Este trabajo se divide en una defensa de la piratería y una del plagio.
Con el tiempo y la propagación del culto que se ha erigido en torno a la propiedad —clara consecuencia de las ideas del capitalismo—, se ha ido implementando esta idea absurda sobre otros ámbitos que no sólo son materiales; al punto de que ahora la cultura, el conocimiento, las ideas, el arte, se han convertido en un producto comercial, que se encuentra sometido a la visión capitalista y mercantil de las cosas. Es lamentable ver cómo visiones y máximas como el comunismo, el socialismo, el anarquismo, el feminismo, etcétera, se han convertido en productos de consumo colocados sobre un anaquel.
La capacidad que el capitalismo (o mejor dicho, el capitalista) tiene de convertir todo en un producto de consumo es algo desolador y frustrante, pues pareciera que no importa qué tan ardientes sean los ideales revolucionarios o de subversión, pues el capital siempre encontrará la forma de arrogarse estas producciones mentales; pero a mi parecer, existe una trinchera para arremeter contra este monstruo que extiende sus tentáculos contaminándolo todo. ¡Tenemos que infringir la ley de autor! Es necesario infringir la santurrona idea de que la cultura es un bien de consumo que puede ser capitalizado de manera descarada. Si desdeñamos la idea exagerada de los derechos de autor, que restringen el acceso a las producciones culturales, podremos propagar las bellas obras que merecen llegar a todas las personas. Con esto no digo que el autor quede desamparado, sino sólo que las actuales leyes de autor son exageradas y ridículas: “protegen” en demasía al autor o a los titulares de la obra1, incluso después de muerto, hay un periodo en que su obra queda restringida al público; peor aún, si el autor llegara a tener herederos, estos pueden apropiarse de la obra y seguir siendo un óbice para que las demás personas puedan acceder libremente a las producciones de los artistas. La idea de los herederos es absurda y estúpida, ¿por qué alguien tiene que poseer derechos sobre una producción que no hizo? No importa que tengan lazos sanguinos, creo que cuando el autor muere, la obra tiene que ser liberada al público, tiene que poderse fotocopiar, escanear o distribuir libremente. Los herederos en realidad no están protegiendo el legado de su ancestro, sólo protegen su comodidad, detentando derechos sobre una obra o conjunto de ellas, en la que tuvieron nula participación. Ejemplo de cómo los derechos de los herederos (o quienes ostentan derechos sobre una obra que no hicieron) son una estupidez y un lastre es la Fundación Juan Rulfo, la cual se ha encargado de crear restricciones en torno a la obra de un hombre que ya murió y al que seguramente no le importa si su obra sigue generando ingresos. Lo más seguro es que Rulfo se retuerza en su tumba cada vez que la fundación hace un desplante de infante retrasado y mimado. Basta con mencionar cómo el caso de la Fundación es especial, pues permite ver cómo los derechos de autor son más nocivos que beneficiosos; sólo son lastres culturales, herramientas que permiten que algunos soquetes se adueñen ilegítimamente de las obras de alguna persona; peor aún, que ejerzan un dominio sobre la imagen de la persona. Ahora no sólo la producción artística es un producto similar a unas papas o refresco, sino que el ser humano se transforma en una marca vulgar.
Posiblemente haya personas que comparen la forma ilegítima de apropiación de los herederos con mi propuesta de infringir las leyes de autor, por eso aclaro que son cosas totalmente diferentes. Mientras los derechos de autor se encargan de que la obra sea protegida de manera exagerada, al punto que un grupo de personas profieran una especie de derecho sobre ese material, sólo porque tienen lasos filiales con el autor, mi propuesta va totalmente en contra, pues, al infringir los derechos de autor, la obra es del mundo y para el mundo, sin afectar al autor. El infringir los derechos de autor es una medida necesaria mientras el Estado no tome medidas para que la cultura y el arte se liberen del secuestro en que las mantiene el capital.
El interés de lucro tiene que estar subordinado al interés de que la obra se difunda. No digo que el autor no tenga que ganar algo por su producción, digo que esta idea no tiene que ser la dominante. Obviamente estoy a favor de que el autor sea reconocido por su producción y que reciba una retribución justa por su trabajo; pensar lo contrario sería poco “rojo” de mi parte.
Cuando el autor sigue vivo, lo ideal sería que la obra pueda tener el mismo trato que se le daría si el autor estuviera muerto. Esto no afectaría para nada al artista, pues siempre hay gente que, teniendo la posibilidad de adquirir el material, lo comprará, haciendo que el autor obtenga ganancias por su trabajo. Quienes estén imposibilitados —ya sea por situaciones económicas o difícil acceso al material comercial— podrán adquirir el material a través de quienes lo han escaneado o distribuido; si el Estado interviniera, él podría distribuir ediciones gratuitas o muy económicas del material: ediciones que le permitieran al artista recibir una ganancia, y a la gente acceder a su obra. El caso es que esto todavía no ocurre, el Estado aun no tiene la fuerza o el interés de liberar a la cultura y el arte, de permitir que la gente pueda acceder libremente a las diferentes producciones, y es que la cultura es muy cara; es difícil poder acceder a ella cuando un sueldo mínimo, que tendría que poder cubrir alimento, ropa, entretenimiento, etcétera, no alcanza ni para vivir dignamente. Nadie debería de privarse de disfrutar de una producción artística sólo porque no tiene el poder adquisitivo, o porque el material “no-pirata” no llega hasta donde esa persona vive; si no puede adquirir el producto —sin importar la causa, porque siempre hay una causa, ya sea la precariedad económica, lo difícil que es que algunos materiales lleguen a algunos lugares, etcétera— siempre estará el producto ilegal, el resultado de que alguien escaneara, quemara, fotocopiara, o pirateara2 aquel material.
Si infringimos esta ley de esta manera, podremos propagar una enorme cantidad de producciones culturales que distribuirán ideas y conocimiento. Esto no sólo lo tenemos que hacer con los productos que van acorde con nuestras ideas, sino que con todos; tenemos que generar un trafico de libros y material tan grande, que genere en una enciclopedia de ideas. Permitirles a las ideas contrarias a las nuestras ser plagiadas y distribuidas permitirá que se generen discusiones, y que se dé un proceso dialéctico.
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La otra infracción legal que tenemos que hacer y aplaudir es el plagio. El plagio es necesario y loable. Es algo que siempre ha estado ahí de una u otra forma. Ninguna idea es cien porciento original; la manera en que el ser humano ha generado su sociedad y cultura es a través de plagios. Nos sustentamos en lo que existió antes que nosotros, en lo que se pensó antes de que nosotros lo pensáramos. Absolutamente todos estamos influenciados y constreñidos por lo que se ha creado, pensado y producido antes de nosotros; cada idea se retoma y se le maquilla para modificarla, para perfeccionarla y hacerla crecer.
No me refiero a que plagiemos de manera floja, como sería transcribir una obra para hacerla pasar por nuestra, sino que plagiemos de la manera que Lautréamont decía: inteligente y trabajosa. Al reconocer que esto impera en la creación, dejaremos aquella sandez de volvernos inquisidores cuando alguien produce algo que retoma x o y idea, o la modifica para perfeccionarla o mejorarla de acuerdo con la contemporaneidad. Tenemos que aceptar que las ideas se van apilando, sustentando en las anteriores. Las ideas, como tal, no tienen dueño: le pertenecen al mundo, al igual que el arte. Una obra, la que sea, está influenciada por el pasado, la historia, las producciones de otros y las influencias que otros individuos ejercieron sobre el creador, de tal manera que esa producción es el resultado de una serie de fragmentos de la humanidad; si bien, influye mucho la manera en que el creador los interpreta y toma, esto de ninguna manera niega o minimiza la gran influencia que el mundo exterior ha tenido sobre el mundo mental. Recordemos lo que decía Isidoro Ducasse: «El plagio es necesario. Lo implica el progreso. Sigue de cerca la frase de un autor, se sirve de sus expresiones, borra una idea falsa, la sustituye por una idea justa» (Poesies II).
Uno de los grandes plagiadores e hipócritas del mundo es la corporación Disney, la cual se adueña de producciones artísticas anteriores, haciendo sus películas. Uno de los grandes ejemplos es la película Pinocho, la cual se basa en el libro de Collodi, el cual muchas veces dejó en claro su rechazo a que su obra fuera adaptada y endulzada para negar las partes sórdidas que el autor consideraba importantes para dar su mensaje. Disney se adueñó de la obra con la muerte del autor y ahora esa empresa es de las grandes defensoras del derecho de autor. Lo que Disney hizo es bajo, no por su plagio, sino por no respetar el deseo del escritor; el plagio tiene que ser ejercido bajo ciertas normas éticas, de lo contrario, sólo se es un copista idiota.
La ética que propongo para el proceso de plagio (y posiblemente el de corsarismo) es el siguiente:
El plagio tiene que ser hecho con el fin de crear algo nuevo. A la hora de tomar el trabajo de alguien más, tenemos que usar eso como una base para generar nuestra propia concepción.
El autor original tiene que ser reconocido cuando sólo se hizo una adaptación.
El único que merece obtener ganancia de su trabajo es el autor.
El último punto para tocar, un poco alejado de esto, es sencillo y directo: se debe de olvidar el culto de admiración que se hace en torno a los artistas -me refiero a los verdaderos, a los que crean, expresan, y no a los que son un simple ejercicio de mercadotecnia y consumo-. Un escritor es igual a un barrendero, un actor es igual a una costurera, etcétera. La calidad de la obra o la inteligencia de la persona, en ningún momento los hace diferentes a los demás individuos. En una sociedad ideal, el artista, tendría el mismo valor que las demás personas. Nadie vale más que otro individuo.
1 Recordemos que no siempre son los autores, quienes ostentan la propiedad o los derechos sobre la obra. Las editoriales -en el caso de la literatura- suelen ser las que poseen los derechos sobre el material, siendo ésta la causa de que se protejan los “derechos de autor” con tanta rabia.
2 Utilizo la palabra piratear a falta de otra que refleje mi idea. Mientras aparece otra mejor, propongo que utilizamos la palabra “corsarismo”, la cual significaría: acción de infracción de los derechos de autor, sin interés de lucro.
El poeta futurista soviético Vladimir Vladimirovich Mayakovsky (Bagdadi, Georgia, 7 de Julio de 1893) se quitó la vida el 14 de Abril de 1930, en Moscú, a la sazón capital de la URSS, disparándose con un revolver en el corazón. Se dice que la actriz Verónica Polonskaya fue la última persona en verle con vida, oyendo un disparo tras de sí al abandonar el apartamento del poeta; ellos sostenían una relación ilícita, pero la actriz se rehusaba a renunciar a su matrimonio. El día anterior, Mayakovsky le habría amenazado con segar su propia vida y ella no pudo creerle. No obstante, su suicidio sigue siendo, en muchas formas, el motivo de candentes controversias. La nota suicida (escrita dos días antes), en la que pedía al “Camarada Gobierno” velar por su familia, fue interpretada a menudo como una ironía. Se rumoró que la bala extraída de su cadáver no se correspondía con el modelo de su pistola, además de que los vecinos reportaron haber oído dos disparos en vez de uno y el oficial a cargo de la investigación fue asesinado diez días más tarde. Su hija –naturalizada como norteamericana– Yelena Vladimirovna Mayakovskaya (llamada Patricia Thompson, profesora universitaria neoyorquina), aseguró en sus memorias que su padre había recibido una pistola en una caja de zapatos, que para la aristocracia rusa significaba una encrucijada entre la humillación y la muerte.
Según el marxista galés Alan Woods, el suicidio de Mayakovsky “ponía un epitafio en la tumba del arte revolucionario”. El advenimiento del estalinismo había minado indefectiblemente no sólo la herencia política del bolchevismo, sino también a la pléyade de manifestaciones artísticas que se habían desatado tras la Revolución de Octubre. La libertad consciente de un arte ligado a la vida social, que había guiado la búsqueda de un arte genuinamente revolucionario, fue sustituida por el dogma propagandístico del realismo socialista. Ante un ambiente de creciente coacción ejercida por la ascendente burocracia sobre los artistas, durante una conferencia pública celebrada veinte días antes de su deceso, en la que relataba las crecientes dificultades que enfrentaba en su trabajo creativo, Mayakovsky advirtió a sus escuchas: “Tal vez hoy sea una de mis últimas veladas” (Una Bofetada al Gusto del Público, p.60).
Vida y Obra
El volumen titulado Una Bofetada al Gusto del Público (Mono Azul Ed., Sevilla 2009) recoge sendas conferencias de Vladimir Mayakovsky, que versan sobre la necesidad de hacer entender su obra a un público de trabajadores y la entrega de su vida entera a esa obra y a ese público. En “Los obreros y los campesinos no os entienden”, el poeta soviético reflexiona sobre las aparentes barreras que separan del arte de vanguardia al público con una educación artística escasa o acotada, la relación de éste con la vida de aquellos, su posición frente a la tradición artística aristocrática y burguesa, y la posibilidad de que los artistas desarrollen un arte auténticamente revolucionario y de masas. El arte de vanguardia sufre a menudo el rechazo de las capas amplias de la sociedad, que, azuzadas por los críticos de arte adversos a la vanguardia artística, lo reputan impúdicamente de incomprensible sin conocerlo realmente; nadie en sus cabales se enorgullece de ser ignorante de la ciencia y la cultura. ”Pero, sin complejos, gritan: ¡No comprendo a los futuristas!” (Ibídem, p.37).
Sin embargo, señala Mayakovsky, la incapacidad de comprender al arte de vanguardia no constituye por sí misma un juicio relativo a su validez. Antes de desahuciarlo, al menos sería pertinente desvelar el sinsentido que envuelve, no suponer —sin más— que por parecer incomprensible carece de sentido. Aun si dicho arte, por la dificultad que supone comprenderlo, se constituye en un arte accesible sólo a una minoría, no por ello habría perdido necesariamente toda su conexión con el conjunto de la sociedad. Hay un arte minoritario, asegura el poeta georgiano, que no tiene ningún provecho más que para aquellos pocos a los que está dirigido. Un segundo género de arte minoritario, en cambio, está dirigido a un público integrado por productores artísticos, que transmitirán su contenido al conjunto de la sociedad a través de su propio trabajo. “Estos libros serán la semilla y constituirán el esqueleto del arte de masas” (Ibídem, p.39).
Un arte que sea en pleno sentido un arte de masas no podrá producirse esquemática o mecánicamente, sino que será el resultado de un elaborado proceso que no sólo implicará el concurso de los artistas sino el de toda la sociedad. “El arte no nace siendo arte de masas, lo será después de mucho esfuerzo; después de realizar un análisis crítico que determinará si su utilidad es permanente y efectiva” (Ibídem, p.40). Un arte semejante puede incluso adelantarse a los tiempos, es decir, ocultar su sentido para revelarlo posteriormente, cuando el estadio de la conciencia social que preconiza sea actualizado por el curso de los acontecimientos. Pero, simultáneamente, sólo podrá emerger de su conexión con las condiciones sociales concretas. “De esta forma, la poesía contra la guerra por la cual en 1914 las masas se rasgaban las vestiduras engañadas por los patriotas, sonaba en 1916 como una revelación. Y viceversa” (Ídem).
La crítica arrojada desde el conservadurismo social y artístico contra el arte de vanguardia sólo por ser arte de vanguardia, por ser incomprensible, soslaya un hecho: que aun el arte tradicional, en sus manifestaciones más refinadas, es el patrimonio cultural de una minoría, de la clase social dominante. La actitud de Mayakovski ante la tradición artística era irreductible: sólo el arte de vanguardia sería la verdadera herencia del pueblo soviético. Empero, éste también llegaría a apropiarse de las manifestaciones clásicas del arte, y llegaría a comprenderlo por encima de sus determinaciones ideológicas y como parte del devenir histórico. Cuando el arte sea real y plenamente un bien social, y no sólo lo sean sus manifestaciones populares, esta nueva sociedad, si bien reconocerá lo humano en arte heredado por la vieja sociedad y se nutrirá de él, sólo podrá reconocerse plenamente en su propia expresión artística. “Los clásicos no serán las lecturas preferidas por el pueblo soviético. Lo serán los poetas de hoy y del futuro” (Ibídem, p.44).
No obstante, el propio Mayakovski padeció desde su trinchera artística las limitaciones que el régimen estalinista impuso, ya desde sus albores, a la vida socialista; los tirajes y la distribución bibliotecaria de la poesía futurista –y la difusión del arte de vanguardia en lo general– dependían del sector más conservador de la sociedad soviética: la burocracia. El arte vanguardista se vio privado desde el comienzo de los años 1930’s de su pleno potencial como educador de las masas de trabajadores que habían hecho la revolución a marchas forzadas y a partir de condiciones materiales y culturales extremadamente limitadas. Aunque el arte de vanguardia tenía gran acogida entre los trabajadores, los campesinos y los estudiantes, a través del esfuerzo de sus autores por mostrárselos en sus propias publicaciones periódicas y presentaciones públicas, dicho esfuerzo se veía superado, ante las titánicas dimensiones de la tarea, por la obstrucción de los burócratas que terminaron por imponer su gusto mediocre y sus intereses miopes; “la burocracia también es literatura. ¡Y con mucha mayor divulgación que la nuestra!” (Ibídem, p.53).
Poco antes de su trágica muerte, en “Veinte años de trabajo”, Mayakovsky relató de viva voz a su público las condiciones desesperadas en las que luchaba por construir un arte que perteneciera verídicamente a las masas. El poeta futurista encontró en su experiencia literaria que las más evidentes arengas, destinadas a inflamar el coraje revolucionario (las favoritas del régimen usurpador), caducaban rápidamente. Por eso dedicó su empeño más decidido como poeta a incomodar y provocar a su audiencia. “Mi actividad literaria (…) ha sido, para hablar con franqueza, un combate literario, una bofetada al gusto del público” (Ibídem, p.59). La belleza artificiosa y caduca de la vieja sociedad subsistía en la grandilocuencia de los poetas, que tan poco sabían en realidad de su nuevo público y de su vida, y se expresaban en un lenguaje que no era el de éste. Hostigado, se negó a renunciar a su carácter de escritor revolucionario partícipe de la construcción del socialismo; autor de una poesía más útil que bella, una que dibujara los problemas de su sociedad. Así inauguró el llamado Teatro de la Revolución de Octubre e incursionó en la sátira y los versos de agitación anti-religiosa, a menudo imprimiendo él mismo y llevando a cuestas sus propios tirajes, como un obrero de las letras, hasta ser asfixiado por el peso de los traidores de la revolución.
“Tras veinte años es fácil celebrar un aniversario. Se reúnen los libros, se elige una presidencia de barbas respetables, se pide a cinco o diez personas que alaben las virtudes de uno y se invita a los buenos amigos a que no le insulten más en los periódicos (…). Pero no se trata de esto, camaradas, se trata de que el viejo lector, el viejo público de los concurridos y viejos salones (…) ha muerto para siempre. Sólo el público trabajador, el proletariado y las masas campesinas que son hoy los que construyen nuestra nueva vida, edifican el socialismo y desean llevarlo a todo el mundo, ellos deben ser nuestros verdaderos lectores. Y por lo tanto yo debería ser el poeta de estos lectores” (Ibídem, pp.57&58)
La publicación en inglés de El hombre que amaba a los perros por el autor cubano Leonardo Padura es un acontecimiento literario y político importante. Leí esta excepcional novela cuando salió en lengua española y me produjo una profunda impresión. Tenía la intención de escribir una reseña entonces, pero no me fue posible hacerlo por una combinación de circunstancias. Con el mayor de los placeres ahora voy a rectificar esta omisión.
Nacido en La Habana, Cuba, en 1955, Leonardo Padura es un gran novelista, así como periodista y crítico. Es autor de varias novelas, libros de cuentos y varias colecciones de no ficción. Sus novelas protagonizadas por el detective Mario Conde se han traducido a muchos idiomas y han ganado premios literarios en todo el mundo.
Padura es más conocido por sus novelas policíacas, pero El hombre que amaba a los perros pertenece a un ámbito completamente diferente. En mi opinión, con razón, puede ser considerado como un clásico moderno, una combinación de la investigación minuciosa histórica y de la creatividad de un novelista de primer orden.
El título intrigante es el producto de un recurso literario a través del cual el autor intenta vincular los destinos separados de los tres personajes principales: el escritor cubano Iván, el gran revolucionario ruso León Trotsky y su asesino, Ramón Mercader. El hombre que amaba a los perros es este último mencionado. Que hubiera existido o no un vínculo estrecho con la especie canina es, naturalmente, algo bastante irrelevante para el tema central del libro. En la mejor tradición de la novela histórica, Padura combina hechos históricos con la invención creativa artística.
Crimen y castigo
La historia gira en torno a un personaje de ficción, Iván Cárdenas Maturell, que en su juventud fue un escritor prometedor cubano hasta que un día cayó en desgracia con los censores estalinistas, los cuales declararon que una de sus historias era contrarrevolucionaria. Su carrera está bloqueada por una capa de burócratas, arribistas y oportunistas, y se ve obligado a ganarse una existencia miserable como corrector de textos en una revista de veterinaria. Al comienzo de la novela nos encontramos con él en el funeral de su esposa, un hombre desilusionado y roto que vive en una casucha destartalada con goteras y cuyo único consuelo está en su perro mascota.
Mientras que contempla la muerte de su mujer, comienza a mirar a su vida pasada, y recuerda el momento de una extraordinaria coincidencia. Una tarde, en 1977, dando una vuelta en una playa, se encuentra con un misterioso extranjero que pasea a sus dos perros borzoi rusos –una raza prácticamente desconocida en la isla–. El interés común en los perros es el punto de partida de una conversación en la que el hombre que amaba a los perros se presenta como Jaime López, un español de edad avanzada que vive en La Habana.
El hombre finalmente resulta ser Ramón Mercader, el estalinista catalán y agente de la GPU que, por órdenes personales de Stalin, asesinó a León Trotsky, el hombre que, junto con Lenin, dirigió la revolución bolchevique en Rusia. Después de completar una condena de veinte años en una prisión mexicana, Mercader fue finalmente liberado en 1960, y viajó por primera vez a La Habana. Un año más tarde, en 1961, se trasladó a Moscú, donde sus jefes en el Kremlin le condecoraron como un “Héroe de la Unión Soviética”.
Sin embargo, Mercader no estaba destinado a disfrutar de los frutos de su crimen. Incluso la condecoración tuvo que hacerse en secreto, ya que sólo unos pocos años antes Jruschov había denunciado a Stalin como criminal y asesino de masas. Comprometido al silencio hasta el final de sus días, Mercader vivió una existencia sombría en Moscú, incapaz de emigrar al extranjero y bajo la atenta mirada de la KGB, hasta que finalmente se le permitió ir a La Habana, cuando sufría de un cáncer terminal, y donde murió en 1978, en la más completa oscuridad.
Estos son los hechos conocidos. Pero en torno a estos pocos hechos, Padura teje una compleja, pero convincente, trama que mezcla la realidad con la ficción, pasando sin problemas de la primera a la segunda de tal manera que el lector pronto se olvida de que está utilizando su imaginación para llenar los huecos vacíos. Al principio, el dueño de los perros borzoi afirma haber sido amigo del hombre que asesinó a León Trotsky. ¿Podría él ser el infame Mercader? Hasta el final, Iván (y el lector), es mantenido en la duda.
En ningún momento el misterioso Jaime López admite en tantas palabras que él y Ramón Mercader son una y la misma persona, pero en el proceso de revelación gradual emerge una historia extraordinaria. Las dudas se resuelven finalmente cuando, después de la muerte del hombre que se llama Jaime López, Iván recibe un paquete que contiene la biografía de Mercader. Impulsado por algún deseo interno, el asesino siente la necesidad de hablar desde el más allá de su pasado a un completo desconocido, cuyo único punto en común es que éste ama a los perros.
A primera vista, parece muy poco probable este escenario. Pero el funcionamiento de la psique humana es complejo y Padura muestra un considerable conocimiento de estas complejidades. Se sabe que una conciencia culpable puede llevar a un criminal a relatar sus crímenes a un investigador policial, y que este hecho puede ser utilizado por un interrogador hábil para obtener la confesión deseada. El hecho de que Mercader sabía que estaba muriendo añade peso a esta suposición psicológica.
Tal vez ha sido la experiencia del autor como escritor de novela negra lo que le haya ayudado a lograr esta percepción psicológica. El gran escritor ruso Dostoievski mostró el mismo tipo de conocimiento cuando trató de la psicología del asesino Raskolnikov en su novela más famosa, Crimen y castigo. De hecho, hay ciertos paralelismos entre estas dos obras. En las obras estándar de la novela policíaca, la identidad del asesino sólo se revela al final. El interés radica, precisamente, en el descubrimiento gradual de la identidad del asesino. Pero en la novela de Dostoievski, la identidad del asesino es conocida desde el principio. El interés aquí es de una clase diferente: se encuentra en la revelación gradual de la psicología del crimen y del castigo.
Hace mucho tiempo, el famoso poeta inglés Coleridge hablaba de esa “suspensión voluntaria de la incredulidad” como condición previa para el disfrute de la poesía, y Padura asegura precisamente eso. Fue, sin duda, la necesidad de expiar su culpa lo que obliga a Mercader a describir su vil crimen a un completo desconocido. Consigue convencer al lector de que un encuentro tan improbable como este, de hecho, tiene lugar; que el escritor Iván, de hecho, existe y que los acontecimientos extraordinarios en la novela son hechos y no ficción.
Una obra de muchos niveles
Desde el punto de vista de la técnica literaria, Padura muestra gran habilidad vinculando entre sí los acontecimientos de la vida de Iván en Cuba, los primeros años de Mercader en España y Francia, y el exilio de Trotsky. Padura traza muy a conciencia la vida de Trotsky desde la Revolución de Octubre, a través de la Guerra Civil, cuando lideró el Ejército Rojo a la victoria contra 21 ejércitos de intervención extranjera, la lucha de la Oposición de Izquierda contra la burocracia estalinista, y los largos años de exilio en Turquía, Francia, Noruega y, finalmente, México. La vida de Trotsky está bien documentada y la versión de Padura sigue los hechos muy de cerca.
Padura cuenta toda la historia de la batalla de Trotsky con Stalin y el estalinismo, su exilio de la URSS y, finalmente, su asesinato. Pero es una obra de muchos niveles, que entreteje una serie de hilos relacionados pero distintos. El primero es la historia de Iván Cárdenas Maturell. En segundo lugar está la vida de Trotsky y la de Mercader, la Guerra Civil española, el siniestro funcionamiento de la GPU de Stalin y, por último, pero no menos importante, el problema de la burocracia y la reverberación del estalinismo en la propia Cuba.
Tampoco es difícil de creer que el personaje de ficción, Iván, se basa en las experiencias reales que Padura ha tenido él mismo o ha observado en otros. Él es realmente la personificación de toda una generación de jóvenes intelectuales cubanos que se entregaron en cuerpo y alma a la Revolución, que lucharon, trabajaron e hicieron sacrificios para asegurar su éxito, pero que terminaron decepcionados e indignados por el estalinismo, que convirtió los ideales de la Revolución en una caricatura burocrática.
Aquí, como en toda la verdadera gran literatura, lo particular está firmemente ligado a lo general: la vida de los individuos se interconecta con los destinos de la Revolución y de la contrarrevolución. Estos no son los personajes de cartón que normalmente nos encontramos en la ficción popular, sino hombres y mujeres de carne y hueso. Sin embargo, sus vidas individuales están inseparablemente unidas a los procesos históricos generales y no pueden entenderse fuera de estos.
El problema de Mercader
Poco a poco, paso a paso, en la mejor tradición de una historia de detectives, Iván logra reconstruir toda la historia del asesinato de Lev Davídovich Trotsky, una reconstrucción basada en una gran cantidad de investigación histórica cuidadosa y muy cercana a los hechos históricos. El “hombre que amaba a los perros” aparece inicialmente reacio a revelar nada acerca de su pasado, pero poco a poco, pieza por pieza, el rompecabezas encaja. La habilidad con la que Padura construye gradualmente una imagen de Mercader es uno de los elementos más impresionantes de la novela.
A través de las personalidades de Trotsky y su asesino, Ramón Mercader, Padura traza la historia de algunos de los acontecimientos más importantes del siglo XX. Sin embargo, debemos recordar que no estamos tratando aquí de una obra de historia, sino una novela. Como hemos visto, es una novela con muchos hilos y niveles diferentes. Padura hace todo lo posible para reconstruir la vida de Ramón Mercader. Pero aquí hay un problema.
En una entrevista en el periódico argentino Clarín (7 de mayo 2013) Padura dijo: “Me llevó cinco años escribirlo, con una búsqueda documental intensa y extensa. De Trotsky había abundante información, de Mercader casi nada”. Sin embargo, combinando los hechos que eran conocidos, y haciendo uso de sus habilidades “detectivescas” e imaginación, Padura logra elaborar con brillantez un retrato muy convincente del hombre que asesinó a Trotsky.
Es de conocimiento común que un autor desarrolla inevitablemente una cierta simpatía por el personaje que describe. La razón de tal empatía no es difícil de entender. Con el fin de retratar a los hombres y a las mujeres como seres humanos reales, y no simples abstracciones vacías, es necesario tener un profundo conocimiento de sus corazones y sus mentes, para entender sus motivaciones, sus pasiones, sus creencias más queridas, y para descubrir los impulsos primarios de sus acciones.
Trotsky cita a menudo las palabras del filósofo Spinoza: “Ni llorar ni reír, sino comprender”. Por supuesto que entender las acciones de una persona no significa necesariamente condonarlas. Sin embargo, al abordar las acciones de los hombres y las mujeres científicamente, con la misma objetividad que un anatomista separa los diferentes tejidos de un organismo, por lo menos es posible evitar caer en juicios apresurados basados en rencor, malicia u odio mezquinos.
Con un desapego clínico, Padura reconstruye la vida de Mercader desde su infancia trastornada en una familia burguesa en Cataluña. Describe la influencia de su inestable madre, Caridad, que oscila desde el anarquismo al estalinismo y se vuelve fanáticamente devota al Partido. Ramón entra en el Partido Comunista, lucha en la Guerra Civil española, y aquí es reclutado por la GPU –la policía secreta y la máquina de asesinato de Stalin–, con el apoyo activo de su madre.
En un momento dado, Caridad hace indirectas de que el famoso revolucionario anarquista Durruti fue asesinado por los estalinistas, un acto que considera plenamente justificado:
“–¿Te creíste el cuento de que a Buenaventura Durruti lo mató una bala perdida?
Ramón miró a su madre y sintió que no podía pronunciar palabra.
–¿Tú crees que podemos ganar la Guerra con un comandante anarquista que tiene más prestigio que todos los jefes comunistas?
–Durruti luchaba por la Republica –trató de razonar Ramón.
–Durruti era un anarquista, lo habría sido toda su vida”.
Dentro de la máquina asesina
Más tarde Ramón es testigo de los crímenes de la GPU en España: la persecución de los anarquistas y de los simpatizantes del POUM, el secuestro, la tortura y el asesinato del líder del POUM, Andrés Nin. Finalmente, es enviado a Moscú para su formación como asesino para la GPU. Los métodos monstruosos de la GPU se describen en horrible detalle, la forma en que gente como Mercader fueron sistemáticamente brutalizados y convertidos en máquinas obedientes, dispuestos a llevar a cabo los actos más crueles e inhumanos.
Mientras que se encontraba en Moscú fue invitado a asistir a una sesión de las infames purgas, “las más grotescas farsas judiciales del siglo”, en las que Stalin asesinó a todos los dirigentes del partido de Lenin, después de obligarles a confesar los crímenes más grotescos contra el Revolución. También vio que Stalin estaba liquidando físicamente comunistas extranjeros:
“Por ejemplo, en febrero de 1937, Stalin había dicho a su peón Georgui Dimitrov, secretario general del Komintern, que los comunistas extranjeros acogidos en Moscú ‘estaban haciéndole el juego al enemigo’ y de inmediato encargo a Yézhov que resolviese el problema. Un año después, de los trescientos noventa y cuatro miembros del Comité Ejecutivo de la Internacional que vivían en la URSS, solo quedaban vivos ciento setenta: los demás habían sido fusilados o enviados a los campos de la muerte. Hubo entre ellos alemanes, austriacos, yugoslavos, italianos, búlgaros, finlandeses, bálticos, ingleses, franceses y polacos, mientras la proporción de judíos condenados volvió a ser notable. En esa cacería, Stalin había liquidado a más dirigentes del PC alemán de antes de 1933 que el mismo Hitler”.
A pesar de todo, Ramón sigue siendo ciegamente leal a Stalin y su régimen, que él identifica con la necesidad de defender a la Unión Soviética. Al igual que muchos otros, cerró los ojos a todos los crímenes y barbaridades, buscando mil razones, excusas y explicaciones. Superando todos sus instintos humanos, se convierte en un asesino a sueldo y acepta sin cuestionar la misión que le había confiado el jefe del Kremlin: la liquidación del “contrarrevolucionario” Trotsky.
El asesinato
El centro neurálgico del libro consiste de un relato histórico veraz del asesinato de León Trotsky. En 1937, Stalin decidió que su principal oponente tenía que ser liquidado. Los Juicios de Moscú tenían como objetivo establecer una base política y jurídica para este crimen. El jardín de la casa en Coyoacán estaba rodeado por muros de más de dos metros de alto y torres de vigilancia con hendiduras para las ametralladoras. Pero todo esto no fue una defensa contra la máquina de la muerte de Stalin.
El nieto de León Trotsky, mi viejo amigo Esteban Volkov, todavía vive en Coyoacán. Estuvimos juntos no hace mucho tiempo en la Ciudad de México, en la casa donde su abuelo fue asesinado y le pregunté qué pensaba de la novela de Padura. “Por supuesto, los hechos descritos en su libro son muy conocidos para mí”, respondió. “He leído el libro, pero con bastante rapidez, y mi impresión es favorable. Pero tengo que volver a leerlo otra vez con más detenimiento”.
El primer ataque ocurrió el 24 de mayo de 1940, cuando un grupo de 20 estalinistas armados, dirigidos por el artista David Siqueiros, irrumpieron en la casa por la noche; la puerta había sido dejada abierta por el joven estadounidense Bob Sheldon, un agente que se había infiltrado entre los guardianes. Lanzaron granadas y salpicaron los dormitorios con balas de ametralladora. De puro milagro, Trotsky y su esposa Natalia sobrevivieron acurrucándose debajo de su cama. Su nieto de 14 años, Esteban, resultó levemente herido en el pie por una bala perdida.
