Los días 4 y 5 de noviembre tuvo lugar el Congreso de la sección brasileña de la CMI. En este Congreso, evaluando el desarrollo de la organización y la situación política, el éxito de la campaña “¿Eres comunista?”, la organización decidió cambiar su nombre, anteriormente Izquierda Marxista, ¡la sección brasileña de la CMI ahora se llama Organización Comunista Internacionalista!
Además del cambio de nombre, los delegados presentes también decidieron por unanimidad dar por terminada la participación de la organización en el PSOL (Partido Socialismo y Libertad). Este partido, que incluso atrajo a una amplia capa de jóvenes, presentándose como una alternativa de izquierda al PT, ha dado pasos en los últimos años en su adaptación al orden burgués, profundizando su línea política reformista, haciendo alianzas electorales con sectores de la burguesía, culminando en su integración en el gobierno de unidad nacional de Lula. La permanencia en el PSOL se convirtió en un obstáculo para el crecimiento de una organización revolucionaria.
Este Congreso fue precedido, los días 2 y 3 de noviembre, por la Escuela de Nacional de Cuadros y el acto Contra las Guerras Imperialistas –Ucrania y Palestina. Este acto tuvo aproximadamente 200 participantes y fue convocado conjuntamente por la Izquierda Marxista y el PCB-RR (Partido Comunista Brasileño – Reconstrucción Revolucionaria, una organización formada por los expulsados de manera burocrática por la mayoría de la dirección del PCB).
La Escuela Nacional de Cuadros tenía dos mesas, que abordaron dos temas muy actuales: “Marxismo y guerra” y “El papel histórico del estalinismo y los intentos de rehabilitar a Stalin hoy”.
El conjunto de cuatro días de discusión política reflejó, a través de la calidad del debate y el número de participantes, la fuerza de las ideas comunistas. En total, participaron unas 130 personas en la Escuela y el Congreso, entre delegados, cuadros e invitados de diferentes regiones del país. También estuvieron presentes el compañero Jorge Martín, del secretariado internacional de la CMI, y Alex S, que milita en la sección argentina de la CMI. El Secretario General de la CMI, Alan Woods, envió un vídeo de saludo.
Gabriel Landi y Gabriel Lazzari, en representación del PCB-RR, Juliana Curvelo y Alex da Mata, activistas del Movimiento de Izquierda Socialista (MES), estuvieron presentes como invitados en la inauguración de la Escuela y el Congreso. Antônio Battisti, importante e histórico dirigente sindical de servidores públicos del Estado de Santa Catarina, envió un video de saludo. También recibimos un video fraternal de saludo del compañero Ivan Pinheiro (ver más abajo). Iván Pinheiro es un dirigente histórico del Partido Comunista Brasileño, que dirigió la resistencia contra la disolución del PCB en la década de 1990 y su transformación en un partido burgués. Recientemente, fue uno de los expulsados por la mayoría de la dirección del PCB, iniciando con otros militantes que fueron víctimas de la purga el trabajo de reorganización con el PCB-RR.
El VIII Congreso de la Izquierda Marxista marca un punto de inflexión en la sección brasileña de la internacional. El crecimiento de la organización en los últimos meses (un aumento del 68 % en el número de militantes desde principios de año), la juventud que está surgiendo y el espíritu proletario del congreso son ejemplos de la lucha que los comunistas están llevando a cabo para construir un partido revolucionario y la Internacional revolucionaria capaz de llevar a la clase obrera al poder y construir una nueva sociedad libre de los horrores del capitalismo.
¡Viva la CMI!
¡Viva la Organización Comunista Internacionalista!
¡Trabajadores de todo el mundo, uníos!
Saludo de Ivan Pinheiro (PCB-RR) al VIII Congreso Nacional de la Izquierda Marxista (ahora Organización Comunista Internacionalista)
Camaradas,
En nombre del Movimiento Nacional en Defensa de la Reconstrucción Revolucionaria del PCB (PCB-RR) vengo a saludar la militancia de la Izquierda Marxista y agradecerles la honorable invitación a intervenir en la apertura de su VIII Congreso Nacional, formalizada en una reunión bilateral que tuvimos el privilegio de celebrar con la dirección nacional de esta organización, el pasado mes de agosto, poco después de la reciente escisión del PCB -provocada por una fracción antileninista- con la purga de cientos de militantes de las filas del partido, porque nos apartamos de la línea oportunista del Comité Central y llamamos a la celebración de un Congreso extraordinario y unitario, para debatir democráticamente cuestiones tácticas, estratégicas, organizativas e ideológicas.
Nos impidieron expresar nuestros desacuerdos internamente y ahora intentan censurarnos públicamente, bajando nuestras redes sociales y pidiendo a una institución estatal que registra marcas y patentes (INPI) la titularidad de la sigla UJC (Unión de Juventud Comunista) que, de manera mayoritaria, no solo se unió, sino que impulsa la reconstrucción revolucionaria del PCB. ¡Hemos visto esta triste película antes, cuando Roberto Freire intentó registrar en el mismo INPI y en el TSE (Tribunal Supremo Electoral) el acrónimo y el nombre del PCB como propiedades del fallecido PPS!
Una de las consecuencias positivas de esta crisis fue nuestro reencuentro con la Izquierda Marxista y otras organizaciones revolucionarias con las que, hasta 2016, buscamos construir un frente anticapitalista y antiimperialista en Brasil. Durante este periodo, en uno de nuestros encuentros bilaterales, tuvimos la presencia de Alan Woods, Secretario General de la Corriente Marxista Internacional (CMI), con quien tuve el honor de comunicarme recientemente.
Nuestra presencia en la apertura de este Congreso sólo fue posible porque recientemente hemos percibido afinidades en temas decisivos, como combatir ilusiones en reformas que “humanizan” el capitalismo y de esta manera allanar el camino para el socialismo, en el marco de la democracia burguesa, el instrumento ideal que las clases dominantes utilizan para ejercer su hegemonía, mientras no esté amenazada por el proletariado.
¡Entre la reforma y la revolución, nos reunimos la segunda!
También percibimos nuestra convergencia en torno a la actualidad del legado de Lenin y la necesidad de dedicarnos al internacionalismo proletario, el diálogo, el acercamiento y la unidad de acción de los partidos comunistas revolucionarios en todo el mundo, especialmente en un momento en que la crisis sistémica del capitalismo y las contradicciones interimperialistas se agravan simultáneamente, lo que resulta en guerras regionales que pueden convertirse en una guerra mundial de proporciones devastadoras, pero que, por otro lado, proporcionan un terreno fértil para el surgimiento de movimientos de masas que plantean insurgencias proletarias en varios países, pero que solo tendrán alguna posibilidad de éxito si encuentran en ellos una vanguardia revolucionaria capaz de llevarlos a la victoria.
El acto Contra las Guerras Imperialistas promovido el jueves (11/02), en la apertura de su VIII Congreso Nacional, en el que nos sentimos honrados de haber participado, jugó un papel importante en este sentido.
Me gustaría recordarles que la iniciativa de los compañeros de convocar este acto tuvo lugar en un momento durante el cual no había señales de que el conflicto desigual de más de 75 años entre palestinos e israelíes alcanzaría la etapa dramática en la que vivimos hoy, cuando el sionismo, apoyado y sostenido sobre todo por el imperialismo estadounidense, intenta imponer mediante el terrorismo una solución final al conflicto, es decir, el asesinato y la expulsión masiva del pueblo palestino de su propia patria, ¡donde no pueden vivir en paz!
Estamos en vísperas de la expansión de esta guerra cobarde y asimétrica, contra un pueblo que ni siquiera podría tener un ejército regular para defenderse. El odio al sionismo que se extiende por todo el mundo, como vemos en las manifestaciones en prácticamente todos los países, impulsa a muchos gobiernos, incluida América Latina (excepto, entre otros, el gobierno de Lula), a solidarizarse con los palestinos.
Por este genocidio, Israel pagará un precio muy alto para asegurar su futuro, incierto a partir de ahora. No solo por la repulsión y la condena del mundo, sino porque el odio al sionismo y la elevación de la conciencia política de las nuevas generaciones de palestinos y sus vecinos más cercanos harán que sea un infierno mantener la ocupación, el apartheid y el propio Estado de Israel, sobre todo porque su coexistencia pacífica, lado a lado, con un Estado palestino resulta imposible.
Cuando, en agosto, la Izquierda Marxista nos invitó a compartir este acto contra la guerra imperialista, ya había muchas razones para llevar adelante esta iniciativa.
La guerra interimperialista en Ucrania, ahora sofocada por la monstruosa barbarie sionista, probablemente sobrevivirá a una eventual solución provisional al genocidio en Gaza. Sobre todo porque, en Ucrania, el resultado de la confrontación será mucho más impactante en la disputa por la hegemonía mundial del modo de producción capitalista, que antagoniza el polo imperialista liderado por Estados Unidos, con Europa siempre a rastras, y el polo liderado por China, que tiene en Rusia a su aliado más poderoso, en términos económicos y sobre todo militares.
Ambos firmaron poco antes del comienzo de la guerra en Ucrania una “alianza sin límites” sin precedentes y trabajan en asociación para la exportación masiva de capital en toda África, una hoja de ruta que ahora es una prioridad para la expansión de la llamada “Ruta de la Seda”, y donde China entra con el capital y Rusia con las armas y las fuerzas militares del llamado “Grupo Wagner”, para disputar la influencia en el continente africano, que puede convertirse en el escenario de otro conflicto interimperialista, una nueva tumba colectiva de proletarios.
El PCB-RR y la Izquierda Marxista coinciden en la opinión de que en una guerra entre dos países capitalistas, como Ucrania y Rusia, los comunistas no eligen a una de las burguesías para apoyarla. En lugar de coludirse con el asesinato recíproco entre los proletarios de ambos lados, los llaman a volverse contra sus propias burguesías, que las usan como carne de cañón para apoderarse de mercados, territorios, riquezas naturales, rutas de distribución de bienes y mano de obra más barata.
Los militantes de la Esquerda Marxista (sección brasileña de la CMI) y del Partido Comunista Brasileño – Reconstrucción Revolucionaria se reunieron en la tarde del jueves (2 de noviembre) en el “Acto contra las guerras imperialistas – Ucrania y Palestina”, organizado conjuntamente por ambas organizaciones. La actividad contó con la presencia de 200 personas, entre militantes e invitados, y con los informes políticos de Jorge Martin, en representación de la Corriente Marxista Internacional (CMI), Gabriel Lazzari, en representación del PCB-RR, y Serge Goulart, en representación de la Esquerda Marxista.
En su discurso de apertura, Jorge Martin parafraseó a Lenin diciendo que el capitalismo es horror sin fin, y lo que estamos viendo actualmente en Palestina ciertamente lo reproduce muy bien: “Hay miles de muertos. Personas obligadas a abandonar sus hogares; hospitales, mezquitas, escuelas y edificios bombardeados a diario. Se ha limitado el acceso a derechos básicos como el agua, la electricidad, las telecomunicaciones y los alimentos. Lo que estamos viendo, camaradas, no es una guerra ni un conflicto. Estamos viendo una masacre. Un pueblo sitiado, sometido a bombardeos incesantes”, comentó en su informe político.
Jorge continuó su informe abordando la situación de la guerra ucraniana, que dura ya más de 600 días. En su intervención, denunció el papel reaccionario de los gobiernos ruso y ucraniano al defender únicamente sus intereses económicos en esta guerra. “Rusia, Estados Unidos y la OTAN defienden intereses burgueses, una ‘asquerosa hipocresía'”, dijo. La postura de los comunistas en este escenario se puede resumir en la consigna de Karl Liebknecht “el principal enemigo de la clase obrera está en casa”.
Para concluir su intervención, el camarada argumentó que la “solución de los dos Estados” no resuelve la situación en Palestina. Explicó que el Estado de Israel defiende los intereses económicos y políticos del imperialismo en la región y ha presentado el levantamiento de la clase obrera palestina y de toda la región como la única solución. Por eso los comunistas defienden la “intifada hasta la victoria” y la necesidad de una Palestina libre en el marco de una Federación Socialista de Oriente Medio.
Gabriel Lazzari fue el segundo ponente del acto y comenzó hablando de la urgencia de que los movimientos de izquierda comprendan lo que es realmente el imperialismo. “Hamás no es de izquierdas, no es socialista y no es una organización revolucionaria, pero es una de las expresiones de resistencia en Palestina, que tiene esta característica porque ha habido una fuerte presión imperialista y burguesa sobre las tradiciones obreras en la región”, dijo Gabriel, que también defendió la necesidad de defender el internacionalismo en la lucha obrera, como los trabajadores belgas ante la guerra.
En su intervención, Lazzari defendió que es habitual que algunos sectores de la izquierda defiendan la idea del multipolarismo, pero que es necesario combatirlo dentro del movimiento obrero. “La perspectiva reformista está llena de ilusiones, concretamente cuando hablan de la ‘solución de los dos Estados’ en la cuestión de Palestina. Nosotros, como organizaciones revolucionarias, como clase obrera, tenemos que acabar con estas ilusiones. El multipolarismo burgués no resolverá los escenarios de guerra en Ucrania y masacre en Palestina. Este no es el camino para lograr una paz duradera; al contrario, es el camino para desarrollar nuevos ciclos de guerra, de conflictos militares globales. Sólo la lucha internacional de la clase obrera puede derrocar a la burguesía, uniendo sus esfuerzos para construir las organizaciones y la revolución”, afirmó.
El camarada Serge Goulart, representante de la Esquerda Marxista, cerró la primera parte del acto con un discurso en el que criticó a los sectores de la izquierda que defienden la “solución de los dos Estados” y capitulan ante la burguesía imperialista. También habló de la supuesta democracia en Israel, que ni siquiera garantiza los derechos políticos básicos a una parte de su población. Serge destacó la importancia de las movilizaciones que tienen lugar en todo el mundo en apoyo de la lucha en Palestina. Terminó insistiendo en la necesidad de la revolución como única solución a la cuestión palestina. “Sólo la movilización de los trabajadores y la organización de los comunistas pueden llevar a la liberación de Palestina y al fin de las guerras imperialistas”, concluyó.
En la segunda parte de la acción contra las guerras imperialistas, los militantes presentes pronunciaron discursos mostrando su voluntad de luchar contra el imperialismo y por la lucha de clases. También hubo un momento de solidaridad con Boris Kagarlitsky y todos los 600 presos políticos de Rusia que se han posicionado contra la guerra. La conclusión de la actividad puede resumirse con el comentario final de Jorge Martín: “No somos pacifistas, somos revolucionarios. Si queréis la paz, debéis luchar por el socialismo”.
¡Abajo los gobiernos reaccionarios de Putin y Zelensky!
¡Abajo la OTAN!
¡Abajo el Estado sionista de Israel!
¡Palestina libre!
¡Intifada hasta la victoria!
¡Proletarios del mundo, uníos!
¡Viva el socialismo!
Intervención de Jorge Martín (CMI) en el acto:
Camaradas, es un placer estar aquí con todos ustedes. Es un placer en particular estar con los camaradas del PCB RR que vienen de librar una campaña por la defensa del internacionalismo proletario. La guerra pone a todas las tendencias del movimiento obrero a prueba. Y es por eso que los comunistas verdaderos nos encontramos del mismo lado de la barricada.
Decía Lenin: “el capitalismo es horror sin fin” Y lo que estamos viendo en Gaza es ciertamente “horror sin fin”. Son ya más de 8500 muertos por los bombardeos de Israel. De ellos casi la mitad niños. Cientos de miles de casas destruidas. 1,4 millones desplazados de sus hogares. Hospitales, mezquitas, escuelas, edificios de las Naciones Unidas. Todos son objetivos legítimos para el estado terrorista de Israel. Les han cortado el agua, la comida, el combustible, la electricidad, las comunicaciones. No es una guerra, no es un conflicto. Es una masacre.
También la guerra en Ucrania ha provocado decenas de miles de muertos, cientos de miles de heridos, millones de desplazados.
Como seres humanos que somos, sentimos dolor, rabia e impotencia ante estos acontecimientos. Pero debemos ir más allá. Lenin durante la Primera Guerra Mundial decía: “la guerra es algo terrible” dicen los pacifistas. Y Lenin respondía: “sí, la guerra es terriblemente provechosa” Como comunistas debemos ir más allá de la indignación y entender cuales son los motivos de la guerra y cómo podemos poner fin a esta barbarie.
