toda la riqueza producida en su país, de todos los recursos que «sus» capitalistas han saqueado en todo el mundo?
Incluso si los países del BRICS consiguieran conquistar una mayor cuota del comercio mundial, o se beneficiaran de la llamada desdolarización y se desvincularan de las instituciones financieras dominadas por Occidente, dentro de la sociedad de clases, la creación de más riqueza no significa automáticamente una redistribución más justa de la renta. Y en plena crisis capitalista, tal expectativa no es más que una quimera.
La teoría de la «revolución permanente”
Siguiendo la táctica del «Frente Popular» menchevique-estalinista, tras la Segunda Guerra Mundial los partidos comunistas abogaron por alianzas con la llamada burguesía «progresista» de los países colonizados en la lucha contra las potencias colonizadoras. Supuestamente, en los países colonizados habría una capa de capitalistas «antiimperialistas», con la que las masas campesinas y proletarias podrían aliarse para conquistar la independencia. Pero siempre y en todas partes, la capa de la burguesía llamada «democrática», «progresista» o «antiimperialista» nunca perdió de vista que el proletariado y las masas oprimidas eran su principal enemigo.
El carácter utópico de esta idea ha quedado al descubierto en repetidas ocasiones por las numerosas derrotas sucesivas sufridas por los movimientos revolucionarios y el aplastamiento de los levantamientos populares. El Frente Popular fue incapaz de impedir la dominación neocolonial de los países que se liberaron del dominio colonial directo. La creencia de que la clase capitalista puede desempeñar un papel supuestamente «progresista» en el llamado Sur Global no sólo es errónea, sino reaccionaria.
Antes de 1917, aunque era una potencia imperialista, Rusia era también un país relativamente atrasado y dependiente. A pesar de la existencia de gigantescos focos de industria muy avanzada, la mayor parte del país había cambiado poco desde los días de la servidumbre, y el campesinado seguía subyugado a la nobleza agraria. Al desarrollar la teoría de la Revolución Permanente, Trostky explicó que en un país atrasado en la época del imperialismo, la «burguesía nacional» estaba inseparablemente ligada a los restos del feudalismo y al capital imperialista. Esto la hace completamente incapaz de llevar a cabo ninguna de sus tareas históricas.
Como predijo Trotsky, la corrupta burguesía rusa era incapaz de resolver las tareas más acuciantes que le planteaba la historia, en particular la cuestión agraria. Por esta razón, los bolcheviques pudieron tomar el poder sobre la base de consignas con un contenido esencialmente democrático-burgués, como las demandas de «paz, tierra y pan», de una Asamblea Constituyente, del derecho de las nacionalidades oprimidas a la autodeterminación, etcétera. Pero una vez tomado el poder en sus manos, los obreros rusos no se detuvieron ahí. Procedieron a expropiar a los capitalistas y comenzaron la tarea de la transformación socialista de la sociedad.
Del mismo modo, debido a la debilidad endémica de las burguesías nacionales del llamado «Sur Global», así como a sus vínculos con el imperialismo, estos capitalistas nunca podrán cumplir sus tareas históricas. Siempre seguirán siendo los agentes serviles de las grandes potencias, ya tengan su sede en Washington o en Pekín.
En El Manifiesto Comunista, Marx y Engels escribieron: «la emancipación de la clase obrera debe ser obra de la clase obrera misma». Fue desde esta perspectiva que, en 1917, los bolcheviques organizaron a la clase obrera rusa y la dirigieron en la lucha contra la reaccionaria nobleza zarista, contra la llamada burguesía rusa «liberal» y contra las potencias imperialistas tanto de la Entente como de las Potencias Centrales.
Ayer como hoy, los comunistas mantenemos la perspectiva de que «la emancipación de la clase obrera debe ser un acto de la clase obrera misma», ¡suya y de nadie más!
El siguiente documento fue aprobado en el Congreso Mundial 2023 de la Corriente Marxista Internacional (TMI). En él ofrecemos nuestra perspectiva y análisis de las principales tendencias que están configurando la política mundial y la lucha de clases en este dramático periodo de agonía del capitalismo.
Estamos viviendo un período dramático en la historia mundial. En muchos sentidos es realmente único. Los estrategas del Capital lo saben muy bien. Como de costumbre, los más astutos llegan a conclusiones similares a las de los marxistas, aunque con cierto retraso y sin una comprensión real de la naturaleza de los problemas que describen, y mucho menos de las soluciones.
Un buen ejemplo de esto es Larry Summers, un economista estadounidense que se desempeñó como el 71 Secretario del Tesoro de los Estados Unidos de 1999 a 2000 que describió el estado de la economía mundial de la siguiente manera:
“Puedo recordar momentos anteriores de igual o incluso mayor gravedad para la economía mundial, pero no recuerdo momentos en los que hubiera tantos aspectos separados y tantas contracorrientes como las que hay ahora.
“Mire lo que está pasando en el mundo: un problema de inflación muy importante en gran parte del mundo, y ciertamente en gran parte del mundo desarrollado; un importante ajuste monetario en marcha; un enorme shock energético, especialmente en la economía europea, que es tanto un shock real, obviamente, como un shock inflacionario; creciente preocupación por la formulación de políticas chinas y el desempeño económico de China y, de hecho, también preocupación por sus intenciones hacia Taiwán; y luego, por supuesto, la guerra en curso en Ucrania”. (Financial Times, 6 de octubre de 2022).
Estas líneas describen adecuadamente la situación actual, que no ha cambiado sustancialmente desde que fueron escritas. Los ejemplos pueden repetirse a voluntad. Reflejan fielmente el sentimiento general de pesimismo y desesperación que se ha apoderado de los estrategas del Capital, quienes pueden ver el desastre que se avecina pero no tienen una idea clara de cómo evitarlo.
De hecho, sería un ejercicio inútil buscar en los economistas burgueses algún tipo de explicación para esto. No pudieron predecir ni una recesión ni un auge. Nunca entendieron el pasado, entonces, ¿por qué deberían entender el presente y menos aún el futuro?
En la situación actual, sólo se puede llegar a una intuición racional mediante el método del pensamiento dialéctico: el método del marxismo. Eso nos da una ventaja colosal, diferenciándonos de cualquier otra tendencia en la sociedad. Es lo que nos hace únicos. De hecho, es lo único que nos da derecho a existir como una tendencia separada y distinta en el movimiento obrero.
Sobre los puntos de inflexión
La actual crisis mundial representa claramente un punto de inflexión en toda la situación. Pero se podría decir que 2008 también fue un punto de inflexión. Eso es bastante correcto, tal como lo fue 1973: la primera recesión mundial desde la Segunda Guerra Mundial.
De hecho, hay muchas situaciones que pueden caracterizarse como puntos de inflexión, y podemos correr el peligro de convertir esta frase en algo sin sentido por la repetición irreflexiva.
Y, sin embargo, el concepto está muy lejos de carecer de sentido. Al contrario, contiene una idea muy profunda. Es realmente una forma de expresar la noción de Hegel de la línea nodal de desarrollo, en la que una serie de pequeños cambios (cuantitativos) llega a un punto crítico, donde se produce un cambio cualitativo.
Cada punto de inflexión tiene características comunes con el pasado, pero también tiene sus propias peculiaridades. Lo que es necesario es resaltar las particularidades de la situación y explicar los cambios concretos que surgen de ella.
La crisis de 2008 tomó por sorpresa a los inútiles economistas burgueses. Para evitar un colapso en las líneas de 1929, la burguesía gastó enormes sumas de dinero público para rescatar a los bancos. Inyectaron enormes cantidades de dinero en la economía. Las medidas de pánico que tomaron en ese momento fueron necesarias para salvar el sistema. Pero tuvieron consecuencias imprevistas y desastrosas.
El advenimiento de la globalización fue una expresión del hecho de que el crecimiento de las fuerzas productivas ha sobrepasado los estrechos límites del Estado-nación / Imagen: In Defence of Marxism
La política de la llamada flexibilización cuantitativa aseguró que las tasas de interés se mantuvieran extremadamente bajas. Pero esta inyección masiva de capital ficticio en el sistema creó inevitablemente toda una serie de presiones inflacionarias.
Esto, sin embargo, no se hizo evidente de inmediato como resultado del colapso generalizado de la demanda, incluyendo el consumo familiar, la inversión empresarial y el gasto gubernamental. La caída de los salarios y el aumento del desempleo estrangularon la demanda, que ya no podía contrarrestarse con crédito, ya que la gente ya estaba enormemente endeudada.
Sin embargo, las presiones inflacionarias se expresaron en el auge del mercado inmobiliario y particularmente en un estallido de especulación descontrolada en las bolsas de valores, junto con fenómenos como las criptomonedas, los NFT y otros timos especulativos.
Los límites de la globalización
Para comprender la situación actual es necesario partir de las cuestiones fundamentales. Siempre debemos tener presentes los dos principales obstáculos que impiden el pleno desarrollo de las fuerzas productivas: por un lado, la propiedad privada de los medios de producción y, por otro, los límites asfixiantes del estado nacional.
Sin embargo, el sistema capitalista es un organismo vivo, que puede desarrollar ciertos mecanismos de defensa para perpetuar su existencia. Marx explica en el tercer volumen de El Capital las formas en que la burguesía puede combatir la tendencia a la caída de la tasa de ganancia. Una de las principales formas es profundizando y ampliando el mercado a través del aumento del comercio mundial.
Hace más de 150 años, el Manifiesto Comunista apuntaba al aplastante dominio del mercado mundial. Esta es ahora la característica más importante de la época moderna.
El advenimiento de la globalización fue una expresión del hecho de que el crecimiento de las fuerzas productivas ha sobrepasado los estrechos límites del estado nación. Ayudó a los capitalistas a superar, al menos parcialmente, los límites del mercado nacional durante un tiempo.
Esta tendencia recibió un poderoso impulso con el colapso de la URSS y la entrada de China en la arena del mercado mundial capitalista. Otros países, no solo los antiguos satélites soviéticos en Europa del Este, sino también India, que había estado equilibrándose entre la Unión Soviética y los EE. UU., también se alinearon
Así, de golpe, cientos de millones de personas se enredaron en la economía mundial capitalista, abriendo nuevos mercados y campos de inversión.
Esto (junto con una expansión del crédito sin precedentes) ha sido una de las fuerzas motrices más poderosas que han impulsado la economía mundial en las últimas décadas. El espectacular aumento del comercio mundial tuvo como corolario un aumento del PIB mundial.
Sin embargo, la globalización no eliminó las contradicciones del capitalismo. Solo las reprodujo en una escala mucho mayor. Y ahora esto claramente ha llegado a sus límites.
El rápido crecimiento de la producción se basó en la expansión aún más rápida del comercio mundial. Ahora, la globalización claramente se está estancando y vemos el proceso contrario. Y a lo que nos enfrentamos son las consecuencias de esta marcha atrás. El comercio mundial solo crecerá un 1 por ciento en 2023, según la Organización Mundial del Comercio.
En lugar de la libre circulación de bienes y servicios, estamos asistiendo a un rápido descenso hacia el nacionalismo económico. Y ese es un paralelo muy alarmante con la década de 1930. Fue precisamente el aumento de las tendencias proteccionistas, el aumento de los aranceles, las devaluaciones competitivas y políticas similares de empobrecimiento del vecino la verdadera causa de la Gran Depresión. No se excluye en absoluto que una situación similar pueda volver a ocurrir.
Distorsiones del mercado
En una economía capitalista de mercado, en último análisis, las fuerzas del mercado deciden. Las acciones de los gobiernos pueden distorsionar y retrasar las fuerzas del mercado, pero nunca podrán eliminarse. La verdad es que las economías capitalistas avanzadas nunca se recuperaron de la crisis capitalista global de 2007-09.
La inversión privada siguió siendo débil y el crecimiento económico fue raquítico. Por otro lado, la inflación era baja y los bancos centrales mantuvieron las tasas de interés en niveles bajos sin precedentes, extendiendo el control del capital financiero sobre la vida económica. Esto proporciona la clave para entender la crisis actual.
En vísperas de la pandemia, la Reserva Federal, el BCE y el Banco de Japón tenían la asombrosa cantidad de $15 billones en activos financieros, frente a los $3,5 billones de 2008. A esto agregaron otros $6 billones durante la pandemia en un intento por mantener la economía a flote.
Gran parte de esto era deuda del gobierno que los bancos centrales habían comprado para mantener bajos los costos de endeudamiento del gobierno. El nivel de endeudamiento, que ya era bastante insostenible, aumentó enormemente a medida que los gobiernos tomaban prestadas grandes sumas para pagar las medidas para enfrentar la crisis.
Este estímulo gubernamental sin precedentes (rescates) y las cuarentenas, segaron temporalmente los patrones de demanda de los consumidores provocando caos en las cadenas de suministro, al mismo tiempo que avivaba el fuego de la inflación. Las implicaciones inflacionarias de todo esto deberían haber sido visibles para el más ciego de los ciegos. Pero lo ignoraron, sobre la base del principio de que:
“Donde la ignorancia es felicidad, es una locura ser sabio”.
Así como un adicto a las drogas se vuelve cada vez más dependiente de las sustancias que ofrecen una sensación inmediata de euforia, los gobiernos, las empresas y las familias se engancharon a la perspectiva de interminables tasas de interés cercanas a cero.
Las distorsiones creadas por la intervención estatal sólo sirven para agudizar las contradicciones, que finalmente se desencadenarán con fuerza y violencia redoblada.
Eso es justo lo que estamos presenciando en este momento. En un acto de desesperación, los gobiernos intentaron resolver, primero la crisis de 2008, luego la pandemia de Covid y ahora la crisis energética gastando grandes cantidades de dinero que no poseían, contribuyendo a la actual situación caótica de la economía mundial.
El regreso de la inflación
Esto significa la desaparición de un sistema financiero que se ha habituado a bajas tasas de inflación y tasas de interés. Y los efectos son dramáticos y dolorosos. Al igual que el drogadicto, privado de las drogas de las que dependía, ahora los gobiernos se encuentran repentinamente conmocionados al enfrentarse al elevado costo de los préstamos.
Dado que no tienen absolutamente ninguna comprensión de la auténtica teoría económica, los burgueses buscan desesperadamente a alguien a quien culpar por su difícil situación, y encuentran un chivo expiatorio adecuado en Vladimir Putin. Pero la guerra en Ucrania no fue la causa de la catástrofe inflacionaria. Solo agregó aún más leña al fuego.
Dialécticamente, la causa se convierte en efecto y el efecto, a su vez, se convierte en causa. Aunque la guerra no provocó la crisis, es cierto que ha exacerbado enormemente el problema de la inflación y perturbado el comercio mundial.
Aunque la guerra no causó la crisis, ha agravado el problema de la inflación y perturbado el comercio mundial / Imagen: Socialist Appeal
Clausewitz hizo la famosa afirmación de que la guerra es sólo la continuación de la política por otros medios. Pero el imperialismo estadounidense ha introducido una ligera modificación a esa definición profundamente correcta. Ha convertido el comercio en un arma, castigando deliberadamente a cualquier país que no se doblegue a su voluntad
En los lejanos días en que Britania gobernaba las olas, el imperialismo británico resolvía sus problemas enviando una cañonera. Actualmente, Washington envía una carta del Departamento de Comercio. De modo que, en las condiciones modernas, el comercio se convierte simplemente en la continuación de la guerra por otros medios.
Rusia, uno de los mayores exportadores de combustibles fósiles, fue deliberadamente excluida de sus mercados occidentales por las sanciones impuestas por el imperialismo estadounidense y aprobadas por la UE. Esto provocó instantáneamente una crisis energética, lo que dio un nuevo impulso al aumento de los precios.
Como veremos, las sanciones impuestas por el imperialismo estadounidense fallaron notablemente en su objetivo, que era paralizar la economía rusa y socavar sus operaciones militares en Ucrania. Pero dieron un nuevo y poderoso giro a la espiral inflacionaria en todo el mundo. E, irónicamente, como un boomerang incontrolable, esto también golpeó duramente a Estados Unidos, trastocando así todos los cálculos de Biden, mientras Putin se embolsaba silenciosamente las ganancias derivadas de los altos y crecientes precios del petróleo y el gas.
Todos los caminos conducen a la ruina
Los bancos centrales se enfrentan a un agudo dilema. Subieron los tipos de interés para frenar la demanda y por lo tanto (eso esperan) reducir la inflación. Esa fue la teoría que indujo a la Reserva Federal de EE. UU. a subir los tipos, lo que obligó a la mayoría de las autoridades monetarias a hacer lo mismo.
Tales medidas, en sí mismas, no pueden proporcionar una cura segura para la sífilis de la inflación, pero seguramente harán que la recesión sea inevitable. Eso significa empresas en bancarrota, cierres de fábricas, pérdidas de empleos y recortes salvajes en los niveles de vida.
Esa es una receta acabada para una intensificación de la lucha de clases y una feroz reacción política. Significa saltar de la sartén a un fuego muy caliente.
Además, una vez que la economía entre en la pendiente resbaladiza de la recesión, será difícil detener la espiral descendente de causa y efecto que termina en una profunda depresión, de la cual les resultará muy difícil salir.
El mundo entero se enfrentará así a un período prolongado de estancamiento económico y de caída del nivel de vida, con consecuencias sociales y políticas explosivas. En otras palabras, bajo el sistema capitalista todos los caminos conducen a la ruina.
Leña al fuego
Es imposible precisar el ritmo de los acontecimientos. Hay demasiados elementos accidentales en esta ecuación. Pero hay una serie de cosas que podemos decir con certeza. En particular, todo esto inevitablemente tendrá un impacto en la conciencia.
Ese es sobre todo el caso de la crisis del costo de vida. Para muchas personas, esta es una cuestión de vida o muerte. Ese es particularmente el caso en África, Asia y América Latina. Pero estos efectos no se limitan de ninguna manera a los países atrasados. Se sienten cada vez más en los países capitalistas avanzados de Europa y América del Norte.
De repente, las masas en Europa en particular se encuentran frente a una verdadera pesadilla de colapso de los niveles de vida: los salarios, que estaban contenidos en niveles muy bajos, han sido llevados a nuevos mínimos sin precedentes por la inflación rugiente. Las pensiones y los ahorros se han devaluado rápidamente. Las familias se enfrentan al doloroso dilema de elegir entre calentar sus hogares o alimentar a sus hijos.
Los ancianos, los enfermos y las personas más vulnerables de la sociedad están ahora en peligro mortal en la medida que los gobiernos recortan los gastos en servicios sociales. Y por primera vez en muchas décadas, la clase media se enfrenta a la ruina.
Las pequeñas empresas están siendo llevadas a la bancarrota por una combinación venenosa de inflación, aumento de las tasas de interés, alquileres y pagos de hipotecas. Y a medida que se afiance la recesión, el cierre de fábricas significará un fuerte aumento del desempleo y una caída de la demanda, lo que provocará más quiebras.
La crisis que enfrentan los capitalistas es demasiado profunda, las contradicciones demasiado grandes para ser resueltas sobre una base capitalista. No pueden repetir las políticas monetarias del período anterior.
Han gastado todas sus municiones intentando resolver la última crisis. Además, esas tácticas son las responsables de crear la enorme montaña de deuda que se cierne sobre el mundo como una avalancha amenazante.
Ahora se verán obligados a dar bandazos de una crisis a otra, sin las armas necesarias para hacerles frente. De una forma u otra, tarde o temprano, las deudas tienen que ser pagadas. Y la factura se presentará a los que menos pueden pagar.
Pero esto, a su vez, está echando gasolina al fuego de la lucha de clases. Tras un largo período de caída de los niveles de vida, la paciencia con la austeridad se ha agotado y los intentos de imponer nuevas medidas de austeridad provocarán una resistencia feroz.
Todo esto presenta un panorama alarmante para la clase dominante. Ya se ha iniciado un fermento generalizado y un cuestionamiento general del orden establecido. Existe el potencial no solo de una reacción violenta de los trabajadores en todas partes, sino también de una reacción masiva contra el mercado, el sistema capitalista y todas sus obras entre amplias capas de la sociedad.
Economía mundial
Durante muchos meses las páginas de la prensa financiera se han llenado de los pronósticos más pesimistas. Crece la sensación de que el orden mundial se está poniendo patas arriba a medida que la globalización se convierte en su opuesto y la vieja estabilidad se fractura por la guerra en Ucrania y el caos resultante en el mercado energético.
Los temores de los estrategas del capital quedaron reflejados en un discurso pronunciado en la Universidad de Georgetown por Kristalina Georgieva / Imagen: Manuel López
Los temores de los estrategas del capital quedaron reflejados en un discurso en la Universidad de Georgetown pronunciado por Kristalina Georgieva, actualmente directora gerente del FMI. Advirtió que:
“El viejo orden, caracterizado por la adherencia a las reglas globales, bajas tasas de interés y baja inflación, está dando paso a uno en el que ‘cualquier país puede ser desviado de su curso más fácilmente y con mayor frecuencia’.
“Estamos experimentando un cambio fundamental en la economía global, de un mundo de relativa previsibilidad … a un mundo con más fragilidad: mayor incertidumbre, mayor volatilidad económica, confrontaciones geopolíticas y desastres naturales más frecuentes y devastadores”.
Los mercados financieros del mundo ofrecen una indicación clara de la profundidad de la crisis. Según The Economist:
“Los alborotos en los mercados son de una magnitud que no se ha visto en una generación. La inflación mundial es de dos dígitos por primera vez en casi 40 años. Habiendo tardado en responder, la Reserva Federal ahora está aumentando las tasas de interés al ritmo más rápido desde la década de 1980, mientras que el dólar está en su punto más fuerte durante dos décadas, causando caos fuera de Estados Unidos. Si tienes una cartera de inversiones o una pensión, este año ha sido espantoso. Las acciones globales han caído un 25 por ciento en dólares, el peor año desde al menos la década de 1980, y los bonos del gobierno están en camino de su peor año desde 1949. Junto con unos 40 billones de dólares de pérdidas, existe la sensación de malestar de que el orden mundial se está desmoronando a medida que la globalización da marcha atrás y el sistema energético se fractura después de la invasión de Ucrania por parte de Rusia”.