La única víctima de este ataque fue Bob Sheldon, que desapareció junto con los asaltantes. Su cuerpo fue encontrado más tarde. Trotsky creía que había sido secuestrado, pero en realidad él había sido parte del plan y fue probablemente asesinado como chivo expiatorio del fracaso. Después del ataque, los guardianes comenzaron a reforzar los muros perimetrales. Pero Trotsky era escéptico. “La próxima vez será diferente”, predijo. Pronto iba a tener razón.
La GPU tenía otro equipo trabajando en México, completamente separado del que organizó el asalto fallido en mayo. Justo como Trotsky había advertido, estaban trabajando con métodos completamente diferentes. Su hombre clave era Ramón Mercader, que muy hábilmente infiltró el grupo de amistades mexicanas de Trotsky, haciéndose pasar por un hombre de negocios no-político llamado Jacson.
Jacson-Mercader trabajó lenta y pacientemente para cultivar relaciones de amistad con los guardianes y amigos más cercanos a Trotsky. Esteban recuerda que siempre estaba haciendo pequeños favores y ofreciéndose a llevar a la gente en su ostentoso coche. “Incluso llevó a los Rosmer a Veracruz en una ocasión”. Por estos medios fue ganándose poco a poco la confianza de los que rodeaban a Trotsky, al tiempo que se abstuvo cuidadosamente de tratar de acercarse a su víctima personalmente.
El libro nos presenta una reconstrucción muy convincente de las relaciones de Mercader con Sylvia Ageloff, la mujer que sedujo y que le presentó a la casa de Trotsky. Padura parece penetrar en la mente del asesino y poner al desnudo su estado psicológico en los días y semanas que precedieron al asesinato, su intensa agitación interior y violentos cambios de humor. Pero poco a poco, de manera imperceptible, como un tigre acechando a su presa en silencio, se acercaba cada vez más a su objetivo.
Aparentando desarrollar un interés en las ideas de Trotsky, mostró inesperadamente un artículo sobre la Guerra, y le pidió a Trotsky que lo leyera y corrigiera. Ya a este punto, se habían levantado las sospechas de Trotsky hacia este hombre. Sin embargo, sorprendentemente, aquellos que se supone que tenían que defenderle, mostraron una falta total de conciencia del peligro. Tan descuidados estaban de sus deberes que cuando Jacson apareció vistiendo un impermeable en un día de verano mexicano caliente, ni siquiera se molestaron en cachearle. Si hubieran tomado esta precaución elemental habrían descubierto un cuchillo, una pistola y un piolet y la trama se habría frustrado.
Así que, el 20 de agosto, el agente de Stalin se quedó solo en compañía de su víctima. Colocándose cuidadosamente detrás de Trotsky, cuando se inclinó sobre el texto del artículo, golpeó la cabeza del revolucionario con todas sus fuerzas. El golpe estaba pensado para resultar en la muerte instantánea, pero, profiriendo un grito que dio la alarma, Trotsky luchó, en un último esfuerzo supremo de voluntad, para desprenderse de su agresor antes de derrumbarse.
Sus guardaespaldas acudieron rápidamente, pero era demasiado tarde. El líder de la Revolución de Octubre y fundador del Ejército Rojo yacía mortalmente herido, desangrándose por la cabeza. Demasiado tarde los guardias se dieron cuenta de su error, su estúpido descuido y negligencia increíble. Demasiado tarde trataron de obtener algo de alivio golpeando al asesino. Incluso en este momento, el Viejo mostró una notable presencia de ánimo cuando instó a los guardias: “No le matéis. ¡Tiene que hablar!”
Al regresar de la escuela esa tarde, Esteban fue testigo de una escena impactante. “Vi a un hombre, con el rostro cubierto de sangre, llorando como un bebé, incoherente y fuera de sí. No reconocí a Jacson al principio. Era más como un animal que un ser humano”, me dijo. Cuando el Viejo vio a su nieto, ordenó a los guardianes que se lo llevaran fuera: “No tiene que ver esto”, dijo. Trotsky fue trasladado de urgencia al hospital, donde los médicos mexicanos lucharon para salvarle la vida. Murió al día siguiente.
La venganza de la historia
Más de veinte años después, Mercader se reúne con uno de sus compañeros agentes de la GPU, Leonid Eitingon, quien, bajo el nombre en clave de Kotov, era su superior inmediato en el complot para asesinar a Trotsky. Pero la rueda de la historia ha dado un giro completo. La camarilla del Kremlin se ha visto obligada, por su propio instinto de conservación, a deshacerse de Stalin y desvincularse de sus crímenes.
Los hombres que hicieron el trabajo sucio para Stalin se encuentran ahora como parias despreciados. El artífice principal del asesinato de Trotsky, Pavel Sudoplatov, pasa quince años en un campo de trabajos forzados (aunque no por matar a Trotsky). Eitingon también fue enviado a un campo. Viejo y amargado, se consuela a sí mismo sumergiéndose en vodka mientras se compadece de Mercader en un bar de Moscú.
Eso fue en 1968, el año en que Brezhnev envió tanques rusos para aplastar la disidencia del Partido Checo bajo Dubcek. La descripción gráfica de Padura de Moscú de ese tiempo corresponde muy de cerca con mis propios recuerdos. Después de haber dedicado sus vidas a un régimen que traicionó a todos los principios del socialismo –una traición infinitamente peor y más perjudicial que la perpetrada por los dirigentes de la socialdemocracia en el verano de 1914–, ahora sólo tienen recuerdos amargos.
Eitingon informa a Mercader que nunca esperaban que sobreviviera el asesinato de Trotsky:
“–Tienes que creer lo que te digo, fuimos más cínicos de lo que te imaginas. Tú no fuiste el ‘único que fue a morir por un ideal que no existía. Stalin lo pervirtió todo y obligo a la gente a luchar y a morir por él, por sus necesidades, su odio, su megalomanía. Olvídate de que luchábamos por el socialismo. ¿Qué socialismo, qué igualdad? Me contaron que Brézhnev tiene una colección de autos antiguos…”.
Estas líneas sugieren que la degeneración de la Revolución Rusa era la obra de un hombre malvado. Por supuesto que tal explicación no explica nada. Padura ha leído La revolución traicionada de Trotsky y es muy consciente de que Stalin era sólo el representante de una casta privilegiada de funcionarios, la burocracia que llegó al poder como resultado del aislamiento de la revolución en condiciones de extremo atraso.
La muerte de Stalin no significó el fin del dominio de la burocracia, sólo la sustitución de una capa de la burocracia por otra. Eitingon (o más bien Padura) saca esta conclusión: “Estaba convencido de que, sin Stalin y su odio, el Partido haría justicia y la lucha recobraría su sentido… Nada, me equivoqué otra vez. Ya todo estaba podrido. ¿Desde cuándo estaba podrido?” Y Mercader le pregunta: “–¿Y qué hace un hombre como tú cuando ya no cree en nada?”
Esta pregunta va directa al meollo del asunto y tiene una relación directa con lo que es, sin duda, la parte más débil del libro. En las últimas páginas, bajo el título de Réquiem, el autor reflexiona brevemente sobre qué lecciones se pueden extraer de todo esto. Al ser una novela y no una obra de análisis político científico, sería pedir demasiado exigir una perspectiva marxista. Tampoco está claro quién está hablando aquí: Padura o uno de sus personajes.
Sin embargo, al final, la implicación es que todo era una utopía, un sueño imposible, a los que Trotsky, “con su fanatismo de obcecado”, se dedicó hasta el final. Tal ambigua y, uno podría decir, cobarde conclusión es indigna de un gran libro. Si el socialismo es una utopía, la perspectiva para la humanidad sería ciertamente sombría. Sólo se puede responder con la misma pregunta: “Así, pues, ¿qué hace un hombre cuando ya no cree en nada?”
La Revolución Rusa de 1917 no fue una utopía, sino el acontecimiento más grande en la historia humana y, junto con Lenin, Trotsky fue el más importante líder de la Revolución de Octubre. Él solo mantuvo la bandera impecable de la democracia proletaria y el internacionalismo socialista tras la muerte de Lenin. Desde el exilio lejano en México, llevó a cabo una lucha implacable contra el régimen estalinista burocrático y totalitario. Finalmente, inevitablemente, fue víctima de uno de los asesinos de Stalin.
El 20 de agosto de 1940, Stalin se imagina que había silenciado la voz de Trotsky para siempre. Es tan fácil destruir a un hombre o a una mujer. Somos criaturas frágiles y nuestras vidas se pueden terminar con una bala, un cuchillo o un piolet con la misma facilidad que se apaga una vela. Pero no se puede extinguir una idea a la que le ha llegado su hora. Hoy, 74 años después de aquella fatídica fecha, las ideas del marxismo son tan relevantes como el primer día, y la voz de León Trotsky resuena en todo el mundo, mientras que la memoria de Stalin y sus secuaces está salpicada de sangre e infamia.
La revolución traicionada
Poco a poco, una nueva generación está tomando forma, la cual lucha por encontrar la verdad. En ningún sitio es más cierto que en Cuba, donde se hicieron tan grandes sacrificios por la causa de la revolución socialista, y donde tanto daño se hizo por la influencia del estalinismo. El libro de Padura ayudará, sin duda, a muchas personas a entender el pasado y, por tanto, a prepararlos para enfrentarse al futuro. Es como un viaje de descubrimiento donde un intelecto audaz ha logrado levantar el velo espeso que durante tanto tiempo ocultó la opinión de mucha gente, y comenzó a entender la verdad.
En la entrevista de Clarín a Padura se le preguntó por qué eligió contar esta historia. Respondió que, mientras que puede haber un elemento de nostalgia, él también estaba tratando de descubrir las verdaderas causas de la degeneración de la Revolución Rusa. Al estudiar el asesinato de Trotsky, empezó a comprender la naturaleza del estalinismo y su papel contrarrevolucionario: “De pronto entendí algunas de las razones por las que se pervirtió la utopía. El papel del estalinismo, la herencia de su figura, fue algo terrible”, nos dice.
La novela trata en líneas generales con la lucha que terminó en el ascenso al poder de Stalin en Rusia. Pero, más que eso, el autor utiliza estos eventos como una forma de analizar la relación entre Cuba y el estalinismo. La implicación clara es que en Cuba había muchos pequeños Stalins –burócratas oportunistas, carreristas egoístas y funcionarios corruptos–. Al analizar en detalle la experiencia personal de un puñado de personajes, Padura despliega poco a poco ante el lector una serie de acontecimientos que hacen época: la Revolución Rusa y la Guerra Civil, durante la cual Trotsky estuvo a la cabeza del Ejército Rojo que él creó; la Guerra Civil española; y, por último pero no menos importante, el destino de la propia Revolución Cubana.
La década de 1970 es ese período negro en que reinó el estalinismo y las ardientes convicciones revolucionarias de toda una generación de jóvenes cubanos fueron manipuladas por la burocracia estalinista para sus propios fines. Esto se expresa gráficamente en el libro y en el destino de su personaje central. La caída de la Unión Soviética hundió a Cuba en una profunda crisis, no sólo en el plano económico, sino en un sentido político y psicológico.
Durante los años duros y hambrientos que los cubanos llaman “el Período Especial”, “los años de los apagones sin fin y los desayunos a base de tisanas de hojas de naranja”, mucha gente comenzó a mirar más críticamente a la vida en la isla. Ese fue claramente el caso de Leonardo Padura. Aunque Iván es un personaje de ficción, a través de él Padura está expresando claramente su propia experiencia personal y la de muchos otros cubanos. Esto queda patente en el libro:
“Pero era evidente que estábamos hundidos en el fondo de una atrofiada escala social donde inteligencia, decencia, conocimiento y capacidad de trabajo cedían el paso ante la habilidad, la cercanía al dólar, la ubicación política, el ser hijo, sobrino o primo de Alguien, el arte de resolver, inventar, medrar, escapar, fingir, robar todo lo que fuse robable. Y del cinismo, el cabrón cinismo”.
Obligado a abandonar su carrera como escritor prometedor por los censores estalinistas, Iván ha sido obligado a ganarse la vida como editor de una revista de veterinaria. Él es, pues, una víctima de un sistema totalitario burocrático que es la negación del arte y la literatura. Al final, Iván se suicida poco después de terminar una novela titulada El hombre que amaba a los perros.
En una entrevista que dio Padura a nuestros camaradas daneses, dice: “Iván no es un hombre; Iván es la síntesis de toda una generación, en la que he puesto muchas de las ilusiones, desilusiones, fracasos y temores de mi generación. Es un hombre que representa a todos los problemas que hemos vivido en Cuba en mi generación, esa generación que se crió en la revolución, estudió en la revolución, fue a la guerra en la revolución y que en los años 90 descubrió que no tenía nada en sus manos”.
El hecho de que Iván finalmente se suicida parece dar a entender que toda una generación ha perdido toda esperanza. Sin embargo, esta conclusión pesimista se contradice con el contenido de toda la novela, y también con las palabras del propio Padura en la entrevista antes mencionada:
“Creo que la nueva utopía necesita redescubrir la base del sistema con los componentes reales que este tipo de sociedad necesita: la democracia verdadera, el poder real para la gente que trabaja y no para la burocracia, como fue el caso en la Unión Soviética y en muchos países socialistas. Por esta razón, creo que este libro sin duda es relevante para el momento que estamos viviendo”.
Aunque hoy en día Cuba ya no sufre del dominio sofocante de la censura, todavía hay algunas personas en Cuba que anhelan un retorno al pasado: a una época en que los burócratas podían dictar a la conciencia de los escritores y decirles qué pensar, decir y escribir. De hecho, El hombre que amaba a los perros inicialmente tuvo que ser publicado en México y España, y fue finalmente publicado en Cuba en una pequeña edición de unos pocos miles debido a la oposición de aquellos que quieren hacer retroceder el reloj.
En la entrevista danesa Padura explica cómo el libro ganó un premio a pesar de estar sometido a una conspiración de silencio:
“Curiosamente, el mismo día del lanzamiento en la feria del libro no apareció ninguna noticia en los medios de comunicación sobre la presentación. También después, los periódicos se mantuvieron en silencio, aunque el lanzamiento del libro fue el mitin más interesante en la feria del libro, la sala estaba completamente llena y con gente fuera intentando entrar. Hace una semana, el libro recibió uno de los Premios de la Crítica Literaria en Cuba, que pone de manifiesto las contradicciones de Cuba: hace veinte años, tal vez ni siquiera hubiera sido capaz de pensar en escribir este libro; hace diez años lo podía escribir, pero no hubiera sido publicado en Cuba; ahora puede ser publicado y, aunque está silenciado en los medios de comunicación, puede ganar premios”.
La publicación de la novela de Padura es un golpe contra el estalinismo. Es una victoria no sólo para la libertad artística, sino para el derecho de los trabajadores y artistas a expresarse libremente, lo cual es la primera condición para el verdadero socialismo. Sin embargo, hoy la revolución cubana se enfrenta a un enemigo mucho más peligroso que el que suponen los estalinistas nostálgicos. La existencia de la propia revolución se ve amenazada por aquellos que desean empujar a Cuba por el mismo camino capitalista que ya ha sido recorrido por Rusia y China. Las presiones sobre la isla son insoportables y están creciendo todo el tiempo.
Pero también hay peligros internos que son incluso mayores que las amenazas externas. Los problemas que surgen de la burocracia, la desigualdad y la corrupción pueden socavar la idea misma del socialismo en las mentes de los jóvenes, engendrando estados de ánimo corrosivos de escepticismo y cinismo. Con el fin de regenerar la revolución, para reavivar la fe del pueblo en el socialismo, la primera necesidad es reexaminar el pasado, para redescubrir las verdaderas ideas y programa de Lenin y la Revolución de Octubre. Eso no se puede hacer en tanto en cuanto las ideas y el papel de Trotsky no sean tenidos en cuenta.
En su libro Padura tiene a Mercader leyendo La revolución traicionada en la cárcel. Esto, sin duda, es otro ejemplo de la imaginación creativa del autor. Pero, igualmente, no puede haber ninguna duda de que él mismo ha leído los escritos de Trotsky y está animando a los cubanos a hacer lo mismo. El hombre que amaba a los perros ha desempeñado un papel muy importante en dar a conocer las ideas de Trotsky a muchas personas en Cuba. Mi experiencia en los últimos años me ha demostrado que hay un creciente interés en estas ideas en la isla. Esto se demostró cuando lanzamos la edición en español de La revolución traicionada en la Feria Internacional del Libro de La Habana.
La publicación de esta obra ha elevado el perfil y el prestigio de Padura como un escritor de talla, no sólo en Cuba sino a nivel internacional. Está bien merecido. Es a la vez una novela brillantemente realizada y una impresionante obra de investigación histórica. Debería ser lectura obligatoria para todos aquellos que estén interesados en el socialismo y la verdad histórica. Debería añadir que la traducción al inglés es excepcional.
La nueva cinta del Guasón reimagina al villano clásico como la víctima de un sistema que abandona a los mentalmente enfermos y deja a la gente languidecer en una pobreza manufacturada. El capitalismo se muestra como el verdadero villano de Ciudad Gótica.
La nueva cinta de Todd Phillips, Guasón, retrata al personaje titular bajo una nueva luz. Guasón, en contraste con las cintas previas que idealizan el papel del vigilante billonario Bruce Wayne como Batman, sugiere que el sistema capitalista –que produce billones para algunos y para otros la pobreza y el abandono social que crea las condiciones para que el crimen florezca– es el verdadero villano de Ciudad Gótica y que el Guasón es, por su parte, una víctima de ese sistema.
Conocemos a Arthur Fleck, un hombre joven socialmente desadaptado con un desorden mental que le provoca una risa incontrolable. Arthur sueña con convertirse en comediante y lo guía una pasión por llevarle risas a los demás. Él también muestra devoción por su madre enferma a la que cuida y con la que ve a su comediante favorito en El show de Murray Franklin.
Sin embargo, a causa de su peculiar comportamiento, Arthur se ve a sí mismo victimizado. Trabajando como un payaso alquilado, vemos a Arthur balancear un letrero afuera de una tienda para atraer a los clientes, cuando un grupo de jóvenes vándalos roban el letrero antes de romperlo en su cabeza, apalearlo y robarle. ¡Su jefe entonces lo hace pagar el letrero con su propio salario! Luego de perder su trabajo por llevar consigo una pistola a un hospital infantil es atacado en el metro por tres hombres de Wall Street porque no puede dejar de reírse frente a ellos; le dispara a dos de ellos en defensa propia antes de perseguir y matar al tercero, todo mientras va vestido de payaso. Esto mueve una fibra en las masas empobrecidas de Ciudad Gótica que empiezan a protestar, vestidos como payasos con la consigna de ‘matemos a los ricos’.
Las cosas siguen mal para Arthur cuando pierde el acceso a su terapia que le es tan necesaria y a la medicación a causa de los recortes de financiamiento, descubre que sufrió abuso físico por parte de su madre y de la pareja de ella cuando era un niño, llevándolo a asesinar a su madre, y su deplorable actuación humorística recibe las mofas de Murray Franklin en la TV y es motejado por éste como un “Guasón”. Cuando es invitado al show de Murray Franklin, Arthur adopta el nombre de ‘Guasón’ y asiste con su maquillaje de payaso. Murray sigue mofándose de Arthur. Luego de confesar que cometió los asesinatos del metro, decide hacer una broma final –”¿Qué obtienes cuando mezclas a un hombre mentalmente enfermo con una sociedad que lo abandona? ¡Obtienes lo que te mereces!”– antes de acribillar a Franklin en la TV en vivo. Esto desata una revuelta de manifestantes payasos y lleva al asesinato de Thomas Wayne por uno de los manifestantes, quien repite la frase “obtienes lo que te mereces” antes de dispararle a él y a su esposa en frente de un joven Bruce Wayne.
La película nos hace simpatizar con el Guasón en vez de la billonaria familia Wayne, que se hizo de una riqueza obscena mientras los trabajadores de Ciudad Gótica, que produjeron esa riqueza, sufrían. Arthur Fleck estaba enfermo mentalmente, pero no era malvado, él fue llevado a eso por una sociedad que abandona a los que están desesperados y que más precisan de ayuda, una sociedad que pone el interés del lucro por encima de las necesidades de la gente. La clase trabajadora de Ciudad Gótica, resentida por la pobreza manufacturada en la que está forzada a vivir es la burla de la sociedad, constantemente menospreciada por aquellos como Thomas Wayne. Pero en última instancia la broma es para la clase dirigente, y particularmente para la familia Wayne, cuya búsqueda de riqueza y poder a expensas de la clase trabajadora crearon las contradicciones que llevaron a su propia perdición.
La cinta ha enfrentado una andanada de críticas en la prensa burguesa por “incitar a la violencia” al hacernos simpatizar con el Guasón y con los asesinatos que él y sus seguidores cometen. Esto no debería sorprendernos, a la clase dominante le aterra que las masas se alcen en su contra y que su clase obtenga lo que se merece.
Sin embargo, aunque critica acertadamente cómo funciona el sistema capitalista, la pobreza que crea y muestra la manera en la que al descartar a la gente más vulnerable, a menos que cuidar de ella le sea rentable, se convierten en la causa del crimen en la sociedad, no ofrece solución alguna. El Guasón y las revueltas que provoca representan la ira cruda de la clase trabajadora, de una manera muy parecida a las protestas londinenses de 2011, pero sin una dirección. También muestra ejemplos de actos individuales de terrorismo, que en última instancia no contribuyen a derrocar al sistema económico. A fin de combatir la pobreza y la injusticia que son inevitables bajo el capitalismo, debemos crear una economía planificada organizada sobre la base de la necesidad y no del lucro, para combatir la pobreza, la indigencia y la austeridad, para financiar apropiadamente los servicios de salud y velar por los más menesterosos, debemos canalizar la frustración de la clase trabajadora en dirección de la transformación socialista de la sociedad.
Traducción: Francisco Lugo
*El autor es militante de Socialist Appeal, Sección Inglesa de la Corriente Marxista Internacional.
En la antigüedad clásica, al caer muerto un guerrero durante el combate (como lo relata el historiador y antropólogo francés Jean-Pierre Vernant), especialmente si se trataba de un combatiente destacado o de un general, la batalla se suspendía para tornarse en una agitada gresca por hacerse con el cadáver del caído. Si éste caía en manos de sus enemigos, sería ultrajado y envilecido, impidiéndole a sus camaradas celebrar las exequias del difunto; de este modo, como se cuenta en la Ilíada, de Homero, Aquiles arrastró con su carro el cadáver de Héctor, defensor de Troya, alrededor de las murallas de la ciudad sitiada. Si el cadáver, en vez de esto, era recuperado por sus partidarios, habiendo muerto en la plenitud de su hermosura viril, el caído en combate tendría el honor póstumo y el privilegio de haber experimentado una bella muerte o kalòs thánatos. Algo enrevesadamente similar ocurre en la actualidad con la muerte de los íconos de la izquierda y en especial con la de los artistas de izquierda, como el recién fallecido pintor oriundo de Juchitán, Oaxaca, Francisco Toledo (1940-2019).
En el caso de los revolucionarios y doctrinarios de la izquierda, odiados a muerte durante toda su vida por la clase dominante, esta última (o al menos parte de ella), a fin mejor desecar su memoria, eventualmente abandonará la calumnia y el insulto para emprender la castración de su legado revolucionario. Así, quienes en vida participaran celosamente y sin cuartel en la lucha de clases, terminan reducidos a ser “adalides de la democracia” o “defensores de la libertad de expresión”. El caso de los artistas es tanto más complicado, por cuanto las loas de uno y otro bando se confunden y se unen en el esfuerzo de crear un retrato impoluto del difunto.
De tal suerte, en los pocos días que han transcurrido desde el deceso del pintor oaxaqueño (acaecida el pasado 5 de septiembre), los intelectuales de izquierda, lo mismo que los oligarcas más execrables se han alternado para cantar sus panegíricos, no atreviéndose ninguno de ellos a contradecir al otro, a riesgo de perder su parte del “precioso cadáver” que representa su recuerdo. Así, los medios de comunicación burgueses celebran hipócritamente la sensibilidad social de Toledo y su solidaridad con las mismas luchas populares que en su momento no se fatigaron en denostar y perseguir, al mismo tiempo que hacen ostentación de las obras artísticas del oaxaqueño que anidan las colecciones particulares de la clase dominante. La izquierda, por su parte, celebra la filantropía del laureado creador, exaltando de ella sus logros en la preservación de las culturas indígenas del Istmo de Tehuantepec y los centros culturales que hizo proliferar en su natal Juchitán y por todo el Estado de Oaxaca de Juárez y no las contradicciones creativas derivadas para él del patronazgo privado.
Siendo que dichas contradicciones no son contradicciones esencialmente personales del artista, sino contradicciones estructurales que acechan a toda la creación artística en el seno de la sociedad y el modo de producción capitalistas, el balance de la soterrada lucha por el recuerdo de Toledo es, en suma, desfavorable para la izquierda, puesto que tiende a ocultar la hostilidad latente de la sociedad burguesa hacia la cultura y hacia los creadores artísticos. Se deduce de las concesiones hechas en bien del recuerdo de Toledo, que la creación artística está libre de contrariedades en lo que respecta a su relación con las masas de explotados; a final de cuentas, bastaría con que todo artista socialmente consciente aspire a emular a Toledo, convirtiéndose en una suerte de Robin Hood que con su obra “arrebate” a los ricos para “entregar” bienes culturales en especie a los pobres, para así reconciliar su éxito mercantil con la realidad social de pesadilla ofrecida a las mayorías por el capitalismo.
Esto, si hace falta aclararlo, no vuelve censurable en absoluto al altruismo de los artistas, que obedece además a su preocupación por las acuciantes carencias culturales padecidas por las masas. Sin embargo, por sí mismo entraña una limitante política, dada la vasta medida en la que sus empeños se ven superados en lo que respecta a su proliferación y a su penetración social por la cultura alienante con la que la sociedad mercantil desborda la sensibilidad de los trabajadores del campo y de la ciudad, ratificándoles incesantemente su condición de instrumentos productivos y obnubilando su potencial humano y creador. Los combates culturales a los que la ideología de la clase dominante (de corte postmoderno) pretende constreñir a los artistas, además de ser radicalmente asimétricos, no son en manera alguna un sucedáneo adecuado de la lucha revolucionaria por transformar la realidad social.
El artista, en tanto que artista, depende en última instancia para poder subsistir y prosperar en sus empeños de la aceptación prodigada a su trabajo por un mercado profesional del arte regulado por un cuerpo profesional de expertos y por las instituciones culturales al servicio de la clase dominante. El valor humano creado por los artistas es tratado por este mercado como cualquier otra mercancía. En palabras del crítico de arte soviético-ucraniano Mijaíl Lifshitz: “Contemplada desde el punto de vista de las relaciones objetivas de la sociedad capitalista, la máxima obra de arte es igual a determinada cantidad de estiércol.” La burguesía atesora las obras artísticas sobre todo por su valor mercantil y no por su valor artístico. Para el artista, esto implica la servidumbre de una parte significativa de su energía creadora; servidumbre a la que su creatividad se resiste tozudamente, pero servidumbre a final de cuentas.
Por medio de la demanda de mercancías artísticas, la clase dominante moldea la creación artística misma, excluyendo de los medios necesarios para producir artísticamente a los creadores que no satisfacen su gusto estético. En consecuencia, los artistas que cuentan con su favor adquieren con éste, voluntariamente o no, una hegemonía creativa por encima de los artistas noveles, orillados a imitarlos para garantizarse un porvenir como creadores. Los más osados quizás consigan atraer también la atención de la crítica cultural burguesa, pero las más de las veces permanecerán marginados a despecho de sus habilidades creadoras. En resumen, a pesar de la autonomía relativa que implica el carácter productivo individualizado del arte, la libertad de los artistas es tan sólo una ficción en la sociedad burguesa.
A la luz de esto, no podemos entregarnos a la ilusión ingenua de que Francisco Toledo, ciertamente un artista con sobrada capacidad creadora, además de un artista querido y respetado por su lucha y su activismo social, estuviera exento de las vicisitudes a las que todo artista –aun el artista consagrado– debe hacer frente en el seno del capitalismo. Por una parte, estuvo bien dispuesto a compartir las tribulaciones que la Coalición Obrera Campesina Estudiantil del Istmo (COCEI) enfrentara en la década de los años 80 frente al priismo oaxaqueño, pero también fue un artista cortejado por la plutocracia mexicana y que se desenvolvió en un coto personal organizado al modo de una industria productora de bienes suntuarios. Recientemente realizó una barda para el estadio de los Diablos Rojos de México, propiedad del banquero mexicano-libanés Alfredo Harp Helú, con el que sostuvo una larga relación; un estadio asentado en la Ciudad Deportiva Magdalena Mixhuca, en terrenos que otrora fueran propiedad pública; y una reja francamente inferior al resto de su producción artística.
Nada de esto debería restar la honra del artista juchiteco en la mínima mediada, que como todo artista reconocido de nuestra época también tuvo que transigir con el gusto burgués y hubo de producir para satisfacer una demanda mercantil específica; un hombre creador que fue, en resumidas cuentas, un creador de su tiempo y un hombre de carne y hueso, que tuvo en suerte heredar de Rufino Tamayo (a quien conoció en 1960, en París) el perfil del artista autóctono monumental contrapunteado por la crítica cultural burguesa con el arte políticamente comprometido. Si bien Toledo se resistió en distintas maneras a este encorsetamiento, es preciso reconocer que su producción artística (genial, sin más) no trascendió los límites ideológicos permitidos por lo general a los artistas de renombre, para asumir una actitud revolucionaria, y que su relación con la clase burguesa representa el pasado y no el futuro de la creación artística.
Pintando un retrato Francisco Toledo con colores más terrenales y humanos, quizás consigamos considerar al artista y a su producción en la sociedad capitalista bajo una luz menos romántica, teniendo la certeza de que por cada artista abrazado por el éxito (merecido o no), hay una multitud de ellos bregando, no digamos ya por un sitio en la cima, sino por la propia posibilidad de seguir ejerciendo su oficio creador. Estos artistas, si llegado el momento, se hacen conscientes de cómo la sociedad capitalista los antagoniza como creadores, constituirán el germen de un nuevo arte revolucionario, que no admita clase alguna de normativismo artístico y que se involucre libremente en la lucha por alcanzar una sociedad en la que el arte mismo sea en verdad y plenamente un bien y un valor para todos los seres humanos, no quedando ni uno solo de ellos que permanezca segregado de los frutos nutricios de la cultura.
Siete lustros han transcurrido desde que el filósofo estadounidense Arthur Coleman Danto (1924-2013) afirmara que la historia del arte había llegado a su fin”1. Precursora en el terreno de la estética de la afamada sentencia –sobre el fin de la historia misma– de su compatriota y colega Yoshihiro Francis Fukuyama (1952), relativa al colapso de la Unión Soviética y el bloque de los países del Este (1992), su interpretación característicamente postmoderna del fenómeno de la contemporaneidad artística anticipaba en el campo de la cultura lo que los ideólogos burgueses ya acariciaban en el de la política: la tentativa de zanjar de una buena vez la ardiente disputa con el ‘socialismo real’ y establecer definitivamente la supremacía capitalista en todos los órdenes de la vida humana. Su aserción era, empero, sucinta: no cesarían, por supuesto, las novedades en mundo del arte, sino que con el arte contemporáneo habría cesado el sentido mismo de la innovación artística. La historia, no obstante, no llegó a su fin, como tampoco la economía de libre mercado acabó con sus crisis compulsivas de sobreproducción ni el Estado burgués consiguió satisfacer las necesidades más elementales de las masas alrededor del orbe, que precisan con cada vez mayor apremio –si acaso expresándose de maneras aún confusas– un cambio radical en las relaciones sociales de producción imperantes; si todavía ha de abrigarse la esperanza de que la historia humana no termine, ya no sólo metafóricamente sino incluso materialmente.
En cuanto a la doctrina del fin de la historia del arte, ésta podría parecer a priori mejor pertrechada que la del fin de la historia misma, sin una relación directa con los acontecimientos políticos e históricos, mas siempre desde un punto de vista fragmentario que entienda al arte como un ámbito escindible y trascendente de la vida humana; como una esfera formal que se desenvuelve con total independencia de la sociedad. La propia intención de la crítica postmoderna de librarse de los conflictos históricos al romper con los ‘grandes relatos’ modernos lleva ínsita una actitud política que no precisa hacer una apología del capitalismo para convertirse en un bastión ideológico del mismo. El arte contemporáneo se ha labrado un lugar imponderable en la historia del arte, pero pretender por ello que represente la cúspide de la misma es –por decir lo menos– una conclusión precipitada. Sin deslegitimar por ello a las prácticas contemporáneas de la creación artística, al derruir conceptualmente su historicidad se estipula espuriamente la necesidad abstracta del régimen de producción social que las auspicia; régimen que además es hostil a la propia creatividad artística.
El elevado grado de tecnificación de los medios de difusión de la sociedad capitalista, por un lado, tanto como la avidez de los mercados artísticos por la especulación financiera, por el otro, han producido el cisma característico del arte en la actualidad. Primero, si bien la herencia artística de la humanidad ha sido divulgada ampliamente, la sociedad burguesa también ha producido nuevos géneros artísticos para su consumo masivo. “La reproductibilidad técnica de la obra de arte modifica la relación de la masa con el arte”,2 es cierto, pero ésta, lejos de haberla emancipado, ha servido para sumirla en la oquedad espiritual, ofreciéndole un arte de fácil recepción que la subestima intelectualmente y socaba su humanidad al reducir sus experiencias estéticas a los órdenes de la publicidad y el entretenimiento. Segundo, si bien a lo largo del siglo XX los movimientos artísticos radicales “dieron menos importancia a la utilidad mercantil de sus obras que a su inutilidad como objetos de ensimismamiento contemplativo”,3 eventualmente las instituciones culturales de la clase propietaria no tuvieron mayor reparo en asimilarles teoréticamente y darle carta de naturalidad a su rebeldía, en bien de la amplitud de los horizontes del comercio cultural. En consecuencia, el arte de avanzada, embrollado en sus elucubraciones subjetivistas, se volvió del todo ajeno a las masas al grado en que éstas ni siquiera pueden reconocerlo más como arte o lo señalan –a menudo no sin motivos valederos– por su fatuidad.