Lo primero que hay que señalar es la hipocresía repugnante del imperialismo. Cuando Rusia invadió Ucrania todos chillaban. Esto va contra el derecho internacional. Rusia viola las leyes humanitarias. Son crímenes de guerra. Y mandaron a Putin a la Corte Penal Internacional. Cuanta hipocresía. Por cierto, que EEUU no ha ratificado la Corte Penal Internacional! No solamente eso. En 2002, los EE UU aprobaron una ley que les autoriza a utilizar la fuerza militar para liberar personal de EEUU y aliados bajo la custodia de la CPI”. La ley se conoce comúnmente como “ley de invasión de la Haya”. La Haya es donde está situada la CPI.
Pero dónde están los chillidos histéricos de los gobernantes internacionales en relación a Gaza. Dónde está la corte penal internacional. Ah, no. Ahora todos: Biden, Macron, Sunak, Scholz, esa horrible criatura, Von der Leyen. Todos se apresuran a proclamar el “derecho de Israel a defenderse”.
No, no. La ley internacional es una farsa. El consejo de seguridad de la ONU es una “cocina de ladrones” como dijo Lenin en relación a la Sociedad de Naciones. Allí se reparten el botín. Cuando pueden usar a la ONU para encubrir sus intereses imperialistas, así lo hacen. Cuando la ONU vota en su contra, la ignoran totalmente.
Los comunistas siempre vamos a estar del lado de los oprimidos contra los opresores. Se habla de terrorismo. Pero ¿Quiénes son los terroristas? Si miramos el diccionario veremos que terrorrismo es la utilización del terror para conseguir fines políticos. Eso describe exactamente la actuación del imperialismo de EEUU en Serbia, Iraq, Afganistán y un largo etc. Por no remontarse más atrás (Vietnam, etc). Invasiones, masacres, golpes de estado, torturas. Por no hablar de las sanciones, la guerra económica. Esta es la auténtica cara de la “democracia” capitalista y del “orden mundial basado en reglas” del que ellos hablan.
¿Cuál es el carácter del conflicto en Ucrania? Es un conflicto interimperialista entre EEUU y Rusia, en el que Ucrania es usada como carne de cañón. Desde la caída de la URSS, la OTAN siguió una política de expansión hacia el este. Al principio los capitalistas rusos eran pro-occidentales (Yeltsin), pero llegó un momento en que empezaron a defender sus propios intereses lo que les llevó a entrar en conflicto con el imperialismo occidental.
La responsabilidad principal de esta guerra recae sobre el imperialismo ianqui. EEUU apoyó el golpe de Maidan en 2014 que instaló un régimen nacionalista reaccionario, incorporando a bandas fascistas en el aparato del estado, y tomando como referencia los colaboradores nazis de la Segunda Guerra MUndial. Ya vimos cómo aplaudieron a un veterano de las SS Galizia en el parlamento Canadiense. Ese gobierno pro-occidental de Ucrania inevitablemente llevó a un levantamiento en el este del país y el uso del ejército contra la población civil. En aquél entonces nadie levantó la voz por los derechos democráticos del Donbas no contra la masacre. Nadie en los grandes medios de comunicación burgueses, claro. Los comunistas nos colocamos totalmente del lado de la resistencia anti-fascista en Ucrania.
Los motivos de EEUU en esta guerra son completamente imperialistas y reaccionarios. Debilitar a Rusia. Aumentar su control sobre la UE y obligarles a un programa de rearmamento. Recuperar prestigio después de la debacle de Afganistán.
¿Pero cuáles son los intereses de Rusia en este conflicto? Putin de manera cínica utiliza la memoria de la lucha contra el nazismo en la segunda guerra mundial. Pero utiliza a elementos nazis en su bando. Y además lo dice claramente: su modelo es el Imperio Zarista. Él culpa a Lenin y los bolcheviques por la creación de Ucrania. Un comunista ucraniano me dijo en una ocasión: “Lenin creó Ucrania, los nacionalistas ucranianos la han destruido”. Bien, no es totalmente cierto que Lenin creó Ucrania. Pero lo que sí es cierto es que los bolcheviques dieron la libertad a las naciones oprimidas por el imperio zarista y de ahí surgió la Ucrania independiente que luego se unió, en pie de igualdad, a la URSS.
En esta guerra, Putin representa los intereses de los capitalistas rusos. Estos intereses son también reaccionarios. La lucha por mercados y esferas de influencia, en las regiones vecinas de Rusia (Asia Central, Cáucaso, Ucrania) pero también más allá (Siria, África).
La postura de los comunistas debe ser por lo tanto la postura de Lenin en la primera guerra mundial, que se puede resumir en la frase de Karl Liebknecht “el principal enemigo de la clase obrera está en casa”. Nuestra principal tarea es la de desenmascarar la propaganda de “nuestros” imperialistas y combatir los intereses de “nuestra” propia clase dominante imperialista. La tarea de derrocar el régimen reaccionario de Putin es la tarea de la clase obrera rusa.
Y la tarea de la clase obrera ucraniana es luchar contra su propio gobierno reaccionario y títere del imperialismo. Esta no es una guerra por la defensa de la soberanía de Ucrania. ¿Qué soberanía tiene un país que depende totalmente de la ayuda militar y económica de la OTAN?
Vamos a hablar también de Palestina. Palestina es un conflicto que se remonta a décadas. En su origen está la política del imperialismo británico de divide y vencerás. Una política que usaron en primer lugar en Irlanda, pero que perfeccionaron en todo su Imperio colonial. Así prometieron Palestina tanto a los árabes como a los judíos, por sus propios intereses cínicos. El movimiento obrero revolucionario siempre se opuso al sionismo. El sionismo, es decir la idea de la creación de una patria para los judíos en “la tierra prometida por Dios” fue desde el inicio un movimiento reaccionario. Lenin y los bolcheviques lucharon contra el anti-semitismo y los pogromos que el zarismo usaba para dividir la clase obrera. Pero se oponían al sionismo y planteaban la solución de la opresión de los judíos mediante la lucha unida de la clase obrera contra el zarismo y el capitalismo.
Claro, el sionismo se fortaleció con el holocausto nazi. Cientos de miles de judíos emigraron buscando un hogar donde vivir seguros. Ya en aquél entonces Trotsky advirtió que el intento de crear una patria para los judíos en Palestina sería una trampa sangrienta, no un hogar seguro.
El estado de Israel se funda sobre la desposesión de millones de árabes palestinos y se mantiene sobre su opresión constante. Por cierto, esta desposesión se llevó a cabo por medios terroristas. Una de las organizaciones terroristas sionistas era el Irgun, que es el antecesor directo del actual Likud, el partido de Benjamin Netanyahu.
La historia no empieza el 7 de octubre. Realmente, no nos puede sorprender el ataque de Hamas de ese día. La solución de dos estados fracasó. Los acuerdos de Oslo se revelaron como una farsa. En lugar de un estado palestino al lado del estado de Israel, lo que tenemos es una “Autoridad Palestina” sin ningún poder, que actúa como policía de Israel para controlar a los palestinos. Cisjordania contiene hoy 243 enclaves judíos conectados por carreteras, protegidas por el ejército israeli, que impiden a los palestinos viajar de un pueblo al pueblo vecino. Los colonos judíos ultraortodoxos han aumentado sus asentamientos en los territorios que se supone son de jurisdicción palestina. El gobierno de Netanyahu está en coalición con elementos abiertamente fascistas.
Además de eso tenemos el llamado proceso de normalización. Es decir el restablecimiento de relaciones normales entre Israel y los países árabes. Ya se estaba hablando del último paso del proceso: normalizar relaciones con Arabia Saudita.
Y para que quedara claro cuál era el plan, Netanyahu va a la ONU y presenta un mapa de lo que significa la normalización en Oriente Medio. Y en ese mapa, Israel contiene TODA Palestina, incluyendo los Territorios Ocupados en 1967, incluyendo Cisjordania y Gaza. Es decir un mapa en el que Palestina no existe. Es borrada totalmente del mapa.Como digo, no nos puede sorprender el ataque de Hamas el 7 de octubre.
Todos los que nos exigen que condenemos a Hamas son los que apoyan el terrorismo de Israel. No caemos en esa trampa. Nosotros somos comunistas y nuestros métodos y programa no tienen nada que ver con los de Hamas. Pero aquí de lo que se trata es de un pueblo oprimido contra una potencia militar de primer orden. Y nosotros estamos firmemente del lado de los oprimidos.
Este es un combate importante. Muy importante. Los imperialistas lo saben. En todos los países imperialistas han lanzado una campaña de propaganda y represión contra los que defienden la causa palestina. En Francia, Alemania, Suiza, Austria, han prohibido manifestaciones. En Gran Bretaña, Suiza, Austria nos han prohibido realizar reuniones públicas en las universidades. Cualquiera que expresa solidaridad con Palestina, o incluso llama a un alto el fuego, es acusado de terrorista, simpatizante de Hamas, etc. Este es el contenido real de la democracia capitalista. Nuestra propia organización, la Corriente Marxista Internacional, en Alemania, en Suecia, en Suiza, en Austria, en Gran Bretaña, ha sufrido estos ataques. Dicen que nuestra consigna “intifada hasta la victoria” ¡es incitación a la violencia!
¿Cómo podemos apoyar la lucha del pueblo palestino? En primer lugar debemos organizar la solidaridad internacional y la lucha contra nuestros propios gobiernos imperialistas que financian y arman a Israel. Esta lucha implica movilizaciones de masas como las que hemos visto. Medio millón en Londres el pasado sábado. Pero también implica llevar la lucha al movimiento obrero. Organizar un boicot obrero del estado de Israel. Detener el envío de armas. La clase obrera, organizada y consciente, tiene ese poder. Los estibadores portuarios ya en otras ocasiones (por ejemplo en Suráfrica) se han negado a transportar armas destinadas al estado terrorista sionista.
Algunos dirán: los palestinos llevan décadas luchando, de manera heróica, pero no han avanzado, más bien lo contrario. Los palestinos se enfrentan a un estado capitalista moderno armado hasta los dientes, que posee incluso armamento nuclear. ¿Cómo es posible derrotarlo?
Para nosotros, la vía del pueblo palestino a la victoria es una intifada. Un levantamiento revolucionario de masas contra la opresión, que implique a todos los palestinos, los de los territorios ocupados y los del actual estado de Israel, como fue la lucha unificada de la huelga general del 2021. Pero además, esa lucha debe extenderse a todos los países de la región. A Egipto, al Líbano, a Jordania, a todos las corruptas monarquías reaccionarias de la región. El derrocamiento revolucionario de estos regímenes vendría a fortalecer la resistencia palestina. Eso implica que la clase trabajadora y las masas pobres tomen el poder en esos países.
Un movimiento de ese tipo es el único que puede empezar a romper el estado de Israel en líneas de clase. La lucha nacional palestina por lo tanto está íntimamente ligada a la lucha contra el imperialismo y por abolir el capitalismo en toda la región.
Por eso decimos, alto y claro: Intifada hasta la victoria
Solidaridad con la lucha del pueblo palestino
Abajo el estado sionista de IsraelPalestina librePor una Federación Socialista de Oriente Medio
La elección de Lula en Brasil y de Petro en Colombia en 2022 ha provocado un aumento del ruido tanto en los medios de comunicación como en los círculos de izquierda sobre una segunda «marea rosa» en América Latina. Se trata de una referencia a la ola de gobiernos llamados «progresistas» que estuvieron en el poder durante varios años en diferentes países del continente entre 1998-2015. Tal vez sea acertado que se describa a estos gobiernos como una marea «rosa», ya que sin duda distan mucho de ser de color rojo socialistas. Es necesario examinar el carácter de esa primera oleada, las razones que le permitieron durar tanto tiempo, por qué llegó a su fin y las diferentes condiciones a las que se enfrenta esta nueva oleada.
De hecho, los gobiernos descritos por los medios de comunicación burgueses como, de una manera u otra, de ‘centro-izquierda’ han sido elegidos en Argentina (2019), Brasil (2022), Chile (2021), Colombia (2022) y México (2018). Son los cinco países más grandes de América Latina. A ellos podríamos añadir el efímero gobierno de Pedro Castillo en Perú (la sexta nación más poblada), Bolivia (2020) y Honduras (2021).
Se trata ciertamente de un cambio radical con respecto a los gobiernos abiertamente derechistas de Macri (Argentina), Bolsonaro (Brasil), Peña Nieto (México), Piñera (Chile) y los gobiernos golpistas de Honduras y Bolivia. Estos son también los principales países que componían el difunto «Grupo de Lima», una organización ad hoc creada en 2017 para llevar a cabo un cambio de régimen en Venezuela en nombre del imperialismo estadounidense.
A primera vista, parece un conjunto bastante poderoso. Algunos, como Jacobin, en su entusiasmo por estos gobiernos han llegado a decir que esta nueva ola será más fuerte que la primera. Sin embargo, como explicaremos, muchos de estos gobiernos no son en absoluto de izquierdas; varios incluyen a representantes abiertos de la clase dominante; y ninguno de ellos tiene un programa claro para desafiar al capitalismo.
Pero antes de entrar en materia, conviene analizar el carácter de la primera oleada de «gobiernos progresistas» y las razones de su caída.
La crisis de los 80
Durante la década de 1980, América Latina atravesó lo que se conoció como «la década perdida». Las causas inmediatas de la crisis tuvieron que ver con la crisis capitalista mundial de finales de los años setenta. La contracción de la economía mundial provocó el desplome de los precios del petróleo y otras materias primas, lo que afectó a las economías latinoamericanas que exportaban estos productos al mercado mundial. A esto se sumó la subida de los tipos de interés en los países capitalistas avanzados para luchar contra la inflación galopante que se había desarrollado durante la década de 1970. Esto hizo que los intereses de la deuda externa de América Latina, denominada en dólares, fueran mucho más caros.
Esta combinación de factores produjo una fuerte contracción económica en el conjunto del continente. El PIB se estancó en 1981 (creciendo un 0,8%), y se contrajo en 1982 (-0,3%) y 1983 (-1,9%). En términos per cápita, el PIB se contrajo un 9% entre 1980 y 1985. En 1982, México declaró el impago de su deuda externa, lo que provocó una crisis generalizada de la deuda en el continente. Los prestamistas extranjeros no estaban dispuestos a renegociar y exigieron la devolución de su dinero.
El único recurso que tenían los países latinoamericanos era el FMI, que intervino exigiendo la aplicación de brutales paquetes de austeridad, recortes masivos del gasto público y privatización de activos estatales, todo ello en nombre del pago de la deuda externa. Decenas de millones de personas fueron arrojadas a la pobreza mientras los gobiernos se veían obligados a pagar miles de millones de dólares a los acreedores imperialistas en el extranjero. En medio de una crisis brutal, se produjo una enorme transferencia de renta de los obreros y campesinos del continente a los banqueros parasitarios occidentales.
Las consecuencias sociales y políticas de la crisis se dejaron sentir en todo el continente: contribuyeron al fin de las dictaduras militares en Chile, Argentina y Brasil, debilitaron gravemente el gobierno del PRI en México y provocaron un levantamiento popular masivo en Venezuela en 1989.
Este fue el comienzo de lo que se conoció como «neoliberalismo». En realidad, se trataba de las políticas impuestas por el imperialismo y las oligarquías locales para hacer pagar a los trabajadores la crisis del capitalismo. A esto se sumó, a principios de los años 90, el proceso conocido como «globalización», es decir, la mayor explotación del mercado mundial por parte de las potencias imperialistas.
Los países latinoamericanos se vieron obligados a «abrir» sus economías, lo que supuso su mayor penetración por parte de las multinacionales extranjeras. En la práctica, los llamados acuerdos de libre comercio profundizaron la dominación de las economías de estos países por parte del imperialismo. Se derribaron las protecciones comerciales; se privatizó el sector estatal y se abrió a la inversión de las multinacionales; se suprimieron las protecciones laborales y medioambientales que había; se establecieron sistemas privados de pensiones.
Los países que fueron más lejos por esta senda fueron quizás Chile (donde el proceso se inició con la intervención de los «Chicago Boys» ultramonetaristas bajo el régimen sangriento de Pinochet) y en Perú (sobre todo durante la dictadura de Fujimori en los años noventa). Las multinacionales españolas desempeñaron un papel clave en este proceso, apoderándose de bancos, telecomunicaciones y gas. También se beneficiaron las multinacionales mineras británicas, canadienses y estadounidenses.
A finales de la década de 1990, el impacto total de estas políticas estaba a la vista de todos. Se produjo un aumento masivo de la pobreza y la pobreza extrema, abriéndose un enorme abismo de desigualdad en la distribución de los ingresos y una dominación cada vez mayor de estas naciones por parte el mercado capitalista mundial.
Levantamientos masivos
El escenario estaba preparado para levantamientos masivos de obreros y campesinos, que rápidamente adquirieron características insurreccionales. Ya en 1994 vimos el levantamiento zapatista en México, con su base entre los campesinos pobres de Chiapas, pero con un amplio apoyo y simpatía en todo el país.
