El viernes 15 de marzo, el presidente Gustavo Petro salió a las calles de Cali. En su discurso del día, propuso una asamblea constituyente como salida a los varios problemas que su presidencia ha encontrado a la hora de lograr las reformas por las que fue elegido. Para citar:
Si las instituciones que hoy tenemos en Colombia no son capaces de estar a la altura de las reformas sociales que el pueblo a través de su voto decretó (…), entonces no es el pueblo el que se va a su casa arrodillado y derrotado. Son las transformaciones de esas instituciones las que se tienen que presentar. (…) Y por tanto, si esta posibilidad de un gobierno electo popularmente en medio de este estado y bajo la constitución de Colombia no puede aplicar la constitución por que lo rodean para no aplicarla y le impiden, entonces Colombia tiene que ir a una asamblea nacional constituyente.
La oligarquía ha despertado toda una algarabía alrededor de esta cuestión. La derecha reaccionaria y con vínculos al narcotráfico y el paramilitarismo declara que Petro finalmente se está moviendo en la dirección de perpetuarse en el poder. María Fernanda Cabal (a día de hoy, lo más cercano a una dirigente que tiene la oposición) declaró este discurso como un “golpe de estado”.
Esta propuesta es un reflejo de la crisis del reformismo, que en última instancia, no ha podido implementar ninguna de las reformas propuestas en las elecciones del 2022 ni el pliego de demandas con el que el Consejo Nacional del Paro descarriló el paro nacional del 2021. Después de un año y medio en el poder, el gobierno del Pacto Histórico no ha podido pasar la reforma a la salud, la pensional o la laboral. Pero la verdadera cuestión es: ¿Son el capitalismo colombiano y la democracia burguesa que la constituyente afirmaría suficientes para lograr estas reformas sociales?
La parálisis de las reformas
Para el día de hoy, ninguna de las reformas cuya promesa llevó a Petro al poder ha podido pasar por el escritorio de la presidencia. Cada una de las reformas se ha vuelto un gran debate nacional y la oligarquía ha sembrando el pánico sobre la posibilidad de como la reforma laboral va a aumentar el desempleo debido a la formalización del trabajo y la implementación del recargo nocturno y pagos a festivos; la reforma a la salud va a destruir por completo “uno de los mejores sistemas de salud de Latinoamérica” según Forbes y como la reforma pensional va a terminar con el estado robando los fondos de retiros de los trabajadores.
Sin embargo, la realidad detrás de estas calumnias es diciente. Los empresarios, a través de la Federación Nacional de Comerciantes Empresarios (Fenalco), declaran que la reforma laboral significa el incremento de costos del 30% mientras que el Banco de la República declara que la reforma laboral podría terminar eliminando 450000 trabajos. No solo esto, pero la reforma laboral tuvo que morir en la comisión séptima del senado debido al bajo quórum en su debate y a las artimañas de la oposición para abstenerse y así matarla. Pero ¿qué dice esto de las empresas colombianas? En un país en donde el salario mínimo es de $1’300.000 de pesos, equivalente a $335 USD, el hecho de que un incremento situacional a los costos laborales elimine tantos trabajos demuestra que tantas empresas no pueden ofrecer un salario digno a sus trabajadores.
La reforma a la salud, de manera similar, no ha encontrado manera de pasar por el laberinto legislativo, después de la purga de la ministra de salud Carolina Corcho por atreverse a sugerir que el monopolio de empresas aseguradoras colombianas tenía que reemplazarse con un modelo de salud único para luego ser removida y reemplazada por Guillermo Jaramillo y así quedar mitigada al 50%. Petro ha tenido que recurrir a maniobras ejecutivas como la implementación de la reforma a la salud a las EPS que están controladas por el gobierno en este momento.
La reforma agraria es posiblemente la deuda histórica más importante que el gobierno de Petro busca saldar. El análisis de OXFAM (2018), con datos del Censo Nacional Agropecuario indica que Colombia es el país de América Latina con mayor concentración de tierras 1% de las fincas de mayor tamaño acapara el 81% de la tierra; el 19% de la tierra restante se reparte entre el 99% de las fincas. El 0.1% de las fincas de más de 2000 hectáreas ocupa el 60% de toda la tierra. En este contexto, es altamente diciente que el gobierno del cambio haya propuesto una reforma agraria desde la rama ejecutiva que compense a los lugartenientes y revenda la tierra a los campesinos. Su progreso también es diciente: solo se han comprado el 4% de las tierras proyectadas para Marzo 7 con este plan.
En cada una de estas reformas hay un factor en común: el bajo margen de maniobra del capitalismo colombiano ha limitado enormemente la velocidad en la cual las reformas se pueden implementar. Esto le da más y más tiempo a la oligarquía de sabotearlas y preservar sus ganancias por cualquier medio necesario. Pero este no es un problema de tempo nada más, sino un reflejo de la situación del capitalismo internacional en donde ninguno de los reformistas actuales puede lograr reformas expansivas que mejoren la calidad de vida de la clase trabajadora. Estamos viviendo en un período de reformismo sin las reformas. Sin embargo, es obvio que este sabotaje no será gratuito a largo plazo para la oligarquía.En la medida en que las masas de trabajadores, campesinos y estudiantes vean cómo el capitalismo colombiano ahoga en burocracia, propaganda y sangre las reformas por las que marcharon en el 2021, entenderán que las reformas no se obtendrán a través de maniobras legales desde arriba, sino en las calles.
Los límites de la democracia burguesa
En una entrevista en el Tiempo que decidió aclarar su perspectiva y explicar que para él, una constituyente no sería una oportunidad para dar inicio a una nueva constitución sino para reorientar la constitución del 91 hacía varios puntos que no fueron ponderados en su momento. Petro termina proponiendo un programa de ocho puntos que pasa por varias aristas como la reforma agraria y el cambio climático como orientación a la posible constituyente.
El cumplimiento del acuerdo de paz con la desmovilizada guerrilla de las FARC,
Mejorar las condiciones de vida para los colombianos en materia de salud
Acceso al agua y renta básica, especialmente para la población de mayor edad
Recuperar los objetivos de la Constitución de 1991, priorizando educación pública y reforma agraria
Lucha contra la crisis climática y descarbonización de la economía
Garantizar la política monetaria manteniendo la independencia del banco central y priorizar el empleo y la producción
Un reordenamiento territorial para inclusión de las regiones históricamente excluidas
Separar la política de la financiación privada y reformar el sistema judicial.
Este programa político parte de la concepción de que Colombia es un país feudalista. Petro en su entrevista con el Tiempo declara que él es “un socialista” pero que “una sociedad poscapitalista aparecerá es porque se desarrollará el capitalismo”. Sin embargo, hay que entender la naturaleza de las tareas que Petro propone para una constituyente. Estás tareas, cómo la reforma agraria y la unificación territorial, son tareas democrático burguesas que la lucha por la independencia no pudo lograr en su momento.
Sin embargo, en el periodo actual del capitalismo, los terratenientes y los empresarios han llegado demasiado tarde al escenario de la historia para cumplir estás tareas y están completamente maniatados al mercado mundial. Esto no solo previene que, por ejemplo, conduzcan una campaña de expropiaciones de tierras como lo vimos en la guerra civil americana y la revolución francesa, sino que los pone en defensa de la monopolización de la tierra. Desde la movilización de paramilitares para el despojo de tierras hasta las maniobras de FEDEGAN (Federación Colombiana de Ganaderos, efectivamente la voz del latifundio colombiano) para ponerse a la cabeza de la reforma agraria y asegurarse de que la reforma agraria sea sobre la base de la compensación al latifundio, ha sido claro que el latifundio colombiano está altamente interesado en preservar su relación con el mercado estadounidense (a quién exporta 580 millones de dólares en carne de res y más de 17 mil toneladas de leche).
Según Petro, la constitución del 91 no se aplicó y es por esto que hay que convocar una constituyente. Pero esto despierta una pregunta obvia: ¿Por qué no se aplicó la constitución del 91? En su entrevista con el Tiempo, Petro declara que esto es debido a que el estado fue capturado por las mafias. Pero al mismo tiempo declara que él no puede decir que su gobierno está libre de esta misma corrupción ya que el estado está íntimamente ligado a las mafias incluso bajo su gestión.
Un caso reciente de esto son los dos fiscales anteriores (Francisco Barbosa y Marta Mancera, ambos rezagos de la presidencia de Duque) que fueron acusados de encubrir los crímenes de Francisco Martinez, quién durante su tiempo como director del CTI (Cuerpo Técnico de Investigación, división de la Fiscalía General de la Nación) en Buenaventura encubrió varios casos de tráfico de drogas. Este es uno de los muchos casos de corrupción que Petro ha heredado de la oligarquía al depender de los funcionarios anteriormente nombrados.
Sin embargo, ante estos casos de corrupción, los comunistas colombianos tienen que explicar que esta es la verdadera naturaleza del estado burgués. Este no es un actor neutro que puede ser reorientado hacia las necesidades de las masas. Más bien, el estado son cuerpos de hombres armados en defensa de la propiedad privada y las instituciones que los apoyan. No hay ninguna constitución que pueda deshacerse de esta realidad sin tocar la propiedad privada.
No solo esto, pero el fenómeno de la corrupción (es decir, del enriquecimiento ilícito a través del uso de las instituciones del estado burgués) es un fenómeno que está ocurriendo en cada país capitalista, ya sea en Inglaterra donde el partido conservador inglés no tuvo tapujos a la hora de repartir contratos de respuesta a la pandemia a los amigos del primer ministro Johnson, llevando a que el 20% no se cumplieran costando billones de libras esterlinas y miles de vidas o en Estados Unidos, en donde senadores como Dianne Feinstein se han enriquecido a través del uso de información clasificada para informar su especulación e inversiones.
La razón detrás de la corrupción colombiana no solo es la malicia de los empresarios y sus compinches dentro del narcotráfico (aunque ciertamente juega un factor) sino la naturaleza de un sistema económico que depende del lucro y de la explotación de la clase trabajadora para que Colombia pueda ser una parte funcional del mercado mundial capitalista. Esto no se puede solucionar con un simple cambio de las reglas del sistema, sino con un cambio de raíz.
El monopolio de la oligarquía
La consigna de una constituyente es errónea ya que otra constitución no podrá resolver la cuestión del atasco de las reformas. El incumplimiento de la constitución de parte de la oligarquía a la cabeza del país se debe precisamente al hecho de que la oligarquía colombiana conserva el poder político y económico.
Pero no solo es errónea debido a la coyuntura política de Colombia. Más bien, es errónea al respecto del periodo histórico en el que se encuentra Colombia. A día de hoy, la economía mundial se caracteriza por más y más concentración del capital y la riqueza en las manos de unos pocos bancos y monopolios gigantescos. Esto se demuestra en qué el 55% del PIB viene de las cinco ciudades más grandes del país y en toda la producción industrial concentrada en grandes conglomerados como Nutresa, Argos y Terpel entre otras. Las 100 empresas más grandes de Colombia registran 45 dólares por cada 100 dólares en ventas en el mercado.
El problema no es que el capitalismo no se haya desarrollado en Colombia. El problema es que el desarrollo del sistema a nível mundial depende del atraso de países como Colombia precisamente para poder explotar sus clases trabajadoras por el menor costo posible.
Una asamblea constituyente que no toque a la propiedad privada y esté dispuesta a expropiar a las altas esferas de la economía será un callejón sin salida que solo restauraría fe en las instituciones burguesas que han destruido la vida de millones de Colombianos a través de las décadas, supervisando la explotación de la clase trabajadora y el despojo de tierras de los campesinos. Detrás de esta constituyente, hay un intento de Petro de movilizar a sus bases a luchar pero sin atacar la propiedad privada. Pero de salir a las calles a luchar por esta constituyente, las bases que lo pusieron en el poder se desgastarán y desilusionarán cuando se den cuenta de que no podrán implementar las reformas por las que de verdad están luchando, ya que cada una de las reformas que Petro propone (desde la reforma agraria hasta la laboral) es una amenaza directa a la riqueza de la clase dominante colombiana.
Hemos visto en el último año y medio que las reformas por las que Petro fue elegido no se van a poder lograr a través de ninguna vía parlamentaria y como estas han sido estancadas por funcionarios burocráticos, empresarios en busca de proteger sus ganancias y sicarios dispuestos a asesinar a líderes sociales. Sólo se podrán lograr en las calles. Sin embargo, la clase trabajadora, el campesinado y la juventud no saldrán a las calles por llamados abstractos a la vida y la paz. Las masas más bien saldrán a luchar cuando se les arme con un programa que ponga sus destinos en sus manos y les permitan resolver los problemas que el capitalismo crea a través de sus propios medios.
¿Constitución o revolución?
El programa que Petro propone es hacer cumplir las promesas falsas de la oligarquía, como han sido documentadas en la constitución del 91 y los acuerdos de paz del 2016. Estos documentos, sin embargo, no reflejan las aspiraciones de la clase trabajadora de una sociedad verdaderamente democrática en donde la producción sea coordinada para el bien social en vez del enriquecimiento de una minoría. Más bien, estos documentos reflejan las aspiraciones del ala bienpensante de la oligarquía que sueña con una Colombia que mejore su posición en el mercado mundial (y por consiguiente, sus riquezas).
Este programa fluye del hecho de que el Pacto Histórico es un frente popular que plantea aunar a las fuerzas progresistas del país bajo la bandera del capitalismo progresista. Con Colombia Humana a la cabeza, defiende la idea utópica de un capitalismo “humano” que pueda lograr convertir a Colombia en una potencia mundial que logre establecer reformas por las cuales la oligarquía ha atacado y destruido a líderes sociales a través de la historia del país. La premisa detrás de este partido, en otras palabras, es el desarrollo del capitalismo para crear una base para las reformas a la salud, pensiones, el trabajo y la tierra.
Pero este programa es un callejón sin salida. El programa de Petro propone el desarrollo del capitalismo colombiano sobre una base “más justa y racional” en oposición a los capitalistas colombianos que mantienen control total del estado y por consiguiente de la aplicación de la constitución.
Lo que se requiere es el derrocamiento de la oligarquía y sus instituciones corruptas. Esto solo se podrá lograr sobre la base de un movimiento masivo y revolucionario de la clase obrera y el campesinado dispuesta a desmantelar el estado burgués y reemplazarlo con sus organizaciones democráticas, a desarmar a los hampones paramilitares de la oligarquía y a nacionalizar la banca, la tierra y los monopolios para ponerlos bajo control obrero.
Sobre la base de esa lucha, se podría tomar la enorme riqueza que Colombia produce para el imperialismo internacional y sus oficinistas en Bogotá para ponerla al servicio de la clase trabajadora, el campesinado y la juventud colombiana y así lograr la reforma agraria, “mejorar la condición de vida de los colombianos”, “acceso al agua”, “priorizar la educación pública” y todas las otras aristas de la constituyente propuesta por Petro.
La base para ese movimiento existe en la sociedad colombiana. Su potencial se vió en los paros nacionales del 19 y del 2021. Lo hemos visto en las grandes manifestaciones en defensa de las reformas del gobierno y en cómo cada manifestación de las aspiraciones de las masas se ha vuelto más difícil de controlar de parte de la dirección del Pacto Histórico. Sin embargo, el potencial de este movimiento está siendo desperdiciado al ser encasillado dentro de los límites puestos por la oligarquía colombiana que tiene sus propios representantes dentro del gobierno y del Pacto Histórico.
La tarea más urgente del movimiento obrero es romper con estos “compañeros” pro-capitalistas en la coalición de gobierno y dentro del mismo Pacto Histórico para establecer un partido revolucionario independiente de clase capaz de liderar a las masas explotadas a la victoria en los eventos por venir, que no serán una asamblea constituyente y un desarrollo pacifico del capitalismo colombiano, sino más crisis y eventualmente otros paros nacionales, en donde las tradiciones de los cabildos y la primera línea volverán a ser puestas a prueba en contra de las fuerzas del estado colombiano.
La materia prima para un movimiento revolucionario que pueda transformar de raíz la sociedad Colombiana existe. La vemos en la juventud en movimiento luchando para democratizar la Universidad Nacional y como ese movimiento se expande a varias universidades con las mismas demandas. La vemos en la clase obrera que se moviliza en defensa de las reformas bajo la dirección de las centrales y está dispuesta a ajustar cuentas con la burguesía en las calles. La vemos también en el campesinado que organiza sus comités para gestionar la reforma agraria y se encuentra con las barreras de la burocracia estatal para cumplir la promesa de Petro de hacer la tierra “del campesino desde el primer día de mi presidencia”
Esta organización tiene que ser guiada por un programa que proponga poner a la clase trabajadora en el poder para que pueda planificar la economía por el bien social y que sirva como guía de acción para los millones de trabajadores que buscan una solución duradera a la crisis, en vez de un simple periodo de respiro antes del inevitable regreso de la oligarquía al ejecutivo. Solo con esta organización podremos barrer con la oligarquía colombiana y transformar de manera profunda la sociedad que la séptima papeleta y la carta magna del 91 no pudo rescatar de la pobreza.
La elección de Lula en Brasil y de Petro en Colombia en 2022 ha provocado un aumento del ruido tanto en los medios de comunicación como en los círculos de izquierda sobre una segunda «marea rosa» en América Latina. Se trata de una referencia a la ola de gobiernos llamados «progresistas» que estuvieron en el poder durante varios años en diferentes países del continente entre 1998-2015. Tal vez sea acertado que se describa a estos gobiernos como una marea «rosa», ya que sin duda distan mucho de ser de color rojo socialistas. Es necesario examinar el carácter de esa primera oleada, las razones que le permitieron durar tanto tiempo, por qué llegó a su fin y las diferentes condiciones a las que se enfrenta esta nueva oleada.
De hecho, los gobiernos descritos por los medios de comunicación burgueses como, de una manera u otra, de ‘centro-izquierda’ han sido elegidos en Argentina (2019), Brasil (2022), Chile (2021), Colombia (2022) y México (2018). Son los cinco países más grandes de América Latina. A ellos podríamos añadir el efímero gobierno de Pedro Castillo en Perú (la sexta nación más poblada), Bolivia (2020) y Honduras (2021).
Se trata ciertamente de un cambio radical con respecto a los gobiernos abiertamente derechistas de Macri (Argentina), Bolsonaro (Brasil), Peña Nieto (México), Piñera (Chile) y los gobiernos golpistas de Honduras y Bolivia. Estos son también los principales países que componían el difunto «Grupo de Lima», una organización ad hoc creada en 2017 para llevar a cabo un cambio de régimen en Venezuela en nombre del imperialismo estadounidense.
A primera vista, parece un conjunto bastante poderoso. Algunos, como Jacobin, en su entusiasmo por estos gobiernos han llegado a decir que esta nueva ola será más fuerte que la primera. Sin embargo, como explicaremos, muchos de estos gobiernos no son en absoluto de izquierdas; varios incluyen a representantes abiertos de la clase dominante; y ninguno de ellos tiene un programa claro para desafiar al capitalismo.
Pero antes de entrar en materia, conviene analizar el carácter de la primera oleada de «gobiernos progresistas» y las razones de su caída.
La crisis de los 80
Durante la década de 1980, América Latina atravesó lo que se conoció como «la década perdida». Las causas inmediatas de la crisis tuvieron que ver con la crisis capitalista mundial de finales de los años setenta. La contracción de la economía mundial provocó el desplome de los precios del petróleo y otras materias primas, lo que afectó a las economías latinoamericanas que exportaban estos productos al mercado mundial. A esto se sumó la subida de los tipos de interés en los países capitalistas avanzados para luchar contra la inflación galopante que se había desarrollado durante la década de 1970. Esto hizo que los intereses de la deuda externa de América Latina, denominada en dólares, fueran mucho más caros.
Esta combinación de factores produjo una fuerte contracción económica en el conjunto del continente. El PIB se estancó en 1981 (creciendo un 0,8%), y se contrajo en 1982 (-0,3%) y 1983 (-1,9%). En términos per cápita, el PIB se contrajo un 9% entre 1980 y 1985. En 1982, México declaró el impago de su deuda externa, lo que provocó una crisis generalizada de la deuda en el continente. Los prestamistas extranjeros no estaban dispuestos a renegociar y exigieron la devolución de su dinero.
El único recurso que tenían los países latinoamericanos era el FMI, que intervino exigiendo la aplicación de brutales paquetes de austeridad, recortes masivos del gasto público y privatización de activos estatales, todo ello en nombre del pago de la deuda externa. Decenas de millones de personas fueron arrojadas a la pobreza mientras los gobiernos se veían obligados a pagar miles de millones de dólares a los acreedores imperialistas en el extranjero. En medio de una crisis brutal, se produjo una enorme transferencia de renta de los obreros y campesinos del continente a los banqueros parasitarios occidentales.