La función ideológica del arte contemporáneo
Si a comienzos del siglo XX el utopismo fue una tendencia recurrente entre las vanguardias artísticas como la Bauhaus y la escuela constructivista rusa, el movimiento nacido en Zúrich, Suiza, a partir de la convocatoria publicada el 2 de febrero de 1916 por el poeta alemán en el exilio Hugo Ball (1886-1927) para inaugurar el establecimiento conocido como el Cabaret Voltaire destacó no por su respuesta revolucionaria contra la desolación ocasionada por el belicismo europeo, sino por el patente nihilismo de su apuesta contracultural. Los poetas, músicos y artistas de toda índole que se amalgamaron en el movimiento dadaísta conjugaron tal ánimo de experimentación artística que llegaron a controvertir no sólo los límites formales de sus respectivas disciplinas sino los propios paradigmas culturales de la Ilustración; dado que la racionalidad burguesa había gestado la cruenta confrontación entre las potencias coloniales y la consecuente deshumanización de la sociedad misma, su producción espiritual no merecía –para ellos– más que ser abortada. “Estos movimientos continúan la modernidad en cuanto que responden –con ímpetu desenfrenado– al espíritu de ruptura, innovación y emancipación, característico de ella. Pero la continúan en forma tan radical que acaban por impugnar sus aspectos fundamentales, o desatar una subversión estético-social en el seno de ella.”4 Así, en aras del programa antiartístico del dadaísmo, los gestos transgresores de sus más célebres representantes y especialmente sus incursiones en géneros artísticos innovadores –como el object trouvé y el ready made– sentaron las bases del arte conceptual de la postguerra; sin embargo, éste no emergió plenamente sino hasta después de que el expresionismo abstracto hubo llevado hasta sus últimas consecuencias la indagación moderna, netamente estilística. En medio de un nuevo periodo de auge económico, marcado por la extrema polarización política de la llamada Guerra Fría, el hallazgo del arte objetual resurgió en Occidente como un recurso para los artistas interesados no sólo en el formalismo y el simbolismo sino también en las cualidades discursivas de la obra artística.
“Es innegable que durante buena parte del siglo XX, lo contemporáneo fue el gran segundón de lo moderno. Esto comenzó a cambiar en las últimas décadas. En las artes visuales, la gran novedad, hoy tan cegadoramente obvia es el cambio de un arte moderno a otro contemporáneo, que comienza a gestarse en los años cincuenta, emerge en los años sesenta, es combatido durante los setenta, pero se vuelve inequívoco desde los ochenta.”5
La prevalencia de las prácticas artísticas más heterogéneas y tendientes a cuestionar en forma y contenido el entramado vigente de las relaciones entre la sociedad, la política, los recintos culturales, los espacios públicos, los artistas y sus obras –el conjunto de la institucionalidad artística– es ya definitiva a comienzos del siglo XXI. A despecho de que ejercicios tales como el performance, el videoarte, el happening o la instalación sigan siendo descalificados por los sectores conservadores de la crítica cultural (como ocurrió en su momento con el vanguardismo moderno), la práctica contemporánea del arte no puede ser censurada ni ‘rectificada’ como error histórico, como tampoco ella misma supone la anulación de las prácticas tradicionales. La necesidad del arte contemporáneo depende del propio devenir histórico del arte, a pesar de que sus exégetas postmodernistas lo conciban como una expresión suprahistórica y a contrapelo de la periodización modernista de la historia del arte, de la que son detractores: “Contemporáneo”, entonces, bien podría significar “sin periodo”, perpetuamente fuera del tiempo o, cuanto menos, no sujeto al despliegue de la historia […], quedar suspendido en un estado posterior o más allá de la historia, permanecer para siempre y únicamente en un presente sin pasado ni futuro.”6
El arte contemporáneo se definiría a sí mismo en oposición a lo moderno particularmente por permitirse prescindir de la noción historicista del devenir del arte como una sucesión progresiva de periodos o estilos; “no designa [la contemporaneidad] un periodo sino lo que pasa después de terminado un relato legitimador del arte y menos aún un estilo artístico que un modo de utilizar estilos.”7 Desde el Renacimiento, las distintas escuelas del arte moderno habrían normado su evolución en torno al eje estilístico; la aparición de cada nuevo estilo suponía la superación del anterior, que pasaba a formar parte desde ese momento del legado imperecedero del arte. El vanguardismo decimonónico suponía en su momento la ruptura histórica más radical en tal sentido, mas el conceptualismo todavía habría de desplazar a las inquietudes de índole técnico-formal para poner en el centro del debate –y de la praxis– el propio quid de lo artístico: aquello que convierte en arte a la obra artística. Este nuevo vuelco, a decir de la literatura especializada filocontemporánea, liberaba a los artistas de una buena vez y para siempre del odioso lastre del historicismo estético: “Entonces los artistas se libraron de la carga de la historia y fueron libres para hacer arte en cualquier sentido que desearan, con cualquier propósito que desearan, o sin ninguno. Ésta es la marca del arte contemporáneo, no hay nada parecido a un estilo contemporáneo.”8
El rasgo característico del arte contemporáneo como un arte ajeno a la periodicidad estilística es su modus operandi, que consiste en la apropiación de vocablos artísticos procedentes de otras épocas y de diversos contextos culturales. En este sentido, la contemporaneidad se trata precisamente de la reactualización del pasado; toda la historia del arte –con las expresiones artísticas marginadas de la misma– se convierte en un rico acervo del que los artistas contemporáneos pueden echar mano, libres como se reconocen de la necesidad apremiante de la innovación formal. Así, el arte contemporáneo se distingue como un “momento marcado no por un renacimiento de estilo, sino por su implosión en el pastiche; no por un retorno del sentido histórico, sino por su erosión; y no por un renacer del artista/arquitecto como auteur sino por la muerte del autor –como origen y centro del significado.”9 Este inequívoco sello de lo contemporáneo –a tono con el pensamiento postmoderno– representa, para sus apologetas más entusiastas, la conquista del ‘fin de la historia del arte’. La suma flexibilidad de las prácticas contemporáneas significaría que es inconcebible que éstas puedan caducar como los estilos históricos modernos; más que de un arte duradero, se trataría de una condición del arte para toda la posteridad: “Superada la era de los grandes relatos, tal vez no haya otra cosa.”10
La categorización del arte contemporáneo resulta algo más que ardua tomando en cuenta la multiplicidad de expresiones que son admisibles dentro de su paradigma. “La contemporaneidad se manifiesta no sólo en la inaudita proliferación de arte, o en sus variaciones aparentemente infinitas, sino ante todo en la emergencia y confrontación de modos muy distintos de hacer arte y de emplearlo para comunicarse con los demás.”11 Esto no representa, para sus críticos más adversos, más que una justificación ad hoc para una práctica artística deshonesta, toda vez que el espectro de lo contemporáneo es tan amplio que admite que prácticamente cualquier cosa pueda ser reivindicada como arte. “Se trata de un fraude contra el público perpetrado por los profesionales del mundo del arte, una elite condescendiente que defiende su quiosquito en nombre de los elevados valores que, a su vez, busca imponer sobre el público con miras a su mejoramiento.”12 Sin embargo, aun cuando esta sospecha pudiera verificarse en no pocas ocasiones, la misma es decididamente impotente, incapaz como es de dar cuenta del advenimiento del arte contemporáneo; su único diagnóstico consiste en negarle el estatuto de arte a la contemporaneidad, en pos de un retorno al canon moderno, pasando por alto –miopemente– que el arte contemporáneo está enraizado en una realidad histórica determinada que impone su existencia. “Las instituciones de producción de artes visuales (escuelas de arte, museos, galerías, casas de subasta, editoriales y educadores) alcanzaron un desarrollo industrial que las lleva a ofrecer mucho más arte nuevo, con mayor velocidad y menor control, a las apabullantes multitudes de consumidores”.13 A su vez, esta realidad no puede ser derrocada por medio del arte, y no obstante, tampoco se trata de una realidad irrevocable.
Como la manifestación vigente y actual de que se trata, en el seno del arte contemporáneo se expresan también toda suerte de interpretaciones de los fenómenos sociales. Yendo de lo más recalcitrantemente conservador hasta lo más vehementemente progresista, el arte contemporáneo lleva ínsita una actitud política; “toda posición posmodernista en el ámbito de la cultura –ya se trate de apologías o de estigmatizaciones– es, también y al mismo tiempo, necesariamente, una toma de postura implícita o explícitamente política sobre la naturaleza del capitalismo multinacional actual.”14 Pero a pesar de su vasta diversidad, por todo cuanto tienen en común en su oposición al historicismo, incluso las posturas más radicalmente críticas del capitalismo concebidas por el postmodernismo son resueltamente ilusorias; “Enseñémosles [a los hombres] a sustituir estas quimeras [dogmáticas] por pensamientos que correspondan a la esencia del hombre, dice uno, a adoptar ante ellos una actitud crítica, dice otro, a quitárselos de la cabeza, dice el tercero, y la realidad existente se derrumbará.”15 La libertad abstracta que el arte contemporáneo habría conquistado para los artistas no es concretamente sino un velo que oculta o disimula la relaciones de producción que consciente o inconscientemente condicionan su ejercicio creativo. “Es imposible vivir en la sociedad y no depender de ella. La libertad del escritor burgués, del pintor, de la actriz no es sino la dependencia embozada (o que se trata de embozar hipócritamente) respecto a la bolsa de oro, al soborno y al condumio.”16 A través de sus instrumentos institucionales de legitimación cultural, la sociedad burguesa imprime su sello en el arte contemporáneo. Incluso señalando abiertamente en su propio trabajo la opresión latente en la sociedad de clases, los artistas contemporáneos se engañan y mistifican su propio quehacer cuando ven en él un sucedáneo de la lucha política revolucionaria.
“El desarrollo de todos los aspectos de la realidad social está determinado en último análisis por el desarrollo autónomo de la producción y la reproducción materiales. En consecuencia, también el papel del arte creativo aparece bajo una luz diferente. El arte, al igual que la ley o el estado, no tiene historia independiente, por ejemplo, fuera de los cerebros de los ideólogos. En realidad, la literatura y el arte están condicionados por todo el desarrollo histórico de la sociedad.”17 En su pretensión de disipar el mito del historicismo moderno, la crítica contemporánea sólo apunta contra una particular manifestación característicamente burguesa, pero sin trascenderla. Así, imagina –o simula– estar operando una transformación de las pautas culturales por la vía de los conceptos mientras se adapta en los hechos al consenso social vigente. “Este postulado de cambiar de conciencia viene a ser lo mismo que el de interpretar de otro modo lo existente, es decir, de reconocerlo por medio de otra interpretación.”18 Efectivamente, la periodización estilística de la historia del arte probó ser, cuando más, un ensayo provisional y contradictorio, pero también una muestra de la estrechez idealista, que concibe al arte como un terreno suprasocial provisto de un devenir señaladamente independiente. No obstante, la conclusión de que esto significa que la evolución histórica del arte es aleatoria o inverificable es igualmente errónea. “Hasta los objetos de la «certeza sensorial» más simple le vienen dados [al ser humano] solamente por el desarrollo social, la industria y el intercambio comercial.”19
La clase que tiene a su disposición los medios para la producción material dispone con ello, al mismo tiempo, de los medios para la producción espiritual, lo que hace que se sometan, al propio tiempo, por término medio, las ideas de quienes carecen de los medios necesarios para producir espiritualmente. Las ideas dominantes no son otra cosa que la expresión ideal de las relaciones materiales dominantes, las mismas relaciones materiales dominantes concebidas como ideas; por tanto, las relaciones que hacen de una determinada clase la clase dominante son también las que confieren el papel dominante a sus ideas. Los individuos que forman la clase dominante tienen también, entre otras cosas, la conciencia de ello y piensan a tono con ello; por eso, en cuanto dominan como clase y en cuanto determinan todo el ámbito de una época histórica, se comprende de suyo que lo hagan en toda su extensión y, por tanto, entre otras cosas, también como pensadores, como productores de ideas, que regulen la producción y la distribución de las ideas de su tiempo; y que sus ideas sean, por ello mismo, las ideas dominantes de la época.20
Pese a su amplia proliferación comercial, el arte contemporáneo es un arte bajo constante escrutinio; prevalecen las incógnitas en torno de sus intenciones o su significado y la sospecha entre las más amplias capas del público de que se trata de un arte inescrutable o francamente inferior a las cumbres pasadas de la creación artística. Pero esto no significa que el arte contemporáneo sea deleznable o que sea lícito reducirle a ser una manifestación cultural de corte irremediablemente decadente; e incluso si hubiera evidencia de ello, éste no tendría que ser su sino definitivo. Como el arte de toda época, también el arte contemporáneo contribuirá con su experiencia al crecimiento de la cultura humana, que eventualmente lo subsumirá dentro de nuevas experiencias creativas cuando las condiciones sociales de su apogeo sean abolidas. “Esta revolución en el arte se verificará cuando […] contemplemos el arte pasado sin vergüenza y cuando cese nuestro deseo de venganza contra el arte contemporáneo.”21 Es preciso trazar una distinción entre el quehacer legítimo de los artistas contemporáneos y el juicio que de éste hace la crítica cultural burguesa. Su exégesis postmoderna yerra al suponer que la supresión de todo historicismo representa una solución para las contradicciones históricas del devenir artístico, que cancelándolo emancipa a los artistas y que así adquiere el poder de suspender a la esfera del arte en vilo, allende los conflictos y las convulsiones históricas. Semejante interpretación de la historia del arte delata, en cambio, el escepticismo propio de la cultura capitalista en su crisis senil y su necesidad de castrar cualquier amenaza en contra de su mediocridad. Empero, si hubiera que señalar al menos una aportación histórica del arte contemporáneo, ésta tendría que ser su consecuente imposibilidad de ver más al arte con una mirada ingenua.
Con la recuperación de elementos estilísticos del pasado, sin renunciar a la fe moderna en la tecnología y a la exaltación del mercado, lo que tenemos es una alternativa no a la modernidad, sino a una forma histórica de ella: la radical de vanguardia. La tentativa posmoderna puede ser aceptada en el marco moderno, tardocapitalista, que ha hecho imposible la vida a la vanguardia, en la medida en que, bien aceitada, se ajusta a él. Al liberar el arte de toda carga emancipatoria, reavivar el pasado y distanciarse nuevamente de la vida, el posmodernismo viene a remachar los clavos de la integración en el sistema, y, en este sentido, sería una nueva versión de la modernidad estética con la particularidad de que asume su integración económica e ideológica sin la nostalgia vanguardista de la rebeldía perdida de los tiempos heroicos.”22
La condición del arte en la sociedad capitalista
La emergencia de un arte como el contemporáneo, que conllevó una radical ruptura de los consensos tradicionales de la producción, la interpretación y la recepción de las obras artísticas, no puede explicarse sin su integración en el modo de producción capitalista, que implicó un proceso histórico de paulatina emancipación de los medios de apropiación de los productos artísticos respecto de las consideraciones del orden estético. Ciertamente, tal parece que en la actualidad el pragmatismo es el criterio imperante en la consagración de las obras artísticas y sus autores. Si bien durante el tránsito hacia la era moderna la subsistencia del artista dejó eventualmente de ser un asunto de interés colectivo –gestionado por instituciones de carácter social– para llegar a depender de una relación mercantil privada, sus primeras interacciones comerciales con la aristocracia renacentista tuvieron un carácter directo e individual. Mas la irrupción de la burguesía en el terreno político tuvo como consecuencia elemental para los artistas el desplazamiento de la aristocracia como su patrocinador; la nueva clase dominante medió sus mutuas relaciones con la creación de un mercado artístico administrado por un cuerpo profesional de expertos. Hacia el siglo XX, repletos los museos en que los coleccionistas exhibían sus cuantiosos haberes culturales, la lógica mercantil llevó a la expansión del mercado artístico y a la inclusión de una abundante gama de nuevos géneros en el mismo. La creciente necesidad de asimilación comercial del arte finalmente marginó a los criterios estéticos en beneficio de otros, de carácter político-económico: la recipiendaria del reconocimiento social de lo artístico es, actualmente, aquella mercancía específica en la que convergen los intereses del productor con los del consumidor. El gusto es secundario en esta nueva relación mediatizada, privando sobre de él el olfato para los negocios.
Como resultado de la transmutación de la obra artística en mercancía, merced de la asimilación de la creación artística en la sociedad capitalista, sobrevino un retraimiento relativo del carácter social del arte, y con éste una creciente brecha entre un gusto estético minoritario y otro mayoritario. “No es más [el arte] un acto del que participemos cada uno y cada una sino sólo aquellos que se forman culturalmente para acceder a la develación estética.”23 Esta división, sin embargo, no se resume en la escisión tradicional entre el arte erudito y el arte popular, sino que se trata –por una parte– del surgimiento de un arte superintelectualizado, dramáticamente disociado del gran público, y –por la otra– del advenimiento de un arte-entretenimiento, propagado hasta el paroxismo, pero nacido por igual de las exigencias mercantiles de las relaciones de producción capitalistas. Este último, aun siendo en todo sentido un arte de masas, difiere diametralmente de aquél que ambicionara en la época soviética el movimiento Proletkult, en tanto que suplanta el contenido estético con bagatelas puramente técnicas, en pos de un mayor atractivo y difusión comerciales. “El arte no existe como tal en las sociedades globalizadas, pero la representación de los sentidos, en forma de ausencia y deseo, es infinita.”24
Si no enfocamos a la producción material bajo una forma histórica específica, jamás podremos alcanzar a percibir lo que hay de preciso en la producción intelectual correspondiente y en la correlación entre ambas. […] Además, una forma determinada de producción material supone, en primer lugar, una determinada organización de la sociedad y, en segundo lugar, una relación determinada entre el hombre y la naturaleza. El sistema político y las concepciones intelectuales imperantes dependen de estos dos puntos. Y también, por consiguiente, el tipo de su producción intelectual. […] Al proceder así [de espaldas a esta concepción histórica] se sale del único terreno en que es posible comprender tanto los elementos ideológicos de las clases dirigentes como la libre producción intelectual propia de esta organización social concreta. No puede, por tanto, remontarse [quien así procede] sobre el plano de sus trivialidades. […] Así se explica uno que la producción capitalista sea hostil a ciertas producciones de tipo artístico, tales como el arte y la poesía, etcétera.25
Con el surgimiento de la sociedad capitalista y sus distintivas formas de intercambio, los productos humanos devinieron en mercancías mediante la diferenciación de su valor de uso respecto de su valor de cambio. “El que produce un objeto para su uso directo, para consumirlo, crea un producto, pero no una mercancía.”26 La acumulación de riqueza por parte de la clase propietaria depende de la posibilidad de intercambiar ventajosamente las mercancías que se apropia a cambio del salario del trabajador. Para conseguirlo, fija su tasa de intercambio a partir de una medida abstracta de trabajo social de la que se deriva el precio de las mercancías, incluida la remuneración del propio trabajo como una mercancía más a reproducir; “los valores relativos de las mercancías se determinan por las correspondientes cantidades o sumas de trabajo invertidas, realizadas, plasmadas en ellas.”27 Carente de medios de producción propios, la clase trabajadora se ve desprovista de otro artículo para intercambiar que no sea su propia fuerza de trabajo, de la que se deriva un plusvalor que ella no usufructúa, sino que le es enajenado por la burguesía. “El creciente empleo de las máquinas y la división del trabajo quitan al trabajo del proletario todo carácter propio y le hacen perder con ello todo atractivo para el obrero. Este se convierte en un simple apéndice de la máquina, y sólo se le exigen las operaciones más sencillas, más monótonas y de más fácil aprendizaje.” 28El trabajo artístico –singularizado– se distingue del trabajo asalariado –estandarizado– en que sus productos no pueden reemplazarse por otros equivalentes, y por lo tanto, la cantidad de trabajo social abstracto involucrada en su producción es indeterminada; “la actividad del artista no es sino fuerza de trabajo que puede desarrollarse libremente, fuerza de trabajo no enajenada.”29
Pese a la irreductibilidad del valor de uso de las obras artísticas, sus productores, a fin de continuar existiendo como tales, deben reducirlas artificialmente a un valor de cambio trocándolas en mercancías. “A diferencia de lo que sucede en el trabajo industrial, el artista produce ante todo valor de uso. […] Sin embargo, en una sociedad de economía de mercado sólo aquellos objetos que acceden al mercado pueden realizar su valor de uso.”30 Merced del intercambio capitalista, el valor de uso de los productos artísticos –su valor estético– queda marginado en su dimensión social, suplantado por un valor de cambio arbitrario. La producción capitalista es indiferente a las características individuales de los productos humanos en las que radica justamente su valor de uso; el capitalismo es indiferente ante el arte en tanto que arte: “Contemplada desde el punto de vista de las relaciones objetivas de la sociedad capitalista, la máxima obra de arte es igual a determinada cantidad de estiércol.”31 Negado el carácter creador de la obra artística, también la libertad del artista queda severamente comprometida; el pleno desenvolvimiento de su quehacer depende del aval fáctico del mercado. El capitalismo es hostil al arte tanto como lo es al propio ser humano, sometiéndolos por igual. “Esta contradicción entre arte y capitalismo no es casual, sino esencial; se encuentra determinada por la naturaleza misma de la producción capitalista, en cuanto que sus leyes tienden a extenderse a todas las actividades humanas; es decir, a comercializar o mercantilizar todo. […] Ya en la esfera del trabajo, la producción capitalista entra en contradicción con su principio creador, y el trabajo adquiere la forma de un trabajo enajenado.”32
La única clase de arte que puede contar con el respaldo efectivo de la producción capitalista –es decir, el de la clase social dominante– para su difusión multitudinaria es aquél que ofrezca una mayor rentabilidad, a despecho de sus cualidades estéticas constatables. “La sujeción del arte a la economía, a la obtención del máximo beneficio, exige –como en otros terrenos– una producción masiva, y esto sólo puede alcanzarse mediante una uniformización o estandarización de los productos y una nivelación de los gustos y necesidades del consumidor.”33 Si bien, por una parte, la tecnificación moderna ha permitido socializar en gran medida al arte culto de la sociedad burguesa, por otra, no es éste el arte destinado para el consumo de las amplias mayorías en la sociedad capitalista. El arte de masas, en el capitalismo, es un arte que menosprecia a su propio público y subestima su capacidad para ser sujeto de una adecuada recepción estética que exalte su humanidad. Segregadas de la alta cultura y agobiadas por la explotación capitalista, las masas se entregan con fervor a este arte; “por ser el que corresponde a las necesidades enajenadas de un hombre hueco, despersonalizado, es también el arte que cumple, bajo el capitalismo, más eficazmente una función ideológica muy precisa: mantener a su consumidor en la situación enajenante del hombre cosificado u hombre-masa”.34
En relación con el arte contemporáneo y con el arte especializado en general, incluso aquél con las aspiraciones más democráticas es una arte minoritario y elitista, sometido como lo está a una pugna radicalmente asimétrica con el arte capitalista de masas. La disparidad entre el arte mayoritario y el minoritario, en el capitalismo, no sólo está representada en el volumen de su producción y su reproducción, sino también en la brecha cultural que impide a las masas apropiarse plenamente del arte educado, la que además se amplía sucesivamente con cada nueva avanzada del arte alienante de la sociedad de mercado. “Cuando estas masas se acercan a la obra de arte, ya no pueden verlo como un objeto estético. […] El arte se divorcia necesariamente de las masas porque no puede descender al nivel de su sensibilidad deformada, y éstas no pueden elevarse al nivel del arte.”35 El arte propiamente dicho resiente también este extrañamiento, disociándose a menudo su contenido de la vida y la conciencia de la mayoría, ahondando así en su aislamiento, y en su extremo más patético, culpando a las masas por su indolencia. Pero este malestar no se limita a las manifestaciones contemporáneas del arte, que son tenidas por extravagantes, sino que se extiende también a sus manifestaciones tradicionales, que se asumen erróneamente como transparentes a la mirada del público; siendo la sensibilidad humana un producto social e histórico, y no un hecho natural bruto, el arte de masas siempre aventajará –en la sociedad capitalista– a cualquier otro por su fácil aprehensión.
El arte nunca enfrentó tal adversidad como la que lo aflige en el modo de producción capitalista; está visto que con su autonomía cultural adquirió también un extenso bagaje de contradicciones. Mas, aun en condiciones agrestes, el arte no puede dejar de existir ni de transformarse, siendo la expresión históricamente determinada de la necesidad humana de objetivarse libremente en obras humanas; “cualquiera que haya sido o sea el modo de apropiación de la obra de arte, ésta es objetivamente un producto humano creado, una nueva realidad que, como tal, se integra en el mundo de objetos que sólo existen por el hombre y para el hombre. El arte es, por ello, en todos los tiempos, independientemente del modo de apropiación dominante, un libro abierto en el que podemos leer hasta dónde se eleva la naturaleza creadora del hombre.”36 Bajo sus presentes condiciones de existencia, la propia pugna del arte por subsistir cobra una dimensión política. Orillados a ejercer una doble práctica, o hasta una doble vida, a fin de allegarse el sustento que les permita persistir en sus empeños estéticos, los autores del arte marginal representan una reserva potencial para el eventual resurgimiento del movimiento artístico revolucionario.
Producto más de un estado de ánimo que de una indagación metódica, las posturas contemporáneas en el terreno del arte aventuran un panorama aciago para el porvenir de la creación artística, cuando no se evaden por completo de la cuestión misma del porvenir; evocan así las nociones paralelas del ‘fin del arte’ y la ‘muerte del arte.’ “La muerte del arte, entendida como una muerte de cierto arte, del arte para las galerías privadas, y como verdadera liberación de lo que hoy frena o limita su potencia creadora, necesita una integración de la crítica y negación artísticas con la crítica y negación prácticas, revolucionarias, de la vieja sociedad. Con ello, lejos de morir, el arte como tal habrá de encontrar una nueva vida.”37 La mutación sucesiva del arte hacía nuevas formas históricas está condicionada por el desenvolvimiento histórico de la sociedad en su conjunto. Así, las limitantes actuales que se imponen sobre la producción artística pueden –en efecto– agravarse, en el capitalismo, pero también, a partir de la abolición de las relaciones de producción vigentes, el arte necesariamente habrá de transitar hacia un nuevo periodo de su historia por una vía doblemente revolucionaria.
Vemos, pues, que la tesis de la muerte del arte, que sería tanto como afirmar la muerte del hombre como ser creador, es una tesis que nutre su pesimismo precisamente de su carácter abstracto, general, es decir, del olvido de que el arte no puede dejar de estar presente en medio de la hostilidad que lo rodea. Lo que existe en realidad es un sistema que se opone al principio creador (ya sea en el trabajo o en el arte) al transformar al hombre en objeto o cosa, y lo que existe real, efectivamente, es una tendencia que tiene su raíz en el sistema capitalista, de impedir que el arte se afirme y extienda como actividad creadora. Y esta tendencia se manifiesta, como hemos visto, en la mercantilización del arte, en la extensión de una forma de producción y apropiación que rebaja la sensibilidad estética, en la agravación de la dicotomía arte minoritario-arte de masas, en la proclamación del nihilismo por los propios artistas y, finalmente, en la reducción de las enormes posibilidades que abre al arte en nuestro tiempo el desarrollo de la técnica y de la industria.38
Notas
1.- Vid. Arthur C. Danto, “Tres décadas después del fin del arte”, en Después del fin del arte: El arte contemporáneo y el linde de la historia (Barcelona: Paidós, 1999), 43. 2.- Walter Benjamin, “La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica”, en Estética y política, tr. de Joaquín Bartoleti y Julián Fava (Buenos Aires: Las Cuarenta, 2009), 115. 3.- Ibid., 121. 4.- Adolfo Sánchez Vázquez, “Modernidad, vanguardia y posmodernismo”, en Cuestiones estéticas y artísticas contemporáneas, 2.a ed. (México: FCE, 2003), 276. 5.- Terry Smith, “El arte contemporáneo por dentro”, en ¿Qué es el arte contemporáneo?, tr. de Hugo Salas (Buenos Aires: Siglo XXI, 2012), 19. 6.- Smith, “¿Qué es el arte contemporáneo?”, en ¿Qué es el arte…?, 304. 7.- Danto, “Moderno, posmoderno y contemporáneo”, en Después del fin, 32. 8.- Ibid., 37. 9.- Hal Foster, “Polémicas (post)modernas”, en Modernidad y postmodernidad, comp. por Josep Pico (Madrid: Alianza, 1988), 255. 10.- Smith, “El arte contemporáneo por…”, 21. 11.- Ibid. 12.- Smith, “¿Qué es el arte…?”, 306. 13.- Ibid., 312. 14.- Fredric Jameson, El posmodernismo o la lógica cultural del capitalismo avanzado, tr. de José Luis Pardo Torío (Barcelona: Paidós, 1991), 14. 15.- Karl Marx y Friedrich Engels, La ideología alemana, tr. de Wenceslao Roces (Madrid: Akal, 2014), 9. 16.- Vladimir Ilich Ulianov [Lenin], “La organización del partido y la literatura del partido”, en Obras escogidas (Moscú: Progreso, 1961), 151. 17.- Mijaíl Lifshitz, La filosofía del arte de Karl Marx, tr. de Stella Mastángelo (México: Siglo XXI, 1989), 91. 18.- Marx y Engels, La ideología alemana, 15. 19.- Ibid., 36. 20.- Ibid., 39. 21.- Carlos Oliva Mendoza, “Arte y monadología”, en Espacio y capital (Guanajuato: Universidad de Guanajuato, 2016), 201. 22.- Sánchez Vázquez, “Modernidad, vanguardia y posmodernismo”, 283. 23.- Oliva, “El fin del arte”, en El fin del arte (México: Ítaca, 2010), 23. 24.- Oliva, “Mundo global (arte y percepción estética)”, en El fin del arte, 36. 25.- Marx, “El arte y la producción capitalista”, en Antología: Textos de estética y teoría del arte, comp. por Sánchez Vázquez (México: UNAM, 1972), 248-249; “Historia crítica de la teoría de la plusvalía”, en El capital, tr. por Wenceslao Roces (Buenos Aires: Cartago, 1956), 4:201-202. 26.- Marx, “Salario, precio y ganancia”, en Trabajo asalariado y capital/Salario, precio y ganancia, 2.a ed. (México: Centro de Estudios Socialistas Carlos Marx, 2014), 89. 27.- Ibid., 90. 28.- Marx y Engels, Manifiesto del partido comunista (Moscú: Progreso, 1976), 37. 29.- Valeriano Bozal, “Estética y marxismo”, en Historia de las ideas estéticas y de las teorías artísticas contemporáneas, 3.a ed., ed. por Valeriano Bozal (Madrid: A. Machado Libros, 2002), 2:171. 30.- Ibid. 31.- Lifshitz, La filosofía del arte…, 113. 32.- Sánchez Vázquez, “Socialización de la creación artística o muerte del arte”, en Cuestiones estéticas y artísticas…, 190. 33.- Ibid., 191-192. 34.- Ibid., 192. 35.- Ibid., 192-193. 36.-.- Ibid., 188-189. 37.- Ibid., 194. 38.- Ibid., 195-196.
En sus breves y célebres notas sobre el pensamiento del filósofo alemán Ludwig Feuerbach, Karl Marx apuntó –por un lado– sus diferencias con el idealismo alemán, pero también –por el otro– la herencia del mismo en su propio pensamiento filosófico. El materialismo de Feuerbach vio en el pensamiento religioso el reflejo psíquico del ser humano en la realidad exterior, negando así la concepción metafísica del mundo, que antepone la existencia del pensamiento a la existencia de la materia; pero dejó intacta la concepción idealista de la actividad humana: la concepción idealista del trabajo. “El defecto fundamental de todo materialismo anterior –incluyendo el de Feuerbach– es que sólo concibe el objeto, la realidad, la sensoriedad, bajo la forma de objeto o de contemplación, pero no como actividad sensorial humana, como práctica, no de un modo subjetivo.” Esta concepción del trabajo es una concepción abstracta del mismo, ajena a la actividad real, en la medida en que la actividad está situada, para el idealismo, esencialmente en el pensamiento. 1
Para Marx, en cambio, la actividad es esencialmente material; es en su materialidad que la actividad transforma la realidad. De tal suerte, Marx expresa en su pensamiento filosófico la necesidad de la clase obrera de la sociedad capitalista de transformar la realidad revolucionariamente, introduciendo en el materialismo la herramienta conceptual del idealismo hegeliano: la dialéctica; reconociendo a la realidad material su naturaleza dinámica y activa. “Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo.” 2
El joven Marx se interesó conceptualmente en el arte como actividad humana práctica: como trabajo. Su interés se distinguió del de la estética idealista en la medida en la que el arte, como actividad humana, no es –para Marx– tanto la manifestación sensible de la idea absoluta, sino una clase característica de trabajo que, al estar libre de una finalidad utilitaria intrínseca, permite al ser humano expresar nítidamente –y no en forma limitada– las fuerzas creativas que lo hacen humano. “El trabajo es la esencia humana; […] tal como el ejercicio es necesario para la salud del cuerpo, la satisfacción obtenida del trabajo productivo es necesaria para la salud de la psique.” 3
Sin embargo, en el marco de las relaciones de producción capitalistas, el trabajo es también una fuente de penurias para la mayor parte de la humanidad. Es por ello que el arte es en el presente un modelo de lo que el trabajo podría significar para el ser humano en una sociedad libre de explotación. “El paradigma del trabajo satisfactorio parecería ser el trabajo del artista; y Marx parece suscribir a menudo esa implicación. Estamos desalienados cuando lo que hacemos y lo que creamos expresan nuestro ser interior y cuando nuestro ser interior es como debería ser.” 4
La actividad del ser humano se distingue de la actividad del resto de los seres surgidos de la naturaleza no sólo por transformar a la naturaleza sino por transformarse a sí mismo. Esto se hace tanto más evidente puesto que el ser humano no sólo crea objetos conforme a las leyes de la utilidad sino también conforme a las leyes de la belleza, y no lo hace por capricho ni por instinto, sino para objetivarse en el mundo: para reconocerse en el mundo de objetos por él construidos como un ser histórico y socialmente existente. Mientras que la relación de otros seres con la naturaleza está dictada exclusivamente por la naturaleza misma, el ser humano puede elevarse por encima de la burda necesidad para reconocerse como humano. El ser humano crea objetos que no sólo son útiles sino también agradables, y por este medio se hace más humano. “A diferencia del animal que se relaciona de un modo unilateral con el mundo –en forma inmediata, forzosa e individual–, el hombre se halla en una relación múltiple, mediata y libre. […] La riqueza humana es riqueza de necesidades, y riqueza de relaciones con el mundo.” 5
Si la objetivación del sujeto supone su enajenación para la estética idealista, en tanto que el idealismo entiende al sujeto como un sujeto abstracto (como idea absoluta), para el materialismo histórico de Marx, el ser humano –como ser humano concreto– se encuentra consigo mismo en los objetos y en la naturaleza. Para Hegel, si bien el arte es un medio por el que la idea absoluta –la entelequia de la historia humana– se da a conocer al propio ser humano, y por medio de éste a sí misma, como tal es inferior a la filosofía, pues en aquélla la idea absoluta no tiene necesidad de objetivarse, es decir, de enajenarse. “Para Marx la “alienación” caracterizaba no al mundo sensorio-material en general sino sólo a una fase histórica específica: el mundo fetichista de la producción de mercancías.” 6 La objetivación del sujeto en la actividad humana práctica –en el trabajo– no lo enajena esencialmente, sino sólo en la forma actual en la que el trabajo existe bajo las relaciones de producción de la sociedad de clases. “Produce belleza [el trabajo], pero tulle y deforma a los obreros.” 7 Las relaciones sociales que reducen la actividad del ser humano a la supervivencia, apropiándose del valor excedente de su trabajo, volviéndolo una mercancía, no tienen una existencia estrictamente necesaria sino histórica, y son, por lo demás, contingentes.