Estas fueron las condiciones materiales, combinadas con los escándalos de corrupción, que condujeron a un descrédito masivo de todas las instituciones burguesas y a una apatía generalizada de los votantes. Según Latinbarómetro, sólo el 25% de la población de todo el continente estaba «satisfecha con la democracia» en 2001. Por primera vez, la proporción de quienes creen que «la democracia es mejor que cualquier otra forma de gobierno» cayó por debajo del 50% en toda la región (48% en 2001).
El impacto de la crisis del sudeste asiático de 1998 desencadenó finalmente un proceso de luchas y levantamientos de masas en todo el continente. El PIB per cápita cayó un 1,3% en 2001 y otro 2,3% en 2002.
El siglo XXI comenzó en América Latina con el levantamiento masivo de trabajadores y campesinos en Ecuador, que condujo al derrocamiento del odiado gobierno de Jamil Mahuad. Ya en 1997 las masas habían derrocado al presidente Abdalá Bucaram cuando, tras incumplir sus promesas electorales, pasó a aplicar un paquete de austeridad impuesto por el FMI. Durante el levantamiento del año 2000, se planteó la cuestión del poder. Las masas, dirigidas por las organizaciones indígenas y con el apoyo de los sindicatos obreros, crearon una Asamblea de los Pueblos y cerraron el parlamento burgués. Cuando el gobierno intentó utilizar al ejército, una parte se pasó al bando de las masas. Pero en el momento crucial, cuando las organizaciones de masas de obreros y campesinos tenían el poder en sus manos, sus dirigentes no actuaron.
En Bolivia se produjeron acontecimientos similares, empezando por la «guerra del agua» en Cochabamba en 1999-2000. En esa victoriosa lucha, la masa de trabajadores y campesinos desafió los intentos de privatización del agua mediante un levantamiento local. Se rompió así un ciclo de derrotas y desmoralización que se había instalado tras la derrota de los mineros en los años ochenta. Luego vinieron las dos «guerras del gas«, en febrero y octubre de 2003 y en mayo-junio de 2005.
Fueron verdaderos movimientos insurreccionales desencadenados en torno a la reivindicación de la nacionalización del gas. La masa de obreros y campesinos paralizó el país con bloqueos de carreteras y una poderosa huelga general. Los mineros marcharon sobre la capital armados con cartuchos de dinamita. Los edificios del gobierno fueron rodeados. Una vez más, el poderoso sindicato COB podría haber tomado el poder, e incluso habló de ello en sus propias declaraciones. Así, en octubre de 2003, después del derrocamiento de Goñi Sánchez de Losada, el ampliado nacional de la Central Obrera Boliviana llegó a la siguiente conclusión: “los obreros, campesinos, naciones oprimidas y clases medias empobrecidas no le arrebataron el poder a la clase dominante porque no cuentan aún con un partido revolucionario». Sin embargo, no consiguieron llevar la situación hasta su conclusión lógica, la toma del poder, ni en 2003, ni tampoco en 2005.
A finales de 2001 asistimos a otro levantamiento, esta vez en Argentina, que se conoció como el Argentinazo. Espontáneamente, espoleadas por la crisis económica y la corrida bancaria, las masas salieron a la calle y desafiaron el orden establecido. En pocas semanas, cinco gobiernos se sucedieron, incapaces de controlar el poderoso movimiento de masas. Se planteó la cuestión del poder, y las masas se organizaron en Asambleas Populares y en un enorme movimiento piquetero de trabajadores desempleados.
El levantamiento aquí no llegó tan lejos como antes en Ecuador y después en Bolivia, pero el potencial estaba ahí para que un movimiento revolucionario desafiara el poder de la clase dominante. Desgraciadamente, las organizaciones que se decían «trotskistas» en Argentina no plantearon claramente la cuestión del poder obrero. En su lugar, sólo plantearon consignas democráticas, como la convocatoria de una Asamblea Constituyente, que claramente no eran aplicables a una situación en la que ya existía una democracia burguesa en el país.
A estas insurrecciones hay que añadir también el Arequipazo en Perú en 2002, una huelga general masiva que derrotó la privatización de la electricidad en Arequipa; así como la comuna de Oaxaca en 2006 y el movimiento de masas contra el fraude electoral en México ese mismo año.
Subrayo la cuestión de estos levantamientos porque el proceso suele presentarse como la mera elección de gobiernos «progresistas» que luego procedieron a llevar a cabo reformas. En realidad, lo que había entonces era una explosión de ira acumulada contra las consecuencias sociales y económicas de las políticas ultraliberales (conocidas como «neoliberalismo») y las desacreditadas instituciones de la democracia burguesa. La masa de trabajadores y campesinos tomó el asunto en sus manos y planteó la cuestión del poder.
Fue la incapacidad de estos levantamientos de culminar en la toma del poder por parte de la clase trabajadora, debido a la debilidad de sus direcciones, lo que permitió luego el encarrilamiento y desvío del movimiento hacia el terreno electoral burgués, llevando a la elección de Néstor Kirchner (Argentina, 2003), Evo Morales (Bolivia, 2005) y Rafael Correa (Ecuador, 2006), entre otros. Una vez en el poder, el papel que desempeñaron estos gobiernos fue el de restaurar la legitimidad de las desacreditadas instituciones democrático-burguesas, cerrar por arriba el movimiento insurreccional de las masas desde abajo y restablecer cierto grado de equilibrio.
En el caso de Bolivia y Ecuador, las Asambleas Constituyentes desempeñaron un papel decisivo en este proceso de restauración de la legitimidad de las instituciones democrático-burguesas. Se redactaron nuevas constituciones, que contenían muchas palabras bonitas y grandilocuentes, incluso sobre el carácter «plurinacional» de estos países. A pesar de todos los cambios progresistas que se llevaron a cabo -y las reformas son siempre el subproducto de la revolución-, la propiedad capitalista permaneció intacta, y con ella la dominación imperialista y la opresión de los pueblos indígenas.
Venezuela
Los acontecimientos en Venezuela, por supuesto, formaron parte del mismo proceso general, pero siguieron líneas diferentes y tuvieron algunos rasgos distintivos específicos. La elección de Hugo Chávez en 1998 no fue tanto el inicio de un proceso como la consecuencia de cambios profundos en la conciencia de las masas que se remontaban al levantamiento del Caracazo de 1989, cuando Carlos Andrés Pérez aplicó un paquete de austeridad impuesto por el FMI. Miles de personas fueron masacradas cuando este levantamiento espontáneo de trabajadores, jóvenes y pobres urbanos fue brutalmente reprimido por el ejército y la policía. Ello provocó a su vez escisiones en el seno del ejército y la aparición de un grupo de oficiales bolivarianos, liderados por Chávez, que se opusieron a la represión e intentaron en dos ocasiones desencadenar un levantamiento cívico-militar en 1992.
Cuando Chávez llegó al poder en 1998 defendía un programa progresista limitado: acabar con la corrupción y utilizar la riqueza nacional del país (procedente principalmente del petróleo) para llevar a cabo programas sociales en beneficio de la mayoría pobre. En aquel momento, ni siquiera tenía un carácter explícitamente antiimperialista. Eso llegaría más tarde, en 2004.
Sin embargo, el intento de poner realmente en práctica ese limitado programa nacional democrático, en particular la reforma agraria y el control gubernamental de la industria petrolera estatal PDVSA con las leyes habilitantes de 2001, provocó la ira de la oligarquía capitalista y el imperialismo que decidieron derrocar al gobierno mediante un golpe de estado el 11 de abril de 2002.
Ese golpe fue derrotado en menos de 48h gracias a la irrupción de las masas en escena, que pusieron de su lado a una parte del ejército. Fue un hecho inédito en la historia de América Latina: un golpe militar, organizado por la oligarquía capitalista y el imperialismo derrotado por las masas en las calles. Esto aumentó enormemente la confianza de las masas en sus propias fuerzas.
A través de una serie de golpes y contragolpes, y mediante la participación activa de las masas, la «revolución bolivariana», como se la había llegado a conocer, fue impulsada hacia la izquierda, en una dirección cada vez más anticapitalista. La experiencia de las masas en la derrota del paro patronal y el saboteo de la economía de diciembre de 2002 a febrero de 2003 condujo a un movimiento de ocupaciones de fábricas. Se desarrolló una relación dinámica entre Chávez y las masas: cada uno empujaba al otro a ir más lejos.
Mientras tanto, los campesinos ocupaban los grandes latifundios con el respaldo de Chávez. Y en todo el país, las masas se habían estado organizando desde el principio de su gobierno en decenas de organizaciones: comités de tierra urbana, sindicatos clasistas, radios y televisoras comunitarias, etc..
Lejos de restablecer la legitimidad de las instituciones burguesas, este proceso iba en la dirección contraria, aunque con muchas contradicciones: es decir, reforzaba la participación directa de las masas en la vida política y económica del país. Chávez llegó a plantear la necesidad de «pulverizar el Estado burgués», aunque esto nunca llegó a ponerse en práctica. Esto fue lo que enfrentó a la Revolución venezolana con los llamados «gobiernos progresistas» de América Latina.
La situación en Brasil también tenía un carácter diferente. Aquí tuvimos la elección de Lula en 2002, a la cabeza del Partido de los Trabajadores, una organización que había sido creada como expresión política de la clase obrera en los días revolucionarios de la lucha contra la dictadura. Su elección reflejaba el deseo de cambio fundamental de las masas trabajadoras, los campesinos sin tierra y los pobres urbanos y rurales en general. Pero para entonces, Lula y la dirección del PT ya habían abandonado su pretensión original de defender la independencia de clase. Habían moderado sustancialmente su programa y estaban dispuestos a trabajar dentro del sistema. Desde el principio, su gobierno fue de unidad nacional y colaboración de clases.
El fin de los altos precios de las materias primas
Pero a pesar de las diferencias, todos estos gobiernos se beneficiaron de un factor común: un ciclo relativamente largo de altos precios de las materias primas, que duró la mayor parte de una década, y que terminó con el desplome de las materias primas a partir de 2014. Se pueden elaborar gráficos para el precio del petróleo , el gas natural, el zinc, el cobre, la soja , etc., que son las principales materias primas de exportación de los países sudamericanos, y todos muestran la misma imagen: un fuerte aumento del precio a partir de 2004-05, una caída en 2007-08 y, a continuación, una fuerte recuperación que duró hasta 2014-15.
Precio del petróleoPrecio de la sojaPrecio del cobre
Lo que algunos economistas burgueses describieron como «superciclo de las materias primas» fue impulsado en gran medida por la entrada de China en el mercado mundial, el desarrollo de su industria y, con ella, un apetito insaciable de materias primas y fuentes de energía. El último repunte tras la crisis mundial de 2007 se debió a las fuertes medidas keynesianas de gasto público adoptadas por China tras dicha crisis, que tuvieron un fuerte impacto en Sudamérica. En 2009, China se convirtió en el principal socio comercial de toda la región, desplazando a Estados Unidos.
Este ciclo de altos precios de las materias primas fue la base de la estabilidad de todos estos gobiernos «progresistas». Les dio cierto margen de maniobra para llevar a cabo ciertas reformas sociales sin cuestionar los límites del capitalismo. El aumento del nivel de vida y de los salarios les permitió mantener su popularidad estando en el poder.
Con la excepción de Venezuela, donde se hicieron incursiones en contra el derecho de propiedad privada capitalista, todos estos gobiernos se mantuvieron dentro de los límites del sistema. Aunque algunos de ellos hablaban de socialismo, en realidad se referían como mucho a la socialdemocracia, o más bien a tratar de suavizar las aristas más afiladas del capitalismo, preservando intactos sus cimientos. El único que se declaró abiertamente en contra del capitalismo fue Hugo Chávez. Pero incluso en Venezuela, el proceso nunca se completó, un hecho del que el propio Chávez se quejó amargamente justo antes de su muerte.
Ninguno de estos gobiernos cambió fundamentalmente el carácter de la acumulación de capital en la región, basada en la exportación de productos agrícolas, el saqueo de los recursos minerales y las fuentes de energía, y la explotación de mano de obra barata bajo la aplastante dominación del mercado mundial.
Entonces, como ahora, se insistía mucho en la idea de una «lucha contra el neoliberalismo», como si fuera posible gestionar el capitalismo de forma que beneficiara también a la masa de trabajadores y campesinos y no sólo a las acaudaladas élites capitalistas y a las multinacionales imperialistas. A medio y largo plazo, se demostró que eso era imposible. Pero durante un tiempo pareció funcionar.
Se propusieron todo tipo de ideas confusas, como la del «socialismo del siglo XXI«, o la del vicepresidente boliviano García Linera del «capitalismo andino-amazónico» como etapa necesaria de desarrollo antes de plantearse la tarea del socialismo. La primera, en boca de Dieterich era un galimatías confuso que combinaba idea de los socialistas utópicos con el reformismo más burdo, la segunda era simplemente un vulgar refrito de la teoría menchevique-estalinista de las dos etapas.
Todas estas ilusiones se vinieron abajo después de 2014, cuando la economía china se desaceleró bruscamente, poniendo fin al superciclo de las materias primas. Como la noche sigue al día, se demostró en la práctica la bancarrota de la idea de que el capitalismo (o el «neoliberalismo») puede ser domesticado, y todos estos gobiernos sufrieron derrotas electorales, fueron sustituidos de una forma u otra o cambiaron bruscamente de rumbo.
En noviembre de 2015, el derechista Macri ganó las elecciones en Argentina. En diciembre de 2015, el PSUV de Maduro fue derrotado en las elecciones a la Asamblea Nacional. En Bolivia, Evo Morales perdió el referéndum constitucional en febrero de 2016. En Ecuador, Lenín Moreno, candidato presidencial de Correa, tuvo que ir a una segunda vuelta de las elecciones presidenciales en 2017, y poco después rompió con su mentor y se alineó abiertamente con el imperialismo y la clase dominante. En Brasil, la candidata del PT Dilma Rousseff, que ganó por muy poco en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales de 2014 con una campaña escorada a la izquierda, fue destituida en 2016, ya con una popularidad en niveles mínimos, en un proceso de juicio político iniciado por su propio vicepresidente burgués, Temer.
En Venezuela, formalmente, el PSUV se mantuvo en el poder, con Maduro sustituyendo a Chávez tras su muerte en 2013. La revolución bolivariana fue capaz de resistir varios intentos de la contrarrevolución respaldada por el imperialismo para derrocarla. La revolución había llegado muy lejos, tanto en términos de la conciencia de las masas como en relación a las conquistas materiales que habían logrado. Sin embargo, incluso aquí, tras la derrota electoral de diciembre de 2015 hubo un claro proceso de giro a la derecha. La burocracia se atrincheró en el poder; las masas fueron empujadas a fuera; y de manera lenta pero segura, se revirtieron las conquistas de la revolución. Se destruyó el control obrero. La tierra que había sido expropiada bajo Chávez y entregada a los campesinos fue devuelta a los terratenientes (antiguos y nuevos). Las empresas nacionalizadas fueron privatizadas. Todo el énfasis se puso en hacer las paces con la clase dominante, manteniendo al PSUV en el poder.
En 2018, el gobierno de Maduro introdujo un paquete monetarista de medidas económicas antiobreras, que hizo recaer sobre los trabajadores el peso de la crisis económica. Se destruyó la contratación colectiva y, con ella, los derechos y condiciones adquiridos por los trabajadores. Activistas sindicales y obreros que se organizaron para resistir estas medidas fueron encarcelados. Quedó muy poco del espíritu revolucionario del chavismo, y la mayor parte de lo que queda existe en resistencia al gobierno de Maduro.
El anuncio prematuro de la «muerte de la izquierda”
Esto llevó a muchos a caer en un profundo pesimismo, argumentando que las masas en América Latina habían «girado a la derecha», y declararon que había comenzado una nueva «ola conservadora», que estaba destinada a durar años. Algunos llegaron a afirmar que el fascismo había llegado al poder en Brasil con la elección de Bolsonaro.
En marzo de 2016, el político mexicano Jorge Castañeda (que pasó de miembro del Partido Comunista a ministro en el reaccionario gobierno de Vicente Fox Quesada) publicó una columna en The New York Times bajo el título «La muerte de la izquierda latinoamericana». Basándose en las derrotas electorales del kirchnerismo en Argentina y del PSUV en Venezuela, Castañeda decretaba la «muerte» -atención a esto: no el declive, ni el retroceso, sino la muerte- ¡de la izquierda latinoamericana!