Las consecuencias sociales y políticas de la crisis se dejaron sentir en todo el continente: contribuyeron al fin de las dictaduras militares en Chile, Argentina y Brasil, debilitaron gravemente el gobierno del PRI en México y provocaron un levantamiento popular masivo en Venezuela en 1989.
Este fue el comienzo de lo que se conoció como «neoliberalismo». En realidad, se trataba de las políticas impuestas por el imperialismo y las oligarquías locales para hacer pagar a los trabajadores la crisis del capitalismo. A esto se sumó, a principios de los años 90, el proceso conocido como «globalización», es decir, la mayor explotación del mercado mundial por parte de las potencias imperialistas.
Los países latinoamericanos se vieron obligados a «abrir» sus economías, lo que supuso su mayor penetración por parte de las multinacionales extranjeras. En la práctica, los llamados acuerdos de libre comercio profundizaron la dominación de las economías de estos países por parte del imperialismo. Se derribaron las protecciones comerciales; se privatizó el sector estatal y se abrió a la inversión de las multinacionales; se suprimieron las protecciones laborales y medioambientales que había; se establecieron sistemas privados de pensiones.
Los países que fueron más lejos por esta senda fueron quizás Chile (donde el proceso se inició con la intervención de los «Chicago Boys» ultramonetaristas bajo el régimen sangriento de Pinochet) y en Perú (sobre todo durante la dictadura de Fujimori en los años noventa). Las multinacionales españolas desempeñaron un papel clave en este proceso, apoderándose de bancos, telecomunicaciones y gas. También se beneficiaron las multinacionales mineras británicas, canadienses y estadounidenses.
A finales de la década de 1990, el impacto total de estas políticas estaba a la vista de todos. Se produjo un aumento masivo de la pobreza y la pobreza extrema, abriéndose un enorme abismo de desigualdad en la distribución de los ingresos y una dominación cada vez mayor de estas naciones por parte el mercado capitalista mundial.
Levantamientos masivos
El escenario estaba preparado para levantamientos masivos de obreros y campesinos, que rápidamente adquirieron características insurreccionales. Ya en 1994 vimos el levantamiento zapatista en México, con su base entre los campesinos pobres de Chiapas, pero con un amplio apoyo y simpatía en todo el país.
Estas fueron las condiciones materiales, combinadas con los escándalos de corrupción, que condujeron a un descrédito masivo de todas las instituciones burguesas y a una apatía generalizada de los votantes. Según Latinbarómetro, sólo el 25% de la población de todo el continente estaba «satisfecha con la democracia» en 2001. Por primera vez, la proporción de quienes creen que «la democracia es mejor que cualquier otra forma de gobierno» cayó por debajo del 50% en toda la región (48% en 2001).
El impacto de la crisis del sudeste asiático de 1998 desencadenó finalmente un proceso de luchas y levantamientos de masas en todo el continente. El PIB per cápita cayó un 1,3% en 2001 y otro 2,3% en 2002.
El siglo XXI comenzó en América Latina con el levantamiento masivo de trabajadores y campesinos en Ecuador, que condujo al derrocamiento del odiado gobierno de Jamil Mahuad. Ya en 1997 las masas habían derrocado al presidente Abdalá Bucaram cuando, tras incumplir sus promesas electorales, pasó a aplicar un paquete de austeridad impuesto por el FMI. Durante el levantamiento del año 2000, se planteó la cuestión del poder. Las masas, dirigidas por las organizaciones indígenas y con el apoyo de los sindicatos obreros, crearon una Asamblea de los Pueblos y cerraron el parlamento burgués. Cuando el gobierno intentó utilizar al ejército, una parte se pasó al bando de las masas. Pero en el momento crucial, cuando las organizaciones de masas de obreros y campesinos tenían el poder en sus manos, sus dirigentes no actuaron.
En Bolivia se produjeron acontecimientos similares, empezando por la «guerra del agua» en Cochabamba en 1999-2000. En esa victoriosa lucha, la masa de trabajadores y campesinos desafió los intentos de privatización del agua mediante un levantamiento local. Se rompió así un ciclo de derrotas y desmoralización que se había instalado tras la derrota de los mineros en los años ochenta. Luego vinieron las dos «guerras del gas«, en febrero y octubre de 2003 y en mayo-junio de 2005.
Fueron verdaderos movimientos insurreccionales desencadenados en torno a la reivindicación de la nacionalización del gas. La masa de obreros y campesinos paralizó el país con bloqueos de carreteras y una poderosa huelga general. Los mineros marcharon sobre la capital armados con cartuchos de dinamita. Los edificios del gobierno fueron rodeados. Una vez más, el poderoso sindicato COB podría haber tomado el poder, e incluso habló de ello en sus propias declaraciones. Así, en octubre de 2003, después del derrocamiento de Goñi Sánchez de Losada, el ampliado nacional de la Central Obrera Boliviana llegó a la siguiente conclusión: “los obreros, campesinos, naciones oprimidas y clases medias empobrecidas no le arrebataron el poder a la clase dominante porque no cuentan aún con un partido revolucionario». Sin embargo, no consiguieron llevar la situación hasta su conclusión lógica, la toma del poder, ni en 2003, ni tampoco en 2005.
A finales de 2001 asistimos a otro levantamiento, esta vez en Argentina, que se conoció como el Argentinazo. Espontáneamente, espoleadas por la crisis económica y la corrida bancaria, las masas salieron a la calle y desafiaron el orden establecido. En pocas semanas, cinco gobiernos se sucedieron, incapaces de controlar el poderoso movimiento de masas. Se planteó la cuestión del poder, y las masas se organizaron en Asambleas Populares y en un enorme movimiento piquetero de trabajadores desempleados.
El levantamiento aquí no llegó tan lejos como antes en Ecuador y después en Bolivia, pero el potencial estaba ahí para que un movimiento revolucionario desafiara el poder de la clase dominante. Desgraciadamente, las organizaciones que se decían «trotskistas» en Argentina no plantearon claramente la cuestión del poder obrero. En su lugar, sólo plantearon consignas democráticas, como la convocatoria de una Asamblea Constituyente, que claramente no eran aplicables a una situación en la que ya existía una democracia burguesa en el país.
A estas insurrecciones hay que añadir también el Arequipazo en Perú en 2002, una huelga general masiva que derrotó la privatización de la electricidad en Arequipa; así como la comuna de Oaxaca en 2006 y el movimiento de masas contra el fraude electoral en México ese mismo año.
Subrayo la cuestión de estos levantamientos porque el proceso suele presentarse como la mera elección de gobiernos «progresistas» que luego procedieron a llevar a cabo reformas. En realidad, lo que había entonces era una explosión de ira acumulada contra las consecuencias sociales y económicas de las políticas ultraliberales (conocidas como «neoliberalismo») y las desacreditadas instituciones de la democracia burguesa. La masa de trabajadores y campesinos tomó el asunto en sus manos y planteó la cuestión del poder.
Fue la incapacidad de estos levantamientos de culminar en la toma del poder por parte de la clase trabajadora, debido a la debilidad de sus direcciones, lo que permitió luego el encarrilamiento y desvío del movimiento hacia el terreno electoral burgués, llevando a la elección de Néstor Kirchner (Argentina, 2003), Evo Morales (Bolivia, 2005) y Rafael Correa (Ecuador, 2006), entre otros. Una vez en el poder, el papel que desempeñaron estos gobiernos fue el de restaurar la legitimidad de las desacreditadas instituciones democrático-burguesas, cerrar por arriba el movimiento insurreccional de las masas desde abajo y restablecer cierto grado de equilibrio.
En el caso de Bolivia y Ecuador, las Asambleas Constituyentes desempeñaron un papel decisivo en este proceso de restauración de la legitimidad de las instituciones democrático-burguesas. Se redactaron nuevas constituciones, que contenían muchas palabras bonitas y grandilocuentes, incluso sobre el carácter «plurinacional» de estos países. A pesar de todos los cambios progresistas que se llevaron a cabo -y las reformas son siempre el subproducto de la revolución-, la propiedad capitalista permaneció intacta, y con ella la dominación imperialista y la opresión de los pueblos indígenas.
Venezuela
Los acontecimientos en Venezuela, por supuesto, formaron parte del mismo proceso general, pero siguieron líneas diferentes y tuvieron algunos rasgos distintivos específicos. La elección de Hugo Chávez en 1998 no fue tanto el inicio de un proceso como la consecuencia de cambios profundos en la conciencia de las masas que se remontaban al levantamiento del Caracazo de 1989, cuando Carlos Andrés Pérez aplicó un paquete de austeridad impuesto por el FMI. Miles de personas fueron masacradas cuando este levantamiento espontáneo de trabajadores, jóvenes y pobres urbanos fue brutalmente reprimido por el ejército y la policía. Ello provocó a su vez escisiones en el seno del ejército y la aparición de un grupo de oficiales bolivarianos, liderados por Chávez, que se opusieron a la represión e intentaron en dos ocasiones desencadenar un levantamiento cívico-militar en 1992.
Cuando Chávez llegó al poder en 1998 defendía un programa progresista limitado: acabar con la corrupción y utilizar la riqueza nacional del país (procedente principalmente del petróleo) para llevar a cabo programas sociales en beneficio de la mayoría pobre. En aquel momento, ni siquiera tenía un carácter explícitamente antiimperialista. Eso llegaría más tarde, en 2004.
Sin embargo, el intento de poner realmente en práctica ese limitado programa nacional democrático, en particular la reforma agraria y el control gubernamental de la industria petrolera estatal PDVSA con las leyes habilitantes de 2001, provocó la ira de la oligarquía capitalista y el imperialismo que decidieron derrocar al gobierno mediante un golpe de estado el 11 de abril de 2002.
Ese golpe fue derrotado en menos de 48h gracias a la irrupción de las masas en escena, que pusieron de su lado a una parte del ejército. Fue un hecho inédito en la historia de América Latina: un golpe militar, organizado por la oligarquía capitalista y el imperialismo derrotado por las masas en las calles. Esto aumentó enormemente la confianza de las masas en sus propias fuerzas.
A través de una serie de golpes y contragolpes, y mediante la participación activa de las masas, la «revolución bolivariana», como se la había llegado a conocer, fue impulsada hacia la izquierda, en una dirección cada vez más anticapitalista. La experiencia de las masas en la derrota del paro patronal y el saboteo de la economía de diciembre de 2002 a febrero de 2003 condujo a un movimiento de ocupaciones de fábricas. Se desarrolló una relación dinámica entre Chávez y las masas: cada uno empujaba al otro a ir más lejos.
Mientras tanto, los campesinos ocupaban los grandes latifundios con el respaldo de Chávez. Y en todo el país, las masas se habían estado organizando desde el principio de su gobierno en decenas de organizaciones: comités de tierra urbana, sindicatos clasistas, radios y televisoras comunitarias, etc..
Lejos de restablecer la legitimidad de las instituciones burguesas, este proceso iba en la dirección contraria, aunque con muchas contradicciones: es decir, reforzaba la participación directa de las masas en la vida política y económica del país. Chávez llegó a plantear la necesidad de «pulverizar el Estado burgués», aunque esto nunca llegó a ponerse en práctica. Esto fue lo que enfrentó a la Revolución venezolana con los llamados «gobiernos progresistas» de América Latina.
La situación en Brasil también tenía un carácter diferente. Aquí tuvimos la elección de Lula en 2002, a la cabeza del Partido de los Trabajadores, una organización que había sido creada como expresión política de la clase obrera en los días revolucionarios de la lucha contra la dictadura. Su elección reflejaba el deseo de cambio fundamental de las masas trabajadoras, los campesinos sin tierra y los pobres urbanos y rurales en general. Pero para entonces, Lula y la dirección del PT ya habían abandonado su pretensión original de defender la independencia de clase. Habían moderado sustancialmente su programa y estaban dispuestos a trabajar dentro del sistema. Desde el principio, su gobierno fue de unidad nacional y colaboración de clases.
El fin de los altos precios de las materias primas
Pero a pesar de las diferencias, todos estos gobiernos se beneficiaron de un factor común: un ciclo relativamente largo de altos precios de las materias primas, que duró la mayor parte de una década, y que terminó con el desplome de las materias primas a partir de 2014. Se pueden elaborar gráficos para el precio del petróleo , el gas natural, el zinc, el cobre, la soja , etc., que son las principales materias primas de exportación de los países sudamericanos, y todos muestran la misma imagen: un fuerte aumento del precio a partir de 2004-05, una caída en 2007-08 y, a continuación, una fuerte recuperación que duró hasta 2014-15.
Precio del petróleoPrecio de la sojaPrecio del cobre
Lo que algunos economistas burgueses describieron como «superciclo de las materias primas» fue impulsado en gran medida por la entrada de China en el mercado mundial, el desarrollo de su industria y, con ella, un apetito insaciable de materias primas y fuentes de energía. El último repunte tras la crisis mundial de 2007 se debió a las fuertes medidas keynesianas de gasto público adoptadas por China tras dicha crisis, que tuvieron un fuerte impacto en Sudamérica. En 2009, China se convirtió en el principal socio comercial de toda la región, desplazando a Estados Unidos.
Este ciclo de altos precios de las materias primas fue la base de la estabilidad de todos estos gobiernos «progresistas». Les dio cierto margen de maniobra para llevar a cabo ciertas reformas sociales sin cuestionar los límites del capitalismo. El aumento del nivel de vida y de los salarios les permitió mantener su popularidad estando en el poder.
Con la excepción de Venezuela, donde se hicieron incursiones en contra el derecho de propiedad privada capitalista, todos estos gobiernos se mantuvieron dentro de los límites del sistema. Aunque algunos de ellos hablaban de socialismo, en realidad se referían como mucho a la socialdemocracia, o más bien a tratar de suavizar las aristas más afiladas del capitalismo, preservando intactos sus cimientos. El único que se declaró abiertamente en contra del capitalismo fue Hugo Chávez. Pero incluso en Venezuela, el proceso nunca se completó, un hecho del que el propio Chávez se quejó amargamente justo antes de su muerte.
Ninguno de estos gobiernos cambió fundamentalmente el carácter de la acumulación de capital en la región, basada en la exportación de productos agrícolas, el saqueo de los recursos minerales y las fuentes de energía, y la explotación de mano de obra barata bajo la aplastante dominación del mercado mundial.
Entonces, como ahora, se insistía mucho en la idea de una «lucha contra el neoliberalismo», como si fuera posible gestionar el capitalismo de forma que beneficiara también a la masa de trabajadores y campesinos y no sólo a las acaudaladas élites capitalistas y a las multinacionales imperialistas. A medio y largo plazo, se demostró que eso era imposible. Pero durante un tiempo pareció funcionar.
Se propusieron todo tipo de ideas confusas, como la del «socialismo del siglo XXI«, o la del vicepresidente boliviano García Linera del «capitalismo andino-amazónico» como etapa necesaria de desarrollo antes de plantearse la tarea del socialismo. La primera, en boca de Dieterich era un galimatías confuso que combinaba idea de los socialistas utópicos con el reformismo más burdo, la segunda era simplemente un vulgar refrito de la teoría menchevique-estalinista de las dos etapas.
Todas estas ilusiones se vinieron abajo después de 2014, cuando la economía china se desaceleró bruscamente, poniendo fin al superciclo de las materias primas. Como la noche sigue al día, se demostró en la práctica la bancarrota de la idea de que el capitalismo (o el «neoliberalismo») puede ser domesticado, y todos estos gobiernos sufrieron derrotas electorales, fueron sustituidos de una forma u otra o cambiaron bruscamente de rumbo.
En noviembre de 2015, el derechista Macri ganó las elecciones en Argentina. En diciembre de 2015, el PSUV de Maduro fue derrotado en las elecciones a la Asamblea Nacional. En Bolivia, Evo Morales perdió el referéndum constitucional en febrero de 2016. En Ecuador, Lenín Moreno, candidato presidencial de Correa, tuvo que ir a una segunda vuelta de las elecciones presidenciales en 2017, y poco después rompió con su mentor y se alineó abiertamente con el imperialismo y la clase dominante. En Brasil, la candidata del PT Dilma Rousseff, que ganó por muy poco en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales de 2014 con una campaña escorada a la izquierda, fue destituida en 2016, ya con una popularidad en niveles mínimos, en un proceso de juicio político iniciado por su propio vicepresidente burgués, Temer.
En Venezuela, formalmente, el PSUV se mantuvo en el poder, con Maduro sustituyendo a Chávez tras su muerte en 2013. La revolución bolivariana fue capaz de resistir varios intentos de la contrarrevolución respaldada por el imperialismo para derrocarla. La revolución había llegado muy lejos, tanto en términos de la conciencia de las masas como en relación a las conquistas materiales que habían logrado. Sin embargo, incluso aquí, tras la derrota electoral de diciembre de 2015 hubo un claro proceso de giro a la derecha. La burocracia se atrincheró en el poder; las masas fueron empujadas a fuera; y de manera lenta pero segura, se revirtieron las conquistas de la revolución. Se destruyó el control obrero. La tierra que había sido expropiada bajo Chávez y entregada a los campesinos fue devuelta a los terratenientes (antiguos y nuevos). Las empresas nacionalizadas fueron privatizadas. Todo el énfasis se puso en hacer las paces con la clase dominante, manteniendo al PSUV en el poder.
En 2018, el gobierno de Maduro introdujo un paquete monetarista de medidas económicas antiobreras, que hizo recaer sobre los trabajadores el peso de la crisis económica. Se destruyó la contratación colectiva y, con ella, los derechos y condiciones adquiridos por los trabajadores. Activistas sindicales y obreros que se organizaron para resistir estas medidas fueron encarcelados. Quedó muy poco del espíritu revolucionario del chavismo, y la mayor parte de lo que queda existe en resistencia al gobierno de Maduro.
El anuncio prematuro de la «muerte de la izquierda”
Esto llevó a muchos a caer en un profundo pesimismo, argumentando que las masas en América Latina habían «girado a la derecha», y declararon que había comenzado una nueva «ola conservadora», que estaba destinada a durar años. Algunos llegaron a afirmar que el fascismo había llegado al poder en Brasil con la elección de Bolsonaro.
En marzo de 2016, el político mexicano Jorge Castañeda (que pasó de miembro del Partido Comunista a ministro en el reaccionario gobierno de Vicente Fox Quesada) publicó una columna en The New York Times bajo el título «La muerte de la izquierda latinoamericana». Basándose en las derrotas electorales del kirchnerismo en Argentina y del PSUV en Venezuela, Castañeda decretaba la «muerte» -atención a esto: no el declive, ni el retroceso, sino la muerte- ¡de la izquierda latinoamericana!
Nada más lejos de la realidad. Lo que experimentamos no fue un aumento significativo del apoyo a los partidos políticos de derechas, sino lo que puede describirse más precisamente como un colapso del apoyo a los gobiernos «progresistas» que habían estado en el poder y que ahora se enfrentaban a la gestión de la crisis del capitalismo. De hecho, estos acontecimientos fueron el resultado de la incapacidad de las políticas del «antineoliberalismo» para resolver los problemas fundamentales a los que se enfrentan las masas de estos países.
Esto provocó confusión y desmoralización en una parte de las masas. Pero las condiciones materiales concretas las empujaron de nuevo a la acción. Los nuevos gobiernos de derecha electos fueron incapaces de llevar a cabo sus políticas por completo, y se enfrentaron a la oposición de masas desde el principio. Este fue el caso de Macri, Bolsonaro, Lenín Moreno, etc.
Quizás el caso más claro sea el del Gobierno de Macri en Argentina. Cuando intentó aplicar el ataque a las pensiones en diciembre de 2017, se encontró con una enorme ola de protestas y enfrentamientos que le hicieron abandonar la idea de aplicar la contrarreforma laboral. El gobierno de Macri enfrentó cinco huelgas generales y, de no haber sido por las elecciones de octubre de 2019, es posible que hubiera terminado siendo derrocado por un levantamiento revolucionario.
En el contexto de la crisis capitalista, los gobiernos abiertamente derechistas y proimperialistas que sustituyeron a los gobiernos «progresistas» fueron incapaces de cosechar legitimidad alguna. Al contrario, su llegada al poder preparó el camino para otra oleada de movimientos insurreccionales en todo el continente.