“La obra de arte es un objeto en el que el sujeto se expresa, exterioriza y se reconoce a sí mismo. A esta concepción del arte, sólo se ha podido llegar al ver en la objetivación del ser humano una necesidad que el arte, a diferencia del trabajo enajenado, satisface positivamente.”8 La relación del ser humano con el mundo exterior es enriquecida por su capacidad de asimilar el mundo estéticamente, no por su capacidad de asimilarlo teóricamente; en su trabajo artístico el ser humano se refleja a sí mismo no sólo como ser natural sino como ser humano. Incluso frente a la misma naturaleza puede el ser humano reconocerse como tal cuando se apropia de ella estéticamente; la apreciación estética humaniza a la naturaleza. El arte no es, por lo tanto, un accesorio de la civilización, sino el objeto que satisface una determinada necesidad del contexto social de los seres humanos; el ser humano no se limita a humanizar sus necesidades naturales, sino que desarrolla históricamente necesidades propiamente humanas más allá de las necesidades meramente utilitarias que satisface por medio de la ciencia.
De otra parte, desde el punto de vista subjetivo, así como la música despierta el sentido musical del hombre y la más bella de las músicas carece de sentido y de objeto para el oído no musical, […] así también es la riqueza objetivamente desplegada de la esencia humana la que determina la riqueza de los sentidos subjetivos del hombre, el oído musical, el ojo capaz de captar la belleza de la forma, en una palabra: es así como se desarrollan y, en parte, como nacen los sentidos capaces de goces humanos, los sentidos que actúan como fuerzas esenciales humanas. Pues es la existencia de su objeto, la naturaleza humanizada, lo que da vida no sólo a los cinco sentidos, sino también a los llamados sentidos espirituales, a los sentidos prácticos (la voluntad, el amor, etc.), en una palabra, al sentido humano, a la humanidad de los sentidos. La formación de los cinco sentidos es la obra de toda la historia universal anterior. El sentido aprisionado por la tosca necesidad práctica sólo tiene también un sentido limitado. 9
El ser humano expresa en el arte su necesidad de elevarse social e históricamente por encima de la necesidad natural; necesidad de afirmarse en los objetos exteriores que está presente también en otras formas de la producción humana –en otros modos de trabajo– pero que es tanto más transparente y explícita en el trabajo artístico. Los objetos producidos por el ser humano son conductos mediante los cuales se realiza más plenamente su esencia humana; “el hombre es un ser natural humano, o, lo que es lo mismo, un fragmento de naturaleza que se humaniza, sin romper con ella, superándola”10 al actuar sobre ella –humanizándola en los objetos que produce– y también al actuar sobre sí mismo –superando su vida instintiva– a través de la sensibilidad humana que recrea en los objetos.
La primera función del trabajo es, por supuesto, hacer frente a la naturaleza, es decir, a la necesidad natural del ser humano, y es ésta su función predominante. Pero “el hombre produce también sin la coacción de la necesidad física, y cuando se halla libre de ella es cuando verdaderamente produce.” 11 La necesidad natural aparece inevitablemente como un límite relativo a la necesidad humana de objetivarse, que sólo parcialmente es satisfecha por el trabajo cuando éste está gobernado por fines utilitarios. “Pero el hombre necesita, a su vez, llevar el proceso de humanización de la naturaleza, de la materia, hasta sus últimas consecuencias. Por ello, tiene que asimilar la materia en una forma que satisfaga plena, ilimitadamente, su necesidad espiritual de objetivación.” 12 Para satisfacer la necesidad que el ser humano ha producido en sí mismo al objetivarse aun en una medida limitada, éste desenvuelve plenamente su capacidad en una actividad humana práctica libre de una finalidad utilitaria. Aunque el ser humano está limitado por su necesidad natural, tampoco puede producir objetos sin reconocerse en ellos, generando en él mismo la necesidad de hacer productos en los cuáles pueda objetivarse plenamente: productos artísticos.
Como producto social, el arte, en tanto que está libre de una finalidad utilitaria, debe emerger sobre el excedente de la producción. Donde no existe este excedente o es muy magro, el arte se ve constreñido en sus medios para poder existir. El grado de acumulación que una sociedad requiere para dar a luz a su producción artística depende del desarrollo relativo de sus medios de producción social. “Desbordando las exigencias prácticas, en el seno mismo del objeto útil, el artista prehistórico adorna los huesos de reno o mamut haciendo estrías que se alternan simétricamente, es decir, introduciendo temas decorativos.”13 El trabajo social humano se eleva de lo útil a lo estético históricamente; objetivándose en el trabajo, el ser humano rebasa la utilidad para volver a sus productos objetos artísticos. Y entre más desarrolla una sociedad sus medios de producción, mayor se vuelve el diferenciamiento del arte y de lo útil.
En todos los objetos producidos por el ser humano se revela su mundo interior y, sobre la base de la producción social, éste se libera para expresarse en los objetos artísticos. Libre en alguna medida de la necesidad natural, la sensibilidad del ser humano se humaniza y percibe las cualidades de los objetos como cualidades estéticas; “gracias a su sensibilidad estética, el hombre puede humanizar también una realidad que él no ha transformado materialmente y dotarla de una nueva significación integrándola en su mundo.”14 La naturaleza y el objeto sólo se humanizan en la sensibilidad humana y ésta sólo se humaniza a través de los objetos estéticos. La condición de esta mutua significación entre el sujeto y el objeto es el ser social de lo humano; esta particular apropiación de la naturaleza sólo puede construirla el ser humano asociándose con otros seres humanos. “El artista tiende a realizar plenamente la objetivación del ser humano”15, no obstante, dentro de los límites históricos de la sociedad de clases, el arte sigue en alguna medida ligado a la utilidad; el arte es en la sociedad capitalista una mercancía mediante la cual enfrenta el artista su necesidad natural particular y cuyo valor es determinado por la clase burguesa dominante, que lo condiciona ideológicamente. Así, incluso el arte se enajena relativamente, aunque tiende a superar estos límites históricamente determinados. Pero sólo una transformación radical de las relaciones sociales puede liberar plenamente tanto al trabajo como al arte.
Notas
1.- Marx, “Tesis sobre Feuerbach”, Archivo Marx-Engels, acceso el 1 de septiembre de 2018, https://www.marxists.org/espanol/m-e/1840s/45-feuer.htm
La revista iraní La escena contemporánea me ha pedido que contribuya con un artículo a un número especial sobre el tema «El capitalismo y el arte». Esta publicación, de la que solo recientemente he tenido conocimiento de su existencia, es una revista teórica relacionada con el arte y, en particular, el arte escénico. Creo que el creciente interés en las ideas marxistas entre los jóvenes, artistas e intelectuales en Irán está extendiéndose significativamente y estoy encantado de poder participar en esta importante discusión [Se puede ver la edición en farsi aquí].
Un hombre de negocios dijo en una ocasión al poeta inglés Robert Graves: «No hay dinero en la poesía», a lo que él respondió: «No, pero tampoco hay poesía en el dinero». Tengo la firme convicción de que el capitalismo, especialmente en su período de decadencia senil, es profundamente hostil al arte. Los capitalistas ven el arte como ven todo lo demás: como una mercancía. Conocen el precio de una obra de arte, pero no su valor. Para ellos, el arte y los artistas son para comprar y vender como cualquier otro producto.
Cuando el gran artista holandés Vermeer murió, su esposa tuvo que vender al panadero las pocas pinturas que su marido había dejado para pagar las deudas con él. Del mismo modo, Van Gogh vendió solo una pintura en toda su vida. Ahora las grandes pinturas (e incluso las no tan grandes) se venden por inmensas sumas de dinero en las salas de subastas de Londres y Nueva York. El arte en el mundo moderno es un mero objeto de especulación, un área de inversión altamente rentable y segura.
En el pasado, algunos hombres ricos, como la familia Medici en Florencia, eran generosos mecenas de las artes. También es cierto que tenían tanto dinero que no sabían qué hacer con él, pero al menos algunos de ellos tenían algún interés en el arte y mostraban cierto aprecio por las obras que habían encargado. Pero hoy, esos individuos anónimos que pujan por teléfono ofreciendo incontables millones de dólares por una pintura de Picasso, no lo hacen por amor al arte.
La mayoría de las pinturas así adquiridas nunca serán vistas por el público, tal vez ni siquiera por el propio comprador. Serán enterradas en la bóveda de algún banco suizo, tan perdidas para la humanidad como cualquiera de las maravillosas obras de arte antiguas que han sido dinamitadas o arrasadas por los bárbaros de Daesh en Siria e Irak. Podríamos agregar que no todas estas obras de arte han sido destruidas físicamente. Muchas fueron cuidadosamente sustraídas, sacadas de contrabando y vendidas en secreto a los ricos «amantes del arte» estadounidenses que las mantienen prisioneras, como los pobres diablos en las cárceles subterráneas de Daesh. Los verdaderos bárbaros y destructores del arte se encuentran en Nueva York y Londres.
Literatura y revolución
Históricamente, la literatura y la poesía han sido a menudo los vehículos de las ideas más avanzadas y revolucionarias. Marx fue un gran admirador de Percy Shelley, el gran poeta inglés revolucionario que, trágicamente, murió muy joven. Entre sus obras encontramos obras maestras revolucionarias como La revuelta del Islam y La máscara de la anarquía. La segunda de estas obras es una condena airada de una masacre de hombres, mujeres y niños desarmados perpetrada por el gobierno reaccionario.
El 16 de agosto de 1819 en la Plaza de Saint Peter, Manchester, 60.000 manifestantes pacíficos se congregaron para exigir libertad y la eliminación de la pobreza. Fueron brutalmente atacados por la caballería en un hecho que se conoció como la «Masacre de Peterloo». Ese día, unas 18 personas, incluidos cuatro mujeres y un niño, murieron por heridas de sable y pisoteados. Cerca de setecientos hombres, mujeres y niños resultaron gravemente heridos.
El Gobierno tory, en última instancia, fue responsable de la masacre y el vizconde Castlereagh, líder de los tories en la Cámara de los Comunes, fue el instigador de las duras medidas de represión política que le siguieron. Shelley escribió el poema La máscara de la anarquía como una protesta apasionada contra esta masacre. Es una dura denuncia del gobierno y las fuerzas de la reacción. En él leemos lo siguiente:
En mi camino vi al Asesinato.
Portaba una máscara con el rostro de Castlereagh.
Su mirada era dulce, aunque siniestra;
Siete perros de presa le seguían:
Todos eran obesos, y parecían
Estar en magnífica forma.
Por separado y de dos en dos,
Él les tiraba corazones humanos para que los devorasen
Sacándolos de su amplia capa.
Después llegó el Fraude, que vestía,
Como Eldon, un manto de armiño.
Sus grandes lágrimas, pues llorar perfectamente sabía,
Se volvían piedras de molino cuando caían.
Y los pequeños niños queJugaban a sus pies
Tomaban esas piedras por gemas
Y se abrían el cerebro bajo ellas.
Hoy, estas líneas, escritas hace más de 200 años, no han perdido su capacidad para conmocionar e inspirar la indignación revolucionaria. No es casualidad que hace unos meses el dirigente de izquierda del Partido Laborista Británico, Jeremy Corbyn, citara las últimas dos estrofas de este gran poema ante una audiencia extasiada de jóvenes en el festival pop de Glastonbury:
Hombres de Inglaterra, herederos de la Gloria,
Héroes de una historia no escrita,
Hijos de una poderosa Madre,
Que portáis sus esperanzas y las de todos;
Levantaos cual Leones tras el sueño
En número invencible.
Arrojad vuestras cadenas a la tierra como un rocío
Que mientras dormíais cayó sobre vosotros,
Vosotros sois muchos, ellos pocos.
Los miles de jóvenes que escucharon estos versos inspiradores se llenaron de alegría por su espíritu revolucionario. Habían ido al festival a escuchar música pop, pero se marcharon imbuidos de entusiasmo revolucionario. Aquí vemos claramente el poder de la poesía para inflamar los corazones de los hombres y de las mujeres. Es un poder que no disminuye con el paso del tiempo, sino que, más bien al contrario, se fortalece.
Wordsworth y la Revolución francesa
Algunos años antes de que Shelley escribiera estas líneas, el célebre poeta inglés William Wordsworth compuso su gran poema, El preludio. En ese momento, junto con muchos escritores y poetas en Inglaterra, Wordsworth estaba impactado por la gran Revolución francesa. Visitó la Francia revolucionaria cuando era joven y escribió los siguientes inspirados versos para celebrar su experiencia:
El gozo de estar vivo en aquel amanecer,
¡el Eden de ser joven! ¡Oh, tiempos!
¡En los que los hábitos magros, rancios y prohibitivos,
de las costumbres, las leyes, y los estatutos, reclamaron a la vez
la atención de un país apasionado.
En su vida posterior Wordsworth se desilusionó de la Revolución francesa, tras el ascenso de Napoleón Bonaparte. Muchos otros intelectuales siguieron sus pasos e, incluso, se volvieron conservadores reaccionarios. Pero un hombre se destaca en marcado contraste con esta tendencia: el gran poeta escocés Robert Burns. A diferencia de otros poetas y escritores de aquellos tiempos, Burns no provenía de un entorno rico, aristocrático o, incluso, de clase media. Hijo de un pequeño agricultor pobre, conocía el mundo de la pobreza y el trabajo duro. A través de su propio genio inherente, ascendió a través de las filas de los poetas más destacados de su época, o de cualquier época.Además de ser un poeta lírico maravilloso, Burns también fue un demócrata revolucionario valiente y consecuente. En sus obras, con frecuencia encontramos las referencias más mordaces y hostiles a los objetos de su odio: terratenientes, reyes, sacerdotes y abogados. En su largo poema satírico Tam o’Shanter, por ejemplo, leemos:
Three lawyers’ tongues, turn’d inside out,
Wi’ lies seam’d like a beggar’s clout;
Three priests’ hearts, rotten, black as muck,
Lay stinking, vile in every neuk.
Estas líneas están escritas en el dialecto nativo de las Tierras Bajas de Escocia (Lowland Scots) de Burns. En español, se leería así:
Tres lenguas de abogados vueltas del revés,
Cosidas con mentiras como un remiendo de mendigo
Tres corazones de clérigos tan negros como el estiércol
Pestilentes y viles por doquier.
En su breve pero mordazmente sarcástico poema Día de Acción de Gracias por una victoria nacional, Burns muestra su total desprecio por la fiebre patriótica que se apoderó de toda Gran Bretaña durante las largas guerras contra la Francia revolucionaria:
¡Hipócritas! ¿Son estas vuestras jugadas?
¡Asesinar hombres y dar gracias a Dios!
¡Desistid, por Dios! No prosigáis más;
¡Dios no aceptará vuestras gracias por Asesinato!
Robert Burns conservó su ardiente fe en la Revolución francesa y la defendió audazmente hasta el final de sus días. Solo el apoyo de sus admiradores aristocráticos lo salvó de la prisión o algo peor. Sin embargo, el gobierno se tomó la revancha negándole un puesto cómodo de funcionario. Terminó sus días como lo había hecho su padre, trabajando en la tierra en condiciones duras que minaron su frágil salud y al final lo mataron.
Drama revolucionario
Con el drama, la poesía y la prosa encuentran una nueva dimensión y significado. La relación entre el poeta y el lector individual es la relación entre dos átomos esencialmente no relacionados. El drama le da nueva vida a la palabra escrita, la cual al final se escapa de los estrechos confines de la literatura escrita y salta de la página para enfrentarse a un público más amplio de una manera mucho más concreta e inmediata.
Esto proporciona a la literatura un alcance mucho mayor de lo que sería posible en forma escrita. Contiene mayor fuerza para conmocionar, emocionar o divertir. Sus géneros principales eran tradicionalmente la tragedia y la comedia, aunque un genio como Shakespeare fue capaz de combinar las dos con gran efecto. El potencial para usar el teatro con fines políticos y revolucionarios es, por lo tanto, muy claro.
Incluso en su forma más antigua, el drama se ha utilizado para transmitir cierto mensaje. En la tragedia griega encontramos un poderoso mensaje contra la guerra en Las troyanas del dramaturgo griego Eurípides. Escrita en el año 415 a. C. durante la guerra del Peloponeso, a menudo se interpreta como un comentario sobre la captura de la isla egea de Milo y la posterior matanza y esclavización de su población por parte de Atenas. Si esta interpretación es correcta, fue una declaración política muy valiente y audaz. Muestra el sometimiento y la crueldad hacia las mujeres capturadas de la forma más cruda e impactante. Como todo gran drama, no ha perdido nada de su fuerza para conmocionar después de más de 2000 años.
En otro nivel completamente diferente, las comedias de Aristófanes tenían un mensaje político igualmente agudo. Las obras que nos han llegado contienen una mordaz crítica de la sociedad ateniense contemporánea, sus costumbres, su política e, incluso, su filosofía. El mensaje político más preciso en Aristófanes se identifica con las sangrientas y prolongadas guerras entre Atenas y Esparta. Cuatro de sus obras son apasionados llamamientos a la paz.Sin embargo, a diferencia de las obras de Eurípides, en Aristófanes no encontramos principios ni moralidad elevados. Políticamente, Aristófanes era un conservador y enemigo acérrimo de la democracia ateniense, que él consideraba la fuente de todo mal. Sus obras contienen muchos ataques mordaces contra el pueblo de Atenas, a quienes consideraba meros incautos en manos de demagogos inescrupulosos. Probablemente su deseo de paz con Esparta indique cierta simpatía hacia el sistema político conservador y draconiano en ese Estado. En cualquier caso, el arte de la comedia en las obras de Aristófanes alcanza alturas similares a las alcanzadas por sus rivales, los grandes trágicos de la etapa ateniense.
Shakespeare e Ibsen
Con las obras de Shakespeare, el arte dramático alcanza un nivel verdaderamente sublime que nunca ha sido igualado o, menos aún, superado. Aquí la poesía y el drama se fusionan en una sola forma de arte. Cada línea en estos grandes dramas es poesía del nivel más elevado. Esto de ninguna manera disminuye el impacto dramático de las obras. Muy por el contrario, el impacto dramático se vuelve aún más poderoso por el impacto de la imaginería poética.
Este no es el lugar para desarrollar un análisis de la obra de Shakespeare (he intentado hacer esto en otro lugar). Ciertamente no soy el único que tiene la convicción inquebrantable de que Shakespeare es el mejor escritor de todos los tiempos. Pero dado que el énfasis principal del presente artículo se refiere a la relación entre la política (y específicamente la política revolucionaria) y la literatura, debo señalar que tal relación, aunque puede detectarse en algunas de las obras de Shakespeare, está muy lejos de ser de gran importancia.
Se pueden sacar ciertas conclusiones sobre la actitud de Shakespeare hacia la revolución a partir de algunos pasajes de Enrique VI, Parte 2 y Julio César, por ejemplo, pero tal conclusión tendría que ser de un carácter claramente negativo. Los recuerdos de las sangrientas guerras civiles conocidas como las guerras de las Dos Rosas todavía estaban muy presentes en la mente de la gente en la época de Shakespeare, y la gente de su clase social no estaba favorablemente dispuesta a regresar a convulsiones sociales y políticas. La actitud de Shakespeare en ese sentido era conservadora, aunque en el campo del arte y la literatura era un gran revolucionario y un innovador audaz.
En el siglo XIX tenemos las obras del gran dramaturgo noruego Henrik Ibsen. Estos dramas pueden arrojar mucha luz sobre la naturaleza y los problemas de la sociedad noruega de ese período, y particularmente el estrecho filisteísmo y moralidad hipócrita de la clase media noruega. Ibsen somete esto a una crítica mordaz y penetrante en sus obras.
Estas obras conmocionaron y escandalizaron a la Europa de ese momento. Ibsen adopta el tema de la emancipación de la mujer en obras de teatro como la Casa de muñecas. Aquí una mujer finalmente escapa de los confines sofocantes de un matrimonio infeliz. El ruido del portazo cuando abandona la casa es un intenso símbolo de la prisión que deja atrás. Es una condena devastadora de los valores hipócritas del siglo XIX que trataron de disfrazar la esclavitud de las mujeres a los hombres como el don natural e inalterable de las cosas.
En Un enemigo del pueblo, el personaje central, el Doctor Stockman, descubre que el sistema de desagüe de los baños está contaminado. Alerta a varios miembros de la comunidad y al principio recibe apoyo y agradecimiento por su descubrimiento. A la mañana siguiente, sin embargo, su hermano, que además resulta ser el alcalde de la ciudad, le dice que debe retractarse de sus declaraciones, ya que las reparaciones serían demasiado costosas y, en cualquier caso, no está conforme con las conclusiones de la investigación.
El alcalde moviliza a la opinión pública contra su hermano y uno por uno sus antiguos partidarios lo abandonan. Como se niega a renunciar a sus ideas, es condenado al ostracismo por la respetable comunidad de clase media. Su casa es destrozada y es despedido junto con sus hijas. Se ha convertido en «Un enemigo del pueblo».
Muchos años después, cuando el gran revolucionario ruso León Trotsky vivía en exilio forzado en Noruega, meditó sobre el significado de los grandes dramas de Ibsen. Habiendo sido recibido en el seno de la «democrática» noruega por el Partido Laborista que estaba en el gobierno, Trotsky pronto se encontró en condiciones mucho peores de las que había estado anteriormente en Francia. Aislado del mundo exterior, con prohibición de escribir o, incluso, comentar sobre asuntos externos en un momento en el que Stalin estaba lanzando los monstruosos Juicios de Moscú, estaba virtualmente bajo arresto domiciliario.Trotsky quedó impresionado por la manera profunda y veraz en que el gran dramaturgo noruego del siglo XIX denunció tan elocuentemente la hipocresía que es tan característica de la pequeña burguesía escandinava en general y de la pequeña burguesía «progresista» y «liberal» (hoy en día se diría socialdemócrata) en particular. Detrás de la máscara sonriente del liberalismo, siempre encontramos el rostro feo de la reacción burguesa. Cualquiera que se atreva a arrancar esta máscara es automáticamente denunciado como «Un enemigo del pueblo».
Arte político
El escritor alemán Bertolt Brecht hizo la siguiente observación en una ocasión: «Que el arte se vuelva “apolítico” significa solo aliarse con el “grupo gobernante”». Por supuesto, al arte le es posible evitar completamente el comentario social, enterrarse en un lecho de flores de olor agradable, cerrar los ojos a la fea realidad de la opresión y la explotación que lo rodea. Pero el arte que es fiel a sí mismo, sobre todo, el gran arte, no puede ser indiferente al destino de la humanidad.
Eso no quiere decir que el arte deba descender al nivel de cruda propaganda. La propaganda pertenece al terreno de la política donde juega un papel importante. Pero la política no es el terreno natural del arte. El artista debe expresar los sentimientos del corazón y el alma. Estos sentimientos no pueden ser dictados por influencias externas, ya sean políticas, religiosas o monetarias. Sin embargo, en su nivel más alto, el sentimiento artístico puede reflejar el drama de la existencia humana de la forma más poderosa.
Para que el arte se vuelva genuinamente libre, para que la cultura deje de ser propiedad privada de unos pocos y se vuelva auténticamente humana, primero es necesario romper los lazos de la esclavitud, la explotación y la opresión. Es por eso que el arte, para ser fiel a sí mismo, debe ser un arte revolucionario. Y como hemos visto en el caso de Picasso, el arte revolucionario puede alcanzar el nivel de genialidad.
En el terreno de la literatura y el drama, podemos citar ejemplos de escritores que combinaron exitosamente el trabajo revolucionario y los grandes logros artísticos. Maiakovski era un miembro activo del partido bolchevique en Rusia desde una edad temprana. En su poesía podemos ver una fusión perfecta del fervor revolucionario con los niveles más altos posibles de logro poético. También escribió obras exitosas como La chinche y realizó carteles en el estilo constructivista que llevaron esta rama del arte al más alto nivel alcanzado en cualquier momento antes o después.
No es una casualidad que la poesía de Maiakovski ejerciera un poderoso impacto en las mentes de millones de trabajadores y campesinos rusos en los años posteriores a la Revolución de Octubre. Ese gran acto de emancipación inspiró a las masas a participar no solo en política, sino también en la cultura. El tremendo florecimiento del arte, la poesía y la música en la década de 1920 fue sofocado bajo el peso agobiante de la burocracia estalinista. El suicidio de Maiakovski en 1930 fue sin duda una protesta contra la contrarrevolución política estalinista.
Otro ejemplo sorprendente fue el caso de Bertolt Brecht. Al igual que Maiakovski, Brecht fue un marxista convencido que utilizó sus obras para denunciar sin piedad el capitalismo. En obras como La ópera de los tres centavos, Ascenso y caída de la ciudad de Mahagonny y Los siete pecados capitales (brillantemente adaptadas a la música por el talentoso colaborador de Brecht, el compositor Kurt Weill) criticó a la sociedad burguesa, su moralidad e hipocresía. Brecht es mejor conocido por sus obras experimentales y su teoría dramática revolucionaria. Pero también fue un poeta importante que escribió 1.500 poemas. Entre ellos, encontramos el poderoso poema Preguntas de un obrero que lee, que vale la pena reproducir en su totalidad:
¿Quién construyó Tebas, la de las siete puertas?
En los libros aparecen los nombres de los reyes.
¿Arrastraron los reyes los bloques de piedra?
Y Babilonia, destruida tantas veces,
¿quién la volvió siempre a construir? ¿En qué casas
de la dorada Lima vivían los constructores?
¿A dónde fueron los albañiles la noche en que fue terminada
la Muralla China? La gran Roma
está llena de arcos de triunfo. ¿Quién los erigió? ¿Sobre quiénes
triunfaron los Césares? ¿Es que Bizancio, la tan cantada,
sólo tenía palacios para sus habitantes? Hasta en la legendaria Atlántida,
la noche en que el mar se la tragaba,
los que se hundían gritaban llamando a sus esclavos.
El joven Alejandro conquistó la India.¿Él solo?
César derrotó a los galos.¿No llevaba siquiera cocinero?
Felipe de España lloró cuando su Armada
fue hundida. ¿No lloró nadie más?
Federico II venció en la Guerra de los Siete Años. ¿Quién
venció además de él?
Cada página una victoria.
¿Quién cocinó el banquete de la victoria?
Cada diez años un gran hombre.
¿Quién pagó los gastos?
Tantas historias.
Tantas preguntas.
Sin embargo, a Brecht se le recuerda mejor indudablemente por su obra dramática. Desarrolló una teoría del drama completamente nueva conocida como el «efecto de distanciamiento» (en alemán Verfremdungseffekt), que representa una forma inusual de utilizar el teatro. Él lo describió como «actuar de tal manera que a la audiencia se le impida simplemente identificarse con los personajes de la obra. La aceptación o el rechazo de sus acciones y expresiones debe ocurrir en un plano consciente, en lugar de, como hasta ahora, en el subconsciente de la audiencia».
Al destruir la ilusión por medio de la cual el público se identifica inconscientemente con las ideas y las motivaciones de los actores en el drama, Brecht nos obliga a pensar en el contenido real de lo que se les presenta. Esto a veces da lugar a una experiencia incómoda. Pero como dramaturgo revolucionario, Brecht no tenía el más mínimo interés en hacer que el público se sintiera cómodo.
Hace muchos años recuerdo que, cuando se puso Mahagonny en los escenarios de Londres, provocó aullidos de protesta entre los espectadores de la clase media, cuyos sentimientos estaban doloridos por su mensaje intransigente. En un momento determinado, un personaje de la obra está a punto de ser ahorcado y solo podrá salvarse mediante el pago de una cierta cantidad de dinero. Un actor se adelantó en el escenario y se dirigió directamente a la audiencia para pedir que hicieran el sacrificio financiero necesario para salvar la vida de un hombre.
Naturalmente, no se recibió ninguna donación, ya que el conmocionado público londinense se metió las manos en los bolsillos, pero para asegurarse de que sus carteras aún estaban ahí. Esto fue posteriormente denunciado como «un insulto a la raza humana». Si se pretendía insultar, no era a la humanidad en general, sino solo a los aficionados londinenses de la pequeña burguesía egocéntricos y tacaños, cuyo arrebato de dignidad ofendida para mí fue indicio de que la flecha con púas de Brecht había acertado perfectamente su objetivo.
Literatura, Oriente y Occidente
En muchos sentidos, el Oriente es más culto que el Occidente. Mientras que la poesía en Occidente es hoy en día propiedad de un puñado de intelectuales y a menudo la gente común la mira con recelo, en el Oriente sigue siendo una tradición vibrante y popular. El drama, como la poesía, es un arte con una larga historia en los países musulmanes. Los poetas de otros tiempos eran cortesanos, siervos feudales de rango incierto, cuyo deber era estar a mano cada vez que su patrón deseaba descansar o divertirse con el ingenio del poeta. En la mayoría de los casos, los poetas de la corte eran esclavos del autócrata en el trono.
Sin embargo, a mí me parece que las actitudes persas hacia la poesía siempre poseían un contenido esencialmente social y crítico. Y se me ha dicho que hoy en día hay muchas cosas muy interesantes teniendo lugar en todos los campos del arte iraní. Desafortunadamente, debo reconocer un lamentable desconocimiento de los detalles de este tema. En parte, esto se debe al hecho de que en el Occidente no se presta suficiente atención a las grandes culturas del Oriente, no solo en la actualidad sino incluso en el pasado.
En los libros de texto hasta el día de hoy, Alejandro de Macedonia es retratado como un gran hombre que «salvó» a Europa de los «bárbaros» persas. No se dice una palabra sobre las grandes culturas y el arte de la antigua Persia, que alcanzaron cumbres asombrosas cuando el pueblo de Macedonia se componía de pastores pobres y el padre de Alejandro (conocido por los griegos como Felipe el Bárbaro) estaba tratando de aprender el idioma griego. Tan impresionadas estaban las hordas invasoras macedonio-grecas con las maravillas de Persépolis que no perdieron tiempo en quemarla hasta los cimientos. El pueblo de Irán sabe esto de sobra, pero es un libro cerrado para la mayoría de la gente de Occidente, para quien Alejandro sigue siendo «el Grande».
Sin embargo, el problema principal que tengo es el idioma. Uno puede apreciar las artes visuales sin ninguna necesidad especial de saber idiomas. No es necesario hablar o leer holandés para apreciar las pinturas de Van Gogh. En ese sentido, la pintura y la escultura (y también la música) son casi universales en su atractivo. Pero las cosas son diferentes con la literatura, y especialmente con la poesía, la forma más elevada de la literatura.
La poesía no puede ser traducida. Traducir poesía es destruirla como poesía. Hay solo dos posibilidades. Uno puede traducirla literalmente, palabra por palabra –y así se pierden todas las cualidades poéticas–, o uno puede recrearla en otro idioma, en cuyo caso es posible crear poesía buena o, incluso, genial, pero es algo completamente diferente al original.
Sin embargo, se ha logrado cierto éxito relativo a través del trabajo de unos pocos traductores competentes. Algunas de las poesías más bellas del idioma inglés son las recogidas en Rubaiyat de Omar Jayam en la maravillosa traducción de Edward Fitzgerald. Creo que algo de la magia del original se transmite en la traducción de Fitzgerald. Pero no me hago ilusiones de que los poemas de Fitzgerald, aunque fantásticos, sean el Rubaiyat de Omar Jayam, sino algo completamente diferente.
Por lo que sé de él, Jayam era una figura notable, similar en muchos sentidos a los genios del Renacimiento occidental, pero varios siglos antes. Al igual que Leonardo da Vinci, era un erudito. Ya en el siglo XI, sus obras abarcaron los campos de la astronomía, las matemáticas, la filosofía y la poesía.Aunque no puedo leerla en el original, es obvio que se trata de una poesía llena de gran belleza, que combina la sensualidad con un sentido profundo y conmovedor de la fragilidad y lo efímero de la vida. En su estilo satírico agudo, rítmico y melodramático, Jayam no solo evoca emociones intensas, sino que a través de ellas también saca a relucir su filosofía agnóstica racionalista, que estaba muy por delante de su época. Además de sus méritos filosóficos y poéticos intrínsecos, esta literatura persa temprana es interesante debido a su carácter crítico y rebelde. Junto con su apasionado llamamiento para que los humanos celebren la vida y utilicen al máximo el tiempo limitado en esta tierra –a menudo transmitido a través de las imágenes del vino, que simboliza la pasión y la vida, así como el vino mismo, que estaba prohibido por el clero–, era una molestia para la institución religiosa. ¿Y dónde estaría la poesía persa sin el amor, el vino y la taberna?
Hafiz, también, era un poeta que cantaba las alegrías del amor y el vino, pero igualmente a veces atacó la hipocresía religiosa. Él es muy conocido por su poesía, pero asimismo escribió sobre política y religión. Su lengua afilada desolló sin piedad la hipocresía de los sacerdotes y las élites gobernantes durante el siglo XIV.
A partir de estos ejemplos (debe haber muchos otros de los que lamentablemente no tengo conocimiento), está claro que, desde los tiempos más remotos, la literatura persa ha contenido importantes elementos críticos, inconformistas y rebeldes. Los grandes poetas persas perfeccionaron el uso de la sátira como arma política. Y esta arma conserva toda su potencia en el Irán actual.
¿Tiene el arte un futuro?