Nada más lejos de la realidad. Lo que experimentamos no fue un aumento significativo del apoyo a los partidos políticos de derechas, sino lo que puede describirse más precisamente como un colapso del apoyo a los gobiernos «progresistas» que habían estado en el poder y que ahora se enfrentaban a la gestión de la crisis del capitalismo. De hecho, estos acontecimientos fueron el resultado de la incapacidad de las políticas del «antineoliberalismo» para resolver los problemas fundamentales a los que se enfrentan las masas de estos países.
Esto provocó confusión y desmoralización en una parte de las masas. Pero las condiciones materiales concretas las empujaron de nuevo a la acción. Los nuevos gobiernos de derecha electos fueron incapaces de llevar a cabo sus políticas por completo, y se enfrentaron a la oposición de masas desde el principio. Este fue el caso de Macri, Bolsonaro, Lenín Moreno, etc.
Quizás el caso más claro sea el del Gobierno de Macri en Argentina. Cuando intentó aplicar el ataque a las pensiones en diciembre de 2017, se encontró con una enorme ola de protestas y enfrentamientos que le hicieron abandonar la idea de aplicar la contrarreforma laboral. El gobierno de Macri enfrentó cinco huelgas generales y, de no haber sido por las elecciones de octubre de 2019, es posible que hubiera terminado siendo derrocado por un levantamiento revolucionario.
En el contexto de la crisis capitalista, los gobiernos abiertamente derechistas y proimperialistas que sustituyeron a los gobiernos «progresistas» fueron incapaces de cosechar legitimidad alguna. Al contrario, su llegada al poder preparó el camino para otra oleada de movimientos insurreccionales en todo el continente.
A partir de 2019, lo que vimos no fue una «ola conservadora», sino insurrecciones masivas en un país tras otro. En Haití, hubo un movimiento revolucionario de masas que duró varios meses. En Puerto Rico, en julio de 2019, vimos protestas masivas que paralizaron la isla y forzaron la renuncia del gobernador. En Ecuador, en noviembre de 2019, hubo una insurrección masiva contra el gobierno de Lenín Moreno que realmente planteó la cuestión del poder, ya que el gobierno se vio obligado a huir de la capital, Quito. En Chile, entre octubre y diciembre de ese mismo año, asistimos a un prolongado movimiento que puso en entredicho todo el entramado político del país, establecido al final de la dictadura de Pinochet 30 años antes.
En todos estos movimientos, en un grado u otro, se planteó la cuestión del poder. Las masas obreras y campesinas, con la juventud revolucionaria al frente, no se limitaron a marchar de A a B para oponerse a tal o cual política. Hablamos de manifestaciones de masas, enfrentamientos con la policía que dejaron decenas de muertos, el país paralizado por huelgas y bloqueos, la organización de la autodefensa, todo ello condujo a una situación en la que la principal consigna de los movimientos se convirtió en el derrocamiento del gobierno existente.
Lo que faltó en todos y cada uno de los casos -lo vemos con particular claridad en Ecuador y Chile, donde las cosas fueron más lejos- fue una dirección revolucionaria plenamente consciente de lo que se requería: desarrollar las organizaciones embrionarias del poder obrero que entonces surgían más o menos espontáneamente (comités de huelga, cabildos abiertos, asambleas populares, guardias indígenas y populares, la Primera Línea) en una estructura nacional compuesta por delegados elegidos y revocables en cualquier momento, y que esta ‘asamblea nacional del pueblo trabajador’ tomara el poder.
Como faltaba este factor crucial -lo que los marxistas describimos como el «factor subjetivo», la dirección revolucionaria-, la clase dominante pudo derrotar a los movimientos. Lo hizo, no aplastándolos por la fuerza, aunque hubo una represión brutal como ya se ha mencionado, sino más bien por medios parlamentarios burgueses. Este fue el caso de Chile, donde el estallido fue desviado hacia el cauce parlamentario inocuo de una Convención Constituyente convocada por las estructuras existentes del Estado capitalista. Una vez que las masas salieron de las calles, la clase dominante pasó a la contraofensiva.
En Colombia, la falta de una dirección nacional clara para el paro nacionalde 2021 hizo que el movimiento se disipara, tras semanas de lucha, y finalmente las masas buscaron una solución en la arena electoral, a través de la elección de Gustavo Petro en junio de 2022. En Ecuador, la elección del banquero Lasso como presidente en 2021, por el más estrecho de los márgenes y sólo debido a la división de las fuerzas que contaban con el apoyo de obreros y campesinos, sentó las bases para un nuevo paro nacional en junio de 2022. Nada se ha resuelto.
En Bolivia, el derrocamiento del gobierno de Evo Morales en 2019 duró poco. La heroica resistencia de las masas no permitió a la oligarquía reaccionaria establecerse firmemente en el poder. En menos de un año, nuevas elecciones habían llevado a Arce, del MAS, a la presidencia.
El carácter de la nueva «ola progresista”
Lo que se está describiendo como la «nueva ola progresista» en América Latina es el resultado de esta situación. Se trata de gobiernos variados, cada uno con sus propias características.
Boric, en Chile, es quizás el más derechista de todos ellos. Partiendo de la posición de la «izquierda» posmodernista, obsesionada por las cuestiones de identidad frente a las de clase, y por los símbolos más que por las condiciones materiales, Boric se ha desplazado muy rápidamente hacia la derecha. Un gobierno que prometió la autodeterminación del pueblo mapuche, ha acabado militarizando el Wallmapu y encarcelando a los dirigentes de las organizaciones mapuches radicales.
Un gobierno que llegó al poder prometiendo una profunda reforma de la odiada policía de carabineros, ha acabado aprobando una ley que consagra su impunidad cuando usan armas de fuego contra civiles. Desde el principio, Boric apoyó abiertamente los intereses generales del imperialismo estadounidense en la región y a escala internacional (atacando a Venezuela en particular).
En Argentina, tenemos un gobierno que es una coalición inestable entre dos alas del histórico movimiento peronista. Alberto Fernández representa un ala que mira más hacia la clase dominante, mientras que Cristina Fernández representa al kirchnerismo, que pretende ser una corriente «nacional popular», y tiene raíces más profundas entre la clase trabajadora y los pobres. Pero al final, enfrentado a una profunda crisis económica, la fuga de capitales, una elevada inflación y la amenaza de un impago de la deuda, este gobierno en su conjunto (los de Alberto y los de Cristina) ha aceptado un acuerdo con el FMI que lo ata a una política de ajuste fiscal (es decir, hacer que los trabajadores carguen con el peso de la crisis capitalista). A pesar de las protestas y los gestos demagógicos, los kirchneristas son corresponsables de esta política antiobrera. Al final lo que prevalece es la salvación del régimen burgués y su “gobernabilidad”.
El gobierno de Lula en Brasil comienza donde terminó el de Dilma en términos de su giro a la derecha. Se trata, de nuevo, de un gobierno de colaboración de clases y unidad nacional. La elección del compañero de fórmula no fue casual: Alckmin es uno de los principales representantes políticos de la clase dominante. El mensaje era claro y lo repitió Lula hasta la saciedad en la campaña: somos los mejores gestores de los intereses de la clase dominante. Al llegar al poder, Lula ha hecho todo tipo de acuerdos con partidos burgueses en el Congreso y el Senado, y su propio Gabinete incluye incluso a bolsonaristas.
México
López Obrador, elegido en 2018 en México, ofrece un ejemplo muy claro de las ideas dominantes detrás de estos gobiernos. AMLO, como se le conoce, ha argumentado que los problemas a los que se enfrenta México se deben solamente a la corrupción, la burocracia y la mala gestión, y ha arremetido contra el neoliberalismo, abogando por el desarrollo del capitalismo nacional. Desde que llegó al poder, ha aplicado sistemáticamente su programa, que se mantiene dentro de los límites del capitalismo, recortando los salarios de los altos funcionarios, luchando contra la evasión fiscal y, en general, intentando aplicar un enfoque más frugal a la burocracia estatal.
A primera vista, si lo miramos de manera superficial, su programa parece funcionar: Ha puesto en marcha una amplia gama de programas sociales dirigidos a las capas más pobres de la sociedad, además de emprender una serie de proyectos de infraestructuras de gran envergadura. Pero, en realidad, su gobierno se ha beneficiado de una combinación particular de factores económicos que realmente no pueden durar: los altos precios del petróleo; la inversión extranjera de empresas estadounidenses que traen de vuelta parte de su producción de China a raíz del choque del COVID-19 en la cadena de suministros; y, como resultado de esto, un peso fuerte.
A diferencia de los países de Sudamérica, más vinculados a la economía china, México está muy dominado por su poderoso vecino del norte. En cuanto empiece la recesión en Estados Unidos, la economía mexicana se verá duramente afectada, y el intento de aplicar reformas limitadas y un programa de desarrollo nacional dentro de los límites del capitalismo se mostrará como lo que es: una quimera.
También en el caso de México, el gobierno de López Obrador ha trabajado para restablecer la legitimidad de las instituciones burguesas empañadas por décadas de gobiernos corruptos, fraude electoral y represión estatal.
Perú
Merece la pena estudiar en detalle el caso de Perú. Aquí la elección de Pedro Castillo en junio de 2021, como candidato de Perú Libre, fue un punto de inflexión importante. Representaba la aspiración de las masas a romper con el pasado, con el legado de la dictadura de Fujimori, sus políticas ultraliberales y 20 años en los que todos los presidentes electos las habían traicionado.
Aunque Perú Libre se autodenomina marxista, leninista y mariateguista, su política es en realidad un refrito de la vieja política de las dos etapas del estalinismo. El programa del partido habla de una «economía popular con mercados», en la que se frene el poder de las multinacionales y se fomenten las «empresas productivas». El propio Castillo, aunque no es miembro del partido, hizo campaña bajo el lema de «nunca más, pobres en un país rico», prometiendo renegociar los contratos con las multinacionales mineras (y si se negaban, expropiarlas), nacionalizar el gas y utilizar los beneficios para proporcionar educación, sanidad, vivienda y empleo para todos.
Este programa, limitado como era, chocaba frontalmente con los intereses de la oligarquía capitalista y los de las poderosas multinacionales mineras (de Canadá, EEUU, China y Gran Bretaña), respaldadas por el imperialismo. Desde el primer día de su presidencia, Castillo sufrió enormes presiones, fue objeto de una campaña de demonización por parte de los medios de comunicación capitalistas de Perú, altamente concentrados, y se enfrentó al constante sabotaje del Congreso, dominado por la oligarquía. Su respuesta fue hacer concesiones (destitución del ministro de Asuntos Exteriores, del primer ministro y del ministro de Trabajo) y aguar su programa (en relación con las multinacionales mineras y del gas).
Sin embargo, lejos de apaciguar a la clase dominante, sus concesiones fueron vistas como un signo de debilidad e invitaron a una mayor agresión, al tiempo que debilitaron su apoyo entre los trabajadores, los campesinos y los pobres. Finalmente, en diciembre de 2022, cuando apenas llevaba 16 meses en el poder, la oligarquía capitalista (con el visto bueno de la embajada estadounidense) dio un golpe de Estado y encarceló a Castillo.
La respuesta de las masas fue heroica y ejemplar. Durante dos meses, ocuparon las calles, organizaron huelgas masivas y marcharon sobre la capital, Lima, desafiando la brutal represión del régimen de Boluarte, que utilizó a la policía y al ejército contra manifestantes desarmados, matando a más de 60 (en sí, un recuento conservador).
La principal lección del gobierno de Castillo es que incluso un programa moderado y limitado de reformas pondrá a cualquiera que intente llevarlas a cabo (y Castillo se retractó de su propio programa desde el primer día) en rumbo de colisión con la clase dominante y el imperialismo. Estos no dudarán en utilizar todos los medios a su disposición (los medios de comunicación, las redes sociales, la opinión pública burguesa, el poder judicial, el aparato estatal y, en última instancia, la policía y el ejército) para socavar dicho gobierno y, finalmente, si es necesario, derrocarlo. A pesar de su moderación, Petro también se enfrenta en Colombia precisamente a una campaña de este tipo.
La actitud de la oligarquía capitalista y del imperialismo
La actitud de la clase dominante y del imperialismo hacia los gobiernos de estos países es mixta. Por un lado, los capitalistas quieren «estabilidad para hacer negocios» (es decir, para explotar a los obreros y campesinos). En la medida en que estos gobiernos son capaces de proporcionarla, adoptan un punto de vista pragmático y están dispuestos a tolerarlos aunque a veces sea a regañadientes.
Por otra parte, estos gobiernos han sido impulsados al poder, en uno u otro grado, por las aspiraciones de las masas de trabajadores y campesinos a una vida mejor. A pesar de sus programas moderados, la oligarquía capitalista dominante en América Latina, especialmente reaccionaria, no puede permitir que se cuestione su poder, su riqueza y sus privilegios, por muy limitados que sean (¡Dios nos libre de que se les pida que paguen impuestos! por ejemplo).
Políticos como Gustavo Petro en Colombia, por tanto, aunque no sean exactamente revolucionarios incontrolados, sino todo lo contrario, se enfrentan a una constante campaña de demonización en los medios de comunicación, y están siendo socavados mediante complots por parte de sectores del aparato estatal, y en algunos casos mediante intentos de movilizar a capas de la clase media contra ellos. Hemos asistido a acontecimientos similares en México.
Petro, López Obrador y otros son acusados de «castrochavistas», comunistas o cosas peores. ¡Ojalá lo fueran! En su discurso de victoria tras ganar las elecciones en Colombia, Gustavo Petro dijo abiertamente: «nosotros vamos a desarrollar el capitalismo en Colombia». Durante su campaña electoral, incluso firmó un documento jurídico vinculante por el que se comprometía a no llevar a cabo ninguna expropiación.
El problema es que en el período de decadencia senil del capitalismo, particularmente en los países que están bajo la dominación del imperialismo, es imposible llevar a cabo ningún tipo de desarrollo nacional, ni satisfacer las acuciantes necesidades de las masas en materia de vivienda, empleo, educación, sanidad y pensiones, sin hacer incursiones en la propiedad de los terratenientes, banqueros, capitalistas y multinacionales. Como se ha demostrado en Perú, incluso la exigencia de renegociar los contratos mineros para aumentar los impuestos y las regalías es un anatema para los vampiros chupasangres de las multinacionales mineras.
Si estos gobiernos son, durante un tiempo, demasiado fuertes para ser derrocados, los capitalistas están dispuestos a aceptar la situación y esperar su momento, mientras que al mismo tiempo utilizan todos los medios a su alcance para socavarlos. Una vez que estos gobiernos han sido desacreditados y ya no sirven para adormecer a las masas en la pasividad, entonces son descartados, por cualquier medio necesario.
Obviamente, detrás de la atrasada oligarquía local -una clase dirigente especialmente despreciable, impregnada de un asentado odio y miedo a las masas, combinado con un racismo profundamente arraigado- se encuentra el imperialismo estadounidense, que siempre ha considerado el continente como su patio trasero. Desde la proclamación de la doctrina Monroe en 1823 («América para los americanos»), Washington se ha abrogado el derecho a destituir y derrocar a los gobiernos que no sean de su agrado.
Como dijo una vez el criminal Henry Kissinger: «No veo por qué tenemos que quedarnos de brazos cruzados viendo cómo un país se vuelve comunista debido a la irresponsabilidad de su pueblo. Lo que está en juego es demasiado importantes como para dejar que los votantes chilenos decidan por sí mismos.» Esto resume la actitud real del imperialismo estadounidense hacia la democracia burguesa.
En relación a esto, es común en los círculos progresistas de América Latina hablar de «lawfare», es decir, la práctica de utilizar el poder judicial para socavar y destituir a los «gobiernos progresistas». Esto puede verse, por ejemplo, en la investigación Lava Jato en Brasil, una operación políticamente motivada para destruir al PT y desmoralizar a la clase trabajadora, utilizando la corrupción como un ariete conveniente.
La investigación rompió todas las reglas de la legalidad burguesa. No importaba. El objetivo principal fue alcanzado: Lula fue encarcelado y por lo tanto se le impidió presentarse a las elecciones, el PT fue completamente desacreditado y el juez Moro, responsable del caso, se convirtió en ministro del gobierno reaccionario de Bolsonaro. Métodos similares se habían utilizado en 2016 para provocar el impeachment de Dilma Rousseff, sucesora de Lula en la presidencia del país por el PT.
Ahora vemos un desarrollo similar en Argentina, donde el poder judicial ha tomado medidas para impedir que Cristina Kirchner se presente a las elecciones. El objetivo, una vez más, es claro: destituir a una figura política que, a pesar de su programa burgués, conserva vínculos con las masas y a veces utiliza un lenguaje demagógico contra el FMI, que puede llegar a ser peligroso, no tanto por Cristina en sí, sino por las masas que escuchan esos discursos. También se han utilizado procedimientos judiciales contra el ecuatoriano Rafael Correa y otros.