A partir de 2019, lo que vimos no fue una «ola conservadora», sino insurrecciones masivas en un país tras otro. En Haití, hubo un movimiento revolucionario de masas que duró varios meses. En Puerto Rico, en julio de 2019, vimos protestas masivas que paralizaron la isla y forzaron la renuncia del gobernador. En Ecuador, en noviembre de 2019, hubo una insurrección masiva contra el gobierno de Lenín Moreno que realmente planteó la cuestión del poder, ya que el gobierno se vio obligado a huir de la capital, Quito. En Chile, entre octubre y diciembre de ese mismo año, asistimos a un prolongado movimiento que puso en entredicho todo el entramado político del país, establecido al final de la dictadura de Pinochet 30 años antes.
En todos estos movimientos, en un grado u otro, se planteó la cuestión del poder. Las masas obreras y campesinas, con la juventud revolucionaria al frente, no se limitaron a marchar de A a B para oponerse a tal o cual política. Hablamos de manifestaciones de masas, enfrentamientos con la policía que dejaron decenas de muertos, el país paralizado por huelgas y bloqueos, la organización de la autodefensa, todo ello condujo a una situación en la que la principal consigna de los movimientos se convirtió en el derrocamiento del gobierno existente.
Lo que faltó en todos y cada uno de los casos -lo vemos con particular claridad en Ecuador y Chile, donde las cosas fueron más lejos- fue una dirección revolucionaria plenamente consciente de lo que se requería: desarrollar las organizaciones embrionarias del poder obrero que entonces surgían más o menos espontáneamente (comités de huelga, cabildos abiertos, asambleas populares, guardias indígenas y populares, la Primera Línea) en una estructura nacional compuesta por delegados elegidos y revocables en cualquier momento, y que esta ‘asamblea nacional del pueblo trabajador’ tomara el poder.
Como faltaba este factor crucial -lo que los marxistas describimos como el «factor subjetivo», la dirección revolucionaria-, la clase dominante pudo derrotar a los movimientos. Lo hizo, no aplastándolos por la fuerza, aunque hubo una represión brutal como ya se ha mencionado, sino más bien por medios parlamentarios burgueses. Este fue el caso de Chile, donde el estallido fue desviado hacia el cauce parlamentario inocuo de una Convención Constituyente convocada por las estructuras existentes del Estado capitalista. Una vez que las masas salieron de las calles, la clase dominante pasó a la contraofensiva.
En Colombia, la falta de una dirección nacional clara para el paro nacionalde 2021 hizo que el movimiento se disipara, tras semanas de lucha, y finalmente las masas buscaron una solución en la arena electoral, a través de la elección de Gustavo Petro en junio de 2022. En Ecuador, la elección del banquero Lasso como presidente en 2021, por el más estrecho de los márgenes y sólo debido a la división de las fuerzas que contaban con el apoyo de obreros y campesinos, sentó las bases para un nuevo paro nacional en junio de 2022. Nada se ha resuelto.
En Bolivia, el derrocamiento del gobierno de Evo Morales en 2019 duró poco. La heroica resistencia de las masas no permitió a la oligarquía reaccionaria establecerse firmemente en el poder. En menos de un año, nuevas elecciones habían llevado a Arce, del MAS, a la presidencia.
El carácter de la nueva «ola progresista”
Lo que se está describiendo como la «nueva ola progresista» en América Latina es el resultado de esta situación. Se trata de gobiernos variados, cada uno con sus propias características.
Boric, en Chile, es quizás el más derechista de todos ellos. Partiendo de la posición de la «izquierda» posmodernista, obsesionada por las cuestiones de identidad frente a las de clase, y por los símbolos más que por las condiciones materiales, Boric se ha desplazado muy rápidamente hacia la derecha. Un gobierno que prometió la autodeterminación del pueblo mapuche, ha acabado militarizando el Wallmapu y encarcelando a los dirigentes de las organizaciones mapuches radicales.
Un gobierno que llegó al poder prometiendo una profunda reforma de la odiada policía de carabineros, ha acabado aprobando una ley que consagra su impunidad cuando usan armas de fuego contra civiles. Desde el principio, Boric apoyó abiertamente los intereses generales del imperialismo estadounidense en la región y a escala internacional (atacando a Venezuela en particular).
En Argentina, tenemos un gobierno que es una coalición inestable entre dos alas del histórico movimiento peronista. Alberto Fernández representa un ala que mira más hacia la clase dominante, mientras que Cristina Fernández representa al kirchnerismo, que pretende ser una corriente «nacional popular», y tiene raíces más profundas entre la clase trabajadora y los pobres. Pero al final, enfrentado a una profunda crisis económica, la fuga de capitales, una elevada inflación y la amenaza de un impago de la deuda, este gobierno en su conjunto (los de Alberto y los de Cristina) ha aceptado un acuerdo con el FMI que lo ata a una política de ajuste fiscal (es decir, hacer que los trabajadores carguen con el peso de la crisis capitalista). A pesar de las protestas y los gestos demagógicos, los kirchneristas son corresponsables de esta política antiobrera. Al final lo que prevalece es la salvación del régimen burgués y su “gobernabilidad”.
El gobierno de Lula en Brasil comienza donde terminó el de Dilma en términos de su giro a la derecha. Se trata, de nuevo, de un gobierno de colaboración de clases y unidad nacional. La elección del compañero de fórmula no fue casual: Alckmin es uno de los principales representantes políticos de la clase dominante. El mensaje era claro y lo repitió Lula hasta la saciedad en la campaña: somos los mejores gestores de los intereses de la clase dominante. Al llegar al poder, Lula ha hecho todo tipo de acuerdos con partidos burgueses en el Congreso y el Senado, y su propio Gabinete incluye incluso a bolsonaristas.
México
López Obrador, elegido en 2018 en México, ofrece un ejemplo muy claro de las ideas dominantes detrás de estos gobiernos. AMLO, como se le conoce, ha argumentado que los problemas a los que se enfrenta México se deben solamente a la corrupción, la burocracia y la mala gestión, y ha arremetido contra el neoliberalismo, abogando por el desarrollo del capitalismo nacional. Desde que llegó al poder, ha aplicado sistemáticamente su programa, que se mantiene dentro de los límites del capitalismo, recortando los salarios de los altos funcionarios, luchando contra la evasión fiscal y, en general, intentando aplicar un enfoque más frugal a la burocracia estatal.
A primera vista, si lo miramos de manera superficial, su programa parece funcionar: Ha puesto en marcha una amplia gama de programas sociales dirigidos a las capas más pobres de la sociedad, además de emprender una serie de proyectos de infraestructuras de gran envergadura. Pero, en realidad, su gobierno se ha beneficiado de una combinación particular de factores económicos que realmente no pueden durar: los altos precios del petróleo; la inversión extranjera de empresas estadounidenses que traen de vuelta parte de su producción de China a raíz del choque del COVID-19 en la cadena de suministros; y, como resultado de esto, un peso fuerte.
A diferencia de los países de Sudamérica, más vinculados a la economía china, México está muy dominado por su poderoso vecino del norte. En cuanto empiece la recesión en Estados Unidos, la economía mexicana se verá duramente afectada, y el intento de aplicar reformas limitadas y un programa de desarrollo nacional dentro de los límites del capitalismo se mostrará como lo que es: una quimera.
También en el caso de México, el gobierno de López Obrador ha trabajado para restablecer la legitimidad de las instituciones burguesas empañadas por décadas de gobiernos corruptos, fraude electoral y represión estatal.
Perú
Merece la pena estudiar en detalle el caso de Perú. Aquí la elección de Pedro Castillo en junio de 2021, como candidato de Perú Libre, fue un punto de inflexión importante. Representaba la aspiración de las masas a romper con el pasado, con el legado de la dictadura de Fujimori, sus políticas ultraliberales y 20 años en los que todos los presidentes electos las habían traicionado.
Aunque Perú Libre se autodenomina marxista, leninista y mariateguista, su política es en realidad un refrito de la vieja política de las dos etapas del estalinismo. El programa del partido habla de una «economía popular con mercados», en la que se frene el poder de las multinacionales y se fomenten las «empresas productivas». El propio Castillo, aunque no es miembro del partido, hizo campaña bajo el lema de «nunca más, pobres en un país rico», prometiendo renegociar los contratos con las multinacionales mineras (y si se negaban, expropiarlas), nacionalizar el gas y utilizar los beneficios para proporcionar educación, sanidad, vivienda y empleo para todos.
Este programa, limitado como era, chocaba frontalmente con los intereses de la oligarquía capitalista y los de las poderosas multinacionales mineras (de Canadá, EEUU, China y Gran Bretaña), respaldadas por el imperialismo. Desde el primer día de su presidencia, Castillo sufrió enormes presiones, fue objeto de una campaña de demonización por parte de los medios de comunicación capitalistas de Perú, altamente concentrados, y se enfrentó al constante sabotaje del Congreso, dominado por la oligarquía. Su respuesta fue hacer concesiones (destitución del ministro de Asuntos Exteriores, del primer ministro y del ministro de Trabajo) y aguar su programa (en relación con las multinacionales mineras y del gas).
Sin embargo, lejos de apaciguar a la clase dominante, sus concesiones fueron vistas como un signo de debilidad e invitaron a una mayor agresión, al tiempo que debilitaron su apoyo entre los trabajadores, los campesinos y los pobres. Finalmente, en diciembre de 2022, cuando apenas llevaba 16 meses en el poder, la oligarquía capitalista (con el visto bueno de la embajada estadounidense) dio un golpe de Estado y encarceló a Castillo.
La respuesta de las masas fue heroica y ejemplar. Durante dos meses, ocuparon las calles, organizaron huelgas masivas y marcharon sobre la capital, Lima, desafiando la brutal represión del régimen de Boluarte, que utilizó a la policía y al ejército contra manifestantes desarmados, matando a más de 60 (en sí, un recuento conservador).
La principal lección del gobierno de Castillo es que incluso un programa moderado y limitado de reformas pondrá a cualquiera que intente llevarlas a cabo (y Castillo se retractó de su propio programa desde el primer día) en rumbo de colisión con la clase dominante y el imperialismo. Estos no dudarán en utilizar todos los medios a su disposición (los medios de comunicación, las redes sociales, la opinión pública burguesa, el poder judicial, el aparato estatal y, en última instancia, la policía y el ejército) para socavar dicho gobierno y, finalmente, si es necesario, derrocarlo. A pesar de su moderación, Petro también se enfrenta en Colombia precisamente a una campaña de este tipo.
La actitud de la oligarquía capitalista y del imperialismo
La actitud de la clase dominante y del imperialismo hacia los gobiernos de estos países es mixta. Por un lado, los capitalistas quieren «estabilidad para hacer negocios» (es decir, para explotar a los obreros y campesinos). En la medida en que estos gobiernos son capaces de proporcionarla, adoptan un punto de vista pragmático y están dispuestos a tolerarlos aunque a veces sea a regañadientes.
Por otra parte, estos gobiernos han sido impulsados al poder, en uno u otro grado, por las aspiraciones de las masas de trabajadores y campesinos a una vida mejor. A pesar de sus programas moderados, la oligarquía capitalista dominante en América Latina, especialmente reaccionaria, no puede permitir que se cuestione su poder, su riqueza y sus privilegios, por muy limitados que sean (¡Dios nos libre de que se les pida que paguen impuestos! por ejemplo).
Políticos como Gustavo Petro en Colombia, por tanto, aunque no sean exactamente revolucionarios incontrolados, sino todo lo contrario, se enfrentan a una constante campaña de demonización en los medios de comunicación, y están siendo socavados mediante complots por parte de sectores del aparato estatal, y en algunos casos mediante intentos de movilizar a capas de la clase media contra ellos. Hemos asistido a acontecimientos similares en México.
Petro, López Obrador y otros son acusados de «castrochavistas», comunistas o cosas peores. ¡Ojalá lo fueran! En su discurso de victoria tras ganar las elecciones en Colombia, Gustavo Petro dijo abiertamente: «nosotros vamos a desarrollar el capitalismo en Colombia». Durante su campaña electoral, incluso firmó un documento jurídico vinculante por el que se comprometía a no llevar a cabo ninguna expropiación.
El problema es que en el período de decadencia senil del capitalismo, particularmente en los países que están bajo la dominación del imperialismo, es imposible llevar a cabo ningún tipo de desarrollo nacional, ni satisfacer las acuciantes necesidades de las masas en materia de vivienda, empleo, educación, sanidad y pensiones, sin hacer incursiones en la propiedad de los terratenientes, banqueros, capitalistas y multinacionales. Como se ha demostrado en Perú, incluso la exigencia de renegociar los contratos mineros para aumentar los impuestos y las regalías es un anatema para los vampiros chupasangres de las multinacionales mineras.
Si estos gobiernos son, durante un tiempo, demasiado fuertes para ser derrocados, los capitalistas están dispuestos a aceptar la situación y esperar su momento, mientras que al mismo tiempo utilizan todos los medios a su alcance para socavarlos. Una vez que estos gobiernos han sido desacreditados y ya no sirven para adormecer a las masas en la pasividad, entonces son descartados, por cualquier medio necesario.
Obviamente, detrás de la atrasada oligarquía local -una clase dirigente especialmente despreciable, impregnada de un asentado odio y miedo a las masas, combinado con un racismo profundamente arraigado- se encuentra el imperialismo estadounidense, que siempre ha considerado el continente como su patio trasero. Desde la proclamación de la doctrina Monroe en 1823 («América para los americanos»), Washington se ha abrogado el derecho a destituir y derrocar a los gobiernos que no sean de su agrado.
Como dijo una vez el criminal Henry Kissinger: «No veo por qué tenemos que quedarnos de brazos cruzados viendo cómo un país se vuelve comunista debido a la irresponsabilidad de su pueblo. Lo que está en juego es demasiado importantes como para dejar que los votantes chilenos decidan por sí mismos.» Esto resume la actitud real del imperialismo estadounidense hacia la democracia burguesa.
En relación a esto, es común en los círculos progresistas de América Latina hablar de «lawfare», es decir, la práctica de utilizar el poder judicial para socavar y destituir a los «gobiernos progresistas». Esto puede verse, por ejemplo, en la investigación Lava Jato en Brasil, una operación políticamente motivada para destruir al PT y desmoralizar a la clase trabajadora, utilizando la corrupción como un ariete conveniente.
La investigación rompió todas las reglas de la legalidad burguesa. No importaba. El objetivo principal fue alcanzado: Lula fue encarcelado y por lo tanto se le impidió presentarse a las elecciones, el PT fue completamente desacreditado y el juez Moro, responsable del caso, se convirtió en ministro del gobierno reaccionario de Bolsonaro. Métodos similares se habían utilizado en 2016 para provocar el impeachment de Dilma Rousseff, sucesora de Lula en la presidencia del país por el PT.
Ahora vemos un desarrollo similar en Argentina, donde el poder judicial ha tomado medidas para impedir que Cristina Kirchner se presente a las elecciones. El objetivo, una vez más, es claro: destituir a una figura política que, a pesar de su programa burgués, conserva vínculos con las masas y a veces utiliza un lenguaje demagógico contra el FMI, que puede llegar a ser peligroso, no tanto por Cristina en sí, sino por las masas que escuchan esos discursos. También se han utilizado procedimientos judiciales contra el ecuatoriano Rafael Correa y otros.
Pero, ¿puede calificarse esto de «lawfare» que implica un uso indebido del poder judicial? ¿Es realmente un fenómeno nuevo? Sólo se puede llegar a la primera conclusión si partimos de la base de que el poder judicial es un órgano independiente e imparcial. En realidad, no existe un «Estado de Derecho» que esté por encima y al margen de los intereses de la clase dominante. La justicia en una sociedad burguesa siempre ha sido una justicia de clase, en beneficio de los capitalistas.
Por supuesto, para que esta ficción funcione, en la mayoría de los casos se respetan las reglas. Pero la clase dominante nunca ha dudado en doblegar o romper sus propias reglas si era necesario para defender su riqueza y su propiedad. No hay nada nuevo en el «lawfare». Y el uso clasista abierto del poder judicial para defender los intereses de la podrida oligarquía capitalista debería utilizarse, no para exigir un sistema judicial genuinamente «justo», que no puede existir en una sociedad dividida en clases, sino más bien para desenmascarar el verdadero carácter del llamado «Estado de derecho» burgués.
La primera y la segunda «olas progresistas”
El carácter de estos gobiernos actuales -que en su conjunto son mucho más débiles, mansos y en general más reaccionarios en sus políticas que los de la «ola progresista» precedente- viene determinado por el hecho de que no pueden contar ni siquiera con el limitado margen de maniobra del que disfrutaron los de la primera ola en 2005-15.
La situación económica de América Latina es de grave crisis capitalista. La región fue la más afectada del mundo por la pandemia, tanto por el número de muertos como por el impacto socioeconómico. En los diez años hasta 2023, el PIB de la región ha crecido a una media del 0,8 por ciento, lo que si se tiene en cuenta el crecimiento demográfico significa un retroceso, más que un estancamiento. A modo de comparación, durante la ‘década perdida’ de los años 1980, el crecimiento medio fue del 2%.
Al comentar estas cifras, José Manuel Salazar-Xirinachs, responsable de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) de la ONU, dijo: «Esto es terrible, realmente encender todos los focos rojos».
En lugar de un «superciclo» de altos precios de las materias primas como el que disfrutó la anterior oleada de «gobiernos progresistas», ahora nos enfrentamos a un período de crisis capitalista mundial, agravada por la fuerte desaceleración de la economía china, el retroceso de la globalización, etc. Los países de América Latina, completamente integrados y dependientes del mercado mundial, sufrirán especialmente.
Esto no quiere decir que no pueda haber contracorrientes temporales. Actualmente hay una gran demanda de ciertos minerales relacionados con la transición a los vehículos eléctricos (litio); algunos países se han beneficiado de los altos precios de la energía impulsados en parte por la guerra en Ucrania y las sanciones a Rusia; México ha recibido inversiones de empresas estadounidenses que «relocalizan» su producción de China a zonas más cercanas. Todos estos factores son limitados en su impacto y limitados en el tiempo. La recesión mundial que se avecina provocará una fuerte contracción de la demanda de materias primas, minerales y fuentes de energía, de cuya exportación dependen las economías latinoamericanas.
Esta nueva «ola rosa» u «ola de gobiernos progresistas» -como quieran llamarlos- no será, desde luego, más fuerte que la primera. Todo lo contrario. Desde el principio, se enfrenta a una grave crisis del capitalismo y se verá obligada a aplicar medidas antiobreras. En algunos casos ya lo están haciendo. Las masas no permanecerán pasivas. Un gobierno elegido por las masas, y en el que éstas han depositado ilusiones de cambio, puede provocar, por supuesto, un cierto período de desilusión o desmoralización cuando lleva a cabo políticas favorables a la clase dominante. Pero tan inevitablemente como que la noche sigue al día, los obreros y campesinos se verán espoleados a la acción en un intento de defender sus condiciones de vida y revertir los ataques.
Debemos sacar las lecciones necesarias: incluso las tareas nacionales y democráticas de la revolución que están pendientes en diferentes grados en los distintos países latinoamericanos, sólo pueden realizarse plenamente mediante el derrocamiento del capitalismo y la toma del poder por parte de la clase obrera a la cabeza de todas las capas oprimidas de la sociedad. Dentro de los límites del capitalismo, ninguno de estos problemas puede resolverse. Esta conclusión, que puede extraerse en la práctica de la experiencia de las últimas décadas e incluso de los dos siglos transcurridos desde que las naciones latinoamericanas alcanzaron la independencia formal, es la misma que formuló Trotsky en su teoría de la revolución permanente.
Esta fue además la política de la Internacional Comunista en sus primeros años eninistas con respecto a América Latina. La misma política fue formulada por comunistas latinoamericanos como el peruano José Carlos Mariátegui y el cubano Julio Antonio Mella en la década de 1920 en polémica justamente contra aquellos que pretendían separar la lucha anti-imperialista de la revolución socialista (como el APRA de Haya de la Torre). Sólo la revolución socialista puede empezar a abordar los problemas de atraso, opresión nacional, reforma agraria, vivienda, empleo, educación y salud a los que se enfrentan decenas de millones de trabajadores y pobres en todo este rico continente. Esto significa la expropiación de la minúscula y podrida oligarquía capitalista de terratenientes, industriales y banqueros, atados por mil lazos a la dominación del imperialismo.
La perspectiva para América Latina, como para el mundo en su conjunto, es de agitación y tensión, de grandes batallas y convulsiones revolucionarias. Una y otra vez se planteará la cuestión del poder, la cuestión de quien gobierna, si la parasitaria oligarquía capitalista o el pueblo trabajador. La tarea más urgente para los revolucionarios de todo el continente es extraer las lecciones necesarias de los últimos 25 años a fin de prepararse para las batallas que se avecinan.