Este nerviosismo en los mercados es un barómetro certero del hundimiento de la confianza de los inversores, que ven cómo los nubarrones se ciernen sobre la economía mundial.
Imparable subida del dólar
Gran parte del problema es la imparable subida del dólar. Más que una expresión de confianza en la solidez de la economía estadounidense, esto es una indicación del grado de pánico que se apodera de los mercados.
El dólar ha subido considerablemente, en parte porque la Fed está subiendo las tasas, pero también porque los inversores se están alejando del riesgo. Los inversionistas nerviosos buscan un refugio seguro para su dinero e imaginan que lo han encontrado en el todopoderoso dólar.
Pero el dólar en alza es en sí mismo un factor en la crisis de los mercados monetarios del mundo, aplastando a todos los demás en su abrazo de hierro. Es fuera de Estados Unidos donde los efectos financieros del endurecimiento monetario de la Fed tienen sus efectos más severos y dañinos. Como el Financial Times señaló
“Lo llamemos como lo llamemos, las víctimas del dólar fuerte tienen un culpable en mente: la Reserva Federal”.
De hecho, la Reserva Federal de EE. UU., hasta el último momento, tuvo una indiferencia relajada, más bien se podría decir supina, hacia la inflación, que, de acuerdo con la norma aceptada, supuestamente había sido vencida.
Pero cuando la luz roja comenzó a parpadear violentamente, la Reserva Federal se vio repentinamente presa del pánico, impulsando un aumento de tipo de interés tras otro, a pesar de que esto equivalía a pisar bruscamente los frenos del automóvil.
Las subidas de tipos de la Fed estaban empujando a la propia economía estadounidense a una recesión. Esa era precisamente la intención. Todos los indicadores son negativos. Los precios de la vivienda están cayendo, los bancos están despidiendo personal y FedEx y Ford, dos referentes económicos, han emitido advertencias sobre ganancias. Es solo cuestión de tiempo antes de que la tasa de desempleo comience a aumentar.
La subida irresistible del dólar estadounidense se convierte inmediatamente en un importante factor desestabilizador. Los inversionistas internacionales están alarmados ante la perspectiva de que la Reserva Federal de los Estados Unidos aumente las tasas de interés de manera tan agresiva que la economía más grande del mundo caiga en recesión Esto agravará la recesión a la que otras economías importantes ya se enfrentan y arrastrará también al resto del mundo.
Sus temores están bien fundados. En todo el mundo, la subida del dólar está elevando el costo de las importaciones, así como el de los pagos de la deuda de los gobiernos, las empresas y los hogares que han tomado préstamos denominados en dólares. Todos los demás países se ven obligados a marchar al paso de la Reserva Federal de EE. UU., aumentando las tasas de interés a los niveles dictados por ella.
En toda Asia, los gobiernos se vieron obligados a aumentar los intereses y gastar sus reservas para resistir la depreciación de sus monedas. India, Tailandia y Singapur han intervenido en los mercados financieros para respaldar sus monedas. Excluyendo a China, las reservas de divisas de los mercados emergentes han caído más de 200.000 millones de dólares en el último año, según el banco JPMorgan Chase, la caída más rápida en dos décadas.
Esto tiene serias repercusiones, no solo económicas sino también políticas. China respondió proyectando su propia moneda como un medio alternativo de comercio, especialmente en el petróleo.
Enormes deudas gubernamentales
Las economías endeudadas de la eurozona han sido empujadas implacablemente al borde de la bancarrota. Ahora se encuentran en una posición aún peor que la que existía en la crisis de la deuda soberana hace una década.
Josep Borrell, jefe de política exterior de la UE, advirtió que la Fed estaba exportando la recesión de la misma manera que los dictados de Alemania posteriores a 2008 impusieron la crisis del euro.
“Gran parte del mundo está ahora en peligro de convertirse en Grecia”, se lamentó.
En Europa, la situación empeoró mucho cuando Gran Bretaña echó gasolina al fuego con una política fiscal temeraria, que provocó inmediatamente el pánico en los mercados financieros.
La necesidad se reveló a través de un accidente. La crisis en Gran Bretaña y las medidas de reducción de impuestos de la efímera administración Truss en octubre de 2022 actuaron como un catalizador, provocando el pánico en los mercados financieros, que fácilmente podría haberse extendido a todo el sistema monetario mundial.
Esto fue recibido con una mezcla de ira, incredulidad y alarma por parte de los mercados monetarios internacionales. En efecto, Liz Truss arrojó una granada de mano sobre un barril de TNT que estaba a punto de explotar a la menor sacudida.
El FMI lanzó un ataque mordaz contra el plan del Reino Unido de implementar 45.000 millones de libras esterlinas de recortes de impuestos financiados con deuda. Funcionó. El gobierno de Truss se vio obligado a una humillante retirada. El ministro de Hacienda, Kwasi Kwarteng, fue despedido y todo su presupuesto fue desechado. Poco después, la propia Truss fue expulsada de su cargo y los mercados se estabilizaron temporalmente. Pero el daño ya estaba hecho.
Una vez perdida, la credibilidad financiera es bastante difícil de restaurar, y la reputación de Gran Bretaña como potencia mundial ahora está en la alcantarilla. El Reino Unido, que anteriormente disfrutó de una calificación crediticia ejemplar, ahora ha sido degradado y se considera en el mismo nivel que Italia, agobiada por la deuda y propensa a las crisis.
Pero ese fue el resultado menos importante de este asunto. Las implicaciones se extendieron mucho más allá de las costas británicas.
El alarmante paralelo con de la década de 1930
Brexit fue la indicación más clara de las consecuencias del nacionalismo económico. Y la conducta del gobierno británico en este asunto sirvió como advertencia de sus peligrosas consecuencias.
El breve y ruinoso mandato de Liz Truss en Gran Bretaña demostró que pedir prestado mucho dinero en un momento de inflación y aumento de las tasas no es una opción. Pero, ¿Cuál es la alternativa?
Larry Summers, cuya alarma ante la situación actual ya mencionamos, fue citado en el Financial Times diciendo:
“La desestabilización provocada por los errores británicos no se limitará a Gran Bretaña”.
Y ese es el punto. Los precios de los bonos en países tan diferentes como EE. UU. e Italia se desviaron violentamente en respuesta a cada vuelta de tuerca de la intrincada historia que salía de Londres.
En efecto, Liz Truss lanzó una granada de mano sobre un barril de TNT a punto de explotar / Imagen: Número 10, Flickr
Eso no fue un accidente. Un colapso financiero en Londres, que, a pesar del declive de Gran Bretaña, sigue siendo uno de los centros financieros más importantes del mundo, podría haber tenido el mismo efecto que la crisis de 1931, solo que en una escala mucho mayor.
Aunque generalmente se olvida ahora, la Gran Depresión en Europa fue provocada por el colapso del banco Creditanstalt de Viena en mayo de 1931, que inició un efecto dominó que se extendió rápidamente por los mercados financieros de Europa y más allá.
Este fue el detonante de la gran espiral deflacionaria en Europa entre 1931 y 1933. Y la historia puede repetirse fácilmente, sobre todo porque la economía mundial está mucho más integrada e interdependiente que entonces.
El factor ucraniano
La guerra en Ucrania se ha convertido ahora en un factor importante en las perspectivas mundiales. Sin embargo, para tener una idea clara de los problemas involucrados y cómo podrían desarrollarse, es necesario concentrar nuestra atención en los procesos fundamentales y no distraernos con la ruidosa guerra informativa o las inevitables vicisitudes en el campo de batalla.
Los principales medios de comunicación han repetido constantemente afirmaciones sobre la derrota de Rusia. Pero eso no encaja bien con los hechos conocidos.
El punto más importante es que esta es una guerra indirecta entre Rusia y el imperialismo estadounidense. Rusia no lucha contra un ejército ucraniano sino contra un ejército de la OTAN, es decir, el ejército de un Estado que no es formalmente miembro de esa alianza, pero que está financiado, armado, entrenado y equipado por la OTAN, que también le proporciona apoyo logístico e información vital.
“Política por otros medios”
Como se ha señalado, la guerra es sólo la continuación de la política por otros medios. La guerra actual terminará cuando se satisfagan los fines políticos de los actores clave o cuando uno o ambos bandos estén agotados y pierdan la voluntad de seguir luchando.
¿Cuáles son estos objetivos? Los objetivos bélicos de Zelensky no son ningún secreto. Dice que se no conformará con nada menos que la expulsión completa del ejército ruso de todas las tierras ucranianas, incluida Crimea.
Zelensky dice que no se conformará con nada menos que la expulsión completa del ejército ruso de todas las tierras ucranianas / Imagen: ZUMAPRESS.com
Este punto de vista ha sido apoyado con entusiasmo por los halcones de la coalición occidental: los polacos, los suecos y los líderes de los Estados bálticos -que tienen sus propios intereses en mente- y, por supuesto, los chovinistas y belicistas de cabeza dura de Londres, que imaginan que Gran Bretaña, incluso en su actual estado de bancarrota económica, política y moral, sigue siendo una potencia importante a escala mundial.
Estas damas y caballeros trastornados han estado presionando a los ucranianos para que vayan aún más lejos, mucho más allá de lo que les gustaría a los estadounidenses. Su deseo más ardiente es ver al ejército ucraniano expulsar a los rusos, no solo del Donbás sino también de Crimea, provocando el derrocamiento de Putin y la derrota total y el desmembramiento total de la Federación Rusa (aunque no suelen hablar de esto en público).
Aunque hacen mucho ruido, ninguna persona seria presta la menor atención a las payasadas de los políticos de Londres, Varsovia y Vilnius. Como líderes de estados de segunda categoría que carecen de peso real en la balanza de la política internacional, siguen siendo actores de segunda categoría que nunca pueden desempeñar más que un papel menor en este gran drama.
Los Estados Unidos son los que pagan las cuentas y dictan todo lo que sucede. Y al menos los estrategas más sobrios del imperialismo yanqui saben que todo este delirio no es más que palabrería. Bajo ciertas condiciones, estados imperialistas menores pueden jugar un cierto papel en el desarrollo de los acontecimientos, pero en última instancia Washington es quien decide.
A pesar de todas las demostraciones públicas de bravuconería, los estrategas militares serios han entendido que es imposible que Ucrania derrote a Rusia. El general Mark A. Milley es el vigésimo presidente del Estado Mayor Conjunto, el oficial militar de más alto rango de los EE. UU. Por lo tanto, sus opiniones deben tomarse muy en serio cuando dice:
“Entonces, en términos de probabilidad, la probabilidad de una victoria militar ucraniana definida como expulsar a los rusos de toda Ucrania para incluir lo que definen o lo que el reclamo es Crimea, para – la probabilidad de que eso suceda pronto no es alta, militarmente”.
El punto más importante a comprender es que los objetivos de guerra de Washington no coinciden con los de los hombres en Kiev, que hace mucho tiempo entregaron su llamada soberanía nacional a su Jefe al otro lado del Atlántico, y que ya no decide nada por sí mismo.
El objetivo del imperialismo estadounidense no es, y nunca ha sido, defender una sola pulgada del territorio ucraniano o ayudar a los ucranianos a ganar una guerra, ni de ninguna otra manera.
Su objetivo real es muy simple: debilitar militar y económicamente a Rusia; para desangrarla y dañarla; matar a sus soldados y arruinar su economía, para que Rusia ya no ofrezca ninguna resistencia a la dominación estadounidense de Europa y el mundo.
Fue este objetivo el que los indujo a empujar a los ucranianos a un conflicto completamente innecesario con Rusia sobre la pertenencia a la OTAN. Habiendo empujado este conflicto, se sentaron y observaron el espectáculo de los dos bandos luchando, a una distancia segura de varios miles de millas.
Independientemente de todas sus protestas públicas, los hipócritas imperialistas son totalmente indiferentes a los sufrimientos del pueblo de Ucrania, a quienes consideran meros peones en el tablero de ajedrez local de su lucha por el poder con Rusia.
Y debe tenerse en cuenta que, hasta el día de hoy, Ucrania no ha sido admitida como miembro de la UE ni de la OTAN, que se suponía que era la cuestión central de todo el asunto. Esto no es un accidente.
El conflicto actual conviene a los intereses de Estados Unidos de muchas maneras. Ayuda a su objetivo de abrir una brecha entre Europa y Rusia, lo que pone a la primera aún más bajo su dominio. En este sentido, la guerra ya ha logrado algunos resultados. Los vínculos económicos de la UE y Rusia, en particular en relación a la energía se han roto de manera muy importante, lo que golpea significativamente la mayor economía de la UE, Alemania. El tráfico de gas natural a través del Báltico es ahora físicamente imposible por la voladura del gaseoducto Nord Stream por parte de agencias estatales. El alza de los costes energéticos permite a los EEUU presionar todavía más la industria de la UE, sobre todo la alemana. Los EEUU tienen el lujo de involucrar a su enemigo en una guerra en la que no participan soldados estadounidenses (al menos, en teoría), y todos los combates y las muertes corren a cargo de otros.
Si Ucrania fuera miembro de la OTAN, esto significaría que las tropas de combate estadounidenses terminarían en una guerra europea, luchando contra el ejército ruso. Por otra parte, importantes países europeos no tienen ni el interés ni la posibilidad de admitir a Ucrania en la UE. Esto significaría el equilibrio económico y político de la Unión, ya de por sí extremadamente frágil. No, mucho mejor dejar las cosas como están.
Cuando Zelensky se queja de que sus aliados occidentales no le envían todas las armas que necesita para ganar la guerra, no se equivoca. Los estadounidenses le envían las armas suficientes para que la guerra continúe, pero no las suficientes para lograr algo que se asemeje a una victoria decisiva. Esto está completamente en línea con los verdaderos objetivos de guerra de Estados Unidos.
Las sanciones han fracasado
Las sanciones impuestas a Rusia tras la invasión de Ucrania han sido un fracaso espectacular. De hecho, el valor de las exportaciones rusas creció desde el comienzo de la guerra.
Aunque el volumen de las importaciones de Rusia se desplomó como resultado de las sanciones, varios países (China, India, Turquía, pero también algunos que forman parte de la UE, como Bélgica, España y los Países Bajos) han aumentado su comercio con Rusia. Además, los altos precios del petróleo y el gas han compensado los ingresos que Rusia perdió debido a las sanciones. India y China han estado comprando mucho más de su crudo, aunque a un precio de descuento.
Así, la pérdida de ingresos resultante de las sanciones se ha visto compensada por el aumento del precio del petróleo y el gas en los mercados mundiales. Vladimir Putin continúa financiando sus ejércitos con las ganancias, mientras que Occidente se enfrenta a la perspectiva de inestabilidad energética en los próximos años, con facturas de energía altísimas y una creciente ira pública.
Debilitamiento del apoyo
La pregunta es: ¿qué bando se cansará primero de la guerra? Está claro que el tiempo no está del lado de Ucrania, ni desde el punto de vista militar ni político. Y en última instancia, este último pesará más en la balanza.
Entre bastidores, Washington ha estado presionando a Zelensky para que negocie con Putin / Imagen: kremlin.ru
El invierno, en el que Europa sufrió una grave escasez de gas y electricidad, ha debilitado el apoyo público a la guerra en Ucrania. El clima más cáldio no será un alivio, ya que la atención se centra ahora en el problema imposible de volver a llenar las reservas de gas a tiempo para el próximo invierno, sin poder contar con el suministro ruso. Cada mes que continúan las sanciones, la preocupación por el siguiente invierno crece. El apoyo estadounidense tampoco puede darse por sentado. En público, los estadounidenses mantienen la idea de su apoyo inquebrantable a Ucrania, pero en privado no están nada convencidos del resultado. Entre bastidores, Washington ha estado presionando a Zelensky para que negocie con Putin.
En la práctica, sin embargo, el éxito de la ofensiva ucraniana de septiembre de 2022 y la retirada rusa de Kherson complicaron la situación en el tablero diplomático.
Por un lado, Zelensky y las fuerzas rabiosamente nacionalistas y abiertamente fascistas en el aparato del estado estaban hinchados con sus inesperados logros y deseaban llegar mucho más lejos. Por otro lado, los reveses militares representaron un golpe humillante para Putin, que llegó a la conclusión de que tenía que intensificar su “operación militar especial”. Así pues, ninguna de las partes está dispuesta a negociar nada significativo por el momento. Pero eso cambiará.
La demagogia de Zelensky, repitiendo constantemente que nunca cederá ni una pulgada de tierra, está claramente diseñada para presionar a la OTAN y al imperialismo estadounidense; insistiendo en que los ucranianos lucharán hasta el final, siempre a condición de que Occidente siga enviando enormes cantidades de dinero y armas.
A Biden le gustaría prolongar el conflicto actual para debilitar y socavar a Rusia. Pero no a cualquier precio, y menos si ello implica un enfrentamiento militar directo con Rusia. Mientras tanto, encuesta tras encuesta muestran que el apoyo de la guerra en Ucrania en la opinión pública occidental, está declinando lentamente.
¿Guerra nuclear?
La insinuación de Putin de que podría considerar el uso de armas nucleares fue casi con toda seguridad un farol, pero causó alarma en la Casa Blanca. En un discurso en un acto de recaudación de fondos en Nueva York, Biden afirmó que el presidente ruso “no bromeaba” sobre el “posible uso de armas nucleares tácticas o armas biológicas o químicas porque su ejército está, podría decirse, significativamente por debajo de sus posibilidades”.
A raíz de la amenaza nuclear, empezaron a celebrarse negociaciones secretas entre Washington y Moscú. Esto fue el beso de la muerte para el bando ucraniano, que cada vez estaba más desesperado y buscaba cualquier excusa para llevar a cabo una provocación con la que esperaban arrastrar finalmente a la OTAN a participar directamente en la guerra.
Esto subraya los peligros implícitos si se permite que la guerra continúe. Hay demasiados elementos incontrolables en juego, que podrían dar lugar al tipo de espiral descendente que podría desembocar en una guerra real entre la OTAN y Rusia.
El peligro de este tipo de acontecimientos se puso de manifiesto en noviembre de 2022, cuando el mundo quedó conmocionado al escuchar la declaración del presidente de Polonia de que su país había sido alcanzado por misiles de fabricación rusa, y los medios de comunicación occidentales afirmaron que Rusia estaba detrás de ello.
Esa mentira quedó pronto al descubierto cuando el propio Pentágono reveló que el misil que alcanzó una instalación de grano polaca en una granja cercana al pueblo de Przewodow, cerca de la frontera con Ucrania, fue disparado por el ejército ucraniano.
La OTAN y los polacos se apresuraron a explicar que todo había sido “un lamentable accidente”. Pero a pesar de que el proyectil era un misil anti aéreo S-300 con un alcance muy limitado que difícilmente podía haber sido disparado por Rusia, Zelensky mintió descaradamente e insistió que había sido un ataque deliberado desde Rusia. Esperaba que le diera dado una poderosa palanca para exigir más armas y dinero. Y en el mejor de los casos (desde su punto de vista) podría empujar a la OTAN a tomar medidas de represalia contra Rusia, con interesantes consecuencias.
Si ese incidente hubiera servido para empujar a la OTAN a actuar contra Rusia, podría haber desencadenado una imparable cadena de acontecimientos que podría haber desembocado en una guerra total. No cabe la menor duda de que a Zelensky le vendría muy bien que la OTAN entrara en guerra y sacara así sus castañas calientes del fuego.
Una conflagración general europea habría sido una pesadilla para millones de personas. Pero para Zelensky y su camarilla habría sido la respuesta a todas sus plegarias. Naturalmente, sería imposible que los americanos se mantuvieran al margen, calentándose las manos en las llamas.
Tendría que haber tropas americanas sobre el terreno. Excelente noticia desde el punto de vista del régimen de Kiev, pero en absoluto desde el de la Casa Blanca y el Pentágono. ¡Se suponía que eso no formaba parte del guión!
Los estadounidenses no tienen ninguna intención de llevar las cosas tan lejos. Una confrontación directa entre la OTAN y Rusia, con todas sus implicaciones nucleares, será evitada a toda costa por ambos bandos. Precisamente por eso, los estadounidenses tienen abiertos varios canales, para evitar cualquier posibilidad de que se produzcan acontecimientos tan incontrolados. De hecho, se esfuerzan por poner límites definitivos a la guerra actual y abrir el camino hacia las negociaciones.
Estados Unidos pide conversaciones
A los estrategas militares serios de Washington no se les escapa la realidad de la situación. El general Mark Milley, presidente del Estado Mayor Conjunto, llamó a Zelensky a que iniciara conversaciones con Rusia.
Milley dijo que puede haber una oportunidad de negociar el fin del conflicto siempre y cuando las líneas del frente se estabilicen durante el invierno:
“Cuando haya una oportunidad de negociar, cuando se pueda alcanzar la paz, aprovéchenla”, dijo Milley. “Aprovechen el momento”.
Pero si las negociaciones nunca llegan a materializarse o fracasan, Milley afirma que Estados Unidos seguiría armando a Ucrania, aunque la victoria militar absoluta de cualquiera de los dos bandos parece cada vez más improbable.
“Tiene que haber un reconocimiento mutuo de que la victoria militar es probablemente, en el verdadero sentido de la palabra, tal vez no alcanzable por medios militares, y por lo tanto hay que recurrir a otros medios”, dijo.
Esta es la auténtica voz del imperialismo estadounidense. Y esto, y no las declaraciones retóricas de Zelensky, es lo que determina en última instancia el destino de Ucrania.
Washington siempre se ha mostrado reacio a suministrar a Kiev el tipo de armamento avanzado que ha estado solicitando. Su intención es enviar una señal a Moscú de que Estados Unidos no está dispuesto a suministrar armas que podrían intensificar el conflicto, creando la posibilidad de un enfrentamiento militar directo entre Rusia y la OTAN.
También es una advertencia a Zelensky de que había límites definitivos a la voluntad de EE.UU. de seguir pagando la factura de una guerra cara sin un final claro a la vista.