Pero, ¿puede calificarse esto de «lawfare» que implica un uso indebido del poder judicial? ¿Es realmente un fenómeno nuevo? Sólo se puede llegar a la primera conclusión si partimos de la base de que el poder judicial es un órgano independiente e imparcial. En realidad, no existe un «Estado de Derecho» que esté por encima y al margen de los intereses de la clase dominante. La justicia en una sociedad burguesa siempre ha sido una justicia de clase, en beneficio de los capitalistas.
Por supuesto, para que esta ficción funcione, en la mayoría de los casos se respetan las reglas. Pero la clase dominante nunca ha dudado en doblegar o romper sus propias reglas si era necesario para defender su riqueza y su propiedad. No hay nada nuevo en el «lawfare». Y el uso clasista abierto del poder judicial para defender los intereses de la podrida oligarquía capitalista debería utilizarse, no para exigir un sistema judicial genuinamente «justo», que no puede existir en una sociedad dividida en clases, sino más bien para desenmascarar el verdadero carácter del llamado «Estado de derecho» burgués.
La primera y la segunda «olas progresistas”
El carácter de estos gobiernos actuales -que en su conjunto son mucho más débiles, mansos y en general más reaccionarios en sus políticas que los de la «ola progresista» precedente- viene determinado por el hecho de que no pueden contar ni siquiera con el limitado margen de maniobra del que disfrutaron los de la primera ola en 2005-15.
La situación económica de América Latina es de grave crisis capitalista. La región fue la más afectada del mundo por la pandemia, tanto por el número de muertos como por el impacto socioeconómico. En los diez años hasta 2023, el PIB de la región ha crecido a una media del 0,8 por ciento, lo que si se tiene en cuenta el crecimiento demográfico significa un retroceso, más que un estancamiento. A modo de comparación, durante la ‘década perdida’ de los años 1980, el crecimiento medio fue del 2%.
Al comentar estas cifras, José Manuel Salazar-Xirinachs, responsable de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) de la ONU, dijo: «Esto es terrible, realmente encender todos los focos rojos».
En lugar de un «superciclo» de altos precios de las materias primas como el que disfrutó la anterior oleada de «gobiernos progresistas», ahora nos enfrentamos a un período de crisis capitalista mundial, agravada por la fuerte desaceleración de la economía china, el retroceso de la globalización, etc. Los países de América Latina, completamente integrados y dependientes del mercado mundial, sufrirán especialmente.
Esto no quiere decir que no pueda haber contracorrientes temporales. Actualmente hay una gran demanda de ciertos minerales relacionados con la transición a los vehículos eléctricos (litio); algunos países se han beneficiado de los altos precios de la energía impulsados en parte por la guerra en Ucrania y las sanciones a Rusia; México ha recibido inversiones de empresas estadounidenses que «relocalizan» su producción de China a zonas más cercanas. Todos estos factores son limitados en su impacto y limitados en el tiempo. La recesión mundial que se avecina provocará una fuerte contracción de la demanda de materias primas, minerales y fuentes de energía, de cuya exportación dependen las economías latinoamericanas.
Esta nueva «ola rosa» u «ola de gobiernos progresistas» -como quieran llamarlos- no será, desde luego, más fuerte que la primera. Todo lo contrario. Desde el principio, se enfrenta a una grave crisis del capitalismo y se verá obligada a aplicar medidas antiobreras. En algunos casos ya lo están haciendo. Las masas no permanecerán pasivas. Un gobierno elegido por las masas, y en el que éstas han depositado ilusiones de cambio, puede provocar, por supuesto, un cierto período de desilusión o desmoralización cuando lleva a cabo políticas favorables a la clase dominante. Pero tan inevitablemente como que la noche sigue al día, los obreros y campesinos se verán espoleados a la acción en un intento de defender sus condiciones de vida y revertir los ataques.
Debemos sacar las lecciones necesarias: incluso las tareas nacionales y democráticas de la revolución que están pendientes en diferentes grados en los distintos países latinoamericanos, sólo pueden realizarse plenamente mediante el derrocamiento del capitalismo y la toma del poder por parte de la clase obrera a la cabeza de todas las capas oprimidas de la sociedad. Dentro de los límites del capitalismo, ninguno de estos problemas puede resolverse. Esta conclusión, que puede extraerse en la práctica de la experiencia de las últimas décadas e incluso de los dos siglos transcurridos desde que las naciones latinoamericanas alcanzaron la independencia formal, es la misma que formuló Trotsky en su teoría de la revolución permanente.
Esta fue además la política de la Internacional Comunista en sus primeros años eninistas con respecto a América Latina. La misma política fue formulada por comunistas latinoamericanos como el peruano José Carlos Mariátegui y el cubano Julio Antonio Mella en la década de 1920 en polémica justamente contra aquellos que pretendían separar la lucha anti-imperialista de la revolución socialista (como el APRA de Haya de la Torre). Sólo la revolución socialista puede empezar a abordar los problemas de atraso, opresión nacional, reforma agraria, vivienda, empleo, educación y salud a los que se enfrentan decenas de millones de trabajadores y pobres en todo este rico continente. Esto significa la expropiación de la minúscula y podrida oligarquía capitalista de terratenientes, industriales y banqueros, atados por mil lazos a la dominación del imperialismo.
La perspectiva para América Latina, como para el mundo en su conjunto, es de agitación y tensión, de grandes batallas y convulsiones revolucionarias. Una y otra vez se planteará la cuestión del poder, la cuestión de quien gobierna, si la parasitaria oligarquía capitalista o el pueblo trabajador. La tarea más urgente para los revolucionarios de todo el continente es extraer las lecciones necesarias de los últimos 25 años a fin de prepararse para las batallas que se avecinan.
El capitalismo, en su época de decadencia senil, no puede gestionarse «mejor», ni de forma que beneficie a la masa de los trabajadores. La lucha no es contra el neoliberalismo, sino por el derrocamiento del sistema capitalista en su conjunto y la toma del poder por la clase obrera. Confiamos plenamente en la capacidad de la clase trabajadora para transformar la sociedad y tomar el futuro en sus manos. Necesitamos urgentemente construir la dirección revolucionaria necesaria para llevar la lucha a la victoria.
Hoy (10 de abril) se cumplen 100 días del nuevo gobierno. La victoria de Lula en las urnas en 2022 fue una victoria de la lucha de los jóvenes y los trabajadores, que se movilizaron para derrotar al odiado gobierno de Bolsonaro y sus políticas reaccionarias. Pero la lucha continúa, y ya lo explicamos durante la campaña. Además de que el bolsonarismo sigue vivo – aunque debilitado – un gobierno de unión nacional con la burguesía, el gobierno Lula-Alckmin, está sometido a los intereses fundamentales de la clase dominante y del imperialismo.
El gobierno que se alía con los capitalistas, que tiene entre sus ministros representantes de la derecha e incluso de la extrema derecha, es incapaz de atender las reivindicaciones centrales de las masas explotadas y oprimidas por el capital. Discursos incendiarios, “representatividad” en la toma de posesión y en los ministerios, acaban siendo sólo una apariencia más amable para, en el fondo, continuar la defensa del sistema capitalista y de los intereses generales de la burguesía.
La política económica del Gobierno
Los compromisos del actual gobierno son evidentes en su política económica que, en realidad, difiere poco de las de Bolsonaro y Temer. Recientemente, Fernando Haddad y Simone Tebet presentaron el “nuevo marco fiscal”, que no es más que un nuevo techo para el gasto público en lugar del techo aprobado por el gobierno de Temer y mantenido por Bolsonaro.
Es un nuevo límite, un freno al gasto público, que pretende garantizar al mercado que el gobierno cumplirá con el superávit fiscal para el pago de intereses y amortización de la deuda pública con sus acreedores, principalmente bancos y especuladores internacionales, es decir, el capital financiero. Si en los discursos Lula recrimina a los bancos y al mercado, en la práctica se somete a sus intereses fundamentales. Por eso, el mercado reaccionó positivamente al anuncio del “marco fiscal”, con una subida de las bolsas y una caída del dólar.
El nuevo techo limita el crecimiento del gasto público hasta el 70% del crecimiento de los ingresos del año anterior. Por ejemplo, si los ingresos aumentan un 2%, el aumento del gasto puede ser de hasta el 1,4% (es decir, el 70% del 2%), además de la inflación. Pero este aumento del gasto también tendrá un suelo y un techo, entre el 0,6% y el 2,5%.
El periódico financiero UOL economía destacó: “Si el nuevo marco fiscal ya hubiera estado en vigor desde 2011, el gobierno federal habría tenido un ahorro de R $ 775,3 mil millones en el período – o R $ 64,6 mil millones al año. Los cálculos fueron realizados por los economistas Felipe Salto y Josué Pellegrini, de la correduría Warren Rena. Las simulaciones indican que, en la práctica, los gastos medios anuales habrían sido inferiores a los efectivamente observados, a precios de 2022”.
Garantizar el pago de la deuda ilegítima, instrumento de dominación imperialista, ese es el centro. Vale recordar además de que los gobiernos anteriores de Lula y Dilma pagaron religiosamente los intereses y amortizaciones de la deuda, Dilma vetó en 2016 una Auditoría de la Deuda que incluso había sido aprobada por el propio Congreso Nacional el año anterior. El pago de intereses y amortización de la deuda pública consumió el 46,30% del presupuesto federal ejecutado en 2022, o sea, 1,879 billones de reales. En comparación, el gasto en salud fue del 3,37% del presupuesto ejecutado el año pasado, y en educación, del 2,70%.
Además, Brasil tiene más de 300.000 millones de dólares de reservas internacionales invertidos en bonos de la deuda estadounidense, pero estos bonos rinden intereses por debajo de la inflación. En otras palabras, el gobierno brasileño financia el imperialismo estadounidense “perdiendo” dinero.
Los recientes conflictos entre el gobierno de Lula y el Banco Central sobre la tasa de interés (Selic), lejos de ser una posición para defender los intereses de los trabajadores, es parte de un diseño para promover la economía capitalista. El Banco Central y su presidente, Campos Neto, defienden la elevada tasa de interés y su mantenimiento en el 13,75% supuestamente para combatir la inflación.
El gobierno, por su parte, argumenta que es necesario reducir el tipo de interés para aumentar la producción y el consumo y, en teoría, hacer crecer la economía. Pero esto no tiene como objetivo beneficiar a la clase trabajadora. En un discurso a empresarios en febrero, Lula dijo que el sector empresarial “necesita aprender a reclamar, necesita aprender a quejarse de los altos tipos de interés“. Y dirigiéndose a Josué Gomes, presidente de la Federación de Industrias del Estado de São Paulo (Fiesp), añadió: “Es necesario, Josué, que sepas que si la clase empresarial no se manifiesta, si la gente piensa que estás contento con el 13,5%, sinceramente, no van a bajar los tipos de interés“. Al protagonizar esta “batalla pírrica”, perdida de antemano, Lula busca desviar la atención de los trabajadores y evitar las batallas que se anticipan en las negociaciones salariales.
Por parte de los revolucionarios, no se trata de exigir una reducción o un aumento de los tipos de interés, eso es administración de los negocios de la burguesía. Nuestra lucha es por empleos y salarios dignos para todos los trabajadores, con reajuste mensual de los salarios de acuerdo con la inflación. Y el no pago de la fraudulenta deuda pública, destinando todo el dinero de la deuda a sanidad, educación, vivienda, etc.
¿Por qué no se revocan los ataques?
La negativa del gobierno a derogar el Reforma de la Enseñanza Media (NEM) es una clara demostración de sus compromisos. La suspensión del cronograma de implantación del NEM, anunciada por el Ministro de Educación, Camilo Santana, muestra que el gobierno está sintiendo la presión de la movilización. Pero la suspensión por 90 días, mientras se realiza la Consulta Pública, no significa un retroceso real.
El hecho es que tanto Lula como Camilo Santana se han pronunciado varias veces en contra de la derogación, defendiendo sólo “ajustes” en el nuevo modelo. No es de extrañar. Aunque la Reforma de la Enseñanza Media fue aprobada por Temer y ha comenzado a ser implementada por Bolsonaro, el embrión del proyecto fue formulado durante el gobierno de Dilma, al igual que, por cierto, la Reforma Laboral y la Reforma de la Seguridad Social aprobadas en los gobiernos de Temer y Bolsonaro.
Dilma, entonces candidata a la reelección, defendió una reforma del bachillerato durante su campaña en 2014, afirmando en una entrevista: “El joven en el bachillerato no puede tener 12 asignaturas, incluyendo Filosofía y Sociología en las 12 asignaturas. No tengo nada en contra de la Filosofía y la Sociología, pero un plan de estudios con 12 asignaturas no atrae a los jóvenes. Así que primero hay que reformar el plan de estudios.”
El Nuevo Bachillerato, además de reducir el contenido general de las asignaturas tradicionales para los alumnos, forma parte de un desmantelamiento de la enseñanza pública que pretende reducir el gasto público en educación, preparando el terreno para el despido de funcionarios y la expansión de la privatización, con la entrada de grandes conglomerados educativos en “asociación” con el Estado, en particular con la oferta de enseñanza a distancia.
El compromiso del gobierno con el capital le impide pronunciarse por la derogación del NEM. Así como por la derogación de la Reforma Laboral y la Reforma de la Seguridad Social. Nuestra lucha es por la derogación total e inmediata de todos estos ataques, ayudando a los sectores más avanzados de la clase obrera y la juventud a hacer la experiencia con el nuevo gobierno y sacar las conclusiones oportunas, a organizarse para continuar la lucha sin dejarse llevar por el discurso prefabricado de la ultraderechista oposición bolsonarista a este gobierno.
Avances en la conciencia, las luchas que nos esperan
Hoy Lula y el PT no tienen ni la autoridad ni el control sobre la clase obrera que tenían en el pasado. Las decepciones con los gobiernos anteriores de Lula y Dilma rompieron los lazos que el PT tenía con las masas proletarias. La candidatura de Lula en 2022 era simplemente el instrumento disponible para derrotar a Bolsonaro, sin ilusiones profundas de lo que sería su gobierno, aunque por supuesto había esperanza de que vendrían días mejores.
El avance de la crisis económica internacional en el país, con un gobierno empeñado en perpetuar el sistema actual, sólo puede provocar una caída de las condiciones de vida de las masas, lo que a su vez repercutirá en la popularidad del gobierno. Una situación que podría beneficiar a la oposición de derecha y extrema derecha que, a pesar de su derrota en las urnas y su fractura, ha aprendido que puede movilizar a una cierta base de la sociedad.
Sin embargo, la derecha hipócrita y la extrema derecha no pueden presentar ninguna salida real para las masas. Cuatro años de gobierno de Bolsonaro lo han dejado claro. La lucha por satisfacer necesidades concretas es el combustible de la lucha de clases que, a su vez, es el motor de la historia.
Hemos visto la voluntad de las bases, en particular de la juventud, de luchar por la derogación del NEM , a pesar de las maniobras y bloqueos de las direcciones de los sindicatos y de los organismos estudiantiles. Los que despiertan a esta lucha contra el NEM dan un paso a la izquierda en la oposición al gobierno, no a la derecha.
La acción concreta del gobierno Lula-Alckmin ha hecho que cada vez más sectores se den cuenta, poco a poco, de la necesidad de movilización y organización independiente para revocar los ataques anteriores, impedir nuevos y avanzar en las conquistas.
Una nueva hornada de trabajadores y jóvenes se está formando, aprendiendo de la experiencia práctica. Estos activistas participaron en la lucha para derrotar a Bolsonaro y ahora están dando sus primeros pasos en la lucha por reivindicaciones bajo el gobierno de unidad nacional. También están viendo los ejemplos que vienen de otros países, como las movilizaciones contra la reforma de las pensiones y el gobierno de Macron en Francia.
Los revolucionarios deben conectarse con estas capas, luchando hombro a hombro, explicando la necesidad del programa revolucionario y de la organización revolucionaria. En 2022, la búsqueda que más creció en Google Brasil, en la categoría “qué es…”, fue “¿qué es el comunismo?” Hay interés en las ideas comunistas, hay una base que se siente victoriosa por haber derrotado a Bolsonaro, que no se conformará con cambios “cosméticos”, que buscará cambios reales y no se callará ante los ataques. Una explosión de lucha de clases se prepara para el próximo período, a medida que la crisis capitalista se profundiza. Este es el terreno propicio para el avance del crecimiento de la Izquierda Marxista, la sección brasileña de la Corriente Marxista Internacional. ¡A la lucha!