El capitalismo, en su época de decadencia senil, no puede gestionarse «mejor», ni de forma que beneficie a la masa de los trabajadores. La lucha no es contra el neoliberalismo, sino por el derrocamiento del sistema capitalista en su conjunto y la toma del poder por la clase obrera. Confiamos plenamente en la capacidad de la clase trabajadora para transformar la sociedad y tomar el futuro en sus manos. Necesitamos urgentemente construir la dirección revolucionaria necesaria para llevar la lucha a la victoria.
La JEP es un ente de “justicia transicional” creado como parte de los acuerdos de paz del 2016 entre las FARC-EP (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia – Ejército del Pueblo) y el Estado. Su meta declarada es desvelar todos los crímenes cometidos por los actores principales del conflicto armado colombiano en ambos bandos. Hasta ahora, se ha concentrado en los “falsos positivos” (el escandaloso caso de ejecuciones de civiles de parte del ejército para luego ser vestido y declarados como combatientes guerrilleros), reclutamiento infantil y los secuestros de las FARC al igual que la documentación del exterminio del Partido Comunista y su frente popular político, la Unión Patriótica. Sin embargo, el ente está abierto a cualquier otro actor del conflicto que esté dispuesto a dar nuevos estamentos que ayuden a descubrir nuevos detalles de los crímenes ocurridos durante el conflicto.
Uno de estos actores es de gran importancia: Salvatore Mancuso, el antiguo segundo al mando de la organización paramilitar conocida como las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC). A traves de su testimonio de cuatro días, Mancuso explicó en gran detalle como los paracos fueron directamente responsables por la ejecución y la tortura de líderes sindicales y militantes de izquierda a petición de la clase dominante colombiana, con antiguos presidentes y vice-presidentes involucrados directamente. El testimonio sombrío expone la podredumbre de la clase dominante y sus líderes políticos, pero también plantea la cuestión de quiénes son los verdaderos amos de las instituciones políticas del día de hoy.
Una pesadilla larga
La emergencia de fuerzas paramilitares (cuerpos armados de civiles extralegales fuera del ejército) no es nada nuevo dentro del conflicto armado. Incluso durante el periodo conocido como La Violencia, a través de los 40s y los 50s, hubo grupos como “Los Pájaros” que fueron usados por los conservadores para atacar a los simpatizantes radicales y liberales de Jorge Eliecer Gaitán al igual que a los líderes sindicales y comunistas. Sin embargo, el ejército retomó su posición de manera inmediata durante las primeras confrontaciones contra las nacientes FARC y el ELN (Ejército de Liberación Nacional). Durante un periodo, el conflicto armado en Colombia fue luchado entre el estado y las guerrillas.
El auge del narcotráfico durante los finales de los 70s y los 80s cambió esto. Los capos se alzaron rápidamente en la escala social y cuando las guerrillas empezaron a extorsionarlos, los carteles de Medellín y Cali empezaron a formar grupos armados para cazarlos. Esto se convirtió en un quid pro quo con el podrido aparato estatal. Durante estos años, los carteles y los políticos trabajaron codo con codo para erradicar a las guerrillas hasta que la campaña de “guerra contra el estado” de Pablo Escobar creó un vacío enorme de poder
Es aquí donde surgen los grupos paramilitares de hoy. En medio de confrontaciones entre los narcos, las guerrillas, el estado y la emergencia de movimientos masivos de izquierda populares como la UP (Unión Patriótica, un frente popular conformado por las FARC, el Partido Comunista Colombiano y otros partidos de izquierda), Colombia se encontraba en una encrucijada entre la reacción, la reforma y la revolución. Temiendo el movimiento creciente de masas que se reflejaba en la UP y el recientemente desmovilizado M-19 (una guerrilla nacionalista que firmó un acuerdo de paz en 1990), la violencia política reinició
Las pandillas armadas de los narcos empezaron a hacer el trabajo sucio del estado capitalista. Durante las elecciones de 1990, tres candidatos (Luis Carlos Galán de los liberales, Carlos Pizarro del M-19 y Bernardo Jaramillo de la UP) fueron asesinados. Esto creó la oportunidad para continuar la política de apertura económica: leyes ultra-liberales que habían iniciado durante el gobierno de Virgilio Barco continuadas por Carlos Gaviria, quién reemplazó a Luis Carlos Galán en la elección. En medio de esto, un embrión de los paramilitares se empezó a desarrollar pero todavía basándose sobre pequeños grupos armados.
La caída de Escobar cambiaría esto para siempre. Como se había mencionado previamente, el vacío creado por la muerte de Pablo Escobar creó oportunidades que fueron aprovechadas por los hermanos Castaño (Carlos y Fidel), que se separaron de los narcos y empezaron a fomentar relaciones con el aparato de seguridad estatal. De allí, siguió un período de reacción de diez años donde los Castaños atacaron a la población para tratar de borrar la memoria de alzamientos populares como el paro nacional de 1977 y el Bogotazo.
Una alianza impía
Es dentro de este periodo en el que se puede analizar las declaraciones de Mancuso. Las AUC se encargaron de muchos de los contratos que antes se habían acordado entre el Cartel de Medellín y el estado. Sus filas incrementaron rápidamente y recibieron inteligencia y armamento. Los paracos fueron omnipresentes en la vida diaria de la mayoría del territorio interior colombiano, incluyendo zonas económicas cruciales como Antioquia, el eje cafetero y los llanos orientales. Pero fue en la región caribe, al norte, donde se volvieron un “estado dentro del estado”. Departamentos como Sucre, Magdalena, Cesár y la Guajira se convirtieron en sus centros de poder.
Esto creó una paradoja: en la medida en que las élites económicas estaban dispuestas a reducir sus operaciones pero también querían deshacerse de “indeseables”. Clanes políticos locales en estos departamentos fueron los primeros en usar los servicios de los paramilitares pero como las declaraciones de Mancuso demostraron, las corporaciones más grandes del país (como Postobón) pagaron tributo para asegurar sus servicios en estas regiones. Actividades sindicales fueron tachadas de “subversión marxista” y activistas sindicales fueron perseguidos y asesinados. Habían pistas de esta cooperación en investigaciones contra Chiquita Banana (Antiguamente, la United Fruit Company culpable de la masacre de las bananeras) pero las declaraciones de Mancuso son las primeras en detallar públicamente los vínculos entre los paramilitares y estos “empresarios respetables” con su nombre.
Corporaciones capitalistas, nacionales y multinacionales, al igual que la oligarquía colombiana no tuvieron ningún reparo en usar a las brutales pandillas paramilitares para maximizar sus ganancias y destruir cualquier intentó de organización de los campesinos y obreros.
Se pueden listar varios detalles lúgubres. Mancuso, de manera calmada, detalló tácticas de represión, desde masacres (como la de El Aro y La Granja en Antioquia, bajo la gobernación de Álvaro Uribe), torturas, asesinatos y desapariciones. Mancuso explicó cómo estas masacres fueron ejecutadas a través de la colaboración directa con el ejército colombiano:
“Hubo preparación previa por más de un año antes de la operación. Me reuní con el General Manosalva (…) Hubo coordinación con las tropas en el terreno, coroneles, mayores, capitanes y hubo movimiento de tropas desde Urabá, Córdoba, la región antioqueña del sur del Cauca y todas estas tropas se movilizaron desde allí”
Él también ha detallado como el desplazamiento del campesinado llevó directamente a la toma de tierra de parte de los comandantes paramilitares y sus aliados para lucrarse, encima de los pagos lujosos de los empresarios para detener cualquier intento de sindicalización.
Mancuso también detalló sus lazos con el ex-presidente Álvaro Uribe Vélez, a través de su gobernación de Antioquia y luego durante la elección del 2002. Imagen: World Economic Forum, Flickr
Los paramilitares estaban en su auge. Sus lazos con el estado llegaron al mismo centro de la inteligencia militar colombiana (el defunto Departamento Administrativo de Seguridad) y muchos asesinatos políticos (como el de Jaime Garzón, un famoso periodista y satirista con simpatías de izquierda) fueron operaciones entre los paramilitares y el DAS, de acuerdo a Mancuso. De nuevo, esto se había insinuado en investigaciones anteriores y documentos desclasificados de parte de la CIA, pero en este caso tenemos confirmación de uno de los culpables.
Mancuso dió detalles abundantes. La cantidad de información es como un tsunami que ha inundado el status quo político colombiano de derecha. Esto prácticamente confirma que la clase dominante sacrificó generosamente la ficción del “estado de derecho” del que se enorgullecen públicamente para someter cualquier movilización de la clase obrera a través del terror abierto.
Por ejemplo, Mancuso detalló cómo los paramilitares tenían a los dos candidatos de la elección de 1998 (Andrés Pastra y Horacio Serpa) en su bolsillo. También detalló sus lazos con el ex-presidente Álvaro Uribe Vélez, a través de su gobernación de Antioquia y luego durante la elección del 2002. Por último, Mancuso apuntó a los lazos entre los medios de comunicación y la elite tradicional como la propuesta repugnante de crear un “bloque capital” para que Bogotá gozara del privilegio de la “seguridad” de las patrullas paramilitares
La justicia transicional
Muchos derechistas mencionan la existencia de Justicia y Paz, una unidad especial de la fiscalía creada durante la presidencia de Álvaro Uribe como prueba de la dudosa credibilidad de Mancuso. Ellos preguntan: ¿Por qué es que la información sale justo ahora? Esta duda fue repetida por el mismo Uribe y su lacayo leal, el ex-presidente Iván Duque. La implicación es que Mancuso está mintiendo para reducir su sentencia ya que tendría que continuarla en Colombia.
Tal vez la respuesta está en el movimiento cínico hecho por Uribe justo antes de la firma del acuerdo de paz con los paramilitares. Fue justo después del famoso discurso de Mancuso en el congreso colombiano. En ese momento, parecía que los comandantes paramilitares disfrutarían toda la riqueza acumulada a través del narcotráfico y la toma de tierras. Pero todos los comandantes fueron acusados por el gobierno de enriquecimiento ilícito y extraditados a los Estados Unidos en 2008. Mancuso fue uno de los primeros en caer, seguido por otros 12 y fue enviado prontamente a los EE.UU.
Esto fue durante la era de la “seguridad democrática” de Uribe, en la cual él necesitaba mostrar mano firme y evitar que alguien lo delatara. Otros comandantes (como Carlos Castaño) que no firmaron el acuerdo de paz con los paramilitares fueron asesinados y un nuevo conjunto de grupos emergieron, muchos de los cuales convergieron en el actual “Clan del Golfo”.
El secreto a voces: el imperialismo estadounidense
Una omisión flagrante del testimonio de Mancuso es el papel de los Estados Unidos. Ya que está en prisión en Estados Unidos, esperando su próxima extradición, está en su mejor interés mantenerse callado al respecto. Pero no podemos ignorar que a través de todo el periodo en el que el estado Colombiano y las fuerzas de seguridad paramilitares establecieron vínculos de colaboración de los cuales las multinacionales estadounidenses se beneficiaron, Washington apoyó por completo al gobierno colombiano con la excusa de la guerra contra las drogas.
Colombia fue tal vez el aliado más fiable del imperialismo Estadounidense en la región y fue visto como un bastión contra la revolución socialista en Latinoamérica. El infame “Plan Colombia” de ayuda militar Estadounidense llegó a más de $10 billones de dólares a través de un periodo de 10 años, convirtiendo al país suramericano en uno de los mayores recipientes de ayuda militar estadounidenses en el mundo. Colombia estaba rebosante de instructores militares estadounidenses y agentes de la CIA. Nada de lo que Mancuso relató a la Jurisdicción Especial para la Paz ocurrió sin el conocimiento directo de Washington.
De hecho, uno de los puntos que Mancuso sí mencionó fue la cuestión de la oposición reaccionaria en Venezuela. Él explicó como se le pidió ayudar a llevar a cabo un golpe en contra del presidente Venezolano Hugo Chavez, planeando su asesinato, incluso:
“En algún momento vino un general venezolano acompañado de su hijo y unos políticos venezolanos a proponernos a Carlos Castaño y a mí. (…) hasta Tierra Alta, Córdoba, a proponernos que diéramos un golpe de Estado entre una parte de las Fuerzas Militares venezolanas aliados con nosotros para derrocar y asesinar a Hugo Chávez”
Mancuso explicó como se le pidió ayudar a llevar a cabo un golpe en contra del presidente Venezolano Hugo Chavez, planeando su asesinato / Imagen: Victor Soares ABr, Wikimedia Commons
Un testimonio convincente. ¿Ahora qué?
El testimonio de Mancuso estuvo lleno de secretos a voces. Muchos periodistas habían expuesto algunos de estos vínculos (Referirse a “El Clan de los Doce Apóstoles” de Olga Behar y “Chuzadas” de Julián Martínez) y el caso iniciado por activistas sindicales en contra de Chiquita Banana dió luces al papel de las autodefensas en la represión política.
Pero ahora Mancuso está confirmando todos estos reportes al pie de la letra. Se puede ver un lazo claro entre el establishment y su cinismo. Mancuso ha descrito minuciosamente los lazos cercanos entre latifundistas, capitalistas, banqueros, dueños de los medios y representantes políticos de la clase dominante con los paramilitares, los que estaban involucrados directamente con el narcotráfico a gran escala. ¿Cuál fue la meta de esta colaboración? Asegurarse de que la clase capitalista se mantuviera en el poder y remover cualquier obstáculo a su codicia desposada por ganancias, ya sea en la forma de las guerrillas o partidos de izquierda, sindicatos u organizaciones comunitarias y campesinas.
Como marxistas, tenemos que decir las cosas como son. La tarea del momento no es “fortalecer las instituciones democráticas”, como muchos dentro de la izquierda han sugerido. Las declaraciones de Mancuso le sonarán familiares a cualquiera que haya visto cómo las clases dominantes del mundo han reaccionado cuando necesitaban mantenerse en el poder y repeler a la clase obrera en movimiento. Cuando las instituciones fallan, el “estado de derecho” es fútil en contra de los intereses de la clase dominante y la oligarquía destruirá felizmente los atavíos de la democracia liberal para preservar su riqueza y su control de la sociedad.
Nada de fé en el estado
Marx y Engels notaron que, en última instancia, el estado son los cuerpos armados en defensa de la propiedad privada. En este caso, los cuerpos armados legales fueron suplementados por la acción de cuerpos armados paralegales para llevar a cabo esa misma función: garantizar el dominio del capital.
Un punto de vista ingenuo “progresista” podría ver a las fuerzas armadas como una institución que necesita ser salvada de la corrupción, lo que únicamente añadiría combustible al descontento mientras que la clase dominante retoma forzosamente el control de su arma más poderosa para mantener a las masas bajo control. Este es el caso para los liberales tratando de fortalecer a las instituciones, tratando de legitimar al estado burgués con afirmaciones de que el problema no es su función (la defensa de la propiedad privada) sino la mala fe de aquellos que las operan. En ambos casos, los reformistas están diciéndole a la clase obrera que le de toda su fuerza a preservar y defender el estado burgués.
Como marxistas, tenemos que presentar la perspectiva de ponerle fin al estado burgués en vez de intentar capturarlo para nuestro propio uso. Para lograr esto y responder a la amenaza de los paracos, la clase obrera tiene que depender solamente de su propia fuerza y construir cuerpos de defensa, similares a la primera línea que defiendo a los manifestantes durante el paro nacional del 2021 y a la guardia indígena que vimos en Ecuador.
Los cuerpos armados paramilitares como las AUC de Mancuso no son nada más que ejércitos privados que asumen la tarea de defender a la oligarquía y a la propiedad privada para suplementar el papel del ejército. Imagen: Pipeafcr, Wikimedia Commons
Lo que estás revelaciones señalan es la necesidad de reconstruir el poder independiente de la clase obrera y que cualquier cambio a la realidad material colombiana depende de la posibilidad de destruir este decrépito estado capitalista. Esto es lo que muchos esperaban con el ascenso al poder de Gustavo Petro. Pero este espejismo del reformismo se desvanece cada día. Aunque Colombia no ha descendido a una crisis todavía, el potencial de agitación social continua, lo que otra vez plantea la cuestión de “justicia y orden” del paramilitarismo. No hay que ver más allá de los intentos de movilización de los oficiales militares retirados y los elogios a las políticas de “mano dura” en muchos de los medios masivos de comunicación y sus canales de redes sociales.
Los cuerpos armados paramilitares como las AUC de Mancuso no son nada más que ejércitos privados que asumen la tarea de defender a la oligarquía y a la propiedad privada para suplementar el papel del ejército. No son una consecuencia indeseada de las instituciones democráticas. Muchos de los paramilitares, de hecho, son ex-soldados y los oficiales militares activos se apoyan en ellos para implementar medidas de terror más severas
Esto demuestra cómo la burguesía colombiana está atada por miles de hilos a los latifundistas, que no renunciaran a su monopolio sobre la tenencia de la tierra sin una lucha hasta el final. Solo puede ser la clase obrera, a la cabeza de todas las capas oprimidas, usando su propia fuerza como la clase que produce todo en la sociedad para organizar huelgas y organizar demostraciones masivas, la que pueda emprender esta tarea de manera determinada.
Colombia se encuentra otra vez en una encrucijada entre la reacción, reforma o revolución. La última vez que nos encontramos en semejante periodo, la reacción paralizó a la izquierda y la retrasó por décadas. Sin embargo, a día de hoy hay gran interés en las ideas de la izquierda. Debemos tomar ventaja de la oportunidad para acumular las fuerzas del marxismo en este país. Una Colombia socialista sería el rechazo definitivo a los latifundistas y narcotraficantes que se enriquecieron con la miseria y la tortura del campesinado y los obreros por más de 50 años.
La única manera de honrar su memoria es derrocando a sus asesinos y torturadores de una vez por todas y echando nuestra mano a la tarea de construir una Federación Socialista de los Estados Americanos.
Con el 50,48% de los votos, Gustavo Petro y Francia Márquez han ganado la contienda electoral contra el demagogo derechista Rodolfo Hernandez. El valor histórico de la victoria de Petro, Márquez y el Pacto Histórico no se puede menospreciar. Gustavo Petro se convierte en el primer presidente de izquierda en la historia de Colombia. Su presidencia representa un punto de inflexión en la lucha de clases de un país en el que la oligarquía capitalista colombiana ha jugado el papel del verdugo con impunidad.
En un país en el cual todos los candidatos que se han opuesto a la oligarquía de manera directa han sido asesinados (Jorge Eliécer Gaitán, Jaime Pardo Leal, Bernardo Jaramillo, Carlos Pizarro) y en el cual la formación de un partido de izquierdas ha sido confrontada con el asesinato masivo de sus militantes (como el caso de la Unión Patriótica, a quienes el gobierno les asesino 5733 miembros a través de 8 años), la victoria de un partido de masas que se considera de izquierda es un evento sin precedentes, que refleja que tan profunda es la crisis del capitalismo colombiano e internacional.
La victoria de Petro es una derrota del uribismo y tendrá el efecto de reforzar la confianza de las masas en sus propias fuerzas. Eso es lo que teme la clase dominante, que la presidencia de Petro abra aún más las compuertas de la lucha por mejores condiciones de vida y que la esta se convierta en un torrente desbocado que no puedan controlar.
Lecciones del 2018:
El tercer intento de Petro de ganar la presidencia reflejó una corrección a las falencias que definieron su campaña de segunda vuelta en el 2018. Por ejemplo, el cambio de enfoque hacia la movilización de las masas (a través de esfuerzos masivos para transportar a votantes abstencionistas, crear comités de testigos electorales, etc.) son eventos nuevos que le enseñaran a toda una capa de obreros, jóvenes y campesinos que no pueden contar solo con las ventajas de la democracia burguesa para ganar, sino que solo pueden contar con sus propias fuerzas.
Comparación de los resultados entre 2022 (Izquierda) y 2018 (derecha). Violeta: Petro, Amarillo: Rodolfo, Azul: Duque
Petro redobló sus esfuerzos en las regiones en donde perdió en 2018, como la Costa Atlántica y la Amazonía. Sin embargo hay que decir que la manera en que logró esto no fue solo con más eventos multitudinarios en todas las regiones, sino también dependiendo de los “caciques” (dirigentes tradicionales vinculados a la política tradicional) de cada departamento para movilizar votos. Alianzas con personajes como Zulema Jattin y William Montes, coordinadas por figuras como Roy Barreras, Armando Benedetti y Alfonso Prada (provenientes del Santismo) son demostraciones del lado débil del Petrismo.