Cansancio ucraniano
Durante el primer mes de guerra, los ucranianos se mostraron dispuestos a negociar con Rusia. Desde entonces, Zelensky ha rechazado por completo la idea de negociar. Ha dicho en repetidas ocasiones que Ucrania solo está dispuesta a entablar negociaciones con Rusia si sus tropas abandonan todas las partes de Ucrania, incluidas Crimea y las zonas orientales del Donbás, controladas de facto por Rusia desde 2014, y si los rusos que han cometido crímenes en Ucrania se enfrentan a juicio.
La sucesión de éxitos en el campo de batalla animó a Zelensky a creer en la posibilidad de una “victoria final” / Imagen: Mando de Instrucción del 7º Ejército, Flickr
Zelensky también dejó claro que no mantendría negociaciones con los actuales dirigentes rusos. Incluso firmó un decreto en el que especificaba que Ucrania solo negociaría con un presidente ruso que haya sucedido a Vladimir Putin.
Estas desafiantes declaraciones causaron gran irritación en Washington. El Washington Post reveló que funcionarios estadounidenses han advertido en privado al gobierno ucraniano de que la “fatiga ucraniana” entre los aliados podría empeorar si Kiev sigue sin negociar con Putin.
Los funcionarios declararon al periódico que la postura de Ucrania en las negociaciones con Rusia está cansando a los aliados, preocupados por los efectos económicos de una guerra prolongada.
En el momento de redactar este artículo, Estados Unidos había concedido a Ucrania 65.000 millones de dólares en ayudas y estaba dispuesto a dar más, afirmando que apoyaría a Ucrania “todo el tiempo que fuera necesario”. Sin embargo, los aliados en algunas partes de Europa, por no hablar de África y América Latina, están preocupados por la tensión que la guerra está ejerciendo sobre los precios de la energía y los alimentos, así como sobre las cadenas de suministro. “La fatiga por Ucrania es algo real para algunos de nuestros socios”, afirmó un funcionario estadounidense.
Naturalmente, los estadounidenses no pueden admitir públicamente que estén presionando a Zelensky. Al contrario, mantienen una apariencia de firme solidaridad con Kiev. Pero en realidad, están apareciendo serias grietas en la fachada.
Para los dirigentes ucranianos, la aceptación de la petición estadounidense significaría una humillante retirada tras tantos meses de retórica beligerante sobre la necesidad de una derrota militar decisiva contra Rusia para garantizar la seguridad de Ucrania a largo plazo.
La sucesión de éxitos en el campo de batalla, primero en la región nororiental de Kharkiv y después con la toma de Kherson, animó a Zelensky a creer en la posibilidad de una “victoria final”. Pero los estadounidenses conocen mejor la realidad y saben muy bien que el tiempo no está necesariamente del lado de Ucrania.
¿Corre Putin peligro de ser derrocado?
La maquinaria propagandística occidental repite constantemente que Putin será derrocado pronto por el pueblo ruso, cansado de la guerra. Pero eso no son más que ilusiones. Se basan en un error fundamental. De hecho, Putin ha utilizado con éxito la guerra para atajar la creciente lucha de clases y el descontento de las masas. Junto con el aumento de la represión, esto ha proporcionado al régimen un respiro temporal. En la actualidad, Putin sigue contando con una amplia base de apoyo, que ha alcanzado nuevos niveles en los últimos meses. No corre peligro inmediato de ser derrocado.
No existe un movimiento antibelicista significativo en Rusia y el que hay está liderado y dirigido por los elementos burgueses-liberales. Esa es precisamente su principal debilidad. Los trabajadores echan un vistazo a las credenciales pro occidentales de estos elementos y se apartan, maldiciendo.
La guerra cuenta con el apoyo de la mayoría, aunque algunos tengan dudas. La imposición de sanciones y el flujo constante de propaganda antirrusa en Occidente, y el hecho de que la OTAN y los estadounidenses estén suministrando armas modernas a Ucrania, confirma la sospecha de que Rusia está siendo asediada por sus enemigos. Algo que el régimen utiliza para unir a la población en torno a sí.
En su propaganda de guerra, Vladimir Putin intenta invocar el recuerdo de la lucha soviética contra la Alemania nazi y el odio que el pueblo ruso siente desde hace mucho tiempo por el imperialismo occidental, que mezcla con el reaccionario chovinismo gran ruso. Enmarca la guerra de Ucrania como una guerra contra el imperialismo occidental, por la desnazificación del régimen de Kiev y por la defensa de la minoría rusoparlante de Ucrania. Todo esto es, por supuesto, pura demagogia.
No hay absolutamente nada progresista en el régimen de Putin. No es ni antiimperialista, ni antifascista, ni amigo de los trabajadores. No es ningún secreto, por ejemplo, que unidades con claras simpatías neonazis y de extrema derecha operan abiertamente como parte del ejército ruso, en particular en la PMC Wagner.
Con el partido comunista ruso adoptando una postura traicionera, nacionalista y patriótica y proporcionando una cobertura de izquierdas al nacionalismo gran ruso de Putin, los trabajadores rusos no encuentran ninguna alternativa política que represente sus intereses en oposición al régimen y su guerra.
La única presión sobre Putin no procede de ningún movimiento antibélico, sino, por el contrario, de los nacionalistas rusos y otros que quieren que la guerra prosiga con mayor fuerza y determinación. Sin embargo, si la guerra se prolonga durante algún tiempo sin pruebas significativas de un éxito militar ruso, eso puede cambiar.
A principios de noviembre, más de 100 reclutas de la república rusa de Chuvash organizaron una protesta en Ulyanov Oblast porque no habían recibido los pagos prometidos por Putin.
Un pequeño síntoma, sin duda. Pero si el conflicto actual se prolonga, podría multiplicarse a una escala mucho mayor, lo que supondría una amenaza, no sólo para la guerra, sino para el propio régimen.
Un síntoma aún más significativo son las protestas de las madres de los soldados muertos en Ucrania. Éstas son todavía de pequeño tamaño y se concentran principalmente en repúblicas orientales como Daguestán, donde los altos niveles de desempleo hicieron que un gran número de jóvenes se presentaran voluntarios para el ejército.
Si la guerra continúa y aumenta el número de muertos, es posible que veamos protestas de madres en Moscú y Petersburgo, que Putin no podrá ignorar y será incapaz de reprimir. Esto marcaría sin duda un cambio en toda la situación. Pero aún no se ha materializado.
Las reservas de Rusia
Al oponerse a la guerra desde su inicio, los marxistas rusos han adoptado una postura de principios en condiciones extremadamente difíciles de represión y bajo un aluvión de propaganda estatal. Su tarea es, ante todo, desenmascarar la demagogia de Putin, que no es más que una tapadera de los intereses reaccionarios de los oligarcas capitalistas, el principal enemigo de los trabajadores y los pobres rusos.
Al mismo tiempo, deben oponerse al imperialismo occidental, así como a los liberales expatriados pro-Kiev y a los llamados medios de comunicación independientes que actúan como sus portavoces en Rusia. Ir contra la corriente y mantener una posición de clase independiente hoy preparará a los marxistas rusos para dar enormes pasos adelante una vez que la marea empiece a cambiar.
Aunque la revolución está inmediatamente en el orden del día, la guerra está sin duda agitando las cosas en lo más profundo del proletariado y preparando enormes convulsiones sociales en el futuro.
El objetivo declarado de Rusia era “impedir el ingreso en la OTAN y desmilitarizar y desnazificar Ucrania”, también Putin quería un gobierno neutral o prorruso en Kiev. En efecto, eso significaría eliminar a Ucrania como Estado nacional independiente.
Pero Putin claramente calculó mal y los rusos no tenían fuerzas suficientes para lograr estos objetivos. Incluso la tarea de mantener sus avances en Donbás resultó difícil, como demostró claramente la ofensiva ucraniana de principios de septiembre.
Pero los fracasos en el frente actuaron como el estímulo necesario para reajustar. Se tomaron medidas para movilizar las fuerzas necesarias.
Rusia llevó a cabo una movilización masiva. El envío de 300.000 soldados rusos frescos al frente cambiará drásticamente el equilibrio de fuerzas.
El argumento frecuentemente repetido de que a los rusos les faltan municiones es totalmente falso. Rusia tiene una industria armamentística grande y poderosa. Dispone de considerables reservas de armas y municiones.
El envío de 300,000 soldados rusos frescos al frente cambiará drásticamente el equilibrio de fuerzas / Imagen: Отдел информационной политики Администрации города Ялта
Es cierto que sus reservas de los misiles más modernos de precisión milimétrica son limitadas y se agotarán. Pero no hay escasez de otros misiles, que son perfectamente adecuados para actividades normales en el campo de batalla.
Mientras tanto, los rusos siguen pulverizando con artillería, cohetes, drones y misiles objetivos en toda Ucrania, destruyendo centros de mando militar, nudos de transporte e infraestructuras, lo que dificultará seriamente el movimiento de tropas y armas hacia el.
¿Ahora que?
El dicho de Napoleón de que la guerra es la más compleja de todas las ecuaciones conserva toda su fuerza. La guerra es un cuadro en movimiento con muchas variantes imprevisibles y escenarios posibles.
El éxito de la ofensiva ucraniana en septiembre de 2022 y, posteriormente, la retirada rusa de la parte occidental de Kherson parecieron confirmar la variante que la maquinaria propagandística occidental ha presentado con confianza desde el comienzo de las hostilidades.
Sin embargo, debemos cuidarnos de las conclusiones impresionistas extraídas de un número limitado de acontecimientos. El resultado de las guerras rara vez se decide en una sola batalla, o incluso en varias.
La pregunta es: ¿esta victoria, o ese avance, alteraron materialmente el equilibrio subyacente de fuerzas, que es lo único que puede determinar el resultado final? Estas cuestiones fundamentales aún están por determinar. Son posibles diferentes resultados, dependiendo de cómo se desarrollen las condiciones tanto en Rusia como en Ucrania y entre sus amos occidentales.
Rusia ha estado acumulando fuerzas en el Este, reforzando su presencia militar en Bielorrusia e intensificando sus bombardeos aéreos tanto sobre objetivos militares como sobre la ya debilitada infraestructura ucraniana.
Esta degradación de las infraestructuras ha llegado al punto de que incluso se habla de evacuar las principales ciudades -incluida Kiev-, que se están volviendo inhabitables como consecuencia de la interrupción del suministro de energía y agua.
Es difícil determinar en qué momento esta destrucción empezará a minar la voluntad de resistencia. La experiencia histórica indica que los bombardeos aéreos por sí solos nunca pueden ganar guerras.
De hecho, a corto plazo, tendrá el efecto contrario, acentuando el odio al enemigo y aumentando el espíritu de resistencia. Pero todo tiene un límite. A partir de cierto punto, se instala un sentimiento general de cansancio de la guerra y se debilita la voluntad de seguir luchando.
Hasta ahora, los ucranianos han demostrado un notable nivel de resistencia. Pero no está claro cuánto tiempo podrá mantenerse la moral tanto de la población civil como de los soldados en el frente.
Pero tan pronto como comience un clamor por la paz, estallarán serias divisiones en la capa dirigente de Kiev entre los nacionalistas de derechas, que desean luchar hasta el amargo final, y los elementos más pragmáticos, que ven que una mayor resistencia sólo conducirá a la destrucción total de Ucrania y que algún tipo de acuerdo negociado es la única salida.
Cualquiera que sea el resultado, no se puede hablar de una vuelta al statu quo en Europa. Ha nacido un nuevo período de extrema inestabilidad, guerras, guerras civiles, revoluciones y contrarrevoluciones.
Relaciones mundiales
El mundo está experimentando cambios que se asemejan a los dramáticos desplazamientos de las placas tectónicas en geología. Estos desplazamientos siempre van acompañados de terremotos.
Estos cambios políticos y diplomáticos tienen el mismo efecto. Ya antes de la guerra, el retroceso de la globalización y el consiguiente auge del nacionalismo económico habían provocado la agudización de los conflictos entre las distintas potencias.
El mundo está experimentando cambios que se asemejan a los dramáticos desplazamientos de las placas tectónicas en geología / Imagen: In Defence of Marxism
Pero el conflicto ucraniano exacerbó enormemente todas las tensiones y profundizó todas las contradicciones. Como consecuencia de todo ello, estamos asistiendo a un profundo cambio en las relaciones mundiales.
El signo más evidente de ello es el hecho de que China se ha acercado mucho más a Rusia, ya que ambas compiten con el imperialismo estadounidense. El papel de China en la guerra de Ucrania se ha enmascarado bajo el pretexto de abogar por una “paz negociada”. Para la clase dominante china, esta guerra es una perturbación inoportuna de las beneficiosas relaciones comerciales que ha construido durante los últimos 30 años, ya que no se siente preparada todavía para enfrentarse frontalmente a su rival estadounidense.
Sin embargo, detrás de este supuesto pacifismo hay una clara línea roja: la inadmisibilidad de una desestabilización de la Federación Rusa como resultado de una derrota militar. Tal derrota ampliaría la influencia del imperialismo estadounidense y haría perder a China un valioso socio en su conflicto estratégico con Estados Unidos y sus aliados. Está claro que sin la ayuda china para eludir las sanciones occidentales, Rusia se encontraría en una situación mucho peor en lo que respecta a la conducción de la guerra.
Rusia
Rusia es una potencia imperialista regional. Pero su posesión de enormes reservas de petróleo, gas y otras materias primas, su sólida base industrial y su avanzado complejo militar-industrial, junto con su poderoso ejército y su arsenal de armas nucleares, se combinan para darle un alcance mundial que la pone en colisión con el imperialismo estadounidense.
Históricamente, Ucrania estaba plenamente integrada en la economía de la Unión Soviética. Tras la restauración capitalista, estos vínculos económicos se mantuvieron, convirtiendo a Ucrania en un activo económico clave para el capitalismo ruso. También existen vínculos culturales y geográficos que forman parte integrante de la ideología reaccionaria del chovinismo gran ruso. Los oligarcas rusos ven en el control occidental del régimen de Kiev una amenaza económica, política y militar directa. Detrás de la propaganda estatal rusa, la camarilla del Kremlin esconde su estrecho interés en retomar el control sobre Ucrania y subyugarla para sus propios fines.
Washington ve a Rusia como una amenaza para sus intereses globales, especialmente en Europa. El antiguo odio y recelo hacia la Unión Soviética no desapareció con el colapso de la URSS. Joe Biden es un excelente ejemplo de la generación de rusófobos que quedó de los años de la Guerra Fría.
Tras el colapso de la URSS, los estadounidenses aprovecharon el caos de los años de Yeltsin para afirmar su dominio a escala mundial. Intervinieron en zonas antes dominadas por Rusia, algo que nunca se habrían atrevido a hacer en la época soviética.
Primero intervinieron en los Balcanes, acelerando la desintegración de la antigua Yugoslavia. Las criminales invasiones de Irak y Afganistán fueron seguidas de una intervención infructuosa en la guerra civil siria, que les hizo chocar con Rusia.
Todo el tiempo, continuaron expandiendo su control sobre Europa del Este, ampliando la OTAN mediante la inclusión de antiguos satélites soviéticos como Polonia y los Estados bálticos. Esto supuso un incumplimiento directo de las promesas hechas en repetidas ocasiones por Occidente de que la OTAN no se expandiría “ni una pulgada” hacia el este.
Esto llevó a una alianza militar hostil hasta las mismas fronteras de la Federación Rusa. Pero al intentar atraer a Georgia a la órbita de la OTAN, cruzaron una línea roja. La clase dominante en Rusia se sintió humillada y amenazada y utilizó la fuerza militar para disciplinar a los georgianos.
La invasión de Ucrania pretendía mostrar a los estadounidenses que Rusia estaba mostrando sus músculos y respondía al imperialismo estadounidense y a la OTAN.
Estados Unidos y Europa
Estados Unidos está utilizando el conflicto de Ucrania para perseguir su objetivo de obligar a los europeos a cortar sus lazos con Rusia y reforzar así el control del imperialismo estadounidense sobre toda Europa.
Antes de esto, la clase dominante alemana estaba, de hecho, utilizando sus vínculos con Rusia como palanca para asegurar al menos una independencia parcial frente a los EE.UU..
Estados Unidos utiliza el conflicto de Ucrania para reforzar el dominio del imperialismo estadounidense sobre toda Europa / Imagen: Defense of Ukraine
Su otra palanca principal era su dominio de facto de la Unión Europea, que esperaba construir como un bloque de poder alternativo, capaz de perseguir sus propios objetivos e intereses en un escenario global.
Las tensiones entre Estados Unidos y Europa son cada vez mayores, y de hecho se han visto exacerbadas por la guerra de Ucrania, aunque ésta solo podía tapar las grietas temporalmente. Estas tensiones han vuelto a salir a la superficie en la reciente ley proteccionista de infraestructura de los EEUU, que aumenta la presión sobre la producción industrial en la UE.
Las tensiones de Estados Unidos con Europa no son nuevas. Surgieron durante la guerra de Irak y, más recientemente, en torno a las relaciones con Irán. Los líderes de Francia y Alemania siempre desconfiaron de las estrechas relaciones de Estados Unidos con Gran Bretaña, a la que consideraban, con razón, un caballo de Troya estadounidense dentro del campo europeo.
Los franceses, que nunca ocultaron sus propias ambiciones de dominar Europa, fueron tradicionalmente más elocuentes en su retórica antiestadounidense. Los alemanes, que en realidad eran los verdaderos amos de Europa, se mostraban más circunspectos, prefiriendo la realidad del poder a la fanfarronería vacía.
Los estadounidenses no se dejaron engañar. Consideraban a Alemania, y no a Francia, como su principal rival, y Trump en particular no ocultaba su extrema desconfianza y aversión hacia Berlín.
Para asegurarse su independencia de Washington, los capitalistas alemanes entablaron una estrecha relación con Moscú. Esto enfureció a sus “aliados” al otro lado del Atlántico, pero les proporcionó considerables beneficios en forma de suministros baratos y abundantes de petróleo y gas.
Privarse de estos suministros es un precio muy alto a pagar por mantener contentos a los estadounidenses. Con Angela Merkel, Alemania preservó celosamente su papel independiente. Hizo falta una guerra en Ucrania para que Alemania se alineara, al menos por el momento.
Los burgueses Verdes se han desenmascarado como los más fervientes defensores del imperialismo estadounidense.
Pero tras la fachada de “unidad frente a la agresión rusa”, las diferencias persisten. Eso quedó claro en una caricatura que circula sobre dos mujeres, una estadounidense y otra europea. La segunda anuncia orgullosa a la primera: “Estaré encantada de morir congelada para ayudar a Ucrania”, a lo que la estadounidense responde con una sonrisa: “¡Y yo también estaré encantada de que te congeles!”.
En realidad, Estados Unidos está utilizando el pretexto de la guerra para reforzar su control sobre Europa. De momento, lo ha conseguido. Pero no está nada claro cuánto durará la paciencia de los alemanes y otros europeos. Las contradicciones que esto genera sólo se pondrán de manifiesto cuando se resuelva el asunto ucraniano.
Los EE.UU. y China
En la década de 1920, en una brillante predicción, Trotsky afirmó que el centro de la historia mundial había pasado del Mediterráneo al Atlántico, y estaba destinado a pasar del Atlántico al Pacífico. Esta predicción se está convirtiendo en un hecho ante nuestros propios ojos.
El conflicto entre Estados Unidos y Rusia se desarrolla principalmente (aunque no del todo) en Europa. Pero el conflicto entre China y Estados Unidos se desarrolla principalmente en el Pacífico. A largo plazo, esta última región desempeñará un papel mucho más decisivo en la historia mundial que los Estados de segunda fila de Europa, que han entrado en un largo periodo de declive histórico.
Los acontecimientos en el campo de batalla del Pacífico tendrán sin duda importantes repercusiones mundiales en el futuro. Las tensiones entre ambos países son cada día mayores. Tanto Demócratas como Republicanos no ocultan que consideran a China su principal y más peligroso adversario.
Estados Unidos está en un camino que conduce a una guerra comercial con China. Ha endurecido aún más sus restricciones a la exportación de tecnología a China.
Los estrategas burgueses especulan con que China se separará de Rusia. Pero eso no son más que ilusiones. En las condiciones actuales, no hay manera de que China se aleje de Rusia, o viceversa, porque se necesitan mutuamente para hacer frente al poder del imperialismo estadounidense.
El difícil equilibrio actual, entre China, Estados Unidos y Taiwán, se mantendrá durante algún tiempo / Imagen: Kevin Harber
En la actualidad, el conflicto entre EE.UU. y China se centra en la cuestión de Taiwán. La guerra en Ucrania tuvo inmediatamente el efecto de colocar la cuestión de Taiwán en la agenda de la política internacional. Hace tiempo que Pekín dejó claro en términos inequívocos que considera a Taiwán parte inalienable de China.
Pero al apoyar a las fuerzas nacionalistas taiwanesas, reforzar la ayuda militar y obstaculizar el acceso de China al mercado taiwanés, los estadounidenses están aumentando las tensiones en torno a la isla. Al mismo tiempo, sin embargo, Estados Unidos mantiene una política de “ambigüedad estratégica”, es decir, preserva el apoyo al status quo en Taiwán porque sabe que alejarse del mismo podría desembocar en una desastrosa confrontación militar.
La visita no oficial de Nancy Pelosi a la isla fue un acto extremadamente insensato, una provocación sin sentido que fue vista con consternación por los representantes más serios del imperialismo estadounidense y por aliados de los EEUU en Asia, que no quieren verse obligados a elegir bandos en una guerra comercial, y mucho menos en una guerra real.
Incluso Joe Biden, que no es famoso por su perspicacia intelectual, podía ver que provocaría una respuesta inmediata de China. Y así fue. Pekín intensificó la presión con maniobras navales y aéreas alrededor de la isla. La guerra verbal entre los dos países fue subiendo de tono.
Pero, en realidad, ninguna de las partes está ansiosa por llegar a un enfrentamiento militar. Una intervención armada de EE.UU. se enfrentaría a enormes problemas logísticos, y Xi Jinping está más preocupado por mantener la estabilidad interna que por involucrarse en aventuras militares. Después de haberse asegurado la ‘reelección’ en el 20 congreso del PCCh, Xi ha adoptado un tono más conciliatorio en relación a Taiwán y los EEUU.