Tal vez el cuadro más importante del siglo XX fue el Guernica de Picasso, que lo pintó como una reacción a la brutalidad de la Guerra Civil española y los crímenes del fascismo. Nadie puede describir esta gran obra de arte como mera propaganda. Sin embargo, tiene un mensaje político muy claro y extremadamente potente. Es el verdadero descendiente de los igualmente magníficos aguafuertes en blanco y negro del gran pintor español Goya llamados Los desastres de la guerra.
Estas obras de arte increíblemente poderosas fueron el producto de las profundas reacciones sentidas por un artista ante el terrible destino de los hombres y las mujeres en las sangrientas guerras de su propia época. Con frecuencia me pregunto dónde están hoy las obras de arte equivalentes. Nuestro mundo se ve desgarrado por constantes guerras, sangrientas masacres, limpieza étnica y brutalidad en una escala sin precedentes. Por dar un solo ejemplo, en las horrendas guerras civiles en el Congo, al menos cinco millones de hombres, mujeres y niños han sido masacrados. Sin embargo, estas atrocidades ni siquiera se merecen la portada de los periódicos.
Así como la burguesía no tiene nada que decir en el ámbito de la filosofía, en el terreno del arte y la música ha abandonado desde hace tiempo cualquier pretensión de relevancia y, mucho más, de grandeza. Si en la actualidad el arte tiene algún significado, uno hubiera esperado que tuviera algo que decir sobre estas cuestiones. Pero buscamos en vano un equivalente moderno del Guernica de Picasso o de Los desastres de la guerra de Goya. En su lugar, nuestros artistas en Gran Bretaña dedican su tiempo a producir obras sobre temas tan fascinantes como una cama deshecha o un tiburón conservado en formaldehído. ¡A tales niveles de trivialidad ha descendido el arte en nuestros tiempos!
¿Significa esto que la causa del arte se ha perdido irrevocablemente? Llegar a tal conclusión sería caer en el tipo de pesimismo y nihilismo artístico que indudablemente es el estado de ánimo generalizado que existe hoy en las filas de la burguesía y sus seguidores de la clase media. Pero el marxismo es optimista y revolucionario por su propia naturaleza. Lejos de ser pesimistas sobre las perspectivas del arte y la cultura en general, tenemos mucha confianza en el papel que pueden desempeñar tanto hoy en día como en el futuro.
Los marxistas de ninguna manera rechazan los grandes logros hechos por el arte y la cultura en el curso de los últimos 2000 años de la civilización humana. Pero entendemos que durante todo este tiempo el camino a la cultura ha estado bloqueado para la gran mayoría de los hombres y las mujeres. Durante todo este tiempo, el arte y la cultura han sido el monopolio de unos pocos privilegiados, los mismos privilegiados que han disfrutado del beneficio de la riqueza y la educación y, en consecuencia, han controlado el gobierno y el destino del pueblo.
Toda la historia muestra que el arte es revolucionario por su propia naturaleza. Debajo de la superficie, el gran arte siempre busca romper con las viejas convenciones y encontrar nuevas formas de mirar el mundo. El arte está involucrado en una búsqueda eterna de la verdad. Por esa razón, es hostil a todas las formas de hipocresía, mentiras y engaños. El arte moderno está destinado a chocar con el sistema si desea sinceramente salir del impasse en que se encuentra.
El fermento social y político actual en Irán inevitablemente inspirará a toda una nueva generación de poetas, escritores y dramaturgos cuyas obras reflejarán los acontecimientos en la sociedad. Ahora más que nunca para los escritores iraníes es imposible aislarse de la realidad social. La nueva generación encontrará formas y medios para expresar los sentimientos, los pensamientos y las aspiraciones de las masas. Al hacerlo, regresarán a las ricas tradiciones artísticas y literarias del pasado, transmitiéndoles el aliento de la nueva vida.
La dialéctica nos dice que, tarde o temprano, todo se convierte en su opuesto. Algunas veces, la historia en general puede parecer un ciclo sin fin en el que se repiten los hechos que han sucedido en el pasado. Hay un elemento de verdad en esta observación, pero es incompleta y, por lo tanto, falsa. La rueda de la historia gira constantemente. Pero a pesar de todos sus giros, nunca regresa al punto de partida. La historia se repite, pero siempre termina en un nivel cualitativamente superior, enriquecida por todo el contenido acumulado del pasado.
Estas observaciones son aplicables no solo al desarrollo de las sociedades, sino también al arte y la cultura. En el pasado, Persia pasó por períodos de grandes logros artísticos, seguidos por períodos de decadencia e, incluso, de barbarie. Pero el potencial colosal del pueblo de Irán y sus artistas, escritores e intelectuales, permanece intacto. En el futuro, este potencial le permitirá a Irán ascender a cimas de logros culturales que colocarán todas las glorias del pasado en la sombra más oscura. Hoy más que nunca, el verdadero artista tratará de unir sus esfuerzos creativos personales con los esfuerzos de la masa del pueblo explotado y oprimido para cambiar la sociedad y crear un mundo mejor. Sin lugar a dudas, no puede haber una forma de arte superior a esa.
Pero nuestro cine no sólo es original por su forma, sus recursos o su método.
Forma, método o recursos no son más que el resultado de la particularidad principal del cine nuestro. Nuestro cine no es un medio de pacificación sino una acción de combate.
Nuestro cine es ante todo un arma cuando se trata de un enfrentamiento con una ideología hostil y, ante todo, es una herramienta cuando está encaminado a su actividad principal: influir y transformar.
Sergei Eisenstein,
YO memorias inmortales, Siglo XXI, vol. 1, p. 50.
Introducción
La toma del poder de la clase obrera en Rusia en 1917 transformó todos los aspectos de la sociedad y el arte tuvo también su revolución. Los trabajadores ahora estaban construyendo una nueva sociedad, un nuevo mundo, y eso obligaba a dejar atrás viejas ideas poniendo bajo cuestionamiento lo establecido y obligando a repensar al mundo. La Revolución rusa atrajo a lo mejor de la intelectualidad tras de sí y generó a su vez grandes artistas en todas las áreas. Mencionar un incompleto listado de artistas como Serguéi Prokófiev o Dimitri Shostakovich, en la música, Alexander Rodchenko en la fotografía, Vladímir Maiakovski en la literatura, Vasili Kandisky y Natalia Nontcharova en el arte plástico o Serguei Eisenstein, Dziga Vertov, Vsevolod Pudovkin, Esther Shub o Aleksandr Dovzhenko en el cine, nos da una idea de cómo los acontecimientos de 1917 levantaron lo mejor de lo mejor de la sociedad.
No se trataba sólo de hacer arte, los artistas revolucionarios veían la forma de emplearlo como instrumento de combate y en la construcción de la nueva sociedad; al arte había que repensarlo y teorizarlo, buscando la forma de hacerlo accesible a las masas y poner color a la vida de las personas que habían vivido en un mundo gris de guerra y explotación. De tal forma, por ejemplo, que la pintura se vio disminuida a favor del cartel, que podía ser más accesible a las masas. Las distintas expresiones artísticas no actuaban una alejada de la otra sino complementándose entre ellas dialécticamente. El arte plástico contribuía al teatro como la música complementaba el lenguaje cinematográfico.
La sociedad heredada del zarismo, basada en una economía semifeudal con un naciente capitalismo atrasado, heredó a una población analfabeta y atrasada culturalmente. Fueron esos últimos de la escala social quienes hicieron la revolución, pero ahora, después de la toma del poder, las tareas puestas sobre la mesa implicaban sacar a la sociedad del atraso económico y cultural. Para eso fue necesario expropiar las principales palancas productivas, poniéndolas al servicio de la sociedad bajo una economía socialista democrática y planificada. Pero no eran suficientes las medidas económicas, había que llevar educación y entretenimiento a la población, absorber el conocimiento científico y cultural eliminando viejos prejuicios sociales.
León Trotsky escribió:
“la cuestión de las distracciones reviste una enorme importancia en lo tocante a la cultura y la educación. El carácter del niño se manifiesta por el juego. El carácter del adulto se expresa con mayor fuerza a través del juego y las distracciones. Los juegos y las distracciones pueden también contribuir ampliamente a la formación del carácter de toda una clase, cuando esta clase es joven y marcha hacia adelante, como lo hace el proletariado.” (León Trotsky, Problemas de la vida cotidiana, Pasado y Presente, pp. 124-125).
Y más adelante añade:
“Tomamos a los hombres tal como los ha creado la naturaleza y como la antigua sociedad los ha educado en parte, y en parte estropeado. En el seno de ese material humano vivo, buscamos donde asentar las palancas del Partido y del estado revolucionario. El deseo de divertirse, de distraerse, contemplar espectáculos y reír, es un deseo legítimo de la naturaleza humana. Podemos y debemos conceder a esa necesidad satisfacciones artísticas cada vez mayores, sirviéndonos al mismo tiempo de esa satisfacción como medio de educación colectiva, sin ejercer tutela pedagógica o constreñimientos para imponer la verdad” (Ibid., p. 125).
Los bolcheviques pusieron una importante atención en ganar a lo mejor de la intelectualidad a la revolución; Trotsky se daría el tiempo para polemizar con distintas tendencias artísticas. Aun cuando los dirigentes del Estado obrero no coincidieran con éstas, nunca se les ocurrió reprimir a los artistas o imponer sus ideas, incluso con los artistas contrarrevolucionarios, que podían hacer mofa de los bolcheviques. Otra cosa era cuando estos realmente llevaban a cabo acciones contrarrevolucionarias contra el Estado obrero, donde éste tenía derecho a defenderse. Con el estalinismo la actitud hacia el arte y sus creadores fue opuesta, sembrando imposición y terror.
La guerra civil
El gobierno obrero, al tomar el poder, primeramente dio las tierras a los campesinos para dejar en claro su alianza y solidaridad. Había que reorganizar la industria y la economía. Lenin hacia llamados a las masas a tomar ellos mismos las tareas de la sociedad y el control de las tierras y fábricas. Casi de inmediato, las potencias imperialistas invadieron, con apoyo de la contrarrevolución interna, distintos territorios del antiguo Imperio zarista. La Revolución rusa fue realmente pacífica, pero los imperialistas la bañaron de sangre imponiendo una guerra civil. La prioridad era la defensa de la revolución, pero para ello se tenían que usar todas las armas disponibles.
León Trotsky, que no tenía experiencia militar previa, formó casi de la nada al Ejército Rojo que combatió valerosamente a los 21 ejércitos blancos apoyados por las potencias imperialistas que, divididas en la Guerra Mundial, ahora se unían contra la Revolución proletaria. Es en medio de la guerra civil que se empiezan a gestar los inicios del cine soviético, pues se necesitaba dar noticias y también informar y elevar la moral de las tropas y población. La prensa escrita seguía siendo muy útil pero los documentales y noticias filmadas alcanzaban un importante impacto en la población. El Ejército Rojo pariría a una buena capa de cineastas soviéticos.
Incluso en las duras condiciones impuestas por la guerra civil los bolcheviques buscaban la educación de los trabajadores. Anatoli Vasílievich sería nombrado desde 1917 Comisario del Pueblo de Instrucción, impulsando desde la dirección estatal el desarrollo educativo y del arte. Fue el cine, sin lugar a dudas, una importante herramienta de propaganda y educación de las masas.
El periodista mexicano Luis Hernández Navarro explica tanto el atraso como los avances educativos de aquellos años:
“Al comenzar el siglo XX, casi 80 por ciento de la población rusa entre ocho y 50 años era analfabeta. En Asia Central casi nadie sabía leer, y muchas de sus lenguas carecían de alfabeto gráfico. En 1914 se contabilizaban apenas ocho estudiantes universitarios por cada 10 mil personas. Según Lenin, no existía en Europa un país tan bárbaro como el suyo, en el que se despojaba a las masas de la educación, las luces y el conocimiento.
“Los bolcheviques se dieron a la tarea de educar a su pueblo en medio de la destrucción provocada por la Primera Guerra Mundial y la insurrección, las agresiones de las potencias capitalistas, la escasez y la hostilidad hacia el nuevo régimen por parte de los profesores, la falta de escuelas y material escolar, además del enorme analfabetismo.
“Víctor Serge describe cómo en el año I de la Revolución el nuevo poder educó en aulas sin mobiliario a niños con el estómago vacío, que debían compartir entre cuatro sólo un lápiz. A pesar de ello, se crearon nuevas escuelas en todas partes, se impartieron cursos para adultos y se abrieron facultades obreras. Los resultados fueron sorprendentes. Entre 1917 y 1928 se construyeron 8 mil 700 escuelas primarias y secundarias. Fueron creados centros de educación superior por toda la Unión Soviética. Entre 1920 y 1940 fueron alfabetizados 60 millones de adultos. Sesenta por ciento de la población no había cursado la educación básica en 1926, pero en 1930 el porcentaje ya había disminuido a 33 por ciento”. (“La Jornada Perfil”, suplemento especial, 17 de octubre 2017).
Para el régimen zarista, esta condición de atraso era necesario para mantener el dominio de la autocracia, los terratenientes y capitalistas. Pero en una revolución hecha por los obreros, aliados a los campesinos, era necesario justo lo contrario: sacar de la ignorancia a las amplias masas para que de forma consciente construyeran la nueva sociedad. El arte y en particular el cine ayudarían a educar al pueblo. Lenin y Trotsky se opusieron a esas tendencias que querían formar un arte proletario desechando toda la cultura y la historia anterior, por el contrario había que asimilar la ciencia, la técnica y el arte del pasado. ¿Cómo se puede concebir a un Prokofiev o un Shostakovich sin retomar la herencia del gran compositor del zarismo Piotr Ilich Tchaikovsky y a éste sin las grandes aportaciones musicales del barroco, los clásicos y los románticos? No se puede entender la gran música soviética sin comprender las aportaciones musicales de compositores influenciados por revoluciones burguesas como Bach, Handel o Beethoven o músicos aristócratas como Haydn o Mozart. Trotsky señala:
“Por supuesto, hay que saludar toda tentativa de aportar el mayor ritmo, sonido y color posibles a las fiestas populares, los mítines y las manifestaciones. Pero es preciso tener por lo menos algo de imaginación histórica para comprender que entre nuestra pobreza económica y cultural de hoy y el momento en que el arte se funda con la vida, es decir, aquel en que la vida alcance proporciones tales que sea modelada totalmente por el arte, llegará y desaparecerá más de una generación. Para bien o para mal, el arte de ‘oficio’ subsistirá todavía numerosos años y será instrumento de la educación artística y social de las masas, de su placer estético, no sólo por lo que se refiere a la pintura, sino también a la poesía lírica, la novela, la comedia, la tragedia, la escultura, la sinfonía. Rechazar el arte como medio de describir y de imaginar el conocimiento para oponernos al arte burgués contemplativo e impresionista de los últimos decenios significa arrebatar de las manos de la clase que construye una nueva sociedad una herramienta de la mayor importancia. Se nos dice que el arte no es un espejo, sino un martillo, que no refleja, sino que modela. Pero también hoy se enseña el manejo del martillo con la ayuda de un espejo, de una película sensible que registra todos los elementos del movimiento. La fotografía y la cinematografía, gracias a su fuerza descriptiva, se convierten en poderosos instrumentos de educación en el terreno del trabajo. Si no puede uno pasarse sin un espejo, incluso para afeitarse, ¿cómo vamos a construir o reconstruir la vida sin vernos en el ‘espejo’ de la literatura? Claro está que nadie piensa en exigir a la nueva literatura que tenga la impasibilidad de un espejo. Cuanto más profunda sea la literatura, tanto más querrá modelar la vida, tanto más capaz será de ‘pintar’ la vida de modo significativo y dinámico” (Trotsky, Sobre arte y cultura, Alianza Editorial, pp. 60-61).
Maiakovsky y el cine
No se pueden negar las grandes aportaciones de la Revolución rusa al cine; una de ellas es que es el primer Estado que le apoya desde su dirección. Esto se hizo incluso en el momento en que esta industria era controlada por el capital privado. Lunacharsky se apoyó en Maiakovsky para impulsar los primeros proyectos fílmicos de la revolución. Vladimir Maiakovsky fue un revolucionario que combatió al zarismo y apoyó a la Revolución bolchevique, y uno de los más grandes artistas que dio la revolución. Éste es más conocido por sus trabajos literarios, su incursión en el cine es, sin embargo, muy poco conocida.
Apoyándose en la empresa cinematográfica Neptuno y con un director gris como fue Nikandro Turkin, Maiakovsky escribiría guiones y actuaría en las películas soviéticas tales como No nació para el dinero (1918), basada en una obra de Jack London o La maestría y el obrero, Encadenada a la pantalla (Leyenda del cine) (1918). Uno de sus guiones llamado Al frente o Hacia el frente (1920) produjo una película de propaganda para el Ejército Rojo. También escribió Benz N° 22 (1922), libro cinematográfico, y produjo las revistas Kino Font y LEF (Levi Front Iskustv, Frente del arte de izquierda), que sería muy influyente en la que se publicaría algunos de los primeros artículos teóricos cinematográficos (incluyendo textos de Eisenstein y Dziga) y de la vanguardia artística.
El gran problema es que Maiakovsky fue muy avanzado, fue la primera vanguardia cinematográfica soviética en un momento donde el desarrollo del cine no lograba alcanzarlo. Varios de sus guiones no fueron realizados, pero dejaría huella e influiría con sus ideas futuristas en el cine, como en la película de ciencia ficción Aelita (1924) de Yákov Protazánov o en el movimiento de los kinoks de Vertov Dziga. Maiakovsky, en un poema en un estilo de manifiesto, dijo:
“Para vosotros, el cine es un espectáculo.
“Para mí, es casi una concepción del mundo.
“El cine es el vehículo del movimiento.
“El cine es el revulsivo de las literaturas.
“El cine es el destructor de la estética.
“El cine es la intrepidez.
“El cine es el deporte.
“El cine es el repartidor de las ideas.
“Pero el cine está enfermo.
“El capitalismo ha cegado sus ojos con un puñado de polvo de oro. Los hábiles empresarios lo llevan de la mano por las calles. Amasan dinero conmoviendo los corazones con argumentitos llorones.
“Eso debe terminar.
“El comunismo debe rescatar al cine de las manos de sus guardianes especuladores.
“El futurismo debe hacer que se evapore el agua estancada de la poltronería y la moral
“De lo contrario, sólo tendremos bailables importados de América o eternos ‘ojos lacrimosos’ de Moszhukin. De las dos la primera nos aburre.
“La segunda, mucho más” (En Eduardo de la Vega Alfaro, La vanguardia cinematográfica soviética 1918-1935, Conaculta-Cineteca Nacional, pp. 15-16).
León Trotsky polemizaría con la revista LEF y los futuristas, con quienes no coincidía en sus concepciones teóricas; aunque critica a Maiakovsky, lo estima como gran artista revolucionario.
“El Partido no tiene ni puede tener decisiones hechas sobre la versificación, la evolución del teatro, la renovación del lenguaje literario, el estilo arquitectónico, etcétera, de igual modo que en otros terrenos el Partido no tiene ni puede tener decisiones prefijadas sobre la mejor fertilización, la organización más correcta de transporte o las ametralladoras más perfectas. Por lo que toca a las ametralladoras, los transportes y los fertilizantes, hay que tomar decisiones prácticas inmediatamente. ¿Qué hace entonces el Partido? Asigna a algunos de sus miembros la tarea de estudiar y de resolver estos problemas, y controlar a estos miembros por los resultados prácticos de sus actividades. En el campo del arte, el problema es a un tiempo más simple y más complejo. Por lo que se refiere a la explotación política del arte o la prohibición de esa explotación por nuestros enemigos, el Partido tiene experiencia suficiente, perspicacia, decisión y recursos. Pero el desarrollo real del arte y la lucha por formas nuevas no forman parte de las tareas y preocupaciones del Partido. Este no encarga a nadie un trabajo semejante. Sin embargo, entre los problemas del arte, de la política, de la técnica y de la economía existen ciertos puntos de contacto. Estos son necesarios para determinar las relaciones recíprocas internas sobre esos problemas. De ellos, se ocupa el grupo Lef. Este grupo va dando tumbos, coge de aquí y de allá y, sea dicho sin ofenderle, exagera bastante en el campo teórico. ¿Pero no hemos exagerado en campos mucho más vitales? Además, ¿hemos tratado de corregir seriamente errores de aproximación teórico o de entusiasmo partidario en el trabajo práctico? No tenemos razón alguna para dudar que el grupo Lef se esfuerza seriamente por trabajar en interés del socialismo, que está profundamente interesado en los problemas del arte y que quiere ser guiado por criterios marxistas. ¿Por qué, pues, comenzar por romper en lugar de tratar de influir y de asimilar? La cuestión no radica en un sí o un no tajante. El Partido tiene mucho tiempo por delante para influir con cuidado y para escoger. ¿Tenemos acaso tantas fuerzas cualificadas como para permitirnos ser pródigos con esa ligereza? El centro de gravedad se halla, después de todo, no en la elaboración teórica e os pro lemas del arte nuevo, sino en la expresión artística ¿Cuál es la situación, por lo que respecta a la expresión artística del futurismo, de sus búsquedas y de sus realizaciones? Ahí encontramos aún menos razones para la precipitación y la intolerancia” (Trotsky, Sobre arte y cultura, pp. 60-61).
Dziga Vertov y los inicios del cine soviético
El Comisariado del Pueblo de Instrucción Pública creó en 1918, al estallar la guerra civil, el Kino-Komitet (Comité Cinematográfico), que tenía al Kino Nadelia (Cine Semana), el primer noticiero cinematográfico; en éste destacaría un joven músico y escritor que se convertiría en uno de los grandes directores del cine de la revolución: Vertrov Dziga. Se filmarían las noticias de la cotidianidad de la vida rusa, y después, de la guerra civil, con su Kino Pravda (Cine verdad) y documentales que se enviaban a las tropas del Ejército Rojo y a la población.
La industria fílmica estaba colapsada, se dio una guerra económica contra el naciente Estado obrero que impedía tener los materiales más mínimos para la producción, los estudios quedaron abandonados y en pésimo estado. Dziga Vertov narra las precarias condiciones:
“Teníamos un sótano en el centro de la ciudad. Era oscuro y húmedo, con un piso barroso en cuyos agujeros uno se caía a cada momento. Grandes ratas hambrientas corrían sobre nuestros pies. En algún sitio había una única ventana bajo el nivel de la calle; y bajo los pies, una corriente de agua proveniente de caños que goteaban. Uno debía tener cuidado de que la película no tocara nada sino la mesa para que no se mojara. Esta humedad impedía que nuestros rollos compaginados con tanto amor quedaran convenientemente pegados y herrumbraba nuestras tijeras y empalmaduras. No había que apoyarse en esa silla; la película estaba colgando allí, y esto sucedía en toda la habitación. Antes del anochecer, por la humedad y el frío castañeteaban los dientes. Envolví a la camarada Svilova con una tercera chaqueta. Era la última noche de trabajo, de modo que los dos nuevos números de Kino-pravda estarían listos a tiempo” (En Leyda Jay, Kino historia del cine ruso y soviético, Editorial Universitaria de Buenos Aires, pp. 193-194).
Fueron los jóvenes quienes asumían con gran entusiasmo las tareas de la revolución y esto pasaba en el frente de propaganda. Camarógrafos se iban a los distintos frentes de batalla y zonas del Estado y hacían filmaciones, éstas llegaban al centro donde Dziga montaba las películas. Las mismas debían tener un mensaje que contar y en base a ello se armaban los documentales. Este cine debería, ante todo, reflejar la realidad.
Dziga y su grupo, conocido como los kinoks, lanzaron el primer manifiesto de la historia del cine en 1919, que, ampliado, sería publicado en la revista LEF en 1922. En él se declaraba la guerra al cine de ficción y a la dramatización. Lo que se debía mostrar es la realidad. Dejó tras de sí un registro fílmico invaluable. Los kinoks, surgidos en plena guerra civil, declaraban la consigna “filmar o morir”. Surge el movimiento del Cine Ojo, en el cual se declaraba que el ojo humano era bastante imperfecto y la cámara podría suplir esa debilidad y mostrarnos el caos de los fenómenos visuales que llenan el espacio. La cámara debe liberarse de nuestro ojo alejándola de toda imitación. Retrospectivamente, podemos decir que algunas afirmaciones son exageradas; el mismo Dziga realizaría obras con efectos dramáticos, pero sus aportes al cine son muy grandes en el terreno del documental, los noticieros mismos y el inicio de la teorización del cine.
Dziga realizaría grandes obras fílmicas como El hombre de la cámara (1929), [note] www.youtube.com/watch?v=FUnTxoMl5k8 [/note] donde aparece la cotidianidad de Rusia y se ve cómo se hace la propia filmación con tomas en que el camarógrafo corre gran peligro. Chaplin dijo sobre Entusiasmo: Sinfonía de Donbras (1931), que Dziga era un músico y los profesores no debían criticarlo sino aprender de él, debido al enlace que hace entre la música y el montaje cinematográfico. Su gran nivel en el montaje se puede ver en Tres cantos para Lenin (1934), una gran película, pero sin la frescura de sus películas de los primeros años de la revolución, donde ya se muestra el culto a la personalidad que se impuso con el realismo socialista bajo el estalinismo.
Con la revolución de 1917 surgió el primer Estado que le dio una real importancia y creó la primera escuela de cinematografía de la historia en el mundo: el Instituto Pansoviético de Cinematografía, creado también por el comisariado que dirigía Lunacharsky. Un profesor de dicha universidad tendría un papel más que influyente y destacado, nos referimos a Lev Kuleshov.
Los bolcheviques abrazaron al cine dentro de su lucha, enviarían coloridos trenes, e incluso barcos, adaptados con salas de proyección a los más recónditos lugares de Rusia y serían recibidos entusiastamente por la población, que veía fascinada, por primera vez en sus vidas, esas imágenes en movimiento en las grandes pantallas. El arte y el cine se convertían en instrumentos emancipadores.
Con Dziga y Kuleshov surgirían dos de las principales corrientes de la vanguardia cinematográfica. Una tercera fue la Fábrica de Actores Excéntricos (FEKS), fundada en 1922, de la que destaca la pareja de directores de Grigori Kozíntsev y Leonid Trauberg, que dirigirían Las aventuras de Octubrina (1924). Una cuarta nacería desde el teatro del Prolekult con Eisenstein. Fuera de las tendencias establecidas, vimos a grandes directores como Esther Shub o Aleksandr Dovzhenko, un hijo de campesinos analfabetas que logró graduarse como maestro rural.
Serguei Mijáilovich Eisenstein
Las revoluciones producen choques violentos y cambios bruscos en las conciencias de las masas, pero también en las de los individuos concretos. La inteligentsia se vio sacudida. El caso del joven Serguei Mijáilovich Einseistein es muy ilustrativo. Él nació en Riga, Letonia, el 23 de enero de 1898. Su madre provenía de la alta burguesía, mientras que su padre, con raíces familiares alemanas, fue un destacado arquitecto durante el zarismo. El pequeño Mijaíl fue un niño tímido, obediente e incapaz de torturar una mosca o desbaratar un reloj. Fue muy sensible y desde pequeño se fascinó por la pintura, particularmente la de Da Vinci. Desde niño le gustó hacer dibujos e incluso haría alguna poesía. Pero su vida no se encaminaba hacia el arte, sino que seguiría los pasos de su padre al estudiar Ingeniería, orientándose a la arquitectura. Su vida se convertiría en su contrario con el triunfo de la revolución de 1917, cuando tenía 19 años. Se transformaría en un gran cineasta que mostró una personalidad muy distinta a la de su niñez y entorno burgués, haciendo filmes llenos de escenas apasionadas y violentas levantando la causa de la revolución proletaria.
Su juventud fue marcada por la turbulencia de la historia, tocándole ver los estragos de la guerra mundial, la farsa del gobierno provisional burgués y, con ilusión, la revolución bolchevique. Su entorno burgués se desmoronaba. Su padre se aliaría con la contrarrevolución blanca, pero Serguei se identificó con el proletariado, aunque siendo en un inicio más bien un espectador de esos grandes acontecimientos. La Revolución rusa rompió con su vieja vida y él se quedaría solo. Eisenstein se sumaría a la tarea del proletariado de reconstruir la sociedad, pero a su vez tenía que reconstruirse para él mismo una nueva vida.
Si Serguei hubiera vivido en una época de calma, seguramente no se hubiera convertido en uno de los grandes artistas de la historia; posiblemente hubiera sido un profesionista con una vida cómoda y monótona; algunas aportaciones podría haber dado a la arquitectura, pero sin duda su creatividad se hubiera visto coartada. Fueron esos acontecimientos históricos en que vivió los que marcaron su camino, hasta cierto punto, independientemente de él mismo.
“Una mañana, al llegar a su clase en la Universidad, Serguei Eisenstein descubrió que sus veneradas dependencias estaban en agitación. Todos los estudiantes parecían estar en los corredores, formando grupos y dedicándose a sus propios asuntos. Abriéndose paso entre la multitud, Serguei Mijailovich buscó su clase. Cuando encontró a sus compañeros, éstos ya habían votado ingresar al Ejército Rojo para defender Petrogrado. A pesar de toda su confusión, a Serguei nunca se le ocurrió separarse de sus camaradas. No podía colocarse contra la Revolución. Aunque no tenía claras opiniones políticas, sabía que debía estar del lado del pueblo” (Marie Seton, Sergei M. Eisenstein una biografía, Fondo de Cultura Económica, p. 38).
Del Ejército Rojo al teatro
Se suele decir que es la falta de pan lo que genera una revolución, pero después de la toma del poder de los trabajadores el pan escaseo aún más. El papel de las masas y sus dirigentes fue heroico. Lucharon en contra del viejo régimen y sistema que se trataba de reinstaurar, heredando la decadencia del pasado, y defendieron su revolución porque por primera vez se ponían los intereses colectivos de las amplias masas de obreros y campesinos como prioridad. Los individuos se subordinaron a una tarea histórica mayor.
Eisenstein, al reclutarse en el Ejército Rojo junto con otros estudiantes, pasó a ocupar tareas que requerían mayores cualidades técnicas, como la edificación de trincheras, pero la necesidad de propagandistas lo llevó pronto a convertirse en elaborador y diseñador de las pancartas, y a decorar trenes de agitación que debían no sólo expresar las ideas del Ejército Rojo y la revolución con palabras, sino mostrarlas gráficamente. Eisenstein empieza a usar las imágenes como lenguaje para comunicarse con las masas.
La economía ya estaba devastada por el zarismo, la guerra imperialista y la ineptitud del gobierno provisional burgués, pero esta devastación se acentuó con la guerra civil. Cuando fue posible, los bolcheviques desmovilizaron a los estudiantes para que estos regresaran a sus escuelas y se ocuparan en tareas primordiales, como la reconstrucción de la economía.
En su paso por el Ejército Rojo, Eisenstein se apasiona con el estudio del japonés, y al ser desmovilizado prefiere ir a Moscú a estudiar esa lengua, dejando de lado sus estudios de ingeniería. Es el otoño de 1920. El futuro director de cine en su vida conseguiría hablar 9 idiomas. El japonés es una lengua muy gráfica y es significativo que le haya levantado esa pasión. Pero en un periodo tan turbulento incluso esa orientación de estudio no se concretó y su vida tomaría otro rumbo.
Serguei, esperando a que se abriera su curso, pasó penumbras; no tenía un salario, tampoco un techo donde vivir y se le dificultaba incluso conseguir un poco de alimento; no conocía a nadie en esa gran ciudad. Era el periodo de la hambruna.
El accidente juega un papel en la historia y fue de forma casual que Eisenstein encontró a un viejo conocido, muy probablemente a su amigo de infancia Maxim Shtrauj, a quien observó a lo lejos por varios días hasta que finalmente se acercó a él, reconociéndose. Este encuentro le cambiaría la vida. Pudo conseguir un techo donde dormir y un poco de pan. Shtrauj pertenecía al Proletkult y mientras abrían su curso en la universidad, al cual nunca ingresaría, Serguei ayudaría a pintar las escenografías de las obras teatrales.
El Proletkult fue uno de los más importantes grupos de artistas creados con la revolución, que buscaba llevar la cultura a los obreros, animándolos también a hacer arte. Eisenstein fue devorado por esta agrupación, entrando a una vorágine de actividad rodeado de gente animada con la creatividad que la revolución había hecho explotar. Una revolución es una gran fuente de inspiración. Estos jóvenes podían tener hambre, pero su hambre de creación y de aportar a la construcción de la nueva sociedad socialista era aún mayor.
Su experiencia haciendo mantas y decorando trenes en el Ejército Rojo le ayudó ahora en la escenografía teatral. Eisenstein iniciaría su participación en el teatro en la obra El mexicano, basada en un cuento de Jack London que habla de un grupo del Partido Liberal Mexicano que dirigirían los hermanos Flores Magón. Participaría también en las obras El precipicio, Macbeth, Una buena relación con los caballos, Niños ladrones, Phèdre y La fenomenal tragedia de Phetra.
Desde que empezó a trabajar en las escenografías y vestuarios se notaban sus ideas revolucionarias e innovadoras, aunque no siempre los proyectos se concretaron. Eisenstein asumiría un papel de codirector y después de director. Dejando por un breve periodo el Proletkult, ingresaría a la compañía de teatro de Vsevolod Meyerhold, una de las más destacadas figuras del teatro y un influyente teórico de este arte, quien estableció la técnica de la Biomécanica (que Einsenstein retomó), que exige un gran entrenamiento físico del actor para que pueda cubrir las difíciles necesidades de la obra. Existe una foto de este dramaturgo, que le regalaría años después a Serguei, que tiene esta dedicatoria: “Me siento orgulloso del alumno, que ya se convirtió en maestro. Amo al maestro que ya ha creado una escuela. A este alumno, a este maestro, a S. Eisenstein, mi admiración, Moscú, 22-IV, 1936, V Meyerhold” (Eisnstein, YO memorias inmortales, vol. 1, sección de fotos). Meyerhold, durante el periodo del estalinismo, sucumbiría bajo la represión de la burocracia, siendo asesinada por ésta en 1940.
En ese periodo, un actor conocido como Grisha y llamado Grigory Alexandrov, robó a Serguei su pan, generando con él una pelea, hasta que el primero cedió y dijo que llevaba dos días sin comer, y el segundo, que había comido el día anterior. Finalmente regaló lo que quedaba del pan. De ahí nacería una gran amistad y una creativa colaboración.