En comparación, Hernandez obtuvo 10,5 millones, prácticamente todos los suyos más los de Federico “Fico” Gutierrez, que sumaban 11 millones. Por lo tanto la diferencia entre los 8.5 millones de Petro en la primera vuelta y los 11,2 que sacó ahora, provienen principalmente del aumento de la participación, que pasó del 55% al 58%. Esto indica las tácticas del Pacto Histórico a través de esta segunda vuelta, en donde se concentraron en buscar a aquellos que se abstuvieron de votar en la primera vuelta, en vez de mitigar el programa político que se había pactado desde la primera vuelta. Sin embargo, todavía hay que notar que el programa político del Pacto Histórico en el 2022 es un resultado de las moderaciones y mitigaciones que Petro había tomado en la segunda vuelta del 2018.
Una victoria histórica
Esta victoria simplemente no sería posible sin el paro nacional del 2021. Durante esos tres meses, el Uribismo estuvo en jaque y la clase dominante reconoció a las primeras líneas como el augurio de su caída. Lo único que salvó al gobierno de Iván Duque fue el papel de las centrales sindicales, quienes desmovilizaron a los obreros sindicalizados y sirvieron como frenos para el movimiento. Pero la advertencia hizo pensar al sector más inteligente de la burguesía. Este estado de ánimo se reflejó en las declaraciones de Alejandro Gaviria al Financial Times de Londres: “estamos durmiendo en la boca de un volcán. Hay mucha insatisfacción. Podría ser mejor tener una explosión controlada con Petro que contener el volcán. El país está demandando el cambio.”
El valor histórico de esta victoria también viene del hecho de que Petro ha ganado gracias a la formación de una coalición de todos los partidos de masa de izquierda en el país. Desde el Partido Comunista Colombiano hasta Colombia Humana, Petro ha formado una coalición de masas. Sin embargo, en la búsqueda de la presidencia, el Pacto Histórico le ha abierto la puerta al Santismo. Esta es la contradicción que define al Pacto Histórico. Un partido de masas cuyas bases quieren luchar por mejoras sustanciales en sus condiciones de vida y por deudas históricas (como la reforma agraria y una reforma al sistema de salud) pero cuyo liderazgo tiene vínculos con aquellos que se han ganado sus grandes fortunas a través de la acumulación de tierra y la privatización de la salud en los 90s.
Varios episodios a través de la formación del Pacto Histórico reflejan esta tensión, desde el escándalo de las listas cerradas hasta los “Petrovideos” (videos donde los dirigentes del Pacto Histórico discuten entre ellos como ganarse los votos de los ricos e incluso financiación de compañías como Supergiros). Incluso la elección de Francia Márquez como vicepresidenta demuestra la necesidad de Petro de ofrecerle a las bases más militantes por el cambio un lugar prominente en la coalición. Márquez ha sido clara desde el principio que ella no estaba dispuesta a ser solo una figura decorativa. De hecho, su tendencia a ser abierta con respecto a sus diferencias la puso en duda para la vicepresidencia y terminó ahuyentando a César Gaviria, el dirigente máximo del partido liberal.
Es bastante posible que Francia juegue un papel muy importante a la hora de librar la lucha dentro del Pacto Histórico contra aquellos que decidan que defender los intereses de los patrones es más importante que lograr las reformas que los han puesto en el poder en primer lugar. Pero será solo sobre la medida que las bases del Pacto Histórico respondan a la necesidad de romper con estos dirigentes e impongan medidas democráticas (como el principio de elección a los cargos de dirigencia y el derecho de revocación) dentro de la coalición
Los límites del Petrismo
Los cuatro años de la presidencia de Petro serán definidos por la crisis internacional del capitalismo y los estragos que esta ha causado en la economía colombiana. En un país en el cual la deuda externa es equivalente al 50% del Producto Interno Bruto, en donde la inflación ha convertido al peso colombiano en la moneda más devaluada del mundo y con el desempleo más alto en el continente (con un 10% de acuerdo a The Economist) es claro que el gobierno de Petro será puesto a prueba.
Para ser claros, el programa de Petro es claramente un programa reformista. Su consigna es la de un capitalismo más humano. Lo que ha propiciado a Petro el odio de la clase dominante ha sido el hecho de que ha propuesto reformas que en el contexto del atrasado capitalismo colombiano, dominado por el imperialismo, implican grandes pérdidas para los verdaderos dueños de la economía colombiana: el imperialismo estadounidense y sus títeres en la oligarquía capitalista. Por ejemplo, su propuesta de detener (“desde el primer día”) las exploraciones petroleras y mineras para iniciar una transición a fuentes verdes de energía es un ataque directo a las ganancias de una clase dominante cuya mayor exportación es el petróleo. Similarmente, su propuesta de una creación de sistema de pensiones públicas en un país en el cual el 90% de los trabajadores no alcanza a obtener suficientes pensiones para retirarse es una propuesta que ha atraído el interés de los obreros y los campesinos, pero los ataques de la oligarquía colombiana que usa el dinero de las pensiones para invertir y obtener beneficios personales a poco beneficio de sus supuestos beneficiarios.
Hay que decir que estas propuestas no son las propuestas de un comunista desbocado y listo para expropiar y nacionalizar todos los sectores de industria. Estas son propuestas que de hecho no empiezan a tocar las fuentes del poder de la oligarquía colombiana. Su propuesta para una reforma agraria empieza con la perspectiva de comprar las tierras improductivas de los latifundistas en caso de que no quiera usarlas y se rehúse a pagar los impuestos. (Programa del Pacto Histórico, pg. 19). Estas propuestas, en conjunto con su naturaleza conciliadora con la clase dominante, son las debilidades de un gobierno de Petro. No hay que ver más allá de su discurso de aceptación, en donde invita a la oposición a gobernar con él y declara “a aquellos que dijeron que íbamos a destruir la propiedad privada, les diría lo siguiente: Nosotros vamos a desarrollar el capitalismo colombiano. Tenemos que superar el feudalismo colombiano,” para ver la manifestación de ese lado.
Es importante para nosotros aclarar que el atraso colombiano no es el producto del “feudalismo”. En Colombia hay un mercado libre, esclavitud asalariada y propiedad privada de los medios de producción. Estás son las características del capitalismo. Pero el capitalismo colombiano es definido por el desarrollo desigual y combinado, en donde la oligarquía latifundista depende de la concentración de la tierra y el apoyo financiero del imperialismo estadounidense que la coloca en una posición de subordinación respecto a la economía mundial capitalista, al precio de que su economía es relegada a la exportación de materia prima, sin poder manufacturar o importar técnica. En otras palabras, el atraso de la economía colombiana está al beneficio del imperialismo estadounidense. La tarea de desarrollar la economía colombiana no requiere una perspectiva de etapas, donde solo se puede lograr el socialismo pasando por el desarrollo capitalista en cada país. Lo importante es entender que la economía mundial es capitalista y que por consiguiente ha creado la necesidad de luchar por el socialismo en cada país. El “capitalismo democrático y productivo”del que habló Petro ni existe ni puede existir en Colombia en la época de la dominación imperialista.
El asedio de la clase dominante
La respuesta de la clase dominante a la victoria de Petro ha sido una de aceptación con condiciones implícitas. Tanto Alvaro Uribe Velez como Rodolfo Hernández han “aceptado” la victoria de Petro. Pero lo han hecho mientras que recuerdan a la gente que solo están dispuestos a aceptar un gobierno de Petro en la medida en la que “respete las instituciones”. Insisten en la necesidad de llegar a un “gran acuerdo nacional” (un lenguaje que también Petro ha adoptado) y de que gobierne no solo para los que le han votado sino también para los que le han adversado. En cambio, cuando alguien como Duque gana, él tiene el mandato para implementar su programa sin preocupaciones.
Trinos de Alvaro Uribe y Rodolfo Hernandez aceptando la victoria de Petro. Fuente: Twitter.
Hay que decir que lo que motiva esta aceptación es la necesidad de evitar otra explosión social en donde la burguesía colombiana sabe que no tiene suficiente apoyo popular para poder mantenerse en el poder en ese caso. Pero también debido a la estrategia a largo plazo de confiar en las instituciones democráticas burguesas para enrutar el movimiento detrás de Petro a los canales más seguros para así descolmillarlo.
El Pacto Histórico no solo tendrá que lidiar con la oposición de los elementos más conservadores del país, quienes todavía tienen una gran parte de las curules legislativas. También tendrán que enfrentarse al hecho de que, si bien tienen el número más alto de senadores y el segundo número más alto de representantes, todavía son una minoría en ambas cámaras. No solo esto, sino que la burguesía usará todos los medios a su alcance para sabotear cualquier medida progresista que se atreva a tomar el presidente democráticamente electo. Usará los medios de comunicación para librar una campaña de calumnias y difamación sin igual, recurrirá al sabotaje por parte del aparato de estado burgués, del sistema judicial, de las fuerzas armadas. Veremos la amenaza de huelga de inversiones y fuga de capital. La dirigencia del Pacto dirá que entonces que la tarea será moderar las reformas para poder pasarlas a través de acuerdos.
Nuestra respuesta a estas condiciones desfavorables tiene que ser la movilización en las calles para romper la resistencia de aquellos partidos que están dispuestos a usar su poder para frenar el cambio. No hay nada más democratico y poderoso que el pueblo trabajador en movimiento y es hora de demostrarlo.
La lucha continúa
La victoria de Petro representa un gran suspiro de tranquilidad para aquellos que temían una victoria de Rodolfo Hernández y la continuación de las políticas de austeridad y represión que definieron los cuatro años de Iván Duque. No solo esto, sino que la victoria de Petro representa las aspiraciones de millones de Colombianos que quieren ponerle fin al atraso. Su victoria es un evento histórico, y así se celebró justamente en la noche del domingo, pero solo es un primer paso. Será importante para los Marxistas seguir con cuidado las acciones del gobierno de Petro.
Petro se encuentra enfrente a una encrucijada: puede gobernar para las masas del pueblo trabajador que lo han aupado a la presidencia o gobernar para la oligarquía. En la medida en la que implemente reformas que mejoren la calidad de vida de las masas, se ganará el odio de los empresarios, los latifundios y el imperialismo estadounidense ya que la economía colombiana está tán atrasada que las ganancias no se pueden repartir sin quitarlas a la oligarquía. Si vacila u ofrece concesiones a la oligarquía en el nombre de la conciliación de clases, desanimará a su propia base y sentará los cimientos de su caída.
Dentro de la lógica del capitalismo, sólo hay una vía: mientras los medios de producción estén en las manos de la oligarquía, Petro no los va a poder controlar y por consiguiente, nunca podrá desarrollar la capacidad productiva del país, ya que el costo de inversión es demasiado grande para el patronal, que solo le interesa sus ganancias. No solo esto, pero todo gasto en la infraestructura social o en reformas significaría quitarle dineros a los imperialistas en Washington.
La única manera de avanzar es romper con la lógica del capitalismo. La juventud, el campesinado y la clase obrera colombiana sólo pueden confiar en sus propias fuerzas. Las mismas fuerzas que estremecieron a la clase dominante por tres meses en el 2021 y le pusieron fin a la reforma tributaria. Es urgente formar una alternativa revolucionaria que pueda llevar ese programa a la discusión que se va a abrir en las organizaciones de masas.
Cualquier paso adelante que dé el gobierno habrá que defenderlo en las calles ante la resistencia de la clase dominante. Cada vacilación o retroceso del gobierno habrá que resistirlo con la lucha de masas en las calles.
La tarea de los marxistas en estos siguientes cuatro años es clara: formar un vínculo con los sectores más avanzados de las masas que saldrán a las calles a organizarse. Ofrecer tácticas y estrategia en cada lucha que puedan ganarnos las reformas que esta presidencia promete, aumentar la confianza de la clase obrera en su propia fuerza y ganarse a los mejores elementos del movimiento obrero. Solo de esta manera podremos construir una verdadera alternativa revolucionaria que pueda convertir la lucha por las reformas en la lucha por el socialismo, para así ponerle fin a la oligarquía colombiana, una cabal de parásitos cuyo único interés es el enriquecimiento de sus arcas y la de sus amigos en Washington.
Los resultados electorales de la primera vuelta dejan un escenario que pintaba improbable antes de las votaciones, pero que estaba consolidándose. Por primera vez una coalición de izquierda logra una votación histórica (prácticamente el doble de la de 2018 en primera vuelta) y ganar la primera ronda. La dupla Petro-Márquez parecía marcar el tono. Pero el segundo lugar desajustó totalmente las expectativas con Rodolfo Hernández, exalcalde de Bucaramanga.
Rodolfo Hernández ha llegado a la segunda vuelta montando una ola de desencanto con el establecimiento. Las encuestas de la primera vuelta lo mostraban empatando con Petro y las encuestas que se han publicado en la segunda vuelta lo tienen ganando pero con márgenes de errores que invitan a la duda. Esta dinámica ha puesto en alerta roja a la militancia del Pacto Histórico, y con razón. La demagogia de Hernandez ha puesto en claro que el candidato tiene un “programa” populista de derechas y que no tiene soluciones para los problemas económicos y políticos del país.
La tarea de los marxistas dentro del Pacto Histórico será desenmascarar la verdadera naturaleza de su programa y exponer las diferencias entre el cambio que propone el Pacto Historico y el cambio que propone el otrora Alcalde de Bucaramanga. El mejor método para hacer esto es juzgar al candidato no por sus discursos, sino por sus acciones.
¿Quién es Rodolfo Hernandez?
Hernández, de 77 años, cuya vida ha sido enteramente desarrollada en Santander y específicamente Bucaramanga, saltó a la “fama” en 2019 cuando se viralizó un clip que mostraba un altercado con un concejal al que le propina un coscorrón. A partir de esta “pulla” empezó una mediatización nacional, que sin embargo no le era ajena. Durante su campaña a la alcaldía utilizó de manera intensiva grupos de Facebook y Whatsapp para “activar” su mensaje, haciendo valer mucho el adagio de que vale más el espectáculo que los argumentos.
Su plataforma es sencilla: El problema son los políticos y la corrupción, por tanto hay que ejercer el derecho popular para desenmascararlos y ponerlos en evidencia mientras se crea una “eficaz” administración de los recursos. Sobre todo, la campaña de Hernandez difunde el mensaje de que al ser un “hombre hecho a sí mismo” con recursos, entonces no necesitaba robar del erario. Este mensaje populista, de orden y administración es la clave de su popularidad. Hernández fue de los pocos actores políticos que no condenó enteramente al Paro Nacional a pesar de no pertenecer a la izquierda. Incluso justificó la “ira popular” y es en ese punto de quiebre que aparentemente nace su intención de lograr la presidencia. Cómo ha plasmado en todas sus entrevistas el mensaje es el mismo: “acabar con la robadera”.
Claro que para Hernandez es conveniente ignorar el hecho de que está imputado por un caso de corrupción y nepotismo en donde estaba dispuesto a ofrecerle un contrato de 30 años por 570.000 millones de pesos a un contratista elegido por su hijo (quién recibiría una coima de 1.5 millones de dólares, equivalente a 56.000 millones de pesos). Un caso con evidencia contundente de correos y audios demostrando la complicidad del candidato. No solo esto, su red de aliados incluye a personajes como el ex gobernador Mario Camacho Prada, condenado por corrupción en 2008 y a la familia de Bernabé Celis, ex-senador de Cambio Radical y ficha de Germán Vargas Lleras.
Igual de preocupante es “el programa” de Hernandez. Es bastante diciente que llegó a la segunda vuelta sin un programa y que ha pegado bandazos en varios puntos. Por ejemplo, su hilo anunciando su nuevo programa lo tiene como anti-fracking, pero en una entrevista grabada con La Silla Vacía dice que haría “fracking controlado” (?). Sin embargo, solo hay que remontarse a sus antecedentes y orígenes como empresario para saber de qué lado caerá. Después de todo, este es un hombre conocido por ufanarse de enriquecerse a través de las hipotecas de los edificios que construye, a modo de latifundista. La idea de este hombre a cargo de la reactivación del campo es risible.
A la postre, no se puede ignorar su historial de comentarios xenófobos y sexistas, desde su comentario con respecto a las mujeres venezolanas (como fábrica de chinitas pobres) hasta su desdén por las trabajadoras sexuales de Puerto Wilches. Estos comentarios reflejan su perspectiva como empresario codicioso y refleja exactamente a qué clase representa: una clase dominante que vive de la especulación y el trabajo de la clase obrera, mientras que se jacta de la miseria que el sistema que lo enriquece le causa a las personas del común.
El ascenso de Hernandez:
Imagen: WikiCommons
La aparición de un populista de derecha (por más que él mismo rechace la etiqueta) refleja la descomposición del sistema político colombiano. La “democracia más antigua de América Latina” agoniza ante los embates de la crisis económica y de la desigualdad. Una clase trabajadora cada día más depauperada, que ya no encuentra un canal de representación en la clase “tradicional” vuelca entonces sus esperanzas hacia algo que represente “cambio”.
Pero el “cambio” en un populista demagogo, que en sus pensamientos realmente no representa a la mayoría de la población, que ha dicho que el lugar de las mujeres era el hogar, que “admiraba” a Hitler (aunque luego aclaraba que se quería referir a Einstein), que muestra un comportamiento grosero y totalmente chabacano, es un “misterio” para la izquierda progresista y los elementos más “tradicionales” de los comentaristas de la prensa burguesa. Es aquí donde debemos apuntalar el análisis marxista, mostrando que este ascenso coincide con las condiciones materiales actuales del país. Si señalamos el salto cualitativo y cuantitativo de la lucha de clases con la desconfianza a las instituciones democráticas liberales, esto no quiere decir que este radicalismo mecánicamente se transmita hacia vertientes progresistas.
El llamado al orden, y sobre todo de acabar con la corrupción, pero desde un personaje totalmente identificable para gran parte de la población como el patrón, llena el vacío dejado por el caudillo uribista (que no hay que olvidar representó el mismo discurso en el ya lejano 2002). Todos los rasgos que lo hacen cuestionable, son perdonados ante la idea de “normalidad” que promete y de castigo al sistema.
Tampoco ayuda que la política de alianzas y adhesiones del Pacto Histórico ha incluido a personajes como Roy Barreras, Armando Benedetti, Zulema Jattin y Alfonso Prada (fichas antiguas del Santismo, con vínculos a la parapolítica en algunos casos) , enmarcadas en la idea de un “Frente Amplio”. Esto termina alentando el mensaje de Hernández (“todos los políticos son lo mismo” y “solo piensan en robar”), alienando a cierta capa de trabajadores y campesinos que podría haberse atraído al mensaje de Petro.
Con esto regresamos a la situación de hace dos semanas, y vemos nítidamente que la estrategia de Hernández consistió precisamente en eso. Movilizar en redes el mensaje de “los mismos” y sobre todo ensañandose con Gutiérrez, a quien incluso le acusó (sin mucha evidencia) sobre una vinculación a la corrupción en el derrumbe de un edificio en Medellín en la década del 90, mientras que fomentaba la idea de Petro como un “mal administrador”.
Cómo exponer al ingeniero
La situación para la segunda vuelta entonces es compleja para el Pacto Histórico, con las redes sociales de hecho reflejando un pesimismo bastante alto en algunos militantes. Pero la realidad es que la competencia será dura. Y es porque a pesar de su estrategia, Hernández está empezando a recolectar todos los apoyos del establecimiento que recuerda nítidamente la vieja relación en tiempos turbulentos entre los intereses de la burguesía con los personajes populistas, demagogos y bonapartistas.
La humillante procesión de videos, trinos y declaraciones a medios de los representantes de la derecha (desde el mismo Federico Gutiérrez luego de la elección, senadores del Centro Democrático como María Fernanda Cabal, y representantes de la oligarquía tradicional como Enrique Gómez y Enrique Peñalosa) endosando su apoyo a Hernández, a quien hasta hacía 3 semanas consideraban un “individuo folclórico”, refleja el hecho de que el status quo, antes de aceptar un cambio que amenace sus privilegios (aún el programa liberal del Pacto Histórico), cerrará filas y preferirá un verdadero salto al vacío con este personaje. La campaña de Hernández empieza a enfilarse con su mensaje simple y apelando a la emoción popular.
Sin embargo, este abrazo envenenado del status quo empieza a generar ya anticuerpos en elementos que habían apoyado al “ingeniero”. Personajes como el senador “JotaPe” Hernandez que abiertamente apoyó a Hernández en primera vuelta, ante esto declaró públicamente su rompimiento. Por tanto, para el Pacto Histórico solo le queda redoblar esfuerzos.