Sólo una crisis muy grave dentro de China, que amenazara con derribar el régimen, o una declaración de independencia taiwanesa respaldada por EE.UU., podrían inclinar la balanza a favor de una aventura de este tipo. Pero eso no es algo que esté inmediatamente en el orden del día.
Así pues, el difícil equilibrio actual entre China, Estados Unidos y Taiwán se mantendrá durante algún tiempo, con sus inevitables altibajos. Pero la lucha titánica por la supremacía entre EE.UU. y China crecerá hasta abarcar toda Asia, con las consecuencias más trascendentales para todo el planeta.
Estados Unidos, Arabia Saudí y Rusia
La guerra de Ucrania también abrió conflictos entre EE.UU. y países que antes se consideraban aliados cercanos. Estados Unidos está enfadado porque muchas naciones siguen comerciando con Rusia, socavando así las sanciones impuestas por Estados Unidos. China está desobedeciendo abiertamente los deseos de Estados Unidos, y no se puede hacer mucho para impedirlo.
Pero India, que se supone que es amiga de Estados Unidos, también está comprando enormes cantidades de petróleo ruso a precios de saldo y vendiéndolo a Europa con un lucrativo margen de beneficio. Joe Biden echa humo y Modi se limita a encogerse de hombros. Después de todo, el petróleo ruso es tan barato…
Puede que sea barato para India y China, pero la escasez mundial de petróleo ha hecho subir los precios del mercado, lo que beneficia a Rusia, como ya hemos explicado.
Por eso han aumentado las tensiones entre Arabia Saudí, el mayor exportador de crudo del mundo, y Estados Unidos, el mayor consumidor mundial. Haciendo caso omiso de la petición de Biden de aumentar la producción de petróleo para hacer bajar los precios mundiales del crudo, Riad llegó a un acuerdo con Moscú para introducir recortes en la producción destinados a frenar la caída de los precios.
La cooperación de Arabia Saudí con Moscú es fuente de tremenda exasperación e indignación en la Casa Blanca. La portavoz de la Casa Blanca, Karine Jean-Pierre, declaró a los periodistas que estaba “claro” que la OPEP+ se estaba “alineando con Rusia”.
La disputa entre los saudíes y Estados Unidos es sintomática del creciente deseo de los gobiernos de Asia, África y América Latina de aprovechar el conflicto mundial entre Rusia, China y Estados Unidos para hacer valer sus propios intereses, haciendo equilibrios entre ambos bandos. La conducta de Erdogan en Turquía es otro ejemplo de ello.
¿Un mundo multipolar?
Los reajustes a los que nos hemos referido han dado lugar a muchas especulaciones sobre un mundo “multipolar”. Se supone que el ascenso de China como potencia económica y militar desafiará la posición de liderazgo del imperialismo estadounidense.
Durante décadas se ha comentado el declive de EE.UU. en relación con China. Sin embargo, hay que subrayar que se trata de un declive relativo. En términos absolutos, EE.UU. sigue siendo el Estado militar más rico y poderoso del planeta.
En la década de 1970, se especuló de forma similar sobre el ascenso de Japón, que algunos predijeron que superaría a la economía estadounidense en unas décadas. Pero eso nunca se materializó.
El crecimiento explosivo de la economía japonesa alcanzó sus límites y Japón entró en un prolongado periodo de estancamiento económico. Ahora hay indicios de que China puede estar acercándose a un punto similar.
Los límites del llamado modelo chino se manifiestan en una brusca ralentización del crecimiento económico. En un futuro previsible, EE.UU. mantendrá su posición como principal potencia imperialista. Pero eso traerá sus propios problemas.
En el siglo XIX, el imperialismo británico dominaba una parte enorme del globo terrestre. Su flota dominaba los mares, aunque se veía cada vez más desafiada por el creciente poder de Alemania, y el imperialismo estadounidense estaba aún en sus primeras fases de desarrollo.
En aquella época, Gran Bretaña consiguió enriquecerse a costa de sus colonias y de su papel dominante en el comercio mundial. Su poder se vio socavado por dos guerras mundiales, y Estados Unidos heredó el papel de Gran Bretaña como policía mundial. Pero ganó esa posición en un periodo de declive imperialista. Y el papel de policía mundial está resultando muy oneroso.
A pesar de su colosal riqueza y poder militar, EE.UU. sufrió su primera derrota militar en las selvas de Vietnam. Anteriormente, la guerra de Corea terminó en empate y sigue sin resolverse. Las aventuras militares en Afganistán, Irak y Siria acabaron todas en humillación y en la pérdida de miles de millones de dólares.
Ahora, la guerra de Ucrania -en la que se supone que no participa activamente, aunque, en la práctica, sí lo hace- se ha convertido en una nueva sangría colosal de sus recursos. Como resultado, existe una poderosa reacción por parte de la opinión pública estadounidense contra las aventuras militares extranjeras. Esto actúa como un fuerte factor que limita su potencial para hacer la guerra.
Las humillantes derrotas sufridas en Irak y Afganistán están grabadas a fuego en la conciencia del pueblo de Estados Unidos. Están hartos de las intervenciones y guerras extranjeras, y este es un poderoso factor que limita el margen de maniobra tanto de Biden como del Pentágono.
Por otra parte, el ala Trump del Partido Republicano muestra una fuerte tendencia en la dirección del aislacionismo, que tradicionalmente ha sido un poderoso factor en la política estadounidense.
La inestabilidad general en el mundo amenaza constantemente con inflamar la inestabilidad política dentro de la sociedad estadounidense. Eso es lo que quería decir Trotsky cuando predijo que EE.UU. emergería como la potencia mundial dominante después de la Segunda Guerra Mundial, pero tendría dinamita incorporada en sus cimientos.
El ala Trump del Partido Republicano muestra una fuerte tendencia en la dirección del aislacionismo / Imagen: Gage Skidmore Flickr
Guerra y paz
El periodo en el que hemos entrado se caracterizará por una creciente inestabilidad y fricciones entre las diferentes potencias y bloques. Los reformistas de derechas han adoptado plenamente el programa y la retórica (“defender la democracia”) de la agenda imperialista de la burguesía. La “izquierda” no cesa de entonar conmovedores himnos a la Paz y a la Fraternidad Humana, que imaginan salvaguardadas por la Carta de las Naciones Unidas.
Sin embargo, en los cerca de 80 años transcurridos desde su fundación, las llamadas Naciones Unidas nunca han evitado ninguna guerra. Entre 1946 y 2020, ha habido aproximadamente 570 guerras, que han causado al menos 10.477.718 muertes civiles y militares. La ONU no es más que una tertulia que da la impresión de poder resolver problemas.
En realidad, en el mejor de los casos, a veces puede resolver pequeñas cuestiones, que no afectan a los intereses fundamentales de las grandes potencias. En el peor de los casos, como en la guerra de Corea en los años cincuenta, la del Congo en los sesenta y la primera guerra de Irak en 1991, sirve de cómoda hoja de parra para disfrazar los designios imperialistas.
En el pasado, las tensiones existentes ya habrían desembocado en una gran guerra entre las Grandes Potencias. Pero las condiciones cambiantes han eliminado esto de la agenda, al menos por el momento. Durante las últimas siete décadas no ha habido ninguna guerra mundial, aunque, como hemos señalado, hubo muchas pequeñas.
Los capitalistas no hacen la guerra por patriotismo, democracia o cualquier otro principio altisonante. Hacen la guerra para obtener beneficios, para capturar mercados extranjeros, fuentes de materias primas (como el petróleo) y para ampliar sus esferas de influencia.
Una guerra nuclear no significaría nada de esto, sino sólo la destrucción mutua de ambas partes. Incluso han acuñado una frase para describir esto: MAD (Destrucción Mutua Asegurada). Una guerra de ese tipo no beneficiaría a los banqueros y capitalistas.
Otro factor decisivo -ya mencionado- es la oposición masiva a la guerra, particularmente (pero no exclusivamente) en los Estados Unidos de América. Según una encuesta de opinión, sólo el 25% de la población estadounidense estaría a favor de una intervención militar directa en Ucrania, lo que significa que la inmensa mayoría se opondría.
Es esto, y no ningún amor por la paz, y desde luego ningún respeto por las Naciones (Des)Unidas, lo que ha impedido a Estados Unidos enviar tropas a un enfrentamiento directo con el ejército ruso en Ucrania.
Por supuesto, no faltan generales estadounidenses estúpidos o incluso desequilibrados que piensan que la guerra con Rusia o China, o mejor aún con ambas, sería una buena idea, y que si eso significara la aniquilación nuclear del planeta, sería un precio necesario a pagar.
Pero a esta gente la mantienen a raya, de la misma manera que un hombre que tiene un perro guardián feroz para defender su propiedad y se asegura de que está atado con una cadena. Y a menos que tengamos la perspectiva de la llegada al poder de un Hitler estadounidense, nadie se sentirá inclinado a firmar una nota de suicidio colectivo en nombre del pueblo estadounidense.
Aunque una guerra mundial en las condiciones actuales está descartada, habrá muchas guerras “pequeñas” y guerras a distancia como la de Ucrania. Esto se sumará a la volatilidad general y echará leña al fuego del desorden mundial.
EE.UU.
En EE.UU., la estabilidad del statu quo se basaba en la división del poder entre dos partidos burgueses, los Republicanos y los Demócratas. Durante más de 100 años, estos dos gigantes políticos se alternaron en el gobierno con la regularidad del péndulo de un viejo reloj.
Todo parecía funcionar a la perfección. Pero ahora, la regularidad anterior ha dado paso a las turbulencias más violentas.
Los años de Trump se caracterizaron por una imprevisibilidad extrema. Su negativa a aceptar el traspaso de poderes, o incluso a admitir que pudiera llegar a perder unas elecciones, creó las condiciones para el asalto del 6 de enero de 2021 al Congreso por una turba de sus partidarios furiosos. Estos acontecimientos fueron el heraldo de un nuevo periodo de violentas convulsiones en la sociedad estadounidense.
Todos los comentaristas económicos serios predicen que Estados Unidos entrará en recesión en 2023. La tasa de inflación anual de Estados Unidos supera ya el 8%, la más alta de los últimos 40 años. Como se ha dicho, la Reserva Federal ha estado aumentando gradualmente los tipos de interés, llevando los tipos hipotecarios a su nivel más alto en 15 años, acercándose al 7 por ciento, frente a poco más del 3 por ciento en 2021.
Al mismo tiempo, la deuda nacional estadounidense ha superado la marca de los 31 billones de dólares. Con la fuerte subida de los tipos de interés, esto ejercerá una gran presión sobre las finanzas públicas estadounidenses. La creación de empleo también se ha ralentizado, y el desempleo empieza a aumentar.
Esto se suma a un declive relativo a largo plazo, que ha provocado el estancamiento o la caída del nivel de vida de millones de estadounidenses. Los salarios reales llevan estancados desde los años setenta. Durante décadas se han destruido millones de puestos de trabajo bien remunerados en el sector manufacturero.
Esto explica el declive de la popularidad de los demócratas, antes considerados “amigos de los trabajadores”, y también por qué una figura como Trump podría aprovechar el resentimiento contra el establishment de una capa de la clase trabajadora.
Sin embargo, las elecciones de mitad de mandato de 2022 no produjeron la victoria del trumpismo que muchos esperaban, a pesar de los bajos índices de aprobación de Biden. Muchos de los candidatos de Trump fueron derrotados. Una de las principales razones fue la reacción contra la anulación de Roe vs Wade por el Tribunal Supremo, que anteriormente protegía el derecho al aborto.
Queda por ver si Trump gana la nominación presidencial del Partido Republicano, o si puede ser empujado por alguien como Ron DeSantis, el gobernador de Florida, que se ha posicionado como el candidato del “trumpismo sin Trump”. El escenario puede estar preparado para una escisión en el Partido Republicano, si Trump no se sale con la suya.
Descontento profundo
Existe un descontento generalizado y profundamente arraigado, que se expresa encuesta tras encuesta.
Más de la mitad de los estadounidenses cree que “en los próximos años habrá una guerra civil en Estados Unidos”, según una encuesta de la Universidad de California en 2022.
Según otra encuesta, el 85 por ciento de los estadounidenses cree que el país va por “mal camino”. El 58 por ciento de los votantes estadounidenses “cree que su sistema de gobierno no funciona…” y así sucesivamente.
Este arraigado estado de ánimo de descontento encontró su expresión más llamativa en el movimiento Black Lives Matter [Las Vidas Negras Importan] en 2020, que contó con el apoyo del 75 por ciento de la población. Pero esta radicalización se ha visto parcialmente desorientada por las llamadas políticas de la identidad.
Lo que se conoce como “guerras culturales” son utilizadas habitualmente tanto por políticos de extrema derecha como por liberales para incitar a sus partidarios. Se trata de un veneno que sólo puede combatirse con la política de clases.
La cuestión de clase
El resurgimiento de la cuestión de clase se expresa en la oleada de campañas de sindicalización en empresas como Amazon y Starbucks, pero también en las oleadas de huelgas que han afectado a Estados Unidos, como el “striketober” [octubre de huelgas] de 2021. Y la actividad huelguística sigue creciendo.
El resurgimiento de la cuestión de clase en Estados Unidos se expresa en las campañas de sindicalización en centros de trabajo como Amazon y Starbucks / Imagen: Socialist Revolution
Las últimas cifras revelan que el 71% de los estadounidenses apoyan a los sindicatos, su nivel más alto desde los años sesenta. Y entre los jóvenes esta cifra es aún mayor. Incluso entre el grupo de 18 a 34 años que apoya a Trump, el 71 por ciento simpatiza con las campañas sindicales en Amazon.
El movimiento hacia la sindicalización de los trabajadores precarios, principalmente jóvenes, es el primer indicio real de un renacimiento de la lucha de clases. Estas campañas de sindicalización están impulsadas por trabajadores de base jóvenes y radicales con poca conexión con el movimiento sindical tradicional. Forman parte de una nueva generación de combatientes de clase que se está formando en Estados Unidos y que se mueve rápidamente hacia la izquierda.
Sin embargo, existe una profunda y creciente desconfianza hacia todos los partidos existentes, especialmente los Demócratas. Es esta situación la que explica la crisis de la presidencia de Biden. Se le considera incapaz de resolver ninguno de los acuciantes problemas a los que se enfrentan la clase trabajadora y la juventud, desde la inflación a la guerra de Ucrania, desde el creciente y devastador impacto del cambio climático a la escasez de viviendas asequibles.
Es este sentimiento general de malestar el que explica la desconfianza generalizada hacia Biden y los demócratas entre una amplia capa de la población. La evolución ulterior de la lucha de clases abrirá el camino, en un momento dado, a la aparición de un tercer partido, basado en la clase obrera. Eso representará un cambio fundamental en toda la situación.
China
China era antes una de las principales fuerzas motrices que impulsaban la economía mundial. Pero ahora ha alcanzado sus límites y se está convirtiendo en su contrario. Los economistas burgueses observan la evolución de China con creciente alarma.
En los mercados libres de Occidente, las crisis financieras pueden estallar de repente, cogiendo por sorpresa a gobiernos e inversores. Pero en China, donde el Estado sigue desempeñando un papel importante en la economía, el gobierno puede desplegar capital político y financiero en un grado mucho mayor, con el fin de mitigar o posponer una crisis.
Esto da una apariencia de estabilidad, pero es una ilusión. Puesto que China ha optado por seguir el camino capitalista y ahora está completamente integrada en el mercado mundial capitalista, está sujeta a las mismas leyes de la economía de mercado capitalista.
Uno de los factores clave que han salvado a la economía china y mundial de una grave crisis después del crack del 2008 han sido las enormes cantidades de dinero inyectadas en la economía por el Estado chino.
Esto ascendió a cientos de miles de millones de dólares, la mayor parte de los cuales se canalizó hacia proyectos de infraestructura y desarrollo. Lo que estamos presenciando ahora es el fin de ese modelo. La economía china se está ralentizando. El escaso 2,8% de crecimiento de 2022 fue el nivel más bajo desde 1990. En 2021 la tasa se situó en el 8,1 por ciento.
Gran parte de esa inversión se dedicó a los LGFV (instrumentos de financiación de los gobiernos locales), que han acumulado una enorme montaña de deudas de 7,8 billones de dólares que amenaza la estabilidad de toda la economía china. Una gran parte de estas deudas están escondidas, como parte del semi-legal sector bancario en la sombra, en el que las empresas estatales y bancos están fuertemente implicados.
Esa deuda equivale a casi la mitad del PIB total de China en 2021, o aproximadamente dos veces el tamaño de la economía de Alemania. Con la disminución de los ingresos de los gobiernos locales, parece cada vez más probable un devastador dominó de impagos.
La intervención estatal sólo sirve para distorsionar el mecanismo del mercado, pero no puede eliminar sus contradicciones fundamentales. Puede retrasar una crisis, pero cuando ésta finalmente surja – que, tarde o temprano, deberá hacerlo – tendrá un carácter aún más explosivo, destructivo e incontrolable.
Una crisis financiera en China tendría un impacto devastador en el conjunto de la economía mundial. También crearía una situación muy explosiva dentro de China.
Siempre se ha supuesto que China necesita una tasa de crecimiento anual de al menos el 8% para mantener la estabilidad social. Una tasa de crecimiento del 3% es, por tanto, totalmente insuficiente. Y una gran crisis económica, desencadenada por un colapso del mercado inmobiliario, prepararía el terreno para grandes convulsiones sociales.
China se enfrenta a una explosión social
En este contexto hay que situar el congreso del Partido “Comunista” Chino de 2022, en el que Xi Jinping se afianzó en el poder. Según las antiguas reglas del Partido, Xi debería haber dimitido como líder en ese congreso, pero en su lugar aspira a ser líder vitalicio.
No es casualidad que Xi haya concentrado todo el poder en sus manos. China es un Estado totalitario que combina la economía de mercado capitalista con elementos de control estatal, heredados del antiguo Estado obrero deformado.
En un Estado totalitario, donde todas las fuentes de información están estrictamente controladas y todas las formas de oposición son despiadadamente reprimidas, es extremadamente difícil saber lo que ocurre bajo la superficie, hasta que de repente todo estalla.
No es casualidad que Xi haya ido concentrando todo el poder en sus manos / Imagen: 中国新闻网
Pudimos verlo en la lucha de los trabajadores de la mega fábrica de Foxconn en Zhengzhou y en las protestas nacionales contra los confinamientos de noviembre de 2022. Estallando aparentemente de la nada, estos movimientos adoptaron una forma explosiva y, en el caso de las protestas contra los confinamientos, se extendieron a cientos de localidades de todo el país en cuestión de horas. Estos acontecimientos señalan el comienzo de la ruptura del equilibrio social en China.
Sin embargo, la élite gobernante es muy consciente de ello. Cuenta con un poderoso aparato represivo y una enorme red de espías e informadores que están presentes en cada fábrica, oficina, bloque de apartamentos, escuela y universidad.
China gasta ahora más cada año en seguridad interna que en defensa nacional, y está aumentando ambos gastos. Xi y su camarilla son muy conscientes de los enormes peligros de la agitación popular y están tomando medidas para anticiparse a ella. Sin embargo, su régimen altamente sofisticado de censura online fue incapaz de impedir que se extendiera la información sobre las protestas recientes, aunque estas implicaron apenas unos cientos de personas en cada ciudad. Un movimiento de masas de la clase obrera paralizaría totalmente este sistema.
En gran medida, eso explica el aplastamiento del movimiento masivo de protesta en Hong Kong en 2019. De lo contrario, pronto se habría extendido al continente.
El magnífico alcance de ese movimiento -antes de que fuera secuestrado y conducido a un callejón sin salida por la élite liberal pro-occidental- da una ligera idea de cómo será una revolución proletaria en China, sólo que será a una escala mucho mayor.
Se dice que Napoleón Bonaparte dijo: “China es un dragón dormido. Dejemos que China duerma, porque cuando despierte sacudirá al mundo”. Hay mucho de cierto en ese dicho. Pero deberíamos introducir un pequeño cambio.
El proletariado chino es el más grande y potencialmente el más fuerte del mundo. Es como un dragón dormido que está a punto de despertar. Y cuando eso ocurra, ciertamente sacudirá al mundo.
En China se está preparando una enorme explosión social, aunque es imposible decir cuándo ocurrirá. Pero una cosa sí se puede predecir con absoluta certeza. Ocurrirá cuando menos se espere.
Y una vez que comience, no habrá quien la pare. Ninguna represión o intimidación será suficiente. Al igual que cuando el río Yangtsé se desborda, arrasará con todo.
Europa: tendencias centrífugas
La unidad de la UE podía darse por sentada mientras duraran las condiciones de boom. Pero esas condiciones favorables han desaparecido y punto. Y el inicio de las turbulencias económicas y financieras provocará más proteccionismo y nacionalismo económico.
El frágil tejido de la unidad europea será puesto a prueba hasta su destrucción en condiciones de profunda recesión económica. Las tendencias centrífugas resultantes acelerarán el alejamiento de la globalización y la mayor fragmentación de Europa y de la economía mundial en general.
El sur de Europa es el eslabón más débil de la cadena y está maduro para sufrir graves trastornos políticos e inestabilidad. La continua debilidad financiera de Grecia e Italia puede desencadenar el colapso de la unión monetaria europea. Pero incluso las naciones más fuertes están siendo socavadas. Estas tendencias se fortalecerán inevitablemente, ejerciendo una inmensa presión sobre el frágil tejido de la unidad europea.
Divisiones en Europa
La crisis ha puesto de manifiesto las profundas fisuras que existen entre los distintos Estados miembros de la UE. Incluso antes de la guerra en Ucrania y la pandemia, la economía europea se estaba desacelerando y las tensiones entre los países de la UE crecían. El indicio más evidente de ello ha sido la salida de Gran Bretaña, que ha dejado muchos problemas sin resolver. Pero las relaciones con Gran Bretaña no son la única fuente de fricciones en la UE.
Como resultado de la guerra en Ucrania y la amenaza al suministro de gas ruso a Europa, la UE se ve amenazada por una catástrofe económica. Los capitalistas de cada Estado europeo luchan por tomar medidas en su propio interés.