La invasión perpetrada ayer (8/1) por grupos bolsonaristas en el Congreso Nacional, en el Palacio del Planalto y en el Tribunal Supremo, contra el resultado electoral y llamando a la intervención militar, debe ser repudiada y combatida enérgicamente por el movimiento obrero, popular y estudiantil. No porque a la clase obrera le interese defender las instituciones del Estado burgués, sino porque el ataque a estas instituciones viene de la extrema derecha que quiere sustituirlas por algo aún peor. Estos ultraderechistas desmoralizados, escoria de la humanidad, actúan de forma aventurera, atacando y destruyendo propiedades. Estos métodos no tienen nada que ver con los métodos tradicionales de lucha de la clase obrera.
Evidentemente, la invasión de los edificios sólo fue posible gracias a la connivencia de las fuerzas represivas del Estado. La turba reaccionaria, que llegó en un centenar de autobuses a Brasilia, fue escoltada por la Policía Militar del Distrito Federal hasta la Praça dos Três Poderes. Los vídeos muestran la confraternización de la policía con los bolsonaristas y la pasividad ante la invasión y los estragos. Tales actos se habían convocado y organizado públicamente durante días. No se puede afirmar que les pillara por sorpresa. El comportamiento de la policía fue totalmente distinto del observado en las movilizaciones populares en la capital federal. En 2017, por quedarnos en un ejemplo reciente, la masiva movilización de trabajadores y jóvenes en Brasilia contra la contrarreforma laboral del gobierno de Temer, fue recibida en un clima de terror por una fuerte fuerza policial, con balas de goma y bombas de gas, incluso helicópteros sobrevolaron a los manifestantes apuntando con ametralladoras y lanzando bombas de gas.
La clase obrera no debe confiar en las fuerzas represivas para resolver la situación actual. Son instituciones del Estado burgués, que han facilitado el desarrollo y la acción de estos grupos golpistas de extrema derecha. La clase obrera y la juventud sólo pueden confiar en su propia fuerza, en su organización, unidad y movilización independiente.
El gobierno Lula-Alckmin, de unión nacional con la burguesía, tiende la mano para acoger en el gobierno a representantes de la derecha e incluso de la extrema derecha. El ministro de Defensa, José Múcio, que debería encabezar la defensa del gobierno frente a las acciones golpistas, calificó de “demostración de democracia” las acampadas bolsonaristas frente a los cuarteles pidiendo la intervención militar. No podía ser de otra manera: está afiliado al PTB, el partido de Roberto Jefferson y, cuando aceptó ser ministro de Lula, declaró públicamente que había votado a Bolsonaro. Otro ejemplo es la ministra de Turismo, Daniela Carneira, que tiene vínculos con la milicia de Río de Janeiro, al estar afiliada a União Brasil, ¡el partido del ex juez Sergio Moro [director de la farsa judicial contra Lula y ministro de justicia de Bolsonaro]! ¡Ese es el camino para la derrota de este gobierno! Lula debería aprovechar la oportunidad de este primer incidente y cambiar ya el rumbo del gobierno empezando por expulsar a los ministros bolsonaristas.
Es la movilización en los centros de trabajo, las escuelas, los barrios y las fábricas la que puede enterrar a la derecha golpista y abrir el camino a la realización de las reivindicaciones populares. Empezando por la derogación de todos los ataques a los derechos y conquistas de la clase trabajadora llevados a cabo por los gobiernos anteriores.
La CUT y las organizaciones sindicales y populares deben convocar y organizar movilizaciones para derrotar a la extrema derecha y enterrar políticamente a Bolsonaro y a los bolsonaristas. Estas organizaciones tienen la responsabilidad, por ejemplo, de organizar la resistencia contra los intentos de los bolsonaristas de invadir las refinerías de petróleo y contra los intentos de volver a bloquear las carreteras.
UNE, UBES, ANPG y el conjunto de entidades estudiantiles tienen el deber de organizar asambleas en las escuelas y universidades, movilizándose para la acción contra la derecha y en la lucha por las reivindicaciones de la juventud.
Es la movilización de un frente único del proletariado la que puede abrir el camino para las victorias de nuestra clase, para el avance de la lucha por el socialismo, derrotando a los que pretenden instaurar un régimen de terror en el país, defendiendo las libertades democráticas y los derechos de la juventud y de los trabajadores:
– ¡Averiguación y castigo de los organizadores y financiadores de las acciones golpistas en Brasilia! ¡Confiscación de los bienes y empresas de los financiadores!
– ¡Por el fin de la Policía Militar!
– ¡Unidad, organización y movilización independiente de la clase obrera! Derrota a la derecha golpista, ¡defiende las libertades democráticas!
– ¡Todos a las movilizaciones convocadas para hoy, 9 de enero, por el movimiento sindical y popular contra los ataques de la extrema derecha! ¡Participación en el acto del 11 de enero en Brasilia!
Comité Ejecutivo de la Esquerda Marxista, 9 de enero de 2023.
Durante el día de hoy unos miles de seguidores de Bolsonaro asaltaron las sedes del Congreso, de la Presidencia y del Tribunal Superior Federal en Brasilia, la capital del país, exigiendo una intervención militar.
A los manifestantes bolsonaristas que rechazan la elección de Lula (que tomó posesión el lunes) y que estaban acampando a las entradas de cuárteles militares, se unieron otros 4.000 que llegaron en autobuses de diferentes partes del país para participar en el asalto.
La turba reaccionaria fue escoltada por la Policía Militar del Distrito Federal hacia las sedes de los tres poderes, y esta no ofreció ninguna resistencia seria a la entrada de los bolsonaristas a los edificios. Hay imagenes de policías conversando tranquilamente con los bolsonaristas y de otros tomando imágenes de sus acciones sin intervenir.
La PM del DF está bajo el mando del responsable de Seguridad Pública del DF, Anderson Torres, ministro de justícia saliente de Bolsonaro recientemente nombrado en su cargo por el gobernador del DF, el también bolsonarista Ibaneis Rocha (MDB). Rocha autorizó el viaje de Torres a EEUU donde se encuentra Jair Bolsonaro.
Claramente, el asalto reaccionario a las instituciones de gobierno no tenía el apoyo de ningún sector serio de la clase dominante en Brasil. La prensa burguesa, incluyendo la de derechas, calificaron a los reaccionarios como “terroristas”.
La propia dirección del PL de Bolsonaro, cínicamente, se desmarcó públicamente de la turba reaccionaria. El bolsonarista gobernador del DF cesó a su ministro de Seguridad Pública Torres y pidió públicamente disculpas al presidente Lula, en un intento por evadir su propia responsabilidad.
Significativamente, Washington rápidamente emitió un comunicado “en defensa de la democracia en Brasil” y repudiando los hechos. Sabemos que al imperialismo EEUU no le interesa la democracia en absoluto, sino más bien la gobernabilidad burguesa que le permita garantizar sus intereses de clase. No podemos olvidar que hace apenas un mes, Washington tuvo un papel destacado en el golpe que sacó de la presidencia del Perú al presidente Castillo.
Finalmente, en horas de la tarde, el presidente Lula decretó la intervención federal de la Seguridad Pública del DF y ordenó a las fuerzas policiales recuperar control de los edificios de los tres poderes públicos. Cientos de reaccionarios fueron detenidos.
Las organizaciones de masas han convocado a manifestaciones de repudio para el lunes por la tarde. Glauber Braga, diputado federal del PSOL y representante de la izquierda del partido, llamó al movimiento obrero a movilizarse hacia Brasilia para lidiar con la intentona reaccionaria.
Las turbas reaccionarias bolsonaristas representan una pequeña minoría, que la movilización decidida de la clase obrera puede barrer de las calles. Sin embargo es crucial que esta movilización se haga con independencia de clase y como parte de la lucha más amplia por los intereses de la mayoría trabajadora.
El domingo, Lula del Partido de los Trabajadores (PT) derrotó por poco al candidato de extrema derecha Jair Bolsonaro (50,9 por ciento a 49,10 por ciento) en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales. Aunque los trabajadores y los jóvenes celebran con razón este resultado, también hay que tener en cuenta que Bolsonaro superó las expectativas y consiguió aumentar su voto en más de 6 millones entre las dos rondas, frente a un aumento de 2,6 millones para Lula.
Hace unos meses, Lula tuvo una amplia ventaja en las encuestas de opinión, ayudó por la gestión criminal de Bolsonaro de la pandemia de COVID-19, que dejó 700.000 brasileños muertos. Al final, sin embargo, esta ventaja se redujo a casi nada. ¿Cómo se explica esto?
Supresión de votantes y colaboración de clases
Bolsonaro apeló a las capas más atrasadas del país. Cuenta con el apoyo entusiasta de los capitalistas agroalimentarios (un sector que representa el 22% del PIB de Brasil y el 40% de las exportaciones del país) y ha utilizado todo el peso del aparato estatal a su favor.
La campaña presidencial estuvo marcada por una avalancha sin precedentes de fake news y provocaciones provenientes del campo de Bolsonaro, incluyendo un ataque con armas y granadas a la policía por parte de un prominente político bolsonarista. El día de la votación, hubo intentos descarados de supresión de votantes por parte de la Policía Federal de Tráfico (PFR), dijeron pro-Bolsonaro, que detuvo a los votantes del PT de camino a los colegios electorales. El comandante de la PFR también publicó un tuit en el que instaba a los votantes a apoyar al presidente.
La sociedad brasileña está muy polarizada. Las zonas más pobres del norte y el noreste votaron masivamente por Lula. En el centro y el sur, más ricos, Bolsonaro se impuso. De los 10 estados más poblados del país, Lula y Bolsonaro ganaron cinco cada uno. En São Paulo, la ciudad más poblada y el centro industrial del país, ganó la izquierda, pero el candidato de Bolsonaro se hizo con la gobernación del estado. Bolsonaro tiene el bloque mayor tanto en el Congreso como en el Senado y controla los tres estados más poblados: São Paulo, Río de Janeiro y Minas Gerais.
En última instancia, la campaña de Lula careció de un contenido de izquierdas que pudiera atraer a los trabajadores ya los pobres sobre una base de clase. Esto permitió que los términos del debate resultaran arrastrados por Bolsonaro a la arena “cultural”. Las elecciones giraron en gran medida en torno a temas como la religión, el aborto, los valores familiares, la criminalidad y la corrupción. Este terreno benefició a Bolsonaro, que jugó con su conservadurismo social para apelar a los prejuicios más retrógrados de la sociedad.
Además, desde el principio Lula hizo una campaña basada en alianzas sin principios con el establishment capitalista, comenzando por su elección de compañero de fórmula, el candidato a vicepresidente Gerardo Alckmin. Alckmin, un consumado político capitalista, había sido su rival en 2006 y líder del principal partido de la burguesía brasileña, el PSDB. Como gobernador de Sao Paulo fue responsable de la brutal represión policial contra el movimiento de las tarifas del transporte público en 2013 y apoyó abiertamente el juicio político de Dilma Rouseff del PT de Lula en 2016. Este tipo de alianzas se llegó a todos los niveles. Por ejemplo, el PT apoyó al político oligárquico local Paulo Dantas para la gobernación de Alagoas: un vástago de una dinastía política regional, que hizo una campaña llamativa basada en su personalidad,
En lugar de exigirse en las cuestiones de clase, Lula trató de superar a su rival, desplazándose hacia la derecha e incluso haciendo hincapié en su fe cristiana. Mientras tanto, se presentó ante la clase dominante como un candidato fiable y de confianza, al tiempo que prometía al aparato del Estado que, si era elegido, defendería “las instituciones”, a pesar de que las mismas instituciones metieron al propio Lula en la cárcel durante 18 meses en 2018. De hecho, el mismo juez que dirigió su procesamiento, Sergio Moro, ¡poco después se convirtió en el ministro de Justicia de Bolsonaro!
Por si fuera poco, Bolsonaro hizo pleno uso del presupuesto del Estado para su campaña presidencial, por ejemplo, aumentando en medio millón la cantidad de beneficiarios de la prestación social Auxilio Brasil entre las dos vueltas de la elección presidencial.
De lo que no se habló, por supuesto, es la grave crisis social de Brasil y la extrema desigualdad: 33 millones de brasileños están desnutridos, todo mientras el número de multimillonarios ha crecido recientemente en los últimos años. Una campaña audaz con propuestas sociales concretas, con una retórica combativa y clasista, habría traspasado las divisiones religiosas y culturales y habría torpedeado la demagogia de Bolsonaro.
En el momento de escribir estas líneas, Bolsonaro aún no ha admitido su derrota. De hecho, no ha dicho nada en absoluto. Pero sus posibles (especialmente entre los camioneros) están bloqueando carreteras clave en 16 estados diferentes del país. El presidente del Tribunal Supremo (STF) Moraes ha ordenado a la PFR que despeje los bloqueos, ¡la misma fuerza policial pro-Bolsonaro que intentó impedir que los votantes de Lula llegaran a los centros de votación el día de las elecciones! Aunque la PFR ha aceptado la orden, ciertamente simpatizan con los bloqueadores pro-Bolsonaro, y no se puede confiar en ellos. El Movimiento de Trabajadores Sin Techo (MTST) ya ha llamado a sus partidarios a organizar manifestaciones para retirar los bloqueos de las carreteras y defender el resultado de las elecciones.
Durante la campaña electoral, Bolsonaro amenazó con apoyarse en el ejército y movilizar a su base de apoyo duro para desafiar a Lula. Dado el resultado ajustado, se especula que podría hacer una maniobra similar al motín del Capitolio que Trump ocurrió en 2020. Esto podría llevar a la violencia. Es posible que Bolsonaro esté esperando a ver cómo se desarrollan los acontecimientos, así como para mantener una negación plausible en caso de que sus prosperar se muevan espontáneamente. No ha llamado tampoco a las protestas, pero está instando a no hacerlo, y parece estar cubriendo sus apuestas.
El vicepresidente de Bolsonaro, Mourao, ha reconocido la derrota en un mensaje a Alckmin, y el equipo de Lula ha estado en contacto con el ministro de la Presidencia de Bolsonaro, Nogueira, para discutir la transición. Hay una enorme presión de diferentes sectores del aparato estatal, de la clase y del imperialismo dominante para garantizar una transición sin problemas. Independientemente de lo que los capitalistas piensen de Bolsonaro (y están divididos al respecto), lo último que quieren es el caos y la inestabilidad.
Bolsonaro derrotado, pero el ‘Bolsonarismo’ sigue
En cualquier caso, Bolsonaro podría haber sido derrotado mucho antes. Desde el inicio, su presidencia estuvo acosada por protestas masivas, con multitudes de miles de personas en las calles prácticamente desde el primer día gritando “¡Fora Bolsonaro!” (“¡Fuera Bolsonaro!”) Sin embargo, las direcciones del PT y de los sindicatos contuvieron a las masas, instándolas a “respetar el mandato democrático de Bolsonaro” ya esperar a las elecciones para echarlo. Al mismo tiempo, justificaron su timidez y sus giros a la derecha con el alarmismo de que Bolsonaro es una “fascista”.
Pocos días antes de la segunda vuelta, Lula publicó una “carta para el Brasil del mañana”, llena de bellas palabras sobre “democracia”, “libertad”, “desarrollo sostenible”, “esperanza”, etc., pero con un compromiso con los intereses fundamentales del capital en su núcleo: “Es posible combinar responsabilidad fiscal, reducción de la deuda pública, responsabilidad social y desarrollo sostenible”. En el contexto de una profunda crisis del capitalismo en todo el mundo, la “responsabilidad fiscal” significa no obstante recortes y ataques a la clase trabajadora.
Los principales periódicos burgueses ya están exigiendo que Lula abandone cualquier idea de política socialdemócrata, aunque sea leve, y gobierne firmemente en favor de los intereses de la clase dominante, todo ello bajo el lema de “restaurar la unidad nacional”, “sanar la sociedad brasileña”, etc. Un artículo de O Globo, por ejemplo, insistía en el papel clave que debe desempeñar el vicepresidente Alckmin:
“Con el prestigio ganado, tanto los miembros del PT como los aliados del ex tucán [miembro del PSDB] entienden que tendrán influencia en los nombramientos de los cuadros de las principales carteras del gobierno, particularmente en el área económica , donde el ex tucán ofrece credibilidad por su compromiso con la responsabilidad fiscal . También cumpliría una agenda de viajes por el país y tendrá un papel moderador en los debates internos . Católico, siempre circuló con facilidad entre los líderes de las iglesias pentecostales y neopentecostales, por ejemplo [nuestro énfasis] “.