No se puede caer en la trampa de querer pintarse como la opción institucional. La falsa dicotomía de “cambio ordenado” con “suicidio” que Petro pinto en su discurso victorioso es ceder la iniciativa a Hernández que fácilmente podrá colocar el campo a su favor. Las propuestas del PH deben orientarse a la “Colombia Profunda” la misma que votó al “No” en el plebiscito, desconfía de cualquier cambio y sobretodo sufre la represión del paramilitarismo y gamonalismo producto del abandono estatal (como pudo verse con el paro armado del Clan del Golfo).
Es importante entender que el paso de Hernandez a la segunda vuelta no significa que todo el contingente detrás de él sea irredimible. Muchos de estos elementos son personas que están buscando una opción genuina de cambio y quieren hacerle daño a la clase dominante que vive en Bogotá y se ríe de ellos por su ignorancia percibida. Muchas de estas personas, si son expuestas de manera paciente y consistente a un análisis marxista del candidato imputado, entenderán a largo plazo las falencias del ingeniero. Pero solo será en la medida en que la explicación de los marxistas sea consistente y se mantenga dentro de los hechos, evitando los insultos y el desdén, que nos podremos ganar a aquellos que de verdad estén luchando por el cambio y no estén buscando simplemente proteger sus privilegios y riquezas de una presidencia de Petro.
Es enteramente posible derrotar al Ingeniero en estas elecciones, pero será ante todo consolidando los 8 millones votantes que Petro ha obtenido sin hacer concesiones al mismo centro que ha intentado tomar control de la campaña de Rodolfo Hernandez como un atajo al poder. Será solo en la medida en la que Petro podrá mantener su programa que podrá atraer a aquellos que se abstuvieron de votar en la primera vuelta ya que no veían en ninguno de los candidatos una verdadera ruptura con el establecimiento. También será importante exponer a Rodolfo Hernandez precisamente por lo que es: un demagogo de derecha que usa el lenguaje anti-establecimiento para ocultar sus vínculos con la clase dominante y su propio interés en enriquecerse.
La única manera de que estos hechos logren virar las elecciones a través de la izquierda progresista será precisamente manteniendo una perspectiva crítica con respecto al Pacto Histórico, que no se esconda de sus falencias pero que también defienda de manera férrea la necesidad de luchar por reformas que se le han negado a las masas de nuestros país a través de la violencia y la represión y que esté dispuesta a ir más lejos de esas reformas para ponerle fin a la clase que ha producido a personajes crueles y abusivos como Rodolfo Hernandez.
Como la mayoría de las encuestas habían predicho durante los últimos cinco meses, Gustavo Petro ha logrado ganar la mayoría de los votos de la primera vuelta de las elecciones presidenciales colombianas. Tristemente, en contra de lo que Petro ha predicho, no ha logrado ganar las elecciones en primera vuelta. Y en contra de las predicciones de muchos antes de la última semana, Rodolfo Hernandez, el candidato populista y demagogo que ha hecho de las redes sociales su máximo medio de expresión, ha logrado superar a Federico “Fico” Gutierrez, el candidato de la derecha colombiana y los empresarios.
Los resultados de Petro y Francia en la primera vuelta son históricos. A pesar del hecho de que Petro ha tratado de moderar su programa e incorporar a todo tipo de elementos burgueses a su alianza, lo cierto es que para millones de obreros, campesinos y jóvenes, el voto para Petro representa un deseo profundo de cambio radical y un rechazo abierto a la oligarquía capitalista colombiana y sus dueños en Washington. El profundo descrédito del uribismo que estos resultados expresan se consolidó durante el heróico paro nacional del año pasado.
Se avecinan tres largas semanas para aquellos que luchan por el cambio en este país. La “remontada” de Hernández ha cambiado la ecuación con nuevas variables. Para empezar, Hernandez es el único candidato que empata con Petro en segunda vuelta. Y a pesar de los lazos turbios de Hernandez con la derecha y el círculo íntimo de Alvaro Uribe Velez (el ex-presidente colombiano entre 2002-2010, con estrechos lazos con el paramilitarismo y los carteles y actualmente, el máximo dirigente del Centro Democratico), ha logrado posicionarse como una opción de cambio al igual que Petro. Todo esto causa incertidumbre a una campaña que antes, los dirigentes del Pacto Histórico presentaban como una procesión inevitable a la victoria.
La caída de Fico y el ascenso de Hernandez
La explosión de apoyo por el “ingeniero” Hernandez tiene su precedente. Después de todo, Hernandez se postuló para la presidencia y manejó una campaña a través de redes sociales (predominantemente TikTok) que lo llevó a ser el candidato más seguido al principio del año. Sin embargo, su surgimiento tuvo un declive durante Marzo debido a su desinterés en participar en las consultas presidenciales y a su inhabilidad de proponer una lista al senado. Para los analistas, esto significaba el fin de su relevancia.
Pero la revelación de la encuesta en donde Hernandez empata con Petro en segunda vuelta le dió un nuevo ímpetu a su campaña. Esta encuesta efectivamente significó el fin de Gutierrez, quién nunca había logrado demostrar una capacidad de vencer a Petro y dependía ante todo del increíble apoyo de los medios de comunicación y el empresariado (fue el candidato con más tiempo en TV, y se excedió en el uso legal de vallas publicitarias sin ningún problema).
La falla de Gutierrez, en conjunto a las pérdidas del Centro Democratico en las legislativas, efectivamente son otro síntoma de la muerte del Uribismo. Es bastante diciente que Gutierrez nunca recibió el apoyo directo de Uribe y que ha hecho todo lo que ha podido para evitar presentarse como el candidato del continuismo. Sin embargo, el hecho es que su posición de “no ser el candidato del continuismo, pero que continuare lo que sirve” fue suficiente para enemistar a toda una población que tiene sed de cambio y que ha marchado repetidamente a través de los últimos cuatro años para obtenerlo.
Sin embargo, es importante entender de dónde viene la popularidad de Hernandez. Hernandez se ha posicionado como el candidato anti-corrupción. Sin importar cual sea la coyuntura, su respuesta es vincularlo a la lucha contra la corrupción. Ha propuesto incluso iniciar una tradición de ruedas de prensa donde nombrará a políticos corruptos para quitarles los beneficios del estado como castigo. Esto, en un periodo en el cual las instituciones colombianas han perdido su credibilidad, es una receta perfecta para el éxito político. No hay que ver más allá de Donald Trump en los Estados Unidos. El ascenso de Trump a la Casa Blanca fue propulsado por su comportamiento pugnaz contra la élite, a pesar de su carácter asqueroso y virulentamente discriminante. En ambos casos, también es claro cuales son los intereses que definen su política.
A pesar de todo su discurso en contra de las elites, Hernandez solo puede representar el interés de las elites. Su campaña se ha posicionado como una campaña que no moviliza a la gente pero que depende de su presencia en redes sociales. Es notable que Hernandez nunca se pronunció con respecto al caso de Karen Abudinen (en donde la ministra de tecnología y comunicaciones efectivamente se robó 70.000 millones de pesos, equivalente a 18 millones de dólares estadounidenses), por ejemplo. Su posición al respecto del paro nacional fue su mismo discurso anti-corrupción.
Detrás de estos discursos anti-corrupción, sin embargo, hay un antiguo alcalde de Bucaramanga que tiene lazos estrechos con Tomás Uribe, hijo de Alvaro. Por no decir que es el único candidato que tiene un juicio en curso en su contra por corrupción. A pesar de sus propuestas y su manera de presentarse como un candidato anti-corrupción, es claro que Hernandez está profundamente atado a la misma clase dominante a la que denuncia. No hay que ver más allá del apoyo de figuras como María Fernanda Cabal, del Centro Democratico, para ver de qué lado está Rodolfo realmente.
Todo esto refleja el hecho de que la corrupción no es una simple cuestión del carácter de aquellos a cargo del estado. La corrupción es el producto del sistema capitalista en general. Los Pandora Papers efectivamente revelaron que tan profundo es el nivel de corrupción a través del capitalismo internacional. Hay una razón por la que Inglaterra, Estados Unidos y Canadá han visto escándalos de corrupción que llegan hasta lo más alto de sus gobiernos en los últimos años. La única solución para esto es una ruptura completa con el sistema que produce las condiciones para la corrupción.
Una segunda vuelta reñida:
Todo pinta a que la segunda vuelta será un verdadero desafío para el Pacto Histórico, pero no todo está dicho. Petro terminó la primera vuelta con un 40%, por encima de todos sus rivales. La gran tarea de la dirección del Pacto Histórico será prevenir que el ascenso de Hernandez logre cerrar esa brecha de 10%. Esto podría ser complicado en la medida en la que Hernandez logre presentarse también como una opción de cambio.
Muchos dirán que la tarea en estas tres semanas es mitigar el programa de Petro para ganarse a los votantes del centro, como ya hizo en la segunda vuelta en 2018, pero esto sería efectivamente una capitulación. Por un lado, el candidato de centro, Sergio Fajardo, no logró obtener más del 5% de los votos. Con menos de un millón de votos, Fajardo no añade nada. Pero por el otro, una movida de Petro hacia la derecha solo empezaría la erosión de su base de apoyo, ya que le ofrecería una apertura perfecta a Rodolfo Hernandez para atacarle como parte del status quo y la institucionalidad. De hecho, la dirección del Pacto Histórico está inclinada en esa dirección. No ayuda el hecho de que Petro ha hecho alianzas con figuras claves de los partidos de Uribe y Juan Manuel Santos (el sucesor de Uribe, a pesar de sus diferencias políticas a través de su mandato).
No es imposible para el Pacto Histórico ganar en esta segunda vuelta, y la desacreditación del Uribismo podría ser una ayuda enorme para la gobernabilidad de este partido en sus primeros meses. Pero solo podrá ganar en la medida en la que reconozca que su gran fuerza no está en la adhesión de las figuras del status quo a su dirección, sino en la movilización de los millones de colombianos que están dispuestos a luchar por el cambio, incluyendo a muchos que se abstuvieron en la primera vuelta. En este periodo es esencial retomar la lección principal del paro nacional: la clase obrera colombiana sólo puede contar con nuestra propia fuerza.
Votar por Petro y luchar por el socialismo
Durante estas tres semanas, la tarea de los marxistas es clarificar que nuestro apoyo a Petro no es un apoyo al caudillo en sí. Pero un apoyo a las masas que se han aglutinado en el Pacto Histórico, con la meta de ponerle fin al atraso colombiano y luchar por la dignidad. A estas masas es imperativo inculcarles una perspectiva larga de la historia y entender que sin importar el resultado de las elecciones el 19 de Junio, la lucha continúa. Los mejores elementos están buscando precisamente esto: una organización que pueda hacer realidad el programa de Petro, y reconoce que no se puede hacer el cambio a través de la vía electoral.
Aún con una presidencia de Petro y a pesar de que su partido tiene el mayor número de senadores y es el segundo partido con más representantes a la cámara, esto no significa que el Pacto Histórico podrá pasar las leyes que quiera cuando quiera: solo será sobre la base de la movilización masiva con tácticas militantes (paros, huelgas, sindicalización) que se podrá luchar por la implementación de su programa.
Las causas de las explosiones sociales que han definido la historia de Colombia en los últimos 5 años no se han resuelto. No se puede predecir cuándo será la siguiente, pero es claro que Rodolfo Hernandez no tiene una verdadera solución a estas. Si somos honestos, por sí mismo, Petro tampoco la tiene. Pero la victoría de Petro sería combustible para la organización de toda una capa de juventud y la clase obrera que ha sido confrontada con represalias en un país donde más de 79 líderes sociales han sido asesinados a través del año.
No podemos presentar a Petro y su programa como la solución de nuestros problemas. Dentro de los límites de un capitalismo en crisis, incluso las moderadas propuestas de Petro chocan con los intereses de la clase dominante. En esta lucha por las reformas, el campesinado, la juventud y la clase obrera aprenderán exactamente donde están sus fuerzas y que no pueden confiar en una organización que esté dirigida por aquellos que quieran defender este sistema. El máximo reconocimiento de esto será la muy necesitada formación de un partido que sea operado únicamente por los trabajadores, en abierta confrontación con los partidos de la clase dominante y luchando abiertamente por el poder.
Este es el vínculo de estas dos consignas, efectivamente: solo será en la medida en que capturemos a los mejores elementos del Pacto Histórico que podremos crear la corriente revolucionaria de semejante organización y podremos vincular la lucha por una vida sabrosa y digna con la lucha para ponerle fin al sistema que impone atraso y violencia en nuestras vidas.
Hace un año, inició el paro general del 2021, posiblemente el evento más importante en la historia reciente de Colombia. Durante tres meses de lucha en 23 ciudades, cientos de miles obreros, campesinos y jóvenes enfrentaron la maquinaria del estado colombiano y obtuvieron importantes concesiones de una clase dominante cuya historia no es de negociación sino de represión abierta.
Estos eventos definirán la conciencia de los colombianos por años. La brutalidad policiaca, la gestión criminal de Duque y la crisis económica por un lado, y por el otro, el heroísmo de las masas, con la juventud a la vanguardia, lista para crear un mejor país en sus propias manos. Sin embargo, como marxistas, nuestro análisis debe ser sobrio y entender por qué es que el paro general no terminó con la caída de la clase dominante de este país.
Dinamita en los cimientos
El 28 de abril de 2021, inició una manifestación popular masiva en contra de la infame reforma tributaria de Iván Duque. Esta reforma tributaria estaba escrita para incrementar la capacidad de recaudo del estado colombiano a través de la subida de impuestos sobre los bienes consumidos por la mayoría de la gente. En otras palabras, un abierto saqueo del bolsillo de los obreros, campesinos y jóvenes colombianos de parte del estado colombiano para pagar la crisis económica que ellos mismos habían causado.
Si bien las protestas del 28 fueron pacíficas y de carácter casi rutinario (convocadas por las centrales obreras como un evento de un solo día), su desarrollo no lo fue. Para el final del día, el asesinato de un manifestante en Cali se difundiría en redes sociales. Su cadáver, desangrándose en la calle, fue visto por varios manifestantes. Y la furia que definió la insurrección de Septiembre de 2020 se adueñó de las masas después de otro vívido recordatorio de la violencia del estado colombiano.
Mientras que las protestas subieron en intensidad, los manifestantes reconocieron la necesidad de una defensa organizada. Siguiendo el ejemplo de las manifestaciones en Chile y Ecuador, se crearon primeras líneas: órganos de defensa del paro. Hombres y mujeres usando escudos para proteger a aquellos que la policía estaba dispuesta a atacar. Mientras esto ocurría, el infame ESMAD no tuvo problema con usar tanques y armamento pesado para atacar a la juventud. Videos en redes sociales mostraron a los policías celebrando cada disparo de su tanque hacia los protestantes.
Después de 5 días, el gobierno de Iván Duque retiró la reforma tributaria que había motivado a la gente a salir, en espera de que esta concesión terminará haciendo que todos fueran a sus casas. Pero el paro general no se trataba sólo de la reforma tributaria. Como explicamos en su momento:
“El paro general ocurría por la brutalidad policiaca, como el asesinato policial de Javier Ordoñez en Septiembre del 2020. Ocurrió por el hecho de que el sueldo mínimo colombiano apenas llegaba a 1.000.000 de pesos (223.26 euros) mientras que el costo de la canasta familiar (lo mínimo necesario para sobrevivir de mes a mes para una familia) estaba calculado entre 177 euros a 672 euros. Ocurrió por los 72,235 muertos por el Covid-19 a eso de Abril 28, al igual que por la gestión criminal de la pandemia de parte del gobierno de Duque, que tomó más de un mes para establecer medidas de aislamiento solo para iniciar una “reapertura inteligente” en Junio 2020, tirando a los obreros y a la juventud en foso de enfermedad para tratar de reiniciar la producción.”
En semejante situación, donde las masas estaban luchando por sus vidas y reconocían que el gobierno de Duque significaba la muerte de sus seres queridos, la retirada de la tributaria no fue vista como una concesión lo suficientemente grande para justificar irse a las casas. Más bien, fue confirmación de que los métodos correctos habían ganado el día, y de que la tarea era convertir este avance en una victoria definitiva.
La primera línea, los bloqueos y las centrales
La valentía de la primera línea y la juventud en general durante estos meses no se puede subestimar. Para el 26 de Junio, 4687 casos de brutalidad policiaca fueron reportados por la ONG Temblores. Casos de violencia sexual, despariciones y el uso reportado de más de un centro comercial como centro de detención y tortura fueron la norma durante este periodo. Sin embargo, la juventud no dejó de marchar. En el punto más alto de las protestas, decenas de miles llenaron las calles de Bogotá con el punto de concentración siendo la plaza de Bolivar.
La retirada de la reforma tributaria y la renuncia de su autor, el ministro de hacienda Alberto Carrasquilla, significó un punto de inflexión en el paro general. Las masas decidieron seguir marchando hasta que se concedieran más demandas consideradas clave, como la renuncia del ministro de defensa Diego Molano, la retirada del proyecto de ley 010 (efectivamente una ley continuando la consolidación y monopolización del sector salud) y la matricula 0. Pero lo más importante es el cambio de perspectiva de las masas. Durante estos dos meses, los obreros, campesinos y jóvenes colombianos pasaron de sentirse impotentes a sentir exactamente cuánta fuerza tienen.
Durante los meses de Mayo y Junio una dinámica tomó forma. Se formaron bloqueos previniendo el tránsito libre de bienes, mientras que la policía trataba de dispersar las marchas por cualquier medio necesario, incluyendo la fuerza. Más de 10 billones de pesos se reportaron en pérdidas por las grandes empresas. El proceso de inflación que se había iniciado con la reducción de la tasa de interés y la política monetaria de los últimos diez años fue acelerado gracias al paro. Estos bloqueos, sin embargo, fueron la herramienta más fuerte del movimiento ya que le permitió golpear a la clase dominante exactamente en donde les duele: en el bolsillo.
Sin embargo, el hecho de que esta fuera la herramienta más fuerte del movimiento era diciente del problema central: la desconexión entre las centrales sindicales y el movimiento en las calles. La perspectiva de las centrales sindicales (quienes formaron el comité nacional del paro para tratar de ganarse la dirección del paro) fue clarificada desde el primer día cuando su respuesta a la intensificación de las manifestaciones en el 28 fue la de pedirle a los manifestantes ir a sus casas y continuar las protestas a través de mítines de zoom. Por otro lado, el movimiento en las calles, al no estar arraigado en el punto de producción, sólo podía detener la distribución de los bienes producidos por los ricos. El problema con esto es que evita la posibilidad de que la clase obrera y los campesinos tomen control de la producción y la coordinen. En otras palabras, remueve el poder de la huelga general de la ecuación: la capacidad de demostrar a toda la sociedad que la clase obrera y el campesinado son quienes de verdad hacen posible a la sociedad.
Aun con esto, el paro general logró poner la cuestión del poder en la agenda del día y fue la prueba más contundente de la desacreditación de la derecha colombiana. Aquella derecha que había dominado la política por las últimas dos décadas y había obtenido un apoyo popular tan contundente que le había protegido de los escándalos como los 6402 muertos por falsos positivos o la operación fénix (el bombardeo de una base de las FARC en la frontera con ecuador, que terminó con la muerte de cuatro civiles) de repente se encontraba con el repudio completo de las masas.
El reflujo del paro general
Tristemente, el movimiento se encontró con el obstáculo más grande en una insurrección: su propia espontaneidad. Si bien la espontaneidad es necesaria en cualquier revolución, está puede pasar de ser la chispa inicial que coge al estado y a la clase dominante por sorpresa a ser el freno que evita que los obreros, campesinos y jóvenes tomen el poder ya que no tienen una organización revolucionaria lista para reconocer el momento histórico y las tareas necesarias.
En este caso, la tarea era organizar una asamblea que reuniera delegados entre los cabildos y crear un programa político que pusiera la disputa por el poder como el ímpetu principal del movimiento. Semejante asamblea se intentó crear, para mediados de Junio. Pero tristemente, en este punto, el desgaste se empezó a sentir. Las masas habían estado en pie de lucha por un mes y medio. En algún momento, el costo del día a día se reafirma sobre las vidas de las personas. No se puede postergar el hoy por un mejor mañana de manera infinita, especialmente si no hay un plan de llegar a ese mejor mañana.