La solidaridad europea no entra en esta ecuación. Es un caso muy simple de “sálvese quien pueda y que sea lo que Dios quiera”.
La guerra de Ucrania ha abierto serias divisiones en la UE. Como ya se ha dicho, Polonia y los países bálticos son los más vociferantes entre los halcones. Pero el húngaro Victor Orban ha criticado abiertamente las sanciones de Occidente contra Rusia, y Hungría mantiene excelentes relaciones con el hombre del Kremlin. En consecuencia, Hungría tiene ahora los precios del gas más bajos de Europa.
Orban comentó con una fuerte dosis de ironía: “En la cuestión de la energía, somos enanos y los rusos son gigantes. Un enano sanciona a un gigante y todos nos asombramos cuando el enano muere”. Sus comentarios escandalizaron a los jefes de la UE. Pero no iban muy desencaminados.
El paquete alemán de ayudas a las empresas energéticas provocó de inmediato una dura reacción de varios países de la UE, que exigen una respuesta conjunta de la UE a la crisis energética. El Primer Ministro húngaro advirtió de que el paquete de ayudas previsto por Alemania equivale a “canibalismo” y amenaza la unidad de la UE en un momento en que los Estados miembros sufren graves tensiones económicas a causa de la guerra en Ucrania.
El húngaro Victor Orban ha criticado abiertamente las sanciones de Occidente contra Rusia / Imagen: EPP Flickr
Un alto asesor de la primera ministra italiana, Giorgia Meloni, declaró: “Es un acto, preciso, deliberado, no acordado, no compartido, no comunicado, que socava las razones de la Unión”. Emanuel Macron fue más diplomático, pero fue al fondo de la cuestión al decir: “No podemos ceñirnos a las políticas nacionales, porque eso crea distorsiones dentro del continente europeo”.
Sin embargo, el ministro alemán de la economia, Robert Habeck, defendiendo el paquete de medidas de alivio energético del país, contraatacó con una severa advertencia: “Si Alemania sufriera una recesión realmente profunda, arrastraría consigo a toda Europa”.
Alemania y los países capitalistas más ricos del norte de Europa no están dispuestos a pagar la factura de las economías capitalistas más pobres del sur y el este.
Sin embargo, hay indicios de un creciente descontento con esta postura. El Financial Times publicó un artículo con el siguiente titular: “Los alemanes de a pie pagan: las protestas contra la guerra se extienden por Europa central”. En él se informaba de un alarmante crecimiento de las manifestaciones antibelicistas y prorrusas en Alemania y otros países de Europa del Este.
Por el momento los participantes se contaban por centenares. Pero a medida que sigan bajando las temperaturas, aumentará la ira de mucha más gente. Las tensiones sociales resultantes amenazarán el delicado tejido político de Alemania.
También en la República Checa, el 3 de septiembre de 2022, entre 70.000 y 100.000 personas se manifestaron en la Plaza de Wenceslao de Praga, pidiendo la dimisión del gobierno de coalición de derechas pro-OTAN del Primer Ministro Petr Fiala. Entre otras reivindicaciones, los manifestantes corearon eslóganes contra la crisis del coste de la vida y la participación checa en la guerra a distancia de la OTAN contra Rusia.
El apoyo italiano a la guerra tampoco puede darse por sentado. Mientras que Meloni adoptó inmediatamente la postura “responsable” pro-occidental respecto a la guerra, sus socios de coalición Salvini y Berlusconi han tocado una melodía diferente, con Salvini pidiendo el fin de las sanciones a Rusia y Berlusconi alardeando abiertamente de su amistad con Vladimir Putin.
Alemania
La crisis mundial del capitalismo está alcanzando a Alemania. La guerra de Ucrania ha supuesto para la clase dominante alemana un duro despertar a la fragilidad real del imperialismo alemán.
Alemania fue durante décadas la potencia industrial de Europa. Bajo el timón de Angela Merkel, canciller durante 16 años, el capitalismo alemán logró exportar su salida de la crisis de 2008.
Su competitividad se había visto impulsada a costa de la clase trabajadora por las contrarreformas laborales Hartz IV y la precarización de las relaciones laborales, aplicadas en 2004 por el Gobierno socialdemócrata de Gerhard Schroeder.
La clase dominante alemana también aprovechó la restauración capitalista en Europa del Este para expandir su influencia hacia el este, lo que le proporcionó una reserva de mano de obra cualificada barata.
Esto, combinado con el acceso fácil e ilimitado a los suministros de petróleo y gas baratos de Rusia, dio a los capitalistas alemanes una ventaja competitiva adicional sobre sus rivales. El resultado fue un auge de las exportaciones al resto de la UE, Estados Unidos y China durante la década siguiente, con lo que Alemania reforzó su posición como superpotencia comercial mundial.
Un nivel relativamente bajo de deuda estatal, el control del euro y su posición destacada en las instituciones de la UE dieron a la clase dirigente alemana márgenes de maniobra para preservar la estabilidad social interna, a expensas del resto de Europa.
Sin embargo, todos los puntos fuertes del “modelo alemán” se están transformando en su contrario. El deterioro del comercio mundial en 2019, exacerbado por el impacto de la pandemia y la consiguiente dislocación de la cadena de suministro de materias primas, componentes, chips y el aumento de los costes de envío, socavó la producción y las exportaciones alemanas de automóviles, maquinaria y productos químicos.
La guerra de Ucrania supuso para la clase dominante alemana un duro despertar a la fragilidad real del imperialismo alemán / Imagen: Sergey Guneev
El impacto de la guerra de Ucrania puso de relieve el hecho de que Alemania no tiene el suficiente músculo económico o militar para perseguir sus propios intereses estratégicos cuando se enfrenta a potencias económicas y militares mayores.
El paquete de 100.000 millones de euros de gasto militar adicional anunciado por el canciller alemán Olaf Sholz fue un reconocimiento de esta realidad, pero sólo aumentará los beneficios del complejo industrial-militar.
La implacable presión del imperialismo estadounidense obligó a los capitalistas alemanes a desprenderse de la red cuidadosamente elaborada de lazos comerciales, empresas mixtas e inversiones directas ruso-alemanas, con un coste catastrófico.
A pesar de los intentos alemanes de dar largas al asunto y eludir medidas que habrían implicado una confrontación directa con Rusia, la dinámica de la guerra expuso inevitablemente la vulnerable y dependiente economía alemana a las severas represalias rusas mediante la estrangulación y posterior corte total del suministro energético.
Esta situación, unida a la explosión de la inflación, está llamada a tener profundas consecuencias sobre la estabilidad política y social del capitalismo alemán. El próximo período pondrá inevitablemente de manifiesto agudas contradicciones de clase, que socavarán la política de colaboración de clases de la socialdemocracia y de los dirigentes sindicales.
Ante el rápido deterioro del nivel de vida, bajo el martillo de la inflación galopante y el aumento de los costes energéticos, la clase obrera se verá obligada a contraatacar. Todo intento de la burocracia sindical de aferrarse a los viejos métodos de concertación social socavará aún más su autoridad.
Los intentos de movilizar a la clase obrera en apoyo de la clase capitalista, como las palabras del ex presidente federal Joachim Gauck llamando a los alemanes a “congelarse por la libertad” ya suenan huecas. En este contexto, las manifestaciones contra la guerra que hemos mencionado son una seria advertencia. En este contexto está implícita la inevitable tendencia a la ruptura de la colaboración social y a la explosión de la lucha de clases, ya que la clase dominante se está quedando sin opciones.
Italia
La llegada al poder del gobierno archiconservador de Meloni fue un acontecimiento profundamente preocupante para la burguesía italiana y el imperialismo.
Italia, ya en recesión, con la inflación en su nivel más alto en casi 40 años, tiene una enorme carga de deuda de 2,75 billones de euros, el 152 por ciento del PIB, que corre el riesgo de convertirse en una carga aún mayor con el aumento de los tipos de interés.
El éxito electoral de Meloni se debió a que se situó al margen del Gobierno de Mario Draghi. Draghi era el hombre de la burguesía, pero el problema fue que todos los partidos de su coalición sufrieron fuertes pérdidas en las elecciones.
Meloni hizo todo lo que pudo para asegurar a los mercados financieros europeos que se puede confiar en ella / Imagen: In Defence of Marxism
Meloni es una racista, una fanática y una reaccionaria extrema, pero no hay un “retorno al fascismo” en Italia. Más bien hay una creciente desconfianza hacia todos los partidos, como confirma el 40% de abstención.
Los votos totales a la coalición de derechas no subieron, pero un gran número de votos se desplazó de Berlusconi y la Lega a Fratelli d’Italia. Sólo uno de cada seis electores votó realmente a Fratelli d’Italia.
Inmediatamente después de las elecciones, Meloni hizo todo lo posible para asegurar a los mercados financieros europeos que se podía confiar en ella y que continuaría más o menos con las mismas políticas que Draghi. La financiación de la UE para estabilizar la economía italiana está condicionada a que el Gobierno imponga medidas de austeridad.
La crisis actual, con una inflación galopante, bajos salarios, alto desempleo, junto con políticas reaccionarias en cuestiones como el derecho al aborto, la inmigración, etc., es una receta acabada para una explosión de la lucha de clases y las protestas de los trabajadores y la juventud.
Francia
Como en todos los grandes países capitalistas, el gobierno francés gastó enormes sumas para evitar una crisis mayor durante la pandemia, pero ahora alguien tiene que pagar, y claramente va a ser la clase obrera francesa.
Pero los burgueses franceses se han enfrentado a una respuesta combativa de los trabajadores cada vez que se ha hecho un intento serio de eliminar las conquistas del pasado. Cuando Macron fue elegido por primera vez, se enfrentó al movimiento de los Chalecos Amarillos al año de asumir el cargo. Pero ahora es aún más débil.
Su apoyo activo real en la primera vuelta fue de apenas el 20% del electorado total de Francia. En lugar de un fortalecimiento del centro, se está produciendo una fuerte polarización hacia la izquierda (Mélenchon), y hacia la derecha (Le Pen).
La creciente inestabilidad se puso de manifiesto en las elecciones parlamentarias celebradas pocos meses después, en las que Macron no consiguió la mayoría absoluta en el Parlamento. El resultado es un gobierno débil, basado en un parlamento fracturado, bajo una enorme presión para cumplir el programa exigido por la clase capitalista.
Esto se produce en un momento de profundización de la crisis económica, con una inflación que sigue aumentando, con subidas de los tipos de interés que elevan los costes hipotecarios para millones de familias, y la amenaza de un aumento del desempleo a medida que la crisis mundial del capitalismo impacta en Francia.
Un indicio del cambio de estado de ánimo se pudo observar en la huelga de los trabajadores de las refinerías de octubre de 2022, que duró semanas y estuvo dirigida por la FNIC, la más izquierdista de las federaciones que componen la CGT. El gobierno intentó introducir medidas para derrotar la huelga, pero los trabajadores del petróleo contaban con el apoyo de la inmensa mayoría de la población, a pesar de la escasez de combustible provocada por la huelga.
Los dirigentes sindicales convocaron jornadas de acción para soltar presión y evitar así lanzar una lucha sin cuartel contra el gobierno. La misma táctica se ha utilizado en la lucha contra la reforma de las pensiones. Esto permitió al gobierno impulsar su reforma, a pesar de la movilización de millones de trabajadores y jóvenes, en varias ocasiones.
La dirección sindical no podrá frenar indefinidamente el movimiento. La huelga de los trabajadores del petróleo, el movimiento masivo contra la reforma de las pensiones y el desarrollo de una oposición de izquierda en la CGT: estas son anticipaciones de lo que podemos esperar en el próximo periodo a una escala mucho mayor. Una capa cada vez mayor de la clase trabajadora comprende el punto muerto de los “días de acción”. En las manifestaciones, la consigna de “huelga general” fue más visible que nunca. La repetición de mayo de 1968 está implícita en toda la situación.
Gran Bretaña
El inversor multimillonario Warren Buffet dijo en una ocasión que “sólo cuando baja la marea descubres quién ha estado nadando desnudo”. Esta descripción se ajusta admirablemente a la situación actual de Gran Bretaña.
No hace tanto tiempo. Gran Bretaña era vista como el país más estable política y socialmente, y probablemente el más conservador de Europa. Ahora se está convirtiendo en su opuesto.
Rishi Sunak fue “elegido” líder cuando Liz Truss fue expulsada, tras la debacle financiera. Entró en el número 10 de Downing Street prometiendo “arreglar” los “errores” de su predecesora.
Pero la urgente necesidad de equilibrar las cuentas y eliminar el enorme agujero de las finanzas públicas significa inevitablemente que el pueblo británico se enfrenta a un nuevo periodo de austeridad, recortes y ataques al nivel de vida.
Millones de hogares británicos se ven obligados a elegir entre mantener las luces encendidas o poner comida en la mesa. La flagrante diferencia entre ricos y pobres nunca ha sido tan evidente como ahora. Y esto aviva el fuego del resentimiento y la ira.
Hay muchos indicios de un cambio de conciencia en Gran Bretaña, como el hecho de que el 47% de los votantes tories estén a favor de nacionalizar el agua, la electricidad y el gas, lo que contradice directamente las políticas de libre mercado del gobierno Tory.
Tras muchos años de ataques sin precedentes contra los salarios y el nivel de vida, los trabajadores no están de humor para aceptar más imposiciones. Las contradicciones entre las clases se agudizan cada día.
Los Tories están divididos en varias líneas y cada vez más desmoralizados, volviéndose unos contra otros a medida que se acumulan las presiones de la crisis / Imagen: Socialist Appeal
La indignación se refleja en un número cada vez mayor de huelgas: ferroviarios, estibadores, carteros, basureros e incluso abogados penalistas ya se han declarado en huelga. Y les siguen otros como los profesores y las enfermeras.
Cada vez se habla más de la coordinación de la acción sindical. ¿Habrá una huelga general en Gran Bretaña? Es imposible predecirlo. Lo único que se puede decir con cierto grado de certeza es que ni el gobierno ni los dirigentes sindicales la desean, pero como se dan todas las condiciones objetivas para que se produzca, podrían caer en ella.
La reactivación de la lucha económica es un acontecimiento importante. Pero tiene sus limitaciones. Trotsky señaló que incluso la huelga más tormentosa no puede resolver los problemas más fundamentales de la sociedad, por no hablar de las que son derrotadas.
Incluso cuando los trabajadores consiguen un aumento salarial, éste queda rápidamente anulado por nuevas subidas de precios. Por lo tanto, en algún momento, el movimiento tendrá que adquirir una expresión política. Pero, ¿cómo conseguirlo?
Los laboristas y los conservadores
Durante un tiempo, el Partido Laborista había virado bruscamente a la izquierda bajo Jeremy Corbyn. En realidad, la clase dominante había perdido el control de los dos grandes partidos: de los laboristas a los reformistas de izquierda y de los tories a los chovinistas de derechas partidarios del Brexit.
Como resultado de la vergonzosa capitulación de la izquierda, la derecha ha logrado recuperar el control del Partido Laborista, algo que incluso los observadores burgueses más optimistas consideraban casi imposible.
Ahora los Tories están desacreditados y en crisis. Están divididos en diferentes líneas y cada vez más desmoralizados, atacándose unos a otros a medida que las presiones de la crisis se acumulan, precisamente cuando la clase dominante necesita un gobierno unificado para llevar adelante sus ataques a la clase obrera.
Las políticas del nuevo gobierno representan una combinación de recortes y subidas de impuestos que afectará no sólo a los trabajadores sino a amplias capas de la clase media. Es una receta acabada para la lucha de clases. Y cualquier cosa que hagan ahora los Tories será un error.
La nueva administración tory está intentando evitar convocar elecciones porque saben que serían aniquilados. Los laboristas llegarían al poder, no gracias a Starmer, sino a pesar de él.
Por su parte, Starmer no está muy entusiasmado con la idea de encabezar un gobierno laborista mayoritario, ya que eso le privaría de cualquier excusa para no llevar a cabo políticas en interés de la clase trabajadora. Su política consiste en amortiguar las expectativas y prometer lo menos posible.
Ni siquiera se excluye que pueda haber una escisión abierta en el Partido Tory, con la facción de derechas separándose para formar un nuevo partido Brexiteer, posiblemente junto con Nigel Farage. Eso podría llevar a la formación de un “gobierno de unidad nacional”, con una alianza de los laboristas con los liberales y los tories moderados.
De una forma u otra, la clase obrera tendrá que volver a aprender algunas lecciones dolorosas en la escuela de Sir Keir y la camarilla derechista que ahora controla el Partido Laborista, que son políticos burgueses en todo menos en el nombre.
La derecha ha llevado a cabo una purga a fondo del Partido, con el fin de evitar cualquier posibilidad de que se repita el asunto Corbyn. Pero una vez que los laboristas estén en el gobierno, estarán bajo la presión tanto de las grandes empresas como de la clase obrera.
Como fiel servidor de los banqueros y capitalistas, Starmer no dudará en llevar a cabo políticas en su interés. Pero cualquier intento de aplicar una política de recortes y austeridad provocará una explosión de ira, que acabará por encontrar una expresión dentro del Partido Laborista, empezando por los sindicatos, que, a pesar de todo, siguen manteniendo su vínculo con el partido. Serán necesarios grandes acontecimientos para obligar a la gente a aceptar el hecho de que ya no es posible volver a lo que había antes.
En Escocia, el laborismo perdió su bastión hace mucho tiempo. El Partido Nacional Escocés – el partido más grande de Escocia – se encuentra en un estado de turbulencia, habiendo perdido 30.000 miembros desde 2021 debido al estancamiento estratégico sobre la cuestión nacional. Sin embargo, la clase trabajadora y, en particular, los jóvenes, la mayoría de los cuales apoyan la independencia, no están volviendo al laborismo en números significativos, sino que están buscando un camino a seguir. En estas condiciones se abrirán grandes oportunidades para la tendencia marxista.
Crisis de la clase dominante
La clase dominante tiene los dirigentes que se merece. No es casualidad que en todas partes haya una crisis de liderazgo de la clase dominante, demostrada por las escisiones abiertas en la cúpula, en EEUU, en Gran Bretaña, en Brasil, en Pakistán.
Pero las razones de esta crisis de liderazgo están enraizadas en la propia situación. La crisis actual es tan profunda que prácticamente excluye cualquier margen de maniobra en la cúpula. Como observó Lenin, un hombre al borde de un precipicio no razona. Incluso a los dirigentes más inteligentes y capaces les resultaría imposible salir airosos de este marasmo.
Aun así, la calidad de la dirección sigue desempeñando un papel importante. En una guerra, a veces un ejército se ve obligado a retirarse. Pero con buenos generales, un ejército puede retirarse en buen orden, conservando la mayoría de sus tropas para combatir otro día, mientras que los malos generales convertirán una retirada en una desbandada.
Basta señalar a Gran Bretaña en la actualidad para demostrar lo acertado de esta afirmación.
Crisis de la democracia burguesa
Nuestra época -la época del imperialismo- se caracteriza sobre todo por la dominación del capital financiero. Todos los gobiernos, nada más entrar en funciones, son informados de que el ministro de finanzas debe ser “aceptable para los mercados”.
La experiencia del efímero gobierno de Truss en Gran Bretaña sirvió para ilustrar la naturaleza totalmente ficticia de la democracia burguesa formal en la época actual. En el caso de Gran Bretaña, los mercados eligieron tanto al ministro de finanzas como al primer ministro, evitando así al pueblo británico la dolorosa necesidad de elegir a nadie.
Tras la sonriente máscara del liberalismo se esconde el puño de hierro del capitalismo monopolista y la dictadura de los banqueros. Este puede ser usado en cualquier momento para destruir cualquier gobierno que no obedezca los dictados del Capital.
Eso se aplica obviamente a los gobiernos de izquierda, como en el caso de Grecia. Pero también puede aplicarse a los de derechas, como pronto descubrió la Sra. Truss a su costa. Un gobierno que aplicaba políticas que no gustaban a los burgueses fue destituido sin contemplaciones.
Aquí tenemos una prueba muy clara de quién manda realmente. El mercado manda. El resto es puro engaño y tomadura de pelo. Esto es perfectamente natural. Incluso en las condiciones más favorables, la democracia burguesa siempre fue una planta muy frágil.
Sólo podía existir allí donde la clase dominante era capaz de otorgar ciertas concesiones a la clase obrera que, hasta cierto punto y durante un periodo limitado, servían para mejorar las condiciones de las masas y, por tanto, para embotar el filo de la lucha de clases e impedir que sobrepasara ciertos límites.
Tras la máscara sonriente del liberalismo, se esconde el puño de hierro del capitalismo monopolista y la dictadura de los banqueros / Imagen: In Defence of Marxism
Las “reglas del juego” debían ser aceptadas por todos, y las instituciones existentes (el parlamento, los políticos, los partidos, el Estado, la policía, el poder judicial, la “prensa libre”, etc.) gozaban de cierta autoridad y respeto.
Durante mucho tiempo, en los países capitalistas avanzados de Europa y Norteamérica, este modelo tuvo éxito en lo esencial. Pero ahora las condiciones han cambiado y todo el edificio de la democracia burguesa formal está siendo puesto a prueba hasta su destrucción.
Dondequiera que se mire, se ven pruebas claras de la agudización de las contradicciones de clase que están desgarrando el tejido de la sociedad. Las tendencias centrífugas se manifiestan en la esfera política en el hundimiento del centro político, que es la expresión más clara de la polarización social.
América Latina
Toda América Latina parece un volcán a punto de estallar. Sus economías están siendo castigadas por la revalorización del dólar estadounidense, que encarece el coste de la deuda existente y hace más onerosa la financiación adicional.
Esto puede desembocar en una crisis generalizada de la deuda como la de los años ochenta. Quizás la más vulnerable de las economías latinoamericanas sea ahora Argentina. Pero varios países están ya al borde del impago.
América Latina fue la región del mundo más afectada por el impacto social y económico de la pandemia de Covid-19, que golpeó tras un periodo de estancamiento económico. Antes de la pandemia asistimos a movimientos de masas en varios países que adquirieron proporciones insurreccionales en varios de ellos, especialmente en Ecuador y Chile en octubre y noviembre de 2019.