Eisenstein regresaría al Proletkult como director y el atlético Alexandrov lo acompañaría. El teatro ruso, antes de la revolución, era un arte para las élites. En la búsqueda por convertirlo en arte proletario, Serguei retomó un viejo gusto por el circo y desarrolló el teatro acrobático. El circo estaba mucho más cercano al pueblo que el teatro clásico.
La necesidad de teorizar lo que se hacía, y en medio de la gran revolución inspirada en las ideas de Marx y Engels, hace que Eisenstein llegue a las ideas de la dialéctica, que de hecho inconscientemente ya aplica, y que lejos de coartar la creatividad, la desarrollan:
“Con la ayuda de Pavlov, de Freud, de una temporada con Meyerhold, consigo atrapar en forma desordenada y febril algunos de los misterios de este nuevo campo. Muchas lecturas y los primeros pasos independientes en el trabajo decorativo y escénico del Teatro Proletkult marcan esta lucha singular contra los molinos del misticismo, erigidos por las manos solícitas de serviles sicofantes en los caminos hacia los métodos del arte contra quienes procuran penetrar con sentido común en los secretos del arte.
“La empresa resulta ser menos quijotesca de lo que al comienzo parece ser. Las aspas de los molinos se rompen y uno percibe en esta región la misma dialéctica que está en la base de todos los fenómenos y todos los procesos.
“En esa época he sido por disposición interna un materialista, durante mucho tiempo.
“Y ahora en esta etapa descubro inesperadamente la relación existente entre las cosas que encuentro en mi trabajo analítico y lo que sucede en mi derredor.
“Mis alumnos en arte para mi gran sorpresa, repentinamente me puntualizan que en el terreno del arte estoy siguiendo el mismo método que en el aula vecina sigue el instructor en ciencias políticas y cuestiones sociales.
“Eso es suficiente para poner en mi mesa de trabajo las obras de los materialistas dialécticos en lugar de las obras sobre estética.
“El año decisivo es 1922: hace una década.
“El ensayo de búsqueda personal en una rama particular de la actividad humana queda combinado con la investigación filosófica de los fenómenos sociales, tal como es señalada por los fundadores del marxismo.
“Pero no me detengo allí. Y la revolución por medio de la obra de aquellos genios, ingresa a mi obra en una forma totalmente distinta.
“Mi vinculación con la revolución se convierte en asunto de sangre y de huesos y de convicción interna” (En Seton, Sergei M. Eisenstein…, 455-456).
La llegada al Cine
Su primera incursión en el cine la tiene a los 24 años, con un cortometraje llamado El diario de Glumov (1923), basado en la obra teatral El sabio, de Alexander Ostrowski, aflorando nuevamente su pasión, reprimida en la infancia, por los payasos de circo. Es una película poco clara, va tan rápido que el espectador no alcanza a captar todo lo que se quiere decir. Sergei cuenta cómo es nombrado asistente de Dziga Vertov: ‘‘Pero después de observar cómo filmamos nuestras primeras dos o tres tomas, Vertov nos consideró como un caso perdido y nos abandonó a nuestro destino” (En Leyda Jay, Kino…, p. 199).
https://www.youtube.com/watch?v=CFDbzUoQ76w&t=56s
Eisenstein piensa en algún momento que el arte debía ser destruido porque se convertía en un distractor de los problemas reales del obrero. La forma de destruir el arte era mostrar la realidad misma. Fue aquí que nace uno de sus más grandes fracasos, la obra Máscaras de gas, que buscaba mostrar la realidad con obreros reales como actores y presentándola en la fábrica misma. En su ensayo “Del teatro al cine”, Eisenstein dice:
“En medio de los valores plásticos de la fábrica real, los accesorios de teatro producían una impresión ridícula. El elemento ‘espectáculo’ era incompatible con el olor pestilente del gas. La miserable escena se perdía entre las escenas verdaderas de la actividad obrera. En definitiva, fue un fiasco y volvimos a encontrarnos de vuelta en el cine”. (En Serguéi M. Eisenstein, Cuadernos de la Cineteca, Conaculta-Cineteca Nacional).
Eisenstein ayudó a la cineasta Esther Shub a editar para Rusia la película Dr. Mabuse (1922), de Fritz Lang, que ahí se llamaría Divina decadencia.
El lenguaje cinematográfico
El gran desarrollo industrial conseguido con el capitalismo en el siglo XIX dio nacimiento al cine. A finales de ese siglo se habían descubierto diversos aparatos que daban una impresión de movimiento de la imagen. Los dos más famosos e influyentes son el kinetoscopio y el cinematógrafo. El primero fue inventado por Thomas Alva Edison, en Estados Unidos, y tuvo la singularidad de valerse, a diferencia de otros inventos, de la imagen fotográfica. Las filmaciones que se hicieron para este aparato eran pequeñas escenas de acciones concretas, como una pareja dándose un beso, gente bailando, una mujer bañando a un bebé, un violinista tocando, o un par de boxeadores peleando. El kinetoscopio se convirtió en un invento popular y se comercializó en 1984, pero tenía la limitante de que mostraba las imágenes a un espectador individual que depositaba una moneda en un aparato.
https://www.youtube.com/watch?v=nRiUkfk6gL0
En Francia, los hermanos Lumière inventaron el cinematógrafo, que permitía filmar, revelar y proyectar imágenes que también daban una ilusión de movimiento. En 1895, comenzaron a hacerse las primeras funciones de cine, en el sentido que un grupo de gente se juntaba frente a una pantalla a ver dichas imágenes. El efecto social de esto se puede describir en la conocida anécdota de que en esas funciones la gente se levantaba de su asiento al ver venir de frente a un tren. Eso muestra cómo las imágenes del cine pueden mover pasiones en los espectadores. La primera película de la historia consiste en ver salir a los obreros de una fábrica. Los filmes de los Lumière eran cortos mostrando escenas con acciones concretas. Esto se debía a una cuestión técnica, pues los primeros rollos de película duraban poco más de 50 segundos. En realidad, el nacimiento del cine surge como una rareza de circo que inicialmente ni siquiera contaba historias, por muy pequeñas que estas fueran, aunque éste tuvo su evolución; en las películas de los hermanos Lumière aparecen ya algunas pequeñas narraciones, como El regador regado (1895).
https://www.youtube.com/watch?v=4nj0vEO4Q6s
Alice Guy inicia rodajes de películas, siendo posiblemente la pionera del cine, aunque por muchos años olvidada. En Francia también vimos a Georges Méliès; un hombre de teatro hacer rodajes fantásticos que hasta nuestras fechas se mantienen en la memoria colectiva, como lo es su Viaje a la Luna (1902).
https://www.youtube.com/watch?v=_FrdVdKlxUk&t=5s
Si en las películas de Edison o los Lumière veíamos un zoom o una perspectiva, fue más por un accidente que por una acción consciente. Es en Brighton, Inglaterra, donde personajes como James Williamson y George Albert Smith, desarrollan, entre 1901 y 1909, técnicas que hasta la fecha se utilizan en la cinematografía. Aquí la cámara deja de ser fija y adquiere movimiento (traveling), descubriendo con ello el colse up (Ver La lupa de la abuela). Se comienza a usar también la cámara como si fuera el punto de vista de algún personaje u objeto (con Méliès la cámara siempre ocupa el lugar del espectador) y empezamos a ver escenas diferentes que trascurren de manera simultánea, mientras que en el pasado sólo habíamos visto escenas progresivas individuales; también aparecen escenas que cambian de un plano a otro (overlap). El lenguaje aquí es más claro que con Méliès, que manejaba muchos cuadros abiertos donde cuesta trabajo apreciar los detalles principales de la narración.
En EEUU, por su parte, usarían esos mismos elementos para rodar películas de más larga duración, como El asalto y robo de un tren (1903), de Edwin S. Porter, que dura casi 11 minutos, siendo el primer western.
https://www.youtube.com/watch?v=QPylDE7Rc-I
En los Estados Unidos donde, a partir de un proceso acumulativo, se da un salto naciendo de manera plena el lenguaje cinematográfico, ¿de qué forma? Con largometrajes que conjuntaban de forma creativa los elementos desarrollados en el periodo anterior, haciendo de la edición el elemento de narración. La historia nos dio en David Wark Griffith, un burgués de Kentucky, al padre del lenguaje cinematográfico. Su obra maestra es El nacimiento de una nación (1915), un verdadero largometraje con más de 3 horas de duración. Una película racista y clasista que enaltece a los blancos esclavistas sureños. De igual forma que un cumulo de palabras, por sí solo, no hacen poesía, pero acomodadas de cierta forma pueden expresar ideas e incluso sentimientos de una forma creativa, las imágenes también se pueden usar de forma narrativa y artística.
Así como existen reglas sintácticas en la escritura, Griffith desarrolla reglas similares en el cine, haciendo de éste un lenguaje universal. Una toma puede ser como una letra, mientras que un plano con movimiento de cámara da una palabra, donde las herramientas de edición jugarían el papel de signos de puntuación, siendo estos los elementos de la frase cinematográfica. En ese punto se encontraba el lenguaje cinematográfico cuando la revolución rusa triunfó.
El cine soviético y el montaje
La revolución rusa aceptaba los cambios, el pensamiento dialectico permeaba y mostraba que era posible las transformaciones a pesar de los obstáculos, todo esto tendría un efecto en el desarrollo del lenguaje cinematográfico, revolucionándolo. La aportación más importante que el cine nacido con la revolución rusa daría al mundo es el desarrollo pleno del montaje, que si omitimos el sonido, el color y las imágenes en 3D, es el último gran aporte al lenguaje cinematográfico a nivel mundial, usado hasta el día de hoy. Antes del cine soviético veíamos embrionariamente elementos del montaje, pero son los soviéticos quienes lo desarrollarán plenamente no sólo en el terreno práctico sino también en el teórico pasando de lo simple a lo complejo.
El montaje consiste en ordenar los distintos planos, aparentemente disociados entre sí, pero que unidos de una forma concreta determinan un sentido y generan un efecto dramático determinado. El llamado efecto Kuleshov nos permite entender esto de forma más clara. Si nosotros ponemos un primer plano con una persona seria y otro plano con esa misma persona sonriendo, podemos intercalar en medio un plano distinto, por ejemplo una joven descendiendo de un tren o un bebé durmiendo o unos obreros poniendo banderas rojas en la puerta de una fábrica. En cada caso tendremos un mensaje y efecto distinto en el espectador.
La historia le atribuye a Kuleshov la creación del montaje. Alfred Hitchcock, por ejemplo, habla del gran impacto que para él ha significado este teórico del cine. Lev Kuleshov ya trabajaba en cine antes de la revolución, como guionista y maquillista. Creó, dentro del Instituto Pansoviético de Cinematografía, su laboratorio experimental, donde analizó desde lo más básico el montaje y otros elementos cinematográficos. Debido al bloqueo, Kuleshov tiene que dar sus clases sin materia para hacer cine, basándose sólo en la teória.
Él habló de su teoría del montaje quizás desde 1921 y escribió al respecto en 1922. El artista social revolucionario Victor B. Shislovsky dijo: “Kuleshov, al ver el efecto del montaje, lo registró y lo explicó, y por esta razón este efecto, en justicia, lleva su nombre. Traduciendo al lenguaje del cine que se formó más tarde, significa que el sentido de la expresión cinematográfica depende del enfrentamiento de los fragmentos” (En Víctor B. Shislovsky, Eisenstein, Ediciones ICAIC, p. 168).
Había un elemento material que fomentó el desarrollo del montaje. Hacía falta en Rusia película virgen, lo que obligaba a usar creativamente materiales fílmicos almacenados en los laboratorios.
No se puede comprender el descubrimiento del montaje sin ese actuar creativo colectivo que surgió con la revolución. Esos elementos de montaje ya fueron usados en el teatro por el mismo Eisenstein con su montaje de atracciones o en la televisión soviética, como lo es la sección de noticias con Eduard Tissé, futuro cercano colaborador de Eisenstein, o en el Cine-Ojo de Vertov Dziga.
La huelga
Al terminar la guerra civil, la revolución pudo brindar más apoyo al desarrollo artístico. Fue cuando Lenin, en febrero de 1922, dice su famosa frase: “De todas las artes, el cine es para nosotros la más importante. El cine debe ser y será el principal instrumento de cultura del proletariado”. En otro momento diría: “Si el pan sirve para alimentar el cuerpo, el arte teatral y cinematográfico deben convertirse en el alimento del espíritu, porque el pueblo tiene derecho a contar con un arte cuya sustancia sea una constante búsqueda de la verdad y la belleza” (En De la Vega, Vanguardia cinematográfica soviética…, pp. 15-16).
Trotsky coincidiría en esa apreciación y señaló: “En este campo [el de los medios de satisfacción y educación colectiva], el instrumento más importante, el que supera de lejos a todos los demás es, sin duda, el cine. Esta invención desconcertante en materia de espectáculos ha entrado en la vida de los hombres con una rapidez fulminante” (Trotsky, Problemas…, p. 125).
El año 1924 es muy importante para la historia del cine soviético: aparecerá el más importante filme de Lev Kulechov, Mr. West en el país de los bolcheviques (1924), también Aelita (1924), de Yákov Protazánov, Las aventuras de Octubrina (1924), de Kozintzev y Trauberg, y los kinoks, con Dziga, seguían produciendo filmes de propaganda de gran interés, incluyendo animaciones. Eisenstein empieza su carrera como cineasta coincidiendo con el inicio del mejor periodo fílmico del cine de la revolución y superando en calidad, con su primera película, a muchos de los cineastas que iniciaron su carrera previa a él.
En ese año, 1924, un joven pianista se ganaba la vida tocando en las funciones de películas mudas en un viejo y húmedo cine. En ocasiones, Dimitri Shostakovich, como se llamaba, profundizaba tanto en la música que empezaba a improvisar sin importar la película; hasta que alguien del público se quejaba regresaba a tocar en base a la proyección. En otros momentos dejaba de tocar para reírse a carcajadas en medio de la película. Eso puede explicar por qué no duró mucho en ese empleo. Fue en ese tiempo que compuso su Sinfonía N° 1 en Fa menor (1925) el que sería el más grande compositor soviético. Su participación en el cine no se quedaría ahí y colaboraría ampliamente componiendo música para cerca de 40 películas entre el año 1929 y 1971.
En aquél tiempo, Proletkult había ideado una serie de filmes titulados Hacia la dictadura del proletariado, que consistiría en 7 películas, pero de las cuales sólo se realizaría una, la primera gran obra cinematográfica de Eisenstein: La huelga (1924). El primer largometraje de Eisenstein es de los menos conocidos, pero no por eso es una obra menor. Según Jay Leyda, un crítico estadounidense, “con La huelga termina el periodo de introducción del cine soviético y empieza el de los logros y los éxitos” (En Emilio García Riera, “La huelga”, en Serguéi M. Eisenstein, compilación de Eduardo Alfaro de la Vega).
El fotógrafo de esta película sería Eduard Tissé, que desde entonces muestra su genio, al que se le puede encontrar desde los inicios del cine soviético. Tenía una sección de noticias sobre el Ejército Rojo que se proyectaban en los trenes de propaganda. Desde La huelga, filmaría todas las películas de Eisenstein, aunque de la segunda parte de Iván el terrible sólo de forma parcial.
La huelga tiene la intención de llevar las ideas del marxismo al cine. Aparece por primera vez el protagonista favorito de Eisenstein: la masa. “La organización es la fuerza de la clase obrera ―sin organización de las masas el proletariado está anulado― la organización es la unidad de acción, la unidad de la intervención práctica” (Eisenstein, La huelga, Goskino y Proletkult, F en B/N, 82 min). Esa frase de Lenin, escrita en 1907, se pone como preámbulo al inicio de la película.
Lenin dijo en alguna ocasión que una huelga puede ser una especie de revolución en pequeño. La película muestra el desarrollo de consciencia de la clase obrera. La fábrica está en calma, pero ya hay agitadores que clandestinamente realizan trabajo. Hay infiltrados de la empresa que se comparan con animales como un mono, un búho, una zorra o un buldog, mostrados con una técnica de sobreimpresión de imágenes. Hay provocaciones de los patrones, hacen desaparecer un micrómetro y culpan a uno de los activistas, quien no puede pagar la costosa herramienta con su miserable trabajo, y para mantener su dignidad se suicida dejando una nota a sus compañeros señalando su inocencia. Trotsky dijo que existe un proceso molecular en la toma de consciencia, donde basta un accidente para sacar a flote todas las tensiones contenidas. La muerte de su compañero es el detonante para el estallido de la huelga. En una parte de la cinta se recuerda el poder del proletariado, que sin su permiso no hay producción. “¡No abras la puerta! ¡Nadie entra y nadie sale!” (…) “Sin nuestro trabajo las maquinas se pararán, la fábrica morirá. La fuerza está con nosotros, somos los más fuertes, estamos unidos en la lucha contra el capital” (Ibid).
https://www.youtube.com/watch?v=grnZWbXGsQA
En el desarrollo de la cinta se muestra la vida cotidiana del obrero que sufre para mantener su lucha en medio de presiones y hambre; en contraste, la de los burgueses está llena de lujos y excesos. El Estado se pone al servicio de la clase capitalista y ataca a los obreros que resisten. El lumpenproletario es usado como herramienta de choque contra los obreros. La historia es heroica pero trágica, el zarismo combatió con tremenda dureza a la clase obrera. Las fuerzas estatales atacan al barrio obrero en una escena que anticipa la masacre de Odesa de El acorazado Potemkin (1925). Los obreros son tratados como reces en un matadero. La Revolución rusa ya había demostrado que la clase obrera podía vencer, pero Eisenstein quiere recordar que en el camino al triunfo hay heridas en el cuerpo del obrero que son inolvidables y dejaron sus huellas en diversas huelgas y luchas obreras. En la última parte de la película hace un llamado al proletario a no olvidar.
El acorazado Potemkin: El nacimiento del genio cinematográfico
Los primeros años de embrionario trabajo fílmico mostraban ya madurez a mediados de los años veinte, y fue en 1925 que se creó una gran obra de arte de la cinematografía. En nuestro tiempo, donde hay grandes avances técnicos parecería aburrido mirar una película muda, en blanco y negro, sobre un acontecimiento ocurrido en un lejano país hace más de cien años. El lector puede olvidar todas las películas que aquí mencionamos, pero lo invitamos a ver El acorazado Potemkin (1925), pensamos no se decepcionará. Eisenstein logra un lenguaje universal apasionante que impactaría al mundo y hoy mismo lo sigue haciendo.
El acorazado Potemkin se basa en un guion realizado por Nina Agadzhanova, que trataría de abarcar el conjunto de la revolución de 1905 en distintas locaciones donde los sucesos tuvieron lugar. Después de las primeras tomas, ese proyecto fue desechado, algunos dicen que era un guion irrealizable, y se acordó basarse en un solo episodio, el motín del acorazado y la masacre en Odessa.
¿Quién es el protagonista de El acorazado Potemkin? Son las masas en acción. Pero además los actores eran obreros o marineros en su vida normal, lo que le da una impresión de mayor realismo. Esto fue a lo que Eisenstein llamó tipificación, es decir que un actor juega el mismo rol que en la vida real.
El acorazado Potemkin es la obra mejor lograda de Eisenstein. En ese tiempo, el que se convertiría en el más grande director del cine soviético, y vanguardia de la vanguardia artística rusa, estaba completamente comprometido con la causa de la revolución socialista y ponía su arte al servicio de la misma. El individuo y el proceso eran uno solo. Ese mismo espíritu reinaba entre su equipo y los actores. Este filme es obra misma del proceso surgido del octubre de 1917 y sería inconcebible sin la revolución. Si hoy sigue apasionando a quien lo ve es porque existe una identificación en un mundo que requiere de la acción consciente de las masas en su lucha por una sociedad justa y sin explotación.
La película inicia con una cita de León Trotsky, que bajo el estalinismo sería censurada, y que bien puede aplicarse al miso Serguei:
“El espíritu de la revolución planeó sobre la revolución rusa. Un misterioso proceso estaba ocurriendo en multitud de corazones. La personalidad individual, sin apenas tiempo de tomar conciencia de sí misma, se disuelve en el grupo y éste se disuelve en el movimiento revolucionario” (Eisenstein, El Acorazado Potemkin, Goskino, F en B/N, 77min).
En las escaleras de Oddesa Serguei decidió recrear el pogromo perpetuado en esa ciudad en 1905. Encontró bocetos hechos por un dibujante francés sobre estos sangrientos hechos y habló con sobrevivientes de ese ataque del ejército y las Centurias Negras.
El cine soviético había adquirido plena madurez y El acorazado no vino solo; poco tiempo después sería proyectada La madre (1926), [note]www.youtube.com/watch?v=U-6qocfMG1w[/note] de Vsevolod Pudovkin, el mejor alumno de Lev Kuleshov. Este filme, basado en el clásico libro de Máximo Gorki, sería otro gran éxito cinematográfico. Mientras que con Eisenstein teníamos a las masas en acción, con Pudovkin la revolución se personificaba en la madre y su hijo. Se inició una competencia entre ambos personajes, que defendían conceptos distintos de montaje, pero que se manifestó en un choque de personalidades, al grado que cada uno compraría un perro al que le pondría el nombre de su rival.
El acorazado Potemkin mostró al mundo que la Revolución rusa podía estar a la vanguardia no sólo en la justicia social sino en muchas más áreas, como el arte. De la noche a la mañana, contando con 27 años de edad, Serguei se convirtió en una figura destacada del arte con impacto internacional. Su éxito público contrastaba con su personalidad solitaria y retraída.
El ascenso de la burocracia
El ocaso del cine y el arte soviéticos está íntimamente ligado al proceso de degeneración burocrática del Estado obrero. Lenin, en la última etapa de su vida, da una lucha en contra del ascenso de la burocracia haciendo un frente único con Trotsky, este proceso se acelera con la lucha fraccional abierta con su muerte en 1924. Stalin era el verdadero representante de la burocracia. Trotsky apelaría a la organización de la clase obrera para luchar contra el burocratismo, conformando una fracción a la que se denominarían los Bolcheviques-Leninistas, conocida también como la Oposición de Izquierda. El resultado de esta lucha no estaría determinado por la lucidez de los dirigentes de las distintas fracciones, sino por la correlación de fuerzas que favoreció al ala burocrática.
La revolución fue posible gracias a la alianza de obreros y campesinos, pero los segundos necesitaban de mercancías baratas provenientes de la ciudad. La débil industria no permitía el abasto necesario. En 1917, la clase obrera industrial equivalía a sólo el 10% de la población; con la guerra civil la industria no aumentó sino que se retrajo. Además, había que abastecer a las tropas que defendían al Estado obrero. El campesinado, antes aliado, comenzó en sus capas superiores a oponerse a la revolución. Con Lenin, se tuvieron que dar algunos pasos atrás y permitir que los campesinos acapararan individualmente granos permitiendo cierto comercio capitalista que permitiera mantener la producción agrícola y en última instancia desarrollar la industria bajo una economía planificada. Lenin siempre defendió la necesidad de tomar medidas de control obrero frente a estos retrocesos.
En medio de la disputa interna, la dirección del Partido formada por la alianza Stalin-Bujarin se apoyó en los kulaks, el sector rico del campesinado, y planteó la consigna “enriqueceros”. La Oposición de Izquierda defendía un plan de industrialización basado en planes quinquenales, se opuso a la política de la dirección del Partido y defendió la colectivización paulatina del campo en base a una campaña de convencimiento. En 1925, Stalin impulsó medidas de desnacionalización de la tierra. En ese año, Eisenstein, en medio de su competencia con Pudovkin, iniciaría un nuevo proyecto fílmico sobre el campo ruso llamado La línea general, con una posición más cercana a la Oposición de Izquierda.
Los individuos, al hacer la historia, ponen su sello sobre la misma, pero fueron causas objetivas las que llevaron a la degeneración del Estado obrero. La política de la dirección del Partido en el terreno internacional llevó a apoyar alas de la burguesía, supuestamente progresista, y sectores de derecha del movimiento sindical, llevando derrotas revolucionarias en Gran Bretaña y China, profundizando el aislamiento de la revolución. Esto tuvo un enorme costo. El movimiento obrero internacional fue capaz de evitar que la revolución fuera aplastada, pero no de tomar el poder en sus propios países, debido en gran medida a la traición de las direcciones socialdemócratas. Estas derrotas fortalecían a la burocracia y debilitaban al ala revolucionaria. Las masas estaban agotadas y entraron en reflujo, y aunque simpatizaban con las ideas de la Oposición de Izquierda de Trotsky y esta mantenía la dirección de las fábricas más grandes de Rusia, finalmente no dieron la batalla que evitara el ascenso de la burocracia
Como predijo la Oposición de Izquierda, el campesinado enriquecido se convirtió en una fuerza considerable, que amenazaba con la restauración capitalista, boicoteando al Estado obrero con el acaparamiento de granos, que llevó a situación de hambruna. Stalin dio un giro en su política y planteó la liquidación del kulak, a la par que sus seguidores, que tenían el control del aparato, usaron éste para expulsar a la Oposición de Izquierda del Partido en 1927, sin que se permitiera un debate democrático. Cuando Eisenstein culminaba su filme sobre el campo, la política del Partido había cambiado y éste fue modificado por los estalinistas. En 1930, Stalin impulsaría la colectivización forzosa del campo, sin importar que los productores fueran grandes o medios, generando una reacción del campesinado, que asesinó su ganado y se negó a sembrar, llevando a una crisis agraria de la cual nunca se recuperaría la URSS.
Eisenstein inició en 1926 el rodaje de La línea general sobre el campo ruso, pero el nuevo proyecto de Pudovkin y el grupo cinematográfico Mezhrapom fue hacer un filme para conmemorar los 10 años de la revolución, que se llamaría El fin de San Petesburgo (1927). Fue cuando la compañía donde trabajaba Eisensten, Sovkino, se dio cuenta de su error. Se interrumpió el rodaje de La línea general, iniciando un proyecto conmemorando el aniversario de la revolución.
El proceso de burocratización del Estado fue paulatino y en 1925-26 se encontraba en sus primeras etapas. La burocracia no se había consolidado en el poder y éste lo mantenía en medio de las batallas fraccionales. En 1926, se hace una exposición titulada Vida y costumbres de los pueblos de la URSS, que sería posiblemente la primer expresión del realismo socialista, línea artística oficial de la burocracia en el poder. Por otro lado, era un hecho que la clase obrera no sólo había tomado el poder, sino también sobrevivido a la ofensiva sangrienta de los imperialistas. La revolución se acercaba a su décimo aniversario y éste era motivo de júbilo y celebración. Una obra de teatro llamada Diez años tomó como escenario al Palacio de Invierno, pero en el lado opuesto del Rio Neva, de tal forma que los trabajadores de San Petesburgo se colocaron llenando un kilómetro y medio de la calle para apreciar el espectáculo.
Octubre
La ciudad de San Petesburgo, que incluyó al Palacio de Invierno, se puso a disposición de Eisenstein, al igual que miles de actores, dentro de los que había revolucionarios que participaron en los gloriosos acontecimientos cuando la clase obrera tomó el cielo por asalto. Hoy es una idea aceptada que Octubre (1928) es una de las mejores o quizás la mejor película realizada sobre la revolución de 1917. Pero en su tiempo Octubre fue un fracaso dentro de Rusia, mientras que El fin de San Petesburgo de Pudovkin fue ovacionado. La fracción mayoritaria del Partido, dirigida por Stalin, condenó la película de Eisenstein y ésta tuvo que ser reeditada teniendo un retraso en su exhibición, apareciendo hasta marzo de 1928.
Eisenstein decidió basarse en el libro de John Reed, los Diez días que conmovieron al mundo para su filme celebratorio de la revolución de 1917. Lenin había dicho: “Quisiera que este libro fuese distribuido por millones de ejemplares y traducido a todas las lenguas, ya que ofrece un cuadro exacto y extraordinariamente útil de acontecimientos que tan grande importancia tienen para comprender lo que es la revolución proletaria, lo que es la dictadura del proletariado” (Vladimir Lenin, prefacio a Diez Díaz que conmovieron al mundo, de John Reed, Brigada para leer en libertad, p. 5). Basta dar un dato para ejemplificar el real papel de algunos personajes en la historia de la Revolución rusa: este libro menciona sólo 2 veces el nombre de Stalin y 61 veces el de Trotsky, por eso, contrario a lo que Lenin pensaba, bajo el estalinismo sería una obra prohibida y después sería reescrita la historia de la revolución poniendo a Stalin en un papel que nunca jugó.
Trotsky apenas si aparece en Octubre. Esto no cuadra entre los espectadores rusos de 1928, pues era claro en ese entonces el papel jugado por quien dirigiera en 1917 el Comité Militar Revolucionario y encabezara la toma del poder. Debido a la censura de la burocracia, una tercera parte de la película fue cortada para eliminar de la historia a León Trotsky. Pese a ello, sigue siendo una obra de gran valor artístico y reflejó muchos pasajes y aspectos del convulsivo 1917 ruso.
Al otro lado del mundo, en México, el comunista cubano Julio Antonio Mella haría un artículo elogiando Octubre. La describe así:
“Es la vida, es la multitud. Son los ejércitos, las fábricas con el poema de sus máquinas, los bosques de bayonetas desfilando por las calles. Las ametralladoras subidas a las tribunas de las barricadas hablando su elocuente y definitivo lenguaje. Todo lo que es la revolución, sin literatura alguna, con su desnuda belleza, está allí fiel, exactamente interpretado. La huelga que estalla el traidor de siempre, la ira cómoda del burgués, los “defensores del orden”, los esquiroles, están en la film como están en la vida diaria. También surgen los personajes célebres: el histérico y teatral Kerensky; el recio Lenin hablando en la tribuna como un “martillo que piensa”, según la frase de Gorki; el nervioso agitador Trotsky, actuando como un dinamo humano; el pacifico y tranquilo Zinovief; el ecuánime Kamenev, todas pasan por la pantalla breves segundos sin monopolizar la vida de la multitud” (Julio Antonio Mella, Documentos y artículos, Editorial Ciencias Sociales-Instituto Cubano del Libro, pp. 461-462).
Julio Antonio Mella estaba enterado de las disputas en el Partido y la Internacional. En Bruselas, había entrado en contacto con la Oposición de Izquierda y conocía sus ideas, por eso, pese a casi desaparecer Trotsky de la película, Mella no deja pasar desapercibida su presencia.
La revolución no es un proceso lineal, puede incluso haber reacción abierta en medio de la revolución. En Octubre, las Jornadas de Julio, un periodo de reacción, aparece en escena. La reacción burguesa se burla de los bolcheviques ante una batalla que han ganado. Miramos a un obrero golpeado, tirado con su cabeza en el rio, mismo donde los periódicos Pravda son arrojados y terminan por hundirse. La caída de un caballo, caído también en batalla, desde las alturas de un puente abierto, corona la derrota proletaria.
Aparece un Lenin, a su regreso del exilio, mostrando la línea que reorientaría al Partido, pues en la vida real Zinoviev, Kamenev y Stalin no luchaban por la toma del poder de la clase obrera y apoyaban al Gobierno Provisional burgués de Kerensky. Lenin, cuando aparece en escena, señala a una multitud que le oye entusiasmada que no se debe confiar en el Gobierno Provisional y que hay que luchar por el socialismo.
El intento de golpe de Estado de Kornilov al gobierno de Kerenski es mostrado como una batalla entre dos napoleones. Los “revisionistas”, “traidores”, bolcheviques, son sacados de las cárceles y encabezan la batalla contra Kornilov, provistos con un arsenal de fusiles y un arsenal de propaganda de agitación revolucionaria; esta última explicando con el lenguaje del obrero y el campesino los problemas que se viven como la falta de pan, paz y tierra. Los bolcheviques ganaron el poder porque ganaron a las masas a sus ideas, eso fue más poderoso que las balas, y efectivamente ésta fue la forma en que derrotaron a Kornilov y abrieron el camino para la toma del poder de los trabajadores.
De repente, hay una escena que no cuadra. El Comité Central bolchevique se reúne y decide la toma del poder. Trotsky está presente y propone prorrogar esta acción, Lenin interviene diciendo que no hay caminos intermedios y que es el momento de tomar el poder. Acto seguido, todo el CC vota por unanimidad esta acción. Esto es una completa tergiversación histórica, producto de la presión de la burocracia estalinista a Eisensten, que lo llevo a hacer serias concesiones. Trotsky y Lenin estaban a favor de la toma del poder, la única diferencia era que el primero pensaba que era correcto hacer coincidir este acto con el Congreso de los Soviets, algo que fue acertado, porque le dio un apoyo mayor de masas. Quienes se opusieron, no sólo votando en contra, sino filtrando la información en la prensa burguesa, fueron Zinoviev y Kamenev. Pero este “error” no se le puede atribuir a Eisenstein, fue una tergiversación del estalinismo.
Una escena que es claramente ficción es la toma del Palacio de Invierno, pues no fue tan dramática y el traspaso del poder se dio de una forma casi pacífica. En una película reciente, Eisenstein en Guanajuato (2015), de Peter Grenawey, aparece una escena donde en un restaurante Tissé y Alexandrov recuerdan cómo a los trabajadores de limpieza del Palacio de Invierno les gustó más la revolución real porque en esa tenían menos vidrios rotos que barrer. Alan Woods también resalta este hecho:
“Algunos años más tarde, el célebre director soviético Serguei Eisenstein hizo una película llamada Octubre, que contiene una famosa escena sobre la toma del Palacio de Invierno, durante la cual hubo algunos accidentes. ¡Más personas fueron heridas y resultaron muertas durante el rodaje de la película que en el acontecimiento real!” (Alan Woods, “El significado de Octubre”, In Defence of Marxism, acceso el 3 de diciembre de 2017, https://www.marxist.com/la-revolucion-rusa-el-significado-de-octubre.htm).
Aunque Eisenstein filmó para las masas, no siempre el resultado era lo más accesible. Su montaje era revolucionario, en Octubre introduce, de una forma mayor que en sus películas anteriores, elementos de montaje intelectual, añadiendo muchos iconos y otros objetos que pueden ser interpretados por el espectador de manera subjetiva. Esto hace a la película un poco más compleja que Potemkin y fue una de las razones por las que se le criticó en su momento y la película no tuvo el éxito de otras producciones.