Mucha gente votó por Lula sufrió en el recuerdo de su presidencia entre 2003 y 2011. En ese momento, aunque llevaba cabo políticas pro-capitalistas (incluida la reforma de las pensiones, la estabilidad fiscal, etc.), se benefició de un período de altos precios de las materias primas, lo que significó un crecimiento económico para Brasil. Los trabajadores recibieron aumentos salariales por encima de la inflación y Lula pudo introducir algunas ayudas sociales (inspiradas en el Banco Mundial), como la Bolsa Familia. Cuando ese periodo de altos precios de las materias primas terminó en 2014, Lula ya había dimitido y fue su sucesora Dilma quien tuvo que capear la recesión económica, haciéndose extremadamente impopular.
La situación es completamente diferente ahora. Lula llega al poder durante una crisis mundial del capitalismo, que asestará duros golpes a la economía brasileña. China no está en condiciones de suavizar el golpe de la crisis en América Latina, como lo hizo entre 2010 y 2014, sino todo lo contrario. En estas condiciones, y con un compromiso firme de “responsabilidad fiscal”, el margen de maniobra de Lula será muy limitado y su gobierno se destruirá en uno de ataques a la clase trabajadora.
Sobre la base de la colaboración de clase reformista y las políticas pro-capitalistas, Bolsonaro sólo se fortalecerá. Debemos recordar cómo surgieron las condiciones para su victoria en 2018. Rouseff ganó las elecciones de 2014 con una plataforma de izquierda, pero en el contexto de la crisis económica desencadenada por el colapso de los precios de las materias primas, pasó a aplicar el programa de austeridad de la oposición. Esto desmoralizó a su base de apoyo, a la vez que inflamó la histeria de la derecha. Fue traicionada por su compañero de fórmula, Michel Temer, y sometido a un juicio político con la connivencia del poder judicial y del aparato estatal, que también metió a Lula en la cárcel con cargos falsos.
Bolsonaro pasó a ganar las siguientes elecciones, jugando con la “corrupción” del PT. El desastroso y reaccionario mandato de Bolsonaro se desarrolló en gran medida de forma pacífica porque los líderes de los partidos de la izquierda oficial y los sindicatos lo apostaron todo a estas elecciones, que sólo ganaron por el más estrecho margen.
La victoria de Lula es un primer paso, pero ahora hay que preparar una lucha por el cambio real: el cambio que esperan las masas de trabajadores y jóvenes que votan por Lula. Bolsonaro ha sido derrotado en las urnas, pero el ‘Bolsonarismo’ está vivo y coleando, y tendrá que ser derrotado en las fábricas y centros de trabajo, y en los barrios obreros, utilizando los métodos de las huelgas y manifestaciones de masas.
Es necesario fortalecer la organizacion independiente de las masas obreras para preparar esta lucha. La entrada en escena de las masas oprimidas es la única manera de asegurar que la extrema derecha y el bolsonarismo sean arrojados de una vez por todas al basurero de la historia.
Nota: este artículo se basa en parte en el material producido por nuestros compañeros brasileños de Esquerda Marxista.
Ahora nuestra prioridad y lucha central es ayudar a la clase trabajadora a derrotar a Bolsonaro en las urnas el 30 de octubre. Para ello, en primer lugar, es necesario conocer la proporción real de los votos en la primera vuelta. Los 57,2 millones de votos de Lula y los 51 millones de votos de Bolsonaro corresponden al 48,4% y al 43,2% de los llamados «votos válidos». Sin embargo, si tenemos en cuenta el total de 156,4 millones de votantes con derecho a voto en Brasil, está claro que Lula recibió el voto del 36,6% de ellos y Bolsonaro solo el 32,6%, es decir, menos de un tercio.
Aunque Lula obtuvo una ventaja sobre Bolsonaro de 6,2 millones de votos en la 1ª vuelta (y, por tanto, es mucho más probable que obtenga una victoria en la 2ª vuelta), lo cierto es que la línea política de la campaña de Lula es una receta para la derrota, como ya habíamos advertido hace algunos meses. E incluso esa ventaja expresa puede perderse. La razón por la que el gobierno de Bolsonaro, tan odiado por la mayoría de la población, no ha sido derrotado con contundencia en la primera vuelta no es otra que la línea política de unidad nacional con la burguesía de la campaña de Lula.
La Izquierda Marxista lanzó en las calles la consigna «¡Fuera Bolsonaro!» en marzo de 2019 contra prácticamente todos los partidos, tendencias y líderes de la izquierda, desde el PT hasta el PSOL, pasando por Lula. Todo el mundo recuerda que Lula salió de la cárcel combatiendo abiertamente el movimiento «Fora Bolsonaro» y defendiendo que el mandato de 4 años de Bolsonaro debía ser respetado. Lo cierto es que el gobierno de Bolsonaro podría haber sido derrocado antes de 2022, en las calles. Sin embargo, las direcciones de los aparatos del movimiento obrero y de la juventud (PT, CUT, PSOL, PCdoB, UNE, grandes sindicatos) bloquearon el desarrollo de las movilizaciones de masas contra el gobierno -en particular las que tuvieron lugar entre mayo y julio del año pasado- y trabajaron para canalizar el descontento popular hacia el terreno electoral, es decir, hacia el terreno de la burguesía.
Bolsonaro, al frente de la maquinaria estatal, utilizó las armas disponibles para contener la caída de su popularidad. Utilizó una serie de medidas electoralistas, como el aumento del Auxílio Brasil (antiguo Bolsa Família) a R$ 600,00 y el aumento del número de beneficiarios, la reducción de impuestos para disminuir el precio de la gasolina, los beneficios para los camioneros y taxistas, los vales de gasolina, etc. Las mejoras en los índices económicos generales (aunque sean tímidos y temporales) y el avance en el control de la pandemia (que, por supuesto, se produce a pesar de Bolsonaro) también pueden haber beneficiado al gobierno en este momento. En cualquier caso, el resultado de la primera vuelta muestra que Bolsonaro fue capaz de mantener una base de votantes fiel, eligiendo una serie de diputados, senadores y gobernadores en los estados. Pero esta observación no puede llevarnos a valoraciones impresionistas que inflen la fuerza real de Bolsonaro y sus seguidores. Las cifras también muestran que siguen teniendo un apoyo minoritario en el conjunto de la sociedad y que, muy probablemente, Bolsonaro será el primer presidente que no será reelegido en Brasil desde que se aprobó la norma de la reelección. Bolsonaro solo ganó en 2.192 municipios, mientras que Lula lo hizo en 3.378. Bolsonaro fue derrotado en 660 ciudades en las que había ganado en 2018, incluida São Paulo, la mayor ciudad y el principal centro político y económico del país.
Aquí es fundamental analizar el resultado de Lula y el PT y la incapacidad de esta candidatura de conseguir la mayoría de votos para derrotar a Bolsonaro en la primera vuelta. Es necesario entender por qué, por ejemplo, la candidatura Lula-Alckmin no fue capaz de movilizar a los más de 38 millones que no votaron a nadie (blancos, nulos y abstenciones) en estas elecciones. Es cierto que la polarización ha reducido el número de «no-votos», en particular el voto blanco y el nulo, pero sigue habiendo un gran número de votantes que no han votado a ningún candidato. Esto sólo puede explicarse por la persistencia de un descrédito general en las elecciones, los partidos y los candidatos, es decir, en la democracia burguesa.
El hundimiento de los partidos políticos burgueses más tradicionales es otra demostración de ello. El PSDB, el partido preferido de la burguesía más alineada con el capital financiero internacional, está en crisis y no ha conseguido lanzar un candidato a la presidencia. En São Paulo, donde gobiernan desde 1994, su candidato al gobierno y actual gobernador (Rodrigo García) ni siquiera llegó a la segunda vuelta. La llamada «tercera vía», al igual que en 2018, tuvo pobres resultados.
En esta coyuntura, la línea desarrollada por el PT es la defensa de la democracia burguesa, del orden burgués y de sus instituciones, es la línea de la conciliación de clases. Lula firmó la carta defendiendo las podridas instituciones burguesas e hizo alianzas con partidos y candidatos burgueses (representados por el inaceptable vicepresidente Geraldo Alckmin). En vísperas de la primera ronda, se reúne con empresarios y banqueros. Esta es la línea de la derrota, que llevó al PT al naufragio y permitió que se dieran las condiciones para sacar a Dilma de la presidencia y propició el crecimiento del bolsonarismo.
Cabe recordar que la popularidad del gobierno de Rousseff rondaba el 10% en vísperas del impeachment, y que el PT ha sufrido numerosas derrotas electorales en los últimos años, especialmente en los principales centros políticos y económicos del país. Hoy, después de la experiencia de 13 años de gobiernos de colaboración de clase con la burguesía y de innumerables traiciones durante este período, sumado a los ataques de las propias instituciones que defiende, incluyendo el vilipendio público y el encarcelamiento de Lula, el PT no tiene ni la sombra de la autoridad política que alguna vez tuvo.
En esta primera vuelta de las elecciones, hemos visto a la mayoría de la izquierda brasileña hacer la campaña más derechista desde el final de la dictadura en el país. Los candidatos del PT, del PCdoB y del PSOL expresaron, en su mayoría, políticas de izquierda liberal, rugiendo en defensa de la democracia burguesa, y posmoderna, expresando una perspectiva policlasista e identitaria para el debate público. Hay que constatar la ausencia de un debate basado en la lucha entre explotadores y explotados, y que dé unidad a las experiencias del proletariado bajo el gobierno de Bolsonaro. Frente a esto, numerosas capas del proletariado fueron llevadas a interpretar la situación a través de análisis ideológicos, como los de sesgo religioso y moralista, difundidos por los agentes directos e indirectos de las clases dominantes. Este es un factor importante para entender por qué la izquierda oportunista no pudo quitarle el apoyo masivo al bolsonarismo en esta primera vuelta.
Sin embargo, a pesar de todo esto, la gran mayoría de la clase trabajadora y la juventud consciente están utilizando la herramienta visible que tienen a mano -la candidatura de Lula- para derrotar al gobierno de Bolsonaro. A pesar de Alckmin, a pesar de la defensa del orden, a pesar de que esta candidatura presenta una línea política que no anima una campaña militante, y sólo en las últimas semanas ha hecho un esfuerzo por ampliar la movilización en los mítines de calle.
La Izquierda Marxista ya luchó por un voto crítico a favor de Lula en la primera vuelta y reafirma esta lucha para la segunda vuelta. Votar por Lula para derrotar a Bolsonaro y continuar la lucha por las reivindicaciones inmediatas e históricas de la clase trabajadora. También reafirmamos que en esta 2ª vuelta, en São Paulo, Bahía, Sergipe y Santa Catarina, defendemos el voto crítico para los candidatos a gobernador del PT frente a los candidatos de los partidos burgueses.
Sea cual sea el resultado final de estas elecciones, debemos reforzar la organización independiente de los jóvenes y los trabajadores. Bolsonaro puede ser derrotado, pero el bolsonarismo sobrevive y ha logrado una base importante en el parlamento. La polarización social y el surgimiento de expresiones políticas populistas y de extrema derecha no son fenómenos exclusivos de Brasil. Las recientes elecciones italianas dieron la victoria a un partido de inspiración mussolinista; en Inglaterra, la sucesora de Boris Johnson, Liz Truss, tiene como referente a Margaret Thatcher; en EEUU, el trumpismo va viento en popa.
Por otro lado, la clase obrera trata de expresar su resistencia y su lucha por todos los medios a su alcance. Así hemos visto la reciente elección de Boric en Chile, de Petro en Colombia, o el expreso voto de Boulos en Sao Paulo, así como la posible elección de Lula presidente. También estamos viendo la ola de huelgas en Estados Unidos y el Reino Unido, la insurrección de las mujeres iraníes en las últimas semanas. La profunda crisis internacional del sistema capitalista sólo puede dar lugar a más intentos por parte de la clase dominante de atacar al proletariado y esto conducirá a más y más lucha de clases. No hay solución bajo el capitalismo ni en Brasil ni en ningún país del mundo.
Es necesario explicar, actuar, luchar, ganar cada vez más jóvenes y trabajadores a una línea de independencia de clase y de lucha por el socialismo. La mayoría de los jóvenes que salieron a la calle desde las manifestaciones contra los recortes a la educación en 2019, que sorprendieron a la izquierda atemorizada desafiando al gobierno en movilizaciones masivas ya en mayo de ese año, esa juventud que convirtió el Carnaval de 2020 en una fiesta «Fora Bolsonaro», y que luego golpeó cacerolas y se organizó para derrocar a Bolsonaro en medio de la pandemia y salió a la calle el año pasado, esa juventud apoyó la candidatura de Lula en esta 1ª vuelta para deshacerse de Bolsonaro. Esta juventud representa una perspectiva de futuro para la clase trabajadora y a ella, sobre todo, nos dirigimos.
En este segundo tramo, continuaremos la lucha que llevamos a cabo en el primer tramo. Lucharemos por un voto crítico para Lula, explicando al mismo tiempo la podredumbre del régimen capitalista y la necesidad de una revolución socialista para interrumpir la marcha hacia la barbarie.
La Izquierda Marxista participó en estas elecciones con candidatos que no mostraban ninguna ilusión en las instituciones burguesas, conformadas por y para el enemigo de clase para mantener su dominación. Explicamos la necesidad de luchar y organizarse para construir una nueva sociedad. La resolución de la Conferencia Nacional de IM celebrada los días 2 y 3 de julio definió nuestros objetivos en la intervención electoral:
«El éxito de nuestra intervención electoral no se medirá, en todo caso, por el número de votos a las candidaturas presentadas, sino, y fundamentalmente, por el número de nuevos militantes ganados, de nuevas células constituidas, y también por la recaudación realizada para garantizar la independencia financiera que garantiza la independencia política y que proporciona los medios para la construcción de la organización revolucionaria.»
Nuestras campañas explicaban la verdad, presentando una plataforma revolucionaria, explicando nuestros análisis y la necesidad de la lucha por la construcción de un mundo nuevo, poniendo como tarea central, en cada actividad, el fortalecimiento de la organización revolucionaria. Hemos repartido folletos en escuelas, universidades y centros de trabajo, organizado reuniones y debates, conseguido nuevos contactos y ya hemos empezado a integrar a nuevos militantes en nuestras filas. Un gran esfuerzo militante en medio de un mar de campañas adaptadas y oportunistas, incluso entre la izquierda. Estamos orgullosos de librar esta lucha rechazando los fondos partidarios y electorales, defendiendo la autonomia militante de los partidos y las candidaturas que reclaman la clase trabajadora.
Saludamos también la reelección del compañero Glauber Braga a diputado federal, candidato apoyado por la Izquierda Marxista de Río de Janeiro. Es la continuidad de un mandato con el que hemos librado importantes luchas conjuntas, como la lucha contra la federalización del PSOL con la Rede y por la candidatura propia del partido. Los resultados del PSOL, así como la subida de 10 a 12 diputados federales, podrían haber sido aún más expresivos si no fuera por la política desarrollada por la dirección del partido, de adaptación al PT y de conciliación de clases. Que el mandato del compañero Glauber siga siendo un punto de apoyo para la organización y la lucha de la juventud y los trabajadores.
Hasta el 30 de octubre, unidad y movilización para derrotar al gobierno de Bolsonaro. Invitamos a todos a estar con nosotros en esta lucha y a unirse a las filas de la Izquierda Marxista.
¡Abajo Bolsonaro! ¡Abajo el capitalismo! ¡Por un gobierno de los trabajadores, sin patrones ni generales! ¡Viva el socialismo internacional!
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*Esquerda Marxista, es la sección brasileña de la Corriente Marxista Internacional
En el momento de escribir este editorial, los datos oficiales apuntan a la marca de 490.000 muertes por Covid-19 en Brasil. Pero según los datos presentados en el «análisis del exceso de mortalidad por causas naturales en Brasil 2020-2021» por el Consejo Nacional de Secretarios de Salud, puede haber al menos 60.000 muertes más que no han sido registradas como causadas por Covid-19. Está claro que hay una infradeclaración, especialmente en los primeros meses de la pandemia en 2020, cuando era muy difícil acceder a las pruebas Covid. El hecho es que, incluso teniendo en cuenta los datos oficiales, la marca de medio millón de muertes en Brasil es ya irreversible. Es una tragedia sin precedentes para el país. Brasil tuvo una participación lateral y pequeña en el acontecimiento de la historia de la humanidad que más muertes directas causó: la Segunda Guerra Mundial, en la que murieron aproximadamente 2 mil brasileños. Incluso los datos sobre la epidemia de gripe española de hace 100 años apuntan a un número de muertos en Brasil que osciló entre los 30.000 y los 100.000. Nunca tantos brasileños han perdido la vida por la misma causa como ahora. Y aquí es necesario reafirmar que la causa está más en la política del gobierno brasileño que en la propia epidemia.