El confinamiento por la pandemia cortó parcialmente ese proceso, pero ahora las cuestiones fundamentales se están reafirmando de nuevo. Vimos el movimiento histórico del paro nacional en Colombia en 2021 y luego otro paro nacional en Ecuador en 2022.
Las masas volvieron a las calles en gran número en Haití y otros países. Si la clase obrera no tomó el poder en Chile, Ecuador y Colombia fue sólo por la ausencia de una dirección revolucionaria.
En el período anterior, durante el auge de las materias primas, Evo Morales, Correa, Néstor Kirchner e incluso Chávez, fueron capaces hasta cierto punto de aplicar políticas sociales. Pero eso se acabó en 2014 con la desaceleración de China.
Ahora, gobiernos políticamente afines se enfrentarán en cambio a una profunda crisis económica del capitalismo. Su margen de maniobra será mucho menor. Este será también el caso del Gobierno de Lula en Brasil.
Brasil
El desempleo en Brasil se sitúa oficialmente en torno a los 11 millones de personas, pero el número real de desocupados es mucho mayor. Las últimas cifras muestran que alrededor del 30% de la población vive en la pobreza, un fenómeno que aumentó significativamente durante la pandemia. Y con una inflación creciente – que ronda ahora el 8% – esta situación está destinada a empeorar.
La población está extremadamente polarizada, con una pobreza creciente en un extremo y la concentración de la riqueza en manos de una pequeña minoría de superricos en el otro. Esta polarización se refleja en la situación política. En las elecciones de 2022, las comunidades más pobres del norte y el noreste votaron masivamente a Lula, mientras que en el centro y el sur, más ricos, se impuso Bolsonaro.
Sin embargo, debido a la posición abiertamente colaboracionista de clase de Lula, y a su giro a la derecha durante la campaña electoral, Bolsonaro pudo captar una capa significativa del electorado de clase trabajadora.
Ya en 2018, fue la austeridad de Dilma la que preparó la victoria de Bolsonaro, que pudo presentarse demagógicamente como el candidato del “pueblo”. Este elemento estuvo presente en las elecciones de 2022, y también explica por qué Bolsonaro sacó resultados mucho mayores de lo que los encuestadores predijeron en un principio.
La campaña de Lula carecía de cualquier contenido que pudiera atraer seriamente a los trabajadores y a los pobres sobre una base de clase.
Los trabajadores aprovecharon las elecciones para librarse del odiado Bolsonaro. Pero estas esperanzas se verán frustradas por la dura realidad de la crisis del capitalismo en Brasil. Una vez que tengan la experiencia de Lula en el poder en un período de grave crisis capitalista, empezarán a sacar la conclusión de que tienen que empezar a tomar las cosas en sus propias manos, con huelgas, protestas callejeras y movimientos juveniles, como hemos visto en muchos otros países.
Fracaso de los gobiernos “progresistas
Los gobiernos de “izquierda” y “progresistas” en el poder han revelado crudamente sus limitaciones en un periodo de grave crisis económica del capitalismo. Es el caso del gobierno de Fernández y Kirchner en Argentina, que ha firmado un acuerdo con el FMI que implica severas políticas de austeridad.
En Chile, Boric ha continuado con la política de militarización de las zonas mapuche y ha llevado a cabo una política fiscal de recortes para reducir el déficit. En México, López Obrador ha hecho todo tipo de acuerdos con EE.UU. sobre migración, ha sacado al Ejército a la calle para ocuparse de la seguridad, etc.
En Perú, Castillo hizo una concesión tras otra a la clase dominante y a las multinacionales. Esto sólo sirvió para minar su propio apoyo, sin apaciguar a la clase dominante, le destituyó de una vez por todas.
Todos estos gobiernos tenían una idea común, la del “anti-neoliberalismo”. Esta es la noción utópica de que se puede gobernar en interés de los trabajadores y los campesinos dentro de los límites del capitalismo. Pero el “neoliberalismo” no es una opción política, sino simplemente la expresión del callejón sin salida del capitalismo actual a escala mundial.
En Perú, Castillo hizo una concesión tras otra a la clase dominante y a las multinacionales / Imagen: Presidencia de la República del Perú
No es posible aplicar un conjunto diferente de políticas sin desafiar la dominación de la clase dominante y del imperialismo. Esa es la debilidad fatal de todos estos gobiernos supuestamente progresistas. Es esta contradicción central la que prepara el terreno para nuevas explosiones sociales de masas en América Latina. Los levantamientos revolucionarios están a la orden del día.
Cuba en la encrucijada
Cuba se enfrenta a la situación más difícil desde la revolución de 1959. Desde el punto de vista económico, vemos los golpes combinados del endurecimiento de las sanciones estadounidenses por parte de Trump, el impacto de Covid en el turismo, los altos precios de la energía, todo lo cual se suma al bloqueo estadounidense de décadas, y la mala gestión e ineficiencia del gobierno burocrático.
La situación se agrava aún más por las políticas pro capitalistas de la burocracia cubana, que, desesperada por encontrar una salida al estancamiento, mira hacia China y Vietnam.
Este es el telón de fondo en el que pueden desarrollarse las protestas antigubernamentales. Después de 10 años de discutir las reformas económicas, la situación no ha mejorado, sino que ha empeorado.
Una parte de la población ha perdido toda esperanza, decenas de miles emigran y otros han perdido toda confianza en el gobierno y la burocracia. En este contexto se han producido protestas, las mayores desde 1994. Sin embargo, es necesario analizar el contenido de estas manifestaciones.
En ausencia de una dirección revolucionaria consciente, el comprensible descontento de las masas puede presentar un caldo de cultivo favorable para un apoyo popular a la contrarrevolución capitalista.
Por otro lado, hay un sector importante de la población que apoya la revolución, tiene un fuerte sentimiento antiimperialista y rechaza la contrarrevolución. Entre esta capa también crece la crítica contra la burocracia.
Nuestra tarea es explicar pacientemente, a los elementos más avanzados entre ellos, que el único camino para la defensa de la revolución es la lucha por la democracia obrera y el internacionalismo proletario.
África
Amplias zonas de África viven actualmente un periodo de extrema turbulencia e inestabilidad. De los 60 países que el FMI considera “sobreendeudados o en peligro de sobreendeudados”, 50 es en África. Alrededor de 278 millones de personas -aproximadamente una quinta parte de la población total- pasaron hambre en 2021, un aumento de 50 millones de personas desde 2019, según cifras de la ONU. Sobre la base de las tendencias actuales, se prevé que esta cifra aumente a 310 millones en 2030.
Este es el telón de fondo de la inestabilidad social y política general y de las turbulencias que se han extendido por todo el continente. Se han producido movimientos de masas, golpes de Estado, guerras y guerras civiles en Mali, Níger, Burkina Faso, Chad, Sudán, Etiopía, Guinea-Bissau, Guinea y toda la zona del Sahel.
Estos conflictos han impulsado en parte la cifra récord de 100 millones de personas obligadas a abandonar sus hogares hasta el 2022. Los conflictos en Ucrania, Myanmar, Yemen y Siria también han contribuido a esta cifra. Sin embargo, el problema de la migración forzosa es especialmente grave en el África subsahariana debido a la crisis medioambiental. Según un informe reciente, dos tercios de los 27 países que se enfrentan a “amenazas ecológicas catastróficas” se encuentran en esta parte del mundo, y todos menos uno de los 52 países del África subsahariana sufren “estrés hídrico extremo”. Las presiones combinadas de la crisis medioambiental, los conflictos y las migraciones forzosas tendrán un efecto cada vez más desestabilizador, en todo el continente y más allá.
Nigeria
Nigeria, la mayor economía del continente, no está en absoluto al abrigo de esta inestabilidad. A pesar de sus inmensos recursos petrolíferos y minerales, 70 millones de personas siguen viviendo en la extrema pobreza.
La corrupta y degenerada élite gobernante es completamente incapaz de resolver ninguno de los problemas del capitalismo nigeriano. Los dos principales partidos del país, el gobernante All Progressives Congress Party y el principal partido de la oposición, el PDP, están totalmente desacreditados entre amplias capas de la sociedad.
En 2020, el país se vio sacudido por el movimiento juvenil de masas “EndSARS”. Este maravilloso movimiento, liderado en gran medida por los jóvenes, comenzó como reacción al asesinato de un joven en eñ Ughelli Delta a manos de la Brigada Especial Antirrobo (SARS) de la policía nigeriana.
En 2020, Nigeria se vio sacudida por el movimiento juvenil masivo “Acabemos con el SARS” / Imagen: Kaizenify
El movimiento se extendió como la pólvora a casi todos los estados del sur del país. Este movimiento expresaba la ira, la frustración y el descontento acumulados de la juventud nigeriana, que ha sido la más afectada por la crisis del capitalismo.
Pero aunque el movimiento acabó por extinguirse, ninguno de los problemas subyacentes que lo originaron se ha resuelto. La crisis económica mundial, el aumento de la inflación y el hecho de que millones de personas más vayan a engrosar las filas de los pobres, preparan el escenario para nuevas oleadas de lucha de clases a un nivel aún más alto.
Sudáfrica
Sudáfrica es el país clave del continente africano. Tiene una economía relativamente bien desarrollada y una infraestructura avanzada. Es uno de los mayores exportadores de minerales del mundo. También cuenta con sectores manufactureros, financieros, energéticos y de comunicaciones bien establecidos. Sobre todo, desde un punto de vista marxista, tiene un proletariado numeroso y poderoso con una maravillosa tradición de lucha.
Todos los elementos necesarios para la creación de un país próspero están presentes. Sin embargo, la mayoría de la población vive en la precariedad. El desempleo real asciende a la escalofriante cifra de 10,2 millones de personas y la mitad de la población vive en la pobreza.
Durante décadas, el ANC fue un pilar de estabilidad para el capitalismo sudafricano. Pero años de escándalos de corrupción y ataques a la clase trabajadora han corroído su autoridad y lo han sumido en la crisis más profunda de su historia.
Mientras su apoyo ha ido disminuyendo, internamente ha descendido a interminables guerras de desgaste entre diversas facciones burguesas que están dividiendo al partido, al tiempo que lo separan cada vez más de las masas que solían verlo como suyo.
El desarrollo particular de la lucha de clases y el desarrollo de las fuerzas políticas en Sudáfrica históricamente, significa que la clase dominante no tiene un segundo partido en el que apoyarse.
A medida que las condiciones económicas preparen un nuevo auge de la lucha de clases, a la clase dominante le resultará más difícil utilizar el peso de los dirigentes del ANC para frenar el movimiento.
Pakistán
Pakistán se enfrenta a una aguda crisis financiera y corre el riesgo de impago de su deuda externa de 130.000 millones de dólares. Las reservas de divisas han caído a uno de los niveles más bajos de la historia. La inflación está en su nivel más alto desde la independencia. La inflación de los alimentos y el combustible supera el 45%.
Y encima tenemos el impacto de las inundaciones más catastróficas de la historia de la nación. Millones de personas viven una situación dramática de hambre, falta de agua potable, falta de vivienda y pobreza abyecta.
El primer ministro Sharif ha recurrido al FMI para obtener paquetes de rescate, pero los graves daños infligidos por las inundaciones generalizadas hacen que ni siquiera los préstamos del FMI sean suficientes para tapar el agujero de las finanzas pakistaníes.
Mientras tanto, el régimen está dividido y en crisis, con facciones rivales que luchan entre sí como gatos en un saco, mientras el poder real sigue firmemente en manos de los generales.
El gobierno actual, dirigido por Shahbaz Sharif, está preocupado principalmente por eliminar al partido de Imran Khan de las asambleas provinciales y reforzar su propio control del poder.
El desesperado intento de Khan de restablecer su posición fue bloqueado por los militares, que intentaron eliminarlo de la escena por el simple expediente de un asesinato (fallido).
Esto ha provocado la desconfianza generalizada del grueso de la población hacia todos los partidos, a los que ven correctamente como otros tantos gángsters. Teniendo en cuenta todos estos factores, no se puede descartar en absoluto un estallido de protestas masivas como las de Sri Lanka en 2022.
El intento desesperado de Khan de restablecer su posición fue bloqueado por el ejército / Imagen: Instituto Estadounidense de la Paz, Wikimedia Commons
Comentando la catastrófica situación actual, el propio Khan dijo: “Durante seis meses he sido testigo de cómo una revolución se apoderaba del país… [La] única pregunta es si será una revolución suave a través de las urnas o una revolución destructiva a través del derramamiento de sangre”.
Sus palabras pueden resultar más proféticas de lo que él mismo cree.
La razón se convierte en sinrazón
Cuando la mayoría de la gente contempla la situación actual, llega a la conclusión de que el mundo se ha vuelto loco. Las masas sienten en su corazón y en su alma que algo va mal, que algo no funciona, que “el tiempo está fuera de quicio”, por citar a Hamlet de Shakespeare. Pero no saben de qué se trata.
Lo que quieren decir con esto es que no pueden encontrar ninguna explicación racional a lo que está ocurriendo. En cierto sentido, cuando atribuyen todo a una especie de locura colectiva, no se equivocan. Pero es la locura la que está incorporada en el ADN del sistema capitalista. En palabras de Hegel, la Razón se convierte en Sinrazón.
Pero en otro sentido, más profundo, están equivocados. Creen que lo que está ocurriendo no se puede entender y se desesperan.
Pero, como el universo en general, todos los procesos que observamos tienen una explicación racional y pueden ser comprendidos. Para adquirir tal comprensión, es necesario poseer un método adecuado. Y ése sólo puede ser el método del pensamiento dialéctico: el método del marxismo.
Conclusiones
Lo descrito aquí no son más que las manifestaciones externas de una crisis existencial del capitalismo.
El sistema capitalista ya no es capaz de utilizar todas las fuerzas productivas -incluida la fuerza de trabajo de la clase obrera- que ha creado. Esto es un indicio de los límites a los que ha llegado el sistema capitalista.
Esto no significa que el sistema capitalista esté a punto de derrumbarse. Lenin explicó que los capitalistas siempre encontrarán una salida incluso a la crisis más profunda. La cuestión es: ¿a qué precio para la humanidad, y para la clase obrera en particular?
Una profunda recesión haría que el desempleo alcanzara proporciones históricas. Esto tendría las más profundas implicaciones revolucionarias. Esto ya lo entienden los estrategas del Capital.
A finales de septiembre pasado, el Secretario General de la ONU, Antonio Guterres, advirtió a los líderes internacionales de un inminente “invierno de descontento global” en un mundo acosado por múltiples crisis, desde la guerra de Ucrania hasta el calentamiento del clima.
“La confianza se desmorona, las desigualdades estallan, nuestro planeta arde”, dijo Guterres al inaugurar la Asamblea General anual. Era una valoración justa de la situación mundial. Pero no fue el único que llegó a una perspectiva sombría. La consultora de riesgos Verisk Maplecroft escribió en un informe el 2 de septiembre de 2022:
“El mundo se enfrenta a un aumento sin precedentes de los disturbios civiles a medida que los gobiernos de todo tipo lidian con los impactos de la inflación en los precios de los alimentos básicos y la energía”.
“Para los gobiernos incapaces de gastar para salir de la crisis, es probable que la represión sea la principal respuesta a las protestas antigubernamentales”, se lee en el informe de Verisk Maplecroft.
“Pero la represión conlleva sus propios riesgos, pues deja a las poblaciones descontentas con menos mecanismos para canalizar su disidencia en un momento de creciente frustración con el statu quo. En los países donde hay pocos mecanismos eficaces para canalizar el descontento popular, como medios de comunicación libres, sindicatos que funcionen y tribunales independientes, es probable que baje el umbral para que la población salga a la calle.”
¿Son imposibles las reformas?
Objetivamente hablando, el sistema capitalista ya no puede permitirse garantizar las reformas que conquistó la clase obrera en las décadas que siguieron a la Segunda Guerra Mundial.
La burguesía se enfrenta ahora a un problema insuperable: ¿cómo conseguir que la clase obrera acepte la liquidación de esas conquistas? Eso está resultando tan difícil que la clase dominante se ve obligada a seguir sosteniendo un sistema que es insostenible.
Pero, ¿es correcto decir, como hacen algunos, que las reformas son ahora imposibles? No. Eso es incorrecto. Si se ve amenazada con perderlo todo, la clase dominante no dudará en conceder reformas, incluso reformas que “no puede permitirse”.
Durante el período de posguerra la burguesía de los países capitalistas avanzados pudo permitirse hacer concesiones porque había acumulado una capa de grasa. Se podría recurrir a esas reservas en tiempos de crisis, cuando la supervivencia del sistema esté en peligro.
E incluso si eso resulta insuficiente, pueden recurrir al endeudamiento, creando deudas masivas, que pueden hacer recaer sobre los hombros de las generaciones futuras para que las paguen. Y eso es justo lo que hicieron durante la pandemia, porque estaban aterrorizados por las posibles consecuencias sociales y políticas de un colapso económico general.
Así que recurrieron a los métodos keynesianos, que los economistas habían relegado previamente al basurero de la historia. Durante la pandemia gastaron sumas exorbitantes. Pero se quedaron con deudas enormes que tarde o temprano tendrán que pagar. Y así sigue siendo.
Lo que sí se puede decir es que la burguesía no puede permitirse hacer ninguna reforma significativa y duradera. Lo que dan con una mano, lo recuperan con la otra. La inflación anula rápidamente cualquier aumento salarial. Y la acumulación de deuda no hace más que acumular contradicciones aún mayores para el futuro.
La inflación provocará una oleada de huelgas y una intensificación de la lucha económica.
Por el contrario, una profunda recesión llevaría a una reducción de la actividad huelguística, pero la amenaza de cierres de fábricas puede llevar a ocupaciones, y habría un giro hacia el frente político.
No se puede descartar que al final, ante la oposición de las masas a la austeridad, los burgueses se vean obligados a retroceder, optando en su lugar por un ataque indirecto.
Tanto la inflación como la deflación son ataques contra la clase obrera. La diferencia es que la inflación es un ataque indirecto, mientras que la deflación (desempleo) es un ataque directo. Desde el punto de vista de los trabajadores, se trata de elegir entre una muerte lenta en la hoguera o una muerte rápida en la horca. Ninguna de las dos es aceptable. Y ambas conducirán a una explosión de la lucha de clases.
Desigualdad
En un informe reciente, el Banco Mundial predijo que, a menos que se produjera un fuerte repunte de la economía mundial, se calcula que 574 millones de personas, o alrededor del 7% de la población mundial, seguirían viviendo con sólo 2,15 dólares al día en 2030, la mayoría en África.
Los obscenos beneficios de los ricos, en un momento en que millones de personas luchan por sobrevivir, provocan sentimientos de profunda y duradera injusticia / Imagen: Wikimedia Commons
En cambio, los ricos son cada vez más obscenamente ricos. En un reciente artículo de Bloomberg se hablaba de las perspectivas de un nuevo fenómeno llamado “bebés del fondo fiduciario del billón de dólares”, que seguramente aparecerá en la próxima década. Se trata de hijos de superricos que serán más ricos que algunos países pequeños desde su nacimiento.
“¿Cómo se puede hablar de igualdad de oportunidades”, señalaba el artículo, “cuando algunas personas heredan fortunas que superan las dotaciones de universidades enteras? ¿Y cómo se puede alabar la ética del trabajo cuando tenemos una clase ociosa permanente en constante expansión?”.
La realidad es la que Marx describió en El Capital: “La acumulación de riqueza en un polo es al propio tiempo, pues, acumulación de miseria, tormentos de trabajo, esclavitud, ignorancia, embrutecimiento y degradación moral en el polo opuesto, esto es, donde se halla la clase que produce su propio producto como capital.”
Los obscenos superbeneficios anunciados por Shell y otras grandes empresas energéticas, precisamente en un momento en que millones de personas luchan por sobrevivir, provocan sentimientos de profunda y duradera injusticia y amargura.
Las masas toman nota de estas flagrantes contradicciones, avivando el fuego ardiente del resentimiento y el odio hacia los ricos parásitos que, a su vez, alimentará la lucha de clases. Toda la situación está preñada de implicaciones revolucionarias. Ya podemos ver claras pruebas de ello.
Sri Lanka
Si quieres ver cómo es una revolución, sólo tienes que mirar la insurrección popular espontánea en Sri Lanka. Aquí vimos el colosal poder potencial de las masas. Y golpeó sin previo aviso, como un rayo caído de un cielo azul despejado.
Si alguien dudaba de la capacidad de las masas para hacer una revolución, ésta fue una respuesta rotunda. Los acontecimientos de Sri Lanka demostraron que, cuando las masas pierden el miedo, no hay represión que pueda detenerlas.
Sin dirección, sin organización y sin un programa claro, las masas tomaron las calles y derrocaron al gobierno con la facilidad con la que un hombre aplasta a un mosquito. Pero Sri Lanka también nos muestra algo más.
El poder estaba en las calles, esperando a que alguien lo recogiera. Hubiera bastado con que los líderes de las protestas dijeran: “Ahora tenemos el poder. Somos el gobierno”.
Pero esas palabras nunca se pronunciaron. Las masas abandonaron en silencio el palacio presidencial y se permitió el regreso del antiguo poder. Los frutos de la victoria se devolvieron a los viejos opresores y a los charlatanes parlamentarios.
El poder estaba en manos de las masas, pero se permitió que se les escapara de las manos. Es una verdad desagradable. Pero es la verdad.
La conclusión es ineludible. Sin una dirección correcta, la revolución sólo puede triunfar con gran dificultad y, la mayoría de las veces, no puede triunfar en absoluto.
Irán
La inspiradora revuelta revolucionaria de Irán ha sido otra sorprendente confirmación de lo anterior. Se produjo tras la muerte bajo custodia policial de Masha Amini, una mujer kurda de 22 años, detenida por la odiada policía de la moralidad supuestamente por “no llevar correctamente el hiyab”.
Pero no fue un hecho aislado. Ha habido muchas muertes de este tipo en Irán. En esta ocasión, sin embargo, se alcanzó un punto crítico en el que la cantidad se transformó en calidad.