La línea general
Después de que recibiera críticas por Octubre y de su primer choque serio con la burocracia, regresó a su trabajo de la Línea general. Eisenstein era un artista comprometido con la revolución y, a diferencia de sus obras pasadas, ésta no miraba hacia atrás sino al porvenir. Era una película concebida para contribuir a la construcción de la nueva sociedad socialista. Para entonces, la política de la dirección del Partido, Stalin-Bujarin, hacia el campo, había cambiado y, de aliados, los kulaks pasaron a ser el enemigo principal de la revolución. Por la intervención de Stalin, Eisenstein tuvo que cambiar el final de la obra y su título, conociéndose como Lo viejo y lo nuevo (1929) [note]www.youtube.com/watch?v=RR5Cvw4s2oE&t=4305s[/note]
.La perspectiva de Lo viejo y lo nuevo es la colectivización y la industrialización del campo con una lucha ideológica para conseguirlo, ganando a lo mejor de los campesinos para ello en base al convencimiento aun cuando hubiera choques naturales en el camino. Esta perspectiva era completamente factible en un Estado obrero sano pero bajo el régimen burocrático la historia y la relación del régimen con el campesino cambiaron drásticamente.
Lo viejo y lo nuevo, con las modificaciones realizadas bajo el régimen estalinista, se suele decir que es la primera obra cinematográfica del realismo socialista, pero eso es verdad sólo en parte. Es una obra que nace en un periodo donde la burocracia estalinista estaba en proceso de consolidación y aún no conseguía aplastar del todo las tradiciones de la revolución de Octubre. Lo viejo y lo nuevo sigue siendo una obra revolucionaria con muchos elementos del bolchevismo. La colectivización del campo no se impone, se hacen asambleas para decidir sobre esto, no siempre con resultados positivos pero donde los elementos del partido aplican la consigna leninista de explicar pacientemente. El papel contrarrevolucionario de los kulaks, se ponen sobre la mesa. La industrialización del campo y la proletarización del campesino, para eliminar las contradicciones entre campo y ciudad.
Aparecen muchos iconos de Lenin, pero en varias ocasiones como un contraste y crítica a la burocracia. Una figura de Lenin sirve para entintar las plumas, volviéndolo un icono despreciable para el funcionario, carente de su significado revolucionario. Cuando dos campesinos van a una oficina exigiendo un tractor para sus tierras colectivas se ve la foto de Lenin leyendo el Pravda y un funcionario abajo con la misma imagen; ese parecido muestra la enorme diferencia que hay entre la burocracia y el líder muerto del partido bolchevique. La imagen de Lenin entre los campesinos adquiere otro significado porque era un real líder con el que el pueblo se identificó.
Salir de la asfixia de la burocracia
La Revolución rusa había mostrado sus éxitos en el cine, pero iba por detrás en el desarrollo tecnológico. Eran los comienzos del sonido en el cine. Pudovkin y Eisenstein habían mantenido una rivalidad, pero ambos eran artistas de la Revolución bolchevique, y junto con el conjunto de artistas, estaban siendo sometidos por la creciente burocracia que tomaba mayor poder. Fue cuando estos dos personajes y Alexandrov decidieron publicar un manifiesto conjunto sobre el sonido.
La burocracia se levantaba sobre los éxitos de la revolución, que se adjudicaba como propios, y no quería quedar a la zaga. Se aprobó que el equipo en torno a Eisenstein viajara a Europa para explorar el cine sonoro.
Eisenstein, después de Potemkin, ya había conocido a artistas del exterior que visitaron Rusia y lo buscaban con admiración, pero fue este viaje lo que lo vincula realmente a la intelectualidad europea. Conoce, entre muchos otros, a Fritz Lang, Bertold Brecht y, aunque brevemente, a Einstein, quien le regalaría una foto autografiada. No estuvo exento de problemas con la policía, debido a su posición revolucionaria. En la civilizada Suiza, por ejemplo, estuvo un día entero detenido por la policía migratoria que impedía su entrada al país.
La Rusia zarista era el país atrasado de Europa, pero con la revolución, en el terreno político, se convirtió en el más adelantado. Rusia dio grandes derechos y conquistas materiales para las mujeres obreras, una de ellas fue el derecho al aborto, mientras que en Suiza éste se legalizó hasta apenas el 2002 y se permitió el derecho del voto a la mujer apenas en 1971. En este país, Eisenstein, Alexandrov y Tissé harían un cortometraje, aunque inconcluso, llamado Miseria y fortuna para las mujeres (1929), sobre el derecho al aborto, con el objetivo de agitar a su favor en Europa, mostrando las condiciones inhumanas de las mujeres proletarias europeas y de sus hijos, a quienes muchas veces no podían siquiera alimentar.
https://www.youtube.com/watch?v=8QZkh1oB0ao
En Suiza, participa en un encuentro de cineastas independientes, el primero que se realiza en su tipo. Algunos asistentes ya conocían el trabajo de Serguei, aunque otros no. Sus ideas les atrajeron y al final él, en medio también de debates diversos, se vio dirigiendo un film que narraba la lucha entre el cine comercial y el independiente, teniendo como actores a los otros cineastas. Esta película se arruinó y nunca pudo salir a la luz. Así iniciaría el gran peregrinar del mejor director de cine de su tiempo, que no podía hacer cine.
Eisenstein fue recibido con grandes glorias en Alemania y Francia, aunque fríamente en Inglaterra, pero al buen estilo inglés, con respeto. Pero él no era sólo un cineasta, y cuando se le oía hablar no lo hacía sólo sobre arte, pues hablaba de teoría cinematográfica, política y filosofía; pronto sedujo a la intelectualidad inglesa y europea. No autorizaron que El acorazado Potemkin fuera exhibido en el centro de Londres, pero dio cursos en el Film Society Study Group, y después en Cambrige. Dio conferencias también en la Universidad de Berlín, en la Sorbona de París, donde prohibieron la proyección de La línea general y se organizó un fuerte operativo policiaco alrededor de la universidad, y en Holanda habló para la Film Liga; a su llegada a este país, algunos periodistas despistados fueron a recibirlo porque confundieron su nombre y esperaban ver a Einstein.
De este viaje Europeo queda un cortometraje llamado Romance sentimental (1930). Éste fue un proyecto que encabezó Alexandrov en que Eisenstein tiene alguna colaboración. Este es el primer experimento en el cine con sonido de este trio de cineastas soviéticos, con fotografía de Tissé. La trama habla de una fina mujer que contagia a la naturaleza tocando el piano con su música triste. Si aparece el nombre de Eisenstein en los créditos es más por presión de quienes financiaron el proyecto.
Fuera de Romance sentimental, no hay quien invierta en un director socialista excéntrico que no produce cine comercial y tiene ideas revolucionarias. Eisenstein Mijailovich trabajaba incansablemente, y además de sus películas dejará tras de sí muchos proyectos fílmicos por demás interesantes, uno de los que rondaba en su cabeza era hacer una película sobre El capital, de Marx, basado en el montaje intelectual. En la Sorbona hablaría de ello:
“El filme intelectual es la única cosa capaz de superar la discrepancia entre el lenguaje de la lógica y el lenguaje de la imaginación. Con la base del lenguaje de la dialéctica del cine, la cinematografía intelectual no será una cinematografía de episodios ni una cinematografía de anécdotas. El cine intelectual será la cinematografía de los conceptos. Será la expresión directa de sistemas ideológicos completos y de sistemas de conceptos.
“Mi nueva concepción de cine está basada en la idea de que los procesos intelectuales y emocionales que hasta ahora han sido como de existencia independiente entre sí ―arte versus ciencia― que forman una antítesis que hasta ahora no ha sido unida, puede juntarse para formar una síntesis con la base de la cinedialéctica, un proceso que sólo el cine puede obtener. A la fórmula científica puede dársele la calidad emocional de un poema. Intentaré filmar El capital de tal forma que el humilde obrero o campesino pueda comprenderlo a la manera dialéctica”. (Marie Seton, Sergei M. Eisenstein…, p. 153).
Eisenstein y su choque con Hollywood
Eisenstein, en Rusia, era censurado y coartado por la burocracia estalinista. En Europa, su film suizo se frustró y no había en la industria privada europea quien invirtiera en él. Eisenstein no estaba hecho para la industria capitalista y chocaba con ella, y necesitaba la libertad que el Estado obrero deformado no le permitía. El mundo conspiraba contra este gran genio cinematográfico, que no podía hacer lo que mejor podía: cine. El mundo no conocerá la evolución del montaje intelectual de Eisenstein, que se hubiera desarrollado en su filmación de El capital.
Sin posibilidad de filmar cualquier cosa en Europa y con un creciente acoso, donde, en Francia, el gobierno amenazaba con expulsarle y le consideraba un indeseable político, se abrió un contrato con Paramount para hacer cine en la principal industria de cine del mundo: Hollywood. Agarró sus maletas y viajo a un nuevo continente.
Llegó a Nueva York, donde conoció a Griffith, el padre del lenguaje cinematográfico. Le atrajo conocer el Harlem y los barrios latinos. Estando en Chicago, lo llevaron arriba de una loma para que conociera la ciudad y dijo: “aquí no se puede ver nada”. Quería conocer las entrañas del país, al trabajador y la vida común. Una anécdota que habla de su personalidad fue cuando dio su primera conferencia de prensa: no se rasuró por tres días y bromearía con los periodistas diciendo que no se había rasurado para ellos porque sabía que ellos creían que todos los rusos eran barbudos, mofándose de esas ideas que siempre mostraban a los bolcheviques como barbaros atrasados. [note]Lev Kulechov trata al respecto de estos prejuicios gringos hacia la Rusia soviética en su más importante película: Las extraordinarias aventuras de Mr. West en el país de los bolcheviques (1924). www.youtube.com/watch?v=wVeg8shVTiQAl[/note]
Pero Hollywood tampoco era lugar para él, quien filmaba para las masas y no para el lucro, y venía de un país donde la clase obrera había transformado la sociedad. No se concebía con actores profesionales. En la frialdad de ese mundo, eran pocas las personas que le atraían. A Greta Garbo la calificó de estúpida por preguntarle quién era ése tal Lenin. Compaginó con Colleen Moore, que le parecía menos frívola y que además la conoció en el cine de Griffith. Uno de sus pocos amigos fue Charles Chaplin, con quien entabló amistad y se guardaban admiración mutua. Existe un pequeño libro de Eisenstein con los escritos que le dedicó a este icono de la cinematografía mundial.
En la revista de uno de sus pocos amigos estadounidenses, Joseph Freeman, Eisenstein escribió como carta de presentación:
“Imaginad un cine que no es dominado por el dólar. Una industria cinematográfica en la que el bolsillo de un hombre no se llene a costa de otro, que no esté hecho para los bolsillos de dos o tres personas sino para las cabezas y los corazones de ciento cincuenta millones de personas. Cada película afecta las cabezas y los corazones, pero, como regla, el cine no es producido especialmente para las cabezas y los corazones. Generalmente las películas se hacen para el beneficio de dos o tres bolsillos; sólo incidentalmente afectan las cabezas y los corazones de millones” (Ibid., p. 159).
En 1929, hubo el colapso financiero más estrepitoso de la historia. En “la tierra de los sueños y la libertad” se pasaba hambre. En medio de la crisis y la sociedad se polarizaba. Antes hubiera sido inaceptable la presencia de una figura como Eisenstein, pero existía radicalización de izquierda y de derecha la que adquiría fuerza y, como siempre, en estos casos, culpaban a los extranjeros y comunistas agitadores de lo que pasaba. El anticomunista Frank Peace, presidente del Hollywood Technical Directors Institute, sacó un panfleto de 24 páginas titulado: “Eisenstein, mensajero del infierno en Hollywood”. En una conferencia de prensa, Peace califica a Eisenstein de sádico y monstruo que glorificaba con su cine rojo el asesinato de oficiales del ejército y la marina.
Paramount en realidad había conseguido secuestrar al mejor cineasta soviético, pero un movimiento antisemita y anticomunista comenzó a presionar a Paramount y a Hollywood en oposición a la presencia de Eisenstein. El director soviético quería hacer cine y buscó una historia no política: Una tragedia americana, aunque sin abandonar sus ideas revolucionarias cinematográficas. No le gustaban, por ejemplo, los actores profesionales. Todo esto chocaba con esta gran industria y cada proyecto de guion era rechazado generándose gran presión para que los tres cineastas rojos, Eisenstein, Alexandrov y Tissé, salieran del país.
De forma infructuosa, se hicieron muchos esfuerzos para prolongar el visado de Eisenstein y buscar nuevos proyectos fílmicos en Hollywood. Valoró la posibilidad de viajar a Japón, país que apasionaba a Eisenstein. La idea de ir a México no fue inmediata, pero finalmente consiguió el permiso para entrar, teniendo una experiencia fascinante y trágica a la vez.
El financiamiento se consiguió por la intermediación de Chaplin con el escritor Upton Sinclair, que simpatizaba con las ideas socialistas y la obra de Eisenstein, al grado que anteriormente le había propuesto llevar a la pantalla alguna de sus novelas. La familia Sinclair financiaría el proyecto, ellos lo hacían por el arte, pero también como lucrativo negocio; sabían que el presupuesto inicial de 25 mil dólares sería insuficiente y les fue relativamente fácil conseguir más patrocinadores; si hipotecaron su casa fue para mantenerse como socios mayoritarios, esperando así tener la mayoría de las regalías. Eisenstein lo que quería era hacer cine y no le importó mucho las condiciones del contrato, tenía derecho a producir la película, pero nunca se especificó que él la montaría.
El revolucionario y exótico México
México no sólo tenía una historia revolucionaria fascinante, sino que era tan diferente y exótico. Eisenstein, aún en EEUU, diría a Los Ángeles Times: “México es primitivo y apegado a su tierra” (De la Vega, Del muro a la pantalla: S.M. Eisenstein y el arte pictórico mexicano, Conaculta-Cineteca Nacional, p. 13). Su interés por este país data de su primera juventud, pero fue hasta que decidió hacer su película que sistematizó su estudio sobre su historia y arte. Alexandrov cuenta que estando en Rusia vio a Diego Rivera y que de ahí viene por primera vez la idea de hacer una película sobre México. El día que se venció su visa en EEUU, Eisenstein compró el libro de Anita Brenner, Ídolos tras los altares (1929), y le prestaron fotografías de la estancia de Edward Weston en México. Es posible que antes ya haya conocido las fotografías de Tina Modotti. La película ¡Que viva México! comenzó a desarrollarse en la genial mente de Eisenstein.
En el hoy México se asentaron culturas que alcanzaron un importante desarrollo basados en una economía agraria con propiedad colectiva, similar a la que Marx describió como “modo de producción asiático” y donde, aun llegado Eisenstein, había resquicios del matriarcado descrito por Engels. El Imperio mexica oprimía a otros pueblos cuando la monarquía hispánica conquistó este territorio. El desarrollo de la sociedad se dio de forma contradictoria. Además de la independencia de España, se dio una revolución burguesa conocida como La Reforma, que encabezó un grupo de jacobinos encabezados por Benito Juárez. Con luchas de liberación nacional y revoluciones se creó México. El capitalismo no nació aquí de una forma pura, sino combinando modos de producción y explotación ancestrales con industria moderna y explotación asalariada. El arte también refleja ese proceso de desarrollo contradictorio, Alan Woods señaló al respecto:
“Los escultores, artesanos y constructores mexicanos, quienes fueron obligados al arduo trabajo de la construcción de enormes iglesias y catedrales, monumentos triunfales para celebrar su propia servidumbre, obtuvieron la revancha introduciendo elementos nativos en el arte de los invasores cristianos. De esta forma, el espíritu de México, se preservó pese a todo” (Woods, prólogo a la edición mexicana de Razón y Revolución).
México había realizado revoluciones burguesas y se había introducido en el capitalismo, pero las masas exigían justicia social e hicieron la revolución de 1910-1917, que si bien no consiguió acabar con el capitalismo, significó concesiones sociales, además de tener un carácter antiimperialista. Las masas habían barrido con el viejo régimen y transformado la sociedad, pero, a diferencia de Rusia, no lograron tomar el poder, pues no se concretó la unidad de obreros y campesinos. En 1914, Villa y Zapata, los principales representantes de las masas campesinas, admirados por Eisenstein, tenían el poder en sus manos pero lo dejaron ir. “Incluso existen fotografías donde los dos líderes están sentados uno al lado del otro en los dorados sillones de Palacio Nacional, el ‘Palacio de Invierno’ de la capital mexicana. Pancho, con el uniforme militar regular. Zapata, con uno típicamente campesino: un enorme sobrero de petate y el cuerpo cargado de cananas” (Eisenstein, YO memorias inmortales, vol. 1, p. 344). Así describió Eisenstein esa famosa escena de la revolución mexicana.
En México no existió una organización como el Partido Bolchevique y su dirección. Al final la burguesía naciente tomó el control, aunque obligados a dar muchas concesiones sociales a las masas obreras y campesinas. Eisenstein vería la diferencia entre una revolución socialista triunfante y otra que acabó con el régimen pero no con el sistema capitalista.
La Revolución rusa impactó a la Revolución mexicana y también a sus artistas. En México, al igual que en Rusia, la revolución tenía la tarea de educar al pueblo. Durante los años 20s y 30s, bajo las manos de Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros, José Clemente Orozco y varios más, se pintaron kilómetros de paredes de edificios públicos, mercados y escuelas, murales con motivos históricos e ideas políticas revolucionarias. Eisenstein mismo sería dibujado en un mural realizado por su amigo Roberto Montenegro ―también quedaría registrado en fotografías de Manuel Álvarez Bravo―. Los murales de la revolución siguen impresionando al día de hoy al espectador. Alan Woods escribe:
“El espíritu revolucionario de México se puede apreciar no sólo en su historia y su política, sino que también en su arte, en su escultura y su arquitectura. Recuerdo haberme impresionado por un gran mural pintado por Diego Rivera en el Palacio Nacional en la Ciudad de México. En él, podemos encontrar una impresionante representación de uno de los episodios más relevantes de la historia mexicana, ejecutado con gran espíritu y vitalidad. Los sacerdotes españoles y los guerreros mexicas se codean con los conquistadores, mientras los trabajadores y campesinos mexicanos aparecen al lado de Carlos Marx, con el Manifiesto Comunista en sus manos. Esto es arte nacido de la Revolución” (Woods, prólogo a la edición mexicana de Razón y Revolución).
Eisenstein, que admiraba al muralismo, quería hacer una obra cinematográfica de la altura del mural que Rivera dedicó a la historia general de México.
“En la producción de la película en la que actualmente estamos involucrados, es nuestro propósito y deseo el de realizar un retrato artístico de la contrastante belleza natural, las costumbres, el arte, los tipos humanos en México, y mostrar en relación con su ambiente natural y su evolución social. Combinar montañas, mares, desiertos, ruinas de civilizaciones antiguas y el pueblo del pasado y el presente en un cine sinfónico desde el punto de vista de la estructura y la organización, comparable en algún sentido a las pinturas de Diego Rivera en el Palacio Nacional. Como esas pinturas, nuestro filme presentará la evolución social de México desde los tiempos antiguos al presente, cuando emerge como un país progresista, de libertad y oportunidades” (De la Vega Alfaro, Del muro a la pantalla…).
Hubo una seducción mutua, Eisenstein ganaría la admiración de varios artistas en México y generaría una influencia en su cine que estaba a punto de entrar en su época de oro, empezando por Arcady Boytler, cineasta nacido en Moscú, que tendría su producción fílmica en este país, pasando por el futuro guionista de cine José Revueltas, quien seguramente no conoció al director letón, en ese entonces joven militante del Partido Comunista. Algunos piensan que Gabriel Figueroa también sería influenciado por la fotografía de Tissé.
Stalin tenía una política de zigzag, pasando del oportunismo al sectarismo ultraizquierdista. La Internacional Comunista caracterizó públicamente al gobierno de Plutarco Elías Calles de lacayo del imperialismo y de estar de rodillas frente al papa. Las relaciones diplomáticas entre estos dos países estaban rotas a la llegada de Eisenstein. El gobierno mexicano tenía una línea represiva contra los comunistas. La imprenta del periódico El Machete había sido allanada, las huelgas obreras reprimidas, manifestaciones en apoyo de los anarquistas Sacco y Vanzetti disueltas, comunistas habían sido encarcelados y es muy probable que la policía mexicana colaborara con el gobierno de Machado para asesinar a Julio Antonio Mella, quien había alabado la película Octubre. Además, la campaña anticomunista contra Eisenstein en EEUU tuvo ecos en México y su equipo era sospechoso de ser agentes del comunismo internacional.
Al llegar a México, se les puso vigilancia estatal, aunque el policía no podía entender una palabra en ruso. En su hotel fueron detenidos y después encarcelados. Se revisaron sus maletas, encontrando fotos de Villa, Zapata, correspondencia de Rivera y demás. También fotos que habían tomado unos días antes del festejo de la virgen de Guadalupe, que, decían, denigraban al país. Quedarían en la noche bajo detención domiciliaria, teniendo cada policía la custodia de un detenido. Eisenstein pasaría la peor parte: ya era demasiado el tener que compartir la pequeña cama con un policía para además tener de acompañante al de mayor sobrepeso. El incidente no pasó a mayores y fueron liberados con un: “¡Ustedes disculpen, fue un error!”
Al no existir relaciones entre México y la URSS impidió, por un lado, protección a los cineastas soviéticos pero, por otro, dio mayor libertad a éstos, que no tenían la vigilancia constante de la burocracia estalinista.
¡Que viva México!
La llegada de Eisenstein al país no pasó desaperciba. Fue anunciado por los periódicos como el mejor cineasta del mundo, aunque confundiendo a Alexandrov con Tissé, y nombrando a la mejor película del cineasta letón El crucero Potemkin. En entrevista, anunció que el tema de su película sería México, combatiendo los estereotipos estadounidenses contra el país y su revolución. También dijo que no tenía una idea preconcebida de lo que haría y que tomaría su tiempo para estudiar el país y planificar su cinta.
Además del incidente inicial con la policía, los cineastas se encontraban con el atraso técnico, donde no encontraban laboratorios adecuados para revelar el material filmado, lo que significaba que debían mandarlo a Los Ángeles, California. Estaba también la censura mexicana. La burocracia es odiosa en todas partes.
Un temblor sorprendió a Oaxaca, con epicentro en el poblado de Huajuapan. Los cineastas viajaron a la capital oaxaqueña en una avioneta. Al llegar, una réplica los sorprendió. Filmarían un cortometraje que va más allá de un simple reportaje de lo acontecido; tiene una visión apocalíptica y un diseño bastante estético. El Partido Nacional Revolucionario (antecesor del PRI), en su prensa, pedía la expulsión de Eisenstein de México por, según ellos, violar las leyes aéreas. El cortometraje, de 11 minutos, tendría como música de fondo La llorona, melancólica canción popular mexicana, y sería estrenado en el Teatro Iris de la Ciudad de México para juntar fondos a favor de los damnificados.
https://www.youtube.com/watch?v=t8yD0Sdegl8
A su película mexicana la pensaba titular ¡Que viva México! Después de un periodo de maduración mental, estaba proyectada para tener 6 episodios. Pensó en dedicar uno a David Alfaro Siqueiros (con alusión clara a su mural El entierro del obrero sacrificado), otros a Jean Charlot, El Greco, Francisco de Goya, José Clemente Orozco, José Guadalupe Posadas, y habría pasajes inspirados en la obra de Diego Rivera. El proyecto del filme fue evolucionando y tomando forma más definida. Eisenstein dejó algunas páginas escritas sobre esto, pero mucho estaba en su propia mente, por lo que nunca conoceremos lo que debió ser ¡Que viva México!
La historia iniciaría evocando a la muerte con un prólogo (“Calavera”), recordando el México ancestral filmado en las zonas Mayas de Yucatán, donde además gobernó el socialista Felipe Carrillo Puerto, que mantenía gran admiración por la Revolución rusa. La segunda parte se llamaría “Zandunga”, con tomas del Istmo de Tehuantepec, en Oaxaca, una de las zonas de tradición cultural más profunda del país, tierra de artistas y de fiesta. Eisenstein diría que algo del jardín de Edén había quedado no entre el Tigris y el Éufrates sino justamente en Tehuantepec.
La tercera historia se llamaría “Maguey”, mostrando los conflictos previos a la revolución. Recrearía una historia basada en un hecho real que el gobierno mexicano querría censurar porque pensaba daría una mala imagen al país, donde se muestra el abuso contra la mujer y a unos peones enterrados vivos con sus caras de fuera y asesinados por el golpear de los caballos que pasan encima de ellos. La locación sería la hacienda de Tetlapayac, Hidalgo. Esta parte se adelantó a los melodramas que caracterizaron a la época de oro del cine mexicano.
“Fiesta” debería haber sido la cuarta parte, que mostraría la influencia social y religiosa del “viejo continente”. La quinta historia es una de las más interesantes, pero la única que no sería filmada; hablaría del triunfo de la revolución y se llamaría “Soldadera”. Tendría claros elementos de la lucha de la mujer por su emancipación y el corrido revolucionario de La Adelita como fondo. Eduardo de la Vega Alfaro explica cómo Eisenstein comprendió cómo muchos de los elementos del régimen anterior no habían cambiado con la revolución y consolidó su concepción del filme, que “debía contener, además de la exaltación de la historia, las luchas y costumbres del pueblo mexicano. Un sentido irónico en contra de la nueva burguesía que había ocupado el poder tras la derrota de los ejércitos campesinos-populares comandados por Francisco Villa y Emiliano Zapata” (De la Vega, Del muro a…).
Estando en Rusia, Eisenstein fue atraído por una nota sobre la festividad del día de muertos en México aparecida en la publicación comunista alemana Arbaiter Illustriert Zeitung. El teórico marxista Alan Woods da una descripción muy buena de esa contradicción dialéctica que hay en la cultura mexicana entre la vida y la muerte y que se remonta al arte prehispánico:
“Las impresionantes imágenes de dioses grabadas en las piedras contienen una idea. La serpiente por ejemplo, representa el renacimiento a través de su cambio de piel, conforme el cultivo crece y la experiencia renace, del mismo modo lo hace la serpiente. Pero aquí, inmediatamente encontramos una contradicción. La enorme mandíbula de la serpiente se mantiene completamente abierta, lista para tragar todo lo que esté a su alcance. Ella lleva consigo la obscuridad y la destrucción—el fin de todas las cosas—. Esto es una representación del eterno ciclo de la vida y la muerte” (Alan Woods, prólogo a la edición mexicana de Razón y Revolución).
Eisenstein mantenía una visión optimista del futuro y lo mostró en su proyecto ¡Que viva México! Las sexta parte, el “Epilogo”, mostraría al México moderno. En algún momento no hay una sino muchas muertes. “Es una notable festividad mexicana, cuando los mexicanos evocan el pasado y muestran su desdén por la muerte. Y termina con la victoria de la vida sobre la muerte, sobre la influencia del pasado. La vida renace bajo los esqueletos de cartón, la vida corre hacia adelante y la muerte retrocede y desaparece. Un alegre indito se quita la máscara de la muerte y sonríe, con una contagiosa sonrisa: Encarna el nuevo México creciente”. (Seton, Sergei M. Eisenstein…, p. 207).
Con esa visión optimista termina el proyecto de guion de Einstein más desarrollado de su película mexicana. Esta es la visión de este artista socialista frente a México con su revolución inacabada pero donde la historia no ha terminado. Mientras en “Maguey” se ve a una mujer abusada por la clase dominante, en “Soldadera” hay una mujer en lucha revolucionaria que se logra emancipar y va preñada, ese niño que tiene en sus entrañas da esperanza en el futuro. La película acaba justamente con ese niño de la revolución venciendo a la muerte. Este artista socialista, en un país con una revolución que no acabó con el capitalismo, termina su película con esta lucha del viejo mundo capitalista que debe dar paso a la vida que se encarna en la nueva sociedad.
El más bello de los filmes inexistentes
México fue fuente de inspiración para Eisenstein. Aquí no solo rodó la película, escribió también sobre teoría cinematográfica e hizo una enorme cantidad de dibujos, hoy expuestos en prestigiosos museos. El cálido pueblo mexicano lo acogió y este país tan colorido no podía más que fascinarlo. La población lo acogió y sintió cmo su hogar a la hacienda de Tetlapayac, dedicada a la producción de pulque, bebida fermentada del maguey a la que Serguei Eisenstein llamaría el vodka mexicano.
Durante la producción de la película se presentaron varios problemas. En la hacienda de Tetlapayac ocurrió una tragedia, un joven tomó una pistola que había adquirido Tissé y asesinó accidentalmente a su hermana mientras que presumía el arma. Además, había enviado a su cuñado, Kimbrough, para administrar el presupuesto de la filmación. Nunca hubo conexión con los 3 cineastas soviéticos y menos después que éstos, armados de cananas y fusiles, bromeando, fingieron emboscarlo.
El alargamiento del proyecto y los problemas presupuestales fueron uno de los elementos centrales para el rompimiento Sinclair-Eisenstein, que veían en el trascurrir del tiempo cómo su relación se deterioraba y amargaba. Las leyes del mercado se imponían a este proyecto fílmico independiente. Para Eisenstein era clave filmar el día de muertos, el 2 de noviembre de 1931. Sinclair y su esposa querían terminar ya el proyecto. El 20 de noviembre Eisenstein participa en la filmación del desfile conmemorativo de la revolución, en una película oficial del gobierno, con el objetivo de juntar recursos para terminar la filmación. No se conoce este film pero sí referencias periodísticas al respecto.
En medio del conflicto de ¡Que viva México!, se da el rompimiento entre Eisenstein y Alexandrov. Otro duro golpe.
Sinclair era un escritor respetado en la Unión Soviética. Envió a Stalin una carta explicando los problemas de financiamiento y Stalin le respondería con este telegrama:
“Carta recibida (punto) Conjunto de investigación acusa a Danashevsky de sabotaje (punto) Si usted insiste puedo solicitar la amnistía a organismo superior (punto) Eisenstein perdió la confianza en sus camaradas en Unión Soviética (punto) Se le cree desertor que rompió con su propio país (punto) Tanto que aquí pronto no tendrá interés en él (punto) Lo lamento pero todo afirma éste es el hecho (punto) Deseo usted esté bien y cumpla su plan de venir a vernos (punto) Mis saludos (punto) 2783 21/11 31 =. Stalin” (Ibid, p.492).
Desde que vino a América, la paranoia de Stalin hacia desconfiar de Eisenstein. Sinclar diría en su respuesta que Eisenstein no estaba actuando contra la URSS. Kimbrough regresaría a EEUU metiendo más veneno contra Eisenstein, hablando de su mal comportamiento y presionando para no dejarle concluir el filme. Años más tarde, Upton Sinclair le diría a Marie Seton:
“comprendimos que [Eisenstein] simplemente se estaba quedando en Mex. a costa nuestra, para evitar la vuelta a Rusia. Todos sus colaboradores eran trotskistas y todos homos [sexuales]” (Ibid, p. 489).
Es posible que Eisenstein quisiera dilatar su estancia en México para no regresar a una sociedad asfixiada por el burocratismo. Bajo Lenin y Trotsky la homosexualidad se legalizó; se respetaban los derechos sexuales de las personas. Pero bajo Stalin fue considerado un delito por atentar a la buena moral e incluso se consideró un acto contrarrevolucionario. En una sociedad socialista sana, la homosexualidad debe verse como lo que es, algo normal y natural, y no una enfermedad. Eisenstein viajaría a las costas de Jalisco y Colima (nunca estuvo en Guanajuato como sugiere Greenaway) con su equipo, el muralista Montenergo y el culto genealogista jalisciense Jorge Palomino Cañedo. Con este último entablaría una relación amorosa. Este pudo haber sido uno de los motivos para impedir la culminación del filme.
Sobre sus relaciones trotskistas cabe señalar que Eisenstein admiró a León Trotsky, como lo muestra su Acorazado y Octubre, y ya había tenido sus primeros choques con la burocracia. Diego Rivera se había encontrado en la URSS con Trotsky antes de ser exiliado a Alma Alta ―en ese mismo viaje también conoció a Eisenstein―, aunque no está claro si había definido en 1931-32 una posición política clara en el conflicto; pero es verdad que en 1934 intercedería con el gobierno de Cárdenas para conseguir asilo de quien dirigió la toma del poder y la defensa del Estado obrero al frente del Ejército Rojo. Por otro lado, Julio Antonio Mella, asesinado en México antes de la llegada de Eisenstein, había entrado en contacto con la Oposición de Izquierda Internacional y llevó estas ideas a México, a partir de las cuales se formaría el primer grupo trotskista. El Partido Comunista Mexicano estaba en medio del proceso de estalinización. El movimiento trotskista, continuador del legado de Octubre, apenas se estaba constituyendo y no es claro que Eisenstein tuviera relación con éste. Lo que sí es claro es que tenía ideas revolucionarias en el cine y era un artista socialista no subordinado a la burocracia como Upton Sinclair.
Cuando Diego Rivera pintó a Lenin en el Rockefeller Center, defendió su obra de arte, pero nada pudo hacer frente al argumento de Rockefeller de que el muro era de él y fue derrumbado su mural. Él, sin embargo, pudo rehacer su obra en el Palacio de Bellas Artes, en Ciudad de México. Eisenstein fue despojado de los filmes que realizó en México y todos sus intentos de recuperarlos y terminar su película fueron frustrados. Upton Sinclair, en un acto de violación, sacó filmes basados en este material. No fue sino hasta 1979, ya muerto Eisenstein, que se pudieron recuperar estos materiales y Grigory Alexndrov, basado en los textos de su antiguo compañero, hizo el film que podría acercarse un poco al pensado por Eisenstein.
El telegrama de Stalin también puede entenderse, porque las ideas artísticas de Eisenstein entraban en conflicto con el nuevo régimen burocrático y ya su obra comenzaba a ser minimizada, y se imponía como arte oficial al realismo socialista.
Alexander Medvedkin y su Cine-Tren
Alan Woods da una buena descripción de lo que el estalinismo significó en el arte:
“La liquidación de la democracia obrera leninistas estuvo necesariamente acompañada de la imposición de normas totalitarias en todos los niveles de la vida social y cultural. La primera víctima del nuevo régimen burocrático-totalitario fue la libertad artística. La burocracia requería obediencia y conformismo, no originalidad y debates libres sobre el arte. Además, en un régimen totalitario, donde el debate político y la crítica son silenciados y la oposición es perseguida con la mano dura del Estado, el arte, la literatura y la música pueden jugar el papel de una oposición clandestina en la que la crítica de la burocracia se transmite en una críptica el lenguaje que las personas acostumbradas a leer entre líneas pueden entender. La Unión de Compositores Soviéticos se formó específicamente para vigilar a los compositores y convertirlos en los obedientes servidores de la burocracia” (Woods, “Shostakovich, the musical conscience of the Russian Revolution”, In Defence of Marxism, acceso el 3 de diciembre de 2017, https://www.marxist.com/shostakovich-conscience-russian-revolution211206.htm).