Bolsonaro es el responsable indiscutible de la tragedia de medio millón de brasileños muertos. Aun con todas las limitaciones del capitalismo (especialmente la propiedad privada de los medios de producción y el conocimiento) es bastante evidente que se podrían haber evitado muchas muertes si Bolsonaro se hubiera comportado como un buen gobernante burgués. Las revelaciones del CPI* instalado en el Senado muestran la negativa de Bolsonaro a negociar la compra de vacunas e insumos durante meses mientras los cadáveres se acumulaban en las estadísticas diarias.
Pero si la vacunación es saboteada como en Brasil, surgen nuevas variantes del virus y se hace cada vez más difícil controlar la pandemia. Nuevas oleadas provocadas por variantes resistentes a los inmunizantes ya disponibles obligarían a nuevos cierres en países que ya se estaban librando de este mal. La burguesía internacional ya se dio cuenta de que Bolsonaro trae perjuicios para los negocios de todos, y no sólo para los capitalistas brasileros -tupiniquins-.
Los sectores dominantes de la burguesía nacional, completamente sumisos a los intereses del capital financiero internacional, ya no apoyan a Bolsonaro. Pero ponderan que sacarlo ahora podría enardecer los ánimos de las bases de Bolsonaro, por un lado, y desatar un movimiento de masas de izquierda, por el otro. No quieren más Bolsonaro en la silla del Palacio Presidencial, pero caminan con pies de plomo. Decidieron presionar a Bolsonaro para que «se ponga en línea», mientras preparan su reemplazo en las elecciones de octubre de 2022. Por eso estamos viendo a los senadores haciendo ataques a los bolsonaristas en la CPI -Comisión Parlamentaria de Investigación-, al STF -Supremo Tribunal Federal- avanzando en los trámites del proceso de anulación de la plataforma de las elecciones de 2018, el bloqueo a las investigaciones contra Flávio Bolsonaro etc.
Tienen que mantener la correa apretada. Después de todo, Bolsonaro es un perro rabioso que puede morder la mano de su propio amo. A nadie le extrañaría que Bolsonaro intentara un autogolpe, ya sea ahora para avasallar a los poderes legislativo y judicial, o en 2022, a lo Trump, al no reconocer su derrota en las urnas. Pero la cuestión no es si Bolsonaro es tan imprudente como para intentar algo así. La cuestión es si tiene una base de apoyo organizada lo suficientemente fuerte como para que ese intento tenga éxito. Y eso está muy lejos de la realidad.
Mientras tanto, a medida que aumenta el número de muertes, el desempleo y la hambruna, también aumenta el descontento entre las masas proletarias. Y los vientos de Ecuador, Chile y Colombia, que ya han soplado en Paraguay, que ahora se han expresado en las urnas en Perú, pueden hacer mucho daño en Brasil. Las grandes manifestaciones del 29 de mayo, contra las consignas de la CUT (Central Única de los Trabajadores) para que la gente se quede en casa, demuestran que hay un cambio significativo en la situación. Ahora, los actos del 19 de junio reafirmaron esta tendencia. ¡Debemos ayudar a las masas a encontrar su camino hacia la movilización que derribará a Bolsonaro ahora, estropeando los planes de la burguesía y la burocracia petista para sostener a Bolsonaro hasta las elecciones, e inaugurará un nuevo tiempo donde nuevas posibilidades entrarán en el orden del día!
La pandemia está fuera de control en Brasil. Según datos oficiales, en este momento (21 de marzo) ya ha habido más de 294.000 muertes por la COVID-19 y todos los días se registra una media de aproximadamente 2 mil nuevas muertes. Teniendo en cuenta que no se registran todos los casos, es probable que estas cifras sean significativamente más altas.
En enero, decenas de pacientes fallecieron por falta de oxígeno en los hospitales del estado de Amazonas. Ahora, se está produciendo un colapso generalizado en el país. Prácticamente en todas las regiones, las UCI están llenas y los pacientes mueren esperando una cama, tanto en la red sanitaria pública como en la privada. ¡Los hospitales están instalando cámaras frigoríficas para almacenar cuerpos!
El gobierno de Jair Bolsonaro es el principal responsable de esta situación. Bolsonaro siempre ha tratado de minimizar la pandemia refiriéndose a la COVID-19 una “gripezinha”. En marzo de 2020, presentó la previsión de que el coronavirus causaría menos muertes que la pandemia de gripe A (H1N1), que fue responsable de aproximadamente 2000 fallecimientos en el país entre 2009 y 2010. Promocionó medicamentos ineficaces como cura para la enfermedad, como la cloroquina y la ivermectina. Estuvo en aglomeraciones sin mascarilla. Recientemente, cuando se le preguntó sobre el último aumento de casos y muertes, respondió “Basta de quejas y lloriqueos. ¿Hasta cuándo van a llorar por esto?”.
Pero Bolsonaro no es el único responsable de esta situación. Sus acciones están al servicio de los intereses económicos de los grandes empresarios. Gobernadores y alcaldes también tomaron medidas tardías e insuficientes para contener la pandemia, porque ante todo buscaban preservar las ganancias de la burguesía. El gobernador de São Paulo, João Doria, se erige como un anti-Bolsonaro apuntando a la carrera presidencial. Sin embargo, cuando la ocupación de camas de la UCI en el estado ya se acercaba al 100%, decretó medidas de cierre, pero mantuvo abiertas industrias no esenciales, escuelas e iglesias. En otras regiones donde la salud ha colapsado, negocios no esenciales, restaurantes y bares permanecen abiertos al público, solo con horarios reducidos. En las grandes ciudades, el transporte público sigue siendo un lugar de aglomeración en las horas punta.
Esta situación descontrolada propició la aparición de una nueva cepa del virus en Brasil, que es más contagiosa y que aparentemente afecta más gravemente a los más jóvenes.
Mientras tanto, el PIB brasileño cayó un 4,1% en 2020. Según las cifras oficiales, hay aproximadamente 14 millones de desempleados, entre los que no se incluyen los que dejaron de buscar un empleo o los trabajadores informales que trabajan menos horas de las que les gustaría. La miseria crece. Hay 10 millones de brasileños que sufren de “inseguridad alimentaria”, es decir, que pasan hambre.
Una encuesta reciente (XP/Ipesp publicada el 12 de marzo) indica que el rechazo al gobierno de Bolsonaro crece y llega al 45% (los que consideran al gobierno malo o muy malo) y la aprobación es del 30% (los que lo consideran bueno o excelente). En cuanto al desempeño en el combate a la pandemia, el 61% considera que la actuación del presidente es mala o muy mala.
En cuanto a la vacunación, solo el 5,54% de la población ha recibido una dosis, y solo el 1,96% ambas dosis. Hay un retraso mundial en la vacunación, resultado de la anarquía capitalista, con los cuellos de botella existentes en la producción debido a los intereses privados de las empresas farmacéuticas. Pero en Brasil, el gobierno de Bolsonaro muestra su negligencia e incompetencia con el retraso en la compra de vacunas. Incluso desdeñó la vacuna de un laboratorio chino (Sinovac), que actualmente es la más utilizada en el programa nacional de inmunización. Un informe del gobierno de EE. UU. elaborado bajo la administración Trump afirma haber actuado para “combatir las influencias malignas en las Américas”, incluida la persuasión de Brasil “para que rechace la vacuna rusa contra la COVID-19”, la Sputnik V. Pfizer ofreció vacunas al gobierno brasileño en 2020, pero el gobierno rechazó la oferta y luego argumentó que bajo las condiciones de Pfizer “si [quien recibe la vacuna] se convierte en un caimán, es su problema”.
La propia burguesía está cada vez más impaciente con el negacionismo y la incompetencia del gobierno. Ante la crisis y el retraso en la vacunación, se produjo otro cambio de mando en el Ministerio de Salud, lo que convierte al nuevo ministro en el cuarto desde el inicio de la pandemia. La vacunación masiva es esencial para permitir una cierta recuperación de la economía. La burguesía también es consciente de lo que está sucediendo en Paraguay, donde la mala gestión de la pandemia ha provocado movilizaciones masivas a favor del derrocamiento del gobierno de Mario Abdo Benítez, aliado de Bolsonaro.
Lula vuelve al juego
En este contexto, un juez de la Corte Suprema de Justicia del país (STF), Edson Fachin, decidió el 8 de marzo anular las condenas del expresidente Lula, del Partido de los Trabajadores (PT), que le impedían ser candidato en las próximas elecciones de 2022. El motivo que adujeron para la anulación fue un error en la ciudad en la que se debió tramitar el caso, algo que la defensa de Lula llevaba reclamando desde 2016. Edson Fachin, de hecho, actuó como lo hizo para intentar evitar otro juicio en curso en el Supremo Tribunal Federal, ya que volvería a poner sobre la mesa las sospechas hacia el exjuez que condenó a Lula, Sergio Moro, símbolo de la operación Lava Jato (Operación Autolavado). Este juicio contra Sergio Moro, suspendido temporalmente, debería reafirmar la nulidad de las condenas de Lula por la parcialidad y los abusos cometidos por el exjuez y la operación Lava Jato.
La Lava Jato apareció en 2014 tras las grandes manifestaciones de junio de 2013 en el país, que evidenciaron el descrédito de las instituciones burguesas y la incapacidad del PT, bajo el gobierno de Dilma Roussef, para controlar a las masas. La Lava Jato, con el apoyo abrumador de la burguesía y sus medios de comunicación, encabezó un proceso destinado a renovar los cuadros políticos burgueses desmoralizados, algo similar a la operación “Manos Limpias” de Italia en los años noventa.
En relación al PT, que ya no le era de utilidad a la burguesía, la Lava Jato trató de acusar del supuesto mayor caso de corrupción en la historia de Brasil a un partido construido por la lucha independiente de los trabajadores a finales de los 70 y principios de los 80, aunque más tarde su dirección haya destruido su carácter de partido obrero independiente y lo haya sometido a los intereses de la burguesía. El objetivo siempre ha sido algo más allá del propio PT: desmoralizar y criminalizar a las organizaciones obreras en su conjunto.
Esquerda Marxista, la sección brasileña de la Corriente Marxista Internacional (CMI), identificó los objetivos políticos y económicos proburgueses de la Lava Jato y se opuso desde el principio a esta operación, a sus abusos y ataques a las libertades democráticas. Condenas sin pruebas, recompensas por chivatazos, detenciones cinematográficas, filtraciones de testimonios a los medios de comunicación; todo ello formaba parte de un espectáculo creado para dar la impresión de que los poderosos estaban pagando ahora por sus crímenes, de que el país iba camino de acabar con la corrupción con una depuración en las instituciones.
Sin embargo, el resultado político de Lava Jato fue la elección de Bolsonaro en 2018. La operación jugó un papel central en el fraude electoral que impidió a Lula, el primero en las encuestas, presentarse a las elecciones o incluso dar entrevistas durante el período electoral, para no favorecer al candidato que lo reemplazó.
Sergio Moro, el juez que condenó a Lula, se incorporó al gobierno de Bolsonaro como su ministro de justicia, lo que evidenció aún más el sesgo político de la operación. A mediados de 2019, el sitio web The Intercept Brasil, con reportajes del periodista Glenn Greenwald, difundió intercambios de mensajes en Telegram entre integrantes de la operación que evidenciaron la parcialidad, el abuso y la intención de influir en el rumbo político del país. La Lava Jato, antes útil para la burguesía, se fue desechando gradualmente. Anteriormente exaltada por los principales medios de comunicación, pasó a ser criticada. De contar con el apoyo de la mayoría del Tribunal Supremo Federal, pasó a sufrir derrotas con la anulación de sus decisiones.
Lula, tras ser liberado en noviembre de 2019 cuando una ola revolucionaria barrió América Latina y tras la anulación de sus condenas, puede volver a presentarse a las elecciones. Lo haría en medio de una profunda crisis económica, política y de salud en el país. Como candidato, Lula le es útil a la burguesía para tranquilizar a las masas ante la tragedia en la que está sumido el país, ya que presentaría la perspectiva de que las cosas pueden cambiar en 2022, en las elecciones. Las últimas encuestas apuntan a que Lula podría recibir el 50% de los votos, una tasa más alta que la de Bolsonaro y la de todos los demás candidatos.
El 10 de marzo, Lula pronunció un discurso sobre la anulación de sus condenas. Después de toda la humillación que sufrió, ¿volvería ahora para vengarse de la burguesía? Tranquilizó a todos cuando dijo: “Si hay un ciudadano que tiene derecho a sentirse ofendido, ese soy yo. Pero no lo estoy.”. Tranquilizó, sobre todo, al mercado financiero:
“¿Por qué me tiene miedo el mercado? Este mercado ya convivió ocho años con el PT y conmigo y seis más con Dilma Rousseff. ¿Cuál es la lógica? No entiendo ese miedo, a mí me llamaron conciliador cuando era presidente. ¿Cuántas reuniones tuve con empresarios? Les decía: ‘¿Qué quieren? Construyamos juntos’”.
Dispuesto a construir un “frente amplio” con sectores de la burguesía, Lula respondió:
“Veo a mucha gente hablando de un frente amplio, con el PCdoB, el PT, el PSOL y el PSB. Eso sería un frente de la izquierda, no tendría nada de amplio. Es lo que llevamos haciendo desde 1989. Será un frente amplio conseguimos hablar con otras fuerzas que no están en el espectro de la izquierda, lo cual es posible”.
Para enfatizar esta disposición, Lula recordó en diferentes momentos la elección de José de Alencar, gran empresario y de un partido burgués, para ser su vicepresidente en las elecciones en las que fue elegido por primera vez, en 2002:
“Se puede construir un programa que involucre a sectores conservadores, por ejemplo, para la vacunación y ayuda de emergencia. En 2002, con José Alencar como mi vicepresidente, fue la primera vez que hicimos una alianza entre capital y trabajo”.
Lula intenta, una vez más, presentarse como alternativa a la burguesía ante el descontento con el gobierno de Bolsonaro. Busca retomar la alianza entre capital y trabajo, es decir, la conciliación de clases, que brindó grandes ganancias a la burguesía durante los gobiernos del PT, y ataques a los derechos y conquistas de los trabajadores, con privatizaciones, la retirada de los derechos a la seguridad social, la continuación del pago de la deuda pública fraudulenta a banqueros y especuladores, e incluso la aprobación de leyes que criminalizan las movilizaciones populares. Dilma fue destituida en 2016 no por defender a los trabajadores en medio de la crisis, sino por su incapacidad para conseguir que se aprobaran las medidas que quería en el Congreso Nacional: ajuste fiscal, retirada de derechos laborales y nuevos ataques a la seguridad social.
¡Abajo el gobierno de Bolsonaro!
Las direcciones de los partidos de izquierda y la mayoría de los sindicatos (PT, PCdoB, PSOL, CUT, etc.) han bloqueado la lucha para derrocar al gobierno con la movilización masiva e independiente de los trabajadores. Durante 2020 adoptaron la consigna “Fora Bolsonaro”, que Esquerda Marxista lanzó a principios de 2019 contra prácticamente todas las organizaciones y sus dirigentes, pero desvirtuaron su significado, afirmando que el “Fora Bolsonaro” podría ser su eslogan para elecciones de 2022, para las que posiblemente se aliarán con la burguesía, como desea Lula. Incluso el PSOL, partido que experimentó un relativo crecimiento electoral, se adapta cada vez más al sistema y ya se plantea no presentar una candidatura propia en las próximas elecciones para apoyar a Lula.
Ante la insuficiencia de las medidas del gobierno para proteger la vida de los trabajadores, la Central Única dos Trabalhadores (CUT), la mayor confederación sindical del país, y los sindicatos, deben convocar una huelga general para exigir el cierre patronal, el mantenimiento de salarios, vacunas para todos y la consigna “Fora Bolsonaro”. Pero los burócratas sindicales conciliadores no están dispuestos a organizar huelgas reales en sus sectores, e incluso boicotean las huelgas que ellos mismos aprueban. Esto, en la práctica, los convierte en cómplices de Bolsonaro y de la política asesina del gobierno en medio de la pandemia.
Pese al bloqueo de la dirección de los trabajadores, la crisis (el desempleo, la tragedia que afecta al país con más de 2000 muertes al día, el colapso del sistema de salud) ha profundizado la rabia en la base y ha provocado saltos en la conciencia de la juventud y los trabajadores. Brasil se encuentra en el centro de la convulsa situación internacional. No se puede descartar una explosión que arrolle a los dirigentes burocráticos y conciliadores, a Lula, a Bolsonaro y a los poderes podridos de la Nueva República.