La explosión que siguió se extendió inmediatamente a todas las grandes ciudades, llegando incluso a pequeños pueblos y aldeas que nunca antes habían sido testigos de ninguna manifestación. Los manifestantes eran en su inmensa mayoría jóvenes, y una gran parte eran chicas, no sólo de las universidades sino también de las secundarias.
Las fuerzas de seguridad respondieron con una represión brutal, cada vez más dura a medida que crecía el movimiento. En los numerosos y violentos enfrentamientos entre la juventud y las fuerzas de represión, murieron cientos de personas y miles más fueron detenidas.
En respuesta, las huelgas estudiantiles se extendieron a más de cien universidades y muchas escuelas. El aspecto más sorprendente de estas protestas fue la total falta de miedo por parte de la gente muy joven, especialmente de las chicas muy jóvenes.
El aspecto más sorprendente de las protestas en Irán fue la total falta de miedo por parte de gente muy joven / Imagen: Darafsh
Las alumnas de Irán empezaron a agitar sus pañuelos en el aire y a cantar contra las autoridades clericales. ¡Qué inspiración! Sus cánticos tenían a menudo un contenido abiertamente revolucionario, pidiendo el derrocamiento del régimen y “¡Muerte al Líder Supremo!”.
La brutal reacción del régimen no sólo ha radicalizado a la juventud, sino también a las organizaciones de trabajadores, y muchas se han declarado en huelga. Esta lista incluye a los camioneros, el Consejo para la Organización de Protestas de los Trabajadores de Contratas Petroleras, los trabajadores de Haft Tappeh, los trabajadores de la Compañía de Autobuses de Teherán, el Comité Coordinador de Profesores, entre otros.
Se crearon comités juveniles revolucionarios en todo el país, junto con llamamientos a la huelga general, que han sido apoyados por las organizaciones citadas anteriormente, así como por la mayoría de los sindicatos independientes. Hubo una serie de oleadas huelguísticas de los pequeños comerciantes, los bazaríes, que en el pasado fueron uno de los pilares más sólidos del régimen. Pero los obreros industriales aún no se han movido de forma decisiva, y éste es el talón de Aquiles del movimiento.
Todo esto es muy similar a los movimientos que se produjeron antes de la convulsión revolucionaria de 1979. Pero no está claro si el movimiento actual pasará a una fase superior.
Los trabajadores muestran gran simpatía y apoyo por la rebelión de la juventud, Pero si el levantamiento permanece aislado en la juventud, no puede tener éxito.
Un movimiento como éste no puede permanecer como está durante mucho más tiempo sin alcanzar el punto crítico en el que, o bien logrará derrocar al régimen, o bien sufrirá una derrota. Como en Sri Lanka, la cuestión más decisiva es el factor subjetivo: la dirección revolucionaria.
El factor subjetivo
La intensificación de la lucha de clases se deriva de este análisis con la misma inevitabilidad que la noche sigue al día. Pero el resultado de la lucha de clases nunca puede predecirse de antemano, porque se trata de una lucha de fuerzas vivas.
Como hemos explicado anteriormente, existen muchas analogías entre la guerra entre las clases y la guerra entre las naciones. En ambos casos intervienen factores objetivos y subjetivos. Y el factor subjetivo suele desempeñar un papel decisivo.
Nos referimos a cosas como la moral y el espíritu de lucha de las tropas y, sobre todo, la calidad de la dirección. El período actual se caracterizará por la intensificación de las luchas de clases y los levantamientos de masas. Pero lo que falta es una dirección revolucionaria.
El factor subjetivo es tan importante en las revoluciones como en cualquier guerra. ¿Cuántas veces en la historia de las guerras una gran fuerza de soldados decididos y valientes ha sido llevada a la derrota por oficiales cobardes e incompetentes cuando se ha enfrentado a una fuerza mucho menor de soldados profesionales disciplinados y entrenados dirigidos por oficiales audaces y eficaces?
Es este factor el que falta, o es extremadamente débil en la actualidad. Las fuerzas del marxismo genuino han retrocedido durante décadas por factores históricos que no necesitamos explicar aquí. Y la degeneración de los dirigentes reformistas y ex estalinistas ha alcanzado un punto bajo que habría parecido impensable en el pasado.
Por lo tanto, aunque podemos predecir con absoluta confianza que los trabajadores se levantarán en revuelta en un país tras otro, no podemos expresar el mismo grado de confianza con respecto al resultado de estas luchas.
El fracaso de la izquierda
Tomemos algunos ejemplos, empezando por Sanders en EEUU y Corbyn en Gran Bretaña. Estaban muy confundidos y obviamente tenían muchas limitaciones. Eso estaba muy claro para los marxistas desde el principio. Pero lo que está claro para nosotros no está necesariamente claro para las masas.
Sin embargo, desde nuestro punto de vista, ambos tuvieron un gran significado sintomático. Revelaron algo muy importante. Ambos actuaron como un catalizador que sacó a la superficie un profundo estado de ánimo de descontento con el establishment político y la sociedad existente que existía en las masas, pero que permanecía sólo latente porque carecía de un punto de referencia.
Los discursos de Sanders y Corbyn, que sonaban radicales, actuaron como un poderoso imán que permitió que los incoherentes y embrionarios instintos revolucionarios se expresaran de forma organizada. Este es un hecho muy importante, que tiene importantes implicaciones para el futuro.
El cuestionamiento general del sistema capitalista salió a la superficie y la palabra socialismo volvió al orden del día, algo muy positivo. Sin embargo, a fin de cuentas, se trató sólo de figuras accidentales que se toparon con sus propias limitaciones y fueron destruidas por ellas. Como resultado, los movimientos de masas que surgieron a su alrededor están ahora muertos.
Se podría decir lo mismo de Hugo Chávez, aunque fue más lejos que ellos y consiguió mucho más. Si hubiera podido evolucionar más de no haber muerto prematuramente es una pregunta que nunca podrá responderse. Pero también en su caso, la falta de claridad política jugó un papel fatal, como han revelado claramente los acontecimientos posteriores en Venezuela.
Los casos de Podemos en España y Syriza en Grecia proporcionan ejemplos aún más claros del desastroso papel de la llamada izquierda en la política. Cuanto más se acercan estos líderes al poder, más tímidos, cobardes y traicioneros se vuelven.
Los casos de Podemos en España y Syriza en Grecia ofrecen ejemplos aún más claros del desastroso papel de la llamada izquierda en política / Imagen: fair use
Su retórica radical sólo sirve para encubrir el hecho de que en realidad nunca cuestionan la existencia del sistema capitalista y, por lo tanto, cuando se encuentran en el gobierno, se ven obligados a operar sobre la base de sus leyes.
El resultado inevitable es la traición y la desmoralización de sus bases. La conclusión es evidente. Con los actuales dirigentes, habrá una derrota tras otra.
Pero eso es sólo una cara del proceso. Poco a poco, empezando por las capas más avanzadas, en particular la juventud, los trabajadores aprenderán de sus derrotas. Empezarán a comprender el verdadero papel del reformismo de izquierdas y se esforzarán por superarlo.
En muchos países hemos visto el surgimiento espontáneo de grupos de jóvenes que se autodenominan comunistas. Se trata de una evolución muy significativa, a la que debemos prestar mucha atención.
Similitudes y diferencias
Las condiciones económicas del próximo periodo se parecerán mucho más a las de los años 30 que a las que siguieron a la Segunda Guerra Mundial. Pero hay diferencias importantes, principalmente porque la ecuación social ha cambiado.
Las reservas sociales de la reacción son mucho más débiles que entonces, y el peso específico de la clase obrera es mucho mayor. El campesinado ha desaparecido en gran medida en los países capitalistas avanzados, mientras que amplias capas de la antigua clase media (profesionales, trabajadores de cuello blanco, maestros, profesores universitarios, funcionarios, médicos y enfermeras) se han acercado al proletariado y se han sindicado.
Los estudiantes, que en el pasado proporcionaron las tropas de choque al fascismo, han virado bruscamente a la izquierda y están abiertos a las ideas revolucionarias. Sobre todo, la clase obrera, en la mayoría de los países, no ha sufrido derrotas graves desde hace décadas. Sus fuerzas están prácticamente intactas.
Además, la clase dominante se quemó los dedos con el fascismo en el pasado y no es probable que siga ese camino fácilmente. Lo que vemos es una creciente polarización política, hacia la derecha, pero también hacia la izquierda. Hay muchos demagogos de derechas e incluso algunos llegan al poder. Sin embargo, eso no es lo mismo que un régimen fascista, que se basa en la movilización de masas de la pequeña burguesía enfurecida, utilizada como ariete para destruir las organizaciones obreras.
Esto significa que la clase dominante se enfrentará a serias dificultades cuando intente hacer retroceder las condiciones de vida y eliminar las conquistas del pasado. La profundidad de la crisis significa que tendrán que intentar recortar y cortar hasta el hueso. Pero eso provocará explosiones en un país tras otro.
Mujeres y jóvenes
De este caos está surgiendo un nuevo nivel de conciencia. Hay un sentimiento instintivo entre la gente corriente, especialmente entre los jóvenes y las mujeres, de que “algo va mal en esta sociedad”, de que “vivimos en un mundo injusto”.
Hasta cierto punto, es el caso entre los trabajadores en general. Se ha ejercido una presión despiadada sobre los trabajadores para que aumenten la cantidad producida y reduzcan el tiempo necesario para producirla. Los salarios han ido siempre a la zaga de los aumentos de productividad. En Estados Unidos, los salarios reales no habían aumentado hasta hace poco durante un periodo de unos 40 años. Y con el retorno de la inflación, los salarios reales en los EEUU están de nuevo en declive.
Pero esta conciencia es más evidente, y más avanzada, en el caso de los jóvenes y las mujeres, que son quienes deben soportar la peor parte del peso de la crisis del capitalismo. Son las capas más explotadas y oprimidas de la clase.
En un país tras otro se han producido grandes movilizaciones de mujeres contra la prohibición del aborto / Imagen: Ogólnopolski strajk kobiet
En un país tras otro, se han producido grandes movilizaciones de mujeres contra la prohibición del aborto, desde EEUU hasta las católicas Polonia e Irlanda. Argentina y Chile también han visto movimientos de masas por el derecho al aborto. En México, donde el trato inhumano y bárbaro a las mujeres ha alcanzado proporciones epidémicas, también ha habido movimientos masivos para protestar contra la violencia contra las mujeres. Este ha sido también un factor de radicalización política en el Estado español.
En este contexto, las consignas democráticas más elementales pueden adquirir rápidamente un contenido abiertamente revolucionario.
La expresión más clara de la revuelta de las mujeres se produjo en Irán, donde el movimiento de un enorme número de chicas jóvenes pasó rápidamente de las protestas contra el uso obligatorio del hiyab a la exigencia del derrocamiento revolucionario de un régimen monstruosamente opresivo.
Eso indica que se está produciendo el inicio de un nivel de conciencia totalmente nuevo. En estas circunstancias, existe una profunda sensibilidad entre estas capas ante cualquier manifestación de injusticia. Esto incluye la cuestión del racismo y la brutalidad policial, como vimos con el levantamiento de Black Lives Matter.
En todos los países, la juventud está al frente de la lucha. No es casualidad. Los acontecimientos han demostrado que un número cada vez mayor de jóvenes está dispuesto a salir a la calle para luchar contra el capitalismo.
De nuevo sobre la conciencia
Sería un error fundamental suponer que la mayoría de los trabajadores ven las cosas de la misma manera que nosotros. Ver todo el proceso histórico es una cosa, pero cómo las masas entienden ese proceso es otra, totalmente diferente.
La conciencia de la clase obrera está poderosamente influida por los cambios en la situación objetiva. Trotsky lo explicó brillantemente en un importante artículo titulado “El tercer período de los errores de la Comintern”.
Para algunos sectarios esta cuestión simplemente no se plantea. Para ellos, la clase obrera siempre está dispuesta a rebelarse. Eso es para ellos una constante que nada tiene que ver con los cambios en las condiciones objetivas. Pero no es así en absoluto.
Trotsky criticó duramente la idea planteada por los estalinistas en el tristemente célebre “Tercer Periodo”, y que todavía hoy repiten algunos insensatos ultraizquierdistas, de que las masas siempre están dispuestas a rebelarse, y que son sólo los aparatos burocráticos conservadores del movimiento obrero los que se lo impiden.
Trotsky criticó duramente la idea presentada por los estalinistas en el famoso “Tercer Periodo” / Imagen: dominio público
Trotsky desprecia esta idea y vale la pena citar extensamente sus palabras:
“La radicalización de las masas aparece descrita como un proceso continuo: las masas son hoy más revolucionarias que ayer, mañana serán más revolucionarias que hoy. Semejante mecanicismo no corresponde al verdadero proceso de desenvolvimiento del proletariado ni de la sociedad capitalista en su conjunto…
“Los partidos socialdemócratas, sobre todo en la preguerra, vislumbraban un futuro con un continuo incremento de votos socialdemócratas, que aumentarían sistemáticamente hasta el umbral de la toma del poder. Para un pensador vulgar o un seudorrevolucionario, esta perspectiva mantiene toda su vigencia; sólo que en vez de hablar de un continuo incremento de los votos, habla de la continua radicalización de las masas. Esta concepción mecanicista se apoya también en el programa Stalin-Bujarin de la Internacional Comunista.
“Demás está decir que, desde la perspectiva de nuestra época de conjunto, el proletariado sigue un proceso que avanza hacia la revolución. Pero no se trata de una progresión ininterrumpida, como no lo es el proceso objetivo de agudización de las contradicciones capitalistas. Los reformistas sólo ven el ascenso del capitalismo. Los “revolucionarios” formales sólo ven sus bajas. Pero el marxista contempla el proceso en su conjunto, con todas sus alzas y bajas coyunturales, sin perder jamás de vista su dinámica principal: las catástrofes bélicas, las explosiones revolucionarias.
“El estado de ánimo político del proletariado no cambia automáticamente en una misma dirección. La lucha de clases muestra alzas seguidas de bajas, marejadas y reflujos, según las complejas combinaciones de las circunstancias ideológicas y materiales, tanto nacionales como internacionales. Un alza de las masas que no es aprovechada o es mal aprovechada se revierte y culmina en un período de reflujo, del que las masas se recuperan tarde o temprano bajo la influencia de nuevos estímulos objetivos.
“La nuestra es una época que se caracteriza por fluctuaciones periódicas extremadamente bruscas, por situaciones que cambian de manera muy abrupta, todo lo cual configura, para la dirección, responsabilidades muy arduas en lo que hace a la elaboración de una orientación correcta.
“La actividad de las masas propiamente dicha se manifiesta de distintas maneras, según las circunstancias. En algunas épocas se puede observar a las masas empeñadas por entero en la lucha económica, demostrando muy poco interés por las cuestiones políticas. O bien, luego de una serie de derrotas en la lucha económica, las masas pueden dirigir abruptamente su atención a la política. En ese caso -tal como lo determinen la situación concreta y la experiencia anterior de las masas-, su actividad política puede manifestarse en la lucha exclusivamente parlamentaria o en la extra-parlamentaria.” (León Trotsky, Escritos, 1930)
Estas líneas son extremadamente importantes porque muestran que a partir de afirmaciones generales sobre la época es imposible deducir la etapa en que se encuentra la conciencia del proletariado o el movimiento concreto de la clase. Vemos aquí muy claramente el método de Trotsky, que no parte de fórmulas abstractas (“la nueva época”) sino de hechos concretos.
Todo tipo de cosas se combinan para dar forma a la conciencia de las masas en los países capitalistas avanzados, no sólo la situación actual o incluso la situación en la última década, sino el tipo de condiciones que se crearon durante un período de décadas después de la Segunda Guerra Mundial. Esto es particularmente cierto en el caso de la generación de edad más avanzada. La mentalidad de los jóvenes es otra cuestión. Ese es un debate aparte.
La conciencia de los trabajadores en Europa y EE.UU. ha sido moldeada durante décadas por lo que fue al menos un periodo de relativa prosperidad. El 15 de noviembre de 1857, Engels se quejaba en una carta a Marx:
“Las masas deben haberse vuelto condenadamente letárgicas después de una prosperidad tan larga”. Y añadía: “Es necesaria una presión crónica durante un tiempo para calentar a las poblaciones. El proletariado golpeará entonces mejor, con mejor conciencia de su causa y más unido…”
La clase obrera en general posee una colosal capacidad de aguante. Tolera incluso malas condiciones durante bastante tiempo antes de que se vuelvan absolutamente intolerables. Se necesita tiempo para que la cantidad se convierta en calidad. Y la conciencia, que es inherentemente conservadora, tarda un tiempo en ponerse al día con la realidad cambiante.
Durante todo un periodo, la inflación fue baja, lo que significaba que, aunque la tasa de explotación aumentaba, los salarios de los trabajadores podían comprar más que antes. Los trabajadores pudieron comprar coches, grandes televisores y otras mercancías, cuyo precio estaba bajando gracias a los avances tecnológicos y al aumento de la productividad del trabajo.
Los bajos tipos de interés también produjeron una expansión sin precedentes del crédito. Millones de personas pudieron comprar cosas que en realidad no podían permitirse, pero sólo endeudándose cada vez más.
Viendo lo mal que están las cosas ahora, y echando la vista atrás, es demasiado fácil tener una falsa percepción de lo bien que estaban las cosas en los viejos tiempos. Pero todo eso está amenazado ahora. Y eso es lo que está empezando a provocar un cambio fundamental en la conciencia.
El proceso molecular de la revolución
La cuestión de la inflación es un elemento clave para cambiar la actitud de la generación de más edad. Si bien es cierto que la juventud es la capa más radicalizada y más abierta a las ideas revolucionarias, se está desarrollando un estado de ánimo cada vez más airado entre todo tipo de personas. La gente que hasta hace poco pensaba que las cosas estaban bien y que la vida era estable y predecible, ahora se está llevando un buen susto.
Todo se está convirtiendo en lo contrario. Las condiciones de vida han empeorado repentinamente, y eso está cambiando la perspectiva de la gente. De repente, todo el mundo se queja. No consiguen llegar a fin de mes.
Antes, en Occidente, la patronal y los líderes sindicales llegaban a acuerdos de aumentos salariales anuales del uno o el dos por ciento, apenas a la par de la inflación, y los imponían a los trabajadores. Hoy en día, esos acuerdos supondrían importantes reducciones de los salarios reales. Cada vez más trabajadores tienen claro que, para mantener su nivel de vida, tendrán que organizarse y luchar. En todas partes se observa un notable aumento de las huelgas, que a menudo terminan con la victoria de los trabajadores.
En Gran Bretaña, cientos de miles de trabajadores de muchos sectores se han declarado en huelga; en Grecia, Bélgica y Francia hemos asistido a huelgas generales; en Estados Unidos, nuevos estratos, como los trabajadores de Starbucks, Apple y Amazon, están luchando por sindicarse y han emprendido acciones de huelga, y también tuvimos el conflicto de los ferroviarios. Por último, también vimos en Canadá cómo los ataques de Doug Ford contra los trabajadores de la educación de Ontario llevaron a una huelga ilegal y a los líderes sindicales a amenazar con una huelga general que derrotó la legislación de vuelta al trabajo, algo inédito en la historia canadiense. En todas partes, la clase trabajadora está empezando a despertar bajo el impacto de la crisis del coste de la vida.
La inflación también está teniendo un enorme impacto en los pequeños negocios, muchos de los cuales se ven abocados a la quiebra, y a los ancianos, que ven cómo el valor de sus pensiones se erosiona día a día. Ya ha habido manifestaciones masivas de pensionistas en España. Y gran parte de la volatilidad social que vemos en países como Italia es un fenómeno estrechamente relacionado.
En todas partes se observa un notable aumento de las huelgas, que a menudo terminan con la victoria de los trabajadores / Imagen: Socialist Appeal
Hay un sentimiento general de inseguridad y miedo al futuro que exacerba enormemente la inestabilidad política y social. Esto plantea grandes peligros a la clase capitalista, lo que explica por qué se ve obligada a tomar medidas muy arriesgadas en un intento de impedir desarrollos revolucionarios.
Cuando personas que antes no mostraban ningún interés por la política de repente empiezan a hablar de política en la parada del autobús o en el supermercado, es el comienzo de lo que Trotsky llamó el proceso molecular de la revolución.
Es cierto que carecen del análisis elaborado y científico que poseen los marxistas. Su comprensión de la política es algo elemental, tosco y subdesarrollado. Pero está guiada por un sentido elemental de injusticia, un sentimiento de que algo no funciona en la sociedad y de que algo tendrá que cambiar.
Es una conciencia de clase elemental que es el primer embrión de una conciencia revolucionaria. El elemento más importante de este cambio es el económico. Pero no es el único factor.
El desastre medioambiental
El sistema capitalista está conduciendo al mundo hacia una catástrofe medioambiental que se cierne sobre la mente de muchas personas. Para algunos, se trata de un problema existencial. Para naciones enteras, su futuro está en peligro.
En un extremo, está el problema de la sequía y la desecación de los ríos, que está teniendo un efecto devastador en las cosechas y en la producción de alimentos y, por tanto, en el aumento de la inflación.
En el otro, hay tormentas devastadoras, huracanes y terribles inundaciones, como hemos visto en países como Bangladesh y Pakistán, donde 33 millones de personas se vieron directamente afectadas.
En países como Somalia, han muerto más de tres millones de animales, lo que ha destruido los medios de subsistencia de millones de personas. En Brasil, la destrucción criminal de la Amazonia ha alcanzado niveles récord. Entre enero y junio de 2022 se talaron en la región unos 3.988 kilómetros cuadrados (1.540 millas cuadradas) de tierra. En el mismo periodo se destruyeron 3.088 kilómetros cuadrados de selva tropical.
También en los países capitalistas avanzados hay pruebas evidentes de condiciones meteorológicas más extremas. Muchas personas viven con el temor constante de que su casa se inunde o sea barrida.
En las grandes ciudades, el aire está envenenado con gases tóxicos, los ríos se ahogan con residuos químicos de fábricas, granjas y efluentes humanos, y los océanos se contaminan con toneladas interminables de plástico y otras basuras.