El comité nacional del paro aprovechó este desgaste para llamar a la desmovilización del paro en Junio 15. Si bien el comité no representaba a todos aquellos que marchaban, si representaba a las centrales sindicales y por consiguiente a los elementos más organizados. La juventud intentó mantener la lucha en las calles y hubo otros episodios heroicos, como la tumba de la estatua de Cristóbal Colón en Barranquilla. Pero para Julio 20, cuando el comité de paro llamó a nuevas protestas, el desgaste fue más que visible. Los números fueron una fracción de la cantidad que atendió durante los últimos meses. Efectivamente, esto marca el final del paro general, ya que la vía electoral se convirtió aquí en la perspectiva general del movimiento.
Lecciones del paro general
Si bien el paro general no terminó con la caída del gobierno de Duque, la eventual caída de este sistema no se podrá lograr sin sacar un balance claro de explosiones sociales como esta. La impopularidad del gobierno de Duque (efectivamente la impopularidad del establecimiento representado por Uribe y sus compinches) continúa en aumento, llegando al 82%. El apoyo social sobre el que descansaba el Uribismo ha sido efectivamente revertido.
En cambio, el paro general, en su punto alto, tenía el apoyo de las masas. De acuerdo a CELAG, el 72% de los colombianos apoyaron las manifestaciones. La misma encuesta mostró que el 80 por ciento de la población en Colombia cree que la gente rica ha obtenido su riqueza debido a la corrupción o a su herencia. A día de hoy, la encuesta más reciente de la misma institución no pinta un panorama tan abiertamente cuestionante de la clase dominante, pero sin embargo hay apoyo al desafío de la misma. El 44,8% de la población considera la corrupción el problema principal del país, el 63,7% considera necesario limitar las ganancias de los bancos privados y el 53,7% considera necesario limitar impuestos a los más ricos.
Estos cambios de opinión reflejan el hecho que las guerrillas ya no sirven como el espantapájaros que la derecha colombiana podía usar para poder justificar sus tácticas de represión en contra de la izquierda. Si bien la represión todavía existe, ya no tiene el apoyo social de antes. Esta falta de apoyo y debilidad es lo que impulsa a la represión, que no es una maniobra de un gobierno en control de la situación, sino de un gobierno débil e impopular. La desmovilización de las guerrillas tiene el efecto opuesto sobre la izquierda también. Ahora que las guerrillas ya no son las protagonistas de la lucha contra el estado, la juventud, los obreros y los campesinos están abiertos a organizarse y luchar, en vez de tratar de continuar un conflicto armado asimétrico donde las condiciones están a favor de un estado apoyado por los EE.UU y armado hasta los dientes.
Todo esto refleja el hecho de que este es un estado con pies de barro, que puede caerse, con la debida organización. Pero es necesario una dirección lista a luchar por la caída del estado y que reconozca la oportunidad. Tristemente, aquí es donde vemos uno de los grandes límites del movimiento: el liderazgo sindical durante el último año ha comprobado que no tiene ninguna perspectiva más allá de negociar con el estado y usar el movimiento de masas (cuando este erupte) para obtener reformas. El comité nacional del paro desmovilizó a sus miembros marchantes en nombre de avanzar su pliego de demandas. La oportunidad de luchar por la sindicalización de los jóvenes y obreros bajo la bandera de las centrales se ignoró por completo en favor de tratar de poner presión sobre el congreso.
Al final del paro general, el comité decidió aplazar para el día de las elecciones lo que debía hacerse hace más de 10 meses: el fin del gobierno de Duque. Esta debilidad del liderazgo se extiende al reformismo parlamentario. Si bien Petro y el Pacto Histórico representan las aspiraciones de millones de colombianos de obtener mejores condiciones de vida y trabajo, vale la pena recordar las declaraciones de Petro en el calor del momento, pidiendo la desmovilización del paro y la continuación del gobierno de Duque para que terminé la tarea de vacunar a la población y la recuperación. Si bien la campaña de vacunación del gobierno de Duque fue un relativo éxito (con todas las características de la vacunación a nivel internacional con una gran desigualdad entre las ciudades y las regiones, entre los pobres y los ricos, etc),, la recuperación económica solo la han visto los ricos.
Esta decisión de Petro es un reflejo de su característica más débil y peligrosa para el movimiento detrás de él: su naturaleza conciliadora con la clase dominante de este país y su implacabilidad con aquellos que están a su izquierda. En los últimos cuatro años, Petro ha moderado su programa para satisfacer a la clase dominante de este país, exaltando el valor de ciertos empresarios y ricos, defendiendo las pequeñas y medianas empresas, prometiendo no expropiar (y creando campañas mediáticas alrededor de esta consigna, como los diez mandamientos y la firma en la notaría). No solo esto, pero su coalición actual (Pacto Histórico) intenta albergar tanto a aquellos obreros, trabajadores y campesinos que luchan por el cambio como a aquellos que se han beneficiado de la explotación y corrupción, como Armando Benedetti y Roy Barreras.
Esta moderación no prevendrá la reacción de la clase dominante, que hasta ahora, ha cerrado filas y concentrando su fuego en contra de la campaña de Petro. Desde los pronunciamientos del General Zapateiro hasta el montaje de Caracol Noticias que sugería que el “Pollo” Carvajal había confirmado que Petro fue financiado por Venezuela, pasando por los ataques constante del antiguo presidente Alvaro Uribe y las intervenciones en las elecciones de parte del presidente actual Iván Duque, es claro que la clase dominante de este país está dispuesta a hacer todo lo que pueda hacer para evitar una presidencia de Petro.
La presión enorme del latifundio y la burguesía sobre un posible gobierno de Petro solo puede ser contraatacada con el movimiento en las calles, dispuesto a defender un programa socialista y a luchar a como de lugar para ponerle fin al dominio de la clase dominante de este país que ha vivido de la explotación y la tortura de la mayoría de la gente.
Las tareas de los marxistas
La naturaleza conciliatoria de Petro, la presión de la clase dominante colombiana y la presión del mercado mundial son una receta perfecta para la capitulación del Pacto Histórico y la traición de las demandas del movimiento. Es aquí donde la capa más avanzada del movimiento del paro general tiene que usar las lecciones aprendidas desde este evento histórico para ir a la ofensiva.
La dirección del Pacto Histórico usará argumentos como su falta de mayoría en el congreso para justificar retrocesos en sus políticas. La tarea de los revolucionarios será ir donde esta dirección no se atreva: a marchar a las calles, organizar a la clase obrera y tratar de orquestar manifestaciones masivas, huelgas, mítines, etc. para poder avanzar todas y cada una de las demandas necesarias.
Para poder organizar semejante defensa de las demandas iniciales que le dieron combustible al paro, es necesario crear una organización que recoja y reviva las tradiciones del paro general, sobre un nivel más alto, habiendo aprendido las lecciones correctas de cada lucha. Hay toda una capa de jóvenes que ha pasado por la escuela de los ultimos cinco años, viviendo los paros generales del 2019 y el 2021, al igual que la insurrección de Septiembre del 2020 causada por el asesinato de Javier Ordoñez. Esta capa tiene sed de lucha y necesita ideas serias para orientar esta lucha. La mejor manera de dilucidar qué tácticas, métodos y estrategia son necesarios para cada instancia de lucha es con una organización en donde todos los luchadores de diferentes regiones puedan organizarse y conocer las luchas de cada país.
Esta es nuestra tarea en el futuro cercano: la creación de un partido obrero que pueda unir las luchas de los obreros, los campesinos, la comunidad LGBTQ, las comunidades indígenas y las comunidades afro-descendientes de este país, al igual que la juventud en general. Un partido que reconozca que solo una ruptura con el capitalismo será suficiente para ponerle fin a la crueldad de este sistema, formado por aquellos veteranos de las luchas anteriores y los nuevos reclutas que quieran unirse.
Nosotros reconocemos que nada de esto es fácil. Semejante solución, a la hora de ser implementada, requerirá gran paciencia, una perspectiva a largo plazo y el reconocimiento de que habrá altibajos y retrocesos. Pero hay causa para ser optimista. Los últimos cinco años demuestran que tan rápido puede evolucionar la conciencia de clase.
Los escépticos se basan sobre el lado debil de la clase obrera, sobre el hecho de que la clase obrera es inicialmente educada por la clase dominante a aceptar el sistema. Los marxistas nos basamos sobre lo que la clase obrera es, sobre su potencial revolucionario y sobre su lugar en el sistema de producción como la clase productiva y explotada. Esto la lleva a la necesidad de luchar para mejorar sus condiciones y eventualmente para sobrellevar el sistema que la explota y restringe su potencial.
Es cierto que hoy, a un año del paro general, las masas todavía no están listas para iniciar otro paro general. Pero esto nos da más razón para usar este tiempo para formarnos, organizarnos y crear una organización que pueda ganarse la confianza de la clase obrera con ideas socialistas dentro del movimiento. Solo con semejante organización podremos jugar un rol positivo en el momento en el que las masas se decidan a moverse.
Los últimos años han visto todo tipo de explosiones sociales en todo tipo de países, desde Sri Lanka y Myanmar (países que han vivido al yugo del capitalismo mundial, explotados por el imperialismo) hasta el vientre de la bestia en sí, en donde 26 millones de personas se alzaron contra el gobierno Estadounidense, quemando los precintos de policía y confrontando a la policía. Líbano tumbó a dos primeros ministros en un año. Perú tumbó a dos presidentes en un mes. Explosiones sociales las hay y las van a haber en el futuro cercano. Como individuos, no tendremos ninguna manera de jugar un papel en estos eventos. Pero con una organización, podemos medirnos a la altura de la ocasión y jugar el papel histórico que tenemos que jugar.
Creemos que el mejor resumen de la situación y nuestra perspectiva fue concedido por León Trotsky en su “Manifiesto de la IV Internacional”:
El mundo capitalista no tiene ninguna solución, a menos que una muerte prolongada se considere como una solución. Es necesario prepararnos para años e incluso décadas largas de guerras, alzamientos, periodos de paz, seguidos por más guerras y más alzamientos. Un partido joven revolucionario debe basarse en esta perspectiva. La historia le proveerá con suficientes oportunidades para probarse a sí mismo, acumular experiencia y madurar. Entre más rápido las bases de este partido se endurezcan, más corto será el periodo de conclusiones sangrientas y menos destrucción sufrirá el planeta. Pero el gran problema histórico no será resuelto hasta que un partido revolucionario este a la cabeza de la clase obrera. La cuestión de los tiempos e intervalos es de gran importancia. Pero esto no altera la perspectiva general histórica ni la dirección de nuestra política. La conclusión es simple. Es necesario continuar el trabajo de educar y organizar a los mejores elementos de la clase obrera y hacer esto a la decima potencia de nuestra energía.
El Paro Nacional Colombiano ha estado en pie por dos meses. En su punto álgido, 23 ciudades a través del país vieron alzamientos en contra del gobierno de Iván Duque, un presidente visto por muchos como la marioneta del ex-presidente Alvaro Uribe. Cientos de miles de obreros y jóvenes bloquearon caminos y marcharon a través de las calles de ciudades como Bogotá, Medellín, Cali y Barranquilla.
El movimiento masivo se puede entender como una secuela al paro nacional del 2019, que tomó el relevo de los alzamientos en Ecuador y Chile contra Lenín Moreno y Sebastían Piñera. El nacimiento de las primeras líneas (cuerpos de defensa de los protestas en contra de la represión policiaca) y las coordinadoras populares (comités barriales creados con la meta de organizar protestas en el día a día) son pasos tremendos en la dirección correcta, y traen lecciones que las masas obreras a través de Latinoamérica podrían aprender en el siguiente periodo, en la lucha contra la burguesía del continente y sus dueños imperialistas.
La retirada de la reforma tributaria
Inicialmente, el paro nacional fue convocado el 28 de abril 28 la CUT (Central Unitaria de Trabajadores), la CTC (Confederación de Trabajadores de Colombia) y la CGT (Confederación General De Trabajo). La meta era una demostración masiva en contra de la reforma tributaria, un proyecto de ley que planeaba subir el impuesto a los bienes necesarios. Este paquetazo fue introducido al senado con la meta de hacer que los trabajadores paguen por el déficit en el presupuesto nacional que fue causado por la crisis del capitalismo que había sido detonada por la pandemia del COVID-19
Hablando históricamente, protestas como estas no llevan a concesiones de la clase dominante colombiana, una oligarquía compuesta por latifundistas y empresarios, conocidos por su brutalidad a nivel internacional. Después de todo, este es un país donde 3062 sindicalistas y activistas han sido asesinados desde la huelga general de 1977. Sin embargo, en esta ocasión histórica, el gobierno fue forzado a retroceder y a retirar la reforma tributaria. Esto lo hicieron pensando que el movimiento estaba motivado enteramente por este proyecto de ley y que por consiguiente, retirándolo se disiparia. Pero el paro nacional era por muchas más razones que la tributaria.
El paro nacional ocurrió por la huelga general del 2019. Ocurrió por la brutalidad policiaca, como el asesinato policial de Javier Ordoñez en Septiembre del 2020. Ocurrió por el hecho de que el sueldo mínimo colombiano apenas llegaba a 1.000.000 de pesos (223.26 euros) mientras que el costo de la canasta familiar (lo mínimo necesario para sobrevivir de mes a mes para una familia) estaba calculado entre 177 euros a 672 euros. Ocurrió por los 72,235 muertos por el Covid-19 a eso de 28 de abril, al igual que por la gestión criminal de la pandemia de parte del gobierno de Duque, que tomó más de un mes para establecer medidas de aislamiento solo para iniciar una “reapertura inteligente” en junio 2020, tirando a los obreros y a la juventud en foso de enfermedad para tratar de reiniciar la producción.
La retirada de la tributaria fue una victoria histórica para una clase obrera que nunca había ganado semejantes concesiones en las últimas décadas. Semejante avance ameritaba más avances y por eso, los obreros y los jóvenes se enrollaron las mangas y se pusieron las manos a la lucha.
Un gobierno con pies de barro
Si hay una lección esencial que hay que sacar del paro general es que el gobierno de Duque es increíblemente impopular. De acuerdo a Pulso País, en una encuesta conducida para la Radio W, Duque tiene un nivel de impopularidad del 79%. Su mentor político y el hombre considerado por muchos de ser el hombre detrás de Duque, Alvaro Uribe Velez, ha llegado a un nivel de impopularidad del 76%.
Para contrastar, el paro nacional generó una aprobación del 74,5%, según una encuesta conducida por el CELAG (Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica). La misma encuesta mostró que el 80% de la población en Colombia cree que la gente rica ha obtenido su riqueza debido a la corrupción o a su herencia. Estamos viendo un rechazo completo, no solo del gobierno de Duque en particular, sino de toda la oligarquía capitalista corrupta que Duque representa, incluyendo a sus lazos con el narcotráfico y el paramilitarismo.
La base social sobre la que Uribe basó su represión se ha extinguido de manera paulatina a través del último periodo. Sin las FARC y con el ELN perdiendo su relevancia, la amenaza de las guerrillas (que el gobierno explotaba en el pasado) no ha sido igual de efectiva a la hora de asustar a las masas. En el 2008, Uribe tenía una aprobación del 85%. Durante el segundo término de su presidencia, tuvo apoyo general para sus tácticas de represión violenta en contra de las guerrillas y la izquierda. Intentos de reactivar el miedo a las guerrillas, como el atentado de carro bomba ocurrido en Junio 15 en Cúcuta, en la frontera entre Venezuela y Colombia, no han logrado distraer a la gente del paro nacional
La gestión criminal de la pandemia, la crisis económica, la corrupción y las conexiones del gabinete de Duque con el narcotráfico han sido suficiente para crear este movimiento en su contra. Pero ha sido la represión la que ha demostrado la escala de la debilidad de este gobierno. El despliegue masivo del ESMAD (Escuadrón Móvil Antidisturbios) no era una señal de fuerza sino de desesperación. Cuando el gobierno entendió que la retirada de la reforma tributaria no iba a ser suficiente para darle fin al movimiento, no tuvo ningún otro recurso más allá de la fuerza. Los intentos del gobierno de Duque de negociar con el Comité Nacional de Paro mientras mandaba lo que llamó “el despliegue militar más grande en la historia del país” a Cali (el epicentro de las protestas) fueron reconocidos como una gran farsa por muchos.
Los límites del liderazgo sindical actual
Es necesario analizar el rol de los líderes de las organizaciones obreras en todo esto. Las mismas organizaciones que convocaron a las demostraciones masivas en contra de la reforma tributaria el 28 de abril (CUT, CTC y CGT) terminaron el primer día de protestas pidiéndoles a los manifestantes que se fueran a sus casas y mantuvieran sus protestas a través de reuniones diarias en línea. Esto fue una pequeña demostración del rol que jugarían en los siguientes dos meses.
Después de que la represión en Cali desencadenara un movimiento de protesta nacional que amenazaba con ir más allá de simplemente repeler un ataque del gobierno de Duque, la CGT, la CTC y la CUT (junto a los sindicatos estudiantiles) formaron el comité nacional de paro para representar los intereses del pueblo en las calles en negociaciones con el gobierno de Duque. Desafortunadamente, el papel principal del comité durante el paro nacional fue el de intentar que la gente se fuera a sus casas mientras intentaban obtener concesiones mínimas del gobierno de Duque, como la matrícula cero (una medida que ofrece educación gratis para estudiantes de bajos recursos por el segundo semestre del año 2021)
Esta dirección capitulante fue desacreditada de manera rápida. Muchos de los jóvenes y luchadores en las calles declaran que el CNP no los representaba. Este fue el impulso detrás de la propuesta de una Asamblea Nacional Popular, que fue un intento de organizar una reunión nacional de todos los comités de huelgas en cada ciudad con la meta explícita de crear un programa político que representara las demandas del pueblo que peleaba en las calles. La primera reunión del ANP tuvo lugar en Bogotá el 6-8 de junio, pero desafortunadamente no tuvo mucha tracción con las masas.
Como Trotsky explica:
“Pero incluso cuando la antigua dirección ha revelado su propia corrupción interna, la clase no puede improvisar inmediatamente una nueva dirección, sobre todo si no ha heredado del período precedente los cuadros revolucionarios sólidos, capaces de aprovechar el derrumbamiento del viejo partido dirigente.”
Esto efectivamente explica que pasó en el paro nacional. El liderazgo de los sindicatos se había desacreditado desde el primer día cuando demostraron su renuencia de luchar. Luego fueron elegidos por el gobierno para representar al paro, precisamente por su papel como reformistas. En vez de reconocer la posibilidad de usar a los cientos de miles de miembros de los sindicatos para movilizar y sindicalizar al resto de la clase, el CNP prefirió apaciguar la situación y suspendió las protestas por su cuenta el 15 de junio. Si bien esto no será suficiente para parar todas las movilizaciones (hay una capa substancial de juventud radicalizada en las calles de las ciudades grandes, lista a luchar) ciertamente ha logrado desjarretar al movimiento
Los intentos de construir una organización alternativa en medio de estos eventos han sido increíblemente difíciles y reflejan la existencia de un vacío. El CNP fue un intento del liderazgo de los sindicatos de tomar las riendas del paro general y encauzarlo por canales seguros. Mientras que el movimiento en las calles gritaba “fuera Duque”, el CNP proponía esperar a derrotarlo en las elecciones del 2022.
Duque podría haber sido derrocado por el movimiento de masas, pero eso requería tomar pasos que los líderes de los sindicatos no estaban dispuestos a tomar: transformar el paro nacional en una huelga general que paralizara todos los sectores de producción, darle al movimiento una estructura democrática a través de delegados elegidos y revocables, al igual que la generalización de la primera línea como cuerpo de defensa del paro. En otras palabras, lo que se requería era una dirección revolucionaria y una perspectiva que estuviera a la altura de la determinación de los obreros y la juventud en las calles.
La convocatoria de la ANP fue un intento de remover una dirección que no sabía qué hacer con la energía de las masas. Desafortunadamente, la velocidad de los eventos ha complicado la posibilidad de construir una organización alternativa.
Un año preelectoral
Las elecciones del 2022 se están configurando como una contienda entre el candidato del Centro Democratico (el partido de Iván Duque) y Gustavo Petro, el candidato progresivo de Colombia Humana. Petro tiene una favorabilidad del 40% y 30% de la intención del voto, de acuerdo a la encuesta del CELAG citada arriba. Esto no sería sorprendente considerando que en la última campaña a la presidencia de Petro reflejó el gran descontento de la clase obrera bajo la superficie. Es muy probable que estas elecciones sean la siguiente expresión de la furia de las masas colombianas, ya que el CNP, los líderes sindicales y el resto del liderazgo reformista han resaltado la necesidad de sacar a ese nido de ratas a través de una elección.