El 25 de enero de 1932 se inicia una página gloriosa del cine contra el burocratismo, que duraría 294 días, justo el periodo en que Eisenstein regresa a la URSS. Este era un proyecto oficial que contaba con la aprobación del Comité Central, pero que no tuvo un control férreo de la burocracia central; se da en el periodo del primer plan quinquenal donde se quería elevar la producción y fue ejecutado por reales comunistas.
Autorizaron a Medvedkin usar un tren donde producirían y proyectarían películas en el interior de Rusia. Alexander Medvedkin había alcanzado un alto cargo en el Ejército Rojo, encargándose a nivel central de la propaganda, pero después se dedicaría a hacer cine.
Las condiciones laborales de quienes se embarcaron en esta experiencia incluían un contrato de un año de trabajo, con una vivienda de un metro cuadrado (dentro del tren), ninguna limitación para las horas de trabajo y participación obligada en todas las tareas en cualquier hora del día o la noche. Las limitaciones no limitaban a los jóvenes que querían apoyar en la construcción de la sociedad socialista. El verdadero espíritu de Octubre permeo en el equipo del Cine-Tren en torno a Alexander Medvedkin. Era el tiempo del primer plan quinquenal y se buscaba fomentar la productividad. Esta experiencia ayudó a ello, pero fomentando el debate democrático y medidas de control obrero.
Este Cine-Tren se basó en el principio de decir siempre la verdad y tenía la consigna “Filmar ahora, proyectar mañana”. Una de sus películas realizadas es ¿Cómo te va, camarada minero? (1932). “Con toda franqueza y audacia atacaba la organización de la alimentación de los mineros. Aquí una enorme fábrica-cocina alimentaba tan mal a los mineros, que dejaron de visitar la cantina. Todo parecía soso, se rodaba sin vergüenza, todo era rudo… La empresa estaba encabezada por unos pillos. Sabían convencer a la administración, con guarismos en las manos, de que todo era debido a la falta de abastecimientos”. (Medvedkin, Alexander, El cine como propaganda política, Siglo XXI, p. 10).
Las condiciones de trabajo eran terribles. Hay una escena del baño, donde los mineros hacían sus necesidades con la gente pasando frente de ellos en contraste los burócratas tenían los pantalones rotos de los traseros de tanto estar sentados. En otra película se exhibe a alcohólicos y otros saboteadores del trabajo. Estas películas eran exhibidas en los pueblos, la gente se interesaba porque aparecía ahí su vecino, pero luego veían problemas que también les interesaban. Las proyecciones se convertían en asambleas y se tomaban resoluciones contra la burocracia o para tomar medidas a favor de los trabajadores de la fábrica. Se mandaban copias de los cortometrajes a los poblados vecinos que tenían problemas similares. Medvedkin diría:
“No nos equivocamos al explorar hasta el extremo esta curiosa particularidad del cine: la reacción en la sala era extraordinariamente rápida. El activista del partido o del komsomol captaba inmediatamente nuestra crítica. En seguida, después de la exposición surgirían calurosas discusiones. Se marcaba un plan de reestructuración, se presentaba un realizador, se llegaba a resoluciones sobre las inminentes cesantías y represalias judiciales contra los inútiles y aventureros. Así se introdujeron mejoras en la alimentación masiva en la planta de la administración minera ‘Octubre’, los administradores negligentes fueron enviados a la cárcel, los malos cocineros echados, el abastecimiento mejoró siguiendo el ejemplo de los buenos vecinos, se reorganizó la economía, etc.” (Ibid., p. 12).
Los borrachos y ausentitas acudían con el equipo del cine tren pidiendo se les eliminara de las filmaciones pues tenían problemas con sus esposas. El equipo del cine tren se negaban, pero si se habían redimido ya no las volvían a proyectar.
En una ocasión fueron los obreros de las cuencas mineras. Estaban muy enfadados porque los burócratas locales, por negligencia y corrupción, habían destruido máquinas y afectado la producción. Ellos mismos hicieron una película que se llamó El gran mudo (1931). El resultado fue una crítica aún más mordaz que las dirigidas por el equipo del cine tren. Este proceso evolucionó al grado de que los trabajadores ejercieron control de la empresa, resolviendo problemas concretos para los trabajadores; incluso pagaron al equipo del cine tren por sus labores, lo cual les ayudó porque había gente en la administración central que dificultaba sus pagos debido a que no estaban del todo de acuerdo con su política.
Este era un grupo de cineastas revolucionarios. Cuando Stalin tomó el control del partido, Trotsky no llamó a formar uno nuevo, sino que formó una oposición, porque sabía que la militancia del partido era valerosa y revolucionaria, y la tradición de Octubre muy fuerte. Medvedkin recordaría:
“La crítica más mordaz de nuestra pantalla era captada por el pueblo, y de todo corazón, pues atacaba a los ‘elementos nocivos’, y en rededor de nuestro tren se formaban grupos de dinámicos activistas, siempre prontos a prestar su apoyo, entre los cuales se destacaban los miembros del partido y de la federación de juventudes” (Ibid, p. 24).
Hubo más dificultades cuando el cine tren llegó al campo ucraniano. El equipo encontró que la mitad de los campesinos no querían trabajar. Eso era un claro efecto de la colectivización forzosa, aunque Medvedkin y su equipo no comprendían la causa. Pese a todo, lograron jugar un papel en elevar la producción y explicar a los campesinos la importancia de su trabajo. En cierto sentido, su cine refleja lo que ocurrió en el campo después de las incorrectas políticas del estalinismo bajo su colectivización forzosa y no estuvo exenta de excesos en las medidas contra los campesinos ricos y boicoteadores.
El Cine-Tren realizó también filmes animados que tenían como personaje a un camello, y también hicieron comedias. Una de ellas fue La historia de Tit (1932), de la cual existe una versión reconstruida donde aparece un campesino que cuando se trata de trabajo está enfermo o cansado, pero cuando se trata de comer va enseguida con su enorme cuchara. Una vez lo mandan a vender gansos. Decidió tomar un baño y atar a los gansos con su ropa, el resultado es que se quedó sin ropa y regresó sin gansos, y con un traje de bailarina y con girasoles en el pecho y en vez de pantalones. Esta película tuvo un gran éxito, los campesinos reían y pedían verla nuevamente justo después de terminada. Los campesinos hacían bromas contra los perezosos en el trabajo, a los que veían identificados y muchas veces les apodaban Tit.
El Cine-Tren era un equipo de obreros revolucionarios comprometidos con la causa del socialismo. Había compañeros con talentos diversos, desde técnicos, como financieros, cinematográficos y con experiencia en la dirección de masas, que se embarcaron en este proyecto que no tenía al cine como objetivo sino como el medio para hacer avanzar la revolución socialista y elevar la conciencia de los obreros y campesinos.
Cuando hicieron filmes con el Ejército Rojo del inicio de los años 30, experimentaron lo que ya pasaba con los otros cineastas: un control y orientación más férrea hacia su trabajo. La carrera fílmica de Medvedkin fue trágica, sus películas siempre fueron censuradas y nunca exhibidas. Era innovador y revolucionario, pero con un claro sentido popular. Fue un director de culto entre los cineastas soviéticos que admiraban su trabajo, en especial su filme La felicidad (1935) [note]www.youtube.com/watch?v=g-gx8u9Eq6g[/note]. Pese a la censura, el impacto del Cine-Tren de Medvedkin abrió su camino. En la huelga de 1967 de la fábrica Rhodiacéta, en Francia, se formó un grupo de cineastas que se inspiró en esta experiencia soviética, abrazaron la causa de la lucha obrera y decidieron llamarse el Grupo Medvedkin, donde participaron Godard, Marret y Marker. Filmarían las huelgas de la revolución de 1968 en Francia. Medvedkin viajaría a Francia en 1971 y sería recibido por un grupo de militantes, obreros y cineastas comprometidos. Chris Marker haría un par de documentales sobre la vida de Medvedkin y su experiencia del Cine–Tren, impidiendo que se fuera al olvido esta rica experiencia.
Humillación y censura
Eisenstein regresó a Rusia en 1932 sin haber podido concluir un solo largometraje en el extranjero. Debió ser particularmente difícil no conseguir montar ¡Que viva México! Pese a tener a su retorno 34 años, parecía un viejo que había vivido y sido golpeado demasiado. La burocracia estalinista se había consolidado y pagado una mayor factura a los artistas. Eisenstein se refugió realizando trabajos propagandísticos y teóricos sobre el cine, y dando cátedras ocupando un cargo alto en la escuela de cine.
Antes del regreso de Eisenstein, su autoridad había sido cuestionada; se escribieron artículos para minimizarlo. En la Conferencia Creativa de los Trabajadores del Cine Soviético, en 1935, un representante del Comité Central del Partido Comunista estalinizado, Dinamov, dio el discurso inaugural de 4 horas, dando las orientaciones generales a partir de lo cual se criticaba el cine anterior y se planteaba los trabajos a futuro. Un año antes, en un congreso similar de escritores, se había aprobado como tendencia general al realismo socialista, y en 1932 se había fundado la Asociación Rusa de Escritores Proletarios (RAZZ), que sería el instrumento de censura y control del régimen en contra del arte. Alan Woods apunta adecuadamente, sobre el realismo socialista, que:
“No era ni socialista ni realista, sino más bien una especie de conformismo lúgubre y conservadurismo que presentaba a Stalin y a la burocracia con el tipo de ‘arte’ superficial y poco exigente que su limitada comprensión y estrechez de miras podían enfrentar, mientras que al mismo tiempo pintaba vida soviética en colores teñidos de rosa” (Woods, “Shostakovich, the musical conscience…”).
Eisenstein dio el segundo discurso en la Conferencia de Cineastas. Resaltaba correctamente las aportaciones del cine del periodo 1924-29, pero ahora se ensalzaba al nuevo cine de una forma un tanto artificial. La película Chapayev (1934) se ponía como el modelo de los filmes futuros.
En el debate, Eisentein fue criticado en esta conferencia, por tener una cabeza muy grande; hacer teoría en vez de práctica cinematográfica, algo típico de la época estalinista, pues la burocracia detesta en el fondo la teoría y son empiristas. Las ideas vanguardistas chocaban con la nueva política burocrática. La tipificación era sustituida por actores profesionales. El cine que había logrado producir Eisenstein tenía como protagonistas a las masas, ahora se implementaba el culto a la personalidad y, por tanto, esa idea vanguardista chocaba con la nueva realidad. Antes de que terminara la conferencia, se hizo una premiación en el teatro Bolshói. Eisenstein había preparado un discurso, pero no pudo darlo, a cambio recibió, al igual que Tissé, premios de cuarta categoría.
En el cierre de la conferencia, Eisenstein da un discurso valiente rebatiendo a sus oponentes. Defendiendo la necesidad de hacer teoría para no estar como en la torre de Babel. Este debate lo animó a hacer nuevamente cine y anunció que entraría nuevamente a la producción. Aunque imbuido en el ambiente estalinista, ya se le escuchan frases como: “el corazón que late por un objetivo bolchevique no puede ser roto” o “no hay mejor comentario final, ni mejor programa para el futuro que pueda ser aplicado al medio de nuestra obra, que el que se encuentra n la belleza socialista con la que el camarada Dinamov comenzó su informe”.
Pero Eisenstein seguía siendo un artista demasiado revolucionario para la burocracia. Se introduce en un nuevo proyecto fílmico, por primera vez sin la compañía de Alexandrov pero con la inseparable cámara de Tissé, al que llamaría El prado de Bezhinn (1937). Eisenstein seguramente se identificó con la historia, pues la trama era de un padre que había ido al Ejercito Blanco, mientras el hijo estaba con los bolcheviques; una historia por demás familiar para él. Este filme pasó por dos años de producción, dos guiones diferentes y dos mil rublos de inversión, pero no salió a la luz porque fue políticamente incorrecto para el régimen burocrático, porque no mostraba con suficiente dureza y de manera central el conflicto de clase de los kulaks, a los que debía mostrarse como los enemigos principales de la revolución. El filme fue censurado y destruido en un bombardeo en 1941 cuando Rusia fue invadida durante la segunda guerra mundial aunque se conservaron algunos fotogramas.
La censura a El prado de Bezhinn no fue un caso excepcional, datos aparecidos en Pravda nos dicen que: “en 1933, Soiuzfilm, el mayor estudio de cine soviético, pagó el adelanto de 129 guiones; al final sólo 13 fueron aprobados para su producción. Incluso bajo estas circunstancias, muchos filmes logrados nunca fueron exhibidos públicamente. Tan solo entre 1935 y 1936, 37 cintas fueron declaradas inaceptables, cerca de un tercio del total de la producción fílmica de los estudios soviéticos durante esos dos años” (Serguéi M. Eisenstein, Cuadernos de la Cineteca, Conaculta-Cineteca Nacional, p. 114).
Eisenstein hace una autocrítica escrita púbica mostrando sus “errores” en El prado de Bezhim para cubrirse las espaldas. La censura era el mal menor. El estalinismo comenzó a usar como método el asesinato contra los oponentes, con sanguinarias purgas que terminarían por aniquilar a la vieja guardia bolchevique, pero que afectaría también a los artistas.
“En 1937-8, la Purga de Stalin alcanzó un clímax sangriento. El famoso director de teatro soviético Vsevolod Meyerhold [con quien Eisenstein trabajo en su compañía], con quien Shostakovich había colaborado, fue enviado a un campo de concentración, donde fue asesinado en 1940. Otros escritores y artistas soviéticos notables también fueron víctimas de las Purgas, incluido Isaak Babel [que fuera coguionista de El Prado de Bezhinn junto a Eisenstein], el autor de la Caballería Roja, el poeta Osip Mandelshtam y muchas otras figuras menos conocidas. Mosolov, el compositor de The Iron Foundry, también fue encarcelado” (Woods, “Stalin: 50 años después de la muerte del tirano”, El Militante, acceso el 3 de diciembre de 2017, argentina.elmilitante.org/historia-othermenu-55/134-stalin-a-50-aos-de-la-muerte-del-tirano.html).
Para desgracia de los cineastas, Stalin era un amante del cine, lo cual podría significar una desgracia para los directores si las películas no eran de su agrado. Eisenstein era, pese a todo, un gran cineasta y la burocracia quería aprovechar su talento.
El realismo socialista de Eisenstein
Es significativo que Eisenstein, con su mente revolucionaria, intentó, después de El prado, hacer una película sobre la creación del Ejército Rojo y otra sobre la revolución que se desarrollaba en España. Aunque finalmente realizaría un filme histórico sobre Alexander Nevsky, y para evitar que se “equivocara”, se le impuso todo un equipo alrededor y la codirección de Dimitriy Vassiliev. Un séquito de historiadores aseguraron que no hubiera errores; los históricos no eran tan importantes, pues lo que se buscaba es que se siguiera la línea política en vigencia.
Eisenstein pudo hacer una nueva película, casi una década después, sólo cuando cedió a sus viejas ideas, aunque la tradición de Octubre fue una llama viva difícil de apagar.
Alexander Nevsky (1938) promovía elementos patrióticos y nacionalistas. Una década atrás, Eisenstein quería hacer una película sobre China, porque era el país en que se avecinaba la revolución. El internacionalismo del bolchevismo era sustituido por el nacionalismo bajo el estalinismo. El centro de esta nueva película era enzarzar una figura histórica en la que el dirigente de la URSS se vería reflejado. Pero con Eisenstein las masas siguen jugando el papel central.
La escena principal es la batalla en el hielo que fue filmada en verano, con hielo artificial, donde Tissé resolvió las difíciles condiciones técnicas haciendo una magnifica fotografía. Prokofiev hizo la música y, en coordinación con Eisenstein, dan coherencia con la imagen. Hoy se le considerada una de las más importantes bandas sonoras de la historia del cine. Esta escena musicalizada, con todos los avances en efectos especiales que tenemos, ahora parece menos impresionante, pero fue justo su impacto la que la volvió un modelo para futuros filmes, además de convertirse en imagen de los juegos de los niños rusos de la época. Alexander Nevsky dirige con autoridad, pero no se le ve en la batalla, son las masas las que se adjudican la heroica victoria a las tropas invasoras alemanas.
Eisenstein se llenó de gloria con su Nevsky. Sería condecorado con la orden Lenin. Se dice que Stalin le palmeo la espalda, diciendo: “después de todo eres un buen bolchevique”. Privilegios y prestigio se daba a los artistas que seguían los lineamientos del régimen burocrático. Einstein pasaría a dirigir los estudios Mosfilm. El estalinismo lo convirtió en un símbolo y parcial instrumento.
Era la antesala de la Segunda Guerra Mundial y Stalin entró en un pacto con Hitler en otoño de 1939, de tal forma que ya no fue aceptada esta película, Alexander Nevsky, y pasó un tiempo engavetada. En cambio, Eisenstein montaría Die Walküre (La Valkiria), la opera Wagner, que se estrenaría en noviembre de 1940. Ambos artistas habían abrazado las ideas revolucionarias anticapitalistas en su juventud, pero ahora la imagen parecía tan distante, y en el Bolshói no había ningún judío y, por el contrario, la opera fue escuchada por el embajador nazi. Eisenstein se dejó envolver por el ambiente de los privilegios de la burocracia.
Iván el terrible: mordaz crítica a Stalin
En 1944 aparece la primera parte de Iván el terrible (1944). Su mensaje no era simple, los censores tuvieron que verla dos veces antes de valorar su presentación en público y se dice que se permitió su proyección después que Stalin la vio y lo autorizó.
Iván tiene mano dura y aparece en la película como un zar al que el pueblo lo busca para que lo gobierne. Al inicio de la película se dice que Iván creó un Estado fuerte contra quienes lucharon contra la unidad de la tierra rusa, pero lo que se ve en pantalla es lo contrario:
“la lucha de Iván por el poder y las cuestiones de legitimidad mismas que pronto llevan a pruebas de lealtad que casi todo el mundo falla. Las traiciones son seguidas por represalias que rápidamente se vuelven mortales. En medio de la gloria militar, en lugar de unificación, estamos cautivados por el terror, el asesinato, la conspiración, la traición, las acusaciones y la violenta aniquilación. Ya en la parte I, el Estado no sólo no está unido, está destrozado” (Serguéi M. Eisenstein, Cuadernos de la Cineteca, Conaculta-Cineteca Nacional, p. 155, subrayado en el original).
Gabriel Figueroa, el gran fotógrafo del cine mexicano, dijo que “fotográficamente hablando, estoy seguro que Iván el terrible es la obra donde se consiguió la más alta calidad en blanco y negro que hasta ahora se haya realizado, en particular sobre la composición de iluminación y fuerza.” (Cine Toma, n° 44). Iván el terrible es una obra sumamente cuidada, vinculando a la música y al arte plástico. Eisenstein, que en el periodo vivo de la revolución planteo acabar con el arte porque era un distractor que impedía ver la realidad, en medio del estalinismo, se refugiaba en éste.
Eisenstein, hacia afuera, parece un claro divulgador del régimen, y a su interior no termina de verse con recelo y sospecha. Pese a ello, esta película parece enzarzar la figura del dictador y ganaría por ella la condecoración Stalin, con los más altos honores, que no hubiera sido posible sin la intervención y aprobación del dictador.
Eisenstein mismo debió haberse cuestionado esa aceptación del régimen a su película, en medio de toda la gloria que le cubría su compañero Tissé se distanciaría de él. En Iván el terrible II (1958) Eisenstein no deja lugar a dudas, y es más que clara la crítica al estalinismo. Aquí Eisenstein trabaja por primera y única vez con el color. Una fiesta de Iván está teñida de tonalidades rojas, él trata a sus súbditos como perros fieles y parece un desquiciado paranoico. Los boyardos organizan conspiraciones y son purgados, asesinados.
Una revolución tan grande como la rusa de 1917 deja una huella difícil de borrar. O te adaptas a la contrarrevolución burocrática, que aplastó el legado de Octubre, o buscas la forma de combatirla. Después de la Segunda Guerra Mundial, el estalinismo era una fuerza colosal y Eisenstein los desafió valientemente. Iván el terrible II es una crítica abierta al estalinismo y hacerla, una acción suicida que podría implicar tortura y muerte. La tensión de saber que Stalin veía su película lo llevó a un paro cardiaco, que, aunque no de forma inmediata, lo llevaría inevitablemente a la muerte. Finalmente, el corazón de Eisenstein sucumbiría el 11 de febrero de 1948 y última película sólo vería la luz años después de la muerte de Stalin. [note]La tercera parte de la trilogía se comenzó a filmar, pero después de ser mostrada la segunda parte fue imposible proseguir con la filmación. Existen algunas escenas y fotogramas de la misma. https://youtu.be/JMCnfanrCQs[/note]
El legado de Eisensten
El arte soviético fue claramente impulsado por la más grande revolución de la historia. Consiguió grandes avances pero fue asfixiado por la contrarrevolución burocrática. El ejemplo del cine es más que ilustrativo y se puede identificar la mano de la burocracia, que significó un claro retroceso; basta con comparar los filmes de la década de los años 20s con las de los años 30s y posteriores. El cine sólo tuvo un resurgir cuando murió Stalin y aparecen directores como Tarkovski, aunque el régimen burocrático permaneció chocando constantemente con la libertad que necesita el artista. Quedó, sin embargo, un importante legado artístico que nació con la revolución bolchevique, como lo es la obra de Eisenstein.
En sus últimos meses de vida, aun enfermo en la cama, trabajó en libros teóricos de cine y en sus memorias. Los libros teóricos de Eisenstein sobre cine siguen siendo material imprescindible para los estudiosos y creadores de cine. La forma del cine y El sentido del cine son libros de cabecera en el medio. Existen otros trabajos poco conocidos, como su libro Método, que aún no tienen traducción. Con la caída del estalinismo, en 1989, se abrieron los viejos archivos soviéticos y nuevos materiales han aparecido. Aún hoy, Eisenstein seguirá aportando a la teoría cinematográfica.
Su forma de hacer y teorizar al cine se basa en la dialéctica; su cine está influido claramente por la filosofía marxista. El cine de Eisenstein es el mejor que se realizó en las primeras décadas del régimen soviético. Algunas de sus películas siguen siendo consideradas hoy de las mejores en la cinematografía mundial.
Casi al finalizar su vida escribió en sus memorias: “Nuestro cine es ante todo un arma cuando se trata de un enfrentamiento con una ideología hostil y, ante todo, es una herramienta cuando está encaminado a su actividad principal: influir y transformar”. Esto fue válido para contribuir a la gran Revolución bolchevique en su guerra contra el capitalismo mundial, pero también es válido en su crítica al régimen estalinista, que se expresa en sus dos últimas películas. Es lamentable que muchos de sus proyectos no pudieran concretarse. Además de su proyecto sobre El apital de Marx, intentó hacer una película sobre la rebelión de esclavos en Haití, la Guerra Civil española, la historia de Moscú, historias satíricas que sin duda criticarían a la burocracia, como MMM, una adaptación de La condición humana de André Malraux y muchos más.
La historia no se detiene y el lenguaje cinematográfico seguirá desarrollándose ,pero es un hecho que el montaje, la más importante aportación al cine mundial hecho por la Revolución rusa, es un elemento vital de este lenguaje y es el que le da sentido al cine hasta nuestros días.
El desarrollo de las fuerzas productivas ha permitido una simplificación de la producción fílmica y, en otro sentido, una mayor sofisticación. Una ventaja del desarrollo tecnológico es que lo está volviendo más accesible. Hoy se puede hacer o ver una película desde un celular. Como en la Rusia revolucionaria se usó el cine, hoy se deben usar esas herramientas y la nueva tecnología de comunicación como arma de combate contra este sistema hostil.
Eisenstein hacia cine de forma seria, como pocos en la historia, y sus películas mantienen vigencia porque nos recuerdan el mundo de hoy. Reflejan la lucha de clases, la lucha contra la explotación, contra el totalitarismo, por la democracia obrera y contra el capitalismo. Nos recuerda, sin negar el papel de la dirección, que el protagonista principal de la historia son las masas, que aunque pueden tener derrotas son capaces de vencer. Sus películas pueden seguir siendo herramientas de discusión entre trabajadores, estudiantes o campesinos que buscan mejorar sus vidas y una sociedad democrática basada en la real igualdad.
Del auténtico socialismo florecerá el arte
Eisenstein es producto de la más grande revolución que haya llevado a cabo el ser humano. Su vieja clase iba al basurero de la historia y él tomó partido por el porvenir, por la clase obrera que expresa el futuro. Rusia era un país atrasado en 1917 y no pudo más que iniciar la revolución socialista, aunque no concluirla. Demostró, sin embargo, el potencial que para el desarrollo del intelecto humano tiene el socialismo. En un Estado obrero democrático sano, el arte y la ciencia florecerán.
El desarrollo del arte estaba en una etapa de ascenso y tenía todo un futuro de desarrollo. Los grandes progresos que al cine dio la revolución, empezando por el descubrimiento pleno del montaje, es una pequeña muestra de ello. La Revolución rusa demostró el potencial que se abrirá en la ciencia, el arte y el desarrollo intelectual del ser humano bajo el socialismo. Todo esto fue coartado por el estalinismo. Rusia era un país extremadamente atrasado y podía sólo desarrollar el socialismo sanamente si la revolución se extendía a los países avanzados, pero faltaba una Internacional bolchevique experimentada. En un país europeo, en la misma Rusia actual, en EEUU con su enorme proletariado, vemos el campo industrializado y un gran desarrollo de las fuerzas productivas; no hay razón objetiva para que en una nueva revolución socialista ocurra lo que en la Rusia atrasada del pasado. Incluso países como México, Brasil, Venezuela, Argentina… tienen condiciones mil veces más favorables. El socialismo sólo puede crearse con la participación consciente de la clase obrera. La clave, en última instancia, es construir la herramienta bolchevique a nivel mundial, una auténtica Internacional.
El fenómeno del estalinismo fue complejo y era difícil oponerse a éste sin una política consecuente. Ésta sólo la dotó la Oposición de Izquierda de Leon Trótsky, el creador del Ejército Rojo, que luchó valerosa para mantener limpia la bandera de Octubre. Sus militantes se organizaron en las peores condiciones, incluso en las cárceles sacaban periódicos y en Siberia organizaban huelgas. El estalinismo es tan opuesto al bolchevismo que masacró a estos valerosos bolcheviques que morían con vivas a Lenin y Trotsky, cantando La internacional. Muchos artistas no tenían toda esta claridad y algunos terminaron como instrumentos del régimen. Un artista revolucionario, con una política y militancia coherente, puede enfrentarse de mejor forma a las atrocidades de un régimen así. No significa que todos los artistas deban ser militantes revolucionarios, el socialismo debe ser el reino de la libertad, tal como lo explicó Engels.
La historia no es un proceso lineal, puede tener retrocesos y derrotas, pero no hay otro camino para el futuro de la humanidad y, por tanto, del arte, que acabar con este sistema explotador y enajenador. Se nos abrirá todo un potencial de desarrollo. En el comunismo se habrán eliminado las contradicciones de clase, pero el arte seguirá jugando un papel. Así como los kinoks de Dziga, la corriente de Kuleshoc-Pudovkin, el grupo de Eisenstein o la Fábrica de Actores Excéntricos tenían ideas diferentes y debates, a veces muy intensos y acalorados, veremos ocurrir esto en el comunismo.
“Todas las esferas de la vida, como el cultivo de la tierra, la planificación de la vivienda, los métodos de educación, la solución de los problemas científicos, la creación de nuevos estilos interesarán a todos y cada uno. Los hombres se dividirán en ‘partidos’ sobre el problema de un nuevo canal gigante, o sobre el reparto de oasis en el Sahara (también se plantearán cuestiones de este tipo), sobre la regularización del clima, sobre un nuevo teatro, sobre una hipótesis química, sobre escuelas encontradas en música, sobre el mejor sistema deportivo. Y tales agrupamientos no serán envenenados por ningún egoísmo de clase o de casta. Todos están igualmente interesados en las realizaciones de la colectividad. La lucha tendrá un carácter puramente ideológico. No tendrá nada que ver con la carrera por los beneficios, la vulgaridad, la traición y la corrupción, todo lo cual forma el núcleo de la ‘competencia’ en la sociedad dividida en clases. La lucha no será por ello menos excitante, menos dramática y menos apasionada. Y en la sociedad socialista, todos los problemas de la vida cotidiana, antaño resueltos espontánea y automáticamente, igual que los problemas confiado a la tutela de las castas sacerdotales, se convertían en patrimonio general; de igual modo puede decirse con toda certeza que las pasiones y los intereses colectivos, la competencia individual, tendrán amplio campo y ocasiones ilimitadas para ejercitarse. El arte no sufrirá ninguna falta de esas descargas de energía nerviosa social, de esos impulsos psíquicos colectivos que provocan nuevas tendencias artísticas y cambios de estilo. Las escuelas estéticas se agruparan en torno a sus ‘partidos’, es decir, a asociaciones de temperamentos, de gustos, de orientaciones espirituales. En una lucha tan desinteresada y tan intensa, que se eleva sobre una base cultural constantemente, la personalidad se desarrollará en todos los sentidos y afinará su propiedad fundamental inestimable, la de no satisfacerse jamás con el resultado obtenido. En realidad no tenemos ningún motivo para temer que en la sociedad socialista, la personalidad se duerma o conozca la postración” (Trotsky, Sobre arte y cultura, Marxist Internet Archive, acceso el 3 de diciembre de 2017, marxists.org/espanol/trotsky/1920s/literatura/8a.htm).
La muerte reciente del pintor mexicano José Luis Cuevas (febrero 26, 1934-julio 3, 2017) no ha sido desaprovechada por los comentaristas culturales burgueses para tratar de reavivar la leyenda maniquea del adalid de la Ruptura del arte mexicano. Fue la crítica de arte Teresa del Conde quien se refirió por primera vez a los artistas que diferenciaron su quehacer del de los muralistas desde la década de los 1950’s como la Generación de la Ruptura, y Cuevas, poseedor de una personalidad magnética y de un agudo narcisismo que nunca disimuló, despuntó rápidamente como la figura más visible del grupo de –entonces– jóvenes creadores.
Sin demeritar en lo absoluto el calado artístico de figuras tales como Pedro Coronel, Günther Gerzo, Mathias Goeritz, Manuel Felguérez, Vicente Rojo, Alberto Gironella, Vladimir Kibalchich Rusakov (llamado Vlady), Lilia Carrillo, Fernando García Ponce y del propio Cuevas, entre otros, y reconociendo sin reservas el derecho que les asistía al discrepar de la senda trazada por los –así llamados– “tres grandes” (Orozco, Rivera y Siqueiros), la trascendencia de esta señalada actitud ha sido exagerada notablemente por la intelectualidad burguesa, ya desde entonces como también a la postre. Según su propia mitología, la Generación de la Ruptura se opuso, contra todo pronóstico y sin más ventajas que su temeridad, al anquilosado “arte oficial”, reducido ya a ser una herramienta propagandística del régimen demagógico nacionalista; rompiendo las ataduras del arte político, sus empeños se vieron recompensados con el ingreso del arte mexicano en el panorama artístico internacional contemporáneo.
La obra de Cuevas, en efecto, es una expresión de inquietudes patentemente personales, protagonizada por personajes alienados, delirantes y hasta perversos, y no la expresión manifiesta de una determinada línea política; el erotismo, la locura y su propia persona fueron algunos de sus temas predilectos. La misma fue complementada por una extensa actividad literaria que incluye numerosos artículos de opinión y columnas periodísticas, destacando del conjunto su manifiesto primigenio, que lo convertiría en un eminente vocero de Ruptura y de su crítica a la política cultural mexicana de mediados del siglo XX: La cortina del nopal.
Sin embargo, ahora es sabido que la responsable de batirse en dichas polémicas públicas no era la pluma del propio Cuevas sino la del crítico de arte cubano –radicado Washington, DC– José Gómez Sicre (julio 6, 1916-julio 22, 1991), también funcionario cultural de la Organización de los Estados Americanos (OEA), brazo político de los EEUU en el continente, a quien solicitaba por carta que redactara en lugar suyo y con toda discreción no sólo sus posicionamientos, sino también cartas respondiendo a otros críticos –como Raquel Tibol– y hasta las respuestas a los cuestionarios que los medios informativos le hacían llegar al artista para poder entrevistarse con él; éste confiaba plenamente en la “comunión de ideas” entre él y su “escritor de cabecera”. La extensa relación epistolar que sostuvieron evidencia la profunda dependencia que Cuevas desarrolló hacia su ideólogo por temor al descrédito que habría supuesto el ser delatado por una “discrepancia estilística”. El joven artista, ávido de notoriedad, estuvo dispuesto a convertirse en un alfil de la política cultural imperialista a cambio que se abrieran para él las puertas de la fama (Véase: http://www.excelsior.com.mx/expresiones/2016/07/06/1103180).
Gómez Sicre, por su parte, realizaba en México –a instancias de Cuevas– el mismo trabajo que llevaba a cabo en el resto de los países de América Latina: promover la despolitización de su arte. Por medio del financiamiento y de la difusión, la OEA –apuntalando los intereses de los EEUU– condicionaba a los artistas de una región cuyas pronunciadas desigualdades económicas la vuelven por demás sensible a las ideas revolucionarias. Los muralistas agrupados en la Escuela Mexicana de Pintura se consolidaron en la órbita de la Revolución agrarista de 1910 y si obtuvieron del gobierno postrevolucionario –muy a pesar de éste– los medios materiales para concretar su visión artística, éste sólo consintió en apoyarlos para granjearse una legitimidad de la que adolecía, circunstancia que no medró necesariamente con el contenido revolucionario ni el estético de su propuesta.
Para mediados de siglo, el régimen autoritario mexicano ya estaba listo para desembarazarse de su retórica revolucionaria nacionalista y de su política cultural. Ésta ya se servía de la figura de Tamayo como contrapunto, si bien su pintura seguía ligada a los motivos folclóricos y a los formatos monumentales. Lejos de haber subvertido y conquistado al “arte oficial”, José Luis Cuevas y la Generación de la Ruptura ascendieron impulsados por un viraje en el seno del mismo, derivado del devenir político del presidencialismo mexicano. Si bien resulta arbitrario constreñir al arte a ser una expresión política, no lo es menos el suponer que su despolitización significa una superación histórica. No es la práctica artística de Cuevas sino su interpretación de la misma la que merece ser cuestionada.