La explotación minera de los fondos marinos, antaño algo confinado a la ciencia ficción, se está convirtiendo en una realidad, con previsibles consecuencias catastróficas para el equilibrio ecológico del planeta y la biodiversidad. Y en todos los países el ritmo de extinción de especies vegetales y animales ha alcanzado niveles alarmantes.
Todas estas cosas remueven la conciencia de millones de personas, especialmente de los jóvenes. Pero la indignación moral y las manifestaciones airadas son totalmente insuficientes porque sin un diagnóstico correcto es imposible ofrecer ninguna solución.
Los burgueses han llegado, tarde, a la conclusión de que hay que hacer algo. Pero en el capitalismo todo está subordinado al afán de lucro y a los intereses de los monopolios. Por ejemplo, disfrazan con retórica ecologista políticas destinadas a proteger la industria estadounidense o europea frente a las mercancías procedentes de países con una legislación medioambiental “menos estricta” (China en primer lugar).
Fundamentalmente, todas sus políticas intentan descargar los costes de la crisis medioambiental sobre la clase trabajadora y los sectores más pobres de la sociedad. Mientras las multinacionales de la energía sigan obteniendo beneficios récord, las familias de la clase trabajadora se verán obligadas a pagar precios más altos por el combustible y también a sustituir sus coches y calderas. Al mismo tiempo, tendrán que pagar las cuantiosas subvenciones a las grandes empresas a través de impuestos más elevados.
Como resultado, a los ojos de una parte de la clase obrera, la “lucha contra el cambio climático” podría asociarse cada vez más con la austeridad capitalista y la crisis del coste de la vida. Esto podría hacer el juego a las fuerzas reaccionarias que niegan la existencia del calentamiento global antropogénico y promueven los combustibles fósiles. Para luchar contra esto, se necesita una política revolucionaria.
La catástrofe medioambiental es un claro resultado de la locura de la economía de mercado. Hay que subrayar que la existencia del capitalismo representa hoy una amenaza clara y actual para el futuro de la civilización humana.
Si el movimiento ecologista se limita a una política de gestos vacíos, se condenará a la impotencia. La única manera de alcanzar sus objetivos es adoptar una posición revolucionaria clara e inequívocamente anticapitalista. Debemos esforzarnos por llegar a los mejores elementos y convencerles de ello.
El papel de los marxistas
Principalmente como resultado de la debilidad del factor subjetivo, la crisis actual no tendrá una resolución rápida. Este retraso es ventajoso para los marxistas, porque nos dará el tiempo que necesitamos para reforzar nuestras fuerzas y construir una base sólida en la clase obrera y el movimiento obrero.
La crisis se prolongará en el tiempo, y habrá muchos flujos y reflujos de la lucha de clases. A momentos de euforia seguirán otros de cansancio, apatía e incluso desesperación. Pero en todos los casos, la clase siempre se levantará, dispuesta a renovar la lucha, no por razones mágicas, sino simplemente porque no tiene otra alternativa que luchar.
La clase obrera en su conjunto no aprende de los libros, sino de la experiencia. Pero aprende, tanto de las derrotas y los reveses como de las victorias. Ahora mismo está aprendiendo sobre las limitaciones del reformismo de izquierdas. Engels dijo una vez que los ejércitos derrotados aprenden bien sus lecciones. A lo que Lenin comentó: “Estas espléndidas palabras se aplican en mucha mayor medida a los ejércitos revolucionarios”.
Pero se trata de un aprendizaje muy largo y serán necesarias muchas experiencias futuras antes de que la clase deseche finalmente sus ilusiones en el reformismo (especialmente en su disfraz de “izquierda”) y llegue a comprender la necesidad de una revolución social total.
Nuestro papel no es dar lecciones a la clase obrera desde la barrera, sino participar activamente en la lucha de clases. Es tarea de los marxistas acompañar este proceso junto con la clase obrera, luchar hombro con hombro con los trabajadores y ganarse así su respeto y confianza.
Sin embargo, si éste fuera el único contenido de nuestra actividad, seríamos meros activistas y no tendríamos razón de existir como tendencia separada en el movimiento obrero.
Nuestro papel no es dar lecciones a la clase obrera desde la barrera, sino participar activamente en la lucha de clases / Imagen: Fightback
Nuestro papel más importante es ayudar a los trabajadores y a la juventud, empezando por la capa más avanzada, a sacar las conclusiones necesarias de su experiencia y a demostrar en la práctica la superioridad de las ideas marxistas.
Esto llevará algún tiempo, y debemos aprender las virtudes de la paciencia revolucionaria. No hay camino fácil. La búsqueda de atajos acaba invariablemente en graves desviaciones, ya sean de tipo oportunista o ultraizquierdista.
Recordemos que en 1917, en plena revolución, Lenin lanzó la consigna: ¡Explicar pacientemente! Tenemos las ideas correctas, que son las únicas que pueden señalar el camino de la victoria en la lucha de clases.
No se puede predecir el ritmo real de los acontecimientos. Pero el potencial para una intensificación explosiva de la lucha de clases existe en muchos países. No podemos decir dónde empezará. Puede ser Francia o Italia, o Irán, o Brasil. Indonesia, Pakistán, Argentina o incluso China.
Ya veremos. Pero lo principal es que abrirá nuevas posibilidades para la tendencia marxista, siempre que seamos capaces de aprovecharlas. Y eso depende de una sola cosa: de nuestra capacidad para hacer crecer nuestras fuerzas hasta el punto crítico en que seamos físicamente capaces de intervenir.
Eso, a su vez, depende del trabajo que hagamos ahora. Eso es lo que tenemos que hacer comprender a cada camarada. Nuestra consigna debe ser: todas las fuerzas en el punto de ataque. Y eso significa, precisamente, construir nuestras fuerzas.
Debemos trabajar incansablemente para construir las fuerzas que serán necesarias para llevar estas ideas a cada fábrica, a cada agrupación sindical, a cada escuela y universidad. Sólo así podrá construirse la futura dirección revolucionaria del proletariado.
Durante mucho tiempo hemos luchado contra la corriente. Nuestros cuadros se han endurecido y fortalecido en esa lucha. Estamos empezando a ganar el respeto de los obreros y jóvenes más avanzados. La autoridad política y moral de nuestra Internacional nunca ha sido tan alta.
¡Son conquistas colosales! Pero aún nos queda un largo camino por recorrer. Es un camino largo y difícil, y no todo será fácil. A momentos de euforia seguirán otros de decepción e incluso de desesperación. Debemos aprender a convivir con las dificultades y aceptar con la misma ecuanimidad alegre tanto las derrotas como los éxitos.
Pero la marea de la historia ha cambiado y ahora empezamos a nadar con la corriente, no contra ella. Los trabajadores y la juventud están mucho más abiertos a nuestras ideas que en cualquier otro momento. Todo el proceso se acelerará.
Nuestra Internacional se enfrentará a inmensas oportunidades mucho antes de lo que cabría esperar. Se abrirán muchas puertas. De nosotros depende aprovechar al máximo todas las posibilidades y demostrar que estamos a la altura de las grandes tareas que nos impone la historia.
Los datos recientes han causado alarma entre la clase dominante, lo que sugiere que la inflación se ha afianzado. En respuesta, los bancos centrales buscan provocar una recesión con la esperanza de sofocar las subidas de precios. La única solución es la revolución socialista.
“La batalla de los bancos centrales contra la inflación entra en una nueva fase de ‘dolor'”, este titular reciente resume la posición del Financial Times– un vocero burgués normalmente conocido más por su seriedad y sobriedad que por su sadismo.
No es el único que augura tiempos difíciles. En la revista The Economist se podía leer: “Bajar los precios altos va a doler… mucho”.
Otros comentaristas capitalistas parecen estar verdaderamente disfrutando de la perspectiva.
“La próxima etapa de mejora de las cifras de inflación será más difícil”, dijo Carl Riccadonna, economista jefe para Estados Unidos de BNP Paribas. “Requiere más dolor, y ese dolor probablemente implica una recesión en la segunda mitad del año”.
Pánico
Todas estas evaluaciones se produjeron a raíz de los últimos anuncios sobre inflación y tipos de interés.
La clase dominante, inicialmente optimista cuando reapareció el espectro de la inflación hace un par de años, ahora está temblando, ya que frenar las subidas de precios resulta ser más complicado de lo esperado.
Aunque las cifras generales de inflación están cayendo en Estados Unidos y Europa, la inflación subyacente, la que permanece cuando se eliminan artículos particularmente volátiles como alimentos, combustibles y energía, sigue siendo elevada.
Para EE. UU., la inflación subyacente se ha estancado en torno al 4,7 % durante los últimos seis meses. En la eurozona, ronda el 5%. En mayo, ambas economías registraron una tasa del 5,3%.
Mientras tanto, Gran Bretaña es un líder mundial, pero en nada de lo que estar orgulloso. Las estimaciones oficiales para mayo, publicadas la semana pasada, indicaron una inflación del IPC del 8,7%, igual que el mes anterior. Aún más preocupante, la inflación subyacente del Reino Unido subió del 6,8% al 7,1%.
Recesión
Tanto para la clase dominante como para la clase trabajadora, estas cifras son alarmantes. Revelan que la inflación se ha arraigado y claramente no es ‘transitoria’ o ‘temporal’, como los economistas burgueses afirmaban con arrogancia en 2021.
Peor aún, los precios obstinadamente altos demuestran cuán impotentes son los bancos centrales cuando se trata de vencer la amenaza de la inflación.
La única arma que tienen en su arsenal son las tasas de interés. Pero este instrumento ha sido relativamente eficaz, as ser incapaz de reducir la inflación sin infligir daño al tejido circundante de la economía en general. De ahí las advertencias actuales de ‘dolor’ y más ‘dolor’ en el futuro.
La clase dominante esperaba lograr el llamado ‘aterrizaje suave’: reducir la inflación, a un nivel objetivo del 2%, sin colapsar la economía. Pero con los precios aún en alza, a pesar de las repetidas subidas de tipos de interés por parte de los bancos centrales durante los últimos 18 meses aproximadamente, está claro para todos que es un sueño imposible, y siempre lo fue.
“La única forma de reducir la inflación al 2%”, afirmó Torsten Slok, economista jefe de Apollo Global Management, “es aplastar la demanda y desacelerar la economía de una manera más sustancial”.
“Algo tiene que cambiar, radicalmente y pronto”, declaró Martin Wolf en el Financial Times, hablando en nombre de los estrategas del capital. “La cuestión no es si habrá una recesión; sino más bien si necesitamos una, para detener la espiral.”
“Me guste o no (a mí ciertamente no)”, concluye Wolf, “la economía no volverá al 2% de inflación sin una fuerte desaceleración y un mayor desempleo”.
El objetivo declarado de la clase capitalista y sus representantes, en otras palabras, es provocar conscientemente una recesión, para ‘enfriar’ la economía elevando el desempleo y bajando los salarios.
En resumen, al no poder controlar la situación, la clase dominante está pidiendo a los trabajadores que paguen por esta crisis, a través de recortes de empleos y salarios.
Anarquía
Pero ¿por qué la inflación es tan persistente? ¿Por qué las subidas de tipos de interés, al restringir la oferta monetaria, no han sofocado los aumentos de precios hasta ahora?
El problema que enfrenta la clase dominante es que la inflación es una hidra de muchas cabezas. Lo que no pueden entender o aceptar es que es un síntoma de la anarquía del sistema capitalista.
Un ala de la economía burguesa, los monetaristas, dicen que la inflación es simplemente un ‘fenómeno monetario’; un producto de ‘demasiado dinero persiguiendo muy pocos bienes’.
La otra ala, los keynesianos, dicen que es una señal de ‘sobrecalentamiento’ de la economía; de demanda efectiva superior a la capacidad productiva de la sociedad.
En cualquier caso, la amarga medicina que proponen ambos campos es la misma: succionar la demanda de la economía, a través de políticas de austeridad deflacionarias y acceso restringido al crédito.
El ‘exceso de demanda’ ciertamente es un factor detrás de la actual crisis de inflación. Sin embargo, esto no es el resultado de las demandas salariales ‘irrazonables’ de los trabajadores, como el establishment y su propaganda sugieren persistentemente con advertencias de una ‘espiral de salarios y precios’.
Más bien, es el resultado de la enorme inundación de capital ficticio que la clase dominante liberó en la economía mundial en respuesta a la pandemia, en forma de estímulo y apoyo estatal, diseñado para salvar su sistema.
Presiones
Hay también otros elementos en esta ecuación.
Los cuellos de botella continúan interrumpiendo las cadenas de suministro – sobre todo en términos de la escasez de mano de obra. Las consecuencias de la guerra de Ucrania han paralizado la producción y elevado los costos, al igual que el cambio climático. El gasto en defensa, el envejecimiento de la población y las inversiones en medidas de mitigación y adaptación al cambio climático imponen una carga adicional a los recursos económicos de la sociedad, y la financiación del déficit tapa cualquier agujero en los presupuestos gubernamentales.
Mientras tanto, el aumento del proteccionismo y el nacionalismo económico se traducen en aranceles, barreras comerciales y una disminución general de la eficiencia. Durante todo un período, la globalización ayudó a reducir los costos de producción. Pero ahora esto va a la inversa.
Todos estos factores se suman a las presiones inflacionarias en la economía, haciendo subir los precios.
Bajo el capitalismo, donde la producción es de propiedad privada y la economía opera de acuerdo con las leyes del mercado, la clase dominante tiene poco control sobre estas variables.
Esto explica por qué la clase dominante ahora se ve obligada a subir aún más los tipos de interés. La única palanca sobre la que tienen un control real es la oferta monetaria, e incluso ahí, solo indirectamente. Y cuanto más empujan los precios hacia arriba otras presiones, más fuerte deben tirar hacia abajo de esta manija solitaria para controlar la inflación.
Sin embargo, al hacerlo, corren el riesgo, casi certero, de llevar a la economía a un pozo profundo. Tal es la locura del capitalismo.
Vulnerabilidad
No es casualidad que Gran Bretaña sea el paciente más enfermo de la sala en lo que respecta a la inflación. La economía del Reino Unido es particularmente vulnerable en la situación descrita anteriormente, y mucho.
Gran Bretaña se ve más afectada que la mayoría por las fluctuaciones en los precios de la gasolina, por ejemplo, como resultado de décadas de falta de inversión en fuentes de energía alternativas e infraestructura.
El país también se ha visto más afectado por la escasez de mano de obra, con una éxodo de la fuerza laboral debido al agotamiento, enfermedades crónicas y una epidemia de problemas de salud mental; y con un sistema de salud dilapidado y sobrecargado que es incapaz de ofrecer tratamiento a los trabajadores que lo necesiten.
Mientras tanto, las fronteras y los bloqueos relacionados con el Brexit han aumentado los costos del comercio para las empresas del Reino Unido, el mayor acto de autolesión económica que cualquier gobierno capitalista jamás se haya infligido a sí mismo.
Al mismo tiempo, Gran Bretaña casi encabeza las tablas en lo que respecta al volumen de capital ficticio que gira en torno a la economía, como resultado de los repetidos rescates y dádivas del Estado a los bancos y empresarios. Así se explica en The Economist:
“Gran Bretaña se destaca por el estímulo que le dio a la economía en la pandemia y luego, el año pasado, durante la crisis energética… Solo Estados Unidos repartió un estímulo mayor. Gran Bretaña gastó mucho más que sus homólogos: alrededor del 23,1% del ingreso nacional, mucho más, por ejemplo, que el 13,3% en Francia”.
Esto es lo que realmente significa la ‘crisis especial’ del capitalismo británico: las crisis y contradicciones generales del capitalismo reflejándose en una época de decadencia imperialista; en un poder en declive, cuyo cénit ha pasado hace mucho tiempo.
Los problemas en Gran Bretaña, en otras palabras, son simplemente la expresión más aguda de la crisis global del capitalismo. El sistema se está rompiendo por su eslabón más débil.
Divisiones
La clase dominante está dividida en cuanto al plan de acción.
El ala dominante está decidida a acabar con la inflación, sin importar el costo. A la larga, los precios erráticos socavan la salud del capitalismo en su conjunto. El mercado se basa en las señales de precios para dirigir el capital hacia las mayores ganancias; asignar recursos; y para garantizar que los activos conserven su valor.
La inflación constantemente alta frustra esta dinámica, jugando con las fuerzas del mercado y redistribuyendo arbitrariamente la riqueza de los acreedores a los deudores.
Dejar que la inflación se dispare, por lo tanto, hundiría aún más al capitalismo británico en su agujero, como subraya Martin Wolf en el Financial Times:
“Si un país abandona su promesa solemne de estabilizar el valor de la moneda tan pronto como sea difícil de cumplir, también se deben devaluar otros compromisos. En casa y en el extranjero, muchos concluirán que el Reino Unido es incapaz de cumplir sus promesas cuando las cosas se ponen difíciles. Eso es lo que sucedió, en un grado significativo, en el transcurso de la década de 1970: el Reino Unido se convirtió en un hazmerreir. Repetir esto, particularmente después del Brexit, sería una locura imperdonable, posiblemente incluso incurable”.
Daños
Es por esto por lo que el Banco de Inglaterra y el gobierno Tory están presentando un frente unido, comprometiéndose a administrar el dolor conjuntamente.
El primer ministro Rishi Sunak, por ejemplo, ha hecho caso omiso de las recomendaciones del organismo público de revisión de salarios ‘independiente’ del gobierno, afirmando categóricamente que los maestros y médicos en huelga no recibirán aumentos salariales por encima de la inflación.
Repitiendo el falso mantra sobre los peligros de una espiral de precios y salarios, el primer ministro conservador comentó que los aumentos salariales en términos reales para los trabajadores del sector público serían “dar con una mano y… tomar con la otra a través de una mayor inflación”.
El Banco de Inglaterra, por su parte, con el pleno apoyo de Hacienda, elevó los tipos de interés en otros 0,5 puntos porcentuales la semana pasada, al 5%, al tiempo que anunciaba nuevos aumentos de tipos en el futuro.
Según algunas estimaciones, los tipos de interés del Banco de Inglaterra podrían alcanzar un máximo del 6,25 %, el nivel más alto desde 1998. A su vez, se prevé que los precios de la vivienda caigan alrededor del 10 %.
Sin embargo, los representantes de la clase dominante se mantienen firmes en reducir la inflación, sin importar los daños colaterales. Sin dolor no hay ganancia.
Turbulencias
Otro sector de la clase dominante está preocupado por el nivel de sufrimiento que se requerirá para estabilizar los precios, no por una preocupación genuina por los trabajadores y las familias de a pie, sino por las explosiones sociales que esto podría provocar.
Del mismo modo, tras asistir a la turbulencia ya generada en el sistema bancario por las recientes subidas de tipos de interés, preocupa la inestabilidad que podrían provocar nuevas subidas de tipos.
Algunos comentaristas burgueses, por lo tanto, están hablando de relajar los objetivos de inflación y aceptar una nueva tasa de aumento de precios permanentemente más alta. ComoexplicabaThe Economist:
“Los que fijan las tasas podrían, a través de tipos de interés mega altos, destruir suficiente demanda en otras partes de la economía para reducir la inflación al 2%. Pero con tantos factores estructurales que elevan los precios, argumentan los escépticos, esto implicaría infligir un nivel políticamente inaceptable de daño económico …
“El mundo puede haber entrado así en un régimen en el que los bancos centrales hablan de boquilla sobre sus objetivos de inflación, pero evitan medidas lo suficientemente severas como para cumplirlos. En otras palabras, el 4% puede ser el nuevo 2%”. (Énfasis nuestro.)
Para la clase obrera ninguna de estas sugerencias ofrece solución alguna. Si la inflación sigue aumentando, significará la muerte por estrangulamiento lento, a través de ataques en términos reales a los salarios y los ingresos. Detener la inflación, por su parte, significa la muerte por mil cortes.
Un ala “demagoga” de la burguesía, reconociendo la creciente frustración por la crisis del coste de la vida, ha comenzado a denunciar la especulación de las grandes empresas, afirmando que está causando ‘greedflation’ [o inflación de la codicia. NdE].
Los reformistas de izquierda han criticado la forma de estas medidas, pero no su contenido real.
Sobre todo, lo que no logran explicar es que la inflación, el aumento del costo de vida y la especulación no son la enfermedad real, sino un síntoma de la enfermedad genuina: el sistema de ganancias. Y todas estas propuestas son poco más que un intento de curar el cáncer con una aspirina.
Revolución
Los economistas burgueses, tanto monetaristas como keynesianos, intentan decirnos que la inflación es un signo de escasez; que estamos viviendo por encima de nuestras posibilidades y que todos debemos apretarnos el cinturón.
En realidad, existen los recursos en la sociedad para abordar todas las presiones que están elevando los precios: desde la crisis energética hasta la catástrofe climática, los cambios demográficos y más.
Tenemos la capacidad, la ciencia y la tecnología para resolver todas estas preguntas. Pero hacerlo requiere un plan de producción socialista racional, en lugar del caos del capitalismo y la anarquía del mercado.
De manera similar, el Estado-nación, creación del capitalismo, se erige como una barrera en el camino para abordar los múltiples problemas que enfrenta la humanidad. En lugar de cooperación, vemos competencia por los mercados, lo que lleva a la guerra, el proteccionismo y los desastres climáticos.
En el fondo, por lo tanto, el flagelo de la inflación no es una cuestión de escasez o consumo excesivo, sino que es un reflejo más del callejón sin salida del sistema capitalista; de la incapacidad del capitalismo para desarrollar y utilizar las inmensas fuerzas productivas que ha conjurado.
La persistencia de la inflación muestra que la clase capitalista no tiene ningún control sobre su sistema, ni ninguna comprensión del mismo.
Igualmente puede decirse de los líderes reformistas del movimiento obrero, que esperan -en vano- que los precios se estabilicen y regrese la paz social. Pero se llevarán una desagradable sorpresa.
En lugar de buscar reparar este sistema quebrado, debemos luchar por la revolución. Esta es la única solución a la crisis que se cierne sobre la clase trabajadora, en Gran Bretaña y en el mundo.