Como demuestran las figuras, hay mucha esperanza en Gustavo Petro. Desafortunadamente, debemos notar que vivimos en una crisis mundial del capitalismo que no le permitiría al gobierno de Petro mucha maniobra. Si Petro fuera presidente, cualquier intento de reformar o cambiar la economía sería debilitado debido a la deuda externa (que está al 51% del PIB y proyectada a crecer al 62%) sin mencionar a una oligarquía conservadora y violenta que no está dispuesta a conceder ni un milímetro en la lucha para preservar sus ganancias.
Muchos de los reformistas (incluyendo a Petro) llamarían a la moderación en este periodo para prevenir los peores ataques de la clase dominante. Sin embargo debemos de ser claros. La moderación no ayudaría a la causa. El ejemplo reciente de Pedro Castillo en Perú es instructivo. Castillo moderó su programa en el curso de su campaña electoral para aplacar a la burguesía peruana. Como resultado, perdió una gran parte del apoyo masivo que había obtenido durante la primera ronda, mientras que la campaña histerica anticomunista de la clase dominante no paró. Esto prueba que cuando se le ofrece la mano a la clase dominante, esta se agarra el brazo.
El programa de Petro está basado en la idea de que el capitalismo Colombiano puede ser reformado, tratando de apelar a una sección de la clase dominante “productiva y honesta” a que actúen en el nombre del interés nacional. Esto es completamente utópico. La clase capitalista colombiana está conectada por miles de hilos personales, familiares y financieros a los latifundistas y narcotraficantes. Al mismo tiempo, la oligarquía está atada de pies y manos a sus amos en Washington. La única manera de avanzar hacia un desarrollo nacional genuino y soberano del país es a través de la expropiación de estos parásitos y la unidad de los obreros y campesinos colombianos con sus hermanos y hermanas de clase a través del continente.
Hay una capa entera de juventud y obreros que ha sido radicalizada en los últimos dos meses. Esta capa entiende de manera instintiva que el posponer la lucha que debería ser resuelta ahora para las elecciones del 2022 es un retraso sustancial y están buscando respuestas con respecto a por qué el gobierno de Duque todavía está en pie cuando es tan débil y cuando las masas han demostrado semejante fortaleza. Al final del día, esto fue debido a la ausencia del factor subjetivo: una dirección revolucionaria.
Es imperativo llegar a esta capa y explicarles que los intentos de los reformistas de tomar la presidencia no serán una panacea para la crisis del capitalismo por la que está pasando Colombia. Debemos de proponerles una opción alternativa: necesitamos una organización revolucionaria que pueda conectar las luchas de la clase obrera, el campesinado y la juventud con un programa socialista. Una organización que pueda desafiar de manera abierta a la oligarquía Colombiana por el poder y no solo por concesiones.
El paro general de los últimos dos meses no solo fue un primer paso sino un salto gigante para las masas de obreros, campesinos y jóvenes de este país. Cientos de miles de obreros, estudiantes y campesinos enfrentaron fuerzas estatales y lograron obtener victorias sustanciales contra medidas de austeridad. Esto demuestra que la acción combativa y no la moderación son la mejor manera de oponerse no sólo a Duque sino a la clase que representa. Solo con la construcción de un partido obrero que pueda expresar la voluntad política de los obreros, los obreros colombianos podrán darle el golpe de gracia a este gobierno podrido de una vez por todas.
La historia sigue escribiéndose justo frente a nuestros ojos, narrando a un pueblo aguerrido que ha determinado escribir con dignidad su futuro, aunque la tinta que le han obligado a usar sea, desgraciadamente, su propia sangre. Esos párrafos enteros que se redactan día tras día, nos enseñan lo azaroso de los movimientos insurreccionales cuando han determinado moverse, avanzando a velocidades inimaginables y con una constancia sin igual, aun a pesar de no tener un liderazgo determinado o los mejores recursos teóricos y estratégicos. Cualquiera que quiera seguirle, alcanzarlo o dirigirlo debe correr a su ritmo y comprender lo que desde dentro ya se está gestando: una dirección popular.
Por el momento hay paradas, avances y reveses, pero nada de eso quiere decir estancamiento o pasividad, todo lo contrario, desde lo subterráneo se fortalecen las bases y el movimiento, que sin saber dónde desemboque tiene una determinación de cambio que sin duda nos llevará a nuevos tiempos.
El liderazgo se hace necesario, pero ya empiezan a aflorar dirigentes naturales dentro de las mismas bases, así como situaciones objetivas que propician el crecimiento y maduración de los mismos a través de la organización. El camino todavía es largo y los obstáculos son variados. Los asesinatos, abusos y violaciones continúan. La represión sigue mostrando sus afilados dientes y los usa para morder con crueldad. Los elementos más impacientes comienzan a perder la fe en las mayorías en términos de su lucha y con cierto aire derrotista se refugian en la opción electoral que les presenta el reformismo, hoy por hoy la opción más avanzada dentro de la política nacional, para jugarse sus últimas cartas. Las perspectivas a futuro son enigmáticas.
Sin embargo, los pasos continúan pisando con seguridad, andando hacia delante, estableciendo un suelo firme sobre el cual marchar. La juventud no se rinde y como ellos dicen: “aguante es lo que nos sobra”. Sus fuerzas no son infinitas, pero suman y dotan de material los músculos del movimiento, preparándolo para un nuevo enfrentamiento. El pulso final parece diluirse, pero no desaparece. Para la mayoría oprimida es claro: es todo o nada.
Los acontecimientos:
El día de ayer se desarrolló la jornada número 22 del Paro Nacional. El Comité Nacional de Paro citó a una nueva movilización debido al fracaso en las negociaciones con el gobierno. Sus demandas moderadas, que han sido rechazadas por la mayoría del movimiento, no han logrado alcanzar su objetivo de calmar las protestas y lavarle la cara al mezquino gobierno de Duque. Al contrario, ha hecho más evidente el oportunismo de la burocracia que representa al comité y de la soberbia del gobierno nacional, que se despidió de la mesa amenazando con desplegar toda la fuerza militar en carreteras para despejar los bloqueos.
Este llamado sumó a nuevos gremios a las protestas como la USO (Unión Sindical Obrera de la Industria del Petróleo), o las academias de bailarines de salsa de Bogotá, artistas, estudiantes de universidades privadas y un largo etcétera. La declaración de guerra del gobierno a la protesta exacerbó la indignación impulsando al movimiento. Cada error cometido por el gobierno le juega en su contra, cada amenaza encuentra una respuesta inversa. En los barrios, por ejemplo, las asambleas locales son cada vez más fuertes, haciendo encuentros diarios en los que discuten sus propias demandas. Estas se han radicalizado hasta exigir, ya no sólo la salida de Duque, sino también la de todo su gabinete.
El número de personas se ha visto disminuido, pero esto no evita que todos los días haya nuevas marchas y bloqueos que se replican aquí y allá. Una de las culpables de la disminución de asistentes es la violencia de Estado, que no ha parado, y cada vez muestra con mayor descaro sus acciones inmisericordes. Y es que la sangre inocente sigue siendo derramada y con métodos cada vez más horrorosos. Al día 18 de mayo, según la ONG Temblores, iban 51 asesinatos (43 de ellos cometidos por la policía), 18 víctimas de violencia sexual y 1139 detenciones arbitrarias, en el marco del paro. Seguro la cifra crecerá, ya que durante esta última noche aumentaron su acoso en poblaciones de Antioquia, El Valle del Cauca, Cundinamarca y varios barrios populares de la capital.
Con todo y su bota de acero pareciera que la fuerza no les alcanza y que, por lo menos desde lo legal, se les acaban las herramientas y se les agotan los recursos. Cada intento de intimidación con arrestos les dura poco y han ido perdiendo eficacia. Para la jornada de ayer decidieron no sacar el ESMAD en Cali ni en Boyacá. Por lo mismo siguen recurriendo al paramilitarismo, en todas sus formas, como apoyo a la represión. Desde elementos de la burguesía y pequeño burguesía que salen armados a disparar indiscriminadamente hasta lumpen contratado. Su bancarrota persiste y se nota con la unión de nuevos gremios al contexto del paro.
Además, el gobierno, sigue perdiendo terreno en lo político, regalando victorias al movimiento. El archivamiento del Proyecto de ley 010 de reforma a la salud lo demuestra, esta derrota se dio debido a la retirada de todos los partidos que decidieron quitarle su apoyo por la presión popular, incluido el partido de gobierno. Lo mismo con la moción de censura en contra del ministro Diego Molano, o la renuncia a la candidatura presidencial de la vicepresidenta Marta Lucía Ramírez para tomar el puesto de canciller, o las tensiones entre el gobierno y algunos gobernantes locales. Ni que decir del apoyo que comienza a dársele a Gustavo Petro desde ciertos sectores de la burguesía.
Este último ha sabido desenvolverse sobre el terreno actual, mostrando una posición poco oportunista como lo han hecho el resto de elementos de la izquierda. En su último comunicado decidió romper su silencio y hacer varias propuestas al paro y el gobierno. De manera inteligente se desvinculó del liderazgo de las protestas, indicando que son los jóvenes quienes lideran las marchas y que ellos deberían por medio de delegados votados en asambleas entrar a formar parte del Comité de Paro. También propuso marchas multitudinarias, la vinculación de más sectores obreros y ejercer presión sobre los centros de poder.
Su lectura perspicaz, de corte reformista, se ha convertido en la mejor opción a seguir y esto lo demuestra el último estudio realizado por el Centro Nacional de Consultoría pagado y publicado por la revista Semana, pasquín del uribismo, que muestra al líder de la Colombia Humana con una intención de voto del 25 % por encima de sus contrincantes que fluctúan entre el 6, 5 y 3 por ciento.
Es hora de ir más adelante, la mejor opción del movimiento es la de seguir confiando en su propia fuerza y continuar organizando sus asambleas que ya comienzan a dar resultados en la creación de liderazgos auténticos. Estos deben consolidarse, crecer y llamar al apoyo de toda la clase trabajadora, por encima de su casta burocrática, para que salga y se una a una Huelga general. Por supuesto este sería el escenario ideal, pero no es una hipótesis imposible. Cada hora es decisiva y establece nuestro futuro.
Foto vía Camarada HB
Hacia dónde vamos:
Vivimos momentos sensibles que pueden transformarse rápidamente. Hablar del futuro lejano en esta situación es complicado aunque no es difícil prever algunos levantamientos nuevos, un aumento en la represión, la creación de grupos de autodefensa aislados y un avance del reformismo. Sin embargo, todo esto queda dentro del campo de las especulaciones, más con la rapidez en que varían las cosas. De todas maneras no nos cansaremos de insistir en que en estos nuevos eventos encontraremos un aprendizaje sin igual que inevitablemente nos llevará a nuevas rutas.
En lo inmediato es necesario convertir el paro en un poderoso movimiento de huelga general que se dirija a los principales sectores de producción, se tienen los números, el apoyo y las razones; se debe seguir edificando las asambleas democráticas en los barrios y lugares de trabajo de los que surjan representantes que lleven esos aportes a asambleas generales a nivel local y nacional. De estas mismas asambleas nacerán comités de defensa que protejan al movimiento de la violencia policial. Se puede seguir el ejemplo organizativo de la Minga indígena y la primera línea. Se debería convocar una reunión nacional de emergencia de representantes de todos los sectores para dar al movimiento un liderazgo democrático y responsable. Ese llamado a una gran marcha nacional (propuesta por Petro como parte de una poderosa movilización nacional) es necesario y plantearía la pregunta de quién manda: Duque o el pueblo trabajador movilizado.
Las cartas están echadas. Por eso las acciones deben ser urgentes, las fuerzas pueden agotarse y de pronto diezmar, bien sea por un periodo largo o corto, y esto no puede significar una derrota. Entre las muchas cosas que deje el paro, una estructura organizada será la mejor victoria.
Los elementos de la pequeña burguesía serán los primeros en bajar los brazos con la misma velocidad que los levantaron y será la clase obrera humilde junto con el resto de los oprimidos la que se quedará sosteniendo la lucha hasta que la venza el agotamiento. Es por eso que debemos pasar del reino de lo espontáneo al de la organización.
Semejante movilización sería un paso enorme para un gigante que no solo ha despertado después de un sueño de décadas, pero también ha aprendido de nuevo como caminar y correr con relativa facilidad. La cuestión es hacia donde se está marchando. Debemos insistir en que si bien estas movilizaciones reflejan la increíble fortaleza, creatividad y compromiso de la clase obrera a la hora de luchar por un mejor mundo, la victoria no solo requiere estas cosas. Requiere un programa y una idea clara de lo que se requiere para poder obtener las cosas por las que el movimiento está peleando.
El movimiento plantea que se está peleando para deshacerse de un gobierno corrupto que reprime y no puede alimentar a la gente. De hecho, un gobierno que en plena crisis económica decidió sacar comida del plato a la gente para asegurar más ganancias. Un gobierno que intentó monopolizar el sector salud en medio de una pandemia que ha matado 82 mil personas. Para poder asegurar las cosas que este gobierno niega (Comida, seguridad, salud), la clase obrera tiene que tener control de la producción de comida, la administración del sector salud y la habilidad de poder defenderse de los peores ataques de este estado represor que no tiene ninguna compunción a la hora de desplegar el peor tipo de violencia para desmoralizar a la clase trabajadora.
Ya de por sí la clase obrera produce la comida de este país. La primera línea nos enseña que la cuestión de la seguridad ciudadana no tiene por que ser gestionada por una policía corrupta y represora, que solo sirve para representar los intereses de la clase dominante colombiana. El sector salud en este país, hasta donde sirve, no es por el nivel de inversión de las EPSs o del estado, pero por el trabajo sin cansancio de las enfermeras y los trabajadores médicos que han recibido el peor tratamiento posible durante esta pandemia (la negación de insumos, la falta de inversión en la infraestructura del sector salud)
Cuando vemos los problemas de Colombia, es claro que la única solución es que esta clase obrera tan creativa y oprimida desafíe abiertamente por el poder para crear una mejor sociedad. Si bien estas movilizaciones son una escuela importantísima que le ha enseñado a la clase obrera que métodos sirven y como ganar, sin un programa, sin una dirección, el movimiento siempre estará avanzando con los frenos puestos. Lo que proponemos es, precisamente, remover los frenos y llegar al destino final que estos eventos proponen: la victoria de la clase obrera con un programa que finalmente libere a Colombia de las terribles condiciones que han creado esta miseria.
Colombia está viviendo un estallido social sin precedentes. Ya han pasado 11 días desde la proclamación del Paro Nacional, con una brutal represión con cerca de cincuenta personas asesinadas, cientos de desaparecidos y heridos. Por tal motivo entrevistamos a una joven trabajadora colombiana residente en el Estado español para conocer sus impresiones sobre lo que sucede en su país.
El pasado 28 de abril se iniciaba lo que sería el primer día de paro nacional en Colombia con motivo de la reforma tributaria anunciada por el gobierno de Iván Duque y que pretendía ingresar más de 6 mil millones de euros con el fin de reactivar la economía, pero cuyo objetivo principal era el de satisfacer a la burguesía y tratar de subsanar los beneficios privados. Colombia ha tenido en abril su peor mes durante la pandemia batiendo récords de muertes diarias y alcanzó la cifra de 10.000 fallecidos. La clase obrera colombiana salió a la calle en rechazo a la reforma tributaria con un aforo inmenso que llenó las calles de decenas de municipios colombianos. El paro sigue en pie con un ánimo elevado de resistencia. El Estado colombiano ha respondido con una tremenda represión policial, llegando a militarizar ciudades como Cali, Bogotá y Medellín, y disparando balas vivas contra los manifestantes, demostrando su odio hacia la clase trabajadora y su único objetivo de defender la propiedad privada. Las cifras de muertos se elevan a más de 40 fallecidos y más de 300 desaparecidos, y la situación se acerca más a una insurrección que a unas simples protestas.
Los trabajadores colombianos en todo el mundo han denunciado activamente la represión destacando concentraciones grandes en Bruselas, París, Montreal, Londres, Madrid y varias ciudades en el Estado español. Los manifestantes principalmente son migrantes colombianos y otros jóvenes y obreros que simpatizan con la lucha. Estos manifestantes gritan la más sonada consigna al puro estilo colombiano de la campana salsera de “Uribe paraco, el pueblo está berraco”.
Varios grupos en el Estado español se involucraron en sus ciudades mostrando solidaridad demostrando la fidelidad y empeño de la CMI con y para la lucha obrera contra las desigualdades e injusticias en todos los rincones del mundo.
Para conocer un poco más acerca del sentimiento y la angustia que sufren los colombianos estos últimos días hemos realizado una pequeña entrevista a una colombiana joven residente en el Estado español que se muestra perpleja ante los acontecimientos y se empieza a cuestionar la viabilidad del capitalismo para sostener la clase obrera del mundo.
Pregunta: ¿Cómo te está afectando el paro? Respuesta: El paro me está afectando de una manera sentimental, ya que siento impotencia y rabia de no poder actuar frente a todas las injusticias que se están cometiendo y ver cómo nos están matando.
P: ¿Tienes familia en Colombia? ¿Por qué decidiste emigrar? R: Realmente en Colombia apenas tengo familia, algunos familiares sueltos de avanzada edad y que no se están viendo implicados en las manifestaciones. Mi familia decidió emigrar con la iniciativa de mi madre hace 23 años en busca de un futuro mejor ante la inestabilidad económica y política y la falta de oportunidades que había en Colombia. Mi madre se vino en solitario primeramente y al año aproximadamente que logró cierta estabilidad nos trajo a mi hermana y a mi.
P: ¿A qué crees que se debe la represión policial y de donde surge el descontento social entre colombianos y colombianas? R: La represión policial es totalmente culpa del gobierno, porque no les interesa que la gente despierte y sepa lo que supone el sistema, para ellos es mejor tenernos reprimidos y tranquilos. Y el descontento social viene de la creciente desigualdad e injusticias que sufren los trabajadores, que el pobre sea cada vez más pobre y el rico cada vez más rico, y que nos intenten engañar de cualquier manera.
P: ¿Cuál es para ti la solución al conflicto? R: Yo creo que hay que seguir resistiendo, que no nos podemos dar por vencidos, porque lo que queremos cambiar no es tan solo al presidente, sino la función y el papel de todo el Estado y el sistema en nuestro país.
P: ¿Qué mensaje le darías a los colombianos y colombianas que están resistiendo tanto en Colombia como en el extranjero? R: Que hay que seguir resistiendo hasta que se consiga algo, pero algo de verdad, un cambio real, no nos sirve de nada luchar y resistir para que nos den pequeños cambios y dentro de 1-2 años volver a lo mismo. Hay que seguir resistiendo y luchando por nuestros derechos, porque al final somos nosotros los trabajadores los que más afectados nos vemos.
En sus palabras observamos una creciente animadversión de la clase obrera colombiana hacia la derecha y la burguesía, y tanto como al presidente Duque, que en los últimos sondeos nacionales apenas alcanzaba el 25% en febrero de este año, como al ex presidente Álvaro Uribe, considerado como el principal cabecilla del gobierno de Duque y de los numerosos escándalos de corrupción y asesinatos en las últimas décadas de historia, siendo el caso más sonado el de los conocidos como falsos positivos, en los que fueron asesinados 6.402 civiles, confirmados por la Jurisdicción Especial para La Paz, por las Fuerzas Militares del Estado y a los que vestían de guerrilleros para obtener compensaciones económicas con el fin de dar una imagen internacional de lucha contra el comunismo. El 78% de estos casos ocurrió durante el periodo de 2002 a 2008, durante el mandato del mencionado Alvaro Uribe, haciendo ver a quien representa y de qué lado ha estado en todo momento. La lucha de clases está al rojo vivo en un país con el segundo índice de GINI(desigualdad de distribución de la renta) más alto de Latinoamérica por detrás de Haití y un nivel de pobreza que alcanzó este año el 42% o más de 20 millones de personas que viven en situaciones de precariedad. La vanguardia obrera colombiana debe organizar a los trabajadores bajo un partido revolucionario y con un programa sólido que haga frente a la burguesía colombiana, particularmente conservadora y reaccionaria y títeres de los poderes imperialistas. Con una dirección socialista y de clase la clase obrera colombiana puede desencadenar un movimiento revolucionario fuerte y capaz de hacer temblar los cimientos del capitalismo colombiano.
Los trabajadores colombianos también se caracterizan por su tenacidad y su valentía en momentos de dificultad y esta matanza por parte de los gobernantes ha hecho saltar la chispa que ha desencadenado una rabia insurreccional ante la pobreza, el hambre, la miseria y el abandono.